La tarifa eléctrica en manos de la política

La primera consecuencia de que hayamos conocido la noticia de que la tarifa eléctrica permanecerá estable para este segundo trimestre es demostrar como se hacen buenos dichos populares como ‘los extremos se tocan’. Y esa relación de extremos es la que podemos encontrar entre el comportamiento político de esta administración en materia de la tarifa eléctrica y la actuación del denominado tardofranquismo para dilatar el impacto de la crisis energética del año 1973.

La tarifa eléctrica recoge entonces todos esos elementos taumatúrgicos que recogían el pan, el pollo o el butano: el control de sus precios, para tener tranquilizada a la población y como elemento que garantice la estabilidad política. Hoy, en el coste del suministro eléctrico no ocurre como en el caso de la gasolina y gasóleo cuando utilizamos el transporte y pagamos el combustible: que recogen la evolución del precio de las materias primas. Se imaginan, por ejemplo, que los combustibles no recogieran el precio del petróleo (como ocurrió en la crisis energética de 1973 con Franco en previo a la tromboflebitis), que el pan no recogiera el precio de la evolución en el mercado de los cereales o que como había pasado hasta hace poco que la vivienda no recogiera el precio del suelo (con el fin de ser “sociales” y todo eso). En este caso, y sólo en este caso, el gobierno, vuelve a un modelo despótico, nos protege (pero por su bien).

En el fondo, esta primera consecuencia incide en el hecho de que es más fácil negar la realidad, politizarla que afrontarla o gestionarla, de la manera más ortodoxa para la economía, los agentes y las empresas. El Gobierno tiene que salir del laberinto y del secuestro mental de la bajada de tarifas reales que ocurrió ente el año 2000 y el 2004. Sencillamente, porque estamos ante otra realidad muy diferente.

El segundo análisis es apreciar como la tarifa eléctrica se ha quedado devorada en manos de la política. Política es que la tarifa quede petrificada por que hay elecciones. En cuatro años, ya saben: autonómicas, municipales, legislativas y europeas: en suma, pocas oportunidades para que la tarifa se adapte a la realidad, a lo que está pasando. Y, luego, una vez conocido el resultado de las elecciones porque el gobierno entrante quiere hacer méritos ante la población. O porque el Secretario General vigente quiere permanecer y también quiere hacer méritos y tener un enfrentamiento político poco oportuno.

O porque las encuestas se desmandan y la crítica arrecia. O porqué… hagan la lista de las posibles situaciones. La política no puede, considerar que todo lo puede, que los votos pueden perturbar la realidad, y por ello no debe superponerse a lo que son movimientos de los mercados y de los comportamientos de los propios agentes, cebados por los precios artificialmente bajos de que disfrutamos.

El tercer análisis tiene que ver con el cambio climático. ¿Cómo diantres se pretende abordar el cambio climático con políticas que incentivan el consumo a base de energía barata? Ya puede el señor Presidente del Gobierno plantear un Ministerio del Cambio Climático, sino hay convicción política de que no se puede hacer una tortilla sin romper huevos no hay manera. Sin tarifas ciertas no hay política contra el cambio climático. El mejor método para enviar señales ciertas en un mercado libre son los precios.

El cuarto, son las consecuencias futuras de estas decisiones. La más obvia, más déficit o más intereses futuros para financiar la deuda que vamos contrayendo los consumidores actuales en perjuicio de nuestros hijos. Sobre todo por lo que es una decisión mantenida que perdura en el tiempo. La más retorcida, la propia de las tentaciones intervencionistas a las que nos hemos visto acostumbrados: regateo en la garantía de potencia (poniendo el riesgo la tan cacareada garantía de suministro) o soluciones bochornosas como la detracción de derechos de emisión, la resurrección de los Costes de Transición a la Competencia (CTC) o la fijación de precios en las casaciones de oferta en el mercado eléctrico. Todo ello, ingeniería y contabilidad creativa que va erosionando la confianza y la calidad regulatoria, para reducir por la via de la expropiación bananera el precio de la electricidad.

La única solución, y es una que sólo se puede hacer al principio de una legislatura es abordar la separación de las tarifas de la política. Que se fijen por un órgano regulador independiente no sujeto a las veleidades de la controversia política. ¿Se imaginan ustedes lo que podrían hacer señores como Ignasi Nieto y los que hablan de ‘responsabilidad política’ (realmente responsabilidad electoral, democracia por votocracia) en el puesto de Jean Claude Trichet, en cuanto vieran un poco oscuro el horizonte económico? ¿Se imaginan a Nieto subiendo los tipos de interés en el Banco Central Europeo (Esta comparación es sólo un supuesto. Hagan, por ello, una abstracción del personaje concreto y de la situación concreta, para no caerse en el vértigo)?

Y, sobre todo, la consecuencia final es que: no sean tontos, sean manirrotos. Aprovéchense ¡alegría! Consuman kilowatios a troche y moche. Sepan leer los mensajes que emite esta Administración. No se dejen engatusar con mensajes bienpensantes para incautos que sufren el oprobio de la propaganda oficial para ciudadanos concienciados con el ahorro y ello medio ambiente. Con la inflación en ristre y con el déficit tarifario creciente, es que señores, la energía es gratis y tiene que seguir barata. El kilowatio es el incienso de nuestra sociedad.

No se corten. O que nos lo expliquen de una santa vez el porqué nos incentivan a consumir.

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