Camino a la involución

Seguramente que este artículo hará la delicia de los economistas de Fedea, Luis Garicano y Jesús Fernández Villaverde, que están siguiendo una cruzada particular respecto a los méritos de quienes ocupan puestos de responsabilidad y que, en los últimos días, ha tenido el episodio de Juan Manuel Moreno Bonilla y su currículum menguante, al frente del PP andaluz.

Especialmente, este problema alcanza a la forma de «otorgar» (y este es el verbo más adecuado), cargos y responsabilidades en la política, la destrucción de las instituciones reguladoras independientes, la perversión del gobierno corporativo en empresas en cuyo accionariado sigue la SEPI (que no quiere decir que sean públicas) y la cooptación en la Administración Pública hasta su completa inutilización en la función a la que está dirigida. Cruzada que, por cierto, desde Energía Diario, apoyamos y alentamos con plena convicción.

Estos últimos días, la gobernanza de los operadores de transporte y sistema está siendo noticia. Por un lado, José Folgado ha conseguido violentar los límites de edad establecidos en las normas de gobierno corporativo del sistema de operador y transporte eléctrico para seguir al frente de Red Eléctrica de España antes de su setenta cumpleaños. Evidentemente, lo ha conseguido con la aquiescencia, casi por aclamación, y consenso de los miembros del Consejo y de los comisarios políticos que garantizan la fluidez de relaciones con el Gobierno. Cuentan las crónicas que ha podido ser hasta en «loor» de multitudes.

En segunda línea, el correoso, incombustible y resistente Antoni Llardén (Antonio desde que gobiernan los populares, basculante de militancia y relacionado con el propio Rajoy) también ha “renovado” el Consejo de Administración de Enagás con viejas glorias del Partido Popular, tras el escándalo del nombramiento de Marcelino Oreja para dar a la empresa una estructura de gobierno «sajona», como decían sus notas de prensa. Ahora, Isabel Tocino, Antonio Hernández Mancha, Ana Palacio, Gonzalo Solana y Luis Valero se incorporan al Consejo de Administración, entendemos que, en todos los casos, en atención a sus conocimientos y experiencia profesional en el sector gasista.

A esta forma tan castiza de articular la gobernanza de nuestros ISO, hay que unir la voladura de la Comisión Nacional de Energía, subsumiendo su actividad con la inmersión de sus funciones sectoriales en un órgano «zombie» , conformado como un servicio doméstico del Gobierno como es la Comisión Nacional de Competencia y Mercados en el que, además, se está produciendo una deconstrucción de la función directiva y el deterioro a marchas forzadas de sus equipos profesionales.

Todos estos signos y comportamientos se van a acelerar conforme se vayan acercando las distintas citas electorales y los salientes tengan que buscar acomodo en algún lugar confortable y también conforme Mariano Rajoy haya tomado en su agenda la misión de agencia de colocación e influencia en estos asuntos. No es nuevo, en todo caso; ya lo hizo el anterior ejecutivo con los órganos reguladores, que en España han caído bajo la égida de la maldición de la política de partido en el sentido más torvo.

Y, entramos de lleno en uno de los problemas más graves de nuestra democracia que es la extensión de la política a las esferas de la sociedad civil y empresarial, aumentando los niveles de corrosión y generando un excipiente muy perverso en el que todos los gatos son pardos. La cooptación, el amiguismo, las sacristías: un caldo gordo que vicia las relaciones, que impide que cada agente se circunscriba a su actividad propia y que genere un modelo sectario de relaciones de seguros mutuos, profundamente claustrofóbico y disfuncional para los sectores económicos, en este caso la energía.

En todo caso, se trata de una involución en el gobierno corporativo, en la necesaria profesionalización y aval del mérito, acabando en una involución y en un nuevo retroceso en una sociedad, la española, que se acostumbra a la política de camarilla, que vomita tinta de calamar y que ensucia todo lo que toca. Lo peor es que a todos nos parece normal.

De Salvados a Perdidos

Jordi Évole es un periodista que ha concitado en muy poco tiempo una enorme notoriedad y gran relevancia por parte de los televidentes. La forma de acercamiento a determinadas cuestiones por parte del periodista catalán ha sido especialmente popular, conformando un cierto halo de «defensor de los débiles».

Por su parte, la Sexta, como cadena, ha entendido muy bien el componente anticapitalista y antiempresarial que está inserto en la sociedad española (el 70% de los españoles se manifiesta contra el capitalismo, según un reciente informe del BBVA), conformando en el ámbito político y mediático un magma de una suerte de justicialismo/peronismo de fuertes tintes demagógicos sobre la base de las «injusticias sociales» y del capitalismo como causante de las mismas. Todo esto unido a la feroz crisis económica española, azuzada por unos indeseables que han cometido todo tipo de barbaridades en el sector financiero y político, ofrecen unas posibilidades salvajes de explotar esta situación para cuestionar el sistema español. La Sexta ha entendido perfectamente esa pulsión, conformando una cadena cuyas posiciones son más cercana a las de Izquierda Unida, por ejemplo, que al propio Partido Socialista Obrero Español.

Por ejemplo, en la Sexta podíamos ver hace días, en relación a la última caja rural que incurrió en un supuesto grave agujero patrimonial por presuntas decisiones de crédito inmobiliario de sus gestores (próximos, por cierto, a Izquierda Unida) a empresarios y promotores inmobiliarios lugareños (que también los hay), cómo en esta cadena se entrevistaba a las ancianitas locales que recibieron préstamos de la institución en un momento delicado de sus vidas que lo necesitaban, en lo que se denomina «periodismo de interés social», abstrayendo el periodismo de escándalos económicos, que es la variante utilizada en el caso de Cajamadrid o la CAM.

En el caso de Jordi Évole, con innegable astucia y talento, el periodista ha abierto un espacio, un estilo ideologizado en esta línea, más o menos espoleado por los reconocimientos de los premios recibidos y de la audiencia, congruente con la enorme zozobra de un país perplejo, que vive una profunda crisis económica, fuertemente desesperanzado. Évole, en su enfoque, conecta perfectamente con ese estilo general de la Sexta, incluso lo personifica, estando más próximo al modelo antisistema, antimercado o antiempresa que a la instrumentación de políticas sociales públicas desde una visión institucional y democrática, con mercados competitivos, instituciones y políticas correctas. Un «libelo» mediático en toda regla.

