Se está haciendo cada vez más tarde

El título de este artículo está sacado de una novela del escritor italiano Antonio Tabucchi, “Se está haciendo cada vez más tarde”, con extraordinaria finura, es una novela epistolar, un libro donde un protagonista esencial es el tiempo, incluso dónde los tiempos se vuelven del revés y las personas se extravían.

Una situación de estas característias es la que estamos viviendo en el caso de las “negociaciones” (o lo que sea) entre Industria y el sector eléctrico para resolver el déficit tarifario y completar el proceso de liberalización, por otra parte, una patata caliente, abrasiva, dejada y abandonada a su suerte por las anteriores Administraciones energéticas (que además vivieron los tiempos de bonanza económica pero con poco sentido común).

En este ámbito, los sucesivos aplazamientos que están teniendo lugar en la ronda de reuniones que el Ministro de Industria iba a tener con los altos directivos de las empresas eléctricas y con UNESA, no es una buena noticia, dado que el proceso de liberalización de las tarifas eléctricas se precipita por motivos ya sólo de calendario (por un sucesivo proceso de dejación política que recae sobre el sector eléctrico). Y es que la ausencia de acciones y de un plan completo que aborde los cambios que precisa el sector es un elemento que introduce fuertes incertidumbres, y ha pasado de ser prudente a ser temario. No transmite una visión o un modelo y sobre todo porque se puede acabar abrazando el recurso fácil de la demagogia o la incapacidad gestora.

Hay que tener en cuenta que aquí. el tiempo está jugando en este escenario. El tiempo (y los cambios que operan cuando se dejan pudrir las cosas) es lo que ha provocado por ejemplo que hoy se tenga que colocar en el mercado la deuda tarifaria de ayer y sea imposible, por motivos de los mercado financieros y de una actuación verdaderamente lamentable y desastrosa en el proceso de colocación. El tiempo es quien ha llevado al borde del precipio un proceso manejado con criterios de política de baja estofa: la que no quiere resolver problemas, la que no quiere reformas, la que no los quiere abordar seriamente (sin rigor) y la que los evita hasta que no se puede hacer otra cosa.

Por otra parte, ayer conociamos a través del diario Expansión la intención de Industria de reclamar a las eléctricas miles de millones derivados de los CTC, en un intento de rescate de una figura extinta jurídicamente, pero a la que se trata de insuflar oxigeno por el procedimiento de la respiración artificial, y por eso, casi se narra su vuelta en términos pugilísticos y épicos. Se trata de exhibir un espantajo legal a efectos de esa negociación, apremiada por la inminencia del proceso liberalizatorio y la situación incendiaria de la imposibilidad de colocar el déficit en los mercados financieros (lo que ha convertido a las empresas en prestamistas, dejando en el balance esta morosidad).

Y ahí viene otro de los problemas, la tentación del atajo, de la solución fácil, del decretazo. Las últimas administraciones han estado encaramadas a la chapuza permanente en el sector eléctrico, buscando soluciones oportunistas y atrabiliarias para reducir la factura energética: confirmando el uso político de la tarifa (algo que nadie duda, con la electricidad más barata de Europa y subvencionada, como si fueramos venezolanos). La detracción de derechos de emisión sobrevenida (y por procedimientos más que dudosos) o el chalaneo con la retribución de determinadas actividades, son ejemplos a los que hemos asistido con evidente falta de pudor, además del riesgo de judicialización de los mismos.

En este estado, los retroprogresivos, apostados, están en línea de salida para hacerse con soluciones “imaginativas”. Volver al pasado, marco legal estable y tentetieso. Costes reconocidos, no al mercado, ineficiencia en el sistema. Soluciones de marcado carácter expropiatorio como la vuelta de los CTC’s. Son los que más han aplaudido el fracaso político y del Estado en la figura demoníaca del déficit tarifario. Todo ello, menos asumir que la energía tiene un coste, menos diseñar y negociar una transición digerible, razonable, gestionar la colocación de los activos del déficit tarifario, refinanciar la deuda. Es decir gestión, gestión, gestión y oficio. Es la hora de la seriedad.

Todo ello, provoca que haya una situación semejante a la parábola del hijo pródigo (decidimos en el pasado ser manirrotos, no asumir los precios de la energía, o que unos se los subvencionen a los otros y, hoy, vía votocracia y boletín oficial del Estado, podemos desdecirnos ¿alguien puede estar tranquilo?) y no sería tan grave (que ya lo es), si no fuera porque además lo que se está jugando es la seriedad de nuestra economía, la seguridad jurídica, el respeto a los marcos legales, la inversión futura y riesgos observados de forma oportunista por los ciclos cuatrianuales o menores.

Y es que además, desde la Comisión Europea, nos están mirando, el espectáculo para evitar hacer lo que se debe hacer se puede ofrecer nuevamente (y ya tenemos bastantes reprobaciones en el ámbito energético). No valen las bombillas, las ideas felices o los proyectos al 2050 para resolver el problema que nos quema en las manos y que ha llegado a un estado de excepcionalidad jurídica. Nos están viendo y se está haciendo cada vez más tarde.

