30 monedas de plata

Un anuncio que deja al Gobierno oportunamente colocado antes del proceso electoral de las europeas, pero que no oculta que esta refacturación es consecuencia directa de un aquelarre político del que han salido profundamente erosionados el sistema de las instituciones económicas españolas (con la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia en primera línea) y el propio Ejecutivo, debido a su comportamiento ante los mercados internacionales y las organismos europeos.

Por tanto, los consumidores recibirán una devolución en su factura eléctrica de 40 euros de media antes del mes de septiembre, debido a la diferencia entre el precio fijado administrativamente y el resultante en el mercado mayorista durante el primer trimestre del año, en unas condiciones anómalas de extraordinaria hidraulicidad y eolicidad, que han deprimido los precios, y que se une al exceso de oferta.

Las preguntas son múltiples en la época de la comunicación instantánea, de la república independiente de Twitter, de la adopción apresurada de técnicas trepidantes de comunicación política y de la desmemoria selectiva. Sobre todo teniendo en cuenta una cláusula de salvaguardia gubernamental: la existencia de la caja negra, es decir, la conformación de la tarifa eléctrica, de la factura, cómo método de compensación, en el que se incluyen y retribuyen conceptos ajenos a la electricidad y al propio suministro, desde la política medioambiental a la política de cohesión territorial.

Una emulsión que hasta ahora había proporcionado una extraordinaria capacidad de manipulación y viscosidad en la comunicación alrededor de un suministro viciado en el último vestigio de los precios regulados; la facturación del consumo es realizada por unos agentes, empresariales y económicos, diferentes a los perceptores de los ingresos que en ella se determinan. En todo caso, quizá el hecho más relevante de todo este proceso a nivel comunicacional, es que se haya hecho pública con claridad meridiana la composición de la factura, lo que complica enormemente las actuaciones comunicativas basadas en ese ejercicio de confusión y juego de espejos.

Pero vayamos a las cuestiones que esta situación suscita. La primera pregunta, claramente, tiene que ver con la deuda acumulada, es decir, con el voluminoso déficit tarifario existente. ¿Hubiera sido razonable que estos 40 euros de devolución hubieran ido destinados a reducir esta deuda y, por tanto, los costes regulados a futuro, incluyendo la rebaja en el coste de la financiación del mismo? ¿Qué pensará la Unión Europea de esta simpática medida? ¿Y de toda esta tumultuosa actuación, con anulación de la subasta incluida, para acabar aquí? E incidiendo en el tema: ¿Qué piensan las instituciones europeas de la tendencia a la heterodoxia regulatoria para, en el fondo, seguir acostumbrados al endeudamiento en el suministro, incluyendo ahora en el sector gasista?

La segunda batería de preguntas es, posiblemente, más inquietante y hay que planteársela al futuro, cruzando los dedos. ¿Qué hubiera pasado, si el mercado se hubiera comportado de otra forma, por el motivo o motivos que fuera, tan anómalos desde el punto de vista de demanda, exceso de capacidad combinados con la eolicidad e hidraulicidad de este trimestre? ¿Resistiría el Ministro la tentación de intervenir en este caso el mercado mayorista, por una vía o por otra, mediante cualquier otra medida? ¿Dudaría el actual Ejecutivo o el ministro en volver a sembrar dudas y realizar conjeturas como hizo con las subastas aprovechando el olvido y la desmemoria? ¿Cómo va a gestionar la propaganda y demagogia oficial la volatilidad inherente a un mercado, ante subidas y oscilaciones lógicas, en beneficio y ocultación de la escalada de costes regulados?

Treinta monedas de plata fue el precio de una traición bíblica, concretamente, lo que cobró Judas Iscariote por traicionar a Jesucristo. Cuarenta euros de devolución a los consumidores dirigidos a confundir, temerariamente, a la sociedad. Por eso, el Gobierno y el ministro precisan de un argumentario para tertulianos afines. Veremos cómo lo van actualizando trimestre a trimestre.

La recusación de Marín Quemada

Estos son debates doctrinales, capitales, nucleares en referencia a estos órganos de larga tradición continental, y la forma de solventarlos en términos comparados internacionales ha contribuido a que estos órganos reguladores independientes formen parte del esquema institucional en sociedades avanzadas, occidentales y con economías de mercado.

De hecho, el resultado de dicho debate ha configurado un acervo jurídico para la gobernanza económica en países de nuestro entorno y, por tanto, en sentido contrario, su ausencia o la instrumentalización de dichos órganos acaba en el cuestionamiento de las mismas instituciones y deriva en una insana prolongación del papel de la política en la vida económica, de los Gobiernos, que se hace extensiva a las relaciones económicas con un país y a su credibilidad.

En nuestro país, esto está resuelto de forma convulsa y azarosa, entendiendo los mismos como una prolongación del sistema de partidos existente en cada momento. Algo justificado en una expresión del tipo ¡para algo hemos ganado unas elecciones!. De esa concepción de la política, no dada en exceso a exquisiteces y sofisticaciones, se ha generado un caldo de cultivo compartido desde los supuestos expertos a los medios de comunicación partidistas, alineados en cada caso concreto con una fuerza política u otra.

Todas sus configuraciones desde que se les dio la cobertura en nuestro sistema constitucional, han ido, poco a poco, en el sentido del tobogán, dejándose a girones su prestigio, por errores propios e inducidos asumidos, hasta llegar al modelo paródico cristalizado en la actual Comisión Nacional de Competencia y Mercados (CNMC), metida torpemente de hoz y coz en todas las cruzadas electoralistas y de opinión pública del Ejecutivo actual (desde el precio de la banda ancha a la reforma eléctrica o los márgenes de las gasolinas, casualmente todas ellas dependientes del Ministerio de Industria, Energía y Turismo).

