Alternativas energéticas al petróleo

El fin de la era del petróleo barato y los enormes costes sociales y ambientales que provoca la dependencia de los combustibles fósiles plantean la urgencia de buscar alternativas viables, sobre todo para el transporte.

La energía condiciona nuestras vidas y la política internacional, y es el principal factor de la degradación ambiental. Hoy dependemos en un 80% de los combustibles fósiles para resolver la inmensa mayoría de nuestras necesidades, y sobre todo del petróleo, el más versátil y útil de todos los combustibles, lo que nos permite gozar en las zonas ricas de un alto nivel de vida, pero con consecuencias cada vez más
apreciables, desde el coste de las importaciones y los problemas de suministro, causa de buena parte de los conflictos del último medio siglo, a la amenaza del cambio climático o la realidad cotidiana de la contaminación atmosférica.

Hay problemas de abastecimiento y recursos, pero sobre todo el límite que nos impone la capacidad de la atmósfera para absorber el dióxido de carbono que se emite en la combustión del carbón, el petróleo y el gas natural. El límite real no son los recursos, sino los sumideros. El petróleo barato se acabará, pero mucho antes de agotarlo, tendremos que dejar de consumirlo porque no podemos seguir aumentando las
concentraciones atmosféricas de dióxido de carbono sin poner en peligro el clima y nuestra propia supervivencia.

Por estas y otras razones, a lo largo de este siglo habrá que realizar la transición energética ordenada y gradual hacia un modelo energético descarbonizado y cada vez más eficiente, sin olvidar el importante problema de proporcionar un nivel de vida digno al 80% de la población mundial que vive en la pobreza, lo que sin duda requerirá un importante aumento del consumo energético.

Algunos ponen sus esperanzas en la energía nuclear. Pero ésta, que sólo produce electricidad y apenas representa el 6% del consumo mundial (el 2% con una metodología que tenga en cuenta sólo la electricidad producida y no el calor de la fisión), plantea problemas no menos graves e incluso peores, como los residuos radiactivos, la proliferación nuclear (véase Israel, Irán, India, Pakistán o Corea
del Norte), la seguridad o los costes económicos reales de todo el ciclo de vida.

Muchos pensamos que la solución pasa por el desarrollo de las energías renovables, que ya aportan el 14% del consumo mundial, y que a medio y largo plazo podrán cubrir todas nuestras necesidades energéticas, sin agravar el cambio climático, sin dejar una herencia de residuos radiactivos y sin ocasionar conflictos por los recursos, pues en todos los lugares hay suficiente sol o viento. Pero el proceso será lento y
gradual, requerirá varias décadas, un esfuerzo prolongado y un importante desarrollo tecnológico, que posibilite reducir los costes. Dios aprieta, pero no ahoga. En el pasado el agotamiento de los bosques nos forzó a entrar en la era de los combustibles fósiles.

Hoy afrontamos una nueva transición, llena de oportunidades y desafíos, hacia un modelo energético descarbonizado y basado en las energías renovables. La energía eólica y la solar termoeléctrica también pueden producir la electricidad a un coste razonable, y con las nuevas baterías de ión litio, en dos o tres años podemos empezar a sustituir la gasolina y el gasóleo por electricidad. El coche eléctrico ya no es una utopía, y hoy es posible reducir de forma drástica la dependencia del
petróleo sin necesidad de producir biocombustibles, que ocasionan problemas aún más graves que los productos petrolíferos a los que pretenden sustituir. Los biocombustibles, o agrocombustibles, entran en colisión con la producción de alimentos, no reducen las emisiones de CO2, e incluso las pueden aumentar, y su desarrollo supondría la pérdida de biodiversidad y la destrucción de los bosques tropicales, convertidos en monocultivos de palma africana y soja.

El futuro puede basarse en la energía eólica y en la solar termoeléctrica como fuentes de energía primaria más importantes, complementadas con la hidráulica, la biomasa, la geotermia y cantidades cada vez menores de combustibles fósiles. El almacenamiento y la gestión pueden resolverse a través del bombeo y la interconexión con corriente continua. Cuando el viento no sopla en un lugar, lo hace en otro y si
están conectados la gestión no plantea problemas irresolubles. Y esa misma electricidad puede almacenarse en las baterías de ión litio, para mover bicicletas, automóviles, furgonetas, camiones y autobuses.

La primera (1973) y la segunda crisis del petróleo (1979) supuso su desplazamiento de la generación de electricidad. La tercera (2008) debe implicar su desplazamiento del transporte por carretera.

Este articulo ha sido reproducido con la autorización del autor y está publicado en el periódico Diagonal.net, pueden consultarlo pulsando aqui.

Javier Penacho contesta a Energía Diario

Recientemente esta publicación iniciaba una información bajo el
siguiente titular: AEGE y FORTIA se debilitan. Pues bien, y con la que
está cayendo en el mundo energético, ¿a quién le beneficia ese titular?,
¿para quién supone una ventaja que AEGE y FORTIA se debiliten?. Desde
luego, a AEGE no le parece ninguna ventaja una UNESA débil de cara a
todo el complejo paso de tarifa consolidada durante 25 años a un mercado cuando menos todavía no suficientemente desarrollado a nivel regional y, desde luego, inexistente desde la perspectiva UE27.

Pero, en todo caso, de lo que ahora se trata no es de juegos de
palabras, sino de que la forma y condiciones en las que el Gobierno ha
decidido eliminar las tarifas de alta tensión deja fuera de competencia
a muy buena parte de la industria básica española. No estamos hablando de las 60/80.000 empresas alimentadas en alta tensión, ni de cuántas de ellas van a obtener en el mercado condiciones ventajosas respecto de las de tarifa, sino de lo que pasa para esas 200 empresas que configuran el conjunto que en Francia se ha venido en denominar como “Industrias electrointensivas deslocalizables” y que, precisamente por ello, en España han aplicado a tope desde hace 25 años el conjunto de señales de gestión de demanda que fueron parte integrante del marco estable desde el principio, y que han configurado para todas ellas un sistema de producir directamente relacionado con el calendario eléctrico y la forma de la curva de carga de nuestro sistema, y que gracias a ello han conseguido precios competitivos para su materia prima electricidad en nuestro país.

