Es obligado que el último artículo del resumen del curso trate de la decisión del Presidente del Gobierno de cerrar la Central Nuclear de Garoña. Decisión que, al final, ha traído más de un quebradero de cabeza en Moncloa, en la medida que la opinión pública se ha ido dado cuenta que las razones de este cierre evidenciaban una indigencia intelectual, carencia de análisis económico y una obsesión ideológica que requería una coartada política y discurso defensivo u ofensivo. Y, luego, vinieron los motivos (razones y motivos son cosas diferentes), algo mucho más coyuntural, en los cuales tampoco hubo especial acierto ni por los “spin doctor” de Moncloa, ni las varias apariciones del Presidente del Gobierno en las que se utilizaban datos erróneos, falsos o falaces directamente, lo que afectó directamente a la credibilidad del emisor (la entrevista de Cuatro, en respuesta a la que hizo Felipe González fue, sencillamente, un despropósito).
Lo que sí parece claro es que el hoyo en el que se ha precipitado la imagen del Presidente del Gobierno en el plano económico, es de imposible recuperación y los fuegos de artificio de otras propuestas de corte ideológico empiezan a inquietar nerviosamente en el Partido Socialista, por la radicalidad del equipo. Lo que lleva a una sensación de cruzar los dedos y a una zozobra entre los socialistas militantes que observan que la sociedad ya no recibe las invectivas y la polarización de Zapatero con aplauso y que el guerracivilismo tiene un límite. Y Garoña ha representado un nuevo escándalo en este sentido destinado a un modelo de izquierda y progresía que se ha ido formando en la medida que nuestro país vivía la ensoñación del ladrillo y sus efectos enriquecedores: “el pijoprogre”. Políticamente correcto, que no se mancha las manos de tinta, enrollado, enemigo del todo lo que tenga algún matiz peyorativo y feo, pseudonórdico en los derechos (aunque no en las obligaciones), inconsciente de las necesidades industriales y de funcionamiento de la sociedad, poco preocupado con los costes de los cosas, acreedor de todos los ismos posibles (ecologismo, pacifismo,…), con un enfoque antiempresa y mercado de nuevo cuño, “cool” y de moda, bastante “guay” y “sobrao”, defensor de que todo sea público (por tanto, contrario a lo privado) y de que “alguien (en genérico) se ocupe de cada cosa” y, consecuentemente, en lo económico no se ha hecho consciente de que el momento y las consecuencias de las decisiones económicas deben volver a la ortodoxia.
La operación “cierre de Garoña”se había programado en Moncloa mediante la elaboración (apresurada), de un encargo torpe que el obediente Jesús Caldera ejecutó desde la Fundación Alternativas. Un Informe que era “la insoportable levedad del ser”, o al menos del ser económico al que nos referimos y del ser energético. Poco análisis de los problemas energéticos por la vía de la ortodoxia: seguridad y garantía de suministro, dependencia energética, sostenibilidad económica, sostenibilidad medioambiental. El análisis y diagnóstico energético de España se había sostenido por una tenue ideología amable y “cool”. Un Informe que abogaba por un mix energético seráfico y proponía el cierre completo de todo el parque nuclear español, algo que se paliaba, cómo no, con el presupuesto y primas a las renovables . La precipitación, en todo caso del informe, y las bajas de los expertos llamados a certificar la parte económica han lastrado tanto su contenido, como el hecho de que nadie lo haya tomado como una referencia y todo el mundo cuando le preguntan al respecto (incluidos los renovables) dicen, “Dios mío, aparta de mí este cáliz”.
Zapatero, una vez comunicada la decisión de cierre de Garoña (la tomó bastante antes), tocó retreta y organizó de una forma más coherente su discurso previo y preparó en la Fundación Jaime Vera, junto con los jóvenes cachorros, un argumento sin contestación ni mácula que recordaba en ciertos delirios la retórica chavista. Primero, el amarre a la literalidad del programa electoral, ferro contrato, interpretado por los popes, (que no de gobierno) del Partido Socialista (en el contrato con los ciudadanos figuraba el pleno empleo y, al parecer, el Presidente no va a cumplir, junto a otras promesas de distintos alcance). Segundo, una satanización de las empresas que ya empieza a formar parte del discurso del Presidente (preparación de un tono que se ha acentuado e inflamado salvajemente con la ruptura irresponsable del diálogo social). Tercero, la incorporación del argumento retroprogresivo de la rentabilidad de la energía nuclear por sus bajos costes (lo que en realidad, y leído al revés, es un bumerán si todo el mundo conociera que gracias a eso baja el precio de la electricidad para los ciudadanos, es decir, que afecta a la factura y al bolsillo). Y, finalmente, hizo un canto a las renovables por su capacidad primero de “distribuir riqueza” y por tanto de poner al intervencionismo en su sitio: dado que permite a los estatalistas decidir quién tiene derecho a la subvención. Como tiene que ser.
