La insoportable levedad de la Ley de Economía Sostenible y la energía

Hoy que el Presidente del Gobierno anuncia nuevamente, vuelve a presentar de presentar las bases que conformen los principios, que fijen los criterios, que determinen el ámbito para marcar los contenidos, sobre los que construir un acuerdo previo, destinado a situar las conversaciones en el marco del diálogo social, donde se comparta la posición de partida ante los agentes sociales, la futura ley de la Economía Sostenible de la que no se conoce todavía ni el anteproyecto.

No piensen que esta forma alambicada de presentar esta cuestión es propia de este medio, ni que esta retórica, quizá distorsionada por exagerada, no tiene una conexión con cómo se están desarrollando los acontecimientos en torno a esta Ley anunciada en multidifusión.

Por ello, no tiene ningún mérito bramar por la Ley de Economía Sostenible, señuelo político creado para endulzar mediante la generación de expectativas a los ciudadanos la posibilidad de un futuro alejamiento de la crisis (hasta que se demuestre lo contrario). No tiene mérito apreciar una cierta voluntad de emulación en esta Ley a la ley de estímulos de Barack Obama, dirigida a coincidir planetariamente. No tiene mérito unirse al coro de todos aquéllos que se han hecho eco de la vacuidad de la propuesta legislativa, ni recoger cómo se escapó un correo maldito a La Moncloa en el que evidenciaba sus vergüenzas. No tiene mérito en la medida que esta norma genera tantas incertidumbres y sonrisas oblicuas.

También hay que señalar lo que ya ha sido resaltado por muchos analistas y expertos, que la pretenciosidad de la Ley, expresada en la formulación del anhelo del cambio de modelo productivo, es una proposición a todas luces desmesurada. Un modelo productivo necesita casi una generación, cambia más cosas que una ley y además, una ley no cambia un modelo productivo. Se parte del supuesto que la intervención legislativa puntual puede más que el comportamiento de los agentes. Se parte del supuesto que un incentivo fiscal acaba con los mecanismos de funcionamiento de una economía, con la economía de sus recursos y capacidades, casi con inmediatez. Lo cual es perverso, además de ingenuo, en los tiempos de la globalización. Y, por último, si unimos el anuncio de esta ley (y sus pretensiones) a esa ansiedad por dar buenas noticias, lo que se transmiten son señales de optimismo antropológico incoherentes con la realidad.

El hecho es que el nuevo modelo productivo, como el nuevo modelo energético, es una colección de buenas intenciones, algunas contradictorias, cuando no una incógnita. Algo vaporoso, de lo que todo el mundo habla, pero que parece que no se ha llegado a concretar. Del que se opina, del que se hacen tertulias, del que se merodea, si será posible, si puede cambiar, su conveniencia, su necesidad, etc…. Pero nada más. No sabemos de qué se trata, hacia qué, ni con qué sentido, no tenemos concreciones, ni evidencias, salvo alguna colección de medidas deshilvanadas y ciertas ensoñaciones como que España será el nuevo Silicon Valley de la noche a la mañana. Y, por último, sin saber hacía qué, no podemos saber tampoco si todo no será un ejercicio de voluntarismo tramposo, en la medida que una pretensión tan estructural con una actuación tan coyuntural, produce mucho vértigo. Todo ello, además sin trances, sin pasarlo mal, sin reformas, con sonrisas beatíficas, sin ponerse serios, ni hacer las cosas en serio. Sólo con eslóganes. Y, es que de la chistera ya no salen muchos conejos (puede salir cualquier cosa) y los que salen no son el conejo de la suerte.

Es decir, y no tan metafóricamente, el Presidente, en el ámbito económico y de los sectores productivos, está desnudo y la frase que ya ha calado en la sociedad española es “a la deriva”. Pero todo esto, no tendría mucha razón de recogerse en este medio si no pudiera estar afectando o no influyera en un sector como el energético. En primer lugar, como saben, la Ley de Eficiencia Energética y Energías Renovables, fue absorbida por la Ley de la Economía Sostenible (cuya generación de expectativas políticas va claramente en su contra y puede ser un boomerán de proporciones muy elevadas). En los primeros esbozos de esta ley primigenia no sabíamos cuáles eran sus pretensiones a la vista del comportamiento regulatorio seccionado operado con las tecnologías renovables (y más, tras la regulación de los registros de preasignación del R.D. 6/2009).

Ahora se ha sabido que también se querría incorporar en esta Ley de Economía Sostenible el discernimiento a la polémica sobre la vida útil, de diseño o vida económica de las centrales nucleares aparecida con motivo de la decisión presidencial sobre Garoña. Más cosas: fiscalidad verde, estímulos fiscales a ciertos sectores. Por ello, probablemente más que tener una Ley de Economía Sostenible, con todos estos ingredientes, sea necesaria una concepción estratégica de futuro productivo y sectorial, del que se sabe poco. Lo que en el ámbito de la energía se refiere a una política energética, una visión del mercado, de la estabilidad regulatoria, del mix de generación futuro, más que coger el rábano por las hojas para esperar que el problema del empleo y de la ocupación se palíe a través del impulso a determinadas tecnologías energéticas (eso no quiere decir que no se aborden, con rigor y separación nítida, las dos cuestiones: tanto el modelo energético, su sostenibilidad económica y medioambiental, así como el sector industrial energético). Todo esto, con buenas instituciones, mercados, seriedad y buena gestión.

Crucemos los dedos.

La necesidad de una Comisión Nacional de Energía profesionalizada

El pasado lunes, en las postrimerías del mes de agosto, pudimos leer en el diario ABC que el Partido Popular exige al Partido Socialista que la renovación de los órganos reguladores independientes se realice de forma profesionalizada.

Se trata de una petición a la que es difícil que el propio Gobierno pueda negarse, en la medida que su respuesta sería un comportamiento saduceo, lo cual no es previsible. Por otra parte, el diario El Mundo, publicó dos páginas jugosas y sustanciosas el pasado 24 de agosto, que dejaban de manera clara, a falta del “tiro de gracia”, el enfrentamiento que la CNE mantiene con el equipo de Miguel Sebastián, así como las malas relaciones (o la ausencia de las mismas, que sería lo mismo) con su actual presidenta, Maite Costa.

A veces puede parecer muy sorprendente que sea preciso reclamar cuestiones que, por obvias y razonables, se dan por sentadas y que en países con una larga tradición democrática, con instituciones serias, solventes y de prestigio, cuentan con la existencia de órganos reguladores independientes respetados y respetables. Porque lo primero para ser respetado es, evidentemente, ser respetable. Y, segundo, porque la institucionalización y seriedad de una economía y de un sector dependen de que estos procesos sean serios, fiables y solventes, tanto para los agentes económicos, como institucionales y empresariales. La debilidad de los reguladores puede tener beneficios a corto plazo para los aprovechados, pero a largo plazo es perjudicial para todos. Y así se ha demostrado.

Por tanto, en estos países, estos organismos no son meros brazos armados del gobierno de turno, esclusas para operaciones no deseadas políticamente, ni mecanismos para reubicar un cementerio de elefantes sectorial. Tampoco se trata de trincheras ideológicas donde residen los renuentes a los procesos normativos o de liberalización de los sectores que regulan. No, no es eso.