Además, el propio Évole hizo hace unos meses, casi un año, un primer reportaje sobre la electricidad que le granjeó importantes réditos comunicacionales, aunque su acercamiento no fuera ni ortodoxo, ni equilibrado por simétrico o fiel para la definición del problema, disimulando el grave problema de la burbuja renovable para clavar las espuelas en lo antiempresarial.

El pasado domingo merodeó nuevamente alrededor del sector eléctrico y, seguramente, espoleado por las críticas pasadas, buscó acercar más un mensaje inquietante y turbador, cargando las tintas sobre el «interés social» y el «drama humano», a partir de la idea de «pobreza energética» y del aprovechamiento de la misma, por encima del propio término acuñado en la legislación comunitaria, y explotarlo para tratar de asestar un ataque a las empresas eléctricas y al modelo empresarial.

Además este programa se realiza en un momento de mucha intensidad emocional con respecto a la electricidad debido a la episódica política del Gobierno y sus comportamientos tumultuosos y poco refinados: primero, con la ilegalización oportunista de las subastas y después con las ocurrencias precipitadas y consecutivas relativas al nuevo sistema de facturación. Otra actuación trepidante de la factoría Nadal-Soria, que es un fallo garrafal y que va a ser explotado a conciencia por la oposición. De hecho, en los medios de comunicación y en la propia sociedad, en estos momentos, no se habla de otra cosa. Pero, lo que es cierto es que es en este momento, en medio de todo este tumulto, cuando se realiza este programa.

Así, el objetivo del programa era tomar como clave de bóveda el grave problema de la pobreza energética, una cuestión, por otra parte, muy acuciante para personas y familias por las tasas de paro existentes, por la existencia de familias con todos sus miembros en paro, motivado directamente por la intensidad de la crisis económica española (una crisis que no remite o que, al menos, pese a los sucesivos anuncios de brotes verdes, no crea empleo).

A partir de esta grave, lamentable y creciente situación, el argumento que el programa «Salvados» del pasado domingo pretendía trazar era dar un salto mortal en su argumentación y atribuir directamente la responsabilidad del problema de los precios de la energía a las empresas y, a su vez, asignarles también la responsabilidad de la absorción y resolución de los dramas familiares, mediante política social por parte de las empresas privadas, para delicia, por cierto, de propio Gobierno. Évole con su programa perseguía que fueran las cinco empresas eléctricas las que «arrimasen» el hombro ante el torrente de problemas familiares que se mostraban en el programa.

El reportaje partía de presentar a un grupo de personas (en paro o recibiendo subsidios asistenciales) que no podían pagar la factura de la luz o del gas. Estas personas contaban sus penurias y sacrificios, sus problemas en la vida diaria, sus privaciones y sus sufrimientos. También su enfado y su drama personal. Seguidamente se realizaba una entrevista a un trabajador de la finca en que habitan estas personas, concretamente a su portero físico, en el que de 32 viviendas, siete están utilizando el suministro eléctrico de forma fraudulenta. Un hombre que, además, narra que recibe miedos y amenazas imparables, todo ello derivado de la respuesta a la pérdida del empleo de muchas familias o de la incapacidad de atender sus gastos mensuales e hipotecas.

Complementariamente, en lo que se refiere a las voces «informadas», se incorpora una descripción muy esquemática y opinativa de Santiago Carcar (periodista del diario El País y de Infolibre) sobre el mercado eléctrico y que, además, pasa con extraordinario disimulo por otros problemas, muy partidario de la intervención y del modelo de costes reconocidos de Jorge Fabra. Después, una entrevista a la diputada Laia Ortiz, de Izquierda Plural, que defendió una iniciativa en el Parlamento sobre el armisticio invernal de los cortes de electricidad por impago y redefinición de los criterios del bono social.

Se completan estas voces con la de la responsable de la Plataforma para un Nuevo Modelo Energético, alrededor de un café en un bar, momento en el que el programa empieza a transitar por otros derroteros y se trufa con un lenguaje que establece sin matiz relaciones causa/efectos entre los intereses de las «grandes corporaciones», atribuyéndoles directamente el crecimiento de los precios de la electricidad (mezclando costes regulados con mercado de forma poco clara), enunciando los beneficios anuales de las empresas, dichos en números groseros y gordos, es decir, sin hablar de rentabilidad anual, actividad nacional/internacional o comparación con la evolución de los ingresos de las actividades reguladas y de sus beneficios. El objetivo es la «socialización empresarial».

De hecho, el propio periodista, sin darse cuenta, traspasa una línea cuando efectúa una pregunta a esta representante en los siguientes términos: si las grandes compañías no ponen remedio a esta situación, ¿estaría justificado que se tome la gente la justicia por su mano (y se enganchen al suministro cometiendo una ilegalidad)? Evole ahí escurre el problema de cuestionar la política económica, de empleo, la política social o asistencial para que sean las empresas quienes atiendan estas situaciones de necesidad.

Y, finalmente, quizá el mayor error del periodista en el programa es la forma de conducir la entrevista a Eduardo Montes, presidente de Unesa, en la medida en que el periodista no percibe el momento en el que cruza la frontera entre la agresividad periodística y el acoso en toda regla.

La estrategia de Évole consiste en atribuir todos los problemas y sus posibles soluciones a cinco empresas eléctricas en lugar de cuestionar la articulación de la política social o de la política económica, para sugerir que sean las compañías las que regalen el suministro (o, incluso, por conclusiones, que se eleve el precio del que paga sus facturas para que se absorba el justificado nivel de fraude).

La pérdida de argumentos del periodista durante la entrevista con el presidente de Unesa se materializa cuando Montes le pregunta si en otros sectores se cuestiona el coste de hacer un coche o de una lata de sardinas. Metáfora doblemente demoledora si tenemos memoria histórica y se recuerda la delirante metáfora pasada de Jorge Fabra (latente y presente en el programa e invocada como santón) cuando hablaba de kilowatios de merluza y kilowatios de palometa.

Eso, sin contar la diferencia existente entre ingresos que perciben las empresas por el suministro del que reciben por asumir servicios que se solicitan a empresas y que forman parte de la política energética o de cohesión territorial, que bajo el modelo retroprogresivo es una obligación en la medida que las empresas deben ser un instrumento del Estado.

Pero, en el punto más delirante, desaforado y mesiánico de Évole en su programa, el periodista llega a espetar con desparpajo a Eduardo Montes, lo siguiente: ¿Entonces no me voy a ir de aquí sin el acuerdo de que las eléctricas se hagan cargo del bono social?

