¿Por qué este acoso a ciertas tecnologías?

Se viene produciendo un acoso desde distintas instancias la activación de una campaña que se refleja en los medios de comunicación hacia determinadas tecnologías de generación de electricidad. En concreto, por un lado, se ha despertado la tapa de los truenos con respecto a las energías renovables (como la solar o la eólica), así como a otro grupo de energías como la nuclear o la hidráulica. No se sabe si en otros países de nuestro entorno estas tecnologías merecen esta tormenta, más o menos artificial, pero lo que está claro es que hay algo en el ambiente que hace que determinadas posiciones ideológicas cristalicen en una presunta lucha ideológica trasladada a que los agentes, las instituciones o los políticos tengan que tomar partido por alguna de las distintas tecnologías.

“Informe de Costa y Precios”

En primer lugar, las energías renovables son señaladas con el dedo de la culpabilidad de la existencia del déficit tarifario al percibir primas, y hasta el organismo regulador, deliberadamente induce a la confusión en sus informes y “propuestas de tarifas” con la expresión energías verdes, renovables o de Régimen Especial, cuando evidentemente no son lo mismo. No todas las primas que percibe el régimen especial pertenecen a las denominadas “energías verdes”. Pero, incluso menciones de este tipo se pueden encontrar en el voto particular de la presidenta del organismo Maite Costa o en el voto de los consejeros González, Fabra y Ruscalleda, en esa magnífica síntesis que puede ser el “Informe de Costa y Precios”, ahora que la presidenta se unce a las tesis que abogan por la vuelta a los costes reconocidos y la intervención.

Añadamos a esto el modelo “redada” que se está utilizando para la inspección de determinadas instalaciones en régimen especial (instalaciones solares realizadas para acogerse a un marco de regulación imposible, verdadera causa del problema, que generaba incentivos desorbitados para los agentes y una situación apocalíptica a final de septiembre), cuyos resultados casi se radian en directo como bálsamo a los problemas internos y externos de la CNE, aunque sea a costa de abrir un avispero con las comunidades autónomas, con las que por cierto parece manifestarse poca coordinación entre administraciones en el caso que nos ocupa.

Datos preliminares con “filtraciones oficiales”, informaciones presentadas de manera parcial, confusión entre tipos de sanciones y consecuencias de las mismas, mezcla de anécdotas, aunque con la pretensión de provocar un considerable efecto de generación de pánico sectorial ofrecen un panorama poco edificante. La actividad inspectora, en todo caso, nunca debe ser un brazo armado de la política, operar sin alharacas y, siempre con rigor y seguridad. Por que si no, lo siguiente será que se retransmitan las inspecciones acompañadas de los Cuerpos de Seguridad del Estado debidamente camuflados con pasamontañas y, que los consejeros paseen por los huertos solares ante las pruebas de las infracciones administrativas, tocando los paneles ausentes y arropados por los reporteros.

En todo caso, queda ampliamente en cuestión el ”ecologismo rampante” de ciertas corrientes de izquierdas y como una visión cicatera y de control de rentas de los sectores energéticos puede ser diametralmente opuesta a la configuración de sectores empresariales, tecnológicos, de empleo y de investigación que nos convierten en punteros y líderes. Son los retroprogesivos 8ª asamblea.

El déficit tarifario: siempre es bueno que haya niños

Por lo tanto, con un modelo de primas como el español, alabado en Europa, responsable de contar con una industria propia en el sector renovable, envidiable por su vigor y fuertemente competitiva que se va acercando a parámetros de mercado, es intencional incorporar de manera oportunista el debate de las primas en el marco del problema del galopante déficit tarifario (una melé considerable, causada por la dejación política continuada) es una cuestión oportuna/oportunista porque siempre es bueno que haya niños.

En segundo lugar, otro grupo de energías que se ve envuelta en este proceso de demonización son la nuclear y la hidráulica. Las dos son estigmatizadas “porque al tener costes bajos” y percibir el precio del mercado, “ganan mucho”, volviendo a la teoría de para qué tener un modelo de mercado, pudiendo tener el Gran Hermano, el Soviet Supremo que decida las rentas y la distribución de la renta ¡por instalación!. Por ejemplo, las dos tecnologías no emiten CO2, pero hasta el regulador “independiente”, que conoce, permite y promueve que se detraigan de forma generalizada los derechos de emisión desde los tiempos del extinto Ignasi Nieto y ahora se niega tres veces que esto se esté haciendo así.

Y es que habrá que señalar quien ha provocado que este debate ideológico, acabe en la toma de partido por ideologías corporizadas en tecnologías concretas y en cierto forofismo y rivalidad inexplicable. Sobre todo porque la razón del mal estriba en la ausencia trágica de un proyecto global, común e integrador de un modelo energético estratégicamente pensado, evitando que se cuestione el papel de tal o de cual.

En este sentido, desde la CNE se debería percibir una mayor corresponsabilidad con la política energética (y su modelo de mercado, contexto internacional, desarrollo sectoral, política económica y ambiental asociada), más allá del partidismo y de la ideología, o de la ideología transmutada en posicionamiento alrededor o en contra de tal tecnología. Un mayor sentido y concepción de visión global, partiendo del hecho de que el futuro es un mix diversificado y excedentario en el que cada fuente de energía tiene una misión en el conjunto del sistema eléctrico, evitando introducir debates maniqueos que no llevan a ningún sitio. Una política energética global que sepa definir cuáles son sus costes, el precio de la electricidad que va a ser resultante de un mix de mercado decidido muchos años antes, la capacidad de que mediante la inversión pueda generarse capacidad excedentaria y el equilibrio a cuestiones como la dependencia exterior, el medio ambiente o la seguridad de suministro.

En un contexto de estas características, cada tecnología tiene su papel, como tecnologías base o punta, y cada tecnología tiene sus puntos fuertes y débiles para participar en ese mix energético. Todas tienen su recorrido y con el avance tecnolóco se incorporará otras como las del carbón limpio. Las empresas tienen su propio mix de activos de generación que pueden ser transferidos, con lo cual el argumento de las barreras de entrada es falaz y hacer un ejercicio discriminatorio distributivo que quiera suplantar al mercado también carece de sentido. Y, finalmente, hacer de todo esto un ejercicio de trinchera es irresponsable si, además, se alimenta desde las propias instancias públicas, aunque estén como están, pero daño hacen.

¿Por qué?