Tampoco consiste en configurar órganos de intervención en la fijación de precios sectoriales volviendo a la economía de Girón de Velasco, a un “falangismo” light de nuevo cuño. Se trata de ejercer las funciones regulatorias que tienen encomendadas en el marco de un modelo, así como las funciones de seguimiento, supervisión e inspección sectorial con rigor y sin alharacas. Además, conformar un regulador verdaderamente independiente es una obligación, una reclamación y un señalamiento de las directrices que emanan de la UE.

Y por ello, por todas esas derivaciones indeseadas, es por lo que se ha podido instalar en la actual CNE la sensación de su prescindibilidad. Por eso, y por gravísimos errores cometidos en varios «momentos de la verdad», como las operaciones corporativas a Endesa o la de Gas Natural y Unión Fenosa, que también se ha llevado por delante el incipiente crédito de la nueva CNC.

A todo ello hay que unir la posición estrambótica contra la liberalización del mercado, inverosímilmente pública a partir del Informe de Costes y Precios, la renuencia a la resolución del problema del déficit tarifario, la ausencia “vital” (incluso oposición) a la liberalización pendiente, actuaciones delirantes como los programas de inspección e investigación lanzados a bombo y platillo con escasos resultados y la gestión interna del organismo, incluyendo la política de “coches para todos”, organización de eventos y el turismo regulatorio.

Porque a la luz de todo lo que ha venido pasando en nuestro país en las cercanías de la Comisión Nacional de Energía, podría incluso plantearse o cuestionarse la necesidad de que exista un órgano regulador independiente. Más que nunca es necesaria la “institucionalización” en el sector energético, la profesionalización del órgano regulador independiente, su homologación en respetabilidad y prestigio con modelos sajones, el que el gobierno de la misma institución salga de la esfera de la política para que aporte valor al sector al que se debe y regula.

Hay un largo camino por recorrer todavía en materia de liberalización, de desarrollo futuro del sector energético, de diseño del mix de generación, de impulso a la comercialización, de articulación con eficacia de procesos de inversión estable y de configuración de una política energética de Estado. Todo ello requiere un órgano de regulación independiente y profesional. No esto.

Zapatero convierte Garoña en su segundo Iraq

La comparecencia de José Luis Rodríguez Zapatero ante los jóvenes en la Escuela de Verano Jaime Vera tuvo su momento más desafiante, más vivazmente agresivo en el momento en que hizo un manifiesto por la autonomía y soberanía de sus decisiones, refiriéndose al cierre de Garoña. “Ya sabéis cómo soy”, señalando que no es la primera vez que toma una decisión controvertida, insinuando la retirada de las tropas de Iraq, tomada inmediatamente después de la toma de posesión en su primer gobierno.

También dijo: “es a mí a quién habéis encargado que tome las decisiones”. Expresado así, es una afirmación que contiene elementos coactivos no solamente hacia quien recibe las decisiones, sino también de quien las toma y en nombre de quien las adopta. Por tanto, da vértigo, una pirueta ideológica que es capaz de equiparar el conflicto en Iraq con el cierre de Garoña, con sus parados, sus emisiones contaminantes, su aumento de la dependencia energética, su incremento de los costes de generación y, por ende, de la factura de la luz, el aumento de combustibles fósiles para generar Garoña, el derroche de unas instalaciones y unos equipos en funcionamiento enviados a la picota de forma arbitatria, además de sus indemnizaciones millonarias y sus planes de empleo, seguro que millonarios, seguro que improvisados, seguro que insuficientes.

Porque, en el fondo, lo que reclama el Presidente es la capacidad de subvertir la legalidad vigente, que no es palabra dada, sino la ley escrita. Es decir, ganar “independencia” para ello. La normativa señala que la prolongación de la vida de las centrales nucleares es una cuestión de seguridad, y esta cuestión compete dilucidarla al Consejo de Seguridad Nuclear. Sólo mediante una decisión suprema y muy justificada, un gobierno puede “campar por sus respetos”, independizarse de la legalidad de los mecanismos y marco que las instituciones económicas y energéticas han fijado.

En concreto, en ese momento, quiso justificar esa “heroicidad” de cerrar la central de Garoña como un ejemplo de resistencia política (¿?) y de independencia, queriendo revestir la decisión personal, de dignidad y de resistencia contra algún tipo de presión. «No me voy a referir a los poderes de los poderosos», ha precisado antes de constatar que la autonomía en la decisión del cierre de Garoña fue absoluta (con s líquida), porque «nada ni nadie» va a interferir en el cumplimiento de un compromiso.

Y aquí es donde viene el compromiso. El programa electoral como sujeto omitido para convertirse en un cheque en blanco extendido de la cuenta de los once millones de votantes para interpretar y emitir los ucases zaristas que resulten de las posiciones ideológicas personales. Lo que nos lleva a que una política entendida así sólo da cuenta ante Dios o ante la historia.

El anclaje de la decisión del cierre de Garoña al programa electoral es forzado a un documento tan mancillado e incumplido por los cuatro costados: desde el reconocimiento de la crisis (y la sospecha de la mentira post electoral), pasando por el pleno empleo, hasta llegar a la financiación autonómica y la subida de la presión fiscal que rompe la teoría de que bajar los impuestos era de izquierdas (o reequilibrio tributario como gusta llamar al Ejecutivo).

Luego, le preguntan con sabrosa complicidad: “¡qué difícil habrá sido tener que tomar esa decisión!, ¿no Presidente?, ¿a qué ha habido presiones?” Brillo en los ojos, cierto regusto y, a partir de ahí, el desarrollo de la prosodia estuvo dirigida a “satanizar” a las empresas españolas titulares de las centrales, justificándose en que la energía nuclear es rentable “y no sabéis cuanto”. Un lenguaje fuertemente panfletario (no oído en un gobernante de Europa occidental en años) desplegado con todo lujo de detalles, que parte de un posicionamiento izquierdista, de que todo lo que suene a empresarial es intrínsicamente perverso. Ni una palabra de las inversiones que se tuvieron que realizar en su momento y de que las nucleares hoy son rentables dado que sus costes variables actuales (combustible) son bajos.

Del mismo modo, gracias a las nucleares el precio medio de la generación es menor. Tampoco contó que la rentabilidad del sector y de las empresas es media, y no es de tal o cual instalación, cogiendo uno de los argumentos que hay esparcidos de forma deliberada en esta decisión. Ni contó que es necesario una cierta rentabilidad para seguir invirtiendo. Tampoco contó que son rentables para los consumidores en el corto, en el medio y en el largo plazo. Conclusión, por eso lo mejor es abocar al país a que pague caro los combustibles fósiles para generar la electricidad sustitutiva de Garoña.

A partir de ahí constató que esta decisión es un aviso a navegantes. Subrayó que con esa decisión se había querido enviar una “señal” a las empresas, para lo cual reformará la legislación sobre energía nuclear, definiendo vida útil (con el afán, entre líneas, de que sea menos vida) en un ejercicio de utilización y abuso reglamentista de la ley (pero ese es otro tema que trataremos de manera separada). De hecho, el propio Ministro de Industria, Miguel Sebastián, había declarado en este tiempo proceloso que “la decisión de Garoña no fijaba ningún antecedente con respecto a las decisiones futuras de renovación de otras centrales en operación cuyo período de operación está próximo”. Al final, parece que sí.

