Hiperactivismo energético

Todo ello sin constituir un avance en la articulación de una política energética consistente y propia de un país occidental-europeo, más allá de los futuribles o de la generación de expectativas, racionales o irracionales según se mire. Al mismo tiempo son cuestiones de muy largo plazo que se están tratando ad libitum, en tiempo apocalíptico, o en términos cesaristas, detrás de mí el caos o detrás de mí la salvación, con ese apresuramiento que devalúa la calidad de un posible debate económico, energético y ambiental.

En primer plano se ubica la importante polémica suscitada en el archipiélago canario respecto a las prospecciones petrolíferas que han sido autorizadas en aguas próximas a Lanzarote y Fuerteventura y que comenzarán en el próximo trimestre. Autorización derivada de un proceso que ha tensado fuertemente las relaciones entre el Gobierno de Canarias y el Gobierno central y que aún puede acarrear un referéndum insular convocado por el presidente Paulino Rivero, que ya ha indicado que será en noviembre. Sería el segundo referéndum de una Comunidad Autónoma española previsto para ese mes.

Una segunda cuestión también correlacionada con la obtención de fuentes de energía primaria, en este caso más vinculada al gas, se refiere al impulso y regulación del fracking, fuertemente contestado por cuestiones medioambientales. Del mismo modo, en el caso del aprovisionamiento gasista, la forma de presentar la alternativa española a los eventuales problemas de suministro derivados de las relaciones de Rusia con Europa, dando salida a la capacidad de regasificación y a los contratos de suministro, es una opción que, sin ser descabellada, no deja de ser una solución de largo plazo y con más agentes internacionales en liza que los que maneja mentalmente el Gobierno en su visión salazarista, urgida por los calendarios electorales.

A rebufo de esta situación, se puede presenciar en los medios de comunicación la correa de transmisión de esta visión. Así, TVE elabora un reportaje en su programa Comando Actualidad al respecto de la búsqueda de mayor oferta de energía primaria de varios tipos en el que se reúnen conjuntamente, de forma agarbanzada y a velocidad de cámara en hombro, cuestiones que van desde las exploraciones de petróleo en Canarias, al fracking, a la biomasa, a la generación distribuida y al autoconsumo eléctrico; todo ello en el mismo saco. El programa casi termina con una especie de sensación de estado de “fiebre del oro” respecto a la búsqueda de fuentes de energía en nuestro país.

En todo caso, el impulso a este proceso cuenta con la promoción y animosidad casi telúrica del propio Gobierno a través del ministro de Industria, José Manuel Soria, quién ha abanderado intensamente todas las cuestiones que tienen que ver con estos procesos extractivos o prospectivos con el sustento político del mantra de la “independencia energética”, del que se parece inferir que cualquier inversión, por cara que sea, está justificada frente a una gestión eficiente del suministro o de la generación mediante las tecnologías preexistentes.

Probablemente haya que regresar de este calentón veraniego para volver al aquí y al ahora de la realidad de la sociedad española en 2014, con su oferta, su demanda, sus distintas formas de suministro, aprovisionamiento y sus previsiones. Como punto de partida estribaría la necesidad de una política energética global y de los sectores energéticos, incluyendo su contribución al medioambiente, planteada de una forma realista, atendiendo a las circunstancias de oferta y demanda propias, los contratos de aprovisionamiento, integración e interconexiones con el exterior, exceso de capacidad del actual mix de generación eléctrico, muy diversificado y, a la vez, muy limpio, tanto en términos de fuentes de energía primaria como consumida.

Y, por otro lado, también es necesario trasparentar los debates económicos y de mercado respecto de los modelos de gobernanza sectorial, de tarifas y precios, de fiscalidad ambiental y de liberalización sectorial en términos de competitividad y eficiencia energética, a la par que de integración en los objetivos de energía y medioambiente a nivel europeo que, por otra parte, actualmente están en fase de discusión y en los que España parte con delantera. En ese contexto, diferente al de otros países, es en el que habría que encajar toda iniciativa, con todos sus plazos y prevenciones respecto a sus potenciales resultados sin que luego aparezcan medidas sucesivas cruzadas para su compensación.

Teniendo en cuenta todas estas restricciones, se puede desarrollar un debate serio, experto, sobre todo en lo económico, con perspectiva e informado al respecto, que trascienda de lo ideológico, de lo dogmático y de las pretensiones e intereses más o menos oportunistas de cada momento. Es dudoso que un debate de estas características se pueda producir en nuestro país ahora. En primer lugar, por el propio acontecer político y electoral que lo circunda; en segundo lugar, por la propensión a la inversión desbocada; y en tercer lugar, por sus propios y actuales protagonistas y su incapacidad para el debate, la reflexión y el diálogo.

Todo sea por no quedarnos en la gestión de las expectativas o de las supuestas emociones.

