La vida útil y la palabra dada

La comparencia en el Senado de Jose Luis Rodríguez Zapatero nos ha dejado dos términos en referencia a Garoña, palabras que, repetidas un número suficiente de veces, quieren configurar el marco, el ‘frame’ de la decisión respecto de la continuidad de la central.

En primer lugar, se trata de un concepto al que agarrarse en una comunicación política que empieza a tomarlo como argumento y que se utiliza como caja negra (“palabras de experto”) justificativa de la decisión, al entender que los ciudadanos anulan su pensamiento y análisis y todos a callar: vida útil.

La segunda idea, o mejor dicho, la primera que exhibió el Presidente del Gobierno, es la de remisión a lo que ponía el programa electoral del gobierno, es decir, el concepto que tan bien identificó en su momento Enric Juliana como “la palabra dada”, vector de actuación y criterio de funcionamiento del presidente.

Todo ello, con las formas y engolamiento de discurso, que dan a la decisión una cobertura rigorista de juramento ultramontano a la posición y un ejercicio de cierto sofisma político para meter a su partido en cintura a partir de una posición que empieza a ser personal y de la sacristía más cercanamente ideológica. Por ello, a los demás los mete en la ratonera, sobre todo dado que el presidente está cada vez más cuestionado dentro del partido en decisiones particulares y en la forma de abordar en términos de polarización de la acción política.

Empezando por lo segundo de ayer, con la alusión al programa electoral respecto a Garoña, ha querido el presidente tatuar al Partido Socialista Obrero Español una decisión en la que no hay unanimidad en su partido. Programa, programa y programa como decía Anguita quiso señalar Zapatero ahora que le conviene. Y someter al propio estalinismo de la disciplina de partido la decisión final. Porque lo que también está claro es que esta decisión, así como la salida de las tropas de Iraq o de Kosovo, son decisiones de su presidente que, con mayor o menor fortuna, y dependiendo del momento y oportunidad, articula en su discurso y comunicación política.

Pero también ha recogido el sentir de esa idea de “palabra dada” aplicada a la acción política y de gobierno, como resistencia al cambio y a la acción pragmática, algo refractario, que no permite aprender, que no permite adaptarse a la realidad de los tiempos, de los hechos, del contraste de las opiniones, que no puede ver cuestionados sus criterios porque todos son ideología pura o, como decía Carlos Herrera en este caso, el dos caballos con la pegatina de Nuclear, no gracias. Esa manera de atarse de pies y manos, ese flanco de debilidad, ya ha sido advertido por los propios grupos contrarios y por eso le piden «coherencia» con su pasado (el más antinuclear del gobierno).

La “palabra dada” nos está jugando, como país, como sociedad, malas pasadas y más si existe tendencia a establecer promesas y luego a que se cobren las facturas de las mismas. El ejemplo más reciente es el comportamiento, a modo de camarote de los hermanos Marx, que hemos dado con el anuncio de la salida rocambolesca de Kosovo y que se ha cobrado las posibilidades futuras de la ya reconocida aspirante, Carme Chacón.

La «palabra dada» tiene también un cierto ejercicio de hipocresía, puesto que nuestro país compra e importa tanta energía nuclear de nuestro vecino que por ello merece la pena la comparación política (la palabra dada siempre tiene un ejercicio de paseo por el alambre del equilibrio de la coherencia, con mucho riesgo si se llega al extremo). La palabra dada tomada así no es una virtud la de la coherencia, sino un radicalismo, un extremismo. Si nos vamos a las comparaciones políticas, comprueben cómo en Francia, con gobiernos de izquierda, derecha y de cohabitación no han cambiado su política respecto a la energía nuclear que, por cierto, nos siguen vendiendo con toda facilidad procedente de los 50 reactores que el país galo tiene a unos pocos kilómetros de nuestra frontera.

