Fracasar más, fracasar mejor
La primera, y más directa: un fuerte efecto corrector en las Bolsas para las empresas eléctricas españolas que se dejó ayer sentir en el parqué. Los analistas económicos internacionales, los mercados financieros y los fondos de inversión entienden estas trapisondas políticas con información perfecta. Por tanto, la traslación de los efectos de la política española en sus empresas tiene consecuencias directas, reconocibles y cuantificables, aunque nuestro sistema político no lo respete. En el mundo de la globalización y de los libres movimientos de capital, no cabe el ejercicio de un Gobierno tan analfabeto en términos económicos, poniendo el sistema empresarial a los pies de la política.
La segunda, una preocupación fuerte por parte de los consumidores por las posibles alzas de los precios de la electricidad, tanto para consumidores domésticos como para consumidores industriales. Si la Ley establece que no puede existir déficit tarifario (bien es cierto que todas las leyes anteriores lo decían y hay una colección de sentencias condenatorias al respecto), la consecuencia inmediata en un mundo en el que los Reyes Magos no existen, o son los padres, es que suba la electricidad.
La tercera: una anticipación, fruto de una tendencia existente en los medios de comunicación españoles (cuestión más concretamente frecuente en el sector energético), consistente en la venta de interpretaciones y relatos propios, a falta de política energética, económica y medioambiental. Se trata de presentar las cosas en forma de dialéctica de intereses. Lógicamente, su punto de partida responde a la pregunta, ¿y qué va a pasar ahora? Entre la victimización y la vacunación como punto de partida, para entonar un «Señor aparta de mí este cáliz». Soria apretará a las renovables tras este fracaso, según publicaba ayer El Confidencial.
Por su parte, el ministro de Economía y Competitividad, Luis de Guindos, consciente del desaguisado, sale como puede a calmar a la opinión pública y afirma que se están buscando mecanismos para evitar que lo paguen los consumidores. Habla de buscar fórmulas de refinanciación del déficit tarifario, cuyo origen todos sabemos que es político. De hecho, la incertidumbre, las consecuencias de las medidas a implementar y la elevación de la deuda, sus costes y los spread de financiación se descuentan en los mercados.
En sentido contrario, la cuarta proviene de lo que se ha desvelado de las conversaciones del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, con el presidente de Ucrania respecto a las renovables señalando que «son caras». Todo por no reconocer que lo que ha sido caro realmente es la gestión realizada desde la política y los sucesivos gobiernos españoles con respecto a las tecnologías de régimen especial, incluyendo la connivencia con los poderes autonómicos, que han hecho que su factura sea disparatada y desproporcionada internacionalmente. Ha sido un problema de gestión, de política, de financiación de las Administraciones, de descontrol en la potencia autorizada, de las tecnologías (cuya inclusión debería haber dependido de su madurez), de primas concedidas por unidad de generación, etc…
La quinta, tiene que ver con la multiplexación de la litigiosidad que se avecina, los conflictos jurídicos, con los arbitrajes internacionales y con el vaciamiento de la norma recién entregada al Parlamento. El atrabiliario proceso de licitación de las consultoras destinadas a la valoración de activos renovables ha sido premonitorio del esperpento español.
Finalmente, queda José Manuel Soria, ministro de Industria, Energía y Turismo. Abrazos en general y existencialismo mágico; ni una reflexión sobre este fracaso. Todo es política sin consecuencias. Asepsia y consignas. Asegura que no tiene por qué subir la electricidad para los consumidores. Seguramente tampoco percibe que esto afecta a las empresas. Puede caer en el riesgo de comprender las causas y consecuencias de la litigiosidad, arbitrajes y conflictos para nuestro país, que deberá resolver seguramente otra Administración, pero el mismo Estado. O cómo no se le aprecia consciencia en la necesidad de coordinación en el Gobierno ante un problema de política económica de tal magnitud. O cómo precisa de un mayor grado de comprensión respecto del legado que deja para próximos gobiernos, de cara a resolver el problema del déficit y para atender a las consecuencias relativas a la desinversión, problemas de suministro, distribución y seguridad jurídica que debutarán en el futuro.
En tiempos de consignas es difícil hacerse responsable de sus políticas y acciones. Hasta María Dolores de Cospedal presentó este fin de semana al ministro de Industria afirmando que era el que «estaba solucionando los problemas del déficit tarifario». O que era «uno de los ministros más importantes del Ejecutivo», justo cuando acababa de ser desautorizado por Montoro. En ese plan, cómo estaremos. Señor, Señor.
En suma, en tiempos de telegenia y titular, el ministro Soria propugna una carta a Papá Noel y a los Reyes Magos conjuntamente. Por eso, le sugerimos la recomendación que la semana pasada hacía Miguel Ángel Aguilar en su artículo semanal en El País en que glosaba el libro «Instrucciones para fracasar mejor» de Miguel Albero (Abada editores. Madrid, 2013), que se inicia con un verso de «Rumbo a peor» , de Samuel Beckett, que dice: «Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor», y que apela a la paciencia y a la perseverancia a la hora de fracasar con todas sus consecuencias.