Y, en conclusión, para exacerbar el componente político, volvió a exhibir esta decisión como baluarte de la acción del gobierno contra los lobbies. Y contra los empresarios, los sindicatos, trabajadores y consumidores. No hay mención de los lobbies que salen beneficiados de sus decisiones, que los hay, o en referencia al lobby subterráneo que ha soplado a favor de esta decisión, con tentáculos en determinadas asociaciones y organismos, cercanos al mundo de los consumidores y a ciertos grupos ecologistas centrados en la generación de pánico nuclear a falta de evidencias, además de negacionistas del cambio climático.

Hay que reconocer que la palabra lobby tiene gran predicamento entre las bases ideologizadas dado que catalizan las voluntades con el señalamiento de un enemigo al que batir, a falta, claro está, de no reconocer a los lobbies internos. Pero Zapatero, buscando salirse con la suya, amparándose en la personalización de cada uno de sus votantes transustanciada en su decisión, no sólo ha querido esquivar la presión de los lobbies entendidos como tal, sino también, el asesoramiento de los expertos en cambio climático, de los expertos en economía de la energía, de los órganos técnicos y reguladores, de las recomendaciones de la Unión Europea y un análisis más sosegado y menos ideologizado sobre la generación nuclear, porque ni siquiera en el mundo ecologista hay consenso sobre esta cuestión. Es una forma de interpretar interesadamente la palabra «independencia» de forma particular para conseguir actuar de forma individual.

Preguntas, con todo el respeto, al Señor Presidente: equiparar el cierre de Garoña a Iraq, ¿es esta una de sus mejores armas para defender la decisión que ha tomado sobre el cierre de Garoña? ¿Este es el argumento con el que espera contentar a los trabajadores de la planta, a los municipios de la zona? ¿Y si con su actuación “autónoma”, en lugar de independencia, lo que se consigue es mayor “dependencia” energética exterior?

Soraya y la diplomacia española energética

En Energía Diario venimos apuntando la necesidad de repensar y de actualizar la “diplomacia económica” española y más, en concreto, en el ámbito europeo que es, precisamente, el de mayor impacto para nuestra política interior y nuestros intereses. Todo ello, sin contar con las vindicaciones espurias de la Comisión Nacional de Energía y sus denodados esfuerzos para viajar a todo país del mundo donde haya un cable, o firmar convenios para el desarrollo regulatorio en las zonas más ignotas del planeta. Y, en ese empeño, los hechos relevantes recientes son más que preocupantes, sin tener en cuenta el episodio colateral del fracaso de la delegación española en el festival de Eurovisión, con motivo, señalan, de la propia acción de nuestra televisión pública, saliéndose de la disciplina de la convocatoria del festival según la Unión Europea de Radiodifusión, en la que todas las cadenas públicas difundían el festival en directo para mayor gloria, audiencia y recaudación del mismo. Como quiera que el resultado fue, ese es el que conocimos para desgracia de la cantante española, Soraya, de forma que lo que devino después fue un cierto espectáculo que pasó de renegar del festival y considerarlo caduco, pasando por las imprecaciones mutuas entre cantante y televisión pública.

Valga este ejemplo para contextualizar la situación que empieza a ser moneda común en determinados asuntos de la política europea y lo que es nuestra diplomacia económico-energética. Otro ejemplo ha sido la resolución de la interconexión eléctrica francesa, cuyo resultado también ha estado caracterizado por la frustración: una configuración simétrica que reduce la capacidad y flexibilidad de exportación de energía y una demora del proyecto que nos lleva a que todavía no esté empezado, y eso que ha sido necesario meter al ex comisario Monti por delante, pero ni por esas. Y, no es que España no tenga argumentos estratégicos de peso para una negociación bis a bis con Francia, más allá que la cesión temporal de asientos de Sarkozy a Zapatero y esa especie de amor-odio-envidia que se profesan.

Otra cuestión en que hemos podido ver el funcionamiento de nuestra diplomacia económico-energética en acción son las negociaciones con Sonatrach de cara a la participación de Gas Natural en el nuevo gaseoducto que unirá Argelia con España y donde el desconcierto por los negociados presentes en la negociación dejó perplejos a todos. O también los coqueteos de nuestro Presidente con las autoridades rusas a cuenta de la entrada de Lukoil en Repsol, teniendo a media Europa de uñas con una crisis estratégica por el suministro de gas.

Todo esto eran cosas casi inminentes, pero que habían dejado al nuevo equipo del Ministerio de Industria con asuntos de difícil gestión. Ayer pudimos conocer cómo Francia, un país enteramente nuclear, arrebató a España la presidencia de la Agencia Internacional de Energías Renovables (Irena). Por encima de lo paradójico de que, junto con Alemania, España es el país de Europa con un mayor desarrollo en renovables y mayor capacidad tecnológica e innovadora, se vuelve a poner encima de la mesa que la situación de esta actividad requiere de una reflexión sobre nuestro papel en la escena energética internacional europea. Teníamos un buen candidato, Juan Ormazábal, ex Director del Centro Nacional de Energías Renovables (CENER), que perdió frente a la francesa Helen Pelosse. Se habían barajado más nombres, de muy alto perfil, bajo el influjo y apoyo de Cristina Narbona, actual embajadora en la OCDE.

Pero más allá de este resultado frustrante, de que clamemos al cielo, del agravio (cierto) consumado y de la afrenta de los países vecinos (sólo nos queda que nos quejemos amargamente por la leche derramada), es necesario plantearse con una cierta perspectiva, aspectos estructurales y coyunturales, el hecho de que nuestra acción en el plano exterior esté malograda y que nuestra Administración, hoy no esté a la altura de la circunstancias.

Liberalización, tarifas, memoria frágil, prozac y dudas

El establecimiento de la tarifa de último recurso que supone una subida del techo tarifario del 2% ha generado en su poco tiempo de difusión informativa (ayer a última hora de la tarde) un número importante de reacciones. La primera, dentro de la lógica de la situación de la crisis económica, es el hecho de que se produzca una subida de la electricidad en un contexto económico tan delicado. Lógicamente se trata de una reivindicación razonable que se une a otros argumentos menos justificados. Lo que parece evidente es que “cualquier cosa” que suponga una subida de precios es malo y cualquier cosa que suponga una bajada de precios “es bueno”. Sólo que aquí es importante no perder la profundidad y el ángulo de la perspectiva.

En ese mismo sentido, y abundando en el contenido de la “subida”, en algún medio se observa o apunta la consideración de que la “elevación” se produce en un momento de bajada general de precios de la energía. Enfoque en el que deliberadamente se hace abstracción del déficit tarifario, de esa deuda tarifaria acumulada, de esa diferencia con los precios de la electricidad que se venía (y se viene) registrando en los mercados mayoristas y al que se le ha puesto calendario para su extinción a tres años. Sobre todo porque en España se están situando los precios en el mercado de generación en la banda baja de la Unión Europea. Esa distorsión oculta es como esa enfermedad que se tiene pero no se conoce o no está diagnosticada. Por tanto, hay que vivir con unas subidas para compensar nuestro pasado de “dulce y total” renunciación.