Llegó el momento de la responsabilidad

Como ya es público el Ministro de Industria se reunirá el próximo jueves con las empresas eléctricas a fin de tratar en común el problema del déficit tarifario, rémora nunca suficientemente valorada de la regulación nacional, que permitía no subir el precio de la electricidad de los españoles y que siguiéramos creyendo en los Reyes Magos y en un cierto providencialismo de conseguir vivir de milagro. Ilusionados con nuestra posibilidad de emular a los países con reservas de petróleo, empezábamos a pensar en la posibilidad más que remota de subvencionar la energía. Y, con empezar el año, con el crédito puesto: déficit ex ante. Vive ahora y paga después que decía aquel eslogan de Visa.

La letal combinación del fuerte alza de los precios del petróleo, la obligatoriedad del siempre postergado calendario para la liberalización de las tarifas hasta el ‘in extremis’, la crisis de los mercados financieros que ha impedido colocar un activo que es resultante de las decisiones políticas (junto a una nefasta decisión de trasladar la colocación del mismo a la CNE, además de varios cambios en su regulación, fruto de la esquizofrenia regulatoria que vivimos peligrosamente en la etapa Nieto-Clos) nos han situado al final del camino, con muy poco tiempo de reacción. Prácticamente en menos de un mes tendremos que tener una propuesta de tarifas de último recurso en el mercado eléctrico. Se acumulan 12.000 millones de euros pendientes de recuperación para las empresas y en el año 2008, esté déficit puede alcanzar los 6.000 millones.

Como si se tratara de sacar de una mentira, una verdad, la no colocación de este activo ha hecho que las empresas eléctricas tengan que mantener esta deuda en sus balances, generando una situación muy incómoda para las empresas, convertidas de facto en entidades financieras. Por otra parte, ha revelado algunos bajos instintos regulatorios tendentes a aprovechar la ocasión para intentar reducir la factura pendiente en una especie de proceso de suspensión de pagos público referido a la factura de la luz. Sería una especie de parábola del hijo pródigo, porque se ha actuado con “prodigalidad” desde las instancias públicas en lo que se refiere a un sistema de tarifas falseado (figura que claramente reconoce el ordenamiento jurídico en el caso de las personas), en la cuál, el empeño sería una especie de “cuanto peor, mejor”, para exprimir posibilidades negociadoras de todo el proceso.

En este contexto, hay que sacar conclusiones de lo que está pasando en la crisis de los mercados financieros. Hoy hacemos gala (y razonablemente) del sistema financiero español. De su ortodoxia, de su regulación y también de su competitividad. Pues seguramente de todo este proceso tendría que salir reforzado el sector energético para el futuro. El que se encuentre una solución gestionada, dialogada, completa e integral es necesario para garantizar una resolución razonable del pago del déficit acumulado, de la transición a la tarifa y la garantía del modelo de mercado y de inversión que, por un lado ha dado muestras de robustez (se han incorporado más de 23.000 MW de generación en pocos años), y por otro, nos situaba como adelantados en el proceso de liberalización en Europa (todo ello, con cada vez menos poder de mercado, más oferentes, más tecnologías).

Estamos, ante un momento trascendental e histórico en el desarrollo del sector energético y, en concreto para el sector eléctrico en España. Con problemas graves y acuciantes cuya resolución tiene que ir más allá del apremio de colocar el déficit pendiente. Es preciso un plan que aborde, tanto la gestión del déficit, la colocación de sus activos, la definición del proceso de transición a la liberalización, con las tarifas de último recurso, la adecuación de los precios de la energía a la realidad, la identificación de los costes que soporta la tarifa no relacionados con el suministro de energía y la definición del modelo de comercialización de energía, así como la articulación de los procesos transitorios que se definan. La refundación de los órganos reguladores y la función del modelo de supervisión, y todo ello, sin caer en los atajos de intentar utilizar la regulación en modo intervencionista y cortoplacista para reducir los ingresos de las empresas eléctricas, es decir, garantizando el modelo de mercado, la estabilidad regulatoria, las señales claras de mercado y de inversión. En definitiva, un modelo organizado, estable, creíble sobre la base de gestionar el presente y el futuro con responsabilidad y ortodoxia.

Miguel Sebastián tiene ante si un reto muy importante, en el que tiene que fijar su atención y desplegar toda su capacidad de negociación e interlocución, reconocida en los ámbitos empresariales. Es probablemente, la primera prueba de fuego en materia de políticas de estado a la que tiene que enfrentarse, y de su superación tendremos un fuerte refuerzo político para el ministro. En eso tiene que poner grandes dosis de atención y capacidad, frente a las dispersiones que atrae siempre la política de actos oficiales, de ideas más o menos discutibles (tarifa social, reparto de bombillas, etc…), los posibilismos (la necesidad del ahorro y la eficiencia, combinado con políticas sectoriales) y su dedicación a la macroeconomía. Ahora toca esto. Y es muy importante.

Más información, menos nuclear

Las declaraciones de la Ministra de Medio Ambiente, Rural y Marino, Elena Espinosa, al diario El País cerrando el debate nuclear (“No cabe más debate nuclear” titulaba el medio) ha venido precedido de la nueva estrategia de comunicación del Consejo de Seguridad Nuclear respecto a los incidentes ocurridos en las plantas españolas, de forma que lo sucedido este verano en las plantas españolas, se ha sustraido al fondo de la cuestión en la medida que tenga nivel de significación en la escala internacional o no, tenga riesgo final o no, esté controlado por los protocolos de activación de los planes de emergencias o no, funcionen los procedimientos o no, se sancione adecuadamente o no, dé resultados negativos en la población que pasa por los mecanismos de control sanitario o no. En este sentido, ha pasado en su conjunto a ser estas “típicas” serpientes de verano, que alimentan los medios de comunicación durante la canícula. Sustituyen por tanto estos incidentes a crímenes de tradición histórica como Puerto Hurraco, el asesino del naipe o los autocares despeñables. Es un ejemplo de cómo se desatan estos procesos mediáticos con mayor virulencia, cuanto mayor es la vigencia del debate nuclear (que por otra parte se pone de manifiesto en un escenario de precios del crudo por las nubes).

El Consejo de Seguridad Nuclear ya se apresurado ha hacer publico que ha cambiado los protocolos de comunicación en estos casos desde hace un año. Quiere decirse que se es más «generoso» en la difusión de estos incidentes. Y, también (véanse las últimas declaraciones de sus representantes a Informe Semanal) que las centrales nucleares españolas no están funcionando peor que en tiempos pasados. Al mismo tiempo, el Ministro de Industria, en un ejercicio de autoridad, reúne a los Consejeros Delegados de las empresas titulares de las plantas para requerirles más inversiones en las instalaciones. Por tanto, se da un ejemplo muy negativo a un sector en el cual la información y la transparencia se vuelve en su contra, en lugar de ser la garantía de que contamos con sistemas de seguridad, emergencia y supervisión, serios y rigurosos no amarillistas.

