El mundo alcanza un acuerdo histórico para luchar contra el cambio climático en la Cumbre de París

Redacción / EFE.- 195 países aprobaron en París el primer acuerdo universal de lucha contra el cambio climático, en el que de manera histórica tanto naciones desarrolladas como en desarrollo se comprometen a gestionar juntas la transición hacia una economía baja en carbono. El Acuerdo de París, llamado a cambiar el modelo de desarrollo del planeta hacia uno libre de combustibles fósiles, se aprobó cuando su principal artífice, presidente de la COP21, Laurent Fabius, dio el martillazo del consenso y dijo: «Acabamos de hacer algo grande».

Inmediatamente después, Fabius se fundía en un fuerte abrazo con la secretaria de la Convención de cambio climático de la ONU, Christiana Figueres y con la embajadora francesa en la COP21, Laurance Tubiana, dos mujeres clave para conseguir el pacto, mientras muchos de los presentes lloraban de emoción, entre ellos el secretario de Estado estadounidense, John Kerry. Lograr este acuerdo ha costado dos décadas de cumbres del clima y 12 meses de los más intensos esfuerzos diplomáticos «que se hayan hecho en la historia», según la ONU, en los que Fabius tuvo un liderazgo fundamental.

El acuerdo tiene como objetivo «mantener la temperatura media mundial muy por debajo de dos grados centígrados respecto a los niveles preindustriales», aunque los países se comprometen a «todos los esfuerzos necesarios» para que no rebase los 1,5 grados y evitar así «los impactos más catastróficos del cambio climático». Para lograr ese objetivo, recoge compromisos nacionales de lucha contra el cambio climático y obliga a los países tanto a rendir cuentas de su cumplimiento como a renovar sus contribuciones al alza cada 5 años. Cada Estado se compromete a tomar las medidas necesarias a nivel nacional para cumplir lo que dice en su contribución, y los que quieran podrán usar mecanismos de mercado (compraventa de emisiones) para cumplir sus objetivos.

Para asegurar que se alcanza el objetivo de menos de dos grados, la primera revisión de las contribuciones nacionales tendrá lugar en 2018, y la primera actualización de las mismas será en 2020. No habrá sanciones, pero existirá un comité de cumplimiento que diseñe un mecanismo transparente para garantizar que todo el mundo hace lo prometido en París, y que advierta antes de que expiren los plazos si está o no en vías de cumplirse.

Como objetivos a largo plazo, las naciones se proponen que las emisiones toquen techo «tan pronto como sea posible», reconociendo que esta tarea llevará más tiempo para los países en desarrollo, y que se efectúen reducciones rápidas a partir de entonces. Además, los países se comprometen a lograr «un equilibrio entre los gases emitidos y los que pueden ser absorbidos» en la segunda mitad de siglo, lo que viene a suponer cero emisiones netas, o dicho de otro modo: que no se pueden lanzar más gases que los que el planeta pueda absorber por sus mecanismos naturales o por técnicas de captura y almacenamiento geológico.

El acuerdo obliga legalmente a los países desarrollados a contribuir a financiar la mitigación y la adaptación en los Estados en desarrollo, y anima a otros países que estén en condiciones económicas de hacerlo a que también aporten voluntariamente. La intención de financiar debe ser comunicada dos años antes de transferir los fondos, de manera que los países en desarrollo puedan planificar con qué cantidades podrán disponer. No obstante, la mayor parte de las responsabilidades de financiación no están en el acuerdo sino en la decisión que lo desarrolla (que no es legalmente vinculante), donde dice que las naciones ricas deberán movilizar un mínimo de 100.000 millones anualmente desde 2020, así como revisar al alza esa cantidad antes de 2025.

El texto reconoce la necesidad de poner en marcha un «mecanismo de pérdidas y daños», asociado a los efectos más adversos del cambio climático. El nuevo acuerdo entrará en vigor cuando al menos 55 partes, que sumen en total el 55% de las emisiones globales lo hayan ratificado. «Acabamos de adoptar el acuerdo más significativo de la historia, hoy es día de celebración pero mañana mismo toca ponernos a trabajar para cumplirlo», apeló en el plenario el comisario europeo de Acción Climática, Miguel Arias Cañete.