En todo caso, suponemos que, a partir de ahora, para el periodista se abre un nuevo filón interesante, porque con la crisis económica y las tasas de paro existentes, hay un número importante familias que no podrán pagar el colegio de los hijos (y no hay duda de que la educación es un bien social de primera necesidad), ni la comida en el supermercado, el pan, la leche, el comedor escolar, Internet, el abono de transporte, el fontanero, el taller o el móvil.

A partir de ahí, hay muchas posibilidades que puede abrir el periodista como ariete: inquirir a los colegios a no cobrar las matrículas, a Telefónica a que condone los recibos de ADSL y móvil, a El Corte Inglés y Mercadona para que permitan el consumo sin pagar en sus centros comerciales, a Renfe para que autorice que la gente pueda viajar sin billete, o que REE, Enagás, Indra, Prisa o Inditex paguen los comedores sociales, etc… y repartan sus beneficios. En suma, que las compañías renuncien a sus ingresos y que se dejen asaltar como si esto fuera Venezuela.

En todo caso, Évole, con este programa ha dado un temerario salto cualitativo de mucho riesgo con la utilización de las familias para atacar, exclusivamente, a cinco empresas del sector eléctrico, terciando, además, en la actual escalada dialéctica artificialmente alimentada a cuenta de la reforma eléctrica y sus desastres.

Pero, en realidad, lo peor del programa es la inanidad del mismo para plantear algo serio, para proponer a la sociedad argumentos fiables, contrastados, completos y objetivos para sentar las bases de un debate correcto, necesario, bien acerca de una política social en condiciones, o bien en referencia a qué sector energético necesita nuestro país sin sesgo ideológico, ni antiempresarial de partida. Al hacerlo así, lo que hace es generar confusión.

Évole se ha venido arriba y anda suelto. Es lo que tiene el camino que va de Salvados a Perdidos.

Soria y Nadal, arbitristas sin límite de velocidad

Entre el siglo XVI y XVII surgió en España el arbitrismo, un primer germen de una escuela económica que daba cobertura a las medidas que desde nuestras monarquías absolutas se tomaban «en beneficio del reino, en ejercicio de su soberanía y por su propia voluntad». Vamos, era una escuela cuyo objetivo era crear fórmulas tributarias que financiaban la Corona y sus gastos. Los «arbitrios» se definían como unas figuras tributarias que reportaban beneficios a corto plazo que no requerían ser negociadas con los contribuyentes.

En una línea semejante, este es el tipo de afrontamiento con el que el actual equipo de Energía está enfrentando el problema del déficit tarifario y del sector eléctrico español, tanto por las ocurrencias dirigidas a modificar el funcionamiento de las subastas, intervenciones en el funcionamiento del mercado, aplicación de nuevos impuestos a la generación, la revisión de los sistemas de retribución de las actividades reguladas y de las tecnologías renovables. Se basa en el mecanismo de que alguien se exprime las meninges para identificar un artefacto metodológico, define una tabla de doble entrada por tecnologías y luego hace muchos ejercicios de hoja de cálculo.

A su vez, podemos describir esta sucesión episódica de propuestas cada vez más desestabilizadoras como lo que se puede denominar pensamiento no convencional. El pensamiento no convencional consiste en partir de un problema existente o incluso crear un problema nuevo, a propósito. Seguidamente, actuar; adoptar una medida, más o menos parcial, para ese problema, la que sea y sin medir, ni abordar las distorsiones que genera. Sólo «venderla» como dicen los expertos en comunicación política.

Al mismo tiempo, dicha medida genera otros problemas adicionales, nuevos, incluso diferentes de los anteriores que, a su vez, también «precisan» de nuevas medidas que se amasan y se solapan sobre el problema inicial. La cadena continúa mediante acciones sucesivas del mismo jaez, que actúan sobre la cuestión inicial, de forma que el problema cambia y va creciendo, empeorando, empeorando, creciendo en el número de perjudicados, alcance, etc…

Los magos en este tipo de comportamiento saben incluso anticipar cuáles serán los nuevos problemas creados, en la medida que anticipan la respuesta de los propios agentes. Pueden, incluso de forma cínica, hacerse los propios salvadores de los desmanes promovidos por sus comportamientos anteriores, claramente influyentes en que la situación se deteriore.

Ejemplo: partimos de un problema político, el déficit tarifario generado fundamentalmente por un crecimiento incontrolado de costes regulados y por el control político de la tarifa. Se crean nuevos impuestos que afectan al mercado ibérico o el precio en el mercado mayorista. Pese al problema grave de los costes regulados y de las primas, se congela la tarifa de acceso para pasar la encuesta de opinión pública con cada revisión tarifaria. Se produce una subasta que se ilegaliza sin motivo, sólo con maledicencias, generando una visión tenebrosa del funcionamiento del país y sus instituciones económicas y regulatorias.

Seguidamente, se sataniza el mercado eléctrico y se le pone en almoneda (sin atender a condiciones como la eolicidad, hidraulicidad, el propio riesgo político o recordar cuándo baja o que ha ido teniendo una senda con los precios más bajos de Europa, hasta que llegaron las intervenciones arbitristas en el mismo). Escena de José Manuel Soria al frente de los micrófonos cuando intervino las subastas y acabó convirtiendo a la CNMC en el servicio doméstico del Gobierno y, de paso, evidenciando la reputación internacional institucional española.

Después se crea una nueva metodología sobre la retribución de las actividades reguladas y se publican los resultados de la aplicación de la metodología de costes estándares para el régimen especial. Con todo ello, se consigue transparentar un «nuevo sistema» de facturación a los consumidores, elaborado atropelladamente, en poco tiempo, algo que en cualquier país llevaría un proceso regulatorio y de discusión enorme. Arbitrismo trepidante y temerario, sucesivo y generador de nuevos problemas. Tiempos de zozobra y de velocidad.

Viene esto a colación de la temeridad que conlleva el sistema anunciado el pasado domingo por el secretario de Estado de Energía y ventilado en unos pocos días a través de los diarios El País y Cinco Días. El sistema consiste, una vez desentrañado y conocido con más precisión, en liquidar la factura de los consumidores a posteriori, aplicando los precios unitarios horarios pasados de cada curva de consumo horario en el caso de que dispusiesen de contador con ese sistema de registro. En el caso contrario, Red Eléctrica proporcionará una curva media de carga por horas, que sería de aplicación al resto. Este es el resumen de la demoníaca medida.

