El PSOE en su laberinto negacionista renovable

La política renovable está causando estragos importantes en las formaciones políticas españolas. Por una parte, el PP está siendo hostigado  por parte de los afectados por la reducción de la retribución de las instalaciones renovables, operada en el marco de la reforma eléctrica. Su consecuencia principal está siendo que en las capas intermedias del denominado capitalismo popular de propietarios de huertos solares se ha desatado una formidable campaña contra los populares en varias regiones del país, afectando a parte de su electorado “natural”.

Por otra parte, la actual dirección del PSOE está azuzando el fuego con el tema renovable; en parte por la búsqueda de réditos electorales, en parte por el propio zarandeo y desmembración de sus posiciones en materia de energía que sufre internamente: ora antinuclear, ora renovables con retribución a todo trapo, ora procarbón. De hecho, recientemente Cristina Narbona afirmaba que el Gobierno de Zapatero se había equivocado en su segunda legislatura con el recorte de las primas a las renovables. Omitía, en esa misma intervención, cualquier referencia al descontrol y a los sistemas de incentivos que empujaron la burbuja renovable mientras ella ocupaba su puesto en el Consejo de Ministros.

Hace seis meses el propio Pedro Sánchez se conminaba, en esa especie de rueda de promesas electorales devastadoras en las que se enreda quién está en la oposición, a reimplantar las primas a las energías renovables, concretamente en un encuentro con productores fotovoltaicos en el feudo popular de la Región de Murcia, estableciendo así un puente emocional entre el pasado y el presente, incidiendo en el modelo de generación de burbujas, ilusión monetaria y fiebre del oro. Política de decir a cada uno lo que quiere escuchar en cada mitin.

En todo caso, con estos titulares se produce la entrada en el charco del PSOE, haciéndole el juego al PP respecto a sus críticas sobre la gestión de las renovables llevada a cabo por los socialistas, de despilfarro y burbuja renovable. Todo ello agravado por la inanidad de la propuesta realizada porque en el fondo todo el mundo sabe que ya nada será igual en el desarrollo renovable español futuro.

Quizá, bajo un atisbo de responsabilidad, lo que se tenga que plantear quien aspira a formar Gobierno no es tanto la reinstauración de un sistema retributivo endiablado, generador de burbujas, sino cómo acometer los reveses judiciales que se van a derivar de los cambios regulatorios realizados en la retribución de las mismas, operadas por cierto con altas dosis de riesgo regulatorio, inseguridad jurídica y poco diálogo con los agentes económicos de todos los sectores concernidos.

Por eso no es de extrañar cuando Felipe González se remueve actualmente desde sus posiciones de retaguardia del partido, cuando advierte del negacionismo socialista del pasado en su ejercicio de acción de Gobierno así como del adanismo de la actual dirección del partido y su desconexión con una visión de Gobierno, de Estado y de país. Algo que en energía empieza a ser altamente inquietante.

Elecciones del 24-M y energía

Las elecciones municipales y autonómicas del próximo 24 de mayo están siendo un excipiente, muy particular desde el punto de vista energético, que se configura como uno de los elementos recurrentes de la controversia pública.

Como consecuencia de la profusión con la que los partidos, principalmente los emergentes, se están empleando en definir, de una forma u otra, un cierto programa que perfile su oferta política, lo cierto es que les está llevando a pisar terrenos que, claramente, no pertenecen al ámbito de las competencias de las Administraciones concernidas en estos comicios. Básicamente, de forma apropiada, estaríamos confinando el debate en estas elecciones a cuestiones relativas al fomento de la eficiencia energética y el despliegue de nueva potencia renovable, en el caso de que desde la Administración central se propugnase.

Esa extralimitación, enormemente morbosa, es el resultado de un sistema político que se encuentra en un momento de excepcionalidad disfuncional. Sólo así es posible comprender, por maximalista, que en este marco se pueda elucubrar alrededor de la eventual nacionalización de las empresas energéticas o del cuestionamiento del  funcionamiento de los mercados como mecanismo de asignación y gobernanza en los sectores energéticos en nuestro país, o qué se utilicen premisas falsas o incompletas sobre qué tecnologías son baratas o caras. Todo ello sin una sola réplica. ¿Cómo es posible esta desmesura?

A esto contribuye que estas elecciones aparecen como un mecanismo de evacuación del malestar ciudadano hacia el clima político: un plebiscito entre el bipartidismo y los partidos emergentes. Así, se trata de interpretar cualquier señal que emiten estas nuevas fuerzas, aunque sean formulaciones intencionales o aproximaciones puramente dogmáticas o discursivas. Así, la forma de abordar cuestiones como la pobreza energética, los precios del kilowatio o del butano evidencian posiciones económicamente muy oblicuas y con la mirada excluyente de la evolución de los precios del crudo y de los mercados internacionales.