Con este marco mental genuino español, el casi recién nombrado presidente de CNMC, José María Marín Quemada, emitió unas, como poco, desgraciadas declaraciones en referencia a las retribuciones de las tecnologías renovables, en las que se mostraba comprensivo, cuando no, complaciente o tolerante con la existencia de riesgo regulatorio para las mismas. Declaraciones que, por un lado, evidenciaban su alineación con los intereses directos del Gobierno (es decir, dejaban patente su falta de neutralidad) y segundo, y para más inri, se producían con anterioridad a la evacuación del informe por parte de mencionado organismo.

En países con órganos reguladores verdaderamente independientes, un comportamiento así sería impensable, o hubiera supuesto un escándalo de proporciones enormes en el que habría caído fulminado sin vuelta atrás. Aquí, en cambio, se pervierte la naturaleza y la esencia del problema, e incluso se pretende generar un escándalo relativo a la evidente necesidad de inhibición del mismo en la posición del Consejo de la CNMC en la posición que se le solicita, dado que podría ser invocada esta reclamación por los agentes concernidos, en defensa de sus legítimos intereses.

Analizando esta situación podríamos decir que hay tres posibles orígenes de este comportamiento en la ejecutoria de Marín Quemada. El primero es un comportamiento de «inocencia» en el mal sentido, algo límbico derivado de la idea de «obediencia debida». Desposeído de un sentido de culpa claro, partiendo del punto de vista de política española respecto a las instituciones económicas, a la seguridad jurídica, estabilidad regulatoria y a los mercados, sus declaraciones fueron solamente un dejarse llevar sin atender a posibles consecuencias. Bajo esa visión simplificadora, la polémica generada, se trataría únicamente de una visión intencional conforme a los intereses de los propios y pérfidos agentes económicos, entrando en esa táctica gubernamental de acusar a los concernidos de tener intereses. En este modelo, todo se presenta en términos de «intereses» y de controversia entre los mismos y, por tanto, la pulcritud de los comportamientos institucionales es cosa menor.

El segundo factor podría ser derivado de la paulatina desprofesionalización y depauperización técnica que sufren estos organismos. Quiere decirse con la secuencia que se produce de esta teoría (un suponer) que sus servicios jurídicos, técnicos y de comunicación no asesoraran correctamente y de forma diligente al presidente, sobre lo que se puede decir y lo que no y los riesgos que conlleva, como agravante, tanto a nivel nacional, como internacional ante un conflicto jurídico o un arbitraje, una conducta pública de dichas características.

Y, el tercero en el orden de posibilidades, es que fuese directamente un problema de actitud, de aptitud, de talante y de capacidades, es decir de competencias, del propio que emite las declaraciones, en la medida que a) hiciera inobservancia de las indicaciones de sus servicios, b) que no se estudiase o no conozca con la precisión que exige el puesto el marco legal nacional e internacional de referencia relativo a su ámbito de regulación, c) que no las solicitase (una temeridad) o d) que, con todo lo anterior, entendiera que el papel de sus servicios jurídicos es el de una comparsa dentro de una organización diseñada como un atrezo, como un trampantojo vitriólico de un organismo independiente.

Y, de manera más apabullante, cabe la posibilidad de que se trate de una cuarta alternativa que es la combinación de las tres anteriores. Entonces, en realidad, nos encontraríamos con algo más que la recusación de facto de José María Marín Quemada en esta cuestión de referencia, tal y como se ha planteado. También, sería una recusación sobre el proceso de constitución de la CNMC, de su proceso de selección de sus consejeros, del propio presidente, de su organigrama y de un error de diseño institucional.

Porque en realidad, por la boca muere el pez, pero como afirmaba Camilo José Cela, empieza a pudrirse por los sesos.

Abrasión en la CNMC

El primero es la carencia de instituciones sólidas y consolidadas en pocos ámbitos de la vida pública, social y económica española. Las que existían, por sus propios comportamientos, se han ido desinflando y depauperando, sin mucha consciencia ni rubor. Las otras, merced a la utilización política y ejecutiva de cada Gobierno, incluyendo la puesta en la mirilla de la teledirección y de cooptación entre los afines y la incorporación de comisarios políticos (reproduciendo el mapa político-electoral de cada momento) que además se proponen hacer méritos derivados de sus actos, decisiones y declaraciones, han caído en el descrédito.

Lo segundo es que, sin perjuicio de lo anterior y una vez descontada la capacidad de generación de empleo y de oficina de colocación de estos órganos, los representantes de la política politizada de nuestro país no tienen el menor respeto por su papel equivalente en los países sajones, pasando de una mirada torva a una mirada directamente instrumental sin miramientos, para convertirlas en su servicio doméstico. Algo, que en el sector energético, tiene unos efectos especialmente perjudiciales.

Y, además, bajo la siempre presente amenaza de ser arrasadas por decisión del poder político, para crear sucesivos remedos irreconocibles de la situación precedente que, al final, han acabado degradándose hasta convertirse en inútiles para las funciones para las que están diseñadas en sociedades occidentales, avanzadas y europeas, en lo que se refiere a la regulación, supervisión, control y garantía de la competencia y buen funcionamiento de los sectores económicos en sociedades libres y de mercado, así como de la estabilidad regulatoria y la seguridad jurídica, equidistante del propio Gobierno (si es intervencionista) y de los propios agentes, en los casos de abuso de poder de mercado.

Lo cual ha llevado a que la propia legitimidad que se genera por la pervivencia en el tiempo, de la durabilidad del organismo y de la respetabilidad, como factor de consolidación, no haya existido nunca por ser imposible.

Además, esto también ha llevado, en especial en el caso de la energía, a que los propios agentes acaben inmersos en una batalla de unos contra otros (sabiendo la futilidad de la reclamación de la estabilidad regulatoria), en lugar de defendiendo la seguridad jurídica y la sociedad de mercado.