Sólo tenemos que remitirnos a una de las encuestas recientes publicadas en Energía Diario, que señalaba cómo la figura del déficit tarifario no era conocida por los consumidores y por la sociedad y, por tanto, nadie tiene constancia de que tiene una deuda tarifaria contraída por las decisiones políticas de los últimos años de no elevar la tarifa (en la fase alcista del ciclo). Pero un problema añadido, además de que esta deuda tarifaria no sea conocida, es que no es asumida por sus autores materiales, por sus decidores, es decir, determinadas instancias públicas y regulatorias. Por eso resultan incomprensibles algunas posiciones contra la subida de las tarifas, contra la temporalización del déficit y su financiación, que más parecen un ejercicio de memoria frágil.

El tercer argumento al que hemos podido asistir es el unir la idea de subida a la liberalización, cuando, per sé, son dos cuestiones que, en puridad, están disociadas y que las han unido en su ejecutoria los comportamientos políticos demorados. La electricidad sube porque su coste no era real. Se une a un proceso de liberalización. Así, hoy, el propio Carlos Rodríguez Braun, como buen liberal, se defendía de esta asociación de ideas aparecida en los medios, en la identidad de subida de la luz=liberalización. Un elemento de comunicación económico-política que seguramente hace la delicia del colectivo retroprogresivo del sector energético, aprovechando la infantilización de la sociedad, la dejación y precipitación en los procesos informativos asociados a cambio de estas características y, consecuentemente, las carencias comunicacionales producidas en torno a este fenómeno desde las instancias públicas (veamos ejemplos en los que la posición ha sido más proactiva: desde la TDT y el apagón analógico o el carné por puntos).

Lo que está claro es que se puede hacer o se podría haber hecho y, con independencia de que todos, hay que entender que empresas y consumidores empresariales y residenciales tienen que pasar por la transición a la liberalización, a la comercialización y a la competencia en el sector eléctrico. En este proceso, hay por ello mucha retranca y ciertos intentos de sabotaje de presentar determinados flecos (que los hay) para justificar las críticas a la totalidad (que éstas, sí que son poco entendibles y más si provienen incluso de ámbitos regulatorios oficiales).

Pero por ello, en ese conjunto, quizá la reacción más incomprensible es la del propio Partido Popular, que en su momento inició la reforma (positiva) hacia la liberalización de los sectores energéticos. El propio Partido Popular ha ejercicio labores de gobierno y debe conocer las consecuencias de la política tarifaria no asumida en los últimos años. Y, en este caso, se echa de menos durante todo el proceso de resolución del déficit tarifario una postura menos demagógica y fácil en torno a la problemática de las tarifas eléctricas. En donde hay que centrar el tiro en el medio plazo es en conseguir un mix energético eficiente económica y medioambientalmente y, para ello, se precisaría un compromiso menos prudente y menos cálculo electoral con cuestiones como Garoña.

Finalmente, otras críticas señalaban que la subida acordada, el techo tarifario fijado eran “disuasorios”. Si entendemos por disuasorio lo que tiene que ser una tarifa de último recurso, es decir, una subida que permita la existencia de ofertas en la comercialización y la competencia, el resultado no debería entenderse como preocupante. Donde hoy hay que cursar ese esfuerzo es en conseguir en un plazo razonable (los exigentes antiliberalización lo piden de inmediato) un mercado eficiente con ofertas de suministro eficientes: para eso hay que regular, fijar tarifas suficientes y comprender nuevas las reglas de nuestro mercado (incluyendo la vieja rémora del déficit tarifario).

Falsos amigos, falsos enemigos

En el aprendizaje de una lengua se llama “falsos amigos” a aquellas construcciones lingüísticas o aquellas palabras de diferentes idiomas que son muy parecidas entre sí por su ortografía o pronunciación, pero con significados muy diferentes por lo que, como ocurre con los falsos amigos humanos, incordian, confunden y no aportan nada bueno. Por eso hay que tener cuidado con los falsos amigos, pues pueden acarrear graves equivocaciones. También hay que tener cuidado de los falsos enemigos, creados de manera artificial en contextos basados en la confrontación política e ideológica.

Por ello, quizá la única coartada que se está utilizando (además de la palabra dada, exhibida en un tono creciente de cierta arrogancia, ganado en los últimos tiempos en las declaraciones públicas, paralelo al marasmo parlamentario del partido de gobierno) es el de la “confrontación” interesada y deliberada entre energías renovables (limpias) y energía nuclear. Así figura en cada uno de los papeles, opúsculos y panfletos que salen de la factoría de Ferraz y sus derivaciones ideológicas como es la Fundación Ideas que preside Jesús Caldera. En este caso, aparecen dibujadas estas dos tecnologías (nuclear y renovables) como “enemigas”.

Tiene que venir la Administración Obama, con su racionalidad y todo un premio Nobel a la cabeza de la energía para apostar por un mix energético basado en renovables y nuclear, que no sólo no es incompatible y excluyente, sino todo lo contrario, es un mix complementario a los objetivos de una política nuclear no dependiente, barata y limpia. Y lo hace aplicando la siguiente lógica: si asumimos la lucha contra el cambio climático como principal problema medioambiental (así lo acreditan también las Naciones Unidas) y se tienen en cuenta las características de suministro y seguridad de las instalaciones renovables, junto con las consecuencias de la dependencia energética fósil, se llega a este perfil o a esta propuesta de tecnologías de generación. En todo caso, la del gobierno Obama, con tener autoridad y relevancia, no es la única posición en el mundo ecologista y medioambiental favorable a este modelo energético. Es más, esta opción sí que es una opción creciente y que va ganando posiciones intelectuales con claridad.

Lo que está claro es que aquí no ha llegado igual, porque lo primero está presidido por un cierto gregarismo hacia las posiciones derivadas de la jerarquía. Esta lógica no la adquieren ciertos responsables del Partido Socialista y de la operación antinuclear que les piden desde arriba. Quiere decirse que tanto las declaraciones de los responsables de política medioambiental del Partido Socialista, como los autores del estudio de marras, incluyendo algún miembro de Esquerra Republicana implicado en todo el proceso, uno de esos “claims” que intentan colocar es la sustitución de la energía nuclear por energías renovables en plan “estira y estiro”. Es decir, aquí y ahora, ya (y, en concreto, se dice de forma falaz que automáticamente esta sustitución se realizará con fuentes limpias, y que además ya son más baratas y mucho mejores, sobre todo electoralmente).

Por ello, la cuestión (que no el debate que, repetimos, no se ha realizado con todos sus ingredientes: dependencia, seguridad, medioambiente, residuos, precios…), se quiere situar de una forma intencionalmente maniquea y pendular, sobre todo porque desde el punto de vista del rédito electoral y de una lectura oblicua y torticera del segundo argumento, “la palabra dada”, podría ser uno de esos clavos ardiendo en los que justificar como sea la decisión ante los ciudadanos, sobre la base de la manipulación y la alteración de la realidad. Tanto es así, que ni siquiera los responsables de las asociaciones empresariales de los distintos sectores y tecnologías de energías renovables, con inteligencia, se han atrevido a salir en medio de la polémica.