Los expertos en comunicación política afirman que la campaña empieza el mismo día que finaliza un proceso electoral y se nombra gobierno. En este sentido narrativo, en esta legislatura, se ha tratado de meter en cintura el déficit tarifario eléctrico en términos contables, pero determinados problemas de fondo siguen coleando y larvados, fruto de la falta de definición de una política energética fuera de los maximalismos, de la distribución de beneficiados y perjudicados y de la falta de convicción liberalizadora y de mercado en España.

Si se une la debilidad institucional, la tendencia a la sobreinversión  y el estallido de los escándalos políticos en torno a las burbujas sectoriales el coctel es muy peligroso. El hecho, es que la politización en torno a la cuestión de los precios de la energía (electricidad, gas, carburantes y butano) se ha acentuado, con independencia de lo ejecutado en estos sectores y sus respectivos sistemas tarifarios y de precios, incluyendo las especulaciones sobre posibles rebajas a la vista; con permiso de la autoridad, si el tiempo no lo impide.

Exquisiteces aparte, la cuestión no es que las cuestiones energéticas que se están abordando en esta campaña pertenezcan al ámbito municipal y autonómico. Quizá, habrá que plantearse las posibilidades que entraña el modelo de pactos entre partidos al que nos avecinamos, con el discurso político predominante en nuestro país sobre la energía y lo que se puede entrever. Para nota.

¿A dónde va el PSOE en energía?

Si unimos a esto la desconfianza del ciudadano español en el capitalismo y en los mercados, explotada políticamente cuando conviene, así como la pervivencia del modelo TSO, que une al operador de transporte y del sistema, con sus disfunciones e incentivos inversores y el clima social económico del país, se acrisola un magma pro intervencionista de primer orden en lo que se refiere al sector energético. Otra cuestión que influye decisivamente es la escasez de perfiles de profesionales y responsables políticos y de gobierno de un perfil liberal/gestor en el sector energético. En suma, esta realidad conforma un monopolio de interpretación energética en clave estatalista.

El hecho es que desde entonces, la política española, por muchos motivos, no es capaz de separarse de esta forma de acercamiento a la energía. Las propias intervenciones y actuaciones de la última Administración, del último inquilino del Ministerio de Industria también han seguido dando cuenta del papel de los precios de la energía en el debate político como elemento politizado. Véase, la suspensión de la liberalización completa pendiente en el sector eléctrico, o las revisiones metodológicas del butano, el episodio de abolición de las subastas, entre otras cuestiones relacionadas.

Puestos en estas coyunturas electorales, la evolución del PSOE en energía requiere atención en la medida de que los socialistas forman un partido que ocupó responsabilidades de gobierno. En definitiva, es preciso reconocer que el PSOE es un partido cuya naturaleza no se inscribe en el magma outsider que ha descolocado la reciente evolución de la política de nuestro país.

De ahí que la irrupción de Pedro Sánchez como secretario general del PSOE, con la entrega de su discurso y de su programa en materia de energía a los postulados ideológicos retroprogresivos, apuntan en la dirección de la interconexión política con Podemos, con el gozne necesario de Jorge Fabra y de Economistas frente a la crisis en esta materia, con el terreno abierto y entregado sin resistencias en el partido del puño y la rosa.

Sobre todo porque la partida en el proscenio socialista tiene muchos protagonistas más o menos ocultos que o bien tienen la cuestión energética en un segundo lugar, como el caso de Felipe González, o bien se acercan a Zapatero y su inoportunidad, materializada en su actitud hooligan con el almacén Castor sin reconocer el pecado original del mismo, que era lo innecesaria de tal infraestructura.

Consumada, en la práctica, la desaparición de los liberales del PSOE como Carlos Solchaga o Claudio Aranzadi, el mutis del ex ministro Miguel Sebastián, cuya última etapa se empleó en enmendar parcialmente lo hecho en los años anteriores, y los escarceos del grupo parlamentario por tener una posición digna, formada y de equilibrio entre todas las partes, hoy los socialistas son una incógnita en manos de un solo pensamiento fuerte: el intervencionismo en la energía.

Los pasos, declaraciones y programas conocidos desde Ferraz, eso sí, trazan un puente entre socialistas y Podemos en su perfil electoral. Y es que va a ser cierta la parodia de José Mota respecto a la influencia de la coleta de Pablo Iglesias en el Comité Federal de los socialistas. Eso es, energía con coleta.

