¿Quién paga qué?

El trámite del informe relativo a las tarifas de acceso se va a convertir en un proceso muy descarnado y que puede causar más de un incidente a un Gobierno nada propenso al diálogo y que ha agitado con su poca pericia los problemas del sector eléctrico sin ofrecer soluciones convincentes a cambio. Ésta era una cuestión que hasta el momento se venía resolviendo de una forma enormemente técnica pero, ahora, las espadas se aceran y los debates van a ser a cara de perro, eliminando la parte eufemística, cuya permisividad era posible cuando el movimiento se basaba en el equilibrio.

Además, al propio equipo del Ministerio de Industria se veía beneficiado por las disensiones intrasectoriales: principalmente en lo retributivo y en lo relativo al mercado. Una agitación interesada, pero que cobra tintes relevantes cuando se pasa al estado actual de la cuestión. Por ello, el aprovechamiento indebido de la realidad virtualiza el hecho de que, el que juega con fuego, acaba quemándose.

Quien siembra tormentas, recoge tempestades; ese ejercicio continuado de aprendiz de brujo entraña enormes riesgos, porque seguramente ya es difícil que la espiral se controle. El Ejecutivo, con poco tacto, juega con las cosas de comer en las tarifas eléctricas, empleando la baza de la demagogia y la política y de que en el debate es posible el desbordamiento. En el fondo, detrás de cada supuesta solución se crea un nuevo problema.

Entre otras cosas porque pueden aflorar cuestiones no resueltas,
monstruos existentes en el armario y todo el proceloso sistema de subsidios cruzados incluidos en el coste del suministro de electricidad. En el fondo, todo proviene de cómo el coste del suministro soporta un volumen enorme de conceptos que no tienen que ver con la generación, transporte y distribución de electricidad hasta conformar una tupida y densa red. Cuando se crea una mentira, es necesario considerar varias mentiras complementarias adicionales que la sustenten. Y, en ese trasfondo es en el que se deben situar las posiciones de los distintos agentes del sector, que vamos conociendo en estos días.

Por ejemplo, con estas nuevas tarifas de acceso, desde la Asociación Empresarial Eólica se cuestionan los pagos por interrumpibilidad que son, fundamentalmente, una fórmula utilizada para abaratar el precio de la energía a los grandes consumidores industriales, que seguramente se tienten la ropa al ver el debate abierto en canal. El problema es que, al final, la utilización de este mecanismo ha acabado por perder su justificación económica y su soporte al no utilizarse nunca en muchos años. No ha sido necesario retribuir estas paradas de las factorías; se empiezan a pisar callos.

Por ejemplo, también desde Unesa se cuestiona el hecho de que la financiación de la política social del Gobierno hacia los consumidores vulnerables (bono social) se deba realizar desde las empresas, en un tráfago ilimitado de subsidios cruzados que el Ministerio ordena a modo de guarda de tráfico; o cómo las empresas eléctricas critican la financiación obligatoria del déficit tarifario desde sus balances, sometidas al albur de la intrapolítica interna del Ejecutivo, por lo que proponen el traspaso del déficit 2013 a una entidad financiera pública, recordando que esta deuda se genera por la política de precios intervenidos de la electricidad y de costes regulados del Ejecutivo.

Desde los medios de comunicación españoles, inmersos en una crisis económica formidable y con el frame de una política peronista/falangista, se azuza el problema con argumentaciones nefandas e infantiles como, por ejemplo, ¿será posible que las perversas empresas no quieran pagar esto a los consumidores o que tal sector se niegue a ayudar a la industria a tener energía más barata?

El problema es que ahora estas discusiones, más o menos disimuladas, ocultas en el pasado por el Gobierno, empiezan a emerger y a enseñar las vergüenzas de un funcionamiento disfuncional, e incluso de dudosa legalidad a nivel internacional; empieza a ser público y tanto la sociedad como los sectores o la propia Unión Europea seguramente encontrarán en su transparencia cuestiones poco edificantes. Una deriva con un punto de inconsciencia.

En todo caso, ya sólo el hecho de abrir el debate de por sí y que aflore es un signo de descomposición. Probablemente sano. La cosa va en serio.

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