La cortina de humo y la sanción que corresponda

Nos desayunamos el pasado viernes con una noticia la de que la Comisión Nacional de Energía y el Ministerio de Industria estaban descubriendo un “fraude masivo” en lo que afecta a las energías renovables y en lo que se deriva de la inscripción en los correspondientes registros, lo que conlleva a su vez diferencias de retribución si en ese tránsito hay cambios regulatorios en las mismas. Al mismo tiempo, podemos recordar como Maite Costa decía la semana pasada en el diario ABC eso de “Barremos España” en referencia al seguimiento de precios de las gasolineras. Curiosa esta forma de asirse a la labor de inspección y supervisión, cuando la CNE se ha dedicado, fundamentalmente a ideologizar los problemas y a cuestionar mercado. Una forma curiosa y peligrosa de ponerse en primera plana, además de generar nuevos elementos de inseguridad, por intentar politizar una labor que debe ser precisa, rigurosa y técnica.

De este modo, es particularmente curioso como el organismo regulador tiene pocos matices a la hora de difundir una noticia de esas características, en la que todavía prima la utilización del indefinido: alguien, algunos, muchos, podrían y a dar explicaciones de las diferencias de precios. Una estadística de los resultados de los MW instalados y otra de la energía que se vierte a la red. Poca concreción en los expedientes, en los casos, en los tipos de situaciones. La verdad es que poco. Pocas precauciones y, al mismo tiempo, en otro ejercicio de riesgo, como en una misma tacada es capaz de llevarse al Ministerio de Industria de calle (hay que intentar que sea pareja de algún viaje).

Aparejado a la difusión de la noticia, se señala como la CNE ha dispuesto de más de 30 personas para la investigación de este “fraude”. Eso es el total del personal técnico que tiene la CNE para inspección y para liquidaciones. ¿Quién barrerá España mientras para las gasolineras? ¿Quién hará las liquidaciones? ¿Ya no se harán? Otra exageración es la propìa insinuación delictiva que entraña la presunta delación, cuando en muchos casos se tratará de infracciones administrativas. Su volumen, cuantificación y calificación se conocerá con el tiempo y mucho nos tememos que el anuncio ha sido fuertemente prematuro, entre otras cosas, por la necesidad de hacer algo en la frontera del precipicio que sufre el organismo. Además, dentro de esa “política de comunicación” mediante el ‘bulo ilustrado’, no se realiza ninguno de los mecanismos institucionales que tendría que usar el propio organismo: notas de prensa, difusión pública y transparencia.

Por otra parte, hay que analizar dos fuentes, causas u orígenes de los problemas que ahora se denuncian. La primera, la inestabilidad regulatoria, cuyos cambios y transiciones son más bien abruptos y provoca que los promotores de las instalaciones intenten superar los trámites con mucha celeridad. En segundo lugar, la propia actuación de las administraciones públicas de las Comunidades Autónomas, que han cobrado un papel especialmente relevante en los procesos de inscripción y puesta en servicio (incluso hay comunidades autónomas que han hecho regulaciones propias). Por tanto, es posible que desde los ejecutivos autónomos tengan algo que decir, y que veamos cómo en el medio plazo se diluye en una actuación normalizada esta actividad inspectora.

Porque, lo primero sería realizar una reflexión sobre la labor de inspección que tiene que realizar un organismo regulador de estas características en este sector. La labor de inspección tiene que ser un proceso continuado, callado y rigorista. Un proceso no sujeto a los vaivenes e intereses políticos de una organización puesta en la picota y que precisa entrar en el juego de los fuegos de artificio. Es razonable que, tras el proceso inspector, con todas sus garantías y rigores, se incoen sus respectivos expedientes, se dé audiencia al interesado, se tipifique y fije la sanción correspondiente, se proceda a sus correspondientes trámites de recurso y, finalmente, quede una sanción firme. Ese es un procedimiento razonable, aunque menos mediático, menos espectacular, menos escandaloso.

¿Se imaginan ustedes que la Dirección General de Tráfico anunciase cada fin de semana las multas que pone (o mejor dicho las que insinúa que va a poner)? ¿Se imaginan ustedes que el Banco de España en su labor de inspección y supervisión difundiese con tanta frivolidad sus actuaciones? ¿Se imaginan una Administración que genere más escándalo que resolución de problemas? Tomen nota. Desde aquella intervención gloriosa de la presidenta de la CNE, la catalana Maite Costa, en TV3 amenazando con un gran expediente en el sector de hidrocarburos, a la situación actual. La memoria es frágil y el fru-fru del vértigo de generar una noticia bomba es mucho. Y, eso tiene siempre posibilidades de volverse en contra de quien lo promueve.

A cambio qué tenemos: alarma social, trastorno para un subsector energético (el de las energías renovables), generación de sospecha para los sectores empresariales a los que se señala con el dedo como intrínsicamente promotores de fraude (además de víctimas de regulaciones del todo o nada), incorporación de dudas sobre las propias tecnologías y sobre la política de renovables, meter en el mismo saco a todas la tecnologías en diferentes situaciones y por distintos motivos. Es lo que pasa cuando las estrategias políticas troskistas se meten en un sector que lo que precisa es estabilidad y buen gobierno.