Año electoral, energía barata

Una relevancia que también se ha construido como coartada para justificar un proceso continuado de intervencionismo por parte de los sucesivos gobiernos. Intervencionismo que, en el plano sectorial tiene muchas formas: fundamentalmente, en los precios y en términos de liberalización jibarizada, sobre todo en sectores como el eléctrico y el gasista, lo que en definitiva se traduce en que no es una liberalización efectiva. Además, el intervencionismo como justificación supuestamente “protectora” tiene su vis política, para bien o para mal.

Tanto es así que actualmente nos encontramos con que ninguna de las opciones políticas en liza en las próximas elecciones, por muy “liberales” que se autocalifiquen, tiene una concepción “liberal” de la energía y de sus distintos sectores. Así, en España, como últimos reductos de la extinta Junta Superior de Precios, queda el precio del butano, el del gas o del kilowatio eléctrico. Sea por desconocimiento o por temor a las críticas, la realidad política española está en esos términos y es algo a lo que hay que prestar atención.

Además, si recordamos los distintos momentos del año en que se conoce la evolución del precio de la energía, se puede encontrar una constante informativa que casi es un axioma. Si fruto de la metodología existente previamente, deviene en un previsible aumento de los precios, entonces hay escándalo asegurado en términos de comunicación política retroprogresiva. Si deviene en una disminución de los precios, el ruido mediático se desvanece y asistimos a un intento de propaganda política por parte del Gobierno.

Por ello, toda la inflación y toda la metralla que se introduce en el discurso público desde las capas más intervencionistas acerca del precio de la energía en los momentos de alza, se tratan de rentabilizar políticamente en los momentos de disminución en los que, digámoslo así, las noticias son más simpáticas y agradables. En realidad, son dos caras de la misma moneda, que incluso se retroalimentan y se necesitan.

En este sentido, el departamento que dirige José Manuel Soria se ha encontrado con unas muy favorables condiciones internacionales en el mercado del crudo, balsámico en lo que se refiere a los precios de los carburantes, gasolina y gasóleos. Soria tiene baraka en este sentido. La evolución de los precios del petróleo es tan balsámica que, en realidad, es uno de los elementos que intervienen con mayor intensidad en la recuperación de la economía española.

En lo que se refiere al butano, también influido por los precios del crudo, además ha tenido una ayuda técnica en términos de cambio de la metodología de cálculo. Y, finalmente, en lo que atañe a los precios de la electricidad, ese ligero superávit contable que acaba de anunciarse de 2014, según las últimas informaciones, parece que quiere aprovecharse para plantear una rebaja momentánea de precios de la electricidad, no vaya a ser que las condiciones atmosféricas lo impidan en su momento.

Es año electoral. Permanezcan atentos a las pantallas.

Demasiadas piezas y ninguna

En todo caso, existen tres elementos clave que están fuera de toda duda: el primero, el reconocimiento de la consideración de “no competitivo” del carbón nacional y la necesidad de ayudas para que pueda ser incluido en el mix de generación eléctrica, interponiendo como argumento el coste social para empresas y comarcas mineras por este orden; el segundo, que el impacto de esta política en un 90% se concentra en el sector eléctrico, como “canal” convertido en necesario para la instrumentación de las ayudas a este sector, dado que la producción minera va destinada en esta proporción a la generación eléctrica; y, el tercero es el olvido selectivo momentáneo de las graves irregularidades y redes clientelares que ha venido tejiendo el sector minero respecto a las ayudas, y su montante y distribución de las mismas.

De cualquier modo, sea por motivos de cohesión territorial (como los que justifican la paradigmática y paradójica política de inversión del AVE español) o de cohesión electoral, lo que queda claro es que este sistema de incentivos se incorpora en forma de costes regulados al coste del suministro por motivos políticos y, por tanto, es cargado al consumidor español en la factura eléctrica, con poca reivindicación por parte de los mismos, dada su opacidad y sus afinidades electivas por parte de sus asesores y valedores.

Puestos en ello, la estrategia seguida por los defensores de una política generosa de ayudas al carbón nacional, fundamentalmente, pertenecientes al colectivo retroprogresivo de la electricidad, ha sido el enfrentamiento más o menos abierto con otras tecnologías convencionales o incluidas en el denominado régimen general, especialmente, como enunciábamos anteriormente, con la energía nuclear y, en menor medida, con las centrales de ciclo combinado de gas, con el fin de reclamar un hueco mayor en el mercado eléctrico en el que colocar esa producción térmica por repliegue de las demás o demandar fórmulas de transferencia de rentas entre tecnologías que, según su opinión, tienen mayores márgenes.

Además, con gran habilidad, sus mismos protagonistas han combinado la defensa de estas reclamaciones sectoriales, con una expresión del concepto de independencia energética como reservas estratégicas salazaristas (que justificase ese montante de ayudas y su ‘explotación’), con la demanda de una política expansiva de crecimiento de potencia renovable de viejo cuño, es decir, con primas o mayor potencia autorizada que a su vez redujese el hueco térmico de las tecnologías convencionales. Probablemente son demasiados malabares en estos componentes, elementos y reivindicaciones para los momentos actuales.