Lo que importa es si para las empresas españolas, todas, y por supuesto para esas 200 -más si, como es el caso, pertenecen a multinacionales- el paso definitivo de tarifa a mercado mejorará o empeorará el precio de su materia prima electricidad respecto de su competencia europea de forma que, sea cual sea su situación actual, estén preparadas para cuando lleguen las vacas flacas, que llegarán para unos y ya han llegado para otros, porque el mercado y los ciclos son inexorables. Y esa es la única receta eficaz de las empresas fuertes en competencia global, estar en la mejor situación de costes posible cuando los mercados se ponen difíciles, a cada uno en su momento.

Y hay que tener en cuenta que esta materia prima es la única cuyo precio se fija en condiciones locales, como mucho ibéricas, con lo que la
energía eléctrica pasa a formar parte de la competitividad estructural
del país, como las buenas carreteras, o los buenos puertos, o los buenos
servicios y gabinetes jurídicos, entre otras muchas cosas que la empresa
asentada en España espera obtener de este país en condiciones óptimas.

Es decir, la clave para la industria en general, pero de forma
superlativa para esas 200 instalaciones, es que el precio eléctrico y
sus condiciones sigan motivando a la multinacional de turno a seguir
invirtiendo en España en lugar de en Francia, o a la vez que en Francia,
sin ir más lejos pero, analizando esas motivaciones para la energía
eléctrica, nos encontramos con que ayer estábamos en precios comparables y hoy, 1 de julio, estamos hasta un 60% más caros, y aquí teniendo que comprar día a día en el pool, y allí bajo el respeto que supone para el consumidor que tu proveedor te plantee contratos a 15 años indexados de forma coherente para ambas partes. Ante esta situación, ¿qué importa si la empresa compra directamente o a través de un comercializador o en un contrato bilateral?.

Y tampoco consiste en pedir que la autoridad actúe en función de la
cuenta de explotación del momento, en un país moderno, en la UE y en el siglo XXI. Pero es que, además, y como prueba, no estamos hablando de una o dos empresas, o de uno o dos sectores. ¿Se prevén momentos
brillantes para el cemento?, ¿alguien se sabe las cuentas de las
químicas?, ¿qué está haciendo el precio de cada uno de los metales?,
¿cómo va a afectar al precio del acero en Asia el impuesto a la
exportación de acero en India?. Es decir, lo que estamos planteando es
preservar la competitividad del país, y no que se tomen decisiones sobre
la energía eléctrica como materia prima en función de la situación del
negocio coyuntural de un sector, y menos de una empresa. Estamos
hablando de la imperiosa necesidad de mantener la competitividad de esa materia prima eléctrica en el mercado regional ibérico, de forma que se puedan conseguir en España precios comparables a los que nuestra
competencia puede conseguir hoy en determinados países europeos. Pura, simple y llanamente.

Al respecto, nos sorprenden los ríos de tinta que provoca el precio de
kWh doméstico, y que nadie se preocupe de la materia prima energía
eléctrica. Es más, en cuanto alguien se preocupa, y reclama condiciones
mejores que las de este pool, que ni siquiera es de ajustes, sea AEGE o
FORTIA, automáticamente se habla de subvenciones o de fórmulas
sospechosas, como la interrumpibilidad. Para que quede claro, REE ha
aplicado el contrato de interrumpibilidad o medidas similares de forma
general o por zonas, en función de su propio criterio, y en algunos
casos en condiciones contractuales, pero aceptadas de forma voluntaria
por las empresas, 16 veces en 2001, 1 en 2002, 9 en 2003, 6 en 2004, 5
en 2005 ninguna en 2006 y 1 en 2007. Y para seguir aclarando, señalar
que informes independientes demuestran que simplemente con que su
aplicación evite un cero cada 10/15 años, según precios, el coste del
servicio queda amortizado. Tras 38 cortes en 7 años, ¿se puede saber
donde están los subsidios cruzados?

Y no es esta la única figura de gestión de demanda positiva para
garantizar el servicio público luz al ciudadano. Se han estado
practicando otras, que el mercado no reconoce en España pero si en
Holanda, por ejemplo, y se han estudiado otras adicionales para prevenir las fuertes oscilaciones de oferta de nuestro mix de generación, mucho viento o poco viento, mucha agua o poco agua, depósitos de gas vacíos o llenos, gestión de reactiva “in situ” a disposición del distribuidor, y así sucesivamente.

Pero nada de esto importa. Nada vale, porque la única referencia de
precio para todas las compras de todos los consumidores sólo puede ser
la de un pool marginal que ni siquiera distingue volumen, que diferencia
mal los precios de noche y de día, y en un mercado aislado y con las
tecnologías decididas mucho más por la política que por la competencia,
aquí la apuesta valiente por las renovables, difícil y cara a corto y
medio plazo, y al otro lado de los Pirineos, y en otros países, nuclear,
con todas las referencias de costes y precios más que sabidas y
planteadas desde el primer día.

En definitiva, ¿es ante este altar de mercado donde hay que sacrificar
empresas punteras en eficiencia en sus respectivos productos que, hasta ahora, y en conjunto, han podido crecer y garantizar 250.000 puestos de trabajo directos e indirectos?. Porque las multinacionales son
absolutamente frías. Si aquí blanco, adelante, y si negro a donde está
blanco. Sin más palabras ni razonamientos, y menos si el blanco es
radicalmente distinto del negro, y está a pocos kilómetros, y con las
mismas garantías UE en cuanto a fiabilidad de las inversiones.

Las tarifas de ultimo recurso en la reforma de la Ley del Sector Eléctrico

En un principio, el esquema de liberalización en el sector eléctrico era relativamente sencillo: se configuraba un pool de producción en el cual distribuidores y comercializadores adquirían la energía a un precio determinado por las reglas de mercado y en el otro extremo de la cadena se vendía la electricidad a los consumidores finales a un precio que, como mucho, sería equivalente al de la tarifa aplicable. Decimos como mucho porque los comercializadores eran precisamente los encargados de vender la energía a un precio competitivo que se situase en algún punto intermedio entre el coste de adquisición y la tarifa de referencia. El resultado de todo ello sería obviamente un abaratamiento de los precios de la electricidad para los consumidores finales y un beneficio para los comercializadores.