Las tarifas se asoman a la puerta

Una de las cuestiones más complejas de abordar en la política energética es la política de precios. De hecho, en todo el complejo proceso que ha derivado en las medidas legislativas que ha puesto el Gobierno en circulación para atajar el déficit tarifario y, en las polémicas asociadas, en muy contadas ocasiones se atiende a la debida simetría de la traslación a los precios de la electricidad de todas las medidas asociadas. Por eso, quizá no se aborda un proceso de limpieza de las tarifas eléctricas de todos los componentes que soportan los consumidores y que no son estrictamente parte del suministro.

De hecho, aun existiendo un creciente debate sobre el sector energético, y más concretamente sobre el sector eléctrico, siendo la cuestión tarifaria una cuestión muy relevante, se echan de menos posiciones realistas que hagan la pregunta: ¿quién paga y cómo se paga?. Es una cuestión muy espinosa que se trata poco y, cuando se trata, sólo se aborda desde la demagogia pero no desde la economía y los mercados.

Básicamente, porque es una dinámica que, estando fuertemente politizada, se dirime en un marco muy elemental y casi binario. Si los precios suben, es malo. Si los precios bajan, es bueno. Si los precios son altos, es malo. Si los precios son bajos, es bueno. De nada sirve recordar o reconocer las decisiones pasadas que inciden en los precios o en la generación y acumulación de déficit tarifario, que es la forma sofisticada en la que el Estado y su sucesivos Gobiernos han ido engañando a los consumidores respecto de los precios que se determinaban del conjunto de decisiones regulatorias previas, sin una política energética definida. Hasta que se hizo insostenible.

Es más, si nos remontamos años atrás, en la crisis del petróleo de 1973, en España ya caímos en la misma piedra respecto a los precios de la energía, de forma que la necesidad política de proteger al consumidor «protegido» se cebó posteriormente con toda la economía, con incalculables consecuencias. Parece que la historia se repite por la impericia con la que se aborda la política energética.

En todo caso, partimos de un problema básico que es la conformación del precio de la electricidad en nuestro país como un precio «político», todavía en 2014, es decir como un precio «administrado» y, con todo el nuevo sistema ideado por el Ministerio de Industria, todavía mantiene esos resabios. Un sistema complejo y alambicado que, por otra parte, ha conseguido la pirueta de evitar efectuar la liberalización plena que sería lo lógico, en lugar de todo ese mecanismo arbitrista de saldos compensables por período, con la complejidad añadida de los precios horarios. Limpieza de los componentes no ligados al suministro, solución al déficit y liberalización de precios eléctricos con ofertas competitivas.

Así, en estos momentos, con el fin del verano a la vuelta de la esquina, nos encontramos ahora con la revisión de los precios de la electricidad con el nuevo sistema ideado (un mecanismo sin sistemas de estabilización o cobertura de riesgos), con una triple pinza. La primera, que se anticipa una subida del 8-9% en los precios del mercado mayorista para esta revisión cotizando a 50 euros/MWh (por encima de los 48 euros famosos, «previstos por el Gobierno» y de los 40 euros liquidados del segundo trimestre). La segunda, la devolución efectuada por las empresas eléctricas a los consumidores eléctricos en sus recibos de estos meses. Proceso que finalizó de forma diligente el 31 de julio y que ha producido un tipo de ilusión monetaria transitoria sin que nadie explique el mecanismo de causa y efecto. La tercera, el ejercicio de trilerismo que se mantiene desde la Administración con la liquidaciones de los impuestos a la generación para la compensación del déficit y el déficit acumulado.

Todo esto encaja mal con el simplismo maniqueo de subir-malo y bajar-bueno, pone presión sobre el sistema y se une a la memoria de pez de la sociedad, lo que además concita una expectación singular en los momentos en que se anticipan las subidas y de la ejecutoria del propio Ministerio. Tendremos que permanecer atentos… una vez más.

Gila y la CNMC

El ya desaparecido Miguel Gila, en uno de sus famosos sketch, aludía a la forma con la que detuvo a Jack el Destripador. Lo hizo, insinuándose. Es decir, por “indirectas”. Se dirigía al sospechoso de aquella serie de crímenes en Londres y afirmaba “alguien ha matado a alguien” o “alguien es un asesino”. Y así, por insistencia y presión psicológica, el humorista logró que confesara.

Esa fórmula abstracta e indefinida se concretó en el informe de la CNMC con la expresión ambigua e inconcreta de “circunstancias atípicas”, expresión utilizada como técnica semántica por la Comisión Nacional de Mercados y Competencia (CNMC) para la anulación de la subasta, intervención del ministro incluida, de forma que al final la CNMC trató de salvar la cara entre la medida dictada por el Gobierno y avalada ad libitum por el organismo en un comportamiento inédito en una economía y sociedad occidental, que finalmente dio lugar a la abolición gubernamental definitiva de las subastas.