Todo este proscenio estaría muy bien y seguiría su curso corriente, con más o menos altibajos, si no hubiéramos entrado en el terreno de la necesidad de un acuerdo a menos de cincuenta días de las elecciones autonómicas y locales. Así, las noticias respecto a la ronda de negociaciones para desenlazar el problema de las ayudas al carbón nacional es una cuestión que afecta sobre todo a las expectativas electorales, lógicamente del partido en el Gobierno, en las comunidades autónomas sobre las que se asientan las principales cuencas mineras españolas (Asturias y Castilla y León).

Consecuentemente, existe temor a la alteración de la paz social y a turbulencias de orden público, alentadas por sindicatos y empresas mineras en su reverberación de modelo vertical, máxime cuando los conflictos mineros tienen una capacidad de resonancia enorme y el Gobierno busca mostrar su cara más friendly de cara al 25 de mayo. No estaríamos hablando de una política económica socialdemócrata al uso, sino de la atención de concesiones.

En el plano técnico lo que se conoce es una propuesta, pendiente de trámite, tachada casi por todas las partes de inconcreta así como sujeta a los dictámenes de la Unión Europea en la siempre espinosa cuestión de las ayudas de Estado y de su proceso de autorización. La propuesta consiste en incluir incentivos económicos para los procesos obligatorios y necesarios de inversión para la desnitrificación de las centrales térmicas españolas, a cambio de seguir comprando carbón nacional. Laxo y sin cifras. Existe necesidad de acuerdo y de que las autoridades comunitarias lo ratifiquen. Soria no se puede permitir más bumeranes futuros, con factura revolvente.

Todo ello ocurre en un momento efervescente para el Ejecutivo, en el que los acontecimientos empiezan a ir muy deprisa al ser un año de infarto en las urnas. Primeros albores de la recuperación de la economía española, con recuperación ralentizada y a remolque de la demanda eléctrica, con sobrecapacidad. Caída de costes de tecnologías renovables que vuelven a demandar su espacio, incluyendo el autoconsumo y, a la vez, caída de los precios del crudo. Exploracionismo y proliferación de búsqueda de nuevas fuentes de energía primaria, sin conocer a qué coste: fracking, cuando estas explotaciones se ralentizan en Estados Unidos a la vista de la coyuntura internacional, exploración de hidrocarburos y, por otra parte, la autorización de la clausura de varias plantas de ciclo combinado.

Y, sobre todo, todo ello sucede sin política energética definida y en año electoral. Apostemos por la provisionalidad. Otra vez.

Viento en la cola

La primera cuestión es la existencia de un modelo basado en un proceso constante de revisión y de reajuste de magnitudes cuantitativas con el fin de recortar su montante global. En ese esquema es en el que se incluye el proceso de revisión de los costes de los sistemas extrapeninsulares en base a la evolución de los precios del petróleo del que informábamos en el pasado viernes.

En segundo lugar, tendríamos todo lo que se puede englobar en la innovación de medidas de corte fiscal o impositivo, cuya recaudación estaría dirigida a su reabsorción en el coste total del suministro. Esa sería la mecánica y la finalidad del canon hidráulico.

En todo caso, ambas medidas tienen en común algo que ya se ha acuñado respecto a la evolución de la economía española: el viento en la cola , merced a la coyuntura internacional surgida con el importante descenso de los precios del crudo al que hemos asistido, unido a la depreciación del euro. En el caso del recálculo de los costes de los sistemas extrapeninsulares, este efecto se advierte de forma directa; en el caso de la recaudación a través de figuras impositivas, por el propio crecimiento estimado de la demanda.

De esta forma se cuadran las cuentas, además de destaparse cuáles serían los instrumentos que permitían afirmar la existencia de un mínimo superávit tarifario, cómo ya se había escuchado de parte de las autoridades energéticas. Por otra parte, no todos los elementos juegan a favor de este modelo teórico, en la medida en que se introducen incertidumbres no previsibles como puedan ser las condiciones climatológicas.

En este sentido, en el caso de la electricidad, esta estrategia de coger el viento en la cola de la recuperación tiene tres fisuras. Una más estructural que, en todo caso, sería ingenuo incorporar en este tipo de análisis político táctico: inexistencia de política económica-energética, medioambiental o fiscal asociada a la energía, incluyendo el cuestionamiento continuado de la seguridad jurídica. Una fisura evidente con independencia de lo que supone fiar los comportamientos regulatorios y de política energética a condiciones exógenas.

