Por qué nuestro país está a salvo de la crisis del gas

La escalada entre Rusia y Ucrania por el conflicto del gas tiene a media Europa y Asia Menor con un importante problema debido al corte en el bombeo y su efecto sobre otros países afectados (hasta diecisiete) por recibir su gas a través de estos gaseoductos. Son daños colaterales que se vienen repitiendo los últimos inviernos, además en los momentos en que se produce lo que Kenneth Brannagh denomina “en lo más crudo del crudo invierno” continental. Media Europa con el gas racionado en medio de esta ola de frío evidencia cómo se las están gastando en esta controversia.

En España esta crisis la podemos ver con una enorme distancia, gracias sobre todo a nuestro sistema gasista, una verdadera joya, pieza de relojería del sector energético español. Todo ello, gracias a la contribución de una buena regulación, la existencia de mecanismos de mercado, la existencia de inversión, existencia de buenas empresas y operadores, factores institucionales y de mecanismos de gestión.

Por ello, hay que congratularse de que no hayan entrado otras razones espurias en la conformación de este modelo que combina la existencia de buenas infraestructuras de regasificación con el aprovisionamiento a través de las canalizaciones procedentes del norte de África, algo que permite una fuerte diversificación de los países proveedores (lo que reduce notablemente el poder de negociación) y aumenta la flexibilidad de aprovisionamiento del sistema en su conjunto. Al mismo tiempo el desarrollo de las plantas de ciclo combinado en electricidad han generado que la demanda tenga distintos componentes entendiendo los mecanismos de precios que operan en los mercados gasista y eléctrico (comprendiendo los mecanismos y consecuencias que se derivan de las crisis de oferta o aumentos de demanda). Es decir, en el que existen posibilidades y alternativas de suministro de diferentes mercados. Por eso, al mercado del gas, como a cualquier mercado, le va bien la capacidad excedentaria bien gestionada.

Eso no quiere decir que esta crisis no tenga lecturas para nuestro país. Primera, como la lectura que hay que hacer del papel del Banco de España en el sistema financiero español en medio de la catástrofe financiera a la que hemos asistido en 2008. Hay que preservar el sistema gasista de la invasión de otros criterios que no sean técnicos, de buena regulación y de mercado para evitar que se contamine de los males ajenos. Igualmente, hay que contar con una actuación inversora decidida y buenas infraestructuras de transporte (el programa que hay puesto en marcha es necesario y muy ambicioso), buenas empresas de distribución y comercialización, junto con la necesidad de una gestión y operación técnica del sistema impecable. Al igual que hay que abordar la cuestión pendiente de los almacenamientos subterráneos con criterios que combinen la actuación del gestor técnico y sus infraestructuras de respaldo con la de las propias empresas gasistas.

La segunda lectura deviene de la actuación de las empresas rusas como organismos ejecutores de la acción del estado ruso y sus consecuencias en el momento en que todavía está caliente el rescoldo y las brasas de la posible irrupción de Gazprom o Lukoil en Repsol. La tercera es el papel de la Unión Europea en un conflicto que tiene un componente panempresarial y panestatal, de forma que el radio de acción de la diplomacia comunitaria es muy limitado. Y, además porque las formas en que se están resolviendo estos conflictos los últimos años no son nada sofisticadas que digamos, larvando una situación de fuerte incertidumbre geopolítica asociada.

Y, la ultima, pese a que los devenires políticos digan lo contrario, es que todo un modelo gasista, un sistema de estas características, no se improvisa y articular un modelo de este tipo es una labor de medio plazo, que concierne a la administración energética, a las empresas. Que una combinación razonada y razonable de intervención, regulación y mercado es la mejor solución para que su funcionamiento sea eficiente. Mantengámoslo así.

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