Cómo incumplir el programa socialista cerrando Garoña

El hecho es que esto no será así, ni sería así. No se podrá sustituir Garoña por energías renovables, limpias y baratas en esa idílica construcción. No. Se sustituirá por gas, carbón y fuel. Tecnologías emisoras de carbono, con costes hoy mucho más elevados, por su vinculación a los combustibles fósiles. Y, se hará con una coartada medioambientalista y el apoyo de grupos radicales. Ya tenemos falsos amigos: las renovables y las tecnologías emisoras de carbono, que devengan la necesidad de adquisición de nuevos derechos de emisión a sufragar por nuestra economía.

En segundo lugar, el programa socialista apelaba al gradual cierre de las centrales nucleares una vez que se cumpliesen las siguientes premisas: finalización de su vida útil (en el caso de Garoña, el informe del CSN confirma que su vida útil es de al menos 10 años más), que existiesen alternativas limpias (en este caso, Garoña se sustituirá de facto por tecnologías emisoras de carbono), que estas tecnologías fuesen más baratas (otra cuestión falaz, dado que los precios de estas tecnologías son más caros al estar vinculados al petróleo). Por tanto, con la decisión de cierre de Garoña, se llegaría al absurdo de cómo conseguir incumplir realmente el contenido y filosofía del programa electoral socialista. Los programas electorales es lo que tienen.

Vivimos por ello, con una confusión que genera, finalmente la existencia de falsos amigos y de falsos enemigos: la supresión de la energía nuclear derivaría en España en un aumento de las emisiones y de uso de los combustibles fósiles, más dependencia energética, elevación de precios e indemnizaciones a cargo del contribuyente, de la tarifa eléctrica o de Enresa. Además de lo que quiere decir ser manirroto por cerrar algo que es útil, eficiente y seguro y que funciona bien. Alguien debe ser responsable y tendría que pagar este dispendio, este derroche para la sociedad.

Todo ello con la excusa, falaz políticamente y falsa económicamente, de que todo esto se hace favoreciendo el desarrollo de las energías renovables, opuesto intencionalmente a la energía nuclear. Burda, simplista, de comunicación política de primaria, que parte de supuestos hilarantes sobre la audiencia y la ciudadanía (por cierto, las encuestas empiezan a mostrar cambio de actitud social hacia lo nuclear y rechazo por el cierre de Garoña). Por ello, lo peor que te puede pasar es que tengas falsos amigos y que además se empeñen en cumplir la palabra dada, tal y como la interpretan ellos.

Garoña, el festival de Woodstock y Leire Pajín

Curiosamente el cineasta taiwanés Ang Lee acaba de hacer una revisión del Taking Woodstock, uno de los hitos de la cultura ‘hippy’, que tuvo un componente antinuclear importante en su momento, un revival de aquel momento fascinante de ensoñación, una metáfora de una época y de una cultura completamente sobrepasada y vista desde la distancia y la comicidad.

El caso de la decisión sobre la continuidad de la operación de la Central de Santa María de Garoña sigue guardando, además de gran expectación, un número importante de titulares, reacciones y contrarreacciones, toda vez que la movilización entre los concernidos alrededor de este tema parece que no va a parar. Si tuviéramos que tipificar, hay dos tipos de argumentos: los que apelan a la racionalidad económica y medioambiental y los que aluden al programa, programa y programa. Al menos, no parece que haya sucedido una de esas situaciones de “pánico nuclear” artificial y “casual” de los que estábamos acostumbrados a tener cada vez que había una decisión respecto a este tipo de tecnología, sea un maletín que se pierde en un taxi o submarino nuclear que hay que reparar en Gibraltar; a falta de evidencias más contrastables, bastaba con la precipitación de las sospechas.

Ayer, y según pudimos comprobar, le tocó el turno a Leire Pajín, quien señaló que el Gobierno se centraría en defender el programa electoral Partido Socialista Obrero Español, quizá el único “argumento”, por llamarlo así, que se ha quedado en pie después de una importante turbamulta inicial. Hasta ahí pocas novedades. La palabra dada, en una redundancia por su propia repetición, en la cual ya no se trata de una decisión técnica, ni siquiera política (la política es otra cosa), sino ideológica. Probablemente, habrá que preguntar si hoy los españoles piden el cumplimiento “formal” del programa y de las promesas electorales, o están mirando a la pared con el incumplimiento filosófico del optimismo antropomórfico que nos situaba en el pleno empleo y en el mejor de los mundos posibles. Porque incluso puede resultar paradójico que, con las acusaciones de por medio de “ocultar la crisis” durante la campaña y en el programa electoral hasta después de las elecciones generales, la pieza más importante a abatir de todo el programa sea Garoña, como fijación concreta.

En todo caso, tal y como se defiende en este programa, parece más el brazo incorrupto de San Apapurcio, que debe ser defendido, en una mezcla exótica que se queda a medio camino entre Woodstock (posición antinuclear de los años 70) y el encarnizamiento a sangre y fuego contra la tecnología, contra la crisis, contra la realidad, contra los argumentos y contra la racionalidad. Eso sí, entre las adhesiones inquebrantables y las defensas numantinas siempre es bueno introducir, la atención al consejo de los asesores (y más a los de la Escuela Jaime Vera en cuestiones oratoria) con sensibilidad hacia los posibles y futuros parados, de producirse el hipotético cierre. Tampoco consiste en hacer leña del árbol debilitado por las plagas electorales y sus debilidades, pero cada vez es más complejo tomar una decisión de cierre sin argumentos, tratándose de una planta referente en el mundo, con un análisis desde el punto de vista de la seguridad exigente y que cuenta con más de 300 millones de inversión pendiente, junto con los 50 millones adicionales que requieren las condiciones del CSN. Además de los costes de sustitución y de energía alternativa. Probablemente, esta es una decisión de Estado y de Gobierno, más que de partido e ideología, en la que se requiere mayor consenso y debate, presente y futuro.

En todo caso, estas declaraciones contienen un cierto avance, un mínimo avance, en la medida que ya supone diferenciar entre partido y gobierno, programa electoral y programa y acción de gobierno, dado que el programa electoral es una propuesta de una organización política y la acción de gobierno tiene que ver con la gestión de los asuntos públicos y la acción para todos y la sociedad, más allá de la ideología. Quien cuenta con experiencia política y de gobierno lo sabe y lo diferencia.

Por eso, cabría preguntarse cómo se puede/cómo se pudo irrogar la posición del “programa” como posición del Partido Socialista, en la medida que las voces discordantes son muy numerosas y de mucho peso. ¿Es que algún grupúsculo tomó al asalto el programa en su parte energética? ¿Había consignas para favorecer un posicionamiento tan explícito o la tendencia a hacer papeles complacientes con ideas prefijadas como el de la Fundación Ideas comenzó entonces?