Y es que la propuesta del Gobierno para extinguir las subastas y cambiar el sistema de facturación ha logrado cosas inimaginables. Que las asociaciones de consumidores coincidan con las empresas eléctricas y con las distribuidoras en que el mecanismo es imposible y delirante, dado que para cada factura se deberían aplicar más de 1.500 precios horarios diferentes, que además se conocen una vez producido el consumo (se liquidan ex post), por lo que el consumidor no sabe lo que compra, ni a qué precio. Además, introduce una complejidad al proceso, una imprevisibilidad enorme para los consumidores sobre su primera factura así elaborada, además de efectos incalculables para distribuidoras (que tendrían que dejar listo el sistema para la primavera). Esto deja a los consumidores sumidos en un marasmo de proporciones hercúleas. La coartada: el ahorro de los agentes financieros.

Ha conseguido dicha propuesta que el ínclito Jorge Fabra (y, probablemente, su hija) estén de acuerdo con el Gobierno. Un signo inquietante. Y también ha conseguido, con el apoyo equidistante de Prisa, que incluyen además varios artículos de los clásicos Jesús Mota y Carmen Monforte, desviar la atención sobre el Cafarnaúm propuesto, aprovechando para cargar nuevamente contra el mercado eléctrico, sin explicar la dinámica de precios existente en nuestro mercado con respecto a otros semejantes, incluyendo el efecto de los nuevos impuestos.

Por su parte, los titulares del área energética del Gobierno, que estaban en una situación de partida fuertemente tocados por la barrabasada anterior y, además, urgidos por intentar cerrar cuanto más rápidamente mejor esa chapuza, han hecho otra más grave y sonora, por encima. Medidas improvisadas, puramente arbitristas que esconden la incapacidad gestora, de negociación y de comprensión del problema y que lo amplifican. Han buscado el apoyo mediático en toda esta operación del diario El País para intentar evitar los costes políticos, procurando diseñar una «operación» comunicacional asociada de «venta», dibujando un panorama pacificado. Nada más lejos de la realidad.

En teoría, a Soria y Nadal les venía bien este tumulto resultante, como la lucha entre tecnologías que han tratado de generar en el resto de cuestiones de sus reformas (en lugar de buscar el lugar común de la seguridad jurídica y los mercados). Pero se les ha vuelto a ir de las manos por lo monumental y rocambolesco. A veces el «pensamiento no convencional» falla. Por arbitristas acelerados sin límite de velocidad.

Nadal, la entrevista, las subastas

La entrevista se produce en un momento en que se han conocido los primeros resultados de la aplicación de los estándares a las tecnologías de régimen especial, bajo el paradigma político-económico-energético elaborado intencionalmente por Industria de la rentabilidad razonable, con una fuerte tempestad en el sector renovable. Ese es el contexto actual.

En todo caso, se trata de una entrevista en que el actual secretario de Estado se ha empleado a fondo en su preparación, y como titular, Nadal anunciaba el fin del sistema de subastas, para instrumentar un nuevo sistema de determinación de precios de la factura del componente energía-electricidad, incluyendo ofertas anuales de los comercializadores y precios con discriminación horaria, una vez sea extensiva la implantación de contadores inteligentes.

El recién anunciado sistema, a falta de conocer mayores detalles, tiene como positivo el respeto hacia el funcionamiento del mercado mayorista y de sus precios (con demonización de los intermediarios financieros). Y, como sugerencia, este sistema anunciado, en el fondo, ya debería ser sustituido por una liberalización total de la tarifa y por una despolitización completa de la determinación de la tarifa.

La entrevista contiene un importante componente de marketing político para el titular de la Secretaría, distribuyendo acusaciones (unas más veladas que otras) para tirios y troyanos. No se apartó del discurso dialéctico imperante en el sector, de esencia marxista, consistente en «unos contra otros», además de denunciar una actitud de los distintos sectores y subsectores de «señor aparta de mí este cáliz», combinado con un discurso de conflicto soterrado que tampoco mediante la entrevista se va a resolver. Probablemente, ni siquiera lo va a aplacar.

Esencias retroprogresivas alentadas por el propio entrevistador en la formulación de las preguntas, que finalizan en la aseveración de que es el Gobierno, «en interés general», quien distribuye los costes y, al mismo tiempo, quien también, «en interés general», (y su interpretación o administración), determina lo que es rentabilidad razonable, cómo se calcula la misma o en qué grado de inseguridad jurídica, regulatoria o riesgo incurre nuestro país de cara a los inversores y/o arbitrajes internacionales en ausencia de justicia universal, descendidos de todos los burros.

Elementos de justicia social y mesiánica, como la apelación a la Comisión Nacional de Competencia y Mercados (CNMC), como servicio doméstico del Gobierno, a efectos de justificar que la subasta fuera devastada por decisión gubernativa. Pocos puentes con los sectores y más autojustificaciones sobre la supuesta existencia de reuniones en el pasado (que no diálogo).

Por lo demás, incorporó en el cuestionario, una explicación bastante exacta y gráfica de cómo fue la burbuja renovable y utilización torticera de los costes regulados que tiene incluidos la tarifa, confundiendo interesadamente la finalidad de los mismos (y si deben estar en la factura o no, por lo mismo) con quienes son los que deben ser retribuidos adecuadamente por esa actividad.

Quizá uno de los errores más graves deriva de que todo el discurso está orientado hacia la opinión pública y los votantes, con muy poca proximidad con los mercados, la inversión, los sectores económicos, financieros o la economía española, que seguramente también son el «interés general», que no es lo mismo que el electoral.

Lo que sí está claro, tras la entrevista y lo que se publica estos días en los medios sobre el nuevo sistema de fijación de precios, es que hay preocupación en el Ejecutivo, dado que ha salido fuertemente abollado de la reforma. Por eso, se debe emplear a fondo. Está claro que hay campaña por parte del Gobierno derivada de la preocupación social generada por el McGuffin eléctrico y las sospechas generadas en los mercados por la actuación del Gobierno.

Y, por cierto, lo que no dijo en la entrevista fue cuál era, sería o será la política energética de nuestro país.