En paralelo, el histriónico Informe de Costes y Precios de la CNE habla de la “renta nuclear” como si las instalaciones nucleares no hubieran hecho más inversiones desde su puesta en funcionamiento. Y, todo el mundo confunde la moratoria nuclear española (derivada del desajuste entre las previsiones de demanda energética y la necesidad de abortar la construcción de nuevas centrales iniciadas) con la postura de otros países de no construir nuevas instalaciones (postura revisitada como ya ha ocurrido en el caso del Reino Unido, recientemente). Demasiados oportunismos y comportamientos políticos en forma de movimiento circular y espasmódico de los gallos sin cabeza, no propio de un país civilizado y occidental. Un debate articulado a través de varios atavismos.

Asimismo desde la propia Unión Europea se incide en el mayor peso futuro en el mix de generación tanto de las renovables como de la nuclear, siendo conscientes que el mix más eficiente es diversificado a la vista para evitar la concentración de riesgos. No consiste en poner en contradicción a unas tecnologías con otras. De hecho, ya empiezan a existir posturas de sectores ecologistas “clásicos” favorables a la energía nuclear para garantizar los compromisos en materias de reducción de emisiones, donde además, por cierto no podemos presentar un balance edificante (fruto también del diseño de Planes Nacionales de Asignación, pensados de aquella manera que mantienen el peso de los combustibles fósiles para evitar otros efectos políticos y penalizan tecnologías más limpias).

En el fondo lo que subyace es la necesidad de compatibilizar crecimiento medioambientalmente sostenible, con la sostenbilidad de la factura energética y la seguridad de suministro Por tanto, parece que el debate nuclear, muy a pesar de los cierres en falso que pretendemos en nuestro país, sigue abierto, tanto en España como en Europa.

Y de plano que estas propuestas de abortar este debate (siempre es malo abortar cualquier debate) seguramente que son baldías, por la propia fuerza de la realidad y de los hechos. En todo caso, sería además el debate que pudo haber sido y no fue, porque nunca hubo tal debate. Como cuando no se debatía sobre la palabra crisis por mucho que también lo dijera el Presidente del Gobierno. O, si esa es la forma en que una sociedad debate algo, mejor apaga y vámonos. El verdadero debate nuclear estriba en un debate de fondo y de más amplio calado, sin estridencias, sobre cómo cumplir con el crecimiento de la demanda de producción de electricidad del país, como hacerla compatible con unos precios de la energía razonables en función de ese mix de generación futuro. Ese debate, no está cerrado, ni mucho menos.

La renovación del consejo de la CNE, a examen

El mes de septiembre ha empezado nuevamente con un goteo informativo continuado en lo que se refiere a los órganos reguladores, sobre todo a raíz del tiempo de prórroga ante el que está sumido el regulador energético español. En una sociedad democrática y occidental, los órganos reguladores independientes tienen un papel de garantía, desarrollo, control y supervisor de los mercados y del funcionamiento de los sectores económicos, clave y trascendental para dar estabilidad a los mismos. Órganos que tienen que ser capaces de ejercer su función con seriedad y autonomía de los distintos ejecutivos, deben tener prestigio y deben ser respetados en su sector de actividad. Nada de eso se cumple hoy en el caso de la Comisión Nacional de Energía, por errores propios fundamentalmente, mal funcionamiento de su Consejo y por su desastrosa política presidencial, muy discutible tanto a nivel interno como externo.

En nuestro caso, la pasada primavera hubo un lento pero continuado torrente de posicionamientos sobre el cambio en el estatuto y el funcionamiento de los órganos reguladores y su necesidad de reforma, con artículos y posicionamientos de expertos y juristas, en los que se hablaba de elementos comunes en la literatura comparada: elección, funcionamiento, duración de los mandatos, capacidad de decisión y de no revocación de sus dictámenes, etc… Todas ellas, cuestiones de perfeccionar notoriamente en el caso español y más concretamente en el regulador energético.

En el momento que comenzó esta polémica, estaba pendiente resolver la composición de varios órganos colegiados, Consejo General del Poder Judicial, Tribunal Constitucional y la Comisión Nacional de Energía. Órganos que han ido degradándose hasta llegar al paroxismo, forjando una crisis del “institucionalismo” en España y del que acaba de resolverse en primera instancia, y a su manera, el caso del CGPJ, quedando pendiente y en el interinato la renovación de varios miembros del consejo de la Comisión Nacional de Energía, prolongados en su mandato ya durante cuatro meses, siendo este mismo Consejo el que afrontará nuevas decisiones en lo que se refiere a las operaciones corporativas en el sector.

Como se pueden imaginar una cuestión que es clave es la selección de los miembros de estos órganos reguladores y su número de miembros, para que sean organismos ágiles, ejecutivos y efectivos. Selección que debe realizarse desde unos principios de capacidad profesional, amplia experiencia en estos sectores, conocimiento más allá de lo académico, madurez y conocimiento de los sectores empresariales y de los comportamientos de los agentes de un sector, incluido de los modelos financieros en los que se desarrollan.

La garantía de los mismos en determinados países incluye, incluso que el gobierno presente “ternas” de candidatos que son presentados al Parlamento y que son oídos (“hearings”) por los representantes de la soberanía popular, quienes escrutan la capacidad y el “programa” de los aspirantes. Muy diferente, por tanto, a la forma en que empiezan a funcionar las agendas, se cobran favores o se otorgan estas posiciones hasta el momento, no exentos de cierto regateo. La segunda pieza es la definición de sus funciones algo que, en el caso de la Comisión Nacional de Energía ha contado con un proceso intercurrente: la sentencia del Tribunal de las Comunidades Europeas en lo que se refiere a la función 14 (ayer hablábamos de la “defunción» 14), algo que parece que si se va a recoger en la reforma del organismo, como ya se han hecho eco otros medios informativos.