El caso de la andadura de la recién constituida Comisión Nacional de Competencia y Mercados, está siendo el enésimo episodio de este desgraciado transitar relativo a los órganos reguladores «independientes» como paradigma de este continuum displicente en nuestro país. Su desprestigio e irrelevancia en el mundo económico, nacional, internacional y europeo ya es patente, dado que nació desposeída de equilibrio y de respeto desde el minuto uno. Y, además, sus consecuencias para el sector energético son especialmente perjudiciales debido al escenario en que se desenvuelve.

Si a esto le unimos la propia ejecutoria de sus máximos responsables, presidente y vicepresidenta, tenemos el dibujo completo. De una parte, los excesos verbales de su presidente, cuyas declaraciones están tan sintonizadas con los objetivos políticos del actual Ejecutivo transformándose en correa de transmisión de las posiciones del propio Gobierno, como lo ha sido en la polémica por sus declaraciones en el caso de las renovables, en que habló de riesgo regulatorio, no como el presidente de un organismo encargado de que no exista, sino como un político del Gobierno.

Incluso, esto se ha producido por carencia o de forma deliberada en términos de consecuencias, con anterioridad a que el organismo evacúe el informe preceptivo solicitado por el Ejecutivo a proyectos normativos, algo que puede conducir a una recusación en toda regla o con la posibilidad de ser esgrimido en instancias judiciales europeas. De otra, también se ha manifestado en la relación directa con los propios agentes, que se han convertido en ejercicios de admoniciones y recriminaciones directas a los mismos, con poca templanza, equilibrio y neutralidad.

«Hay personas que tomaron decisiones empresariales con un boletín oficial en la mano sin entender que existe una cosa que es el riesgo regulatorio», Marín Quemada dixit.

Postdata. A nivel interno, la CNMC promueve el conocimiento de la existencia de otros organismos internacionales en su portal del empleado (intranet) con ocurrentes pasatiempos dirigidos a su equipo profesional que han levantado polvareda entre sus trabajadores.

Por otra parte, desde los órganos de representación de personal y comités de empresas de los antiguos órganos subsumidos en la nueva CNMC, denuncian el incumplimiento de los propios acuerdos contenidos en la negociación colectiva de las entidades precedentes. Tampoco hay seguridad jurídica a nivel interno, por lo visto.

Un final provisional y lógico

Problemas técnicos de adecuación de los sistemas informáticos y de facturación, estado del tendido e instalación de los contadores digitales, vulneración del principio de conocimiento de los precios previo a su consumo y, por qué no, la combinación con el comienzo del endiablado calendario electoral español, se habían acumulado alrededor de esta polémica medida. La politización de las cuestiones relativas al recibo de la luz, siempre opera (como «frame» o marco) y la medida, además, había logrado poner de acuerdo en su contra a consumidores con empresas.

Así, de hecho, tal y como anunciábamos en Energía Diario, el aplazamiento de dos meses en la aplicación del sistema inicialmente previsto era una medida que se apreciaba a todas luces insuficiente para sofocar toda suerte de problemas que generaba un método tan complejo, y por ello era necesario permanecer atentos a la espera de acontecimientos. La última palabra no estaba dicha y, de hecho, se confirma que observar algo implica que se modifica el hecho o el objeto observado.

Así, Industria ha decidido, finalmente, establecer un período transitorio que podría llegar a extenderse hasta 2018, cuando se completen las previsiones del calendario legal de tendido de los nuevos contadores digitales.

Lo que está claro es que si la totalidad de los consumidores no disponían de estos dispositivos, en primer lugar, se generaban discriminaciones y, en segundo lugar, se modificaba el propio comportamiento medio de los consumidores, por los que entraban a disponer de contador electrónico con telemedida y/o telegestión, abandonando los contadores analógicos. De hecho, a finales de 2014 la previsión es que se alcance el 34% del parque de contadores actual; una cuestión que también afecta al desarrollo de las denominadas smart grids y a la explotación de su utilidad.

Finalmente, Industria ha establecido un primer período transitorio, de un año aproximadamente, hasta que la Secretaría de Estado de Energía apruebe, a propuesta de la CNMC (que cuenta con dos meses para su elaboración) el procedimiento de validación y cierre de los datos de los contadores de telegestión y los protocolos de intercambio de información entre comercializadoras y distribuidoras, a partir del cual se abrirá un nuevo período de dos meses para la programación de los contadores digitales. Hasta ese momento la facturación se realizará de acuerdo a la estructura de precios horarios que defina Red Eléctrica de España.

En todo caso, esta primera medida podrá introducir mecanismos de educación para los consumidores relativos al aprovechamiento de los usos horarios y de eficiencia energética. Por otro lado, también ha sido inteligente su presentación y el hecho de que se revista esta rectificación de un cierto halo de diálogo, sin vencedores ni vencidos y del que esperemos que no siga el modelo un paso adelante y dos atrás, como en ocasiones pasadas. Se trata de un final provisional (un no final) que tendrá su continuación, siempre a la espera de una liberalización efectiva y completa.

Eso sí, el hecho de no abrir un melón más, con la situación abierta entre los distintos sectores y actividades, en relación a los preceptos incluidos en la reforma eléctrica, más los problemas emergentes subsiguientes (la insumisión de potencia) aconsejaba no azuzar nuevas polémicas ahora. Por el momento…

La inquietante idea del Pacto de Estado sobre la electricidad

Se inscribe este artículo en una corriente política de fondo que es el hecho de que la dinámica en España lleva a un posible gobierno de coalición entre las dos grandes fuerzas parlamentarias nacionales, Partido Popular y Partido Socialista Obrero Español, fruto de la liquidación, por errores propios del bipartidismo, prácticamente anticipada por la mayor parte de sondeos de voto. En ese «frame» es en el que hay que analizar la posibilidad actual de un Pacto de Estado sobre la electricidad.