Lo mismo sucede en el caso del mercado eléctrico: abundan quienes generan inquietud sobre su funcionamiento y su transparencia (lo cual es fácil incorporar en un proceso de contínua murmuración con el tamiz de los prejuicios antimercado) y mientras, no se articula un procedimiento de inspección y supervisión, eficaz, adecuado, no político y no ideológico. Todo ello, por la falta y ausencia de medida, de mesura y razón. Por eso, en el caso de estos presuntos fraudes, de estas faltas administrativas, procedimientales, como en todos los casos, que se llegue hasta el fondo, se concreten responsabilidades, de empresas y administraciones, se fijen las sanciones que correspondan, a quién corresponda y cuando esté todo claro, que se retransmita en directo.

Mientras, por favor, no sometan al país, en concreto, a los sectores que generan empleo y riqueza a que se vean involucrados en la cortina de humo para tapar este estado de descomposición que sufre la CNE. Barremos España.

La «negociación» vive arriba

La presencia en los medios de comunicación de noticias referidas al efecto de la elevación de los precios de la electricidad por el tránsito a un escenario liberalizado sobre determinadas industrias han vuelto a cobrar actualidad. Son noticias que tienen un denominador común. El de una empresa que pertenece a lo que se podría llamar industria pesada siderurgia o cementera, multinacional, que está afincada en España y que estaba sometida a un tipo de tarifa de alta tensión que entrañaba precios de la energía por debajo de los precios reales y por debajo también de la tarifa que se aplicaba a los consumidores residenciales. Y que en el escenario actual, expresa su malestar por los nuevos precios de la energía.

Lo que si parece demostrado es que esa transferencia de los precios que soportaban los consumidores residenciales a los grandes consumidores, es cierta, sólo que se justificaba en motivos de “fuerza mayor”, es decir, por el bien común nacional. El mensaje, añadido e incorporado, era una amenaza más o menos velada de deslocalización industrial, de razonable preocupación en momentos de crisis.

Segundo, un escenario redivivo, un cierto deja vú, percibible en el hecho de que el año pasado cuando se trató la forma de retribuir los denominados servicios de “gestión de la demanda”, fórmula instrumentada para retribuir determinados servicios a las empresas que ponen a disposición del sistema eléctrico determinadas facilidades como la interrumpibilidad o la energía reactiva. Por estos servicios las empresas perciben una retribución específica, que se articula como mecanismo de reducción de su factura eléctrica, y al mismo tiempo se puede intervenir en el sistema ante problemas de indisponiblidad o de cuellos de botella.

Situación que por otra parte, cada vez se ha venido reduciendo en su incidencia, fruto de la disposición de mayor capacidad de generación en nuestro país (ciclos combinados y renovabales incorporadas en los últimos años). La última vez que sucedió un apagón de las empresas interrumpibles, sucedió, en octubre de 2007 por motivos extremos. En 2006 y anteriores, estuvo decreciendo la utilización de este “Código Rojo”, hasta que lo habitual es que se utilice nunca o casi nunca.

Por tanto, ahora nos hemos adentrado en el terreno de que vuelve a cobrar vigencia, a la vista está la desaparición definitiva de la tarifa de alta tensión, elemento que falta por ser eliminado en el proceso de liberalización (cuestión que ha sido demorada “in extremis” hasta que los reglamentos comunitarios nos impelen).

En ese contexto, y ante la retirada del escenario protector de la tarifa regulada, las dos vías que se abrían para este tipo de consumidores eran las de los contratos bilaterales entre las industrias y las eléctricas y la de la constución de una central de compras de electricidad que operase de forma semejante, pero concentrando esta demanda. En este caso, se constituyó Fortia como entidad que pudiera, o bien acudir a realizar esos contratos bilaterales evidenciando su poder de compra por volumen o acudir al mercado diaria y directamente (algo que siempre sería más oneroso por no obtener ninguna mejora en los precios). Así por lo menos, se hizo patente en su presentación conjunta hace unos meses.

Por otra parte, esta industria viene reclamando contratos a muy largo plazo (quince años), una especie de hipoteca eléctrica, para suscribir estos contratos y condiciones económicas próximas al escenario pretérito de precios regulados. La no obtención de estas condiciones es lo que ha sido causa a su juicio de verse obligados a acudir al «mercado eléctrico».

El hecho es que actualmente Fortia acude al mercado, así como a las subastas virtuales de capacidad, en lugar de haber suscritos contratos bilaterales. Algo que implica que las mejoras en los precios de la electricidad, que han ido consiguiendo aquellas empresas que han hecho contratos bilaterales, no las están percibiendo. Una unidad de acción rota, en la medida, que según el propio Ministerio de Industria, un gran número de este tipo de industria se ha bilateralizado.

En consecuencia, parece que toca el ejercicio de segunda vuelta, volver a los clásicos. Acudir a la instancia reglamentaria, al Ministerio de Industria a solicitar el aumento de la retribución por determinados servicios (los anterioes y alguno nuevo), instrumentando una presión mediática a tal efecto. En paralelo, el mecanismo de la central de compras en su caso, más o menos se queda a su suerte y a la del mercado, aceptando precios inimaginables hace solamente un año. Estos son los términos de esta denominada y anómala negociación.

