Lectura energética de las elecciones en el País Vasco y Galicia

Que tras unas elecciones se efectúe una lectura de todos los acontecimientos políticos que están interrelacionados, tiene su razón de ser y toda su lógica. ¿Puede el aleteo de una mariposa en Manhattan provocar un terremoto en Pekín, escribía Antonio Tabucci? Máxime cuando en estos últimos comicios autonómicos se ha buscado de forma deliberada una lectura, además de autonómica, nacional. Por ello, sería momento de hacer un recuento de varios factores que se han concitado en estas elecciones y de dos o tres consecuencias de las mismas para los procesos que, actualmente, tiene abiertos el sector energético.

Primera cuestión y como fondo, desde el punto de vista de la actualidad de la denominada “política nacional”, varias cuestiones han salpicado al gobierno en este momento en el medio de la crisis económica. El desenlace de la operación de adquisición de Endesa por Enel que ha tenido una lectura en los medios de comunicación negativa por la actuación del primer ejecutivo socialista en todo el proceso (parece que el tono es de grano grueso en la prensa internacional, como publica «The Economist»). Seguramente son muy pocos los electores que se han visto influenciados por una cuestión así, pero casi todos los medios periodísticos, con todo el arco político, lo han recogido con un tono de censura. Es previsible que otras “bombas de racimo” le vayan a estallar al ejecutivo procedentes de actuaciones en el sector durante la etapa Nieto-Clos (la más nefasta para el sector energético que se recuerda), y que actualmente están en fase judicial sea en los tribunales españoles o europeos. Hay una cierta latencia de que determinadas actuaciones del gobierno en operaciones como ésta o la reciente de Gas Natural con Unión Fenosa, con efectos monopolísticos en el gas, han pasado completamente desapercibidas.

Con el fin de que no sólo haya una lectura unívoca de este resultado a nivel nacional, cabría hacer una recomendación también al principal partido de la oposición y verdadero ganador de estos dos comicios, para que también cambie completamente su “oposición económica”, en la medida que ahora el despliegue demagógico de Cristóbal Montoro va a ser imposible de mantener tras estos resultados, que obligan a aumentar la seriedad de la misma. Criticada en todos los foros económicos y financieros de la capital, la oposición económica es el verdadero talón de Aquiles de acción del PP, desprovista de sentido de Estado y de mínimos de ortodoxia económica necesarios para estos momentos.Y si no, para muestra un botón, el papelón que el Partido Popular está haciendo en las tarifas eléctricas o la propia acusación de falta de interlocución que el Ministro, Miguel Sebastián, hizo al Partido Popular respecto de las negociaciones para la remodelación del Consejo de la CNE.

En el plano autonómico, pero con reminiscencias nacionales, las elecciones gallegas dejaban la promesa del candidato ganador por el Partido Popular Alberto Núñez Feijóo de anular el concurso eólico convocado por la Xunta de Galicia, ya que los propios representantes socialistas presentes en la mesa de contratación abandonaron la misma. Verdadera pieza de escándalo, sobre todo en la prensa regional que ha tenido su caja de resonancia con la fotografía del líder del Bloque Nacionalista Galego (BNG) Anxo Quintana surcando los mares en el yate de un constructor que, posteriormente, fue el claro ganador de este concurso. Este concurso eólico, además, fue recurrido por Iberdrola, según se pudo conocer por el diario ABC el sábado de la jornada de reflexión. Por tanto, seguramente ya hay una consecuencia política directa de estas elecciones para el sector energético.

También en el plano autonómico, pero con reverberaciones nacionales, los resultados en el País Vasco y la opción “constitucionalista” de Patxi López que, seguramente, dejan en el aire la incorporación al Consejo de Administración de la Comisión Nacional de Energía de un consejero cercano a esta formación política. Como ya adelantó el diario Cinco Días, podría tratarse del Consejero de Industria José Ramón Zudaire. Lo que sí parece claro es que la remodelación del organismo se va a realizar en un nuevo escenario político.

Queda una maldad dentro de todas estas lecturas. Y es todo lo aparecido durante esta campaña sobre los elementos suntuarios de los que decidió dotarse la administración gallega de Pérez Touriño. Desde un coche blindado más caro que el del presidente Obama, los muebles del despacho, la sala de reuniones que se oscurecía con el sol y cuyo coste era astronómico o el Consejero que pidió permiso para una obra menor y “retejar” y que, al final, estaba deconstruyendo y construyendo una mansión. Lectura aciaga para tiempos de crisis y que tiene su metáfora en la CNE: los viajes, los coches, los muebles o el nuevo edificio.

¿Cogerán la indirecta?

El Ministerio espartano y la CNE en su prodigalidad

Los bolsillos de los gobernantes deben ser de cristal. Enrique Tierno Galván.

Es preciso reconocer que el actual Ministro de Industria ha hecho una importante apuesta por el ahorro energético como “claim” o vector político que imprime en la mayor parte de sus intervenciones públicas y discursos. Tanto es así que, seguramente, la presencia de Sebastián en el Ministerio de Industria será recordada por el inefable asunto de las bombillas, cuestión a la que no se puede reducir una política energética, de existir. Medidas adicionales como las campañas para el ahorro de energía o la futura ley sobre Eficiencia Energética, seguramente terminarán por configurar una legislatura basada en la austeridad en el consumo de energía. Sebastián es consciente de la tensión entre oferta y demanda, de los costes de la energía y la dependencia exterior. Hasta ahí, la postura es coherente y falta ver cómo se sustancia en otros instrumentos como la planificación energética o la Prospectiva 2030, documento tantas veces demorado y en el que se concitan la mayor parte de los debates abiertos sobre el mix de generación español: la nuclear, el papel de las renovables, etc…

De hecho, en estos momentos, se están ya produciendo importantes descensos en la demanda eléctrica (lo que se traduce también en los precios de la energía, por consiguiente). Es difícil aventurar, en el marco de la actual crisis económica y por las nuevas tarifas y sus consecuencias, cuánto de este descenso es atribuible a las políticas de concienciación pública y de creación de clima en materia de ahorro, pero ahí están estas voluntades.