Cualquiera puede apreciar que una de las vías más lógicas para abordar el problema eléctrico y del déficit tarifario en nuestro país sería a través de un Pacto de Estado. La necesidad de una estabilidad en la política energética y económica, de que el país no esté con la mirada torva de la inseguridad jurídica y regulatoria a nivel internacional, debería concitar a la responsabilidad más que al adanismo de que cada Administración, reniegue de la precedente de forma infantil.

Al mismo tiempo, el propio volumen del problema eléctrico, del déficit tarifario, de su impacto sobre los consumidores, de la responsabilidad de las políticas llevadas a cabo, la ideologización del problema, la politización interesada y la incapacidad para abordarlo con perspectiva de estado es un elemento cada vez más patente, además de la causa y consecuencia de muchos retrocesos, rectificaciones, fracasos y vueltas atrás. Como también lo es, la negación de la naturaleza y causa del déficit tarifario eléctrico, fundamentalmente, política.

Al mismo, existen voces cada vez más numerosas y provenientes desde distintos sectores económicos y con diferentes niveles desde autoridad e influencia que demandan un Pacto de Estado de la energía. El pasado domingo, en El País, Miguel Angel Noceda se hacía eco y organizaba argumentalmente los distintos y recientes llamamientos realizados desde organizaciones empresariales, CEOE, CEPYME y también desde asociaciones sectoriales en pos de un pacto de estado en materia energética y, en concreto, en referencia a la electricidad.

Lo que pasa es que una cuestión que se plantea con toda la lógica del mundo, el Pacto de Estado sobre la Energía, choca hoy con la realidad y con la dinámica política española, por una parte del partido de la oposición y por otra parte del Gobierno (además de la necesidad de garantizar la legalidad europea y la anuencia de los propios sectores concernidos).

Por tanto, cualquiera que evalúe esa posibilidad, debe darse cuenta de que para que exista un pacto de estado sería necesario que éste involucrase indefectiblemente al principal partido de la oposición, el Partido Socialista Obrero Español. Y, ese es hoy un primer y gran obstáculo, dado que en la actualidad nos encontraríamos, con una formación política que, en lo energético, ha ido derivando en una partido antisistema, que incluso se desmarca del mercado, de la liberalización y de las Directivas Europeas.

Las posiciones de Jorge Fabra y el colectivo retroprogresivo han ido llevando al huerto al PSOE para acabar siendo un partido en lo energético de corte peronista-radical, en lugar de ser una alternativa creíble de gobierno, con un enfoque socialdemócrata europeo y occidental (algo que además, conlleva el riesgo de hacerlo, irrelevante).

Por eso hemos podido leer como el Partido Socialista Obrero Español, niega el déficit tarifario acumulado, tanto el generado durante sus gobiernos como el de éste. Puede tratarse también de un mecanismo de defensa (la mejor defensa es un buen ataque) ante la forma de regular, administrar y esparcir costes regulados vía manguerazo dentro de la tarifa durante los últimos años y ahora mirar para otro lado.

Los socialistas requerían además de una fijación de un sistema intervenido de costes reconocidos por actividades de generación, enunciaban la vieja cantinela de la auditoría de costes sectoriales (negando la realidad de la información contable y financiera auditada) y aducían la existencia de un supuesto superávit tarifario de las fantasías teóricas aplicadas a los precios resultantes del mercado, como botín o plusvalía a distribuir.

Así, de la mano de Jorge Fabra Utray y sus ramificaciones, los socialistas plantean en la electricidad un modelo expropiatorio de redistribución de ingresos entre actividades energéticas determinado mediante un sistema de costes reconocidos de esencia falangista conducente a la retribución de cada actividad. Fijación de precios vía Junta Superior de Precios en perjuicio de la eficiencia conjunta de los mecanismos de mercado. Por tanto, el PSOE ha pasado, sin pudor ni ambages, a reclamar sistemas basados en el cálculo de costes y de costes reconocidos, sin mercado eléctrico, con retribución intervenida en todas las actividades del sistema eléctrico.

La factoría Fabra, sin ningún matiz (en anteriores programas económicos del Partido se habían decorado estas posiciones para hacerlas menos reconocibles) ha vendido, a los nuevos responsables económicos, energéticos y medioambientales del partido, toda una mercancía ideologizada en un país cuasi argentinizado, contrario al capitalismo, a la libre empresa y a los mercados.

Balance. De un lado tenemos a un PSOE que en lo energético entiende que la energía debe funcionar con un modelo intervenido más allá de los planes quinquenales, negando la globalización, los mercados y Europa. Zapaterismo en toda regla (¿qué pensará la inteligencia económica de los socialistas al partido al respecto?). Y del otro lado, el partido en el Gobierno, con Soria y Nadal al frente, ya ha manifestado que seguirá actuando de la misma manera, esto quiere decir sin diálogo, con ajustes de diseño genuino, mediante hechos consumados, con vis electoral y de opinión pública en cada momento, acusando a los agentes de tener intereses propios (¿?), distribuyendo discrecionalmente las medidas a los sectores, interpretando la razón de estado y el bien común de aquella manera y justificando la inexistencia de modelo energético.

¿Dónde puede estar el punto de encuentro entre populares y socialistas en lo eléctrico? ¿Algo a la búlgara? ¿Será España la próxima Argentina por unos políticos de perfil peronista en los dos partidos?

Permanezcan atentos a las pantallas

El anuncio de que el nuevo sistema de facturación se aplaza al menos dos meses era algo más que previsible y, probablemente, es el resultado lógico derivado de la improvisación con la que fue concebido. Ya decíamos la semana pasada que este compás de espera desde la presentación del mismo y el vapuleo evidente por parte de todos los agentes, empresas, distribuidoras, asociaciones, consumidores y mercados no podía acabar bien. Era palmario que algo tenía que suceder, pues el camino de poner en vigor un nuevo sistema de tal relevancia en este período, era inviable.