Ahora, siete meses después, la CNMC viene a actualizar su informe inicial, supuestamente con los datos recibidos de la CNMV, señalando que los agentes tenían incentivos para el aumento de los precios en sus ofertas. Y así continúa con la lógica del informe anterior, para seguir con las conjeturas de que, si se hubieran dado validez a estas subastas, en las que sus participantes incluían la cobertura de riesgos en sus ofertas de precios, el resultado hubiera sido más caro para el consumidor, concretamente en 392 millones de euros, que el sistema finalmente ideado por el Gobierno en su lugar. Como si lo estuvieran viendo.

Para ello, la CNMC ahora enuncia una nueva serie de circunstancias técnicas: elevados niveles de concentración, reducidas presiones a la baja o valores anómalos en algunos diferenciales y precios en estos mercados. Así pretende “concluir”, si se puede decir así, que los agentes participantes pudieron tener «incentivos a la elevación continuada de precios» de uno de los contratos cerrados en estos mercados previos a la subasta. Eso sí, la CNMC se trata de cuidar, evitando cualquier zafarrancho jurisdiccional y diciendo en el informe de forma seráfica, que no se observan estrategias coordinadas para la elevación de precios por parte de las empresas «con mayores cuotas en las posiciones abiertas».

Por tanto, ¿qué encuentra la CNMC diferente a las dinámicas existentes en los mercados, que justifique una intervención de tales proporciones, conducente a un cambio legal completo y de sistema de cálculo de precios de la energía en las subastas? Pues seguramente nada más que lo que se deriva de las técnicas justificativas de la comunicación política, bastante ininteligibles, más que de las procedentes del análisis, del refinamiento regulatorio, supervisor o inspector.

Algo que, de forma inquietante, viene a confirmar que cualquier suposición acerca de “circunstancias atípicas” justificaría la intervención del Gobierno, basada en la pena del telediario, la inflamación de supuestos daños a los consumidores y la generación de todo tipo de sospechas sobre los operadores. Y, también, que cualquier medida así recibiría su aval desde la CNMC y de los instrumentos institucionales económicos que se pusieran por delante.

Y, ahí es donde radica, el gran parecido adicional entre la CNMC con el propio Gobierno y con el Ministerio de Industria, por si había pocos capicúas: en la utilización del lenguaje y de los eufemismos justificativos de la acción política como “rentabilidad razonable”, en el caso de la justificación de la retroactividad en la retribución de actividades reguladas, “circunstancias atípicas”, en el caso de la intervención y abolición de las subastas Cesur, o “urgente incorporación para la garantía de suministro”, en el caso de la expropiación de Chira-Soria a favor de REE.

Cuestión de lenguaje y de comunicación política.

La factura eléctrica («segunda parte»)

Entre esos elementos, hay que contar con una intervención del Gobierno en las subastas CESUR, predecesoras del actual sistema, sin justificación posterior y, por cierto, con una escenificación de corte bolivariano; un escarnio demoledor para los comienzos de la Comisión Nacional de Mercados y Competencia (CNMC), así como una sucesión de propuestas inverosímiles y azarosas en su propia aplicación, incluso con dificultades de carácter temporal para adecuar los sistemas de facturación de las comercializadoras.

La propuesta resultante para configurar el Precio Voluntario al Pequeño Consumidor (PVPC) se fundamentaba en la aplicación de los precios horarios del mercado mayorista para calcular el coste del componente de energía de la factura. En consecuencia, para los consumidores con contadores con telelectura y gestión horaria, este mecanismo se aplicaría directamente, y si no se aplicarían los perfiles de consumo horario de REE. Además, se ofrecían otras modalidades de contratación a largo plazo (un año), que incluían la cobertura del riesgo que entraña la evolución de precios para las comercializadoras, lo que implicaba lógicamente un montante adicional, motivo por el que se generó otro «escándalo» al no entenderse el significado económico de esta cobertura.

Una vez puesto en marcha el sistema se desató una segunda línea de polémica derivada de la incapacidad de gestión de los consumos horarios de los nuevos contadores para el nuevo propósito de facturación: polémica acerca de la forma, del momento de establecimiento de estándares y del proceso de sustitución del parque actual de los mismos. Todas estas cuestiones, de enorme importancia y con necesidad de análisis y dedicación, se ven envueltas en los tiempos de la turbopolítica y de la velocidad mediática casi en modo espiral.

Además, por si fuera poco, en la aplicación del nuevo modelo tarifario se ha incluido una campaña de comunicación institucional, es decir, de propaganda, que ustedes pueden encontrar en los medios de comunicación para explicar la nueva factura en aras a la supuesta simplicidad de la misma, pese al mecanismo matricial de cálculo del coste energía, con la multiplicación de precios horarios o la combinación por perfiles de consumo.