En ese marco, el Ministro, tal y como publicaba el diario El Mundo el pasado lunes, también ha apretado el acelerador en lo que se refiere a reducir los gastos corrientes de su departamento. El objetivo es reducir más de 110 millones de euros en los consumos del área y, para ello, el Ministerio ha instrumentado medidas que van desde obligar a imprimir por las dos caras, utilizar el transporte público (y no taxis), eliminar la clase “business” en los viajes, la limitación de la temperatura en la climatización tanto en invierno como en verano… Según se podía leer en la noticia, el Ministro estaba dispuesto incluso a sancionar duramente a quien no cumpliese esta normativa.

Quede claro desde esta tribuna que, por coherencia con lo que debe ser el ejercicio de las responsabilidades en unos momentos económicos y sociales como los actuales y por el ejercicio de austeridad y ejemplaridad que debe presidir el comportamiento público, es totalmente razonable (e incluso reclamable) una política de estas características.

Por tanto, es de imaginar el sarpullido que deben producir al Ministro las sucesivas noticias que proceden de la Comisión Nacional de Energía en lo que se refiere a la “prodigalidad” en el gasto que mantiene el organismo. Recientemente teníamos conocimiento de la resolución del proceso de contratación del alquiler de la flota de vehículos para todo el equipo directivo (once) y sus aparcamientos en concepto de retribución en especie, complementaria a sus emolumentos. Algo que, además, ha sentado como un tiro en otras instituciones reguladoras y supervisoras semejantes con comportamientos en materia de gasto mucho más comedido o sobrio en su comportamiento y también en las instancias oficiales, donde están tasados los niveles de los altos cargos que tienen vehículo oficial.

Pero a ello hay que añadir, por ejemplo, el número de veces y las nutridas delegaciones y séquitos que este organismo traslada en los encuentros intercontinentales, por ejemplo, con los reguladores de América Latina, viajes en los que incluso se han utilizado en algún caso limusinas como vehículos de transporte. O el número de eventos y sus “alboroques” correspondientes, conocidos en todo Madrid (y a nivel interno porque, en algún caso y ante la abundancia de los mismos,se decidió extender su invitación de forma generalizada al equipo interno, con objetivo de completar aforo y evitar restos, algo que se vió como una muestra de desdoro y humillación). O la sustitución del mobiliario del despacho presidencial en dos ocasiones desde que la actual presidenta fue nombrada (menos de cuatro años). O los costes asociados a la edición de las publicaciones que ha realizado el organismo en esta útima etapa, especialmente frecuentes. Todo ello, focos de gasto que deben ser conocidos en su volúmen y analizados de forma minuciosa en sus propios mecanismos de contratación, con la mayor información pública y transparencia dado que se financia con la tarifa eléctrica.

El Ministerio de Industria parece que ya ha intentado “meter mano” a tanta prodigalidad, de forma que en los presupuestos anuales del organismo se ha instrumentado un recorte importante, “cerrando el grifo” entre el 20 y el 25 % para este año. Cuestión que se debe ver añadida a una verdadera política de austeridad, congruente con lo que debe ser la actuación de las instituciones públicas.

Como ven hay donde ahorrar. Es lo que toca.

Canta la polémica de las facturas

La polémica aparecida en torno a las facturas eléctricas y que fue denunciada por las asociaciones de consumidores empieza a dar sus frutos en forma de normalización de su tono y esclarecimiento de su contenido, de forma que empieza a sofocarse esa tendencia al “escándalo”, modelo incendiario con la que comenzó.

En primer lugar, parece que demasiados ingredientes se han combinado en un “cocktail” de consecuencias impredecibles: un cambio en la estructura de la tarifa eléctrica que afecta a las tarifas de acceso, al componente progresivo en términos de consumo, la materialización de los efectos (ya anunciados) de la reforma de la tarifa nocturna por la tarifa de discriminación horaria (una de las últimas actuaciones promovidas por el anterior Secretario General de Energía), además del aumento de consumo por un invierno más crudo, junto con el paso a la facturación mensual con lecturas bimensuales. Al mismo tiempo la liberalización operada (necesaria, pero poco explicada) en las tarifas empresariales había ya conformado un escenario de opinión sobre la elevación del precio de la luz que tenía la virtualidad de comportarse como un modelo “mancha de aceite” para la opinión pública.

Todas estas cuestiones se dejaron en un punto de cocción suficiente como para que en tiempos de descreimiento se produjera un cierto “clima social” contra los entes que remiten las facturas a los usuarios, es decir, contra las empresas. No servían las explicaciones de que esto de la tarifa, incluso lo de la facturación, está fuertemente regulado en nuestro país. Seguramente que, como en todos los procesos, hay errores, pero con independencia de ejemplos puntuales, todos los elementos anteriores dibujan el grueso de las causas de la elevación de la factura que reciben los clientes.