Por tanto, es el momento de aprender las lecciones que ofrece el último proceso, el referido a la nueva composición del Consejo General del Poder Judicial. La noticia buena del mismo es que se ha logrado el acuerdo de los partidos políticos, es decir, que se ha buscado el consenso, lo que sería de muy desear en el caso de la CNE, dado el desprestigio en el que está sumida actualmente y cuya tarea de recuperación debe ser prioritaria, a la vista de la visión internacional que tienen los órganos de regulación españoles y el sector energético (se ha vuelto a hablar de riesgo regulatorio en los ámbitos financieros). Por tanto, las informaciones que apuntaban a un encuentro entre Miguel Sebastián y Cristóbal Montoro, para tratar en común esta cuestión, son más que razonables, necesarias.

El riesgo o la noticia mala en el caso del poder judicial es que fruto de ello se ha politizado fuertemente. Heredamos, por tanto, una muy nociva tendencia que es la de que consecuencia de las mayorías parlamentarias, la politización (entendida como ejercicio de partidismo) se traslada a todos los ámbitos de la vida y esfera civil: de las comunidades de regantes, las asociaciones de vecinos, del poder judicial o de la energía. Esperemos que se sepa conjurar este riesgo.

Queda una segunda línea que se ha hecho presente para tener en cuenta las futuras quinielas, además de los equilibrios políticos y territoriales entre partidos (recientemente se informaba que el PNV podría tener un puesto en el Consejo de la CNE) y es la cobertura de los que hoy se denominan cuotas en aplicación de los criterios de paridad en los Consejos. Ello nos aboca a pensar aquella frase que decía una feminista, activista de este movimiento, la de “se alcanzará la igualdad plena cuando haya una mujer inútil en un puesto relevante” señalando el extremo de que las mujeres tienen que demostrar mucho más que los hombres para conseguir posiciones importantes en la sociedad. Lo que cabe es que, para el bien del sector (es un momento muy delicado), para el bien de la economía (en plena crisis, debería ser un momento en que los representantes políticos se empeñasen en dar seriedad al funcionamiento e instituciones económicas), no se elijan ni a hombres, ni a mujeres inútiles para la responsabilidad de recuperar la credibilidad de la CNE. De todo ello, de los dos casos, tenemos suficientes ejemplos.

Del maná al pedrisco

El famoso informe del ácido bórico del sector energético tiene como trasfondo un contenido ideológico, que es la denominada presunta existencia de “beneficios caídos del cielo”, procedente de una visión estatalista del funcionamiento del sector energético, originario del Antiguo Régimen. Y decimos sector, porque lo que pretende un discurso así, es abolir el mercado como mecanismo de funcionamiento y asignación de recursos en el sector.

Para ello la crítica se ceba en que el mercado es “marginalista”. ¿Qué quiere decir eso? Que la última tecnología fija el precio que perciben todas las demás por los kilowatios generados. Y por su parte, a la vez, las tecnologías tienen unos costes, unas más altos y otras más bajos (nunca inexistentes, obviamente), dependiendo de muchos parámetros. Y, también cada tecnología tiene un papel en el mercado. Por ejemplo, la energía hidráulica tiene una utilización horaria muy baja (1.200 horas), dependiente de la meteorología y frente a otras que alcanzan las 8.000 horas. Se dice que es una tecnología que se utiliza para momentos “punta” de demanda.

Todos los mercados son marginalistas. Si ustedes intentan contratar un viaje a Barcelona desde que se inauguró el AVE, podrán encontrar ofertas de precio más baratas si se desplazan en el avión. Y, seguramente, ustedes no conocen el coste de un trayecto por viajero y medio de transporte (ni falta que hace, además de que dependerá de horarios y del tipo de avión, o de tren), porque cada tecnología tiene una “misión” en el sistema. Y, no se plantean si las compañías aéreas o Renfe tienen beneficios. Interesa que haya oferta y competencia para que bajen los precios de manera “natural”. Nadie tampoco puede dudar que el transporte es un servicio público, tiene un papel para el desarrollo de la sociedad y que está “regulado” administrativamente mediante un sistema lo suficientemente sofisticado de concesiones (eso no quiere decir que no requiera mejoras). Esa liberalización y mayor oferta produce beneficios para todos.

En la energía, sucede lo mismo, por ejemplo, con la extracción de petróleo. El precio del petróleo lo fija la última unidad vendida. Y es un hecho irrefutable que hay lugares dónde la extracción de petróleo cuesta un dólar y otros dónde la extracción de petróleo cuesta sesenta dólares. La oferta y la demanda van “señalando” que pozos es necesario abrir a la vista de su evolución. Cualquier intento diferente de mecanismo de determinación de precios, además de irreal, es inútil y baldío. En consecuencia, como ustedes se pueden imaginar uno no va al surtidor de gasolina y pide gasolina procedente del petróleo con menos costes. No vivimos en ese absurdo. En el caso de la electricidad, la indiferenciación del kilowatio es mucho más difícil todavía si se pretendiera.

Seguramente se pueden proferir mecanismos de justicia distributiva para evidenciar que tal medio de transporte gana más por trayecto que otro. O que en tal país o en tal pozo se gana más que en otro. Pero, la verdad, es que gracias a la oferta de los que tienen pocos costes y a la lucha de tecnologías, todos los operadores buscan maximizar su eficiencia, y en conjunto, se producen menores precios que si estuviera fijados los mismos por autoridad administrativa.

Ese es el pseudodebate absurdo generado por el informe de costes y precios de la Comisión Nacional de Energía. Se dice que hay tecnologías que “tienen menores costes” y que se benefician del precio que se forma en el mercado, porque les da “beneficios caídos del cielo (windfall profits)”. En eso, se señala a la energía hidráulica y a la nuclear. Todo ello salpimentado con suposiciones apriorísticas, información económica obviada o inexistente, incluso sin información comparativa de contraste, dado que el organismo no conoce ni los precios de los contratos de suministro de gas (tecnología que marca precios hoy en mercado y que, paradójicamente, roza la rentabilidad). Para ello vale todo, mezclar rentabilidad interna de las empresas con inversiones exteriores, contraviniendo cualquier razonamiento económico lógico.