De hecho, el Gobierno, una vez conocido el informe de la CNMC, prometió enmendar las críticas que había recibido del superregulador y, lo cierto, es que el tiempo se le echaba encima para hacer un ajuste del ajuste a lo propuesto, antes de la revisión trimestral por el sistema que fuera. A eso, acompaña que, por condiciones meteorológicas y de oferta y demanda, el precio en el mercado ha sido muy bajo en estos dos meses, salvo repuntes ocasionales (lo que es cierto es que el mercado eléctrico español funciona y lo hace de forma muy eficiente) y, por eso, el mecanismo de intervención de precios dictaminado por Industria deja, por el momento, margen (el Precio Voluntario para el pequeño consumidor de 48,41 euros/MWh fijado por resolución de 31 de enero) si se tiene una visión cortoplacista.

Volviendo al sistema que se propone: posiblemente, contiene una definición matemática que cumple con todos los presupuestos del ‘álgebra de Boole». El cruce de los precios finales en el mercado con el consumo de cada hora por cada cliente (si se dispone de contador inteligente y si no con una estructura de consumo definida por REE), formando lo que en lenguaje matemático son las matrices («n» filas por «n» columnas). Su resultado será el componente de energía de la factura.

El objetivo fundamental del mismo era hacer desaparecer los mecanismos de cobertura de riesgos existentes en cualquier mercado al utilizar un ajuste perfecto y abaratar ese componente cuando eso se produzca y veremos qué puede ocurrir si todo evoluciona y se combina con la evolución de los costes de acceso crecientes. Sólo quedaría, para aquellos que se acogieran a las ofertas anuales, el hecho de que, a cambio de una estabilidad y predicibilidad de precios a medio plazo, pagarían un sobrecoste.

El sistema propuesto por el Ministerio de Industria ha concitado fuertes reacciones que van más allá de lo económico. La primera es el hecho de que en lugar de fijar un modelo competitivo y liberalizado de precios comprensible y conocido por los usuarios y clientes, se propone un sistema que incorpora fuertes dosis de variabilidad, incertidumbre y confusión por profusión.

La segunda es que los consumidores conocerán el precio una vez consumido, es decir, ex post. No podrán tomar decisiones sobre el mismo de antemano sobre consumo y eficiencia.

La tercera es la propia complejidad para los consumidores de su comprobación y verificación, lo que nos traerá en el futuro seguras polémicas. Las comparaciones con la propuesta de sistema de facturación del exministro Sebastián estaban servidas y han pasado a ser un juego de niños.

La cuarta es la variabilidad que tendrán en su factura en función de la distribución horaria de su consumo (lo que puede ser una sorpresa desagradable) existiendo traslados de cargas imprevisibles entre consumidores respecto a la situación actual.

La quinta es la dificultad de aplicación del sistema, la modificación de los sistemas de facturación y la extensión de los sistemas de telemedida y telegestión (contadores inteligentes), cuyas previsiones para final de 2014 no alcanzan al 35% del parque actual. De hecho, a nivel operativo, las empresas cifraban en un año el plazo para la adaptación de sus sistemas de facturación.

Todo ello deriva en un escenario muy turbulento, de gran incertidumbre, que incluso ha sido calificado de terrorífico. En todo caso, si el ajuste del nuevo sistema es ampliar el plazo de su puesta en operación en dos meses, es claramente insuficiente y todo indica que el espectáculo alrededor de esta cuestión seguirá abierto. Permanezcan atentos a las pantallas.

Mobilis in mobile

Todos ellos merecedores de ampliación y seguimiento detenido dentro del encuadre o «frame» que configura el momento sectorial. Es el movimiento dentro del movimiento. Mobilis in mobile .

Uno de ellos es el preocupante efecto de las campañas para reducción de potencia en las viviendas o supresión de los contratos de suministro, que adquiere proporciones de escalada. Con ser una reacción económicamente lógica por parte de los usuarios, lo cierto es que se deriva de las distorsiones de la política tarifaria y tiene todos los visos de convertirse en el siguiente episodio de los problemas creados por los problemas, creados por los problemas, creados en las medidas… para supuestamente resolver el déficit tarifario.

Por otra parte, hay que tener en cuenta que las medidas que ha instrumentado el Ejecutivo para intentar solventar el problema del déficit tarifario han puesto encima de la mesa la concepción de la tarifa eléctrica como una caja de compensación y de gestión de subsidios cruzados entre sectores, sobre todo en lo que se refiere a los costes regulados.

Por ejemplo, empiezan a aparecer noticias relativas al efecto sobre determinadas empresas en actividades de cogeneración, cuya viabilidad sólo es posible en términos conjuntos, esto es, la actividad principal y la generación de energía. Es muy preocupante que, para una economía como la española, se destape una situación así, y quizás ahonda en que hubiera sido un análisis más a fondo y conjunto de estos costes regulados y cómo asumirlos en los Presupuestos Generales del Estado y cómo retirarlos con gradualismo.

Además, el presidente del superregulador, la Comisión Nacional de Competencia y Mercados, José María Marín Quemada, anuló a mitad de semana por indisposición una intervención en la que el riesgo de ser inquirido respecto del nuevo sistema de fijación de precios de la electricidad era más que probable.

Ciertas afecciones pueden ser providenciales después del pellizco proferido por el organismo al Ministerio de Industria, Energía y Turismo en el primer informe moderadamente crítico del organismo con una posición gubernamental. Las cosas no están para matices. En todo caso, teniendo en cuenta que esta semana el propio José Manuel Soria también ha estado enfermo, y que también tiene sobre sí el nuevo sistema de determinación de precios del componente de la electricidad de la tarifa, podríamos pensar que se trata de un virus.