Seguramente que una polémica de estas características, al calor de las negociaciones para eliminar el déficit tarifario, también tiene su rentabilidad, dado que el común de los mortales no entiende que la tarifa eléctrica sea insuficiente para cubrir sus costes, no entiende que exista un desfase (el déficit tarifario), no entiende que las empresas en ese escenario no aumenten sus ingresos por la elevación de la tarifa y, además, considera que las empresas no deben tener beneficios (sin medir su comparabilidad con otros sectores, si estos beneficios se producen en el mercado interior o exterior, etc…) y que tienen que invertir por el “buen rollito”, no por el cálculo de retorno de la inversión. Eso es lo que tenemos.

Al mismo tiempo, esto ha servido para que desde ciertas instancias se reclame la existencia de un organismo de protección del consumidor en materia exclusiva de electricidad. Acerca de la existencia de este mecanismo, hemos tenido distintas variantes, desde la reclamación de una entidad diferenciada (otro organismo) al intento de emular la existencia de organismos existentes en otros países (con otras regulaciones y otros problemas). Incluso se ha especulado con la posibilidad de que estas funciones se incluyan en la actividad de la Oficina de Cambio de Suministrador, cuestión que ha sido esclarecida y descartada.

Al final, Industria parece que ha optado por algo lógico, a la vista de los hechos. Primero, anunciar (o mejor dicho certificar) la inclusión de estas funciones en la acción de la Comisión Nacional de Energía, sin más presupuesto ni más estructura “militar” integrada en el organismo regulador, cuyos presupuestos se han recortado este año dada la “liberalidad” observada de su ejecución. En todo caso, ha servido para que la CNE y alguno de sus almuecines adquiera un tono de defensa del consumidor inusitado que bienvenido sea, aunque de una forma tan oportuna, dado que el Pisuerga pasa por Valladolid y la renovación del organismo está en el horizonte.

Por otro lado, ha terminado por aparecer el tema de fondo: la retribución de la distribución. Porque uno de los problemas es “que la factura pasará a ser mensual” pero las lecturas son bimensuales. Resulta que el cambio de modelo de facturación (con sus costes) no ha tenido reflejo en el modelo de retribución de la distribución. Es decir, que se prevé que se facture mensualmente pero no se prevén los costes necesarios de aumentar el número de lecturas, ni se prevé que esas lecturas sean mensuales. Eso es lo que vino a decir el Secretario General de Energía en su comparecencia el pasado miércoles en el Congreso de los Diputados en donde también excluyó la existencia de intereses de las eléctricas en los problemas aparecidos en la facturación. Bien está lo que bien acaba.

Y eso que ni siquiera hemos acabado con el déficit tarifario.

El fondo y la forma

Ayer se pudieron conocer los escasos resultados referidos a las “presuntas irregularidades”, un lenguaje que se ha acuñado en torno al sector energético, a raíz de los modos que se gasta la Comisión Nacional de Energía en las inspecciones. En este caso le tocó el turno a los parques eólicos, donde el año pasado coincidieron dos cuestiones: un cambio regulatorio que afectaba a su retribución y la diferencia entre distintas instancias del sector energético del cómputo de la potencia instalada. Por lo conocido ayer, el organismo ya sabía en diciembre que no había grandes desajustes en los 37 parques eólicos puestos en marcha en 2007, algo que no hizo público para compensar el efecto “campana” que provocó la difusión pública de la sombra de sospecha inicial.

Lo primero que hay que advertir es una patología neurótica en los procesos inspectores que se instan desde la CNE. Neurosis que provienen de un fuerte grado de excitación (que se traduce en un efecto mediático, digamos que explosivo) en el momento en que se anuncia, no sin cierta tendenciosidad, que se va a investigar a un sector justificando que está en tela de juicio porque ha cometido “irregularidades” tendentes a aprovechar el cruce de la frontera en un cambio regulatorio. Un efecto «montaña rusa» de la máxima fruición y excitación cuando se conforma un cierto papel protagonista en la detección de un escándalo, frente al mutismo, silencio y frustración que provoca conocer que, tras la realidad, no había razón para la algarada inicial.

Luego, por el procedimiento del azucarillo, estas investigaciones se van disolviendo en la realidad de los expedientes, en la actuación final inspectora, en la comprobación rigurosa. Pero, el efecto está creado en un momento en que habría que cuidar especialmente la armonía en el funcionamiento de la economía y los sectores empresariales, y no someterlos a un pánico informativo o a la sospecha permanente.

Porque esa es la segunda, si se profiere una maledicencia genérica pero intencional en un momento determinado sobre un sector o una empresa, que siempre se busca que sea en momentos “oportunos”, véase las negociaciones sobre el déficit tarifario o la negociación para que las primas de las renovables pasen a los Presupuestos Generales del Estado o no. Es decir, coincidiendo el lanzamiento del “globo sonda” (sólo que con riesgos y efecto para los sectores económicos) con el trasfondo mediático.

La solución a esto es la misma de siempre, por difícil que resulte sustraerse a la tentación y vorágine del teletipo: que los órganos de supervisión e inspección hagan su labor con respeto, rigor, control, sin buscar el efecto mediático, sin hacer anuncios sucesivos antes de conocer la realidad, con garantía a los procedimientos, de forma sigilosa y firme y sin ser un instrumento político. Y, cuando se conozcan las sanciones firmes, que se comuniquen, se ejecuten y se valoren con toda su fuerza y en su justa medida y dimensión. ¿Es tan difícil?

Aquí todo el mundo se encuentra en las cacerías.

¿Partía o doblá?