La realidad demostró ser bien distinta, pues pronto se comprobó que el diferencial entre precio de adquisición de la energía en el mercado mayorista y tarifa aplicable a consumidores finales era exiguo, e incluso que dicho diferencial era negativo, superando frecuentemente el coste de la energía al de la tarifa aplicable.

Podría uno preguntarse ¿por qué motivo no se seguía incrementando la tarifa de forma que hubiese un diferencial apreciable con el coste de adquisición de la energía? La respuesta es tan sencilla y evidente que casi hace superflua la pregunta: el incremento de las tarifas eléctricas es una de las medidas menos populares que puede tomar un gobierno. A partir de ahí la historia es bien conocida: se empezaron a producir los conocidos déficit de tarifa cuyo coste es soportado por los consumidores finales aunque habitualmente laminado en períodos de diez años, de tal forma que la ausencia de subida de tarifas genera una apariencia ficticia de electricidad barata, ya que lo que la tarifa no consigue cubrir lo pagan de todos modos los consumidores actuales y los de dentro de diez años.

En definitiva, puede decirse que la perversión del sistema de liberalización implantado por la Ley de 1997 viene de una tarifa que en un principio estaba pensada como referencia máxima de los precios liberalizados y que, en la práctica, se ha convertido en el refugio de la gran mayoría de los consumidores, evitándose así los efectos benéficos que podían aportar al conjunto del sistema eléctrico los comercializadores. Es por otro lado incuestionable que un sistema de mercado nunca funciona bien si la señal de precio no está correctamente formada. Cuando esto ocurre, por ser los precios artificialmente bajos, los consumidores tienen un menor incentivo para el ahorro, acentuándose aún más la desviación entre lo recaudado por las tarifas y los costes de producción.

Parece (y decimos sólo “parece”) que la Ley 17/2007 de modificación de la LSE (entrada en vigor el 6 de julio pasado) introduce una modificación radical en este punto, ya que, según la nueva Disposición Adicional 24ª de la LSE, a partir del 1 de enero de 2009, queda suprimido el sistema tarifario integral, estableciéndose las tarifas de último recurso. Según la misma Disposición Adicional, a partir del 1 de enero de 2010, sólo podrán permanecer acogidos a tarifa de último recurso los consumidores con suministros en baja tensión, y a partir del año 2011 podrán acogerse a tarifas de último recurso los consumidores de energía eléctrica cuya potencia contratada sea inferior a 50 kW.

Las tarifas de último recurso están reguladas en el artículo 18 de la LSE, en la redacción dada al mismo por la Ley 17/2007. Podría pensarse que las tarifas de último recurso se corresponderían en cierto modo con su denominación y serían prácticamente residuales dentro del sistema eléctrico nacional. Sin embargo, una mera consulta a los datos publicados por la CNE en relación con “El Consumo Eléctrico en el Mercado Peninsular en el año 2006” nos revela que esto no es así. En efecto, el mercado a tarifa constituye hoy por hoy las tres cuartas partes de la demanda peninsular, y de ese mercado el consumo a baja tensión representa aproximadamente el 54% de la energía consumida y cerca del 70% de la facturación. Si se computan de forma conjunta los consumos correspondientes al mercado liberalizado y al mercado a tarifa, el consumo a baja tensión representa el 47% de ambos en energía consumida y el 68% en términos de facturación. Quiere ello decir que la tarifa de último recurso no irá destinada, como prima facie podría pensarse, a un sector residual del mercado, sino probablemente al más importante tanto en número de abonados como en términos de energía consumida y de facturación.

La pregunta es obvia: ¿en qué cambia el nuevo sistema respecto al anterior? Desde un punto de vista jurídico, se vislumbra una cierta esperanza en la redacción del nuevo artículo 18 de la LSE con respecto a la redacción del antiguo artículo 17. En efecto, la nueva norma dice que en la estructura de las tarifas de último recurso se incluirán varios conceptos (básicamente los mismos que en la tarifa integral todavía vigente) “de forma aditiva”. Además, las tarifas de último recurso “se fijarán de forma que en su cálculo se respete el principio de suficiencia de ingresos y no ocasionen distorsiones de la competencia en el mercado”. Con ello parece quedar vedada la posibilidad de establecer tarifas insuficientes que generen déficit necesitado de ser compensado con posterioridad.

Sin embargo, todo dependerá en definitiva del desarrollo normativo del artículo 18. Su apartado 3 prevé un Real Decreto para el establecimiento de la metodología de cálculo de las tarifas de último recurso y una Orden Ministerial, previo acuerdo de la Comisión Delegada del Gobierno para Asuntos Económicos, para el establecimiento de las tarifas. Por de pronto, lo que ha logrado la nueva disposición legal es rebajar el rango normativo de la norma necesaria para aprobar las nuevas tarifas. Si hasta ahora, las tarifas integrales eran aprobadas por Real Decreto, a partir del 2009, las tarifas de último recurso serán aprobadas por Orden Ministerial, y ello a pesar de que, como hemos visto, no parece precisamente que las tarifas de último recurso vayan a ser residuales.
Es de esperar que las nuevas tarifas de último recurso no incurran en los mismos defectos intrínsecos que las todavía vigentes tarifas integrales, pero no lo sabremos con seguridad hasta que se dicte la normativa de desarrollo del artículo 18 de la LSE.