En su primera aplicación, el nuevo sistema produjo resultados satisfactorios de forma inmediata, dado que políticamente era lo buscado, de forma que se ordenó una importante devolución del recibo de la luz de las cantidades cobradas a los consumidores en los primeros recibos del año, todo ello pese al déficit tarifario pasado acumulado de casi 30.000 millones de euros. Algo que, por otra parte, fue visto con una enorme suspicacia desde el punto de vista de la propia oportunidad política, con el calendario electoral de los comicios europeos en jaque.

Ahora el ministro Soria ha salido a escena para anticipar y poner paños calientes al hecho de que la factura de la electricidad va a subir en el tercer y cuarto trimestre, justificándose en la evolución de todos los costes del sistema, como si fuera algo novedoso. Incluso se ha tenido que desdecirse de anteriores previsiones anunciadas y se ha refugiado en el hecho de que, en el conjunto o global del año, los precios resultantes «espera» que sean menores. Así que los movimientos tarifarios pasan a ser propios de una montaña rusa, pero a nuestros responsables políticos energéticos actuales les gusta ese riesgo. Industria anuncia un cambio en la metodología de cálculo de peajes que también será horaria.

Hay dos errores muy graves en todo el proceso, más allá de los que ya casi se le escapan al ministro con la boca pequeña en su intervención pública. El primero es el hecho de que el Ministerio de Industria, el ministro y el secretario de Estado de Energía con su ejecutoria en toda esta actuación han reforzado la idea de que la factura eléctrica es un instrumento político y, adicionalmente, el precio de la electricidad es un precio intervenido pese a que el mecanismo diseñado tenía un anclaje al mercado de casi correlación. De hecho, el resultado ha sido que esa percepción social se ha acrecentado en lugar de haberse disminuido. Por este motivo las propuestas futuras deberían ir dirigidas justo en sentido contrario: a diseñar la tarifa como un precio y desligarlas del proceso político y de la opinión pública. Esencialmente, el problema parte de que hasta ahora ha habido una liberalización que ha sido imperfecta e incompleta para definir una política de precios orientada a la competencia.

El segundo, y también un error muy grave, es haber efectuado cambios en cuestiones muy profundas e importantes, con muy poca reflexión desde el punto de vista regulatorio y, en consecuencia, con una mirada urgida por el cortoplacismo y el vértigo impropio de lo que se regulaba. Y sobre supuestos muy endebles, casi aplicables al trimestre en el que se estaba regulando. Cualquier cambio regulatorio de esta índole en países de nuestro entorno se ve acompañado de un proceso deliberativo y experto mucho más profundo.

Recordemos nuevamente la teoría del pensamiento no convencional. Se trata de crear nuevos problemas que sustituyan a otros anteriores, irresponsabilizándose de forma adanista de los mismos y, a cambio, presentar la redención providencial de los pasados con nuevas medidas que en el futuro son impredecibles.

Seguramente, en este caso, el camino correcto hubiera sido la estrategia de abordar los componentes de la tarifa, dejar la factura en sus elementos correctos, separar aquellos que no se correlacionan con el suministro, de forma que se aborden de forma fiscal aquellos que no se corresponden. Hubiese requerido de mayores niveles de reflexión y más definición de las políticas energética-económica-fiscal-medioambiental. También de profundización en el marco de la liberalización, así como de coordinación, estudio y esfuerzo en el seno del Ejecutivo.

Ahora realmente lo que toca es la gestión de la vajilla rota; parece evidente que no se ha alcanzado a una situación estable y, en consecuencia, los acontecimientos en esta cuestión no pararán aquí.

Ducha escocesa a cuenta de Garoña

Una argumentación construida para los jóvenes cachorros que reciben cursos de oratoria en Galapagar, minuciosa y rocosamente elaborada por la fontanería de la Moncloa fue su «storytelling» argumental: la sobrecapacidad de generación eléctrica, el falaz concepto de amortización técnica, el tamaño en términos de potencia y producción de la planta, además de la tendencia del gobierno Zapatero a utilizar el riego por aspersión para ciertas tecnologías de régimen especial, ocultaban tanto el efecto marginal en el mercado de generación, como la propia cultura de seguridad de la central burgalesa. La orden de cierre (o de no prolongación de su vida útil) estaba servida y «vendida» con gran eficacia de comunicación política.

Por su parte, el Partido Popular hizo «bandera electoral» de la recuperación de Santa María de Garoña para el sistema eléctrico español en los siguientes comicios, asegurando que iban a retroceder la decisión del gobierno Zapatero respecto a esta central nuclear. Asimismo, hubo una fuerte preocupación también en el Ejecutivo autonómico de Valladolid ante la deriva que cobraban los acontecimientos, por los efectos en Burgos y su comarca.