Uno de los “objetos imposibles” de nuestra política interna es Magdalena Álvarez («antes partía que doblá») que hace unos días volvió por sus fueros a la hora de “dar explicaciones” (por llamarlo de alguna manera) al caos producido durante las fuertes nevadas de principios de mes en Madrid. Hay que tener claro que Maleni es símbolo de garantía de espectáculo, en primer lugar, de una respuesta desabrida, desairada y desafiante (la arrogancia del que sabe que tiene un salvoconducto que la tiene instalada en un Ministerio clave). También es cierto que es un personaje que a los medios siempre ofrece una parte divertida, aunque sólo sea por lo inexplicable de que podamos asistir a “explicaciones” de este tipo en un representante del Gobierno, con todo lo que tendría que significar en términos de respetabilidad y pudor para una institución del Estado como es el Ejecutivo.

Un día más tarde y con mucho menos gracejo, Maite Costa intervino en el Forum Nueva Economía para hablar de la crisis económica y la energía, una especie de prolongación de la sesión que tuvo lugar recientemente en la CNE en la que intervinieron Guillermo de la Dehesa y Emilio Ontiveros. Fiel a sus costumbres, también Maite Costa no dio lugar a la sorpresa, con una conferencia con argumentos muy académicos, leídos y desgranados con poca matización vocal. Las fotos del efecto plúmbeo de la conferencia del diario gratuito Negocios son impagables (a Maite Costa su tono de voz no le acompaña). En su intervención, se combinaron los elementos básicos que configuran su papel en el sector energético actual: su condición de exparlamentaria, de académica, su desubicación temporal procedente del momento en que el PSC “ocupaba” todos los puestos en la administración energética española (Ministerio de Industria, Secretaria General de Energía y CNE) para intentar “influir en Madrid” en los momentos de la reorganización corporativa energética.

Generalmente, estos desayunos se perfilan con un objetivo de comunicación para el interviniente. Suelen provocar con ello expectación y sus declaraciones, si están bien pensadas, argumento informativo para los medios de comunicación en los dos o tres días siguientes y en alguno de los análisis de fondo. Si hacemos esa prueba del nueve a la intervención de Maite Costa, nos encontramos con muy poca. ¿Y por qué? Porque la presidenta de la CNE en cualquier tema de carácter más o menos actual, relevante en el sector energético o más o menos generador de debate, fue tan cauta que se escapaba a las preguntas, hacía formulaciones completamente reversibles, huía como del agua escaldada de cualquier tema polémico, como por ejemplo la energía nuclear. O hacía declaraciones genéricas en torno a la resolución del déficit tarifario. A la pregunta de si el Estado debe avalar como deuda pública la titulización de esta deuda con las empresas, se mostraba a favor tímidamente (con los resultados de las subastas realizadas por la CNE como para no estarlo, siendo parte del problema y ejerciendo a la vez de agitación de la deuda pendiente de liquidación)… Sólo respondió que a esto se debe buscar una solución a tres bandas “Administración, empresas y consumidores”. De manual de retórica política, pero no de regulador. Fíjense en el papel del actual presidente de la CMT o de la CNC y la visión y conocimiento que trasladan hacia la sociedad de su papel.

Maite Costa «esponsorizada» por Luis Atienza

En lo único en lo que se acercó a decir algo era en la obviedad de que la compra del 25% de Endesa por Enel no tendría que ser revisada nuevamente por la CNE o no tenía riesgos a las seguridad de suministro (el ejercicio de la función 14 rediviva tan emocionante siempre). Era una cuestión que el organismo ya había estudiado y analizado en su momento e incluso había anticipado que su desenlace sería éste, a través del propio Informe que emitió la CNE.

En torno a la renovación del organismo, afirmó que ella sabía tanto como el resto de los ciudadanos, además de decir que está cómoda con este Consejo de Administración. Lo cual seguramente es verdad, a la vez que es paradójico y lo cual señala con todas las letras la desvinculación de Costa con el actual Ministerio de Industria. No tanto, con Luis Atienza, presidente de una empresa privada (y regulada), que esponsorizó el acto, por cierto.

Evidentemente, el objetivo de este desayuno para la presidenta de la Comisión Nacional de Energía actual, Maite Costa, era recordarnos que ella está ahí, pasar de la opacidad de una agenda en el sector energético desfavorable (sólo interrumpida por la acción investigadora febril y federal de la CNE concentrada en las energías renovables, anunciada a bombo y platillo y sin evidencias sólidas y resultados) en un momento en que el torrente en el que puede desembocar la reorganización / refundación del organismo no nos permite ver el alcance final de la misma, máxime cuando se está poniendo al descubierto el desprestigio completo del organismo ganado a pulso en los asuntos gestionados en este período.

Hubiera faltado al menos un trabalenguas como el que hizo sobre las predicciones el día anterior Magdalena Alvarez. Para los demás, para los asistentes, no hubo sorpresas, pero el objetivo de comunicación era totalmente prescindible. A la vista está.

¿Puede esperar más la Comisión Nacional de Energía?

La respuesta es no, rotundamente no. Ayer conocíamos, por declaraciones del Ministro de Industria, Miguel Sebastián, que la situación de interinidad de los actuales consejeros podría demorarse hasta el mes de abril, responsabilizando de esta cuestión al Partido Popular por su falta de interlocución (no ha habido desmentido, por otra parte). Es una mala noticia, en primer lugar, porque la prolongación artificial de la actual configuración del Consejo de Administración de la Comisión Nacional de Energía (por motivos políticos o por ausencia de acuerdo), deteriora el funcionamiento de las instituciones económicas del país, mantiendo una situación de provisionalidad y coyunturalidad rayana en situaciones de teatro del absurdo. Es una forma de languidecer que va más allá del tiempo, que tiene que ver con su “limbo” institucional, que tiene su repercusión sobre las empresas, sobre el sector y sobre la visión del sector financiero del mismo.

