Quiero ser como Obama: flipping con el fracking

Este movimiento se une a la revolución energética acaecida en Estados Unidos, relacionada con la hasta ahora floreciente industria del fracking, en la que a Barack Obama no le ha temblado el pulso. Un proceso que ha llevado a que la tambaleante primera potencia mundial haya reducido su dependencia exterior en materia energética, con resultado de un proceso de sobreoferta en los mercados internacionales del gas natural y la reacción actual de la OPEP de mantener/incrementar su producción para hundir los precios del petróleo incluso por debajo de los 40 dólares (atención al dato: las técnicas no convencionales sitúan su rentabilidad en precios por encima de los 80-90 dólares). Hoy, el del fracking en Estados Unidos, es un movimiento que, posiblemente, de forma dinámica, se deba ajustar momentáneamente (sin ayudas estatales) a estos precios internacionales de los hidrocarburos.

En esta línea, en España no dejan de sucederse la publicación de artículos en los medios de comunicación sobre los nuevos millonarios norteamericanos, titulares de las explotaciones de extracción con fractura hidráulica, shale gas y esquisto. Se trata de crear un marco semejante al de la fiebre del oro, pero en lo que se refiere a los hidrocarburos, en una sociedad necesitada de signos de opulencia, reminiscentes de los años de la burbuja inmobiliaria. Hoy, en nuestro país existen fuerzas encomendadas a esta labor, incluyendo una Administración energética que tiene depositada su porfía a estos hallazgos. En todo caso, se trata de introducir dosis de realismo en las expectativas, más que de aguar una fiesta que no ha comenzado.

En todo caso, más allá de la controversia medioambiental de estas técnicas (con fuertes reacciones en distintos países europeos y Estados Unidos), hay que calibrar adecuadamente el peso de esta medida en términos económicos reales para nuestro país, es decir, poder dimensionar la capacidad real de este tipo de explotaciones en nuestro país, su impacto en volumen en el abastecimiento potencial de fuentes de energía primaria, el plazo en que sería factible el mismo, los costes en los que incurrir para ello y la posibilidad de otros sustitutivos en los mercados nacionales, europeos o internacionales. Y, por supuesto, contestar a ¿qué? ¿Cuánto y cuánto cuesta? ¿Cómo? ¿Para cuándo?

Por otra parte, existen dos argumentos asociados y muy peligrosos, esgrimidos para todo este tipo de desarrollos energéticos. El primero es el de la reducción de la independencia energética, con el que se entiende que cualquier medida dirigida a la generación de energía primaria patria es aceptable, al precio que sea. Ese argumento es el que habilitó a Zapatero para crear las reservas estratégicas de «carbón nacional» o la administración de las retribuciones de determinadas tecnologías.

Con el segundo, el de las bondades del progreso técnico, se entiende que cualquier forma de generación de energía, primaria o cualquier método de trasformación en energía final, si técnicamente es posible, se puede hacer y también a cualquier precio. Estos dos argumentos combinados y su fascinación suelen ser el principio de grandes operaciones de sobreinversión y de burbujas, de despilfarro de la capacidad instalada, de medidas intervencionistas de distorsión en los mercados o de subvenciones para garantizar su viabilidad en el caso de las condiciones de mercado no proporcionen los resultados que la técnica promete.

Por tanto, hay que preguntarse qué es lo que se puede esperar de ello y qué lugar tiene el fracking para nuestro país en una política energética consistente, más allá de las declaraciones políticas y de los actos propagandísticos, de forma que no nos encontremos con otra cosa a la vuelta de la esquina.

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