Los granjeros abanderan la revolución energética europea

El presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, lo tiene claro. Y la comisaria de Agricultura, Mariann Fischer Boel, más. La revolución energética europea tienen que hacerla los agricultores por dos razones: una, su supervivencia; otra, la supervivencia de todos porque necesitamos energías limpias.

En la Semana Verde de Berlín (19-29 de enero), feria agroalimentaria más grande del mundo, las energías renovables ocupan un sitio de honor y los agricultores que han decidido apostar por ellas cuentan con la bendición de los líderes de la Unión Europea y, en el caso de Alemania, de su canciller, Angela Merkel. En el área dedicada a las energías alternativas aparecen aparatos capaces de producir biomasa mediante la quema de excrementos, purines de cerdo, cáscaras de frutos secos o cuñas de madera, junto a paneles solares y huertos solares que captan energía para posteriormente venderla a las centrales eléctricas.

Barroso dejó claro que Europa no puede permitirse el lujo de perder competitividad por no encontrar energías alternativas limpias que sustituyan los carburantes fósiles, cada vez más caros, escasos y contaminantes. Y los campesinos europeos, con los alemanes a la cabeza, están dando los primeros pasos.

En estos momentos, 1,3 millones de hectáreas están dedicadas a cultivos energéticos cuando en 1993 está superficie sólo alcanzaba las 200.000 hectáreas, pero es que, además, un total de 1,56 millones de hectáreas, un 13 por ciento de la superficie arable, son cultivadas con energía procedente de materiales renovables. La biomasa es obtenida de aceites reciclados, cebada, patatas, maíz, heno y forrajes destinados a la fabricación de biofuel, trabajan con la remolacha azucarera para producir bioetanol y con residuos de bosques para alimentar calefacciones.

Alemania es, en este caso, el espejo en el que deben mirarse España y otros países de la UE para conseguir el objetivo de alcanzar el 20 por ciento de energías renovables y limpias antes de 2020, un objetivo ineludible si se quiere evitar el deterioro producido por el calentamiento global. Pero la Comisión Europea da, en estos momentos, poco más que buenas palabras a los agricultores y no les ofrece ayudas suficientemente atractivas para que se impliquen hasta el fondo en la producción de productos bioenergéticos, con cuidado de no lesionar los intereses de los ganaderos. Estos se quejan de que una ampliación de las ayudas a los cereales y las oleaginosas generará una mayor dependencia del exterior a la hora de adquirir alimentos para el ganado, presupuesto que la comisaria de Agricultura rechaza porque entiende que la producción actual, incrementada por la incorporación de Bulgaria y Rumanía, es suficiente.

Las grandes compañías petroleras han comenzado su incursión en los biocarburantes y una empresa española como Abengózar se sitúa ya como segundo productor del mundo y extiende su influencia al mercado latinoamericano.

Las grandes superficies cerealistas y de oleaginosas de Castilla y León, además de otros puntos de la geografía española, comienzan a cultivar con destino a la elaboración de energía y pronto utilizarán esa misma energía en su producción agraria.

Brasil, el gran productor mundial de etanol y energías renovables, unido a su producción petrolera, se erige en estos momentos como un país de futuro, razón de más para que la UE no se duerma y haga realidad el sueño que se presenta en la Semana Verde de Berlín, una revolución silenciosa con los granjeros como protagonistas.

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