Miguel Temboury es Abogado del Estado en excedencia. Después de ocho años al servicio de la Administración donde, entre otros cargos, fue Abogado del Estado Jefe en la Secretaría de Estado de Economía, Energía y PYME, y Director de Gabinete del Ministro del Interior, pasó a la excedencia en 2004. Como excedente se incorporó en primer lugar al despacho Pérez-Llorca para después fundar el suyo propio en 2007

20.000 MW fotovoltaicos necesarios

La I+D+i es crucial para las energías renovables, y gracias a ella estamos dando pasos de gigante en muy poco tiempo. Un buen ejemplo es el de la energía eólica; para los flacos de memoria, conviene recordar que hace 10 años, en 1987, el CIEMAT decía que el techo eólico en España era de 7.500 MW, pero hoy tenemos más del doble de esa potencia eólica instalada y el techo de los parques terrestres, debido a la maduración de la tecnología y la limitación de emplazamientos, ronda los 40.000 MW.

La fotovoltaica no tiene la dependencia de la eólica de los emplazamientos, y, con el mejor índice de irradiación de toda Europa, 20.000 MW, que ahora parecen muy ambiciosos, en realidad son una mínima parte de lo que llegará más adelante, cuando esa apuesta política del Presidente del Gobierno que es ‘España Solar’ sea una realidad.

Pero independientemente de la evolución tecnológica, la razón fundamental por la que tendremos que dotarnos de una potencia del entorno de los 20.000 MW fotovoltaicos en 2020 es, sencillamente, que tendremos que contar con ella para cumplir el compromiso europeo del 20% de renovables, porque el resto de fuentes renovables no podrán aportar toda la energía limpia que será necesaria en esa fecha.

Así se desprende de los requerimientos del mix eléctrico que tendrá España en 2020 según los análisis efectuados por la consultora estratégica Arthur D. Little (ADL). En ellos, se comparan dos escenarios, uno “inmovilista” en el que se continúan las políticas del Plan de Energías Renovables 2005-2010, que suponen un 12% de penetración renovable en el consumo primario de energía, y otro “sostenible”, en el que se alcanza el objetivo europeo del 20%:

La principal diferencia entre los dos escenarios es la aplicación en el “sostenible” de fuertes medidas de eficiencia y ahorro energético –más allá de la actual Estrategia de Ahorro y Eficiencia, E-4–, de modo que el crecimiento de la demanda eléctrica se modere hasta el 2,4% anual. Ello, además, permitiría cumplir otros dos objetivos europeos para 2020: reducir el consumo energético un 20% y las emisiones de CO2 otro 20% (el objetivo más importante de todos) en relación con la tendencia actual.

Una vez establecidos los objetivos de consumo eléctrico, hay que establecer el mix de generación renovable para cada una de los dos escenarios, tal y como se muestra a continuación:

Nótese que en ambos escenarios la aportación de la eólica y la hidráulica, las dos renovables más desarrolladas, es el mismo, y que sólo ampliando la presencia de las demás podremos pasar de un 12% a un 20% de consumo de energía primaria con energías limpias. Y entre las demás renovables en un estadio comercial de desarrollo, la fotovoltaica debe tener un papel preponderante.

La biomasa tiene limitaciones, tanto por la cantidad de recursos energéticos disponibles como por la necesidad de articular unas redes logísticas para su recogida y tratamiento. Especialmente por esta segunda razón, la biomasa eléctrica, una de las grandes esperanzas de las renovables, no consigue despegar. Lamentablemente, su aportación al cómputo renovable total es limitada.

La solar termoeléctrica tiene un potencial enorme, pero está despegando. A pesar de que en España tengamos plantas piloto que lleven décadas funcionando y que respalden la fiabilidad de algunas variantes de la tecnología, sólo tenemos 11 MW comerciales conectados y es ahora cuando está empezando a crearse una industria de fabricación de equipos y componentes. Adjudicarle 8.000 MW en 2020 es toda una apuesta.

Entre las demás, tenemos las marinas, las minieólicas o las geotérmicas, que aún son exclusivamente objeto de proyectos de demostración o de sistemas aislados, y el biogás asociado a la industria de residuos, también con una proyección limitada.

Al final tenemos la fotovoltaica como alternativa sólida. Existe desde hace medio siglo, ha demostrado sobradamente su fiabilidad –los paneles tienen 25 años de garantía y una esperanza de vida que supera los 35 años–, y cuenta con una industria en expansión capaz de alcanzar esos 20.000 MW en 2020 sin problema.

“Apostar por la fotovoltaica es muy caro”, se puede decir. “Pues mire usted, no tanto, porque el descenso de costes del sector fotovoltaico es vertiginoso, y las externalidades positivas de la tecnología compensan con creces este coste”. Según los cálculos de ADL, la diferencia entre el coste explícito del escenario “inmovilista”, que es el actual, y el “sostenible”, que incluye los 20.000 MW fotovoltaicos, es de 4.200 millones de euros en 2020 –unos 2 céntimos de euro por kWh producido–, sin tener en cuenta los ahorros por emisiones de CO2, las importaciones energéticas evitadas ni otros capítulos, como la generación de empleo o el valor exportador de una industria líder mundial.

La Unión Europea ya calculó el efecto que tendría para la economía europea alcanzar los objetivos de 2020 y concluyó que con el barril de crudo a 78 dólares el coste será de 20 euros por ciudadano europeo al año y que, sumando los ahorros en emisiones de CO2, “se cubre casi completamente el coste”. O sea, que de caro, poco o nada.

Sin lugar a dudas, además de cumplir los objetivos de 2020, a España le interesa apostar por la tecnología fotovoltaica y mantener el liderazgo en un sector que va a liderar la revolución energética mundial de los próximos años. El sector fotovoltaico español quiere ayudarle en esa tarea y por eso se ha pronunciado con transparencia y claridad, sin miedos ni complejos, sobre las necesidades del mix energético del futuro y ha puesto encima de la mesa la cifra de 20.000 MW.

Pero para el sector esos 20.000 MW no son un objetivo en sí mismo; son el resultado de reducir el actual crecimiento del 500% anual hasta el 20% anual, y mantenerlo de un modo sostenido hasta 2020. Eso es suficiente para que los costes fotovoltaicos se reduzcan –gracias a la inversión en I+D+i y a la curva de aprendizaje asociada a ese crecimiento–, más de un 5% anual.