La segunda es todo aquello asociado con los deslizamientos en los cálculos, incluyendo la materialización de la demanda o los efectos contrapuestos sobre los precios de la electricidad (precio del petróleo). Y la tercera son todas las cuestiones asociadas a la propia dinámica política, incluida la coordinación de las distintas áreas del Ejecutivo que intervienen de una u otra forma en energía (Energía, Hacienda, Economía y Presidencia del Gobierno) en un año que tendría que ser el de los bajos precios de la electricidad. Pero eso ya es otro cantar.

Las cuentas de Soria: 200 millones de euros de ahorro extrapeninsular y otros 300 millones del canon hidroeléctrico

En este sentido, desde la CNMC y desde REE trabajan conjuntamente para determinar el ahorro que ha supuesto el abaratamiento del precio del crudo sobre el extracoste que suponen para el sistema eléctrico español los sistemas eléctricos insulares y extrapeninsulares. En estos sistemas, conformados por los archipiélagos balear y canario así como por Ceuta y Melilla, la producción de energía eléctrica responde fundamentalmente a las centrales de fuel. El aislamiento de estos territorios del sistema eléctrico peninsular supone un extracoste de 1.800 millones de euros.

Según ha podido saber Energía Diario, la cantidad de este ahorro se aproxima a los 200 millones de euros y se conocerá definitivamente en los próximos días. Aunque este extracoste se financia a medias entre los consumidores eléctricos y, desde este año, con una partida de los Presupuestos Generales del Estado, desde el organismo regulador se asegura que estos cerca de 200 millones de euros no previstos se incluirán en la liquidación 14 del sistema eléctrico, a publicar a partir de mediados de abril, y contribuirán íntegramente al equilibrio de las cuentas del sistema eléctrico.

Las cuentas de Soria se apoyan también en la aprobación del canon que gravará la producción de las grandes instalaciones hidroeléctricas desde enero de 2013. Un desarrollo regulatorio pendiente desde hace dos años y que ha visto la luz durante esta semana. En este caso se trata de aproximadamente 300 millones de euros. Un nuevo ingreso para el sistema eléctrico que, unido al ahorro no previsto de 200 millones de euros por el abaratamiento del crudo en los mercados internacionales desde junio de 2014, es lo que permite al ministro Soria de hablar de superávit precisamente en el año electoral.

La cuestión, aún pendiente, en lo que respecta al canon hidráulico es que, al ser recaudado por el Tesoro público, tendría que ser el Ministerio de Hacienda el que diera traslado mediante una partida en los Presupuestos Generales del Estado de esos 300 millones de euros hacia el sistema eléctrico. Los precedentes no son buenos en este sentido después de que, a finales de 2013, Montoro ganara su pulso a Soria y, con una simple enmienda en la Ley del Sector Eléctrico, dejara en papel mojado los 2.200 millones de euros comprometidos por Hacienda con el sistema eléctrico, así como otros 900 millones de euros correspondientes a los sistemas eléctricos extrapeninsulares y 500 millones de euros del impuesto sobre hidrocarburos relativos al gas.

Además de los multimillonarios ajustes sufridos por todos los agentes del sistema eléctrico, desde los consumidores a las compañías eléctricas pasando por los productores renovables, ha tenido que venir la coyuntura internacional al rescate del ministro de Industria y de su secretario de Estado de Energía, Alberto Nadal, cerebro de las medidas puestas en marcha desde 2013. Un elemento, el desplome del petróleo, que el Gobierno quiere aprovechar. Pendiente queda el veredicto desde los tribunales internacionales de arbitraje y lo que la judicialización del proceso, con la polémica de las consultoras aún candente, puede deparar en el Tribunal Supremo a nivel nacional.

A vueltas con el artículo 43.bis

No deja de sorprender que tenga que ser el principal partido de la oposición, el PSOE, el que acuda a un informe de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC), cuyo papel como organismo regulador independiente está en entredicho desde su propia constitución, para añadir una enmienda que recoja lo planteado por la CNMC en febrero de 2014, en el trámite parlamentario de las modificaciones sobre la Ley de Hidrocarburos que quiere introducir el Ministerio de Industria.

Lo que plantean desde el grupo parlamentario socialista en su enmienda está literalmente tomado de la propuesta realizada por el organismo que preside José María Marín Quemada. En las modificaciones legales introducidas hace dos años por el Gobierno, se imponía un límite de 3 años a la duración máxima de los contratos de suministro en exclusiva, que son los que comprometen a un empresario que quiere poner en marcha una gasolinera a comprar el carburante a una única petrolera bajo cuya bandera explota la instalación.