Una vez en el gobierno, el Ejecutivo popular, con José Manuel Soria en el Ministerio de Industria, Energía y Turismo, comenzó a abordar el problema del déficit tarifario acumulado (y también creciente), a su manera, por el procedimiento de meterlo debajo de las alfombras y sin negociación con los sectores concernidos. Así, el Gobierno actual decide, un día de diciembre hace año y medio, colocar un impuesto a la generación y a la gestión de residuos nucleares, que hacen incompatible de la noche a la mañana la posibilidad de las nuevas inversiones requeridas a Garoña para prolongar su vida útil.

Por su parte, la decisión empresarial de los titulares de la central, a la vista de los nuevos impuestos, es proseguir con el proceso de cierre inicialmente ordenado por el Estado, haciéndolo efectivo por causa de los efectos económicos sobre sus accionistas. Las autoridades energéticas populares consideran la decisión un desplante y distribuyen la idea en los medios de comunicación de que esa decisión empresarial por motivos económicos es, en realidad, un «tour de forcé», partiendo de una concepción de la articulación de la economía de que las empresas son un instrumento que debe estar al servicio de la «política». El Gobierno, por su parte, perfila un modelo energético que, en realidad, para el mercado es un modelo fiscal y de detracción de ingresos dependiendo de filias, fobias e intereses y, para el resto de actividades, es un modelo de retribución regulada muy sui generis y sin parangón en Europa sobre la base del concepto de «rentabilidad razonable».

A partir de ahí, Soria y Nadal incitan un proceso de negociación gestual en el que Garoña entra como señuelo y moneda de cambio en la mal llamada reforma energética, tensando y soltando con suerte desigual según el momento. A la vez, y de vez en cuando, difunden interesadamente nuevos rumores que apuntan al propio endurecimiento de la fiscalidad nuclear para atender los posibles rebrotes del déficit.

Ahora, la Comisión Nacional de Competencia y Mercados (CNMC) sanciona a la empresa titular de Santa María de Garoña por la decisión de continuar con el proceso de cierre, dado que supuso una retirada de potencia del sistema, sin seguir el procedimiento de autorización correspondiente, con el contrafuerte argumental del efecto marginal en los precios de casación del mercado eléctrico (en realidad, es una consecuencia económica de las decisiones fiscales del Gobierno). Recordemos que el precio al que entran las ofertas de producción nuclear en el mercado es cero, aceptando el precio resultante y bajando el precio medio en términos de reducción conjunta del precio del «pool» por su inclusión en la oferta.

Hasta aquí, el relato es totalmente previsible por parte de los actores implicados y por la diferente longitud de onda en que se mueven los protagonistas y decisiones empresariales, frente a decisiones políticas que, por otra parte, tratan de evadir su coste y sus consecuencias.

Evidentemente, el modelo de comportamiento institucional y de política energética español no se caracteriza por el debate global y abierto, por su visión de conjunto, en términos de eficiencia económica o medioambiental y de garantía de suministro, con la existencia de un «pool equilibrado» de generación, asumiendo las restricciones técnicas, económicas o medioambientales que se definen por una gobernanza fiable del sector energético en los mercados.

Por tanto, más que debate, lo que existen son controversias interesadas y partidas de mus, con jugadas muy fuertes desde las instancias políticas. La partida de Garoña con sus duchas escocesas ha conducido a decisiones empresariales de desinversión. La segunda derivada es tal tecnología, con sus reverberaciones frente a tal otra o frente a las demás. Y, cuando no, los diseños de traje a medida por compañías y sectores. Y así sucesivamente. Y, como si tal cosa, con sus decisiones casuales y oportunas, en el proscenio o presentes, la CNMC y REE.

Energía en la sombra

Se trata de una figura que, en el fútbol, tendría su símil en el sistema defensivo de «marcaje al hombre» o «por zonas», en lo que se refiere a las áreas de responsabilidad del actual Ejecutivo. En este sentido, la pregunta es quién sería el responsable en ese gobierno en la sombra en el PSOE del marcaje de la energía y, en el caso del sistema de marcaje al hombre, del ministro de Industria, Energía y Turismo, José Manuel Soria.

A este anuncio, hay que unir dos hechos relevantes que trazan los primeros pasos en la andadura de Pedro Sánchez: por un lado, la requisitoria para que se revise el papel de la energía nuclear en España, el ejercicio de presentación de forma explícita de las líneas ideológicas en energía que seguirá Sánchez (incluyendo su posición antimercado y antiliberalización en el sector energético inspirado en los sectores más retroprogresivos del PSOE) y, por otro lado, el voto de los eurodiputados socialistas españoles contrario a la elección de Jean Claude Juncker, más la justificación de la decisión por parte del propio Sánchez en la lectura que él mismo ha realizado de la opinión de las bases socialistas (¿?).