En este sentido, si uno sigue la última ejecutoria, los últimos estertores de la Comisión Nacional de Energía van perfilando convocatorias de sus consejos, cuyas reuniones resultan cada vez más descafeinadas y de trámite. Desde la aprobación de los informes, boletines, expedientes de solicitud de acceso, etc… Y no es, evidentemente, porque el sector energético no siga teniendo cuestiones de máximo interés y máxima prioridad que resolver en el presente más inmediato y en el futuro. Vean Vds. además la página de la CNE: desde el 26 de diciembre no hay nada publicado de ‘nuevo cuño’ y algún informe que ha sido aprobado, según reza en las notas de prensa como el de la evolución de la competencia en los mercados energéticos, sigue sin publicación.

Desde el déficit tarifario, el proceso de liberalización pendiente, los cambios en la estructura empresarial del sector energético y su estructura competitiva, varios ‘schoks’ que es preciso tener previsto y a los que ofrecer respuestas, como son las cuestiones derivadas del aprovisionamiento gasístico que se avecina, las cuestiones derivadas de las redes y la distribución, el acceso de las energías renovables, la coordinación con las Comunidades Autónomas… En fín, hay un número importante de cuestiones abiertas “de corto plazo” a las que hay que añadir la Prospectiva 2030 o la Ley de Eficiencia Energética y Energías Renovables.

En segundo lugar, hay que poner el foco o la lupa en la coyuntura política que deriva de esta demora. La justificación ofrecida por el Ministro Miguel Sebastián a esta prolongación, la ausencia de interlocutores válidos en el Partido Popular, viene a dejar al desnudo la situación del principal partido de la oposición, sumido en la guerra del espionaje y en la que Cristóbal Montoro ha sido fuertemente criticado por su gestión al frente de este área. Evidentemente, si el Partido Popular no reacciona, no podrá luego quejarse de su baja presencia en los organismos de regulación sectorial.

¿Se puede esperar más a resolver lo de la CNE? Hay otra respuesta. Bueno, poder, lo que se dice poder, se puede. Ahora, puede ser que en el afán inspector tenga que intervenir la Brigada Especial de Emergencias del Ejército en la investigación de los huertos solares y los parques eólicos. En todo caso, es mejor que este Consejo, en su interinato, siga aprobando cuestiones de puro trámite a que se centre en cuestionar la legislación vigente y, de paso, hacer ideología. Así que, ya lo saben, como esperemos más, aténganse a las consecuencias.

Inspecciona que algo queda

Más que cien predicadores puede un murmurador.
Pedro Antonio de Alarcón

Demos por sentadas dos cuestiones previas al objeto de este artículo que no es otro que reclamar un uso razonable, articulado conforme a comportamientos de sociedad de mercado europea y occidental, democrático y no demagógico del sistema inspector en el sector energético.

En primer lugar, señalar cómo, sin duda, el concepto de confianza se ha erosionado enormemente desde el punto de vista de comunicación y de la opinión pública. Jamás se habían registrado niveles tan bajos de credibilidad en empresas, instituciones públicas y de los mecanismos que decide establecer la sociedad para organizar la vida social. Lo detectan todos los estudios, encuestas y demoscopias que se realizan. Existe una sospecha permanente de que en la actuación de cualquier persona física, jurídica o Administración hay intereses ocultos o adscripciones inconfesables.

Segunda cuestión, que se refiere a la reputación como concepto global de la percepción de una persona, empresa o sector, es que la sola agitación de la bandera del rumor o el mero recurso a la insinuación, provocan una sombra de sospecha, tiene unos efectos de generación de anticuerpos y precauciones sociales sin precedentes que caen en terreno abonado por el deterioro del funcionamiento y rigor de las instituciones. Y eso es algo que ya es conocido desde la organización pública o privada que aprieta la manija. Es el adagio aquel de que cualquier noticia negativa deja huella, es decir algo queda.

Por eso, es enormemente preocupante la utilización (indebida) de la función inspectora que realiza la Comisión Nacional de Energía y su política de comunicación, que lo presenta como un recurrente tema, presente con una asiduidad y frecuencia inusitadas en los últimos tiempos, una vez periclitados el proceso de revisión tarifaria, sin ningún ejercicio de versionado del Informe de Costes y Precios, en ausencia de operaciones corporativas que llevarse a la boca, en medio de su propio proceso de renovación/refundación en tanto que organismo y de ampliación de las estancias por anexión de edificios, del alquiler de la flota de vehículos o finalizada la renovación periódica de la decoración y del mobiliario.

El hecho es que la política del organismo se viene caracterizando por una extraordinaria agitación pública en torno a esta función inspectora, presentando apreciaciones distorsionadas, procesos de inspección masivos, indiscriminados, sistemáticos (no muestrales como sería razonable y práctica de otras organizaciones semejantes), recurrentemente aireados a los medios de comunicación de forma sumarísima y generalizada. Si hacemos un poco de repaso a la hemeroteca, desde el enfrentamiento con Industria a cuenta del “pintoresco” informe de tarifas como recálculo del déficit tarifario, el organismo ha sido protagonista por lanzar sus huestes inspectoras sobre las instalaciones solares y eólicas, con fruición y delectación. Incluso en algunas de las cuestiones publicadas se habla de hechos no conocidos por el propio Consejo y que forman parte de los expedientes y de cada proceso investigador correspondiente, lo que ha incluso debilitado la actuación procedimental. Todo bajo una presunción o un halo de culpabilidad en los tiempos en que hemos conocido a malos perversos al estilo de Madoff. Vivimos malos tiempos para la diseminación de dudas. O buenos, según se mire.