Y, con su anómalo proceso de elaboración y transformación oficial (traslación de un artículo de un consejero en informe decorado por la Dirección de Regulación y santificación por el procedimiento de urgencia por la CNE), el informe ha supuesto una trampa fatal como lo fue el del ácido bórico. Trampa puesta al Ministerio de Industria que se ve abocado a aclarar que el Informe iría contra la propia Ley del Sector Eléctrico, además de constituirse en un serio cuestionamiento de la liberalización de los mercados y de las políticas de la Unión Europea. Por otra parte, trampa para la disposición de mecanismos de inversión que han conseguido que en los últimos años, nuestro país pasase de tener problemas de suministro a que crezca la potencia instalada en 23.000 MW, gracias al mercado. Todo ello con precios en el mercado semejantes a los europeos, con incremento de agentes ofertantes y competencia. Trampa contra la “abundancia” necesaria en los mercados y la necesidad de diversificación de la energía, que genera la mayor inversión y que provoca menores precios, menos emisiones, seguridad, garantía de suministro y bienestar social. Contra todo esto, sugerencia arbitraria de regulación de rentas, toma del frasco. Trampa que ha sido la muerte súbita y celular del propio organismo, arrostrado por sus comportamientos paradójicos, pasan de ser garantes de la legalidad vigente del mercado eléctrico a proponer su autodestrucción. Contra todo esto va ese informe.

La teoría regulatoria habla tanto de “windfall profits”, como de “windfall looses”. Es decir pérdidas caídas del cielo. Casi siempre estas pérdidas se relacionan con fenómenos adversos inesperados, la acción administrativa y del regulador. Por ello, las empresas españolas eléctricas (por cierto, altamente eficientes comparativamente con Europa) ante este panorama que ha generado su regulador (algo impensable en ningún país civilizado que masacra su sector) han sufrido los rigores de los mercados, la bolsa y los analistas internacionales, que han advertido la existencia de riesgos regulatorio provocado por una facción, los “retroprogresivos”. Tanto es así, que los elementos más razonables y de mayor experiencia del partido del gobierno se han desmarcado abiertamente de semejante barbaridad postcomunista y postfranquista.

En este sentido, el regulador, el consejo de Administración de la CNE, con la aprobación de este informe se ha convertido en el principal “windfall looses” del sector energético. Tirando piedras al cielo. Contra nuestro propio tejado. Pasar del maná divino al pedrisco devorador de las cosechas, el mercado y la inversión. El problema es que además de repercutir sobre las empresas, influye sobre la calidad y la solvencia económica de nuestro país, sobre el bienestar de la sociedad y sobre nuestra democracia.

La guardia mora y los retroprogresivos

La ‘vivificación’ de los modelos de organización del sector eléctrico procedentes del franquismo que se realiza en el Informe sobre Costes y Precios elaborado por la Comisión Nacional de Energía no deja de dar sustos. Se trata de uno de uno de esos informes en que el órgano tramitador (en este caso no fue ‘regulador’ sino que fue tramitador de los intereses retroprogresivos camuflados en un organismo independiente que debe defender el mercado) realiza su propio proceso de autodestrucción. El organismo que preside Maite Costa decidió acabar consigo mismo el día que admitió a trámite el informe elaborado en sus inmediaciones y decidió hacerlo suyo. Primero porque el propio contenido del informe acaba en el medio plazo con su propio papel.

Ahora ha sido la organización ecologista Greenpeace la que utiliza las conclusiones de ese estudio universitario-académico-regulatorio oportunista con la revisión tarifaria trimestral, revestido de dictamen para censurar las rentas de determinadas tecnologías por el hecho de que hay un mercado eléctrico en el que participan, concretamente las dos tecnologías no emisoras de dióxido de carbono. Curioso fenómeno éste en el que cuando hay carbono que distribuir se ‘sindica’ entre todas las tecnologías y cuando se propone intervenir (¡un órgano regulador de un país con un mercado liberalizado!) se ataca a las energías no emisoras de carbono.

Lo importante es señalar la existencia de una guardia pretoriana del intervencionismo en el sector eléctrico, procedente de la tradición más rancia del franquismo. Se trata del ya famoso grupo de retroprogresivos (retrogresivo es una denominación de Salvador Pániker). Retro porque significa volver a un pasado anhelante de determinación de la retribución en función de los costes declarados, más un interés decidido administrativamente (lo que implica que compensa subir los costes declarados y no ser eficientes) y, en paralelo, el arbitrismo, porque la renta regulada se determina graciosamente por la vía del BOE y el poder de la administración (algo mucho más predecible, que el mercado, aunque de consecuencias petrificadoras en el largo plazo). Del pretérito y de la guerra de África, porque es más fácil vivir del pasado que gestionar un presente.

Progresivos porque para ello se incorporan valores ‘progres’ aunque manipulados: intervencionismo, sector público a la más antigua usanza, rentas reguladas, justicia social, Dios, patria y pan. Es decir, se puede ser más condescendiente con la forma de declarar los costes que tienen los monopolios, que la que tienen las empresas privadas (veáse las previsiones de incremento de beneficios de nuestro benefactor Red Eléctrica en términos de EBITDA, contra la tarifa y todo regulado, blanco sobre negro, of course). Para eso están unas y otras, sobre todo en un modelo pseudocomunista, que es el punto nacional socialista que también, como todos los extremos, se tocan.

Otra cercanía con el tardofranquismo, el comportamiento ante un shock de precios energéticos. Aportando coartadas para no hacer lo que nuestra economía debe hacer. Buscando mecanismos para subvertir y administrar los costes de la energía por la vía administrativa. Aplazando el impacto vía reducción de la inversión futura o embalsando costes para los consumidores futuros o ideando modelos de expropiación por motivos ideológicos.

La guardia mora de Franco tenía su importancia por su procedencia (externa al sistema, en este caso al sectores empresarial), por haberse configurado como una vía lateral a la de los propios ejércitos patrios. Reúne todas las características de la defensa del pasado: un anacronismo, una visión que pertrecha a un país del funcionamiento normalizado, moderno y abierto, la sustitución del comportamiento de los agentes en los mercados por la generación de la inseguridad jurídica y de la inestabilidad regulatoria, como han venido denunciando los analistas y mercados financieros dentro y fuera del país.

La guardia mora instalada en los aledaños de las instituciones del mercado eléctrico puede aprobar normas o anatemas que nos recuerdan el pasado, un ‘revival’ del Marco Legal Estable, la intervención en los mercados, de la regulación de los precios, del establecimiento de las rentas reguladas. Nada que huela a mercado, a libertad. Sólo a la guardia mora, como retén de ese pasado y que es un mecanismo «de confianza» de una dictadura (intervencionista como todas).

La guardia mora de la energía, los retroprogresivos podrían ir contra el mercado eléctrico y contra el código de la circulación, en el caso de que no estableciera las rentas que debe percibir cada empresa o cada automovilista y como las multas deben afectar a unos o a otros. Para que las empresas y los agentes económicos actúen como los animales del zoo sometidos a su jaula.