Algo que nos lleva a plantearnos si esta nueva legislatura europea va a suponer que los eurodiputados españoles socialistas van a abandonar los criterios de la formación europea con la que concurrían en las elecciones, siempre que las bases patrias del Partido Socialista Obrero Español tengan una opinión respecto a algo, o el secretario general del Partido y su Ejecutiva infieran que tienen una reunión respecto a algo. El ejercicio acuciante de la aparición de la nueva formación política Podemos, con el nombre de Pablo Iglesias a la cabeza como catalizador de la brújula de Pedro Sánchez, acaba conformando una versión casticista del socialismo europeo con la coartada de la opinión ciudadana y de las redes.

Quiere decirse que si el Partido Socialista Obrero Español se ha podido inclinar por votar en contra del candidato de consenso de su propia formación, también podría intentar desplegar sus movimientos contra las directivas europeas sobre energía, liberalización sectorial, separación de actividades energéticas y sobre la integración de mercados de la energía en el continente.

Así las cosas, estas primeras señales nos pueden llevar a tener en cuenta a nombres para esa cartera en forma de «alter ego» de José Manuel Soria, como Cristina Narbona, Alberto Carbajo, Antonio Fernández Segura o Ignasi Nieto. Incluso, Pedro Sánchez nos puede plantear como «novedad» que, de cara a plantear ese relevo generacional en esta área, la energía en ese gobierno en la sombra sea conducida por el propio Hugo Morán. En cualquiera de las alternativas, siempre con el asesoramiento de Jorge y Natalia Fabra o Pedro Marín. ¿Quién sabe?

Las viejas ideas sobre energía del nuevo secretario general del PSOE

La elección de Pedro Sánchez como nuevo secretario general del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) ha tenido consecuencias instantáneas desde el punto de vista de la energía y, en concreto, del sector eléctrico. De hecho, durante el proceso de primarias se había desgranado el contenido ideológico en lo que se refiere a energía de Pedro Sánchez y el resto de candidatos, Eduardo Madina y José Antonio Pérez Tapias. La verdad es que la pugna electoral no daba mucha cancha a la especulación, ni mucho lugar a la diferencia.

Según se recogía ayer en Vozpopuli, la posición de Sánchez se alinearía con las facciones más antiguas y tradicionalistas del PSOE en materia de energía, hoy cauterizada por la vieja guardia y por los antiguos altos cargos del partido: Jorge Fabra, Luis Atienza, Cristina Narbona, Hugo Morán y los influyentes «ex» del entorno de REE durante los gobiernos socialistas, con propensión a la determinación de rentas reguladas por tecnologías, modelo que tanto ha hecho por nuestras burbujas y del que no hace ni atisbo de revisión o de autocrítica.

En resumen, esta «nueva» posición de Sánchez consistiría en un progresivo abandono de la energía nuclear, un «no» a las prospecciones petrolíferas, una planificación centralizada y la intervención y/o posición contraria al mercado eléctrico. La diferencia entonces con el programa electoral de Podemos o de Izquierda Unida sería mínima, casi de matiz, y, los tres candidatos en liza mostraban casi una identidad de programa energético en lo que a electricidad se refiere.

Ayer, además, el PSOE presentó a la mesa del Congreso una proposición no de ley para debatir el futuro de la energía nuclear en España, con un enfoque apriorístico respecto a la misma. Esto es, en términos de oposición. Por tanto, los primeros pasos del nuevo y telegénico Pedro Sánchez confirman la vigencia de las viejas ideas en materia de energía. Además, con estos pasos se oculta el debate existente en esta materia en el seno del PSOE, saliendo ganadoras las posiciones más caducas, anticuadas, intervencionistas y antimercado del pensamiento izquierdista español rescatadas para el combate antisistema contra Podemos.

Probablemente, desde el punto de vista de renovación real del discurso, de su modernización, habría sido más productivo que volver a los tópicos e ideologizar el debate partiendo de sacar el mismo de lo nuclear, enfocar una revisión de política energética desde una posición global, económica, conjunta, atendiendo a los compromisos internacionales, a los vectores económicos, medioambientales y competitivos, incluso con atención a experiencias como la norteamericana en esta materia, en lo que se refiere al «mix» energético.

El hecho es que la energía es un asunto idóneo para escenificar una «izquierdización» del PSOE para luchar contra Podemos como sangría de votos. Una posición contraria a lo nuclear, a las empresas y todo lo enumerado anteriormente es una munición de batalla básica en el manual del progresismo «old fashioned» español, lo que evidencia también la dificultad para salirse del «frame» hacia posiciones no dogmáticas o, directamente, evitar los prejuicios.

Pero, puestos nuevamente en la utilización política de la energía para el beneficio de la hoja de ruta del nuevo y joven secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, abrazando las viejas ideas y dogmas, nos lleva a la maldición que le ha caído al sector energético desde la política en nuestro país, en el sentido de que cada cambio en la política supone empezar de cero incluso en la toma de conciencia de los problemas que nos atañen.

¿Qué es lo que ha elegido el PSOE entonces? Nada nuevo, lo mismo de siempre.