(Todo ello, sin que entremos a plantearnos, que hacemos produciendo determinado tipo de bien, intensivo en energía, cuando ni contamos con materia prima, ni contamos con energía propia y en el que se plantea un ejercicio de presunta competitividad sobre el hecho de que unos consumidores subvencionen a otros.)

Felipe González y la energía nuclear

La semana pasada, el Club Español de la Energía distinguió a Felipe González con el premio Energía y Sociedad (por cierto, un premio altamente justo y bien ponderado) El ex presidente, además, se despachó en su alocución diciendo que medio gobierno actual es pronuclear. El colmo.

Sobre la “supuesta transformación” de Felipe González se han escrito ríos de tinta: el fue el presidente que impuso la denominada “moratoria nuclear” y, hoy le vemos posicionado a favor de este tipo de tecnología. En la misma recepción, Miguel Sebastián haciendo ejercicios de escapismo: no seré yo quien me decante por qué tipo de tecnología es mejor: la nuclear o las renovables por utilizar la contraposición y, además, que la mejor alternativa es el ahorro. Loable.

Ante todo, hay que decir que Felipe González siempre ha sido un hombre de visión, de visión de largo plazo y de visión internacional, más allá de los bandazos de la política exterior española en los últimos doce años o de la asistencia multitudinarias a los encuentros de Jefes de Estado y de Gobierno, obligatorios por otra parte o de los aprietos políticos momentáneos de la política interna.

Hagamos historia. Felipe González abandonó en su momento el marxismo en una decisión valiente y arriesgada, en un movimiento que introdujo al socialismo español en el europeísmo, y realizó las más importantes reformas que se han realizado en nuestro país desde la restauración de la democracia. Reformas que hoy no serían posibles, metidos como están los grupos políticos en el fango de un conflicto ininteligible que de lo que menos tiene es de proyecto de sociedad y de país. Alguien tendría que reflexionar sobre esto y sobre la necesidad de estrategia frente al tacticismo, de visión de futuro y de capacidad de liderazgo como país.

El caso es que, al parecer, se dice de Felipe González,que ha entrado en la órbita nuclear, cuando los exegetas antinucleares afirman que el declaró la famosa moratoria, cosa de la que se habla y muy pocos saben lo que quiere decir. La moratoria nuclear fue un proceso a mediados de los ochenta mediante el cual, se paralizó la construcción de varias centrales nucleares que se iniciaron años antes. El motivo de esta paralización no fue ideológico, en ningún caso: fue resultado del diagnóstico de que la demanda de energía eléctrica había sido sobredimensionada años antes y que era preciso abortar el proceso inversor que se había reclamado a las eléctricas para que realizaran estas instalaciones.

Sobre todo porque el país necesitaba dirigir la inversión a otras utilidades, también productivas, como fue el programa de autovías y toda la modernización que necesitaban otras infraestructuras y el tamaño de la economía era lo suficientemente estrecho como para que esta inversión hubiera drenado muchos recursos para estas otras necesidades. Ese proceso, además, se vio acompañado de un escrupuloso programa de pagos para devolver las inversiones realizadas y no conclusas, lo que da la impresión de una respuesta seria, equilibrada, con seguridad jurídica y negociada a una decisión modificada de los poderes del Estado en su ejecutoria (todavía lo pueden ver Vds.en sus facturas).

Recuerden por tanto. La economía es la manera en que se gestionan los recursos existentes entre prioridades, en que se eligen la utilización de bienes escasos a fines alternativos. El propio Felipe González declaró una vez, que “los economistas, son como ese niño que te dice en el colegio que los Reyes Magos son los padres”.

De hecho, ese cálculo que obligó a parar las centrales, no estaría tan mal realizado, porque la gran cantidad de ciclos combinados que han reforzado nuestro sistema eléctrico lo han hecho en los últimos años y, nuestro país, no ha pasasdo crisis de suministro en estos años. Hoy, si seguimos los artículos de Felipe González en materia energética, e incluso en lo que se refiere a geoestrategia y visión internacional, se comprende perfectamente el posicionamiento del ex Presidente del Gobierno y no supone, en ningún caso, que González abdique su pragmatismo y de su visión de construcción de progreso. Efectos sobre el cambio climático, necesidad de un ‘mix’ de generación diversificado, control de la factura energética sobre el país con política de medio plazo, combinación con otras fuentes energéticas y respaldo a la seguridad de suministro son claves que maneja con evidente conocimiento y asesoramiento.

Pero llega la ideología al debate nuclear. Un nuevo adanismo en palabras del propio Felipe González. Un izquierdismo demodé. Y, cada vez que alguien intenta abrir el debate nuclear (y las declaraciones de González son un nuevo intento, más serio que en otra ocasiones), el Gobierno aplica la política de la consigna y el dogmatismo para cerrarlo en seco. Un debate que se cierra con la declaración de un Ministro o de otro, con la sensación de necesitar hacer sonoro el portazo por si alguien no se había dado cuenta (cuestión que debería poner también en solfa el consabido tema de la libertad de expresión en los partidos políticos)

Y, la política, juega hoy, en el mal sentido de la palabra, utilizada como instrumento que todo lo puede y que se impone a la racionalidad económica, incluso que en ocasiones subvierte los criterios de la seguridad jurídica. La politización de determinados problemas como el futuro del mix energético o las tarifas eléctricas, llevan a que los gestores se abandonen, porque en el fondo desde otra instancia política superior (in excelsis Deo) lo deciden y sus consecuencias o las pagará otro, o aparecerán de otra forma o se llevan al futuro. De hecho, el pago de la factura energética, su encarecimiento y el aumento de la dependencia exterior dependen de las decisiones de inversión de hoy, por lo que dentro de veinte años, todos calvos, al menos políticamente hablando, sobre todo cuando todo se juega en el campo del tacticismo.