Con esta reducción de costes del orden del 5% anual trasladada a los consumidores, el kWh fotovoltaico será más barato que el kWh del segmento residencial antes de 2020, con lo que la tecnología habrá atravesado un umbral de competitividad económica que puede implicar su despliegue masivo. Nosotros esperamos que el punto de corte se sitúe en el entorno de los 20 c€/kWh y que siga descendiendo, con lo que será más barato instalarse un panel en la azotea que pagar el recibo de la luz.

Javier Anta es presidente de la Asociación de la Industria Fotovoltaica (ASIF)

Una política energética a salto de mata

En marzo del año 2006 el Gobierno a propuesta del ministerio de Industria aprobó un RDL 3/2006 en el que se regulaban los recortes a la retribución de generación para cubrir el déficit tarifario.El fundamento de estos recortes estaba en la deducción de los derechos de emisión gratuitos que la empresas generadoras de electricidad habían recibido.Estos derechos reconocidos en el PNA (plan nacional de asignaciones) se aplican a cualquier sistema de central de generación (hidraulica,gas,fuel,carbón,nuclear) menos las de fuentes renovables.

El Congreso, con carácter de urgencia, ratificó el citado RDL.Como consecuencia de este hecho el Ministerio de Industria debía haber emitido sendas Ordenes Ministeriales con las que se regulaban el cálculo de los beneficios de las empresas eléctricas correspondientes al año 2006.Los beneficios se ven afectados por la reducción de ingresos de los recursos que constituyen el déficit tarifario es decir la aportación que se efectúa a las empresas para cubrir los costes de generación que no hace la tarifa eléctrica.

Las Ordenes ministeriales se deberían haber emitido antes de finalizar el año 2006, en lógica con las actuaciones del Gobierno y las disposiciones del RDL 3/2006.Se han emitido en noviembre 2007. Lo cual pone de manifiesto la irresponsabilidad de la actuación administrativa y la dudosa urgencia del RDL y su forma de urgir la tramitación y convalidación por las Cortes ya que sus decisiones introducen una clara incertidumbre económica en el sector eléctrico.

El viernes 7 de diciembre el Ministerio de Industria consigue aprobar en el Consejo de Ministros un nuevo RDL 11/2007 que continúa la línea normativa propuesta y desarrollada en el RDL 3/2006.Como particularidad hace extensible las medidas de recorte al periodo 2007-2012, periodo que comprende el 2º Plan Nacional de Asignaciones de derechos de emisión.De nuevo las empresas eléctricas verán deducidos durante cada uno de los próximos cuatro años los ingresos por generación al serles retraídos los derechos de emisión asignados en función de la capacidad de generación instalada.

Este hecho es clave porque los derechos de emisión se asignan para ayudar a las empresas contaminantes a reducir sus emisiones en generación eléctrica y transformar las centrales convencionales más contaminantes (fuel y carbón) con tecnologías que permiten generar electricidad con igual o mayor potencia pero con menores emisiones.

El Gobierno basa sus actuaciones en que las empresas emisoras han recibido gratuitamente unos derechos de emisión, que tienen un valor en el mercado (20€ Tm/CO2) de modo que al incorporarlos a la cuenta de explotación han hecho subir los precios en el mercado eléctrico.El argumento no es cierto dicho así.El argumento cierto es que las empresas con centrales contaminantes (carbón y fuel en particular) han visto que podían seguir produciendo y como consecuencia de las asignaciones recibidas ingresan más y ganan más.Pero tampoco han invertido en tecnologías y sistemas menos contaminantes o emisores porque el Gobierno por su parte ha favorecido en este cuatrienio la generación con carbón.
El Gobierno continúa argumentando que el comportamiento de los agentes es el de trasladar el valor de esos derechos de emisión a los precios finales y que el consumidor no puede sufrir un aumento de precio por algo que el Estado cede gratuitamente en aplicación del Protocolo de Kyoto, por ello el RDL 11/2007 viene a paliar ese efecto.

El argumento es serio y a tener en cuenta, pero el Gobierno no dice que esta extensión como coste del valor de los derechos de emisión, se efectúa en las gasolinas y gasóleos, en el acero, en los materiales de construcción, en el cemento, en el papel, en los productos químicos, etc., y no aplica la misma política de recortes que beneficiaría ciertamente al consumidor.

Pero el Gobierno tampoco dice que este mismo año con la entrada en vigor de las tarifas del cuarto trimestre se ha producido la suspensión de la “garantía de potencia” a las empresas eléctricas, cuya retribución está incluida en la tarifa, pero que a pesar de no pagarse a las empresas no se ha deducido de los costes al consumidor. El Gobierno sigue cobrando un servicio que no retribuye y que hay que mantener, no beneficia al consumidor y lo aplica suponemos a la reducción del déficit tarifario. Pero no lo ha dicho.

Las influencias de esta medidas en la política energética y en la política y medidas sobre el cambio climático exigen otras formas de actuación del Ministerio de Industria y del Gobierno. Desde la aprobación del RDL 3/2006 el Gobierno ha tenido un año para desarrollar una medidas que afectan a la reducción de emisiones en un sector de los más contaminantes y a la transformación de los sistemas de generación. Lo ha podido hacer por ley, aprovechando la transposición de las Directivas de Gas y Electricidad.

Pero lo ha hecho de tapadillo al elegir el método ya consolidado del RDL, en un viernes de puente, por procedimiento de urgencia en su aprobación y tramitación y legislando para la próxima legislatura. No ha sido visto por la Comisión Delegada. Se ha eludido el control y refrendo parlamentario en su tramitación, hurtando el debate político. No hay posibilidad de alegaciones o enmiendas. No hay criterios contrastados de agentes económicos y sociales. No hay informe del órgano regulador de la Comisión Nacional de la Energía. Se opta por esperar al último minuto para tramitarlo primero por sorpresa y después convalidarlo con carácter de urgencia, eludiendo el necesario debate parlamentario.