Otro foco de preocupación en el PSOE con respecto a esta decisión empiezan a ser los sindicatos que han hecho un análisis más ponderado que el contenido en el programa, con razones de empleo, dependencia energética, coste de energía y competitividad industrial, incluso de compromisos medioambientales, frente a una posición tan monocolor y falta de matices procedente de la Fundación Ideas. Incluso han puesto el dedo en la llaga en la ausencia de un debate y necesario consenso. De hecho, hay grupos ecologistas que apuntan al papel de la nuclear en la lucha contra el cambio climático y, en paralelo, al cambio climático como el mayor problema y de mayor urgencia a abordar en el campo medioambiental. Patrick Moore, ex fundador de Greenpeace, que visitará España el próximo mes, es uno de los defensores de esta posición. Además, parece que Obama relanzará el programa nuclear norteamericano y también Lula, representante de la izquierda moderna y pragmática latinoamericana, hará lo propio con Brasil.

¿Nos quedaremos en Woodstok en plena crisis?

La vida útil y la palabra dada

La comparencia en el Senado de Jose Luis Rodríguez Zapatero nos ha dejado dos términos en referencia a Garoña, palabras que, repetidas un número suficiente de veces, quieren configurar el marco, el ‘frame’ de la decisión respecto de la continuidad de la central.

En primer lugar, se trata de un concepto al que agarrarse en una comunicación política que empieza a tomarlo como argumento y que se utiliza como caja negra (“palabras de experto”) justificativa de la decisión, al entender que los ciudadanos anulan su pensamiento y análisis y todos a callar: vida útil.

La segunda idea, o mejor dicho, la primera que exhibió el Presidente del Gobierno, es la de remisión a lo que ponía el programa electoral del gobierno, es decir, el concepto que tan bien identificó en su momento Enric Juliana como “la palabra dada”, vector de actuación y criterio de funcionamiento del presidente.

Todo ello, con las formas y engolamiento de discurso, que dan a la decisión una cobertura rigorista de juramento ultramontano a la posición y un ejercicio de cierto sofisma político para meter a su partido en cintura a partir de una posición que empieza a ser personal y de la sacristía más cercanamente ideológica. Por ello, a los demás los mete en la ratonera, sobre todo dado que el presidente está cada vez más cuestionado dentro del partido en decisiones particulares y en la forma de abordar en términos de polarización de la acción política.

Empezando por lo segundo de ayer, con la alusión al programa electoral respecto a Garoña, ha querido el presidente tatuar al Partido Socialista Obrero Español una decisión en la que no hay unanimidad en su partido. Programa, programa y programa como decía Anguita quiso señalar Zapatero ahora que le conviene. Y someter al propio estalinismo de la disciplina de partido la decisión final. Porque lo que también está claro es que esta decisión, así como la salida de las tropas de Iraq o de Kosovo, son decisiones de su presidente que, con mayor o menor fortuna, y dependiendo del momento y oportunidad, articula en su discurso y comunicación política.

Pero también ha recogido el sentir de esa idea de “palabra dada” aplicada a la acción política y de gobierno, como resistencia al cambio y a la acción pragmática, algo refractario, que no permite aprender, que no permite adaptarse a la realidad de los tiempos, de los hechos, del contraste de las opiniones, que no puede ver cuestionados sus criterios porque todos son ideología pura o, como decía Carlos Herrera en este caso, el dos caballos con la pegatina de Nuclear, no gracias. Esa manera de atarse de pies y manos, ese flanco de debilidad, ya ha sido advertido por los propios grupos contrarios y por eso le piden «coherencia» con su pasado (el más antinuclear del gobierno).

La “palabra dada” nos está jugando, como país, como sociedad, malas pasadas y más si existe tendencia a establecer promesas y luego a que se cobren las facturas de las mismas. El ejemplo más reciente es el comportamiento, a modo de camarote de los hermanos Marx, que hemos dado con el anuncio de la salida rocambolesca de Kosovo y que se ha cobrado las posibilidades futuras de la ya reconocida aspirante, Carme Chacón.

La «palabra dada» tiene también un cierto ejercicio de hipocresía, puesto que nuestro país compra e importa tanta energía nuclear de nuestro vecino que por ello merece la pena la comparación política (la palabra dada siempre tiene un ejercicio de paseo por el alambre del equilibrio de la coherencia, con mucho riesgo si se llega al extremo). La palabra dada tomada así no es una virtud la de la coherencia, sino un radicalismo, un extremismo. Si nos vamos a las comparaciones políticas, comprueben cómo en Francia, con gobiernos de izquierda, derecha y de cohabitación no han cambiado su política respecto a la energía nuclear que, por cierto, nos siguen vendiendo con toda facilidad procedente de los 50 reactores que el país galo tiene a unos pocos kilómetros de nuestra frontera.

Francia es, sin duda, “modelo energético” por su intervencionismo estatal, a pesar de los intelectuales representantes del colectivo retroprogresivo, que hoy se muestran tan contrarios y tan activos en la sombra contra Garoña, la 31 del mundo en el ránking de las 50 mejores instalaciones. Desde que los españoles íbamos a ver porno a Francia, el modelo de hipocresía en la frontera ha cobrado mucha fuerza (detras de una explicación basada en el honor y en la palabra, siempre hay incoherencias y un cierto grado de hipocresía, algo oblicuo). La palabra dada.

Por tanto, la alusión al programa al ser preguntado en el Senado, es una vuelta a la ideología y al pasado, puesto que el programa electoral además de tener muchos incumplimientos, se puede cumplir por lo “bajo” en las cosas importantes o no cumplir (pleno empleo, un incumplimiento) y a cambio, cumplir nominalmente el programa con esta decisión que condiciona el modelo energético y encarece la electricidad. El problema es que esta decisión, además de cara, va contra el empleo y la competitividad del país, es decir, contra la promesa mayor del programa. Carta mayor debería ganar carta menor, en lugar de, carta en la mesa está presa.

La vida útil

¿Qué ha pasado para que una cuestión que, en teoría, era un proceso de revisión técnica y renovación de la licencia se convierta en un caballo de batalla y en controversia política? Por eso encontrarán en toda esta “comunicación política” tantas alusiones a que Garoña es la central más antigua de España y a la edad de la instalación (y no se dice que una de las más eficientes del mundo).

Dos cuestiones: la primera proviene de la manipulación del concepto de vida útil y la segunda, de la ansiedad por precipitar una solución a un debate, el nuclear, que sus detractores quieren cerrar, antes de que se abra, en un ejercicio vergonzante de control del funcionamiento de la sociedad civil y su derecho a saber más.

La coartada de todo es el concepto de vida útil, definida como el tiempo mínimo para el que esta diseñada una instalación con un uso determinado y determinadas condiciones. El concepto de “vida útil” que se esgrime contra la central de Garoña, así expresado, es un concepto muy relativo y, por ello, tramposo y ambiguo o al menos apriorístico, por lo que puede variar el funcionamiento derivado de su mantenimiento y de la inversión realizada en sus mejoras. Por tanto el concepto de “vida útil” hoy se encuentra en el centro de la manipulación de la “comunicación política” (por otro lado, bastante chapucera) aplicada esta cuestión.