Lo que pasa es que empezamos a conocer varias cosas. La primera es que ya huele. Ya se puede incluso anticipar o describir por obvia y previsible la política de anunciar que se planea investigar algo, en concreto a un sector (además de la energía solar fotovoltaica, en el mismo punto de mira está el sector eólico). Después de decir qué se investigará. Anunciar consecutivamente en la siguiente ocasión, en el siguiente consejo o en la siguiente nota de prensa, que ya se ha decidido investigar. La siguiente es informar de que los inspectores han empezado a investigar el mencionado sector. Y después, “informar” de que siguen investigando ese sector. Que ahí están, que no paran. ¿Sabe algo alguien de los resultados de estas investigaciones coherente con la expectación generada? ¿Y de las sanciones tras los procesos y recursos concatenados a las mismas, una vez cubiertos todos los requisitos?. Pues lo que se va conociendo es que los inspectores de la CNE van encontrando más bien poco. ¿Recuerdan la admonición de la presidenta en TV3 al sector de los hidrocarburos?. Y mientras, “tal sector” aguantando estoicamente el torrente informativo. Resistiendo en tiempos procelosos en los mercados financieros la comunicación a modo de “insinuaciones continuadas”.

Imagínense que una cosa así hiciese la Agencia Tributaria con un grupo de contribuyentes concreto, la Seguridad Social con determinado sector de empresas o el Banco de España con el sector financiero. Que estuviesen día a día generando terror gratuito informativo de este cariz, con implícitos juicios presuntos en sectores económicos, industriales o empresariales. Alguien se ocuparía de que no siguieran por el camino de la generación del pánico.

En este medio siempre hemos hecho una defensa de una función inspectora, rigurosa, seria, garantista, procedimentalmente impecable, no mediática, no refugio de otras polémicas de la gestión del organismo. Por tanto, que se cumpla el procedimiento, de forma silente, precisa, razonada, razonable y se aplique con todo el peso de la ley (vigente) en cada momento, como principio de legalidad, seguridad jurídica y Estado de Derecho. Y, una vez finalizado, se conozcan de forma solemne, precisa y con todo el peso de la ley los incumplimientos reales y demostrados, sin jugar a la presunción de culpabilidad del dedo acusador durante todo el proceso. Pero que no se utilice como una cortina de humo, mediante artes de pirómano, para ocultar una quiebra de prestigio de la institución y que arrastra al propio sector al que debería dar estabilidad y garantías.

Un sector económico necesita buena regulación, buena supervisión y buena inspección para dar tranquilidad a los mercados, al sistema energético y a la sociedad. Sin espasmos, sin excesos verbales o mediáticos, dado que los propios espasmos regulatorios (véase la anterior regulación fotovoltaica) son los causantes en muchos casos de los excesos. Porque un sistema de inspección con estas características sería eficaz y serio, daría confianza y seguridad a todos los agentes. Si no, lo sume en la murmuración, en el “chavismo” y en su utilización interesada (aunque sea en defensa propia). El otro, el que estamos conociendo, da inseguridad, un frío escalofrío y desasosiego, es poco edificante. Lo que pasa es que, a la vista de la historia que precede a la CNE, la primera perjudicada es ella misma. Nuevamente.

Exégesis de los lugares comunes en el sector energético

La editorial Acantilado acaba de publicar una pequeña obra maestra, de especial recomendación para estas fiestas, una joya del pensamiento romántico. Su título es «Exégesis de los lugares comunes» redactado por León Bloy, escritor francés de principios del siglo pasado, y que contiene un análisis de las frases hechas, que intentan constatar ideas inmutables, procedentes de convicciones rayanas, con afirmaciones pseudodivinas, que buscan conseguir un mutismo contrario a la renovación de la sociedad. El lenguaje es, por tanto, la expresión del pensamiento y de nuestro subsconsciente colectivo o colectivista que tanto da, y de la tendencia a los inmovilismos.

El resultado, pasado ya un siglo, todavía tiene toda su vigencia. En total son 210 frases hechas, en las que demuestra que son vacías, absurdas o estúpidas (o, como señala algún crítico, las tres cosas juntas). En todo caso, lo que tratan es de petrificar la realidad. Ejemplos de las exégesis que contiene el libro, «lo mejor es enemigo de lo bueno», o «no hay que ser más papista que el Papa», «nadie es perfecto” o «no hay más Dios que el dinero». Todas estas frases son casi lapidarias cuando se pronuncian, pero evidencian la tendencia al conservacionismo feroz.

Viene esto al caso de la última sesión parlamentaria en la que el Ministro Miguel Sebastián volvió a los lugares comunes en el sector energético, en el marco de los rifi-rafes de la lucha partidista en lo tocante a la energía. Hagamos la exégesis de las mismas. El primero, en el forcejo con el Partido Popular a cuenta de las tarifas eléctricas. La historia es sencilla. Gobierno acusado de haber subido las tarifas eléctricas por el grupo parlamentario popular. El Ministro se defiende aduciendo que los consejeros del PP en la CNE piden la subida de tarifas, mientras la refriega en el Congreso parece no ser coherente con esta posición. Es decir, les acusa, con razón, de partidismo.

Primer lugar común: ¿es que los consejeros tienen que ser de un partido u otro? ¿no debería ser un órgano independiente, integrado por consejeros independientes?. De cara a la reforma en ciernes de la CNE ¿éstas son las convicciones en las que se asienta? ¿cuál es la visión institucional de la misma, dado su deterioro en términos de prestigio y respetabilidad? (Una acusación menos evidente es cómo el propio Partido Popular reniega formalmente de la reforma energética de 1998 o, al menos, no cree en sus consecuencias, como la propia limitación de la subida de tarifas, apesar de la evolución de los precios de la energía).