Parábola de la prodigalidad

Ayer conocíamos el primer resultado del nuevo mecanismo de fijación de estándares para la retribución de las tecnologías de régimen especial, diseñado por los populares y cocinado por las consultoras Roland Berger y Boston Consulting Group. Se confirma que dicho modelo tiene un efecto devastador sobre la tecnología eólica, una de las principales industrias energéticas de nuestro país, cuyo esfuerzo inversor ha sido muy relevante y, a la vez, muy eficiente a la hora de cumplir los objetivos de potencia y producción, así como el avance tecnológico que ha configurado una industria puntera en el mundo, en términos de investigación y empleo.

Así, el sistema resultante de este proceso favorece los intereses fotovoltaicos (por no perjudicarles en esa medida) y da una estocada a un sector empresarial muy importante, como es el eólico. En todo caso, una decisión de política energética y empresarial del Gobierno. Lo cierto, es que el diseño teórico, el apriorismo, sobre el que se asentaba el concepto de rentabilidad razonable definido por el Ministerio de Industria, Energía y Turismo, apuntaba ya hacia este camino con toda claridad.

La estrambótica noción de rentabilidad razonable en el tiempo (que hemos criticado duramente en Energía Diario desde que el Gobierno la creara) abocaba a que las tecnologías más implantadas, maduras y eficientes, fueran las que más sufrieran el nuevo modelo, puesto que no era necesario contar con referencias de eficiencia regulatoria en términos de objetivos de política energética y medioambiental.

Y la pregunta es, ¿cómo puede ser que, desde las autoridades públicas, con responsabilidades sobre el sistema energético, el suministro eléctrico y el medioambiente, se haya diseñado un mecanismo tan perverso para las tecnologías más eficientes, mejor gestionadas y más saneadas y cuya retribución (subsidio) por unidad de producción es más reducida?. De hecho, la mayor parte de los nuevos desarrollos renovables limpios, masivos y serios de los países occidentales se están efectuando combinando tecnología eólica, con tecnología nuclear para llevar al límite la eficiencia económico -medioambiental.

En cambio, en nuestro país, una vez ya descendidos del burro de contar con una política estructurada, definida, eficiente desde el punto de vista medioambiental, económico y de suministro, a la vez, apeados de cuestiones maximalistas como la seguridad jurídica, entramos directamente en el terreno del cinismo y de los intereses de carácter político y de los intereses económicos. Todo se resuelve, por tanto, en el terreno que mejor gusta a los gobiernos intervencionistas (como es éste) en la discrecionalidad y en la arbitrariedad.

Situemos el marco. En primer lugar, ha existido un fenomenal proceso de presión por parte de un grupo de asociaciones fotovolltaicas que agrupan a una amalgama de pequeños ahorradores enganchados en la burbuja y de terratenientes que monetizan sus terrenos mediante instalaciones de este tipo. Han acertado en el «frame»: es una lucha de unos contra otros para optimizar el resultado y maximizar la tajada, minimizando daños.

A su vez, el sistema financiero ha insinuado, ha enseñado la patita de la cantidad de activos fotovoltaicos existentes y concentrados en sus balances, que suponen un peligro enorme para la solvencia de las entidades tras las sucesivas reformas de Luis de Guindos. Todo ello, además, con el riesgo de entrar en un problema de proporciones semejantes al de las preferentes dado el apalancamiento financiero asociado a las instalaciones. El problema exterior tampoco era desdeñable, en la medida que Fondos de Inversión de medio mundo también tenía sus ojos puestos en la reforma, con amenaza cierta de pleitos internacionales y arbitrajes hacia nuestro país.

En segundo lugar, y no menos baladí, la presión de las comunidades autónomas gobernadas por los populares y de las fuerzas vivas internas conservadoras de procedencia de estos feudos colocados en lugares de notable influencia en la Administración ha sido muy relevante. Atención a Murcia, a su gobierno autónomo y a importantes representantes dentro del Ejecutivo, cercanos al sector.

De hecho, el propio Alfredo Pérez Rubalcaba, en un acto público, recogía el mensaje fotovoltaico, que podía madrugarle otro colectivo descontento con el Gobierno en su propio terreno. Además, el Partido Socialista también tiene entre los responsables de elaboración de su política energética a personas muy próximas a los intereses fotovoltaicos. Y, atención también a Abengoa, con intereses termosolares y fotovoltaicos, y que dispone de fuertes conexiones (y muy rentables) tanto con el Gobierno como con la oposición, con un nutrido Consejo de Administración con el que desplegar esta campaña.

Complementariamente, existe otra cuestión asociada y es que el desarrollo eólico ha sido fundamentalmente efectuado por un sector empresarial importante, frente al sector fotovoltaico, cuyo desarrollo, salvo excepciones, ha tenido un modelo casi simétrico a la promoción inmobiliaria. El atavismo antiempresarial español (el 70% de los españoles se declara contrario al capitalismo y además justifica políticas distributivas a todo trapo aunque perjudiquen la eficiencia) que contagia a los gobiernos, frente a la suerte de capitalismo popular de terratenientes que asienta al partido gobernante, ha basculado hacia este desenlace.

En consecuencia, el Gobierno, ante este «sudoku», ha optado por la calle de en medio, de forma que ha decidido un recorte que implica internalizar los daños a las empresas más implantadas en el sector eólico, Acciona, Iberdrola y EDP, concentrando el recorte con esta idea ingeniosa de la «rentabilidad razonable» definida interesadamente y, en definitiva, generando un perjuicio a la economía española incalculable.

Volver a empezar

Es una noticia positiva y, como siempre que se han producido señales positivas (por ejemplo, en su momento, el acuerdo que finalmente se frustró para garantizar el aval al déficit tarifario 2013), hay que saludarlas y esperar que cristalicen de forma estable y confiable. Una golondrina no hace verano, pero alegra la vista y sugiere bandadas. Eso está claro.

También es buena noticia, porque se habla de sistemas, de mecanismos y de racionalización. Así, empiezan a ponerse encima de la mesa propuestas concretas y razonables para escalonar un proceso de liberalización real de los precios y resolver cuestiones latentes que estaban apuntadas, que no se habían atendido y que se disparan ante la inseguridad institucional y la posibilidad de intervención pública: por ejemplo, la propuesta de fijación ponderada entre subastas mensuales, con medias trimestrales y mercado de futuros, con peso decreciente de las primeras hasta una liberalización definitiva en 2016, es concreta y valiosa.