Éxito de la diplomacia francesa

El primero que decidió asumir la aventurada hazaña de intentar poner de acuerdo a cerca de doscientas naciones con intereses contrapuestos tras el devastador fracaso de la cumbre del clima de Copenhague (2009) fue el presidente francés, François Hollande, que eligió con gran tino a las dos personas para lideraron esta gesta. Frente a la costumbre de designar como presidente de la COP al ministro nacional de Medio Ambiente, Hollande optó por su titular de Asuntos Exteriores, Laurent Fabius, conocido por su sangre fría, para liderar la cumbre de París, apoyado por Laurence Tubiana, una diplomática implicada en las negociaciones del clima desde Kioto (1997).

Pese al esfuerzo y la convicción de Francia, el acuerdo no hubiera sido posible sin el impulso recibido por líderes globales como los de Estados Unidos, China, la India o Alemania, que captaron que luchar contra el calentamiento no es una cuestión sectorial y medioambiental, sino transversal, que afecta a todas las políticas. Cada uno tenía sus razones: Barack Obama llegó a la Casa Blanca comprometiéndose a combatir «la mayor amenaza que pesa sobre las generaciones futuras» y no quería dejarla sin un pacto; y el primer ministro indio, Narendra Modi, es muy consciente de que necesita el apoyo financiero para alumbrar con renovables al 20% de su población aún sin acceso a la electricidad.

Tampoco hay que olvidar a la secretaria de la convención de cambio climático de la ONU, Christiana Figueres, que asumió el puesto 6 meses después de que el fracaso de Copenhague pusiera seriamente en duda la capacidad de las Naciones Unidas como marco de entendimiento de los países en esta cuestión. Para trasladar con fuerza el mensaje de que era «el momento» del acuerdo la costarricense se ha rodeado, en la sombra, de un equipo de 10 influyentes personalidades de todo el mundo, entre ellos el expresidente de México Felipe Calderón, o la exsecretaria de Estado española de cambio climático, Teresa Ribera, hoy parte de la delegación francesa y clave en las negociaciones con Latinoamérica.

Cuando llega la hora de la verdad y arranca la reunión de París, Francia demuestra haber aprendido de manera sobresaliente de los errores de Copenhague, y dirige las negociaciones con una transparencia sin precedentes. La primera semana deja hacer a los negociadores y Fabius se inventa un órgano llamado Comité de París compuesto de 14 ministros para facilitar y liderar las negociaciones. Los ministros no estaban nombrados al azar, sino escogidos con astucia entre los países que más resistencia ofrecían en algunos puntos, como Arabia Saudí, Venezuela, Bolivia o Brasil. Así neutraliza a los principales agentes de discordia y hace pesar sobre sus hombros la responsabilidad de resolver los desencuentros.

El jueves, cuando se acerca la hora del acuerdo y los países escenifican sus posturas más duras, Fabius decide inteligentemente dar el viernes como día de reflexión, recibir en su despacho a todos y posponer al sábado el acuerdo. A las 11.30 del sábado, un flamante Fabius entra en el plenario a presentar el acuerdo en medio de la ovación de los presentes, lo que demostraba que los países habían visto el texto final de consenso que Francia terminó de redactar a las 06.30 y que lo aceptaban. Francia da 6 horas para que el documento sea traducido a los idiomas oficiales de la ONU y revisado por los juristas y convoca un plenario para su aprobación a las 17.30.

El plenario se mantiene en vilo durante dos horas que pudieron truncar el acuerdo. Estados Unidos había advertido de que la versión inglesa contenía un error de traducción respecto a lo acordado, y que donde decía que las naciones desarrolladas «deben» seguir encabezando los esfuerzos de reducción de emisiones tendría que haber figurado un condicional: «deberían». Nicaragua, uno de los solo nueve países que no han presentado objetivos de contribución nacional en la lucha contra el cambio climático, indicó que se negaba a aceptar el cambio y que pensaba bloquearlo.

La obstrucción de Nicaragua hubiera mandado al traste el pacto, que obligatoriamente debía aprobarse por consenso, si no fuera porque el resto de países de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, ALBA, (Venezuela, Ecuador, Bolivia o Cuba) le dejaron sola. Al verse acorralada, Nicaragua decide abandonar el bloqueo y, dos horas después de lo previsto, Fabius toma posesión del estrado para dar un rápido martillazo y fundirse en un fuerte abrazo a tres con Tubiana y Figueres, mientras gran parte de los negociadores presentes mostraban su emoción.

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