¿Crucifixión o harakiri?

Cuando se habla de los órganos reguladores independientes, en el caso de la Comisión Nacional de Energía, se venía presentando la situación del organismo como un ejercicio de ‘sadismo’ por parte del regulador principal, esto es por el Ministerio de Industria. Así, el Consejo de Administración de la Comisión Nacional de Energía, en varias ocasiones (no tantas, son muy concretas en las que ha ocurrido algo así) remitió sus propuestas contrarias a las intenciones gubernamentales, al anterior Secretario General de Energía, Ignasi Nieto, para que fueran posteriormente laceradas por la autoridad competente en la fase de revisión administrativa.

Por otra parte, es constante que aparezcan llamadas de expertos en los medios de comunicación a que la Comisión Nacional de Energía sea la ultima instancia administrativa en las competencias y proceso regulatorio que les compete a que sea un organismo independiente. Un ejemplo de ello, son las propias tarifas eléctricas, en cuyo proceso de liberalización y de administración la propia Comisión Europea reclama el papel de un órgano verdaderamente independiente (en un contexto de mercado real y de liberalización, obviamente). Desde el punto de vista formal, sería una cuestión clave para que no sean remocionadas sus decisiones por una instancia superior del aparato de la Administración o del Gobierno.

Pero un escenario así, simplista no recoge la realidad actual del organismo y dibuja una situación maniquea, que además podría interpretarse en clave de ejercicio de poder del fuerte frente al débil. Algo que incluso podría inducir a una cierta conmiseración o una mirada indulgente sobre la deriva regulatoria en la que se adentrado desde que comenzó esta última etapa tan pintoresca. Pero no es así, la situación de la Comisión Nacional de Energía hoy en términos de prestigio institucional (o mejor dicho de desprestigio), es obra directa de sus propias actuaciones. Lo que tampoco implica que la autoridad competente no abuse y conozca al dedillo las debilidades de este órgano regulador de forma que hurga en sus entrañas con enorme facilidad. Por tanto, si el dilema es que la Comisión Nacional es asesinada o se suicida para prestar servicios a la ‘causa’, parece que hay que optar por el harakiri. Pero no un harakiri de honor como sería el caso de los samuráis japoneses, sino una auto inmolación derivada de las relaciones peligrosas con la superioridad.

Sólo en un contexto como el español, donde los favores, las afinidades, la negociación y las amistades políticas obtienen como contraprestación la designación para un órgano regulador independiente (que tiene que velar del mercado), ha permitido que posiciones contrarias a la liberalización del sector, y al propio mercado, aniden dentro de él, como anida la cizaña. En consecuencia, el resultado es que se pone a la zorra a cuidar de las gallinas. Y, claro, se las quiere comer, bajo la fórmula de o arraso en el sistema o arraso el sistema.

Pero el adefesio del informe sobre precios y costes en el sector eléctrico perpetrado por el regulador (un informe ideológico, dogmático, sin datos, camuflado desde lo más interno del organismo) ha dejado a la CNE en la picota más absoluta, tras otras actuaciones memorables de los mismos protagonistas como el papelón que realizó en la OPA de E.ON a Endesa. En pocos lugares del mundo, el regulador independiente, entre cuyos objetivos es velar por el buen funcionamiento del mercado, acaba cuestionando el mercado, criticando las consecuencias del marginalismo y generando una crisis de confianza institucional en el funcionamiento del sector, dentro y fuera del país, con graves consecuencias a todos los niveles financieros, empresariales y económicos. Todo ello, a la par que ejerce un modelo de supervisión y vigilancia del sector muy criticable (ora inexistente, ora en plan guerra preventiva mediante la difusión de anuncios de expedientes previos e informativos, como si fueran condenas sumarísimas, con el fin de amedrentar a las empresas). Un organismo así no puede dedicarse a ser el proveedor de ideología intervencionista oficial del Reino, por mucho que los sectores más retroprogresivos hayan aprovechado la entrada en la administración de un nuevo equipo para intentar inocular su particular forma de involucionar el sector.

Del mismo modo, en el plano interno, el informe ha puesto de manifiesto el profundo deterioro del funcionamiento del organismo. En las tarifas eléctricas, (ni en el gas, ni en nada), no intervienen los responsables de las áreas correspondientes, y en su lugar, la Dirección de Regulación y Competencia, una pieza organizativa diseñada para que sea ambidextra y, lo mismo valga para un roto, que para un descosido, suplante al resto de servicios especializados y ejerza de puente lejano y cercano con las autoridades “competentes”, y pueda recibir y trasladar consignas con enorme eficacia, participando (incluso haciendo suyos informes ajenos) en las campañas para cuestionar el mercado, las empresas, sus beneficios o sus operaciones corporativas de acuerdo con los designios de la superioridad.

La CNE, en este formato actual, con semejante historial, con el sector sometido a escándalo desde hace tres años, ya no puede hacer nada. No puede liderar nada o proponer nada, sólo puede esperar su liquidación expedita, al menos para que no haga más daño al sector energético y a la credibilidad de su funcionamiento con consecuencias en el medio plazo terribles para todos. Que se culmine el harakiri, que se certifique el fallecimiento, que se incineren sus restos.

Aquí yace la independencia.

Grave manipulación, graves consecuencias, grandes responsabilidades

El escándalo sobre la elaboración del informes sobre precios y costes de la energía publicado por la Comisión Nacional de Energía, crece por momentos y lleva el camino de devorar al organismo que preside Maite Costa, en un efecto ‘tsunami ‘de proporciones imprevisibles. Incluso aunque ayer la presidenta del organismo, desde Girona, quisiera volver a apuntarse a la teoría de que es necesaria una subida tarifaria, la cuestión tiene mucho más fondo de lo que parece, porque en realidad ataca a la esencia del funcionamiento de los mercados. De hecho, y aunque Costa hablase en su intervención antes los medios de comunicación ayer del déficit tarifario a las claras, no trató en ningún momento, la ‘Addenda”, la regalina: los informes aprobados por el Consejo del organismo, tras el proceloso proceso que tuvo lugar entre los días 13 y 20 de mayo. Podemos decir, que lo que dice está bien, pero que es tardío e incompleto.

Lo que pasa, es que tanto la carencia de análisis sobre el déficit tarifario (inclusive la ausencia del término) en el Informe que soporta la propuesta de subida de tarifas integrales del 11,3%, los dos párrafos que abrían la espita del cuestionamiento del mercado (precios, costes y ‘tarifa socializada”) y, finalmente, el informe “adosado” (y «adobado») a la propuesta de tarifas de la Comisión Nacional de Energía, constituyen un punto de no retorno en el comportamiento del regulador independiente, además de un anacronismo, impropio de una sociedad abierta y de mercado.