Un límite aplaudido desde el organismo regulador puesto que, según argumenta, va más allá de la normativa comunitaria de defensa de la competencia, en la que el límite es de 5 años, «lo que es posible y encontraría perfecta lógica teniendo en cuenta la situación de debilidad del mercado español de distribución minorista de carburantes». «Se pretende evitar el efecto cierre de mercado que las cláusulas de marca única o compra exclusiva tienen frente a proveedores nuevos o distintos de los ya asentados. Por ello, se establecen condiciones más estrictas para la suscripción de contratos de distribución en exclusiva», destaca la CNMC en su informe.

Además, el artículo 43.bis introdujo la prohibición de que desde el operador petrolífero se indicara al empresario distribuidor cualquier tipo de precio máximo o recomendado que contribuyera a una «fijación vertical» de los precios de venta al público, con el objetivo de hacer posible una mayor competencia intramarca, entre gasolineras de diferentes empresarios aunque operen bajo una misma bandera, como Repsol, Cepsa o BP, por citar a las principales petroleras que operan en España, en lugar de facilitar un alineamiento de precios entre ellos. Esta medida es, según valora la CNMC, «coherente con la normativa, la doctrina y la jurisprudencia de defensa de la competencia».

Sin embargo, en el trámite parlamentario que estas modificaciones legales tuvieron en 2013, se introdujo un nuevo párrafo por el que se eximía del cumplimiento de estas condiciones a las estaciones de servicio que, operadas por un empresario distribuidor independiente, tienen un contrato de suministro en exclusiva con una compañía que, de alguna manera, es la propietaria del terreno o de las instalaciones. Un CO-DO, en la terminología del sector.

Desde el organismo regulador desaconsejaron de inmediato esta nueva modificación puesto que se abría la puerta a cualquier «construcción jurídica cruzada» o «estrategias artificiales de propiedad» para que las petroleras buscaran la forma de eludir sus nuevas obligaciones legales, mediante acuerdos de arrendamientos con los empresarios distribuidores, y «desvirtuar el objetivo último de evitar el cierre de mercado». Por ello, desde el grupo parlamentario socialista recogen en su enmienda la propuesta redactada desde la Sala de Competencia de la CNMC.

En este sentido, la enmienda propone que la excepción que se plantea sólo se aplique para el apartado vinculado a la limitación temporal de 3 años para los contratos en exclusiva. Desde la CNMC consideran esta excepción como «coherente» dado que «no resulta razonable esperar que un proveedor permita que se vendan productos competidores desde los locales y terrenos de su propiedad«. Lo que se reitera es que tendrá que ser una propiedad plena y, en el caso de un arrendamiento, tendría que ser a una persona ajena al empresario y ceñirse exactamente el límite temporal del contrato en exclusiva al del contrato de arrendamiento.

A juicio de la CNMC, lo que no tiene sentido es que se pretenda exceptuar a estas estaciones de servicio, en locales y terrenos de titularidad de la petrolera, de la prohibición de que esta compañía fije algunas cláusulas relativas al precio al que el empresario distribuidor debe vender su carburante ya que «supone una merma en el impacto positivo que dichas modificaciones pretenden operar sobre las restricciones a la competencia presentes en el sector» y «crean inseguridad jurídica ya que carecen de una coherencia lógica con el objetivo de esta normativa de carácter procompetitivo».

En este sentido, desde la CNMC defienden que «lo relevante es que cualquier empresario independiente, como sujeto de las normas de la competencia, con independencia del régimen de propiedad de los terrenos desde los que opera, tenga libertad para fijar autónomamente su política de precios y debe poder participar en el juego de la competencia intramarca«. Por ello, desde el organismo regulador se incide en que, aunque estas excepciones aparezcan recogidas por la Ley, «no implican de facto que sean compatibles con la normativa de competencia, tanto española como comunitaria».

Por ello, la CNMC considera «conveniente» la modificación del artículo 43.bis, «con el objetivo de reforzar la seguridad jurídica de la reforma, eliminando elementos de incertidumbre, para promover la competencia efectiva en el mercado minorista». Sobre esta base cimentan su enmienda los diputados socialistas, para clarificar que la excepción debe ceñirse a la limitación temporal de los contratos «con el objeto de prohibir la fijación vertical de precios, que ahora se incumple puesto que los distribuidores que vendan desde locales propiedad de su proveedor (CO-DO) están excluidos de dicha prohibición».

El corazón de la polémica

Desde hace dos semanas, las revelaciones del sumario van en aumento y el Gobierno muestra todos los tics y latiguillos que han sido recurrentes durante los dos últimos años: una gestión poco cuidadosa con la seguridad jurídica que lleva a múltiples conflictos jurídicos e internacionales, cuya resolución no augura nada bueno; una articulación de medidas poco meditada; una torva desconfianza hacia los sectores energéticos; una concepción instrumental de las empresas y de los inversores y, además, fuertes presiones a los agentes económicos.