La urgencia o la emergencia no están justificadas ya que ni el coste de la energía en el Estado es superior al de la U.E. y tampoco se incrementa por encima de los precios de los combustibles y del petróleo. Otra razón es que el déficit tarifario sea insoportable e ingobernable para la gestión de los actuales responsables del Ministerio que en cuatro años han frivolizado el coste de la energía con la adopción de una tarifa eléctrica política y deficitaria, dejando los problemas para los consumidores del futuro. Las verdaderas razones que tiene el Gobierno para actuar de esta manera, en lugar de arreglar el desaguisado que anuncia con los derechos de emisión, es esconder el objetivo real de buscar una solución al déficit tarifario que no signifique una subida necesaria y responsablemente importante para los consumidores en época electoral.

Para este fin, la solución que ha elegido el Gobierno es la menos coherente con las proclamaciones que sobre una política energética acorde con la atención al cambio climático, la mejora de la seguridad de suministro y desarrollo de las energías renovables realiza y reitera tanto el Presidente como otros miembros del Gobierno.

Al detraer el valor de los derechos de emisión a todas las empresas, penaliza a los que han invertido en fuentes menos contaminantes (hidráulica, nuclear y gas) y favorece a las que continúan generando con elevado número de emisiones de CO2.Es decir otorga derechos para reducir plantas altamente emisoras, invertir en menos contaminantes y sin embargo se le reclaman y retiran mayores recursos a quien tiene un mix de generación con menores emisiones.Quien contamina cobra, quien no contamina paga.

La consecuencia real de este nuevo RDL es una triple penalización: de las energías no emisoras (agua y nuclear); del cambio tecnológico aportado por los ciclos combinados y de las posiciones inversoras en renovación del parque de generación.

Pero también de una incentivación de la producción con las centrales más emisoras de CO2 y otros gases contaminantes.No podemos creer que el Gobierno es consciente de que viene enviando desde 2006 mensajes al mercado para no invertir en nuevas centrales hidroeléctricas, ni en ciclos combinados porque está incentivando de hecho, con decisiones políticas, la producción en centrales de carbón o fuel. Lo que resulta ser una incoherencia con el proclamado liderazgo español en el desarrollo de energías limpias puesto de manifiesto por el presidente del Gobierno en la ONU y ante el Parlamento Europeo.

Finalmente este RDL 11/2007 es una reiteración de las actuaciones improcedentes a las que nos tiene habituado el Ministerio de Industria en temas de política energética. En clara confrontación con el Órgano Regulador, obsesionado con domesticar al Sector Eléctrico, amenazador con los inversores en energías renovables y sus financiadores, e ineficaz para alentar el ahorro y la eficiencia entre los consumidores, se decide por la intervención en el sistema de regulación energético en contra del modelo de Sector Energético consensuado en las Cortes Generales con la Ley 54/1997.La derivada es una clara inestabilidad regulatoria,un intervencionismo en las rentas de las empresas y una perdida significativa de credibilidad y confianza entre las instituciones económicas y sociales como lo demuestra la no participación de la mayoría de las entidades financieras en la subasta para financiar ex ante el déficit financiero estimado.

La legislatura termina con un Sector Energético en conflicto permanente con la administración, con incertidumbres en las relaciones con nuestro suministrador básico de gas como es Argelia, sin mejorar las interconexiones de electricidad y gas con Europa, con amenaza real de limitar el desarrollo de energías renovables en primas y en instalaciones, con un déficit de tarifa transmitido a futuros consumidores que supera los 10.000 mill. de €. y que el Gobierno no sabe cómo se pagará y quién lo pagará.

Así no estábamos en 2004.Todo ello merece un debate parlamentario sereno y riguroso y no una convalidación urgente y formalista con la que se termina dando luz verde a las actuaciones del Gobierno que no son comunicadas, consultadas, ni controladas y por tanto no pueden ser compartidas ni apoyadas.

La Ciudad de la Energía del Bierzo

Es verosímil que el Presidente Rodríguez Zapatero, leonés de adopción, preguntara a sus asesores en 2004, antes del Consejo de Ministros celebrado en León, «¿qué proyecto de enjundia puedo anunciar a mis paisanos?» Alguien podría haber sugerido uno basado en el uso limpio del carbón, base de la economía de la región en el pasado, para dinamizar la zona del Bierzo y para apoyar a un sector necesitado de oxígeno, -de ahí el empeño en la oxicombustión-. Es evidente que ni el generador de la idea ni los asesores que la transmitieron al Presidente analizaron que España posee solamente el 0,1 % de las reservas mundiales confirmadas de carbón -de mala calidad- cuya duración estimada al ritmo actual de producción es de 29 años.

El Sr. Azuara, Presidente de la Fundación Ciudad de la Energía, en la entrevista que Energía Diario publicó el pasado 13/11/07, afirma que “El desarrollo de tecnologías de carbón limpio es independiente de las posibilidades del carbón nacional. Si el carbón vuelve a cobrar importancia es porque las reservas son enormes, y hay países que son grandes productores y que están interesados en que su comercio se mantenga. Es una materia prima considerada estratégicamente importante.”

Su respuesta merece un análisis. La evidencia de los datos hace imposible estar en desacuerdo con la primera parte. Por otro lado, es bien sabido que las reservas mundiales confirmadas de carbón (463 Gtep) son más abundantes que las de petróleo (165 Gtep) o de gas natural (Gtep) y que la relación reservas/producción es superior a 150 años para el carbón. Por tanto, también de acuerdo parcial con su segunda frase. Se debe matizar, sin embargo, que USA (27,1 %), China (12,6 %) e India (10,2 %) acumulan el 50 % de las reservas mundiales confirmadas, mientras que Rusia (17,3 %), Australia (8,6 %) y Sudáfrica (5,4 %) poseen más del
31 % de las mismas. En un previsible horizonte de escasez de fuentes de energía primaria es altamente probable que los seis países que controlan más del 81 % del carbón mundial se decidan por su consumo doméstico; si alguno de ellos exportara parte de su producción lo haría a unos precios significativamente más altos que los actuales. También, pues, de acuerdo con el Sr. Azuara en su última frase, pero observando que ni el suministro futuro del carbón ni su bajo precio están garantizados, sino todo lo contrario.

