Época de cambios, cambio de época

En su ultima visista a España, el presidente de Ecuador, Rafael Correa utilizó una expresión en la que diferenciaba «época de cambios» o «cambio de época». La primera implica una modificación más o menos puntual de aspectos concretos de una realidad existente. La segunda implica la necesidad de cambiar completamente la forma de actuación.

Los acontecimientos que están deviniendo a partir del culebrón de las tarifas y el inexplicable informe complementario elaborado por la Dirección de Regulación de la Comisión Nacional de Energía, refrenado por su Consejo de Administración, vienen a poner de manifiesto un ejemplo de en dónde nos situamos en un momento nuevo en el ámbito de la energía y de la necesidad de abordar. A la elusión reiterada de antaño de la elevación de las tarifas, al convencimiento de que la situación económica y tarifaria era ya insostenible (una realidad incuestionada por los hechos), y al convencimiento de todos de que el déficit tarifario se había convertido en algo imparable y nefasto, se suma en estos momentos un documento tan distorsionador. Es decir hay una coincidiencia generalizada sobre el problema del déficit tarifario, menos en el informe de la Dirección de Regulación de la CNE para modificar las tarifas. Una propuesta de cambio de época, hacía el pasado de declarar costes y hacer ineficiente el sistema.

Quizá quedaba como articular un plan, más o menos serio, más o menos coherente, más o menos consensuado, con análisis de las partidas de la electricidad, de los plazos de pago, etc… Lo que se denomina una negociación latina. Eso ya era un cambio del modelo en sí, en la medida que hasta el momento se venía ocultando el problema. Lo paradójico es que debería haberse tratado de ajustes, sin cambiar un modelo, que por cierto ha sido positivo y muy beneficioso en términos de inversión y de garantía de suministro para el país.

Por ello, en primer lugar, las empresas eléctricas deciden que no van a soportar el tormento regulatorio, la inestabilidad y los ataques, de la ultima temporada, acompañado de las campañas desarrolladas por los sectores más involucionistas del mercado eléctrico. La unión en el sector eléctrico se ha concitado sobre la base de una actuación bastante torpe en el ámbito regulatorio. Previamente se había producido otro cambio, el Consejo de la Comisión Nacional de la Energía que “estrenaba funciones” con su nuevo papel en la fijación de tarifas y había decidido corregirlas y aumentarlas, con un informe para criticar el funcionamiento del mercado, surgido de no se sabe dónde. En concreto, contra el mercado marginalista ¿Es que hay otros tipos de mercado? Adicionalmente una buena dosis de fustigamiento mediático, orquestada desde sus equipos proximales, lo que conformaría una combinación adecuada de amedrentamiento sectorial. La máquina había vuelto a quedar engrasada, con los ‘viejos modos’ y una nueva tela de araña de inspiradores intelectuales, documentos académicos, apoyo de los servicios técnicos de la Comisión (sobre todo los procedentes del equipo anterior)

Todo ello, gracias a los sectores más intervencionistas del sector energético que, apostados en las inmediaciones de la Administración, esperan concienzudamente su momento para hacer llegar, un modelo que es la vuelta al pasado por la vía pseudoprogresista, la intervención del mercado, el meter mano en la tarifa selectivamente, continuando utilizando un esquema frentista y demagógico. Poco análisis de que es lo que establece la Comisión Europea sobre la liberalización de los mercados eléctricos, poco análisis financiero y de los mercados, y poco análisis sobre las consecuencias inversoras de una cuestión así. Algún día habrá que descubrir cómo y porqué se larvó un enfoque en un momento tan inicial de la legislatura. Dónde están los eslabones perdidos y como Maite Costa acaba en un jardín de proporciones devastadoras.

Pero hay más cambios. Solbes ya no calla sobre la tarifa eléctrica como lo hacía durante la primera legislatura de Zapatero. Esta crisis seguramente abocará al Ministro de Industria, Miguel Sebastián, actualmente sumido en los rigores de la primera fase del cargo: inauguraciones y actos públicos, a informarse en profundidad del origen de estas propuestas, en eso tiene mucha más capacidad que su predecesor (y alguna buena muestra ha dado ya). Y a contrastar sobre las cabezas tractoras que han promovido un documento que es más que eso un Manifiesto, sin datos.

Más cambios, desaparece la Comisión Nacional del Mercado de Valores, para transformarse en Comisión Nacional de Servicios Financieros. Y, miren, la Comisión Nacional de Energía, ahí a dos días de su “renovación”. ¿O mejor de una refundación necesaria? Este escándalo ha vuelto abrir las costuras de este organismo, su composición, su utilización, su ‘indepedencia’, la utilización de sus expedientes e informes como ‘hooligans’ del sistema que tienen que preservar (eso si, sin actuaciones de supervisión, sólo mediante ideología), su profesionalización, su necesidad de normalización, para evitar propuestas que, en sí, suponen la ausencia de necesidad del propio regulador. ¿Con precios regulados por tecnologías para qué hace falta regulador independiente?

Lo que está claro es que la situación ha llegado a un punto de no retorno. Es bonito. En esto ultimo se precisa un cambio de época.

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