Y, finalmente, Unión Progreso y Democracia (UPD) en el Congreso se empieza a escamar y comienza a escarbar en los beneficios empresariales de Red Eléctrica de España en su calidad de monopolista único del sistema de transporte y operación del sistema eléctrico en España. Se trata también de la única empresa y agente sectorial cuyos resultados no sólo no han mermado en el interanual (lo que se ha producido en el resto de agentes y suavizado algo en las empresas internacionalizadas en alguna medida por el negocio exterior), sino que sus excedentes han crecido con respecto a 2012, ora que se están presentando los resultados del año pasado.

Turbador tiempo de tribulación durante el compás de espera.

Volatilidad inconveniente

Con toda lógica, el regulador describe que será un sistema mucho menos estable (recordemos la pretensión de que los precios de la electricidad evolucionaran con el IPC) y, por ello, solicita un mayor período de adaptación. La CNMC, por otra parte, tiene ganas de sacudirse el sambenito de ausencia de independencia que recibió en el proceso de las subastas.

La CNMC también anuncia una hipotética reducción del 4,3% en los precios de la electricidad, derivada de la desaparición de los mecanismos de cobertura ante la evolución futura de los precios (primas de riesgo) incluidos en los resultados de las subastas, dado que sus participantes operan con precios anticipados sobre el trimestre siguiente.

En realidad, ese es el eje de la propuesta elaborada por la Secretaría de Estado de Energía: la eliminación del componente riesgo futuro por la vía de aplicar los precios directos finales y pasados del mercado en cada franja horaria de casación. Un total de 1.480 precios si se multiplican días y horas de cada período. Lo que pasa es que Industria realiza la eliminación de este componente prima de riesgo «por las bravas», generando enormes costes tanto para las comercializadoras, como para los consumidores que poco a poco irán actualizando sus contadores y poniéndose al día en el manejo de las hojas de cálculo.

En consecuencia, la CNMC estima una oscilación de entre 4 y 6 euros, arriba o abajo, en los recibos de los consumidores. Y, todo ello sin contar los lógicos corrimientos de precios que se producirán por parte de los consumidores cuyos hábitos son nocturnos y no tienen tarifa con discriminación horaria, frente a los consumidores de hábitos más diurnos. Y, a la vez, también sujetos a la evolución de la extensión de los contadores digitales y de los nuevos sistemas de gestión y telemedida. Habrá, lógicamente, un efecto traslado de precios medios a cada uno los precios horarios, en mayor o menor medida. El primer recibo puede ser una sorpresa para muchos consumidores. Y, en muchos casos, algo desagradable y terrorífico.

Recordemos que este mecanismo estaba dirigido a evitar las condiciones del mercado, que se tornaron en especulaciones del Ministerio y que llevaron a la ilegalización y supresión de la última subasta. El Gobierno, entonces, hace tres meses, buscaba estabilidad y predictibilidad en los precios.

Podemos colegir que Industria sigue con una pauta de comportamiento recurrente, de un problema mal definido (la evolución de los precios de la electricidad, cuyo componente principal creciente no está relacionado con el suministro y que está en los costes regulados, unido a su componente intervenido), que genera, mediante comunicación política y escándalo, un clima orientado a la proposición mesiánica de medidas poco meditadas que provocan nuevos problemas, para imponer nuevas medidas y, de esas, nuevos problemas y más graves. Herramientas sofisticadas y perversas para complejizar problemas, en lugar de abordarlos con la lógica de la liberalización y de un sistema de precios competitivo y claro. Y, así de forma recursiva.

Según se conoció el viernes, con todo esto que dijo la CNMC sobre este sistema de tarifas con el que el Gobierno enmendó (aunque estaría mejor dicho, que devoró) el anterior de subastas, ya se está trabajando en enmendar el nuevo planteamiento, dando respuesta a los defectos e inconvenientes evidenciados, para proporcionar una mayor estabilidad.

Lo que está claro es que el torpedo de la CNMC al sistema propuesto por Industria ha dado en su línea de flotación y el Gobierno no podrá aplicar este delirante sistema y tendrá que inventar algo nuevo.

Temblemos.

La devolución del «céntimo sanitario» para el déficit tarifario

La sentencia es un recordatorio de que el ordenamiento jurídico europeo es el marco del que parte y debe partir el español. Por eso, serían injustificables esta suerte de críticas que se llevan las autoridades e instancias comunitarias cuando censuran a gobiernos españoles por incumplir la legalidad europea. Una declamación justicialista-demagógica en plan himno de Riego en términos de «¿cómo vamos a financiar nuestros sistemas de salud autonómicos si no podemos poner los impuestos que nos apetezca sobre lo que nos apetezca?» Algo así sería hasta patético y bochornoso. En este caso, ese ejercicio de descarga y de catarsis colectiva que se produce invocando a un patriotismo mal entendido justificativo de la improvisación energética y la voracidad fiscal tiene muy poco encaje. Más bien lo que ocurre es que pone al aire nuestras vergüenzas sobre el sistema de financiación autonómica y los comportamientos de nuestras administraciones.

Por tanto, parece que en este caso Montoro y Soria también tienen una simétrica y especular réplica particular de las consecuencias jurídicas, semejantes a las de la «doctrina Parot», que se justifican por sus resultados, pero que no se analizan desde la autocrítica nacional en sus defectos de forma, dado que desde el punto de vista del derecho tiene poca defensa. Y más que nos vendrán.

La sentencia anticipa que el Gobierno español, el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, el ministro de Industria, Energía y Turismo, José Manuel Soria, el secretario de Estado de Energía, Alberto Nadal y el resto de taifas autonómicos van a pasarlo mal y que no van a ganar para disgustos en la medida que sus comportamientos económicos, tributarios y regulatorios no resisten la prueba del nueve de legislación comunitaria, y, en muchos casos, tampoco la lógica económica, regulatoria o de inversión.