No obstante, lo que parece es que las mejoras que tiene este reactor, la cultura de seguridad, las inversiones realizadas, los informes nacionales e internacionales, incluidos los del CSN, y que hay más de 50 centrales en USA de la misma edad y tecnología operando con más de 60 años de vida concedidos, avalan que puede seguir en uso. Lo que parece claro es que Garoña, por su equipo y su cuidado, “nos ha salido buena”, está en buenas condiciones y puede continuar su explotación con un programa de inversiones que los titulares de la explotación deberían aceptar y que ha enunciado en su Informe el CSN (por fin una cosa hecha por su orden en el sector energético español). Es decir, la vida útil de una instalación se prolonga por su propio uso, cuidado, seguridad e inversión.

¿Derribarían todas las viviendas, independientemente de sus mejoras, acabada la vida útil inicial para la que estaba diseñada? ¿Llevarían su coche al desguace siempre al final de la «teórica» vida útil de los «teóricos» en las mismas circunstancias? ¿Esta es la forma de ocultar una decisión ideológica, poco pragmática, destructora de capacidad instalada, competitividad y empleo, elevadora de precios y aumentadora de la dependencia energética? ¿Es una forma de tomar decisiones energéticas esta forma de entender la “vida útil” con resultados derrochadores y caros para el Estado y los ciudadanos, en medio de una crisis? ¿Es el criterio aplicar la “palabra dada” como pantalla para la ideología? ¿Se está en condiciones de ser flexibles ante las circunstancias, la realidad y los datos? ¿Se es consciente de los mensajes que se dan a la sociedad y a la economía? ¿Por qué todo nos parece tan antiguo? ¿Es útil y nos facilita la vida la decisión del cierre de Garoña, esta utilización de la palabra dada?

Garoña, demasiadas partidas de ajedrez a la vez

El proceso de renovación de la licencia del reactor nuclear de la central de Santa María de Garoña está empezando a tener ciertos tintes de culebrón «casi venezolano». Según las informaciones que podíamos seguir ayer a través de los diarios El País y Cinco Días, parece que está teniendo lugar un nuevo episodio, esta vez alrededor de la idea manoseada desde los sectores más retroprogresivos favorables a la teoría de los “beneficios llovidos del cielo” y sus consecuencias: la fijación de un impuesto a la energía nuclear. Sería esa, ¡acabáramos!, la única forma de “vender a la opinión pública la renovación de Garoña y que el Presidente pudiera “pasar el trago” de aprobar la renovación tapándose la nariz y mirando para otro lado. Parece ciertamente inaudita una explicación así, dado que lo que se está decidiendo en estos momentos no es eso.

La decisión que hay abierta es más simple, aunque mucho más trascendente e importante de lo que parece, sólo que está contaminada de motivos ideológicos y políticos. Y esta decisión es si se mantiene en funcionamiento una central nuclear (que no tiene límite legal en operación), en función de su estado, inversiones y mantenimiento. Se trata, según se ha podido saber, de una de las 50 mejores centrales del mundo. En esto hay componentes tecnológicos y de seguridad, económicos (por el impacto de su desaparición en el sistema eléctrico y aumento de tarifas en un escenario de los precios del petróleo inciertos) y medioambientales (dado que previsiblemente serían tecnologías emisoras de carbono las que tendrían que sustituir a Garoña).

En esa decisión, sus detractores apuntan a la existencia de intereses lógicos: el lobby nuclear o de las industrias auxiliares. Cuando se apela entonces a teorías conspiratorias, siempre se parte de la tendencia estatalista hacia la búsqueda y conjura de quien mantiene opiniones diferentes y disidentes a sus deseos, intentando demonizar o satanizar determinados intereses legítimos y razonables, ocultando o mostrando virginales y ‘buenistas’ a los que justifican esta decisión. Un ejemplo es la conspiración “judeomasónica” que la dictadura franquista blandía, de vez en cuando, para pedir un «prietas las filas».

En el lado contrario, hay que señalar que también hay otros lobbys, aunque no se mencionen o se beatifiquen: los que compiten por la energía que se deja de producir, con especial defensa de su sustitución por centrales de ciclo combinado (como hemos podido leer). Y, finalmente, un lobby filiforme, poco identificado, que es el ya constante grupo reconocido de los “retroprogresivos”, cuyas características identificables son: no haber pasado por una actualización hacia la creación de mercados energéticos, falta de comprensión y de “aggiornamento” sobre la liberalización y el marco europeo, estatalismo e intervencionismo a “cascoporro”, planificación y optimización matemática en versiones sofisticadas, oposición a la energía nuclear e hidráulica, vuelta a la fijación de costes por tecnologías y marco legal estable del franquismo, oposición al mercado eléctrico y determinación de criterios arbitristas en función de estas filias y fobias.

Por ello, no es aventurado apuntar que Garoña puede ser otro episodio más en la batalla particular entre el grupo de intelectuales orgánicos intervencionistas y retroprogresivos y el actual equipo del Ministerio de Industria que, una vez perdida la pugna por el déficit tarifario, están en la labor de “chafarle” o imponer sus criterios por otras vías. Lo que está claro es que estos últimos argumentos conocidos son inconfundiblemente procedentes de esta corriente, de sus relaciones mediáticas y de sus conexiones en alguna línea con el contorno de Moncloa.

Por tanto, habrá que agradecer a los próceres retroprogresivos que hayan aportado esta nueva-vieja idea (tanto como el Marco Legal Estable), que es la de que se conceda el aumento de licencia a cambio de ponerle un nuevo impuesto, un nuevo gravamen, que desincentive que se use la central para producir electricidad o reduzca las ganas de hacer nuevas inversiones y esfuerzo en la cultura de seguridad. Además, esta decisión tendría carácter “ejemplarizante”, una especie de aviso a navegantes para próximas renovaciones de las instalaciones en funcionamiento. En definitiva, nuevo elemento de confusionismo introducido en el debate político alrededor de Garoña.

Tres planos confundidos deliberadamente

Lo razonable en una sociedad moderna, democrática y con un Estado de Derecho sólido es que en cada momento se resuelva cada cuestión por separado y que no se mezclen cuestiones cuya acumulación en un “totum revolutum” completamente intencional. Lo que se tiene que dilucidar, hoy, es si la central de Garoña está en condiciones de producir energía con seguridad en el futuro. Por ejemplo, recordemos que hoy existen más de 25 instalaciones de las mismas características y edad que Garoña en USA operando sin problemas, con períodos de 60 años de vida útil reconocidos. Además, se ha conocido y se ha reconocido, que se ha hecho un conjunto de inversiones muy importantes en los últimos años en esta central, que los mecanismos de supervisión del Consejo de Seguridad Nuclear español son de los más exigentes, seguros y profesionales del mundo y que lo previsible es que no se hayan encontrado reparos significativos o que se fijen condiciones adicionales (que la planta ha ido cubriendo con creces con un modelo de trabajo pensado para la operación futura).