Que hoy medio gobierno sea pronuclear no es de extrañar y que en el Partido Socialista haya una tendencia pronuclear muy reconocible, tampoco debería rasgar las vestiduras a nadie. Que lo diga con todas las letras Felipe González es un nuevo gesto que le honra, es un ejemplo de libertad, de democracia, de valentía en tiempos de dogma y de rebeldía ante la imposición de la verdad oficial para conservar los cargos y la confianza del que tiene la sartén por el mango.

Seguimos necesitando estadistas.

Creacionismo energético y Gran Hermano

El debate recientemente revisitado en Estados Unidos a cuenta de las visiones sobre el origen del universo y las especies, el denominado creacionismo como fuerza motriz de la evolución de nuestro planeta, al margen de la propia interacción entre las fuerzas y los agentes, es una metáfora sobre el funcionamiento de los mercados y de la interacción ente las fuerzas que operan en los mismos. Sobre todo después de las soflamas antimercado que se profieren desde los órganos de regulación españoles, en un espectáculo tan extravagante como bochornoso, impropio de nuestro proceso de liberalización y modernización del país, de nuestro papel (hasta el momento en la Unión Europea, con grandes esfuerzos para echarlo a perder).

En primer lugar, se puede afirmar que actuar mediante un modelo intervencionista es negar la existencia de los mercados como lugar en donde se producen las relaciones entre los agentes y las transacciones. Y, sobre todo, pensar que interviniendo en los mercados los agentes no cambian su forma de comportarse, es ya el colmo de un perfil prometeico del regulador (o del consejero, o del responsable de turno que sea) que así piense. Porque ese tipo de actuaciones trae consecuencias más graves, entre otras para la inversión y la credibilidad de nuestra economía, de nuestras instituciones y nuestras empresas. Y más, en una situación como la que vivimos de crisis de financiación internacional, en que semejantes bandazos son interpretados como lo que son: muestras de insuficiente desarrollo de la sociedad económica democrática y libre.

¿Quién superará todo ésto?: quien mejor haya echo los deberes hasta el momento, los más ortodoxos en el funcionamiento de los mercados y en el conocimiento de los procesos de financiación, no los más intervencionistas. Eso en ningún caso. Uncirse al carro de la crisis financiera para intervenir más, no es sólo muestra de pobreza intelectual, sino de cinismo moral. Ya lo indicaba recientemente José Luis Feito en un artículo reciente publicado en el diario El País cuando habla de la responsabilidad de los reguladores en “el haz de incentivos que dirige el interés propio de los individuos hacia comportamientos agregados que terminan siendo perjudiciales para su bienestar”.

En este caso, ¿por qué en España tenemos “creacionistas” en el sector energético? Creacionistas entendidos como defensores de la intervención del Estado en los mercados hasta el final, es decir, hasta anular las reglas de mercado e introducir precios, fomentadores de sistemas de reconocimiento de costes o de determinación directa de la retribución de determinadas tecnologías. En primer lugar, se justifica su presencia, por su procedencia del pasado del sector, nostalgia pretérita, sin capacidad de “reciclarse” a un entorno de mercados y agentes abiertos. Cualquier tiempo pasado fue mejor (en realidad, fue anterior). Un tiempo basado en el reconocimiento de costes y en el arbitrismo (capacidad de decidir para cada tecnología cual sería su retribución), lo que ya de por sí eleva el ego del que tiene en su mano la decisión.

El estado como ordenador, alfa y omega. Embalsador de costes y que las empresas sean meros brazos ejecutores de la política e ideología económica o energética al uso. La política concebida como suplantadora de la sociedad civil. Una mezcla ideológica, poco evolucionada, de socialismo prosoviético con la autarquía franquista. Lo que era el nacionalcatolicismo y el falangismo ideológico. Dios, patria y pan e historias del abuelo Cebolleta.

Creacionistas, retroprogresivos, como administradores de una “justicia divina” sobre los resultados de cada una de las tecnologías productoras de energía, sin valorar el funcionamiento general de los mercados, de cualquier mercado, que no distingue de tecnologías y que por ello, fomenta la competencia y eficiencia entre las mismas.

