Un falso debate: energías convencionales versus energías renovables

Esa posición cobra todo su valor si la situamos en el contexto de lo que es la gran fortaleza del sistema eléctrico español: la diversidad de su mix de generación, gracias al cual unas fuentes y tecnologías se apoyan en las otras para garantizar la estabilidad y seguridad en el suministro. Por eso, cualquier posición que se decante por crear opciones excluyentes entre las energías que se pueden denominar convencionales y estas otras nuevas energías, conduciría a un error grave de estrategia. Por el contrario, hay que mantener la diversidad de fuentes y de tecnologías.

Soy de los convencidos que en el horizonte de 2050, las energías bajas en carbono serán la médula fundamental del suministro eléctrico. Creo que no se puede uno parar tan sólo en esa acepción casi coloquial que identifica las renovables con las eólicas o las termosolares, por ejemplo; cuando se trata del objetivo cero en carbono, el espectro es mucho más amplio y va desde la energía nuclear a las térmicas con captura de carbono, como establece la Comunidad Europea. En ese concepto más amplio, que ataca la sostenibilidad, que marcará las prioridades de la generación eléctrica. Y si fuera por mí, bastante antes del 2050. Pero depende, en buena medida, del desarrollo tecnológico.

Por eso, debiéramos esforzarnos en invalidar esa imagen según la cual se produce una cierta confrontación entre unas y otras energías, cuando en realidad se trata de todo lo contrario. Primero, porque las empresas que operan con energías convencionales también son pioneras en las renovables; resulta ilusorio, por tanto, pensar en cualquier clase de confrontación, porque eso sería tanto como tirar piedras contra su propio tejado. Pero, además, porque las empresas no hacen sino acoplar sus objetivos a las señales que emiten en cada momento los reguladores, ya sea las Administraciones Públicas, ya la Comisión Nacional de la Energía.

En este sentido, si nos referimos a las circunstancias actuales, quien se lea las medidas que en esta materia se han adoptado últimamente comprueba que se encaminan a reordenar un sector que estaba desarrollándose de manera un tanto descoordinada, en buena parte como consecuencia de la propia diversidad de normas y de Administraciones públicas con competencias en esa materia, y por el distinto grado de avance tecnológico existente entre unas y otras.

Pero otro tanto cabe afirmar, sobre lo que no dudo en calificar, como la falsa polémica sobre las primas. A veces se olvida algo que es mucho más que un matiz: las primas a las energías renovables están directamente ligadas a la I+D+i del sector, esto es: al desarrollo de su curva de aprendizaje. Quiere ello decir que es un dinero con el que se prioriza el desarrollo tecnológico de estas nuevas energías, como asimismo lo ha reconocido la Unión Europea.

Sentado lo anterior, la cuestión más bien hay que llevarla a otro escenario. En este sentido, y de manera no muy diferente a lo que ocurre en otros países, lo que se trata de estudiar y decidir son las distintas fórmulas alternativas que se pueden dar al sistema actual de incentivos y primas, para que no las deba soportar todas directamente el consumidor final, con el correspondiente encarecimiento de su factura eléctrica. Y dado que la apuesta por las renovables forma parte de la estrategia energética europea, no debiera ser difícil encontrar una fórmula adecuada.

Tampoco resulta conveniente dejarnos llevar por problemas coyunturales, que hoy se dan, pero que mañana se verán modificados. Un ejemplo: con las actuales expectativas de la demanda y con la sobrecapacidad del sistema, como consecuencia de la crisis económica, resulta evidente que no todas las energías caben en el mercado. Pues bien, la solución a esta cuestión –debo insistir: que es coyuntural— no puede pasar por la exclusión de unas en beneficio de otras, sino que todos deberán ceder posiciones maximalistas.

Pero es que, además, en tanto que las energías renovables dependan de factores no controlables ni predecibles, como el sol, el agua o el viento, las energías convencionales, entre ellas los ciclos combinados y las demás tecnologías térmicas convencionales, resultan indispensables para garantizar la seguridad y estabilidad en el suministro eléctrico, así como para que quepa en la oferta de electricidad la mayor cantidad posible de energías renovables.

En consecuencia, la solución final pasa por garantizar también la viabilidad de esas plantas convencionales, que si hoy aportan seguridad al sistema, tanto ante una eventual caída de las renovables como en las puntas de demanda, en el futuro inmediato seguirán siendo indispensables para atender la curva de la demanda.

En suma, en esta materia todos debiéramos movernos hacia posiciones de equilibrios estables, no de apriorismo dogmáticos, y siempre con el horizonte fundamental de trabajar única y exclusivamente por el mapa energético de nuestro país, no por otros criterios que, aun siendo legítimos, no son los que corresponden cuando se trata del sistema eléctrico, reconociendo además que con este posicionamiento no excluyente, se ofrecerá al regulador la base necesaria para la tan demandada por todos “estabilidad regulatoria a corto, medio y largo plazo”.

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