Otros planos que deliberadamente se entremezclan, deberían haberse producido o se deben producir en otro momento y lugar. Un segundo plano, incorporado dentro de este debate, es el de saber si en el futuro mix energético español queremos energía nuclear o no, y un tercer plano, superpuesto, y hoy contrapuesto, es si creemos en un modelo de mercado de generación competitivo en el que cada instalación y tecnología compita en igualdad de condiciones en función de sus características y su papel en el mix energético. Cada cosa determina consecuencias diferentes y su deliberada confusión desde instancias políticas sólo puede producir despropósitos desde el punto de vista económico y de gestión del sector energético español y una manipulación de la realidad. Por ello, cada una de estas cuestiones tiene un momento diferente, un debate separado y por su orden, un responsable concreto, unas consecuencias y, probablemente, en cada una de ellas hay alguien que tiene que pasar por un “Dios mío, aparta de mi este cáliz”. Haremos un comentario separado de cada uno de ellos.

En el primer caso, que es el que nos ocupa ahora, lo que hay que decidir es si sigue funcionando un reactor, es decir, si se le renueva la licencia dado su estado, situación actual, mantenimiento e inversiones. Y, de todo ello, hay suficientes testigos internacionales para que se acredite la calidad de esta supervisión. Por tanto, de lo que se trata es de si da igual que una central, que funciona bien, en condiciones de seguridad óptimas, puede ser cerrada por una decisión política, sin haber resuelto los debates anteriores en tiempo, procedimiento y forma. De lo que se trata es si de forma más o menos ideológica (que es la forma de capricho que tienen los argumentos demagógicos) se quiere tirar por la borda la inversión realizada y aumentar el grado de dependencia energética futura y su impacto sobre los precios de la electricidad. Y, finalmente, de las señales que se envían fruto de la forma o el resultado de la decisión para las inversiones y el sistema eléctrico. Todo ello, con la ayuda de que la memoria es frágil en lo que se refiere a los responsables de las decisiones políticas que desencadenan consecuencias económicas. En eso, sería bueno que cada uno asumiera su responsabilidad y que no se diera “cuartelillo” ideológico o coartadas basadas en la consideración de temas entreverada para evitar la visualización exacta del problema, de sus decisiones y sus consecuencias.

Demasiadas partidas de ajedrez a la vez y demasiados enroques.

Más tank que think

Si ayer intentábamos escudriñar los objetivos del recientemente publicado informe del Instituto Juan de Mariana, hoy nos corresponde revisar el contenido de otro documento, no menos polémico, no menos intencional, no menos parcial, no menos deliberado, como es el recientemente conocido informe («Un modelo energético para España») de la Fundación Ideas, que preside el ex Ministro de Trabajo y Asuntos Sociales, Jesús Caldera, sobre las energías renovables. Mal comienzo, sobre todo porque, en general, las fundaciones del entorno del PSOE nos tenían acostumbrados a informes mucho más equilibrados, a trabajos menos dogmáticos y menos parciales. Parece ser que este es el signo de los tiempos, por lo que, a lo mejor, no hay que llamar a esta institución Fundación Ideas, sino Fundación Ideologías.

El informe, del mismo modo que el que analizábamos ayer tenía un propósito claro (denostar el sector renovable español en USA para favorecer otros sectores alternativos más tradicionales), este lo tiene también y no es velado. Fundamentalmente, el propósito del informe es atacar la opción nuclear colocándola en frente a la energías renovables. Cuestión que incluso es discutible porque hay expertos que sostienen que un mix equilibrado combina las energías renovables (intermitentes) con la energía de base nuclear (que requiere más inversión en principio, pero tiene menos costes en el largo plazo).

El hecho es que se asegura en los mentideros que este Informe es un “encargo” de Moncloa para conseguir un asidero “intelectual” donde presentar la defenestración de la central de Santa María de Garoña (cuyo proceso de prolongación de vida útil está hoy en curso), especialmente ansiada por el propio Presidente del Gobierno.

En todo caso, y según informaciones de toda solvencia, parece que el informe huele a apresuramiento, y según se ha podido saber, incluso ha habido bajas en los autores materiales e intelectuales de la papela. Como crítica principal y problema más grave, en este informe existe un déficit sustancial de análisis económico que hace que se caiga de las manos y se convierta puramente en ideología en dos líneas. ¿Se pueden imaginar que las estimaciones de demanda no dependan de los precios? ¿Se pueden imaginar que la palabra precios sólo aparece en términos casi históricos y no referidos a los mercados de la electricidad? ¿Se pueden imaginar que la comparación entre tecnologías no atiende a los encarecimientos relativos de las mismas? Resultado ideología y verdades absolutas provistas con poco ejercicio de contraste: el primero, el argumento manierista e intencional de enfrentar renovables contra nucleares, con justificaciones naïf y bienintencionadas. La segunda tendencia que enseña el informe es la de esgrimir propuestas y mecanismos de intervención y de “optimización” frente al desarrollo de mecanismos de mercado. Federales contra confederados.

El informe trata de concluir que en 2050 todo nuestro parque de generación puede ser renovable y que podemos tener un país sin centrales de carbón y sin plantas nucleares, tan molestas a ojos de la opinión pública. Y todo ello, al coste de medio billón de euros, que si lo distribuyen ustedes entre hoy el 2050 es menos que el Plan Prever. Por lo tanto, la planificación energética hecha fácil.

Sólo hay que comprobar cómo el informe de marras no ha sido acogido con especial entusiasmo, ni siquiera por los agentes empresariales y asociaciones del propio sector renovable. Puede ser por varios motivos: uno, porque se huelan la intencionalidad del informe (y a uno en la vida le gusta todo menos que le utilicen); dos, porque a nadie le viene bien que se identifique a un sector económico con un partido político (esté en el poder hoy o no); tres, porque pese a la colección de buenas intenciones, el Ministerio de Industria regula y gestiona el caudal de entrada de las renovables en el sistema eléctrico, en un proceso continuo de ajuste de las primas a las mejoras de competitividad.

Primera conclusión, hay que señalar que el peor camino para que una institución se presente en sociedad y comience su andadura es dar a conocer un informe cuestionado y cuestionable. Tampoco es un camino favorable para el propio sector renovable y para que exista un debate equilibrado, argumentado y fundamentado. De hecho, parece que el Informe se construye para abortar, no para provocar, un debate (el nuclear) con un posicionamiento filisteo y puramente ideológico. El informe está construido de forma que parece una caja negra, en la cual, en algún momento, se ha roto el eslabón perdido del pensamiento deductivo. Hay un eslabón perdido entre los supuestos análisis y argumentos, y la conclusión completamente espuria y traída por los pelos argumentales de cerrar Santa María de Garoña.

La Fundación Ideas, por tanto, se ha configurado como el alter ego de las FAES de Aznar (una herramienta, un think tank, neocon), sólo que al servicio del Presidente del Gobierno actual, no del Partido Socialista, donde existen varias corrientes y posiciones, y ésta apuesta por contraponer la superstición de la ideología frente a análisis riguroso y solvente de los problemas complejos.

Por tanto, lo peor que le puede suceder a las energías renovables, no es que salga un Informe contrario, tan escorado y descompensado como el de Gabriel Calzada, que ya de por sí es una desgracia. No. Lo peor es que les salga un informe presuntamente favorable, con un contenido cuya catadura económica es altamente discutible.

Señores, sería razonable que se acaben los informes por encargo, porque estos think tank pueden ser más tank que think.