Por ello, en primer lugar, por más veces que se repita, no deja de sembrar de asombro de que un organismo regulador independiente, llamado a elaborar la propuesta de tarifas integrales para el tercer trimestre, se meta en una espiral que conduzca a añadir a su función estos “aderezos” que supone una crítica frontal al funcionamiento del mercado eléctrico. Se trata, probablemente, de la peor forma de ‘estrenar una función’ que debería servir para ‘estabilizar’ el funcionamiento de la Comisión Nacional de Energía y lo que hace es justo lo contrario, desestabilizar al regulador (más si cabe) e introducir al sector eléctrico en el túnel del tiempo.

En segundo lugar, una consecuencia, muy peligrosa en términos de credibilidad, a nivel interno y externo del organismo proviene de cómo se ha forzado la máquina para que salga a la luz este Informe. La utilización de una metodología de construcción de discurso de corte académico, sobre la base de supuestos y estimaciones, sin contar con datos exactos, económico-contables, fiables, conlleva una utilización torticera e intencional: no reducir el precio que surge en la casación de ofertas en la generación, sino modificar el acceso de determinadas tecnologías en su participación en el mercado, con el trasfondo de la denuncia pública y parcial de que las empresas se ‘lucran’ (una formulación demagógica y sencilla que no recoge la reducción de los resultados en el mercado nacional y la necesidad inversora futura), es un ejercicio de arbitrismo.

La ruptura, con el proceder de los servicios internos, el desplazamiento hacia la orilla del área eléctrica, tiene como resultado la pérdida de confianza y coloca en un falso plano de igualdad informes rigurosos y precisos (que los servicios del organismo realizan continuamente), con una ponencia, con formulaciones ideológicas, a la que se le pretende dar cobertura y legitimidad. Ello sin contar que el primer convidado de piedra en un akelarre de este porte, es el sector, las empresas, los regulados, puesto que el informe se ‘amasa’, se ‘adoba’ en la más pura clandestinidad y se difunde de la manera más exagerada. En conjunto, hay consecuencias de forzar el propio funcionamiento institucional de la Comisión Nacional de Energía, con un ponente que no ejerce de ponente, un consejero que suplanta al ponente y unos servicios que no ejercen de servicios técnicos. No vale.

Por otra parte, la Comisión Nacional de Energía, fruto de la aprobación de este informe, cuestiona el mercado eléctrico y proporciona argumentos falaces y muy inoportunos para abordar la reforma de la situación tarifaria acumulada, sataniza dos tecnologías con papeles muy diferentes en el mercado y refleja la falta de comprensión de un modelo liberalizado que, en ningún caso, se basa en determinar, por vía administrativa, unos costes para fijar unas rentabilidades como en los ‘viejos tiempos’. Las consecuencias más directas son las que se derivan de la pérdida de una oportunidad para realizar el ajuste tarifario tanto tiempo aparcado, desenfoca al personal, con lo que genera un problema y no una solución.

En términos de consecuencias, primero está el aspecto institucional y europeo: fruto del Informe complementario, se retrocedería en la aplicación de las Directivas sobre el mercado en el sector energético. Del mismo modo, también se están apreciando consecuencias a nivel internacional en términos de credibilidad sobre nuestra economía y sobre el sector eléctrico: cada día son más abundantes los pronunciamientos y los informes de análisis de bancos de negocios que “cuestionan el cuestionamiento” porque no se creen lo que leen y lo que les llega de un país que hasta el momento estaba a la cabeza de Europa en el proceso de liberalización del sector energético y se sitúa en el debate sobre la involución.

Este informe ha pasado a la lista de oprobios del organismo antes y durante la época de Maite Costa: la actuación del gobierno popular en el caso de la fusión de Gas Natural e Iberdrola, abortada por motivos políticos con la elaboración de un ‘informe de último momento, el informe sobre la OPA de E.ON a Endesa, dónde también se incorporó una ponencia como observaciones y luego, este informe (¡ah, los informes, las ponencias!). De todo ello, se derivan responsabilidades. La principal, la de haber acabado con el organismo.

Época de cambios, cambio de época

En su ultima visista a España, el presidente de Ecuador, Rafael Correa utilizó una expresión en la que diferenciaba «época de cambios» o «cambio de época». La primera implica una modificación más o menos puntual de aspectos concretos de una realidad existente. La segunda implica la necesidad de cambiar completamente la forma de actuación.

Los acontecimientos que están deviniendo a partir del culebrón de las tarifas y el inexplicable informe complementario elaborado por la Dirección de Regulación de la Comisión Nacional de Energía, refrenado por su Consejo de Administración, vienen a poner de manifiesto un ejemplo de en dónde nos situamos en un momento nuevo en el ámbito de la energía y de la necesidad de abordar. A la elusión reiterada de antaño de la elevación de las tarifas, al convencimiento de que la situación económica y tarifaria era ya insostenible (una realidad incuestionada por los hechos), y al convencimiento de todos de que el déficit tarifario se había convertido en algo imparable y nefasto, se suma en estos momentos un documento tan distorsionador. Es decir hay una coincidiencia generalizada sobre el problema del déficit tarifario, menos en el informe de la Dirección de Regulación de la CNE para modificar las tarifas. Una propuesta de cambio de época, hacía el pasado de declarar costes y hacer ineficiente el sistema.

Quizá quedaba como articular un plan, más o menos serio, más o menos coherente, más o menos consensuado, con análisis de las partidas de la electricidad, de los plazos de pago, etc… Lo que se denomina una negociación latina. Eso ya era un cambio del modelo en sí, en la medida que hasta el momento se venía ocultando el problema. Lo paradójico es que debería haberse tratado de ajustes, sin cambiar un modelo, que por cierto ha sido positivo y muy beneficioso en términos de inversión y de garantía de suministro para el país.