El argumento deísta utilizado en términos de “justicia distributiva” (si es que la justicia distributiva es aplicabe a las tecnologías) es: ¿cómo resulta que unas tecnologías (renovables, hidráulica, nuclear) tienen más márgenes que otras tenclogías en función de sus costes? (cosa que se produce en cualquier mercado). La respuesta no está en considerar que fruto de ello, hay tecnologías (como centrales de fuel o de ciclo combinado) que no son “rentables” y que, realmente, la rentabilidad sectorial o empresarial es media, en virtud de los diversos mixes de generación de las empresas, que como agentes inteligentes buscan su propia diversificación en su toma de decisiones estratégicas. En cambio, los creacionistas consideran que la clave es negar la naturaleza intrínseca de cada mercado, porque muerto el perro se acaba la rabia. Para eso hace falta una “deidad” decisora y administradora.

Porque claro, la exhibición obscena (e incluso intencionalmente manipulada de los resultados, excluyendo amortizaciones, gastos de mantenimiento, tributos, inversiones, etc…), delectación en comparativas deliberadas, parciales y demagógicas, persigue justificar unas tesis, forzar los argumentos, en pos de un modelo expropiatorio y confiscatorio y deteriorar los modelos de mercado. Y nos encontramos ante una paradoja, cuando el resultado debería ser más mercado y mejor supervisión (modelo de mercados financieros y Banco de España), en el sector energético se mantiene un debate inverosímil que se resume en: dudas sobre el modelo, mercado ya veremos, reguladores como burócratas y la supervisión es un residuo en el que no se cree.

Cuando se anulan las reglas del mercado los agentes también cambian y modulan sus respuestas a las actuaciones del sempiterno y omnímodo poder regulador. Responden. En este caso, los agentes económicos adecuan sus actuaciones (de inversión) y de relación al marco que les dibuja el “protectorado público”. En el caso del reconocimiento de costes, al gestor está tentado a aumentar sus propios costes, incluyendo elementos suntuarios: que es una colección de figuritas de la dinastía Ming o poner una piscina llena de peces caros para una empresa eléctrica. Estos son ejemplos de cómo si aumentamos la base de costes, al multiplicador de la rentabilidad presunta o presumible, adjetivizada como adecuada. Por tanto, lo interesante es ser ineficiente, no eficiente. En un segundo caso, si se establece un modelo “fijo”, lo que harán los agentes, será no invertir y reducir sus costes operativos. El problema además es identificar las necesidades de inversión y generación futura, porque gracias al mercado, y con precios de la energía semejantes a los europeos en entornos competitivos se ha logrado aumentar nuestra capacidad de generación en 23.000 MW y salir del atolladero y de los posibles apagones.

Lo curioso es que el creacionismo, como teoría, como ideología o incluso como teología, o como vindicación legítima desde el punto de vista racional e incluso intelectual, es que inútil completamente, para algo más que para ejercer de control sobre la sociedad y los agente económicos. Los agentes siguen interactuando entre sí, cambian su comportamiento, generan reacciones mucho más peligrosas: como acabar con la inversión y generar nuevos argumentos a los invervencionistas, ávidos de corregir sus propios errores con más medidas y más Estado. El Gran Hermano.

Y ahora, la gestión

La situación que se deriva de que la Comisión Nacional de Energía declare la ultima subasta de financiación del déficit tarifario desierta confirma los efectos de una política de inestabilidad regulatoria y de tierra quemada sobre un sector como es el energético y más concretamente el eléctrico. Devastador resultado nuevamente para este organismo regulador independiente.

El mecanismo de generación de déficit tarifario es relativamente sencillo en su formalización: la tarifa regulada, topada y fijada políticamente, es insuficiente para atender los componentes que la integran. La diferencia entre los precios reales y lo que se cobra a través de la tarifa forma ese déficit tarifario, que obviamente hay que pagar y hay que financiar. Este déficit se utilizaba inicialmente para subsanar las diferencias transitorias surgidas anualmente entre la estimación de las tarifas a principio de ejercicio y la liquidación final a final de año. Es decir, ese déficit se producía debido a los deslizamientos anuales y esos deslizamientos conformaban el déficit tarifario en su primera versión. Todo ello, además se producía en momentos en que los precios de la energía a nivel internacional y de las materias primas, eran bajos.

Pero las sucesivas administraciones fueron cogiéndole el gusto a esto de no subir la tarifa, a mantener los precios eléctricos por debajo de la realidad. Y, vinieron los precios elevados de la energía a trastornar estas cifras y a multiplicar su volumen. Todas estas diferencias se financiaban y distribuían a catorce años recuperándose a través de la tarifa en ese período, de forma y modo que ya es un pico lo que en la factura estamos pagando de ejercicios anteriores. En aquel momento, el proceso de financiación estaba organizado por las propias empresas (que se dirigían a las entidades financieras directamente) y se obtenían condiciones de financiación muy eficientes. Esas condiciones se regulaban de todas formas mediante instrumento legislativo que garantizaba, procedimiento, plazos de retorno, etc…

Y surge una nueva técnica, propia del ex ministro Clos y de su Secretario General de Energía, Ignasi Nieto. El déficit ex ante. La torna de la torna Es decir, desde el primer momento la tarifa se calcula insuficiente. Cada año, en enero se comienza el ejercicio con deuda. Y, por tanto, la necesidad de financiar esta deuda surge desde el primer momento, y además se cambia la forma de obtener la financiación mediante rondas que organiza la CNE, pero en la que tampoco aporta valor añadido la intervención del regulador independiente, puesto que estos activos no reciben ningún beneficio adicional por la intervención de esta instancia pública. Las instancias de que pueden dar credibilidad al producto en términos financieros: Dirección General de Seguros, Banco de España,… no mueven un dedo (o no son llamadas, o no se trata en instancia política suficiente) y el producto, queda a la intemperie de la situación de los mercados, con el tic añadido de los propios cambios regulatorios en el proceso de regulación de tipos de interés y plazos, etc. (obra del anterior Secretario General de Energía). Eso junto a la actuación de los “hooligans” contra el mercado eléctrico que anacrónicamente perviven en este sector.

