La existencia de un monopolio en un mercado se caracteriza en el ámbito de cualquier sector económico por la consecución de costes superiores y precios más altos a los que se obtendrían de configurar un mercado liberalizado con más operadores. Esto implica que el monopolio produce una serie de ineficiencias en un sistema económico. Esto es algo que constituye una constatación desde el punto de vista de la ciencia económica
Existen situaciones en que es posible, e incluso justificable (aunque cada día menos) la existencia de un monopolio. Es el ejemplo del monopolio natural: aquel que se produce como consecuencia de que el tamaño mínimo eficiente del mercado en el que opera es tan alto, de forma que no existen incentivos a la entrada de otros operadores o bien en el comienzo del desarrollo de una actividad en que la inversión a realizar para su puesta en marcha es muy elevada y no se puede fraccionar. Otro de los criterios es que el monopolio desarrolla una actividad en que los operadores privados no entrarían: la seguridad pública o el Ejército, son dos ejemplos. Con la existencia de mercados cada vez mayores, con un número importante de consumidores, es difícil encontrar situaciones en que es eficiente la conformación o mantenimiento de monopolios.
En otras ocasiones, legalmente puede existir un mercado, pero, de facto, existe un comportamiento monopolístico por parte de los agentes, cuando no existe competencia real. La ineficiencia se muestra en forma de empresas con un tamaño superior al que en otras condiciones sería capaz de actuar otra empresa de forma equivalente, pero con menores costes o de forma más eficiente y competitiva, siendo además capaz de trasladar estos ahorros a los mercados, vía precio y vía inversiones.
Red Eléctrica: de empresa pública a empresa monopolistica
Al mismo tiempo los monopolios desarrollan una capacidad de condicionamiento a la Administración muy importante, lo que garantiza su propia pervivencia e incluso su tendencia expansiva al crecimiento, es decir a ocupar la actividad, expulsando posibles agente privados. Por ejemplo, aquellas actividades con empresas monopolísticas suelen estar dirigidas y presididas por representantes de su accionista más específico, el Estado. Por tanto, provienen de la política o de la escala de mando de la Administración, en lugar de la gestión privada e incluso alimentan cierta suspicacia hacia quienes tienen un perfil más empresarial. Existe incluso una cierta complicidad internacional entre empresas públicas o empresas monopolísticas, de comprensión y de cercanía, incluso con las administraciones públicas de otros. Por ello, podemos apreciar como los estatalistas y monopolistas, se alinean y se unen entre sí, en una coalición o colisión, como se quiera ver.
Influencia sobre el regulador: monopolio con la reforma de la Ley del Sector Eléctrico y retribución de su actividad de transporte
Un ejemplo paradigmático en nuestro país y dentro del sector energético, es el de Red Eléctrica de España, ex empresa pública, conformada como monopolio a raíz de la modificación de la Ley del Sector Eléctrico en junio de 2007, lo que ha conllevado una relación de influencia adicional en el ámbito regulatorio creciente, espiral, que se retroalmienta, que ha condicionado el recientemente aprobado decreto de retribución de las actividades de transporte, de forma que el regulador principal, en este caso el Ministerio a través de la Secretaría General de Energía, se ha saltado a la torera todas las críticas que le había dirigido la Comisión Nacional de Energía (CNE), excepto el procedimiento de determinación de valores unitarios de los activos. Todo ello, a pesar de que en Red Eléctrica, además de la SEPI, hay accionistas privados y fondos de inversión, pero su comportamiento por su influencia en el regulador y por su propia conformación legal reciente, es monopolística. El mejor de los mundos posibles.
Además, fruto de esta vinculación, Red Eléctrica elabora informes de apoyo a la Secretaria General de Energía contra las empresas que operan en el sector, está dirigida por un ex ministro y, con su carácter expansionista, ha retirado a las distribuidoras de la actividad de transporte en la red de 220 kV en las ciudades, sin contar que lleva detrás de la operación para la integración de Enagás (algo cada vez más indisimulado, aunque ahora haya una cierta parada en esta pretensión, fruto de la época electoral), desde hace tiempo para ocupar toda la actividad de operador de sistema y transporte tanto el mercado eléctrico como en el del gas.
Una situación desigual y asimétrica
Otro paralelismo evidente existe entre estatalismo y monopolio. En el ámbito europeo, la legislación no establece diferencia alguna por el régimen de propiedad de las empresas, ni derivados de su titularidad, ni de su comportamiento en el mercado como monopolístas, a la hora de valorar como operan en los mercados o como intervienen en el ámbito exterior a través de la adquisición de otras empresas de otros países. Así, los monopolios o pseudomonopolios estatales campan por sus anchas, con legislaciones proteccionistas de su actividad en sus países de origen (y en coalición con sus reguladores propios), con menores requerimientos de rentabilidad que los operadores privados y con la salvaguarda de que vía el procedimiento de la ‘acción de oro’, u otros semejantes, son inexpugnables. Es por tanto, una curiosa forma de entender eso de la libertad de circulación de capitales, lo que se convierte en una defensa encubierta del estatalismo. Así, recientemente hemos asistido a la anulación de la ley Rato por el Tribunal de Luxemburgo, una ley que ponía coto a las empresas de titularidad estatal de otros países que quisieran realizar una operación corporativa con empresas españolas privatizadas. Era hora de que alguien del gobierno español y con experiencia europea como Pedro Solbes, lo reforzara.
Por eso, están apareciendo con más insistencia, voces críticas, cada vez más autorizadas, con esta tabla rasa asimétrica y peligrosa, desincentivadora de procesos de liberalización. Hoy, muchos años más tarde la aprobación del Tratado de Roma y de los sucesivos acuerdos de reforma de la Unión, no tiene sentido una mantener una situación asimétrica anacrónica, que perjudica a los países que han realizado procesos de liberalización de sus mercados.
En Francia, EDF es un pseudomonopolio de carácter estatal. Opera absorbiendo un 80 % del mercado eléctrico francés y la titularidad del Ministerio de Economía es también del 70 %. Decía el profesor Barea el pasado sábado en Cinco Días, como el aumento de beneficio de EDF había sido en 2007 del 0,2 % con respecto a 2006 y las ventas crecieron un 1,2%. EDF tiene aproximadamente una potencia instalada de 128.500 MW y 156.500 empleados.
Los ratios de eficiencia de EDF no tienen comparativa con los de su objetivo corporativo Iberdrola. Mientras que en 2007, la compañía ha aumentado sus ventas en un 58,5 % % y su beneficio un 58,5% (principalmente derivado de sus operaciones exteriores) Tiene una capacidad instalada de 42.000 MW aproximadamente y 30.000 empleados. Hagan cuentas.
Consecuencia: los monopolios y empresas estatales se unen en sus comportamientos análogos. Tienen que ser alimentados para garantizar su pervivencia y son engordados a partir de la eficiencia de los operadores privados, vía expulsión de actividad o vía mayor retribución. ¿Y como se alimentan? Gracias a la tesorería generada por sus negocios bien protegidos por sus respectivos gobiernos, que son juez y parte, reguladores y propietarios. Con esa tesorería se pueden comprar empresas privadas y eficientes, para seguir creciendo. Ahí está otra conclusión, para quien se sitúe en el grupo de los colaboracionistas públicos o privados, que los hay.
(Atención, pregunta, ¿se imaginan a un Secretario General de Energía, como el actual, en Francia erosionando vía regulatoria los ingresos de EDF?)