Con independencia de que sea necesario abordar, mejor antes que después, la limpieza de la tarifa de los conceptos en ella incluidos no relacionados con el suministro y, de que las informaciones todavía hacen posible deambular de un lado a otro de la calle, oscilando de forma maniquea entre subastas muy espaciadas (anuales) y subastas más consecutivas (mensuales), lo más importante es que el sistema resultante sea fiable y predecible, fruto del estudio y conocimiento de los mercados, consensuado y que efectúe una adecuada cobertura de riesgos, lo que evitará el propio incendio por acción institucional de los precios de la electricidad; que funcionen el resto de piezas que operan en el suministro eléctrico de forma correcta, tanto en la gestión, regulación, retribución del sistema, etc…, como en las inversiones en nueva potencia o infraestructuras, que es otro elemento necesario y complementario. Se trata de volver a hacer las cosas con ortodoxia y relaciones normalizadas.

Así se conseguiría un sistema estable por su funcionamiento y porque no se vea influído por el efecto perverso de las propias actuaciones políticas que ceban los movimientos especulativos con los precios de la electricidad. Al mismo tiempo, con un sistema de estas características, se resolvería la trampa generada por unos precios artificiales en la actualidad que impiden la actividad de comercialización y, por tanto, que aumente la competencia, porque de verdad sea posible.

Como única lamentación quedaría todo el tiempo desperdiciado hasta el momento, estos treinta meses de desgaste y espectáculo constante: las turbulencias, las consecuencias y los costes en que han incurrido nuestra economía, los distintos sectores y subsectores de la electricidad, las empresas, la seguridad jurídica e institucional, incluida la defenestración de la CNMC, convertida ya en servicio doméstico del Gobierno.

Y, como esperanza, el augurio de que esta posición vaya más allá de los gestos, sea sincera, estable, predecible y marque un «nuevo estilo». Que sea una forma de relación en la que los responsables de la energía y la economía crean con convencimiento. Que sea cierto que ha finalizado definitivamente el apriorismo pasado de no negociar, de no sentarse con el sector y las empresas, surgiera de donde surgiera en el seno del equipo económico del Gobierno. De hecho, la racionalidad, la estabilidad cuenta y contribuye a que se rebajen las primas de riesgo de los precios de la electricidad. Es decir que vuelva la confianza.

La tarifa puede abaratarse

Va a ser una reclamación imparable por parte de los consumidores domésticos y de los consumidores empresariales e industriales, una vez que se esclarezcan todos los debates embebidos que se han generado para ocultar la cuestión principal que es el precio total de la energía.

De hecho, además de la lógica económica y de la corresponsabilidad financiera y fiscal, las campañas publicitarias explicativas de este problema han calado y están adquiriendo un importante grado de repercusión, en la medida en que su contenido, la potencia y sencillez de su esquematismo las hacen incontestables.

Hasta el momento esta cuestión había sido soslayada por muchos motivos; sobre todo porque se había generado una estructura de subsidios cruzados insana, pero balsámica. Así, en la actualidad, la tarifa eléctrica contiene un número importante de elementos que no están relacionados con el coste del suministro, sino con elementos políticos y de diversas políticas. El caso más importante (por su volumen) tiene que ver con la política medioambiental, en lo que se refiere a las primas para las tecnologías de régimen especial. Pero existen otros elementos, como son los relativos a la cohesión territorial; el apoyo a los consumidores con menos recursos económicos es una política de índole social, y ahí es donde se inscribe el denominado bono social. O, incluso, las anualidades del déficit tarifario son elementos que se derivan de la propia política de precios ficticios determinados por el Estado, incremento de costes y de la consecuencia en términos financieros. Por tanto, esa parte de los costes de acceso es un elemento que es consecuencia directa de las decisiones públicas que han conformado la política de intervención de precios.

Todos estos elementos tienen, desde algún punto de vista, su razonabilidad en términos políticos. Y, probablemente, la discusión se podría reencuadrar en cada uno de los casos: en si los métodos utilizados y elegidos por la Administración han sido hasta el momento los mejores, los más eficientes, los mejor gestionados, o bien, si no han generado burbujas o distorsiones. Por tanto, la cuestión evidente es que la tarifa eléctrica puede bajar, es decir, se puede abaratar, si los elementos políticos se tratan como decisiones públicas.

La pregunta relativa al por qué no existe este consenso por parte de todos los agentes sectoriales en el cambio de modelo de financiación de las partidas ahora incluidas en los costes de acceso, sobre todo en los momentos actuales, de fuerte cuestionamiento de todo lo relativo a la factura eléctrica, tiene dos contestaciones.

La primera viene de la historia reciente, ya que el déficit tarifario era financiado, hasta el momento, únicamente por las empresas distribuidoras, lo cual daba un margen de tranquilidad y ausencia de compromiso del resto del los agentes en cuanto a la política de precios. Para muchos de las partes implicadas daba igual la tarifa que pusiera el Ejecutivo, puesto que cobraban y, si había déficit, no pasaba nada puesto que se financiaba aumentando el desfase. Esta decisión (política) de subsidios cruzados era muy distorsionadora. El hecho de que todos los agentes tengan la obligación de participar en financiar el desfase del déficit a partir de ahora, puede ser que además potencie una cierta unidad de criterios. Por eso hay nostálgicos que quieren la vuelta a esta financiación intervenida.

Segunda cuestión, pero no menos relevante, es la evolución del déficit público en nuestro país y el hecho de que el Ministerio de Hacienda esté intratable a la hora de que parte de esas partidas se financien desde los Presupuestos Generales del Estado. Vérselas con el camaleónico Montoro no es plato de gusto para nadie. Sería un nuevo escenario y un cambio de régimen que en ciertas actividades introduciría muchas incertidumbres y consecuencias imprevisibles, incluso de cambio en el modelo de relación, ya que Industria es otra cosa y tiene personalidad diferente.

Por tanto, la tarifa eléctrica puede abaratarse. Y lo bueno es que se sabe cómo.

Una gallina en un baile

A su vez, la política crea tándems especialmente extravagantes, unidos por las circunstancias azarosas de la vida política; aquella expresión que afirmaba que la política hace extraños compañeros de cama. Y, en este caso, es el Foro de Davos el que ha unido a nuestros dos enviados especiales, Ana Botella y José Manuel Soria, dos conspicuos representantes españoles. Y, casualmente, en línea con la cada vez más nítida percepción, interna y externa, de las características de la clase dirigente-político-gubernamental española, dos personajes que han ido sin currículo que los acredite. Dos páginas en blanco.