En un riguroso informe de 2004 de la Academia de las Tecnologías de Francia sobre la Energía en el siglo XXI se puede leer “ Su desarrollo”-el de las tecnologías de separación y almacenamiento de CO2 (SAC)-“vendrá de países como los Estados Unidos o China que tienen un interés directo para continuar la explotación de sus recursos de carbón. El Norte de Europa tiene igualmente gran interés por las posibilidades de almacenamiento en acuíferos salinos del mar del Norte. Su rentabilidad económica no está asegurada en absoluto y sus riesgos exigen un análisis profundo.” Parece excluirse, por tanto, a la UE del desarrollo de las tecnologías de carbón limpio, aunque posee el 4 % de las reservas mundiales; su desarrollo tecnológico, argumentan los defensores europeos de SAC, se podría justificar, principalmente, para su exportación a los seis países carboníferos citados. En cualquier caso, y considerando que el informe mencionado sólo representa una opinión razonable , la UE debería evaluar el esfuerzo económico y la dedicación de investigadores al desarrollo y demostración de tecnologías de SAC frente a otras alternativas energéticas con bajas o nulas emisiones de CO2, como las energías renovables y la nuclear.

Si países como Alemania, Holanda, Suecia, Dinamarca, etc. con una alta capacidad tecnológica debieran examinar su dedicación intensiva a las tecnologías de SAC, ¿qué debería hacer España? Un escollo importante es que no existen empresas tecnológicas españolas relacionadas con la conversión energética del carbón. Las empresas eléctricas, usuarias de esas tecnologías, intentaron con poco éxito realizar incursiones en I+D en el Programa PIE (1979-1997). Bien es verdad que el Sector Eléctrico reconoce que el esfuerzo de ese programa se centró en la innovación y no en el desarrollo de nuevas tecnologías.

El proyecto original de la Ciudad de la Energía relativo a las tecnologías de uso limpio del carbón consistía, al parecer -porque la información pública brilla por su ausencia-, en diseñar y construir un pequeño combustor (3 a 5 Mw) operado con oxígeno, para repetir con años de retraso lo que ya se había investigado en el resto del mundo. Quizá, en parte, por las críticas que recibió ese proyecto o, quizá, por la reconsideración racional por parte de los actores- entre los cuales no aparecía ninguno de los investigadores españoles conocidos internacionalmente en el mundo de la combustión- su orientación cambió radicalmente. Aunque la información sigue siendo escasa, a mitad de octubre se ha anunciado en la prensa que el nuevo proyecto consistirá en una caldera de carbón pulverizado de 20 MW con oxicombustión, junto con una caldera de 15 MW para demostrar el método de carbonatación/calcinación para la separación del CO2. Los actores principales pasan a ser dos empresas transnacionales con interés en la separación del Oxígeno del aire y de tecnologías de combustión, en general. Con este planteamiento la probabilidad de que se construyan las dos plantas, operen durante unos años y, probablemente, vendan kWh aumenta. Pero, incluso si el proyecto tuviera un éxito total y se desarrollara una tecnología de uso limpio de carbón, un observador perspicaz se preguntaría qué obtiene España en este proceso. La tecnología, al no existir empresas españolas comercializadoras, quedaría, como es lógico, en manos de las dos empresas que la desarrollaran. La inversión de 70 o de 400 M€ para este proyecto que el Sr. Azuara, sin precisar demasiado, indica tendría que reportar más beneficios que los que pobremente se pueden atisbar. En la entrevista se dice que “Se trata de generar un proceso tecnológico que arrastre a las empresas.” Esta frase no parece tener mucho sentido y no resiste un análisis. Las empresas eléctricas españolas seguirían teniendo que comprar la tecnología de SAC a las dos transnacionales. ¿O hay acuerdos adicionales que no se mencionan? Los contribuyentes a los Presupuestos Generales del Estado deberían conocerlos, si es posible.

Reseñar, también, que las respuestas están plagadas de afirmaciones técnicamente incorrectas, lo cual es disculpable dada la experiencia del Sr. Azuara en otro campo de la energía ajeno al carbón. Una precisión adicional; España no ha de “mantener una posición de liderazgo en la lucha contra el cambio climático”; nunca la ha tenido y es muy probable que este tipo de proyectos sólo contribuyan a la visibilidad superficial sin contenido substancial de fondo. Finalmente, opinar que el carbón está asociado al pasado del Bierzo, comarca -para mí entrañable- que merece un desarrollo de envergadura, aunque centrado en temas de futuro con impacto a corto y medio plazo.

Un apagón sin muchas luces

Cuando, el pasado viernes, diversos monumentos en toda Europa y en el mundo, así como miles de hogares, apagaron la luz al unísono durante cinco minutos, entre las ocho menos cinco y las ocho de la tarde, España redujo su consumo eléctrico un 2,5%. Una cifra que no es desdeñable, pero que tampoco resulta muy significativa. De lo que no se dice nada es de los niveles de consumo del día siguiente.

Como medida para llamar la atención, apagar las luces está muy bien. El apagón fue algo especial, algo mágico, una medida extraordinaria, una iniciativa a la que se sumaron miles de personas de muchos países. Pero fue una medida extraordinaria, un apagón único, cinco minutos de gastar menos. Y es ahí donde radica el problema. Que se trata de algo extraordinario, cuando nuestra conciencia energética debería de ser una praxis cotidiana.

Bien cierto es que se trató de una llamada de atención, una llamada para concienciar al mundo, y por ello no deja de ser un hecho loable. Pero sigue siendo necesario que practiquemos nuestro apagón particular de todos los días. No se trata de apagar las luces durante cinco minutos a diario; eso no tendría el más mínimo sentido. Se trata, por el contrario, de que las luces que tengamos encendidas sean, en primer lugar, útiles. De nada sirve mantener la luz en una estancia si no hay nadie que aproveche esa iluminación. En segundo lugar, se trata de que sean eficientes. No se trata de tirar las bombillas que tenemos ya instaladas, pero en cuanto éstas se fundan, conviene sustituirlas por otras de bajo consumo. Con ello no sólo se ahorra en la factura de la luz, también se evita la emisión a la atmósfera de muchos kilos de CO2.