Por ello, en primer lugar, las empresas eléctricas deciden que no van a soportar el tormento regulatorio, la inestabilidad y los ataques, de la ultima temporada, acompañado de las campañas desarrolladas por los sectores más involucionistas del mercado eléctrico. La unión en el sector eléctrico se ha concitado sobre la base de una actuación bastante torpe en el ámbito regulatorio. Previamente se había producido otro cambio, el Consejo de la Comisión Nacional de la Energía que “estrenaba funciones” con su nuevo papel en la fijación de tarifas y había decidido corregirlas y aumentarlas, con un informe para criticar el funcionamiento del mercado, surgido de no se sabe dónde. En concreto, contra el mercado marginalista ¿Es que hay otros tipos de mercado? Adicionalmente una buena dosis de fustigamiento mediático, orquestada desde sus equipos proximales, lo que conformaría una combinación adecuada de amedrentamiento sectorial. La máquina había vuelto a quedar engrasada, con los ‘viejos modos’ y una nueva tela de araña de inspiradores intelectuales, documentos académicos, apoyo de los servicios técnicos de la Comisión (sobre todo los procedentes del equipo anterior)

Todo ello, gracias a los sectores más intervencionistas del sector energético que, apostados en las inmediaciones de la Administración, esperan concienzudamente su momento para hacer llegar, un modelo que es la vuelta al pasado por la vía pseudoprogresista, la intervención del mercado, el meter mano en la tarifa selectivamente, continuando utilizando un esquema frentista y demagógico. Poco análisis de que es lo que establece la Comisión Europea sobre la liberalización de los mercados eléctricos, poco análisis financiero y de los mercados, y poco análisis sobre las consecuencias inversoras de una cuestión así. Algún día habrá que descubrir cómo y porqué se larvó un enfoque en un momento tan inicial de la legislatura. Dónde están los eslabones perdidos y como Maite Costa acaba en un jardín de proporciones devastadoras.

Pero hay más cambios. Solbes ya no calla sobre la tarifa eléctrica como lo hacía durante la primera legislatura de Zapatero. Esta crisis seguramente abocará al Ministro de Industria, Miguel Sebastián, actualmente sumido en los rigores de la primera fase del cargo: inauguraciones y actos públicos, a informarse en profundidad del origen de estas propuestas, en eso tiene mucha más capacidad que su predecesor (y alguna buena muestra ha dado ya). Y a contrastar sobre las cabezas tractoras que han promovido un documento que es más que eso un Manifiesto, sin datos.

Más cambios, desaparece la Comisión Nacional del Mercado de Valores, para transformarse en Comisión Nacional de Servicios Financieros. Y, miren, la Comisión Nacional de Energía, ahí a dos días de su “renovación”. ¿O mejor de una refundación necesaria? Este escándalo ha vuelto abrir las costuras de este organismo, su composición, su utilización, su ‘indepedencia’, la utilización de sus expedientes e informes como ‘hooligans’ del sistema que tienen que preservar (eso si, sin actuaciones de supervisión, sólo mediante ideología), su profesionalización, su necesidad de normalización, para evitar propuestas que, en sí, suponen la ausencia de necesidad del propio regulador. ¿Con precios regulados por tecnologías para qué hace falta regulador independiente?

Lo que está claro es que la situación ha llegado a un punto de no retorno. Es bonito. En esto ultimo se precisa un cambio de época.

Otra vez

La caída de un cable propiedad de Red Eléctrica de España sobre las autopistas de entrada y salida de Barcelona, provocando un monumental atasco en las entradas y salidas de Barcelona, es un incidente gravísimo del que se deben realizar un análisis completo y sacar consecuencias de medio y largo plazo, además de las que preceptivamente se determinen en el informe y en la investigación que ya ha solicitado el Ayuntamiento de Barcelona. Resulta inconcebible la realización de estos trabajos en día laborable, a la luz del día y coincidiendo con una salida de fin de semana de los ciudadanos barceloneses.

Pero hay más. Esta actuación sería imposible para cualquier empresa distribuidora que, de forma más que razonable, se le requiere para que haga este tipo de tareas por la noche y con un número de cautelas muy superiores a las que ha tomado el operador de sistema y de transporte, en su acción combinada para la ocasión. Como todo el mundo sabe, y más si cabe, desde la reforma de la Ley del Sector Eléctrico, ocurrida este verano, se ha consolidado un monopolio de facto en el transporte de electricidad. Lo que unido a ser la responsable de operación del sistema, constituye una pinza de proporciones considerables para los agentes, un poder dentro del poder.

Así, desde la Dirección de Operación del sistema, tan estricta con las empresas y tan defensora de la seguridad de suministro, hace la vista gorda, con el comportamiento de su transportista, de la transportista. Dos actividades que tendrían que estar completamente separadas, para evitar estas tentaciones. ¿Dónde están esas denominadas “murallas chinas”, separaciones nítidas e infranqueables en la teoría de la organización del sector eléctrico que se reclaman desde todas las instancias?

Por tanto, fruto de esta nueva controversia, las autoridades catalanas tienen una nueva controversia en torno a Red Eléctrica de España y, nuevamente, en un momento político delicado en las relaciones entre el PSOE y el PSC. A las dificultades que los responsables del Ayuntamiento y Generalitat tuvieron para lidiar con el apagón del año pasado, el retraso en la reconstrucción de la central de Maragall, incendiada en aquel momento, los incidentes registrados en la red de transporte en el mes de marzo, se une esta chapuza que pese a los riesgos, no tuvo consecuencias en términos de suministro o víctimas. Todo ello, convenientemente moderado, suavizado, para evitar incomodar las posturas ideológicas alimentadas desde REE. O recordemos también los problemas en Vigo. ¿Y si no, quién recuerda las conclusiones de la Comisión Nacional de Energía referidas al apagón más grave de nuestra historia? Consecuencia: a Red Eléctrica se le modifica (a final de la legislatura) la retribución por la actividad de transporte.

La Generalitat y la Comisión Nacional de Energía tienen una nueva patata caliente, pues todo lo que suene al operador de sistema y transporte le es precedido de un halo de reverencia, una especie de salvoconducto, que no se sabe si es fruto de la relación del Presidente de Red Eléctrica con Moncloa, por su condición de ex Ministro, por el papel de nuestro TSO como tierra de promisión y acogida o por la influencia de varios de sus responsables en el comportamiento regulatorio y de la Administración.

Barcelona, otra vez. También es mala suerte. Esperamos que esta vez sepamos que pasó, con luz y taquígrafos, y tenga consecuencias racionales para la organización del sistema eléctrico.

(Coincide este incidente con el estreno en el Festival de Cannes de la película de Woody Allen Vicky Cristina Barcelona y con que el cantante norteamericano Bruce Sprignsteen –The Boss, del que Luis Atienza se confiesa ‘fan’- concluya su gira europea en la Ciudad Condal. Barcelona, no te rindas. No surrender.)