Inscribamos en todo ello las revelaciones sobre el encargo y la elaboración de los informes de las consultoras Roland Berger y Boston Consulting Group (BCG) respecto al recorte renovable con posterioridad a la propia norma, así como las presiones del propio secretario de Estado de Energía, Alberto Nadal, a las consultoras sobre el contenido de los informes, de lo que se hace eco hoy el periódico digital Voz Populi, bajo amenaza de impago de sus honorarios, y su disconformidad manifiesta con las conclusiones de estos informes. Todo esto empieza a configurar un problema político con tantos agujeros como un queso de Gruyère con el concepto de «rentabilidad razonable«.

A todo esto, hay que añadir la demora de Industria en la entrega de los informes, por pintorescas y episódicas razones como su tamaño, volumen o su dificultad de gestión de los soportes informáticos, produciendo el alargamiento de esta instrucción y, a la vez, la concentración aún mayor del foco en el conocimiento del comportamiento del regulador principal, una vez que se conociera.

Las propias asociaciones sectoriales renovables, unas con más intensidad que otras, están cargando con munición gruesa contra el Ejecutivo, realizando fúnebres campañas de publicidad, acusando al Gobierno del PP de enterrar el sector, previamente inflamado desde las políticas pasadas de la retribución y potencia instalada en forma de burbuja en determinados subsectores, cuestión que, por otra parte, no reconoce nadie.

El hecho es que actualmente existen dos líneas que convergen. Por una parte está la tendencia retroprogresiva que se ha instalado en el asesoramiento de una parte del sector fotovoltaico y renovable, con un enfoque muy agresivo y una estrategia de agitación basada en reclamar una retribución incentivadora por la vía de los subsidios cruzados procedentes de otros sectores energéticos.

Por otra parte, está la línea más empresarial, alineada con la defensa de los intereses de los inversores nacionales e internacionales, que reclama mayor seguridad jurídica. Aquí es donde se inscriben las tecnologías más penalizadas, que no han participado de la burbuja pero que han sufrido fuertes recortes, como la eólica o los productores fotovoltaicos de un perfil corporativo o ligados a fondos de inversión.

Si bien las revelaciones de estos días tienen su origen en la estrategia seguida por el segundo colectivo, las campañas publicitarias y las acciones grassroot (campañas de presión popular y en las redes) en ciertas comunidades autónomas como Murcia son atribuibles a los sectores más beligerantes.

Todas estas cuestiones coinciden, además, en un momento preelectoral en el ámbito de las comunidades autónomas y ayuntamientos, que es mucho más relevante al asunto que nos concierne de lo que pueda parecer a simple vista. La inflamación existente en ciertas regiones con las medidas instrumentadas por Nadal y Soria es extraordinariamente severa y su alcance es de mucho más espectro de lo que parece en la medida que, por ejemplo, la tecnología fotovoltaica era una de las formas de capitalismo popular surgidas en nuestro país en los últimos años. Además la actual situación de la demanda tampoco permite muchas alegrías en términos de volver a promover aumentos de potencia y concesión de nuevas autorizaciones y primas.

En definitiva, las fisuras de las medidas del Gobierno para resolver el problema del déficit tarifario están abriéndose y poniendo en evidencia que hubiera sido una solución más estable un enfoque sistémico consistente en el encapsulamiento de las primas fuera de la tarifa, junto con el resto de costes que soporta la factura eléctrica que no pertenecen al suministro, que la alambicada y apresurada articulación jurídica del concepto de «rentabilidad razonable«. Eso sí, hubiera precisado de una política integrada económica, hacendística y energética, con tiempo y negociación. Pero, seguramente, ya es demasiado tarde y todo el devenir futuro será reactivo: tapar los reveses que coseche lo realizado. El corazón de la polémica ya es político.

Interconexiones energéticas (III): MidCat, una necesidad geopolítica

Desde hace un año Ucrania vive un episodio más de su complicada historia. Dividida entre los partidarios de estrechar lazos con la Unión Europa y las regiones separatistas, más próximas a lo que se decida en el Kremlin que a lo que se dictamine desde Kiev, lo cierto es que su enfrentamiento con Rusia volvió a suponer una amenaza para el corte de suministro a los países comunitarios del Este, con una dependencia próxima al 100% del gas ruso que utiliza Ucrania como país de tránsito. Con el invierno en su recta final, la Unión Europea puede respirar tranquila de no haber repetido momentos como los de 2009, cuando se produjo un corte de suministro de 13 días en pleno enero.

