Jordi Évole es un periodista que ha concitado en muy poco tiempo una enorme notoriedad y gran relevancia por parte de los televidentes. La forma de acercamiento a determinadas cuestiones por parte del periodista catalán ha sido especialmente popular, conformando un cierto halo de «defensor de los débiles».
Por su parte, la Sexta, como cadena, ha entendido muy bien el componente anticapitalista y antiempresarial que está inserto en la sociedad española (el 70% de los españoles se manifiesta contra el capitalismo, según un reciente informe del BBVA), conformando en el ámbito político y mediático un magma de una suerte de justicialismo/peronismo de fuertes tintes demagógicos sobre la base de las «injusticias sociales» y del capitalismo como causante de las mismas. Todo esto unido a la feroz crisis económica española, azuzada por unos indeseables que han cometido todo tipo de barbaridades en el sector financiero y político, ofrecen unas posibilidades salvajes de explotar esta situación para cuestionar el sistema español. La Sexta ha entendido perfectamente esa pulsión, conformando una cadena cuyas posiciones son más cercana a las de Izquierda Unida, por ejemplo, que al propio Partido Socialista Obrero Español.
Por ejemplo, en la Sexta podíamos ver hace días, en relación a la última caja rural que incurrió en un supuesto grave agujero patrimonial por presuntas decisiones de crédito inmobiliario de sus gestores (próximos, por cierto, a Izquierda Unida) a empresarios y promotores inmobiliarios lugareños (que también los hay), cómo en esta cadena se entrevistaba a las ancianitas locales que recibieron préstamos de la institución en un momento delicado de sus vidas que lo necesitaban, en lo que se denomina «periodismo de interés social», abstrayendo el periodismo de escándalos económicos, que es la variante utilizada en el caso de Cajamadrid o la CAM.
En el caso de Jordi Évole, con innegable astucia y talento, el periodista ha abierto un espacio, un estilo ideologizado en esta línea, más o menos espoleado por los reconocimientos de los premios recibidos y de la audiencia, congruente con la enorme zozobra de un país perplejo, que vive una profunda crisis económica, fuertemente desesperanzado. Évole, en su enfoque, conecta perfectamente con ese estilo general de la Sexta, incluso lo personifica, estando más próximo al modelo antisistema, antimercado o antiempresa que a la instrumentación de políticas sociales públicas desde una visión institucional y democrática, con mercados competitivos, instituciones y políticas correctas. Un «libelo» mediático en toda regla.
Además, el propio Évole hizo hace unos meses, casi un año, un primer reportaje sobre la electricidad que le granjeó importantes réditos comunicacionales, aunque su acercamiento no fuera ni ortodoxo, ni equilibrado por simétrico o fiel para la definición del problema, disimulando el grave problema de la burbuja renovable para clavar las espuelas en lo antiempresarial.
El pasado domingo merodeó nuevamente alrededor del sector eléctrico y, seguramente, espoleado por las críticas pasadas, buscó acercar más un mensaje inquietante y turbador, cargando las tintas sobre el «interés social» y el «drama humano», a partir de la idea de «pobreza energética» y del aprovechamiento de la misma, por encima del propio término acuñado en la legislación comunitaria, y explotarlo para tratar de asestar un ataque a las empresas eléctricas y al modelo empresarial.
Además este programa se realiza en un momento de mucha intensidad emocional con respecto a la electricidad debido a la episódica política del Gobierno y sus comportamientos tumultuosos y poco refinados: primero, con la ilegalización oportunista de las subastas y después con las ocurrencias precipitadas y consecutivas relativas al nuevo sistema de facturación. Otra actuación trepidante de la factoría Nadal-Soria, que es un fallo garrafal y que va a ser explotado a conciencia por la oposición. De hecho, en los medios de comunicación y en la propia sociedad, en estos momentos, no se habla de otra cosa. Pero, lo que es cierto es que es en este momento, en medio de todo este tumulto, cuando se realiza este programa.
Así, el objetivo del programa era tomar como clave de bóveda el grave problema de la pobreza energética, una cuestión, por otra parte, muy acuciante para personas y familias por las tasas de paro existentes, por la existencia de familias con todos sus miembros en paro, motivado directamente por la intensidad de la crisis económica española (una crisis que no remite o que, al menos, pese a los sucesivos anuncios de brotes verdes, no crea empleo).
A partir de esta grave, lamentable y creciente situación, el argumento que el programa «Salvados» del pasado domingo pretendía trazar era dar un salto mortal en su argumentación y atribuir directamente la responsabilidad del problema de los precios de la energía a las empresas y, a su vez, asignarles también la responsabilidad de la absorción y resolución de los dramas familiares, mediante política social por parte de las empresas privadas, para delicia, por cierto, de propio Gobierno. Évole con su programa perseguía que fueran las cinco empresas eléctricas las que «arrimasen» el hombro ante el torrente de problemas familiares que se mostraban en el programa.
El reportaje partía de presentar a un grupo de personas (en paro o recibiendo subsidios asistenciales) que no podían pagar la factura de la luz o del gas. Estas personas contaban sus penurias y sacrificios, sus problemas en la vida diaria, sus privaciones y sus sufrimientos. También su enfado y su drama personal. Seguidamente se realizaba una entrevista a un trabajador de la finca en que habitan estas personas, concretamente a su portero físico, en el que de 32 viviendas, siete están utilizando el suministro eléctrico de forma fraudulenta. Un hombre que, además, narra que recibe miedos y amenazas imparables, todo ello derivado de la respuesta a la pérdida del empleo de muchas familias o de la incapacidad de atender sus gastos mensuales e hipotecas.