Inmersos en un ejercicio de ombligo dirigido a saltarse las fórmulas semánticas y retóricas que utiliza la jurisprudencia española y el Tribunal Supremo, el resultado futuro se prevé catastrófico. Por ejemplo, el concepto de «rentabilidad razonable» de la reforma eléctrica no es equiparable ni en su definición, ni en su concreción, ni en su aplicación, al de ningún país europeo en la retribución de activos regulados, afectando a la distribución o a las tecnologías de régimen especial.

Por lo que es conveniente abrir una cuenta en la que apuntar en el debe de este Gobierno, de este ministro y de este secretario de Estado, cada una de sus medidas y de los resultados que acarreen los pleitos que se susciten, es decir, de las consecuencias jurídicas de todo lo que vendrá en el futuro, para que no sea posible un ejercicio de escape de la crítica más acerada e inevitable: la de las sentencias que cuestan dinero al país y traen consecuencias a la economía y los sectores económicos.

Por otra parte, hay otro mensaje dirigido a los responsables actuales de la política energética y fiscal, incluyendo a Montoro, al que le vuelven estos problemas al presupuesto como un «bumerán» y que ya reciben consecuencias de esa medicina. Si Soria y Nadal pensaban que podían solucionar los problemas energéticos rápidamente y pasar a otra cosa, seguramente, tienen un error de cálculo. O es posible que los resultados de los pleitos detonados hoy llegarán en un futuro y que no estarán en ese momento para verlos. El exceso de confianza y de urgencia, en ese ejercicio trepidante, está embarrancando y puede costar muy, muy caro. Si esta sentencia sirve para recordar estos principios, tampoco está mal.

La sentencia pone en evidencia la tendencia recurrente de las autoridades españolas y de sus distintas instancias administrativas y franquicias autonómicas en algo que no se diferencian tanto, sean más o menos nacionalistas: al abuso de la fiscalidad energética, sin contar con los principios hacendísticos y legales aplicables. Aplicación de un impuesto para finalidades diferentes que el origen de su recaudación. O aplicación de un impuesto sin correlación en su montante con el destino al que va dirigido, es decir, a pelo. La sentencia lo deja meridianamente claro y lo expone de forma descarnada.

Es también la confirmación de un modelo de regulación disfuncional de la fiscalidad energética española, por llamarlo así, hecho a base de retales y de ocurrencias. Un modelo pendiente y consistente frente a la voracidad tributaria española aplicada a cualquier unidad de producción o de consumo energético. Megawatio que se produce, kilowatio que pasa, litro de combustible que se consume, tiene que pasar varias veces y por varias instancias por las horcas caudinas de los impuestos que cada gobernante de turno se encuentra.

La inelasticidad de la demanda de los productos energéticos los hacen bienes y suministros muy apetecibles y, además con la flojera intelectual y jurídica actual de nuestro país, la improvisación legal y tributaria está servida (recientemente veíamos el caso de Artur Mas, con más impuestos a la generación eléctrica, siendo la Generalitat una de las que ideó esta figura tributaria que hoy se carga la justicia comunitaria). Y, eso sin contar con los efectos económicos y de traslación fiscal de los mismos que cualquier estudiante de Hacienda Pública conoce. Qué más da que estos impuestos tengan efectos sobre los precios, sobre las empresas, sobre los equilibrios competitivos o sobre los mercados energéticos en que estamos integrados, nosotros ganamos unas elecciones para algo y estamos habilitados por los votos para recaudar de donde sea. Límites de la ortodoxia a la política politizada.

Además, salvo los ciudadanos (que no es poco), esta imposición indirecta se fija y se produce sin oposición de los supuestos «santones» de la energía. Está por ser la primera vez que el grupo de retroprogresivos de la energía muestre su disconformidad con la abusiva y delirante fiscalidad energética española o que haga algún informe que cuelen en algún programa de televisión o en un órgano regulador (que tanto da) sobre los efectos de los impuestos energéticos en España. Es más, son los principales propulsores del uso de los mismos como uno de los tentáculos del aparato de intervención del Estado para fijar mecanismos de control de rentas por actividades (¿?).

Finalmente, seamos positivos, desde Energía Diario, podemos hacer una propuesta que puede ser interesante. Atentos: dado que no se puede devolver todo lo recaudado por los consumidores por el «céntimo sanitario», en la medida que muchos de ellos, son consumidores finales, ciudadanos, que no tienen sus facturas para justificar la reclamación de lo recaudado, salvo lógicamente, lo anotado en la contabilidad de empresarios y autónomos, se le puede encontrar un destino productivo al remanente de las devoluciones para beneficio social.

Así, nuestra propuesta es que se lleve el escandallo por una entidad independiente de lo que se devuelve a los ciudadanos, personas físicas y jurídicas, y que lo «ahorrado» por irreclamable se aplique a reducir el déficit tarifario acumulado, para que además entre la responsabilidad en cabeza ajena y se haga algo positivo para la sociedad. Seguro que la Unión Europea lo comprende y también lo ve bien, compensando a los ciudadanos por estas cargas fiscales indebidas.

El «céntimo sanitario» de los carburantes para el que se lo trabaja. ¿Aprenderán algo?

El Debate del Estado de la Nación como metáfora

En el fondo, este ritual ha sido, en lo energético, la nada que se nadifica, además de, por su ausencia, una cuestión paradójica tras la incesante turbamulta y polémica de los últimos meses, tanto en el ámbito de la opinión pública, como para los sectores y subsectores empresariales, los mercado y las instituciones económicas y reguladoras.