Por eso, desde que la Comisión Nacional de Energía recoge este encargo envenenado, el de articular el proceso de financiación del déficit tarifario, la cosa no ha dejado de ir de mal en peor, incluyendo lógicamente la crisis financiera de los mercados de capitales que todos conocemos y de la que hay que aprender que la clave está en hacer las cosas bien ex ante: estabilidad regulatoria, seguridad jurídica, buena supervisión, respaldo institucional y político. La última subasta antes de esta debacle, tuvo lugar en junio y sólo consiguió colocar la mitad de lo que era preciso financiar (la penúltima, no colocó nada) con un fuerte diferencial de tipos de interés (ese si es marginalista). Fue poco y caro.

Hoy nos encontramos con una situación que requiere soluciones eficientes, dedicación a resolver problemas con garantía para el sector y la inversión, conociendo de los mercados financieros, de su funcionamiento y de los mecanismos de formación de precios, dosis de buena gestión, diálogo, acabar con las interferencias de los retroprogresivos ideológicos del sector, diseño de un marco claro del mecanismo de transición a la liberalización completa de tarifas, estabilidad regulatoria, seguridad jurídica, liderazgo político, conciencia desde las instancias económicas y financieras del Estado para respaldar el proceso de colocación de estos activos y de refinanciación, si es preciso de los déficit existentes.

Las declaraciones de Miguel Sebastián de ayer en este sentido, al menos, son una luz frente a la tendencia regulatoria de la anterior Administración empeñada en hacer lo contrario, buscar atajos regulatorios y económicos, despreciando los mecanismos que operan y dirigen la acción de los agentes financieros, económicos y sectoriales, que nos han llevado a una situación inconcebible. Es el momento de empezar a trabajar duro, a gestionar en serio y con rigor. Esta en juego la credibilidad del sistema en todo este proceso. Ser conscientes es el primer paso.

El «paréntesis» en el libre funcionamiento de los mercados energéticos

El domingo pasado escribía en el diario “La Vanguardia” Enric Juliana un excelente artículo titulado ‘Los humos que bajan’. Trataba el artículo de dibujar el escenario prointervencionista surgido con motivo de la decisión del gobierno norteamericano de crear una agencia que se hiciera cargo de los activos de mala calidad que han devenido en la fuerte crisis de liquidez y solvencia de los mercados, su ‘Plan de Rescate Financiero’ (por cierto, nacido con una fuerte crisis de credibilidad y déficit público a cuenta de los excesos del pasado, verdadero talón de Aquiles del mismo, junto al déficit presupuestario). Algo que ha sacado bastantes demonios familiares de un país con una cultura acomodaticia con reminiscencias de un cierto paternalismo pseudofranquista. Denominaba ese escenario como “desafío liberal bolchevique”, una fórmula de “aflojar” el funcionamiento de los mercados para crear un “New Deal” protector público

Juliana por contraposición ponía el ejemplo de los mencheviques que por proponer aflojar la colectivización para que respirase la propiedad privada acabó con uno de sus líderes, Nikolai Bujarin, fruto de la denominada Ekonomitcheskaya Palitika, paréntesis al modelo soviético que acabó en Stalin y en sus planes quinquenales.

En España ha sido, nada más y nada menos, quien ha pedido aflojar la economía de mercado ha sido el presidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales quien ha reclamado un “paréntesis” en la economía de mercado, dejando en la más absoluta perplejidad a propios y a extraños y dando argumentos a quienes piensan que esto del mercado es privatizar beneficios y socializar pérdidas. ¿Reponer el ICO como mecanismo de garantía para los excesos inmobiliarios, que buscan la “garantía del Estado”? ¿Vuelven los modelos intervencionistas de la mano de “pseudoliberales”? Veremos.

El caso es que en el sector energético se vive en un largo paréntesis, más bien un punto y aparte, en lo que se refiere al funcionamiento del mercado, fruto de la utilización política de la tarifa eléctrica y de determinadas actuaciones en materia de control de precios desde las autoridades públicas. Ejemplo continuado de intervención que falsea las señales a los consumidores, aumenta desmedidamente la demanda energética, ningunea las políticas de eficiencia energética y también las de protección del medioambiente. A cambio, las autoridades sólo son capaces de instrumentar mecanismos voluntaristas, buenismo en dosis considerables, buenas intenciones para los ciudadanos bienpensantes, regalo de bombillas de bajo consumo, escenas sin corbata y apagones de cinco minutos en noches estrelladas de primavera en las grandes ciudades.