Después hizo una utilización/apropiación indebida de los argumentos medioambientales (a lo Leire Pajín), pese que hasta el fundador de Greenpeace se encargó de desmontar el argumento y la ONU centró el problema medioambiental en el cambio climático. La energía nuclear es una tecnología no contaminante, no emisora de CO2, lo que lleva a que la sustitución de Garoña se tiene que realizar en un primer momento y cuando no haya condiciones metereológicas para generación renovable, mediante tecnologías emisoras de carbono (carbón, gas, fuel). Consecuencia: la decisión va a ser negativa y perjudicial desde el punto de vista económico y medioambiental, pero en todo el entorno monclovita se ha hecho un esfuerzo para convencerse de que, a fuerza de repetirlo, la idea es la contraria.
Y, a partir de ahí, ha venido el segundo eje de actuación política, el segundo mensaje oportunista: oponer de forma interesada nuclear a renovables, cuando los mix energéticos que propone la Unión Europea y Estados Unidos, se centran precisamente en combinar estas tecnologías. Volvemos a lateralizarnos, y por motivos estrictamente ideológicos.
Y, finalmente, en toda esta precipitación está la preocupación por parte de los municipios de la zona, la preocupación por el empleo, por la riqueza, que se han visto solventados en el discurso, con la promesa de un etéreo y también precipitado Plan (el plan de Zorita ha sido un verdadero fracaso) y con un Parador Nacional, como con Franco (un amigo de Zapatero, leonés, está al frente de esta empresa pseudopública y ha salido al quite).
En todo esto, no han dolido prendas en romper varias cosas de la vajilla: la primera la confianza institucional. La decisión de cierre de Garoña se toma en contra del Informe del Consejo de Seguridad Nuclear, organismo técnico muy solvente y riguroso que ha visto enmendada la plana por los opinadores y por todos aquellos a los que ha dado pábulo el entorno monclovita. Se toma también en contra de argumentos referidos a la seguridad jurídica y de la inversión, dado que la legislación establece que la decisión de la vida útil de la central depende de motivos estrictamente técnicos. Segundo: el deterioro de la calidad del mix energético español (concepto que debería haber sido clave en esta decisión y en la determinación calvinista de Zapatero con la energía nuclear) que tiene efectos sobre la dependencia energética, la seguridad de suministro, la tarifa y la competitividad del país.
Y finalmente, en toda esta discusión se ha querido utilizar un argumento escaso intelectualmente, que gravita en torno al concepto de “vida” de la central. En un principio, se trataba de la vida de diseño de la central (es decir, del período de vida de la instalación cuando se construyó y se puso en funcionamiento). A partir de ahí, en función del uso de la misma, de las condiciones de utilización, de las inversiones y mejoras, se puede y se debe prolongar su vida útil, por encima de los 40 años de vida técnica de diseño. Por tanto, la vida útil de la central ya se había elevado y sería un despilfarro decidir su cierre por motivos ideológicos.
Zapatero comunicó la decisión por persona interpuesta. Y fueron los Ministros de Trabajo y de Industria, Celestino Corbacho y Miguel Sebastián los que tuvieron que hacer pública esta decisión. El Ministro de Industria tendrá que salir a explicar esta decisión mañana en el Parlamento, además de elaborar un catálogo de pretextos para justificar la decisión, en la orden ministerial, como obliga la ley al Gobierno cuando actúa de forma contraria a las instituciones energéticas.
Zapatero, crecientemente cesarista, abandonando su talante hacia posiciones mucho más beligerantes políticamente, cogió su fusil contra Garoña, contra las empresas y sus trabajadores, contra la creación y distribución de la riqueza. Y en ese afán por polarizar a la sociedad española (en un momento peligroso), por cambiar el rumbo de la historia, decidirlo todo y convertirse en el alfa y omega del Ejecutivo, tomó una decisión sólo entendible desde el punto de vista ideológico. Ha introducido serías dudas sobre la capacidad de toma de decisiones de Estado y de Gobierno del Presidente y ha estropeado el funcionamiento racional de una democracia que era pragmática, realista y moderna.
Hasta ahora.