Sin embargo, desde Bruselas se buscan alternativas para garantizar la seguridad del suministro, diversificando su origen y reduciendo la dependencia de Rusia, país con el que las tensiones han ido en aumento desde la anexión de Crimea en forma de sanciones económicas. En este contexto es en el que Europa se ha propuesto enviar un mensaje contundente a Putin y ha surgido una oportunidad que el sector gasista español no quiere desaprovechar: llevar el gas de Argelia a Europa Central a través del territorio nacional. Una oportunidad que la Declaración de Madrid ha refrendado, superadas las reticencias francesas ante el interés alemán, reclamando que el MidCat se beneficie del impulso a la inversión en infraestructuras que supondrá el Plan Juncker.

Desde la Asociación Española del Gas (Sedigas) destacan el papel que puede jugar España como «puerta de entrada del gas natural hacia Europa«, haciendo referencia al suministro que llega a la Península Ibérica desde Argelia, a través de gasoductos, y de cualquier parte del mundo mediante buques metaneros que transportan GNL (gas natural licuado) hasta alguna de las plantas de regasificación que hay en Barcelona, Huelva, Cartagena (Murcia), Bilbao, Sagunto (Valencia) y Mugardos (La Coruña).

Según datos aportados por Sedigas, en 2014 el 53% del gas natural que llegó a España lo hizo por gasoducto mientras, que el 47% restante lo hizo en forma de GNL con la recepción de 240 buques metaneros. Atendiendo a estas cifras, España recibió en 2014 gas de 11 orígenes distintos: Argelia (55%), Francia (12,7%), Qatar (9%), Nigeria (8,3%), Trinidad y Tobago (6%), Noruega (3,6), Perú (3,6%), así como un 1,8% restante repartido entre Omán, Países Bajos, Bélgica y Portugal.

Con un suministro diversificado pero con una demanda que ha caído un 32,3% desde que comenzó la crisis económica en 2008 según datos de la Corporación de Reservas Estratégicas de Productos Petrolíferos (Cores), la cuestión radica en cuál es la manera en la que España puede contribuir con su robusto sistema gasista a mejorar la seguridad de suministro de gas de la Unión Europea. Para ello, la patronal Sedigas considera necesarias «unas buenas interconexiones que permitan crear un entramado de mercados de gas interconectados». Un punto en el que el gasoducto MidCat aparece como uno de los proyectos señalados como prioritarios por la Comisión Europea.

Actualmente, Francia y España están unidos por dos gasoductos, Larrau y Biriatou, con una capacidad de transporte de gas de hasta 5,36 bcm en sentido exportador. Una capacidad que alcanzará este año los 7,1 bcm al finalizar las obras de ampliación del gasoducto Irún-Biriatou. Cuando se construya el MidCat, que el ministro de Industria, Energía y Turismo, José Manuel Soria ha fijado para 2020, esta capacidad exportadora alcanzará los 15,1 bcm. Según Sedigas, esta capacidad equivale al 12% del gas que la Unión Europea importó de Rusia en 2013, o supone prácticamente el 30% del Nord Stream, el gasoducto submarino promovido por Rusia y Alemania que cruza el Mar Báltico.

El MidCat sería un gran paso para que se pudieran empezar a considerar los Corredores del Sur como una alternativa al gas ruso. El Mediterráneo y el gas de Argelia, que también llega a Italia por gasoducto, diversificarían el suministro de los países de Europa Central. A largo plazo también se podría hablar de otras interconexiones puesto que España dispone de suficiente capacidad de recepción de gas para circularlo. Según datos de Sedigas, mientras la demanda en España en 2014 fue de 25,8 bcm, la capacidad de entrada de gas hacia España puede llegar a los 21,5 bcm, a través de los dos gasoductos con Argelia, más otros 60,12 bcm contando con las regasificadoras españolas.

España dispone actualmente de un tercio de la capacidad de regasificación de Europa. En este sentido, a juicio de la patronal del sector, con unas buenas interconexiones «parte de este potencial de entrada de gas a España se podría aprovechar para circular gas hacia el continente europeo». Esta circunstancia significaría un aumento del tránsito de gas por el sistema gasista español, lo que ayudará a rentabilizar las inversiones realizadas al tiempo que facilitará a algunas compañías, especialmente Gas Natural Fenosa, comerciar a nivel europeo con el gas que llega a España por gasoducto o metanero.

Según Sedigas, las interconexiones también serían positivas para el consumidor español y europeo ya que mejorar el coste de la energía es uno de los objetivos de la Unión Energética hacia la que pretende avanzar la Comisión Europea. Según apunta Bruselas, una interconexión entre los diferentes mercados europeos hará posible que los precios se alineen, a favor de una energía más competitiva para el consumidor final. Por ello, «la finalización del MidCat es menos costosa y más rápida que otras infraestructuras que se están planteando en el este de Europa», se insiste desde la patronal.