El Castor y su pecado original

La solución prevista incorporaría la reversión al Estado de la infraestructura construida (a través de la SEPI o de Enagas), así como la asunción de los costes de mantenimiento del mismo. En total, las cifras rondan los 1.400 millones de euros de la obra añadiendo el incremento de coste de 200 millones de euros por el cambio de sistema de financiación de la misma, a lo que habrá que añadir los costes de mantenimiento para evitar su deterioro.

En este caso, financieramente la operación prevista pasaría por la titulización y el aval del Estado de la deuda, de forma que las empresas recuperasen la inversión más sus intereses en un plazo de 15-20 años. Las cuotas se incluirían dentro de la factura gasista, por tanto sería pagado por los consumidores en sus recibos, y la operación ha sido diseñada en el plano financiero de forma muy semejante a la denominada «moratoria nuclear».

En todo caso, el esfuerzo del Gobierno por comunicar que es una operación semejante a la moratoria nuclear es innegable, lo cual es una «verdad a medias», dado que si bien la estructura financiera de la operación lo es, las causas que derivaron la inclusión de esta instalación en la planificación energética, en su momento, no lo son.

Decir que el almacenamiento subterráneo Castor es equivalente a las centrales nucleares construidas en los años 80 y no puestas en operación es el aprovechamiento de una verdad aparente, porque causa y efecto no son semejantes. Evidentemente, lo único que comparten es la necesidad de que las empresas recuperen los costes que han incurrido en su construcción.

En realidad, con un sistema gasista como el español, altamente eficiente, derivado de la combinación del aprovisionamiento por gaseoductos, junto con GNL transformado en las plantas de regasificación, la decisión de desarrollar una instalación como el Castor sólo incidía en la inflación de infraestructuras inducidas en su momento desde los propios gestores técnicos del sistema, existan ahora seísmos o no.

La aplicación de unos ratios de almacenamiento de gas de países sin esta estructura gasista, está detrás de la justificación de su construcción y forma parte de su pecado original. Al mismo tiempo, el crecimiento de los costes de la misma de acuerdo con la previsión inicial de la obra también ha hecho que se proyectaran sombras sobre la propia actuación y vigilancia de las autoridades energéticas en este período.

Queda además el hecho de que este tipo de «errores» de planificación, con previsiones de demanda sobredimensionadas, sea el detonante o la justificación de una supuesta e innecesaria «reforma gasista». Realmente, lo que se requiere es otra cosa. Entre otras cosas, atajar y depurar las causas que llevan a un desmán como éste, ya que la pregunta es, dado que este almacenamiento hoy resulta «peligroso» por los seísmos, ¿se necesitaría en su sustitución, por motivos de seguridad de suministro, construir otro? Seguramente a nadie se le pasa por lo ocurrido.

Pues, entonces, levántese acta de lo ocurrido, porque la solución es en una parte ortodoxa, pero por otra, se necesitan aprendizajes.

¿Game Over?

Bajo el título «Sostenibilidad sostenible«, aseveraba que las medidas aprobadas desde la nueva Ley del Sector Eléctrico hasta la Orden de Estándares aunaban sostenibilidad económica y medioambiental y, así, generaba este ingenioso y creativo juego de palabras, que se ligaba con el concepto de rentabilidad razonable, definido ad hoc y de forma genuina por la actual administración energética para todos los activos regulados (y, por otra parte, defendido con toda clase de tretas).

Argumentalmente, Soria mantiene el ejercicio defensivo de su ejecutoria como ministro con un discurso maximalista de «o yo, o el caos», pero la realidad es que estas medidas se han estrenado con un torrente notable de procedimientos judiciales y de arbitrajes internacionales, que ponen en duda la viabilidad de todos los juegos de palabras en torno a la sostenibilidad referido a este lote normativo que, en teoría, estaba supuestamente dirigido a resolver el problema del déficit tarifario.

Por otra parte, con un ejercicio declarativo de estas características, José Manuel Soria trata de imponer una capa de silencio mediante la tentación de la declaración falsamente institucional y un espeso discurso oficial, ante las propias formas adoptadas en el proceso de decisión sobre las mismas, la falta de negociación, el autismo o la ausencia de una perspectiva de coordinación con los efectos de las mismas tanto desde los puntos de vista empresariales, sectoriales, económicos, financieros, inversores o internacionales. En todo caso, el ministro otea en su escrito la tentación de esgrimir de forma oportunista y confusa una amorfa «razón de Estado» por una razón electoral o de opinión pública.

En todo caso, este escenario de conflictos no ha hecho nada más que empezar, no va a ser pacífico y los estertores futuros de la misma, inclusive la determinación de los precios para los consumidores, pueden causar más de una sorpresa (entre otras cosas, porque solo se aceptan las consecuencias deseadas, aparentes e inmediatas y no todas las que incluye o se derivan observadas con mayor detenimiento).