Segundo lugar común en plena sesión parlamentaria. Esta vez a cuenta de que, en otro incidente parlamentario, aparece Red Eléctrica de España y el Ministro señala que se trata de una “empresa pública” que realiza actividades reguladas. Como todo el mundo sabe, Red Eléctrica no es una empresa pública, tiene sus accionistas, sus fondos de inversión y, en todo caso, una muy pequeña participación de la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI). Además cotiza en Bolsa.

Algo que, en todo caso, no se compadece, de forma paradójica, con el nivel de influencia regulatoria alcanzado por la compañía que preside el ex Ministro Luis Atienza. Por eso, se trata de una cuestión sobre la cual tampoco es previsible un desmentido de la propia Red Eléctrica, dado que incluso no le interesa. ¿Por qué hemos llegado a un punto en el que REE no es una empresa privada y debe ser tratada en un equilibrio regulatorio común con el resto de compañías eléctricas reguladas (pese a que negocie su retribución directamente en el Ministerio de Industria)? ¿Acaso las distribuidoras no realizan actividades reguladas, tan reguladas como el transporte?. ¿No sería razonable separar el operador de transporte y el sistema para evitar que estos lapsus no se prudujeran, ni al Ministro ni a ningún otro alto cargo de la Administración?

Son las cosas que tiene el Diario de Sesiones y sus lugares comunes. Y sus exégesis.

Cantar la gallina

El pasado viernes, Miguel Ángel Aguilar en el rotativo económico Cinco Días volvió a reincidir en la cuestión de la subida de la luz («Sobre la subida de la luz»), como argumento opinativo continuado del periodista madrileño en su columna semanal (en la que la electricidad es ya la columna vertebral) de los viernes. Aguilar “canta la gallina” simplemente por el enunciado de sus argumentos, alineados con unos principios intervencionistas, regresivos en el desarrollo de la liberalización del sector eléctrico (que tanta inversión y mejora del funcionamiento sectorial ha traído, con independencia de lo que resta).

En primer lugar, Aguilar vuelve a exonerar a la Comisión Nacional de Energía de haber provocado un importante terremoto político, con su propuesta de subir las tarifas de un 30 % en un informe construido para dar pie al argumento de que el organismo, en su limitación y pobreza franciscana, no podía hacer otra cosa que señalar esta diferencia entre la tarifa y los costes de la energía, evidenciarla y trasladar al Ministerio una patata caliente. Si no fuera por eso, la CNE, podría dedicarse (según esta teoría) a proponer “cambios en el mercado eléctrico” más que a ejercer de regulador independiente y supervisor, evitando estudiar, gestionar y plantear un escenario tarifario razonable y razonado de cara a la liberalización, misión que es la que realmente le reconoce la legislación a la CNE. Y la que, por otra parte, le recuerda Industria por carta y que “desobedece” en ese momento sin ambages pero que defiende con la demagogia.

En esto, y con el fin nada más que didáctico de esclarecer esta disquisición, cabe destacar que el R.D. 871/2007 establece que la CNE debe enviar una propuesta de revisión de las tarifas eléctricas, junto con la memoria explicativa que detalle los supuestos, previsiones y cálculos utilizados. El propio Ministerio de Industria había requerido por escrito previamente al organismo que “las propuestas de revisión de gas y electricidad que deben plantearse concretando los cálculos para el escenario más adecuado o probable, determinando para cada tramo tarifario una cuantía única y concreta de las revisiones que proponga” (sic). La revisión que en su momento hizo la CNE era simplemente un ejercicio aritmético de determinación del desfase tarifario existente para acabar con el de golpe, con una estimación de demanda, acoplada a una previsión creciente del PIB para 2009.

¿A qué se debe este amancebamiento de intereses relativos a la justificación “non petita” y sin embargo completamente “manifiesta” sobre los poderes de la CNE en materia tarifaria? ¿A qué se debe este argumento gregario?. A la necesidad de atemorizar con la subida de precios de la electricidad (desfasada en España por circunstancias políticas de sobra conocidas y por el incremento de las materias primas energéticas) y dar pie nuevamente a exponer el sempiterno tema de los costes y precios, para proponer volver a una regulación de costes, de vuelta a la España profunda, devota de Frascuelo y de María.

El objetivo es generar una sombra de duda sobre la existencia de un mercado eléctrico en el que se negocia diariamente el precio de la energía, en función de la oferta y la demanda (por cierto, ahora con los precios del kilowatio en picado por la caída de la demanda por la crisis y manteniendo una tendencia y una referencia muy semejante a la de toda Europa). Es un nuevo ejercicio en que el colectivo de retroprogresvos aparece en su acecho constante al mercado eléctrico, dado que buscan que la “no evolución” de los precios sea fija, inmutable, establecida administrativamente por tecnología, de forma que a modo de ley del embudo, las tecnologías teóricamente más baratas (con papeles en el mercado en términos de punta o de base y aprovechamientos diferentes) se sometan a un ejercicio de justicia distributiva, sin que se sea capaz de apreciar los beneficios conjuntos de que el precio medio ajuste y mejore la eficiencia de las empresas y de contar con mayor capacidad instalada. Recordemos que, el Informe sobre Costes y Precios, blandiendo estimaciones académicas y sin contar con datos económicos en sus supuestos, en ningún caso buscaba bajar el precio de la electricidad en España, sino la redistribución de la renta en función de los tipos de instalación de generación.