Recordemos que el Foro de Davos es un lugar de encuentro muy relevante de grandes estadistas, personalidades y autoridades mundiales. A él han acudido desde Bill Clinton a Bill Gates y están presentes autoridades de instituciones mundiales y de países donde plagiar una tesis doctoral equivale a una dimisión.

Así, en los medios de comunicación españoles se habla del bajo nivel representativo que mostramos en nuestra delegación. Allí está ahora, en escala de horas, el ministro del ramo, hombre bregado en traducir cada evento en términos políticos y de opinión pública, surfeando con pericia cuestiones gestoras, económicas y financieras con ese prisma exclusivamente y con el trasfondo ideológico de que ir contra los sectores económicos y las empresas se recibe bien por el término zapateril de «ciudadanía».

Por eso, cualquiera se podría imaginar al ministro de Industria, Energía y Turismo, José Manuel Soria, sin muchos remilgos, en su momento, deshojando margaritas respecto a su adscripción política, desde el liberalismo hasta el peronismo, con todos los tonos de gris imaginables, con toda naturalidad, pero buscando el retorno futuro de su decisión en términos del máximo beneficio de la política profesional. En términos grouchomarxistas: «Estos son mis principios y si no le gustan, tengo otros». Entendemos que su intervención no dejará huella en Davos.

En medio de todo ello, se conoce por los medios de comunicación que el Ministerio de Industria, Energía y Turismo tiene previsto reducir el número de subastas a una anual, de forma que el trago de la revisión tarifaria amortigüe el impacto político referido a cada proceso de fijación. Se trata de regular un procedimiento que oficialice el «señor aparta de mí este cáliz».

Todo ello, en contra de las recomendaciones de la lógica económica y del funcionamiento de los mercados a efectos de darles liquidez y transparencia. Y todo ello buscando un sistema procedente, que evite la «volatilidad» y las sorpresas que, por otra parte, no tiene el incremento constante, inexorable y sonante de los costes regulados, que tienen una senda creciente e imparable, pero siempre predecible y decidida desde la discrecionalidad política, lo cual siempre es mejor.

Por si les sirve al Sr. Ministro y al Sr. Secretario de Estado, podemos efectuar una propuesta que es aún más nihilista, si cabe. Nuestra propuesta consiste en efectuar una única puja cada cuatro años que se oficiaría religiosamente tres meses más tarde de la constitución de cada nuevo Parlamento surgido tras las elecciones generales. Y así, nuestra clase política-gobernante-dirigente se podría ver exonerada de la necesidad de decidir con presión (garantizando además el carácter intervenido de los precios) o, al menos, de un mal recuerdo que les aguara el resultado de las urnas o que el disgusto fuese más allá. Así se puede estar tan ricamente cuatro años sin política energética y dejando pudrir los problemas, porque el suministro, los mercados y los inversores son menos relevantes que las encuestas. Con una intervención cuatrianual, basta. Muerto el perro, se acaba la rabia.

Lo dicho, que a Davos no enviamos estadistas.

¿Quién paga qué?

El trámite del informe relativo a las tarifas de acceso se va a convertir en un proceso muy descarnado y que puede causar más de un incidente a un Gobierno nada propenso al diálogo y que ha agitado con su poca pericia los problemas del sector eléctrico sin ofrecer soluciones convincentes a cambio. Ésta era una cuestión que hasta el momento se venía resolviendo de una forma enormemente técnica pero, ahora, las espadas se aceran y los debates van a ser a cara de perro, eliminando la parte eufemística, cuya permisividad era posible cuando el movimiento se basaba en el equilibrio.

Además, al propio equipo del Ministerio de Industria se veía beneficiado por las disensiones intrasectoriales: principalmente en lo retributivo y en lo relativo al mercado. Una agitación interesada, pero que cobra tintes relevantes cuando se pasa al estado actual de la cuestión. Por ello, el aprovechamiento indebido de la realidad virtualiza el hecho de que, el que juega con fuego, acaba quemándose.

Quien siembra tormentas, recoge tempestades; ese ejercicio continuado de aprendiz de brujo entraña enormes riesgos, porque seguramente ya es difícil que la espiral se controle. El Ejecutivo, con poco tacto, juega con las cosas de comer en las tarifas eléctricas, empleando la baza de la demagogia y la política y de que en el debate es posible el desbordamiento. En el fondo, detrás de cada supuesta solución se crea un nuevo problema.

Entre otras cosas porque pueden aflorar cuestiones no resueltas,
monstruos existentes en el armario y todo el proceloso sistema de subsidios cruzados incluidos en el coste del suministro de electricidad. En el fondo, todo proviene de cómo el coste del suministro soporta un volumen enorme de conceptos que no tienen que ver con la generación, transporte y distribución de electricidad hasta conformar una tupida y densa red. Cuando se crea una mentira, es necesario considerar varias mentiras complementarias adicionales que la sustenten. Y, en ese trasfondo es en el que se deben situar las posiciones de los distintos agentes del sector, que vamos conociendo en estos días.

Por ejemplo, con estas nuevas tarifas de acceso, desde la Asociación Empresarial Eólica se cuestionan los pagos por interrumpibilidad que son, fundamentalmente, una fórmula utilizada para abaratar el precio de la energía a los grandes consumidores industriales, que seguramente se tienten la ropa al ver el debate abierto en canal. El problema es que, al final, la utilización de este mecanismo ha acabado por perder su justificación económica y su soporte al no utilizarse nunca en muchos años. No ha sido necesario retribuir estas paradas de las factorías; se empiezan a pisar callos.

Por ejemplo, también desde Unesa se cuestiona el hecho de que la financiación de la política social del Gobierno hacia los consumidores vulnerables (bono social) se deba realizar desde las empresas, en un tráfago ilimitado de subsidios cruzados que el Ministerio ordena a modo de guarda de tráfico; o cómo las empresas eléctricas critican la financiación obligatoria del déficit tarifario desde sus balances, sometidas al albur de la intrapolítica interna del Ejecutivo, por lo que proponen el traspaso del déficit 2013 a una entidad financiera pública, recordando que esta deuda se genera por la política de precios intervenidos de la electricidad y de costes regulados del Ejecutivo.

Desde los medios de comunicación españoles, inmersos en una crisis económica formidable y con el frame de una política peronista/falangista, se azuza el problema con argumentaciones nefandas e infantiles como, por ejemplo, ¿será posible que las perversas empresas no quieran pagar esto a los consumidores o que tal sector se niegue a ayudar a la industria a tener energía más barata?