Del mismo modo, el tono del artículo despide un cierto tufo a «canto del cisne», a legado, a final, a herencia, a sacudir las zapatillas. Algo así como ahí tenéis todo lo que he hecho y esto es lo que he sido capaz de hacer, incluyendo cómo el propio ministro se deshace en elogios con la Comisión Nacional de Mercados y Competencia (CNMC).

Lo dicho, un resumen. ¿Game Over?

La pena de telediario aplicada por la CNMC

La técnica sigue la estela de los comportamientos ya articulados por Luis Berenguer, consistente en la aplicación de la denominada «pena de telediario» a las empresas, consistente en dar publicidad a una labor investigadora o al inicio de un expediente sancionador, dosificando una suficiente dosis de escándalo que habilitará posteriormente al Gobierno a actuar, de forma que nunca se conoce qué fue antes, si la causa o el efecto, la gallina o el huevo.

Es el momento del repaso episódico, con el último referente pasado proyectado hacia el futuro. Todo el mundo puede recordar las últimas actuaciones de la antigua Comisión Nacional de Competencia (CNC) en los tiempos de Luis Berenguer, que incluso sonrojaron al más pintado, incluyendo las ya famosas redadas televisadas de las que nunca más se supo y que en su momento ordenó.

En sí, su ejecutoria particular consiste en un básico: su papel fundamental sirve sobre todo para legitimar ex ante la creación de marco comunicacional (por ejemplo, el que se generó con las insidias que derivaron en la abolición de las subastas CESUR), aunque luego en forma ex post todo quedara, en los informes definitivos, los que comprometían incluso jurídicamente a la institución, en pura filfa para el propio ministro de Industria, hombre por otra parte, capaz de resurgir de todos sus patinazos.

O, ante las aparentes subidas de precios en ciertos momentos en el mercado de electricidad, que se justificaban, con sorpresa y calculada estupefacción, por la retirada de operación de potencia nuclear, no se señalaba al Operador de Sistema, REE, como autorizador necesario de las paradas y operaciones de mantenimiento de las instalaciones, y en algunos casos, hasta titular de ciertas restricciones técnicas en ciertas áreas geográficas.

Y, es más, cada cierto tiempo, en la CNMC se tira de metáforas en el caso de la subida de los precios de los carburantes como una flecha y bajada como una pluma. Seguidamente el ministro reúne a las empresas de hidrocarburos en su despacho, saca el tarro de las esencias de las amenazas y así hasta la siguiente. A esa técnica se le puede llamar “el fondo de armario”.

Del mismo modo, la CNMC ha sido capaz en su función de ‘órgano independiente’ de justificar la retroactividad de los nuevos sistemas retributivos al régimen especial en la mal llamada reforma eléctrica, en unas palabras que quedarán para la posteridad y, lo que es peor, para los pleitos en los Tribunales de Justicia de la Unión Europea. Más de un disgusto traerá al Reino de España está alineación del presidente actual de la CNMC con estos criterios.

O, por ejemplo, la CNMC está siendo ya utilizada como ariete en la campaña con la compañía Endesa en el tema de los contadores (inexplicable esa intromisión en el aprovisionamiento interno de la compañía con respecto a estos dispositivos sin explicar el marco de especificaciones técnicas definido para los mismos). Y, ahora también le ha tocado el turno a Iberdrola con la denuncia de una supuesta “manipulación” del precio del mercado mayorista cuyo objeto de investigación cuando se profundiza en la letra pequeña ha sido circunscrito a tres instalaciones hidráulicas, utilizando también el grano gordo en el lenguaje de la filtración.

Mientras tanto, el presidente del organismo, Marín Quemada, en su última comparecencia en el Congreso de los Diputados conjugaba la palabra independencia de forma fatigosa encadenando frases en las que se repitiera mucho este término, pero sin contenido, sin sustantivo, sin hechos que lo acrediten, sin mucho sujeto, ni predicado y sin discurso, sólo a efectos declarativos. Lo peor, es que este tipo de acciones declarativas son necesarias en su número en términos inversamente proporcionales a sus comportamientos efectivos y reales.

Lo que pasa es que esos supuestos efectos que tiene este organismo fustigador ya se han diluido por varias cuestiones: la primera, por la extravagante conformación del organismo tal y como ha quedado a nivel nacional e internacional. Segundo, por cómo se confirman los efectos de sus errores de diseño en la forma en que se ha ido cubriendo su estructura directiva y su Consejo. Tercero, por la propia deriva interior de la CNMC. Cuarto, por su propia ejecutoria, cada vez más previsible, evidente, paralela, consecutiva y tributaria del propio Gobierno. Y quinto, por la propia inanidad de las actuaciones una vez pasado el tamiz de los resultados concretos y de las controversias judiciales. Por tanto, ha quedado en eso, en un Administrador de penas de telediario. Un organismo fustigador.