Complementariamente, en lo que se refiere a las voces «informadas», se incorpora una descripción muy esquemática y opinativa de Santiago Carcar (periodista del diario El País y de Infolibre) sobre el mercado eléctrico y que, además, pasa con extraordinario disimulo por otros problemas, muy partidario de la intervención y del modelo de costes reconocidos de Jorge Fabra. Después, una entrevista a la diputada Laia Ortiz, de Izquierda Plural, que defendió una iniciativa en el Parlamento sobre el armisticio invernal de los cortes de electricidad por impago y redefinición de los criterios del bono social.
Se completan estas voces con la de la responsable de la Plataforma para un Nuevo Modelo Energético, alrededor de un café en un bar, momento en el que el programa empieza a transitar por otros derroteros y se trufa con un lenguaje que establece sin matiz relaciones causa/efectos entre los intereses de las «grandes corporaciones», atribuyéndoles directamente el crecimiento de los precios de la electricidad (mezclando costes regulados con mercado de forma poco clara), enunciando los beneficios anuales de las empresas, dichos en números groseros y gordos, es decir, sin hablar de rentabilidad anual, actividad nacional/internacional o comparación con la evolución de los ingresos de las actividades reguladas y de sus beneficios. El objetivo es la «socialización empresarial».
De hecho, el propio periodista, sin darse cuenta, traspasa una línea cuando efectúa una pregunta a esta representante en los siguientes términos: si las grandes compañías no ponen remedio a esta situación, ¿estaría justificado que se tome la gente la justicia por su mano (y se enganchen al suministro cometiendo una ilegalidad)? Evole ahí escurre el problema de cuestionar la política económica, de empleo, la política social o asistencial para que sean las empresas quienes atiendan estas situaciones de necesidad.
Y, finalmente, quizá el mayor error del periodista en el programa es la forma de conducir la entrevista a Eduardo Montes, presidente de Unesa, en la medida en que el periodista no percibe el momento en el que cruza la frontera entre la agresividad periodística y el acoso en toda regla.
La estrategia de Évole consiste en atribuir todos los problemas y sus posibles soluciones a cinco empresas eléctricas en lugar de cuestionar la articulación de la política social o de la política económica, para sugerir que sean las compañías las que regalen el suministro (o, incluso, por conclusiones, que se eleve el precio del que paga sus facturas para que se absorba el justificado nivel de fraude).
La pérdida de argumentos del periodista durante la entrevista con el presidente de Unesa se materializa cuando Montes le pregunta si en otros sectores se cuestiona el coste de hacer un coche o de una lata de sardinas. Metáfora doblemente demoledora si tenemos memoria histórica y se recuerda la delirante metáfora pasada de Jorge Fabra (latente y presente en el programa e invocada como santón) cuando hablaba de kilowatios de merluza y kilowatios de palometa.
Eso, sin contar la diferencia existente entre ingresos que perciben las empresas por el suministro del que reciben por asumir servicios que se solicitan a empresas y que forman parte de la política energética o de cohesión territorial, que bajo el modelo retroprogresivo es una obligación en la medida que las empresas deben ser un instrumento del Estado.
Pero, en el punto más delirante, desaforado y mesiánico de Évole en su programa, el periodista llega a espetar con desparpajo a Eduardo Montes, lo siguiente: ¿Entonces no me voy a ir de aquí sin el acuerdo de que las eléctricas se hagan cargo del bono social?
En todo caso, suponemos que, a partir de ahora, para el periodista se abre un nuevo filón interesante, porque con la crisis económica y las tasas de paro existentes, hay un número importante familias que no podrán pagar el colegio de los hijos (y no hay duda de que la educación es un bien social de primera necesidad), ni la comida en el supermercado, el pan, la leche, el comedor escolar, Internet, el abono de transporte, el fontanero, el taller o el móvil.
A partir de ahí, hay muchas posibilidades que puede abrir el periodista como ariete: inquirir a los colegios a no cobrar las matrículas, a Telefónica a que condone los recibos de ADSL y móvil, a El Corte Inglés y Mercadona para que permitan el consumo sin pagar en sus centros comerciales, a Renfe para que autorice que la gente pueda viajar sin billete, o que REE, Enagás, Indra, Prisa o Inditex paguen los comedores sociales, etc… y repartan sus beneficios. En suma, que las compañías renuncien a sus ingresos y que se dejen asaltar como si esto fuera Venezuela.
En todo caso, Évole, con este programa ha dado un temerario salto cualitativo de mucho riesgo con la utilización de las familias para atacar, exclusivamente, a cinco empresas del sector eléctrico, terciando, además, en la actual escalada dialéctica artificialmente alimentada a cuenta de la reforma eléctrica y sus desastres.
Pero, en realidad, lo peor del programa es la inanidad del mismo para plantear algo serio, para proponer a la sociedad argumentos fiables, contrastados, completos y objetivos para sentar las bases de un debate correcto, necesario, bien acerca de una política social en condiciones, o bien en referencia a qué sector energético necesita nuestro país sin sesgo ideológico, ni antiempresarial de partida. Al hacerlo así, lo que hace es generar confusión.
Évole se ha venido arriba y anda suelto. Es lo que tiene el camino que va de Salvados a Perdidos.