La insoportable levedad de la Ley de Economía Sostenible y la energía

Hoy que el Presidente del Gobierno anuncia nuevamente, vuelve a presentar de presentar las bases que conformen los principios, que fijen los criterios, que determinen el ámbito para marcar los contenidos, sobre los que construir un acuerdo previo, destinado a situar las conversaciones en el marco del diálogo social, donde se comparta la posición de partida ante los agentes sociales, la futura ley de la Economía Sostenible de la que no se conoce todavía ni el anteproyecto.

No piensen que esta forma alambicada de presentar esta cuestión es propia de este medio, ni que esta retórica, quizá distorsionada por exagerada, no tiene una conexión con cómo se están desarrollando los acontecimientos en torno a esta Ley anunciada en multidifusión.

Por ello, no tiene ningún mérito bramar por la Ley de Economía Sostenible, señuelo político creado para endulzar mediante la generación de expectativas a los ciudadanos la posibilidad de un futuro alejamiento de la crisis (hasta que se demuestre lo contrario). No tiene mérito apreciar una cierta voluntad de emulación en esta Ley a la ley de estímulos de Barack Obama, dirigida a coincidir planetariamente. No tiene mérito unirse al coro de todos aquéllos que se han hecho eco de la vacuidad de la propuesta legislativa, ni recoger cómo se escapó un correo maldito a La Moncloa en el que evidenciaba sus vergüenzas. No tiene mérito en la medida que esta norma genera tantas incertidumbres y sonrisas oblicuas.

También hay que señalar lo que ya ha sido resaltado por muchos analistas y expertos, que la pretenciosidad de la Ley, expresada en la formulación del anhelo del cambio de modelo productivo, es una proposición a todas luces desmesurada. Un modelo productivo necesita casi una generación, cambia más cosas que una ley y además, una ley no cambia un modelo productivo. Se parte del supuesto que la intervención legislativa puntual puede más que el comportamiento de los agentes. Se parte del supuesto que un incentivo fiscal acaba con los mecanismos de funcionamiento de una economía, con la economía de sus recursos y capacidades, casi con inmediatez. Lo cual es perverso, además de ingenuo, en los tiempos de la globalización. Y, por último, si unimos el anuncio de esta ley (y sus pretensiones) a esa ansiedad por dar buenas noticias, lo que se transmiten son señales de optimismo antropológico incoherentes con la realidad.

El hecho es que el nuevo modelo productivo, como el nuevo modelo energético, es una colección de buenas intenciones, algunas contradictorias, cuando no una incógnita. Algo vaporoso, de lo que todo el mundo habla, pero que parece que no se ha llegado a concretar. Del que se opina, del que se hacen tertulias, del que se merodea, si será posible, si puede cambiar, su conveniencia, su necesidad, etc…. Pero nada más. No sabemos de qué se trata, hacia qué, ni con qué sentido, no tenemos concreciones, ni evidencias, salvo alguna colección de medidas deshilvanadas y ciertas ensoñaciones como que España será el nuevo Silicon Valley de la noche a la mañana. Y, por último, sin saber hacía qué, no podemos saber tampoco si todo no será un ejercicio de voluntarismo tramposo, en la medida que una pretensión tan estructural con una actuación tan coyuntural, produce mucho vértigo. Todo ello, además sin trances, sin pasarlo mal, sin reformas, con sonrisas beatíficas, sin ponerse serios, ni hacer las cosas en serio. Sólo con eslóganes. Y, es que de la chistera ya no salen muchos conejos (puede salir cualquier cosa) y los que salen no son el conejo de la suerte.

Es decir, y no tan metafóricamente, el Presidente, en el ámbito económico y de los sectores productivos, está desnudo y la frase que ya ha calado en la sociedad española es “a la deriva”. Pero todo esto, no tendría mucha razón de recogerse en este medio si no pudiera estar afectando o no influyera en un sector como el energético. En primer lugar, como saben, la Ley de Eficiencia Energética y Energías Renovables, fue absorbida por la Ley de la Economía Sostenible (cuya generación de expectativas políticas va claramente en su contra y puede ser un boomerán de proporciones muy elevadas). En los primeros esbozos de esta ley primigenia no sabíamos cuáles eran sus pretensiones a la vista del comportamiento regulatorio seccionado operado con las tecnologías renovables (y más, tras la regulación de los registros de preasignación del R.D. 6/2009).

Ahora se ha sabido que también se querría incorporar en esta Ley de Economía Sostenible el discernimiento a la polémica sobre la vida útil, de diseño o vida económica de las centrales nucleares aparecida con motivo de la decisión presidencial sobre Garoña. Más cosas: fiscalidad verde, estímulos fiscales a ciertos sectores. Por ello, probablemente más que tener una Ley de Economía Sostenible, con todos estos ingredientes, sea necesaria una concepción estratégica de futuro productivo y sectorial, del que se sabe poco. Lo que en el ámbito de la energía se refiere a una política energética, una visión del mercado, de la estabilidad regulatoria, del mix de generación futuro, más que coger el rábano por las hojas para esperar que el problema del empleo y de la ocupación se palíe a través del impulso a determinadas tecnologías energéticas (eso no quiere decir que no se aborden, con rigor y separación nítida, las dos cuestiones: tanto el modelo energético, su sostenibilidad económica y medioambiental, así como el sector industrial energético). Todo esto, con buenas instituciones, mercados, seriedad y buena gestión.

Crucemos los dedos.

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