Francia es, sin duda, “modelo energético” por su intervencionismo estatal, a pesar de los intelectuales representantes del colectivo retroprogresivo, que hoy se muestran tan contrarios y tan activos en la sombra contra Garoña, la 31 del mundo en el ránking de las 50 mejores instalaciones. Desde que los españoles íbamos a ver porno a Francia, el modelo de hipocresía en la frontera ha cobrado mucha fuerza (detras de una explicación basada en el honor y en la palabra, siempre hay incoherencias y un cierto grado de hipocresía, algo oblicuo). La palabra dada.

Por tanto, la alusión al programa al ser preguntado en el Senado, es una vuelta a la ideología y al pasado, puesto que el programa electoral además de tener muchos incumplimientos, se puede cumplir por lo “bajo” en las cosas importantes o no cumplir (pleno empleo, un incumplimiento) y a cambio, cumplir nominalmente el programa con esta decisión que condiciona el modelo energético y encarece la electricidad. El problema es que esta decisión, además de cara, va contra el empleo y la competitividad del país, es decir, contra la promesa mayor del programa. Carta mayor debería ganar carta menor, en lugar de, carta en la mesa está presa.

La vida útil

¿Qué ha pasado para que una cuestión que, en teoría, era un proceso de revisión técnica y renovación de la licencia se convierta en un caballo de batalla y en controversia política? Por eso encontrarán en toda esta “comunicación política” tantas alusiones a que Garoña es la central más antigua de España y a la edad de la instalación (y no se dice que una de las más eficientes del mundo).

Dos cuestiones: la primera proviene de la manipulación del concepto de vida útil y la segunda, de la ansiedad por precipitar una solución a un debate, el nuclear, que sus detractores quieren cerrar, antes de que se abra, en un ejercicio vergonzante de control del funcionamiento de la sociedad civil y su derecho a saber más.

La coartada de todo es el concepto de vida útil, definida como el tiempo mínimo para el que esta diseñada una instalación con un uso determinado y determinadas condiciones. El concepto de “vida útil” que se esgrime contra la central de Garoña, así expresado, es un concepto muy relativo y, por ello, tramposo y ambiguo o al menos apriorístico, por lo que puede variar el funcionamiento derivado de su mantenimiento y de la inversión realizada en sus mejoras. Por tanto el concepto de “vida útil” hoy se encuentra en el centro de la manipulación de la “comunicación política” (por otro lado, bastante chapucera) aplicada esta cuestión.

No obstante, lo que parece es que las mejoras que tiene este reactor, la cultura de seguridad, las inversiones realizadas, los informes nacionales e internacionales, incluidos los del CSN, y que hay más de 50 centrales en USA de la misma edad y tecnología operando con más de 60 años de vida concedidos, avalan que puede seguir en uso. Lo que parece claro es que Garoña, por su equipo y su cuidado, “nos ha salido buena”, está en buenas condiciones y puede continuar su explotación con un programa de inversiones que los titulares de la explotación deberían aceptar y que ha enunciado en su Informe el CSN (por fin una cosa hecha por su orden en el sector energético español). Es decir, la vida útil de una instalación se prolonga por su propio uso, cuidado, seguridad e inversión.

¿Derribarían todas las viviendas, independientemente de sus mejoras, acabada la vida útil inicial para la que estaba diseñada? ¿Llevarían su coche al desguace siempre al final de la «teórica» vida útil de los «teóricos» en las mismas circunstancias? ¿Esta es la forma de ocultar una decisión ideológica, poco pragmática, destructora de capacidad instalada, competitividad y empleo, elevadora de precios y aumentadora de la dependencia energética? ¿Es una forma de tomar decisiones energéticas esta forma de entender la “vida útil” con resultados derrochadores y caros para el Estado y los ciudadanos, en medio de una crisis? ¿Es el criterio aplicar la “palabra dada” como pantalla para la ideología? ¿Se está en condiciones de ser flexibles ante las circunstancias, la realidad y los datos? ¿Se es consciente de los mensajes que se dan a la sociedad y a la economía? ¿Por qué todo nos parece tan antiguo? ¿Es útil y nos facilita la vida la decisión del cierre de Garoña, esta utilización de la palabra dada?

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