El primer día Mariano Rajoy, en su intervención como presidente del Gobierno, amagó con que debatiría sobre el sector eléctrico por la tarde (¿esperaría ser increpado al respecto por el líder de la oposición Alfredo Pérez Rubalcaba?). Con ese anuncio matutino, la república independiente de «twitter» del sector energético se movilizó notablemente, para comprobar por la tarde que no se produciría nada en el debate de por la tarde, más allá de la utilización política del problema o de la distorsión vitriólica discursiva dialéctica entre Rajoy y Rubalcaba. Un resumen: no debate, «no» estado de la cuestión, que forma parte del «no» estado de la nación, sino de la precampaña electoral de los dos partidos. En definitiva, utilización indebida y fraudulenta del debate del estado de la nación para la política politizada y los fuegos de artificio de las medidas de la manga. Algo parecido al «no diálogo» que ha presidido las relaciones entre este Gobierno y sectores y subsectores energéticos.

Ocurre, además, que el debate sobre el estado de la nación se ha producido inmediatamente después de que el ministro de Industria, Energía y Turismo concediera una entrevista al diario Cinco Días, con el titular de portada «Desde que está el Partido Popular, hay seguridad jurídica«. (Primer apunte: atención al número de veces que empiezan a aparecer los responsables de la política energética, Soria y Nadal, en los medios de comunicación y en especial en los medios de PRISA).

Soria apareció en una larga entrevista que, en lo que se refiere al sector energético, tenía como objetivo contrarrestar la catarata de reacciones económicas, financieras, inversoras e internacionales de su antipolítica energética. Una entrevista buscando titulares en los medios de información económicos dirigidos a medios de comunicación políticos. Cambio de destinatarios, absolutamente inane, dado que eso no sirve en mercados de información perfecta.

En todo caso, lo cierto es que en los últimos años en España, con ninguno de los dos grandes partidos ha existido estabilidad regulatoria y seguridad jurídica en el sector energético. Ni siquiera hay un proceso ortodoxo de separación de los costes del suministro incluidos en la tarifa, del resto de cuestiones presentes en la factura.

Además, dichas declaraciones de Soria se producen en paralelo a varios hechos incontestables: un aumento vertiginoso de la litigiosidad en el sector energético (sucesiva, por otra parte, con otras tantas sentencias producidas recientemente), una acumulación de pleitos y arbitrajes internacionales de primer orden, un desplome de los resultados de las empresas por las medidas de la llamada “reforma eléctrica”, un frenazo a la inversión en España, un proceso tumultuoso venezolano de ilegalización de un mecanismo de mercado que es la subasta CESUR, una situación generalizada de fuerte tensión en todo el sector y con todos sus subsectores en pie de guerra, incluyendo a los consumidores con una propuesta disparatada de fijación de precios horarios para su factura. Pérdida completa de credibilidad y de confianza en el Ejecutivo. Y Soria abunda en la existencia de estabilidad regulatoria.

Volviendo a lo sucedido en el debate. Por la mañana, Mariano Rajoy hostigó a Pérez Rubalcaba con la deuda recibida, esto es, con el déficit tarifario acumulado al momento en que se produjo el cambio de gobierno. El enfoque del discurso del presidente era presentar que las medidas tomadas por su equipo como las que habrían resuelto los problemas, iniciando la recuperación del país, hacia un futuro prometedor de éxitos. En el caso del sector eléctrico, supuestamente, las medidas de los populares habrían resuelto el problema del déficit tarifario a pesar del peso muerto de la herencia recibida. En ese esquematismo argumental se mueve, pero nada más lejos de la realidad.

En realidad lo que está ocurriendo es lo que dicen los números. Que el déficit tarifario se sigue acumulando (el renuncio de Hacienda a asumir 2.200 millones de euros en 2013 lleva a acrecentar en 4.000 millones de euros más la deuda eléctrica), que el Gobierno tiene problemas de coordinación graves entre Hacienda e Industria, que no tiene modelo energético, ni modelo económico, ni modelo de mercado, ni modelo empresarial, sólo un mecanismo de recortes que va pasando por sucesivas rondas para las distintas actividades y sectores y las medidas que instrumenta y que, lejos de resolver, parece que empantanan el terreno de juego y generan nuevos conflictos. Si esa es la distancia entre la realidad económica y el discurso político del Ejecutivo, lo cierto es que es muy inquietante.

De hecho, en Energía Diario, nos hemos esforzado especialmente en hacer un escandallo del déficit tarifario, responsabilidad de cada uno de los Ejecutivos pasados, para ser veraces y ponderados y para huir de la política politizada. Quizá uno de los problemas más graves del déficit tarifario sea el exceso de enfoque político-ideológico de su análisis y el empeño de que su supuesta resolución se debe dictaminar desde el Gobierno eligiendo los paganos, tensando la relación entre los distintos actores y alimentando la teoría de los intereses creados que permita hacer y deshacer en función de los intereses cercanos en cada momento y la resolución de los «tour de force».

En todo caso, por una parte, este gobierno (como todos los anteriores) es responsable del engrosamiento del déficit que se ha producido durante su mandato. Pero, por otra, tiene una responsabilidad adicional que proviene de las disfunciones de su proceso y modo de toma de decisiones, de la prolongación agónica del problema, derivada de su modelo de comunicación política y, evidentemente, de las consecuencias presentes y futuras de las medidas instrumentadas para la economía española, para las empresas, la actividades, la inversión, la competitividad, el suministro y la confianza institucional en España.

Una comunicación política esquemática, triunfalista, poco sofisticada que se encarga de vender eslóganes a diestro y siniestro, mientras, como dijo el propio Mariano Rajoy al final de su intervención, el mundo sigue dando vueltas. Y, la presentación de resultados y litigios siguió creciendo en estos dos días. Como decía el gran Francisco Umbral, el error de confundir la democracia con la popularidad.

Adenda: el fin de semana pasado, el vicepresidente de la Comisión Europea, Joaquín Almunia, evidenciaba la ausencia de modelo y de discurso de nuestro Gobierno y, probablemente, de nuestra política. Algo extensivo claramente a lo energético. Porque en este trivializado Debate se ha vuelto a evidenciar. Y de qué manera.