El segundo es el argumento del túnel del tiempo (Enric Juliana hacía un juego muy divertido a cuenta de la novela de Mark Twain, «Un yanqui en la Corte del Rey Arturo» para ejemplificar el equívoco en la utilización de los mandos de la máquina por parte del diputado Tardá de Esquerra Republicana y sus declaraciones antiborbónicas), para situarse en la realidad tranquilizadoramente tardofranquista del MLE, sin pedir extinción del Régimen con tromboflebitis y todo. El nombrar, renombrar y recordar el Marco Legal Estable del sector eléctrico afortunadamente en el recuerdo. El Marco Legal Estable, una especie de “retorno al pasado”, una antiliberalización, un modelo antimercado siempre disponible entre ese conjunto de “intelectuales” retroprogresivos en un cajón de la mesa. Un grupo renuente a los cambios, incluso a las directrices que emanan de la Unión Europea, de las tendencias de los mercados y en los sectores energéticos. Pero, al fin y al cabo, supone obviar la existencia de los mercados como mecanismo de eficiencia e inversión, y sea la santa retribución a modo de diezmo inverso. Una cosa moderna. La cosa es sencilla, la Administración, el Ejecutivo de turno, reconoce los gastos de las industrias y pone una tasa de beneficio que fija graciosamente o por la vía de las influencias sobre el regulador. Para ello, lo mejor es ser ineficiente y que esa ineficiencia que también la retribuya el Estado con su beneficio y la paguen, españoles todos. Qué tiempos y qué anhelos.

Y, en definitiva, finalmente, queda la propuesta de lectura del Libro Blanco de la Electricidad en España, de clara factura universitaria y académica (como los supuestos del Informe de Costes y Precios), como propuesta orientativa de lo que debería ser la reforma del sector o como libro de cabecera del futuro del sector energético. Algo que, evidentemente, el propio periodista no ha hecho, sino que lo conoce por referencias (lo que, al menos en este caso, es completamente razonable). El problema es que el Libro Blanco estaba construido de espaldas a la realidad de los mercados, desde la existencia del “poder de mercado” de las empresas eléctricas y, por ello, su principal problema gravita en que realiza sus supuestos partiendo de seis años atrás en las cuotas de mercado de las empresas, lo que lleva a conclusiones desafortunadas y a las consecuencias regulatorias que dio lugar en la anterior legislatura. Probablemente, por el Libro Blanco, hoy ya ha pasado el tiempo, pero mucho tiempo.

Todo ello con un trasfondo maniqueo de las empresas que per sé son malas y pretenden tener resultados económicos de su actividad empresarial, qué osadía. En una vuelta a un cierto pijoizquierdismo, por que ya la izquierda europea y la socialdemocracia se apearon de estos mecanismos burdos de pensamiento. Es ahí donde se unen los extremos, donde el falangismo que convenció a los españoles de que mejor que los mercados, es mejor que exista una instancia superior se ocuparía de la distribución de justicia, uniendo socialismo y divinidad. El Movimiento. El Marco Legal Estable.

Vamos que cantan la gallina.

Algo se mueve en la energía nuclear

Parece que la cuestión de la energía nuclear empieza a moverse después de muchos vaivenes y de muchos movimientos hiperbólicos (incluso en alguna ocasión por exagerados en su enfoque y sus efectos). La Prospectiva 2030, un documento elaborado a caballo entre los equipos ministeriales (el anterior y el actual), abordará el hecho de la prolongación hasta el total y repotenciación de las centrales nucleares españolas para aumentar su participación en el mix energético. Ya empieza a difundirse en los medios de comunicación cual será la posición de este documento, una especie de plan director del sector energético español para el horizonte del 2030.

Y es que el difícil equilibrio entre dependencia energética, precio de la energía y seguridad de suministro parece que va a converger finalmente sobre la lógica económica: un modelo desarrollado sobre la base de aumentar la aportación de los ciclos combinados, conlleva más importaciones de terceros países e indiciación a combustibles fósiles, con el consiguiente efecto sobre la “factura final”. Otra cosa, es que el objetivo es un modelo energético diversificado en el que cada tecnología tiene papeles diferentes, como energía de base y punta. Sebastián un hombre con visión en términos de progreso tecnológico (y también con ascendencia con el Presidente del Gobierno) parece que ha tenido que ver en el giro final de la propuesta.

Tal y como se conoce, la propuesta parece conseguir una cierta “cuadratura del círculo” en la cuestión nuclear, gracias también a las nuevas tecnologías atómicas. En primer lugar, cumplir con los compromisos del programa electoral socialista: por la parte negativa, agotar la vida útil de las instalaciones y no instalar más reactores nucleares. En la parte positiva, se conseguiría gracias a las nuevas tecnologías y a la inversión, aumentar su peso en la generación eléctrica, conseguir un mix energético más barato en el medio plazo y actuar para la mejora de las emisiones de gases efecto invernadero.

Ello sigue también lo que han expresado casi unánimemente desde organizaciones empresariales y sindicales, incluyendo algún reproche por la falta de valentía política de administraciones anteriores. No se ha librado de ese reproche ni la administración popular anterior (responsable del cierre de la central de Zorita), ni Felipe González, quien ahora mantiene una posición a favor de esta tecnología, pero a quien se le hace responsable de la moratoria nuclear (una medida económica no ideológica, recordemos, a la vista de las incorrectas previsiones de crecimiento de demanda).

Cabe, en este caso esperar, que este avance sea más certero y definitivo que en ocasiones anteriores, que se acaben por resolver la cuestión de la gestión de los residuos y que no aparezcan nuevos episodios que distraigan la atención del debate, que como aseguramos en este medio, era una cuestión que no estaba cerrada con una declaración política o mediática, más o menos formal.

Crucemos los dedos.