Camino a la involución

Seguramente que este artículo hará la delicia de los economistas de Fedea, Luis Garicano y Jesús Fernández Villaverde, que están siguiendo una cruzada particular respecto a los méritos de quienes ocupan puestos de responsabilidad y que, en los últimos días, ha tenido el episodio de Juan Manuel Moreno Bonilla y su currículum menguante, al frente del PP andaluz.

Especialmente, este problema alcanza a la forma de «otorgar» (y este es el verbo más adecuado), cargos y responsabilidades en la política, la destrucción de las instituciones reguladoras independientes, la perversión del gobierno corporativo en empresas en cuyo accionariado sigue la SEPI (que no quiere decir que sean públicas) y la cooptación en la Administración Pública hasta su completa inutilización en la función a la que está dirigida. Cruzada que, por cierto, desde Energía Diario, apoyamos y alentamos con plena convicción.

Estos últimos días, la gobernanza de los operadores de transporte y sistema está siendo noticia. Por un lado, José Folgado ha conseguido violentar los límites de edad establecidos en las normas de gobierno corporativo del sistema de operador y transporte eléctrico para seguir al frente de Red Eléctrica de España antes de su setenta cumpleaños. Evidentemente, lo ha conseguido con la aquiescencia, casi por aclamación, y consenso de los miembros del Consejo y de los comisarios políticos que garantizan la fluidez de relaciones con el Gobierno. Cuentan las crónicas que ha podido ser hasta en «loor» de multitudes.

En segunda línea, el correoso, incombustible y resistente Antoni Llardén (Antonio desde que gobiernan los populares, basculante de militancia y relacionado con el propio Rajoy) también ha “renovado” el Consejo de Administración de Enagás con viejas glorias del Partido Popular, tras el escándalo del nombramiento de Marcelino Oreja para dar a la empresa una estructura de gobierno «sajona», como decían sus notas de prensa. Ahora, Isabel Tocino, Antonio Hernández Mancha, Ana Palacio, Gonzalo Solana y Luis Valero se incorporan al Consejo de Administración, entendemos que, en todos los casos, en atención a sus conocimientos y experiencia profesional en el sector gasista.

A esta forma tan castiza de articular la gobernanza de nuestros ISO, hay que unir la voladura de la Comisión Nacional de Energía, subsumiendo su actividad con la inmersión de sus funciones sectoriales en un órgano «zombie» , conformado como un servicio doméstico del Gobierno como es la Comisión Nacional de Competencia y Mercados en el que, además, se está produciendo una deconstrucción de la función directiva y el deterioro a marchas forzadas de sus equipos profesionales.

Todos estos signos y comportamientos se van a acelerar conforme se vayan acercando las distintas citas electorales y los salientes tengan que buscar acomodo en algún lugar confortable y también conforme Mariano Rajoy haya tomado en su agenda la misión de agencia de colocación e influencia en estos asuntos. No es nuevo, en todo caso; ya lo hizo el anterior ejecutivo con los órganos reguladores, que en España han caído bajo la égida de la maldición de la política de partido en el sentido más torvo.

Y, entramos de lleno en uno de los problemas más graves de nuestra democracia que es la extensión de la política a las esferas de la sociedad civil y empresarial, aumentando los niveles de corrosión y generando un excipiente muy perverso en el que todos los gatos son pardos. La cooptación, el amiguismo, las sacristías: un caldo gordo que vicia las relaciones, que impide que cada agente se circunscriba a su actividad propia y que genere un modelo sectario de relaciones de seguros mutuos, profundamente claustrofóbico y disfuncional para los sectores económicos, en este caso la energía.

En todo caso, se trata de una involución en el gobierno corporativo, en la necesaria profesionalización y aval del mérito, acabando en una involución y en un nuevo retroceso en una sociedad, la española, que se acostumbra a la política de camarilla, que vomita tinta de calamar y que ensucia todo lo que toca. Lo peor es que a todos nos parece normal.

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