Pero la energía eléctrica es mucho más que luz. La electricidad sirve para cocinar, para calentar la casa, para ducharse con agua caliente, para lavar la ropa, y un largo etcétera. De lo que se trata, en definitiva, es de que convirtamos nuestras necesidades en un consumo eficiente. Los escépticos del ecologismo pretenden en ocasiones defender sus posturas argumentando que no tiene sentido vivir incómodo para cuidar del planeta. En absoluto se trata de eso. No es necesario renunciar a las comodidades que tenemos, pero es imperativo eliminar el abuso, el derroche. Algo que no sólo se da en el ámbito de la energía.

Es curioso que muchas de las personas que participaron en el apagón probablemente no hayan cambiado ninguno de sus hábitos en materia de consumo energético, y no hablemos ya de otras áreas como la separación de papel, basura orgánica y plásticos. Adoptar una postura respetuosa con el medio ambiente requiere poco más esfuerzo que pensar en nuestros hábitos perjudiciales y cambiarlos poco a poco. Lo mismo nos cuesta mantener un interruptor encendido que apagado, y sin embargo, las consecuencias cambian, tanto para nuestro bolsillo como para el aire que respiramos. Clasificar la basura y tirar cuatro bolsas con contenidos distintos nos cuesta lo mismo que no clasificarla y tirar cuatro bolsas con los mismos contenidos, todos mezclados. Porque al final el volumen de basura es el mismo. El daño que hacemos al medio ambiente, no.

El problema que tenemos los seres humanos es que hablamos de estos problemas sin entender su verdadera magnitud, sin creérnosla, o pensando que llegará muy despacio y después de que hayamos desaparecido. Todos estamos muy familiarizados con el término «cambio climático»; muchos empezarán a intercambiar en el ascensor breves conversaciones sobre el tema, acompañándolos de expresiones como «¡qué barbaridad el calor que hace!», como si el asunto no tuviese que ver con nosotros.

La falta de una conciencia real y constante (hechos aislados como el apagón no cuentan, y tampoco sirven para nada si al día siguiente el consumo vuelve a los niveles normales) hace que cobre más importancia la necesidad de adaptar los precios de la electricidad a sus precios de producción. Inevitablemente, se consume más a menor precio, y a mayor precio, menor es el derroche y el consumo evitable. Como hemos dicho más arriba, no se trata de renunciar a lo que es necesario, sino a aquello que no lo es.

Por ejemplo, no es necesario, en pleno invierno, estar en camiseta en casa, con la calefacción a todo meter y con la ventanas abiertas porque no hay quien aguante el calor. Puede parecer absurdo, pero esta escena se repite una vez y otra con demasiada frecuencia. Quien lo hace, es porque su bolsillo puede permitírselo y, ni que decir tiene, porque le falta sentido común. Con unos precios más ajustados, muchos dejarían de derrochar, y no necesariamente pagarían facturas más caras de luz a final de mes.

Y lo mismo ocurre con aires acondicionados, lavavajillas a medio llenar, grifos abiertos mientras uno se lava los dientes, y un largo etcétera. El medio ambiente no es sólo patrimonio eléctrico.

Las necesidades energéticas crecen año tras año. ¿Realmente crecen? Con electrodomésticos de clasificación energética A, pantallas de plasma (que consumen menos que un tubo de rayos catódicos) y dispositivos que gastan menos energía que un mechero, ¿no será que gastamos por gastar? ¿Se han parado alguna vez a pensar en la cantidad de energía que gastan los grandes almacenes cuando, en verano y en invierno, a puertas abiertas, el aire acondicionado o la calefacción se sienten desde la calle?

Reducir las emisiones tiene mucho que ver con fabricar coches menos contaminantes. Pero también con coger menos el coche. Con cambiar de hábitos.

Se puede decir mucho sobre este tema. Pero terminaría por ser redundante, pues todo se reduce a un par de cuestiones: el sentido común, por parte de los usuarios; y la búsqueda de una economía más limpia, por parte de las autoridades y empresas. No se engañen: el sacrificio que requiere es menor de lo que parece. Los beneficios a cambio, inmensos.

Por si a algunos de los que nos leen les falta imaginación para poner en marcha sus buenas prácticas de consumo energético, aquí les damos una serie de consejos que nos han ofrecido las jornadas sobre Energía, Municipio y Calentamiento Global que se celebran desde ayer hasta esta tarde en IFEMA, en Madrid.

10 cosas al alcance de todos para frenar el calentamiento global

Cambiar las bombillas: Reemplazar una bombilla tradicional por una de
bajo consumo ahorra más de 45 kilos de dióxido de carbono al año.

Conducir menos: Andar, montar en bicicleta, utilizar medios de transporte públicos. Se ahorra 30 gramos de CO2 por cada 4 km y medio sin conducir.

Reciclar: Se puede ahorrar más de 730 kilos de dióxido de carbono al año al reciclar únicamente la mitad de la basura que se produce en casa.

Revisar los neumáticos: Un correcto mantenimiento del inflado de los
neumáticos puede reducir el gasto de combustible en más de un 3%. El
ahorro de 4 litros de gasolina evita que 6 kilos de CO2 salgan a la
atmósfera.

No usar tanta agua caliente: Es necesaria una gran cantidad de energía para calentar agua. Instalar un regulador de caudal del agua en la ducha evita la emisión de más de 100 kilos de CO2 al año. Lavar con agua fría o tibia ahorra 150 kilos de dióxido de carbono.

Evitar comprar productos con mucho embalaje: Se puede evitar la emisión de 1.100 kilos de CO2 reduciendo la basura en un 10%.

Ajustar el termostato: La oscilación de 2 grados en invierno y en verano
ahorra más de 600 kilos de dióxido de carbono en un solo año.

Plantar un árbol: Un solo árbol absorbe una tonelada de CO2 durante toda su vida.

Apagar los dispositivos electrónicos: Sólo con apagar la televisión, el
DVD o el ordenador cuando no estén en uso evitarás que miles de kilos de CO2 salgan a la atmósfera.