Soraya y la diplomacia española energética

En Energía Diario venimos apuntando la necesidad de repensar y de actualizar la “diplomacia económica” española y más, en concreto, en el ámbito europeo que es, precisamente, el de mayor impacto para nuestra política interior y nuestros intereses. Todo ello, sin contar con las vindicaciones espurias de la Comisión Nacional de Energía y sus denodados esfuerzos para viajar a todo país del mundo donde haya un cable, o firmar convenios para el desarrollo regulatorio en las zonas más ignotas del planeta. Y, en ese empeño, los hechos relevantes recientes son más que preocupantes, sin tener en cuenta el episodio colateral del fracaso de la delegación española en el festival de Eurovisión, con motivo, señalan, de la propia acción de nuestra televisión pública, saliéndose de la disciplina de la convocatoria del festival según la Unión Europea de Radiodifusión, en la que todas las cadenas públicas difundían el festival en directo para mayor gloria, audiencia y recaudación del mismo. Como quiera que el resultado fue, ese es el que conocimos para desgracia de la cantante española, Soraya, de forma que lo que devino después fue un cierto espectáculo que pasó de renegar del festival y considerarlo caduco, pasando por las imprecaciones mutuas entre cantante y televisión pública.

Valga este ejemplo para contextualizar la situación que empieza a ser moneda común en determinados asuntos de la política europea y lo que es nuestra diplomacia económico-energética. Otro ejemplo ha sido la resolución de la interconexión eléctrica francesa, cuyo resultado también ha estado caracterizado por la frustración: una configuración simétrica que reduce la capacidad y flexibilidad de exportación de energía y una demora del proyecto que nos lleva a que todavía no esté empezado, y eso que ha sido necesario meter al ex comisario Monti por delante, pero ni por esas. Y, no es que España no tenga argumentos estratégicos de peso para una negociación bis a bis con Francia, más allá que la cesión temporal de asientos de Sarkozy a Zapatero y esa especie de amor-odio-envidia que se profesan.

Otra cuestión en que hemos podido ver el funcionamiento de nuestra diplomacia económico-energética en acción son las negociaciones con Sonatrach de cara a la participación de Gas Natural en el nuevo gaseoducto que unirá Argelia con España y donde el desconcierto por los negociados presentes en la negociación dejó perplejos a todos. O también los coqueteos de nuestro Presidente con las autoridades rusas a cuenta de la entrada de Lukoil en Repsol, teniendo a media Europa de uñas con una crisis estratégica por el suministro de gas.

Todo esto eran cosas casi inminentes, pero que habían dejado al nuevo equipo del Ministerio de Industria con asuntos de difícil gestión. Ayer pudimos conocer cómo Francia, un país enteramente nuclear, arrebató a España la presidencia de la Agencia Internacional de Energías Renovables (Irena). Por encima de lo paradójico de que, junto con Alemania, España es el país de Europa con un mayor desarrollo en renovables y mayor capacidad tecnológica e innovadora, se vuelve a poner encima de la mesa que la situación de esta actividad requiere de una reflexión sobre nuestro papel en la escena energética internacional europea. Teníamos un buen candidato, Juan Ormazábal, ex Director del Centro Nacional de Energías Renovables (CENER), que perdió frente a la francesa Helen Pelosse. Se habían barajado más nombres, de muy alto perfil, bajo el influjo y apoyo de Cristina Narbona, actual embajadora en la OCDE.

Pero más allá de este resultado frustrante, de que clamemos al cielo, del agravio (cierto) consumado y de la afrenta de los países vecinos (sólo nos queda que nos quejemos amargamente por la leche derramada), es necesario plantearse con una cierta perspectiva, aspectos estructurales y coyunturales, el hecho de que nuestra acción en el plano exterior esté malograda y que nuestra Administración, hoy no esté a la altura de la circunstancias.

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