El tópico del oligopolio

Este es el caso del tópico de que el sector eléctrico es un «oligopolio», un marco que ha sido construido, con evidente interés y morosidad fundamentalmente desde los sectores retroprogresivos que, por otro lado, han ido copando la comunicación política ligada al sector, debido al repliegue de las posiciones promercado, por las pocas convicciones liberalizadoras reales y por el escaso conocimiento de la economía y mercados de la energía, todavía impregnados de modelos de planificación centralizada y de costes reconocidos. Se limitan a decir en público eso del «oligopolio» y ya vale para justificar cualquier medida o cualquier barbaridad profiriendo esta opinión alegremente en una tertulia o ante un micrófono.

Bien es cierto, que esas afirmaciones y calificativos suelen aparecer, casualmente, cada trimestre cuando se dan a conocer las revisiones periódicas de las tarifas, a modo de coartada, pero lo cierto es que tampoco encuentran análisis actualizados y objetivos, ni ideológicos, desde el punto de vista regulatorio que lo cuestione.

En primer lugar, hay que señalar que el sector eléctrico precisa, por el propio volumen de las inversiones que necesita, de operadores de un cierto tamaño, es decir, necesita un sector empresarial de proporciones importantes y, de forma meramente descriptiva, sí que se podría decir que tendría una tendencia o una fisonomía «oligopolística». Por tanto, podría decirse que el número de operadores que actúan en este sector no suele ser muy numeroso en ningún país.

Pero, en realidad, el concepto clave a efectos «oligopolísticos» es lo que se denomina «poder de mercado» y los comportamientos que lo representan. En este sentido, lo más importante es la propia configuración del mercado, donde un elemento clave de partida en el nuestro es la separación de actividades, de la generación a la comercialización, dibujando relaciones competitivas diferentes en cada actividad del sector eléctrico.

De hecho, hoy en España, este número de operadores en generación, por ejemplo, es mucho mayor que en los países de nuestro entorno. Así, los indicadores de competencia e índices de referencia en esta materia, señalan lo fuertemente competitivo del mercado español, al igual que los resultados de precios eléctricos, que se vienen situando de forma continuada en la banda baja de sus homólogos europeos, coherentemente con la relación entre la oferta y demanda disponibles.

En ese sentido, la regulación de lo que se llaman «sectores en red», cuyo avance en el mundo económico y regulatorio se produce desde finales de los años 90, es lo esencial en este tipo de sectores. Es posible la competencia y el incentivo a la eficiencia agregada en el mercado. La existencia de mecanismos de funcionamiento competitivo, como es el mercado marginalista (alrededor del 60% de la generación se distribuye, como poco, entre cinco operadores y además el 40% adicional de toda oferta añadida siempre abarata el precio general del mercado) tiene componentes que fomentan la eficiencia general del mercado y la presión a la baja de los precios.

Por ejemplo, en el mercado de la telefonía en España, el número de operadores es mucho menor en términos de provisión y titularidad de red y en la actualidad nadie habla de oligopolio por la regulación de los sectores en red. Ni hay colectivos retroprogresivos que promuevan aplicar una retribución fijada al metro de cobre.

Otra cuestión a la hora de calibrar ese llamado «poder de mercado» son las barreras de entrada, que se esgrimen sin tener en cuenta realidades como la propia libertad de adquisición y venta de activos. Por ejemplo, estamos asistiendo a cómo E.On está organizando el proceso de venta de sus activos de generación en España, de forma competitiva, mediante una puja, para maximizar el precio de los mismos. O cómo operadores internacionales han entrado a operar en el mercado de generación eléctrica de España. Pero es que incluso quienes hablan de esas barreras de entrada se oponen al comercio de energía a nivel internacional (importación-exportación) o han tomado activamente posiciones proteccionistas en las operaciones corporativas internacionales que han tenido lugar.

En definitiva, a la hora de valorar la etiqueta de «oligopolístico» al sector eléctrico con una revisión actualizada del mismo, podemos concluir que existe separación de actividades, hay muchos más agentes en generación que en otros países, el mercado de generación se ha desconcentrado fuertemente, hay una importante oferta en coherencia con la capacidad del sistema de presionar a la baja los precios y estos reflejan comportamientos muy competitivos de mercado. No existen barreras de entradas a las operaciones financieras y de adquisición de activos. Y, además, el ensanchamiento de la base de generación a través del régimen especial que se impulsó en los últimos años contribuyen a esas condiciones que facilitan precios bajos.

Quizá tengamos que plantearnos qué hacemos sacando una vez al trimestre el espantajo del «oligopolio», sin que haya nadie que en serio lo cuestione. Qué y por qué, dado que no solamente es un tópico, sino una forma de ocultar la realidad de las actividades sectoriales en monopolio único y de los costes regulados que, por cierto, su crecimiento sí ha sido de regadío, y en cifras de dos dígitos. Porque, en este estado de cosas, de lo tópico intencional a lo falaz y falso, media una distancia muy corta.

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