El problema es que ahora estas discusiones, más o menos disimuladas, ocultas en el pasado por el Gobierno, empiezan a emerger y a enseñar las vergüenzas de un funcionamiento disfuncional, e incluso de dudosa legalidad a nivel internacional; empieza a ser público y tanto la sociedad como los sectores o la propia Unión Europea seguramente encontrarán en su transparencia cuestiones poco edificantes. Una deriva con un punto de inconsciencia.

En todo caso, ya sólo el hecho de abrir el debate de por sí y que aflore es un signo de descomposición. Probablemente sano. La cosa va en serio.

La «deficitpatía» y la pérdida de la vergüenza

De hecho, se está produciendo un deslizamiento hacia el desastre por un muy inclinado tobogán por parte de unas autoridades políticas y energéticas que tratan de ocultar su incapacidad y carencia a través de actuaciones políticas y demagógicas cada vez más temerarias.

Es posible que, en circunstancias como estas, una sociedad y sus instituciones pierdan el criterio, los referentes, las coordenadas de lo que es correcto y de lo que es incorrecto, incluso el sentido de lo que sería la vergüenza. Podemos hacer un repaso de un número importante de hechos sucedidos ya en el poco período transcurrido del año en curso y sacar conclusiones.

Uno muy trascendente, el hecho de que la CNMC haya tenido que buscar, rebuscar y esmerarse en encontrar la solución de compromiso más neutra posible en el informe que dio paso a la ilegalización de la subasta de electricidad CESUR y a la posterior intervención gubernativa de las tarifas eléctricas. Una medida así, en democracias y economías equivalentes y organizadas, no tiene correlato y sería imposible sin evidencias, sin proceder contra nadie, con argumentos vaporosos que causarían un bochorno subido.

Por su parte, la federación de «traders» europeos confirma que la intervención de precios ordenada por el Gobierno español provocará una presión al alza de los precios de la electricidad a medio plazo. Y, en el trasfondo, lo que queda es que nuestro país ha pasado a ser objeto de cachondeo generalizado en el universo mundo financiero, en el de los inversores internacionales y del descrédito sin paliativos de las autoridades energéticas españolas.

En ese contexto de deslegitimación de formas y de fondo, el ministro de Industria, Energía y Turismo, José Manuel Soria, erre que erre, se reafirma en las actuaciones tomadas por el Gobierno, incluyendo las insinuaciones, declaraciones, sospechas e, incluso, maledicencias que profirió en varias entrevistas a los medios de comunicación afines para ventilar y justificar la medida.

Todo ello sin un punto de rubor y sin consciencia. Y, lo que es peor, con este encastillamiento en esta forma de proceder cuartelaria y bolivariana, los mercados anticipan nuevas medidas insoportables, dado que lo que ha hecho el Gobierno no es otra cosa que acrecentar el problema. Por tanto, ¿cuánto es de responsable el Gobierno actual, así como el ministro y su equipo, en la subida de la prima de riesgo del precio de la electricidad en los mercados de generación? ¿Cuánto van a estirar el problema para empeorarlo más con sus propias acciones? ¿Cuánto se altera a un mercado que, por cierto, proporcionaba precios en la banda baja de los europeos, con expectativas de intervención con nuevos impuestos?

Por otra parte, un periódico como el diario El País (se supone que el más internacional de nuestros rotativos, con importantes vinculaciones con medios europeos y americanos, donde la economía de mercado está asentada) se alinea con el intervencionismo del ministro y uno de sus editorialistas llega a afirmar que es un Ministerio títere de las eléctricas, cuando el resto de medios tacha la situación de «guerra». Pero, además, se permite el lujo de reclamar la vuelta al Marco Legal Estable del franquismo, obviando en una página completa el problema de los costes regulados, inflados por cada gobierno, que esos sí que son marco legal estable. Y, todo ello, con una fijación obsesiva contra el mercado, al hilo oportunista de la última subasta y con todo disimulo de las subidas trimestrales pasadas sobre el problema y de las primas en el resto en sus invectivas.

Añade, además, una sarta de medidas de la factoría retroprogresiva del sector eléctrico, que nos llevan a Venezuela, como son, por este orden, una quita, el troceo de las empresas eléctricas, la abolición del mercado y la expropiación de la energía nuclear e hidráulica destinada a la industria y apartada, eso sí, de los consumidores. En todo caso, quizá el mayor problema son las opiniones de Jesús Mota: es su incluida verosimilitud, en una escalada como la que vivimos (es decir en el delirio en el que vive el Gobierno con el tema de la energía), que se haya podido deslizar como propuesta de alguien alguna de esas medidas; quién sabe si por parte de los componentes del tridente, que piensan más en la vendetta que en una política energética.

Y, finalmente, en el colmo de la orgía de endeudamiento, abundando ya en comportamientos adictivos, se empieza a engordar el déficit de tarifa gasista, por la sobreinversión en infraestructuras de transporte, combinada con la caída de demanda de gas y la no adecuación de los precios del gas a esta situación. Tomando como referente la temeridad política con la que se ha alimentado el déficit eléctrico y con la que se está gestionando su resolución, hay que ponerse en lo peor.

¿Qué pensarán en la Unión Europea de tanto comportamiento disfuncional? ¿Qué mensaje estamos mandando hacia el exterior de una sociedad que se acostumbra a engordar sus costes, por una tendencia inversionista delirante, que luego no asume sus consecuencias y acaba justificando cualquier barbaridad intervencionista y de pérdida de seguridad jurídica para no subir los precios, con el efecto que los precios están causando sobre las empresas (la competitividad y los ciudadanos)? ¿No se lo podrían pensar antes de engordarlos, provocar el endeudamiento y llevar al extremo la situación? ¿No podrían parar a tiempo en lugar de que la economía española y su gobernanza institucional dejen a nuestro país y sus empresas a precio de saldo? ¿Se puede tener una postura tan osada y arrogante, cuando se es responsable de la deuda eléctrica y de su conformación?

En resumen, a esta patología se le llama «deficitpatía», una dolencia que provoca un conjunto de trastornos y patologías de la personalidad económica y social española, de pérdida de orientación, de referencias, incluida la pérdida de la vergüenza, de la responsabilidad, de la medida y, lo que es peor, el abandono de algo tan importante para una sociedad como es el sistema eléctrico, en manos de los antisistema institucionales y «hooligans» que no saben en qué riesgos están metiendo al país.