Además, genera una ‘ilusión tarifaria’ que hace que determinados debates como el nuclear se efectúe con las cartas marcadas, es decir sin conocimiento de los precios reales de la energía. Pero, gracias a ello, no es que se ‘salve’ el país de nada, pero evita pasar por el trago de explicarle a los españoles que tienen una subvención a su energía actual que pagarán sus hijos. Incluso, esto también permite desconfiar del mercado de generación (que se comporta como todos los mercados europeos y es perfectamente homologable al mismo) o dar pábulo a propuestas o sugerencias extemporáneas como el Informe de Costes y Precios cuya pretensión tampoco era bajar los precios de la energía (lo que ya es paradójico) sino intervenir los mercados de la energía. Sobre todo porque está en juego también el medio plazo, lo que ha sido la forma de incrementar notablemente la capacidad de generación de nuestro país.

El cielo protector

Otro ejemplo es el caso del butano. El propio Ministro Miguel Sebastián ha afirmado recientemente que no se iba a efectuar la subida de este combustible para ‘proteger al consumidor’ dado que los precios internacionales se habían visto sometidos a la presión de los especuladores. Menos mal que no había subido por acumulación de bombonas en manos de los sufridos amos y amas de casa. O la denominada e inexplicable tarifa social. Por lo tanto, para no poner en manos de la turba del mercado a los consumidores, se profesa un descreimiento que ahonda las medidas contra el funcionamiento de los mercados, lo que a su vez provoca nuevas intervenciones públicas. Mercado libre, competencia, regulación la justa y supervisión eficiente debería ser la receta que evitase la intervención, que nunca acaba bien y siempre trae nuevos problemas (inesperados o esperados: pérdida de confianza sectorial o empresarial, riesgo regulatorio, menos inversión, mayores costes de financiación de déficit, etc., etc.…).

Esta cuestión se pondrá en los próximos meses más de relieve cuando llegue el momento de abandonar el actual esquema de tarifa eléctrica regulada (abandonado ya este trimestre a su suerte por la vía de no “activar” el procedimiento de ajuste en función de la evolución del precio de la energía en los mercados) para llegar a la denominada tarifa de último recurso. Tarifa que no es, ni debe ser, tal y como se instrumenta en la legislación europea una “tarifa intervenida”, sino que debe recoger la dinámica del mercado y la competencia (por cierto es algo que afecta tanto a la electricidad como al gas). Esperemos que, en este caso, también se actúe como ya ha sucedido en el caso de la tarifa industrial dónde el Ministerio de Industria ha actuado de forma muy ortodoxa, y se han conseguido ofertas por parte de las empresas para los consumidores que abaratan los precios del mercado mayorista, salvo para los que deliberadamente han querido mirar para otro sitio y esperar el auxilio del regulador y la dádiva.

¿O vamos a hacer otro paréntesis en el libre funcionamiento de los mercados en el sector energético? ¿Un nuevo paréntesis en una historia llena de paréntesis? ¿Quién lo paga? ¿Será otra Ekonomitcheskaya Palitika?

La ‘defunción 14’

Nos encontramos hoy con el inicio real del curso, porque los primeros días de septiembre han servido para la gestión de ese estrés postvacacional en el que ya se advertían los argumentos del curso político que se inicia. El final de julio nos dejo la publicación de la decisión del Tribunal de las Comunidades Europeas de acabar con el engendro regulatorio que era la función 14, en su ultima redacción, proporcionada por el ejecutivo de Zapatero en su primera edición, con Montilla a la cabeza en el Ministerio de Industria. Promulgada de forma ‘ostentoreamente’ oportunista en el momento en que la empresa energética germana E.On había anunciado que iba a entrar en el proceso de puja por Endesa, posterior a la OPA de Gas Natural por la eléctrica.

El objeto inicial de la función 14, es que el regulador energético independiente, es decir la Comisión Nacional de Energía, analizase las operaciones corporativas (adquisiciones de empresas) desde el punto de vista de la seguridad de suministro y desde el impacto a las actividades reguladas: transporte, y distribución de energía. Se trataba de ver si podrían verse afectadas las inversiones necesarias o comprometidas en estas actividades. El quiz de la cuestión es que al amparo de esta función, se podía vetar, dificultar y obstaculizar completamente una operación y de raíz.

La función 14, por tanto, se había constituido como una pieza defensiva en un andamiaje político más complejo. La segunda exclusa la podría constituir, en su caso, la política de competencia, de forma que el gobierno sólo tendría que salir a cuerpo limpio en tercera instancia, después de que alguno de etos órganos, en teoría independientes, fuera capaz de inmolarse o configurarse como organismos interpuestos de un ejecutivo, cualquiera que fuera su orientación política. Del mismo tono serían actuaciones pasadas como la de la CNE en el caso de la OPA de Gas Natural sobre Iberdrola (en tiempos del PP) o, del mismo organismo en el caso de la de la OPA E.ON sobre Endesa, en la anterior legislatura. Posiciones y actuaciones que no lograron superar con un mínimo de pudor lo mínimamente presentable.

Consecuentemente, esta formulación se prestaba a una utilización “indebida” y es más que razonable que la función 14 (sobre todo en su versión metafísica-ampliada) pase a mejor vida, que estos órganos se despoliticen y que sea el gobierno de turno quien pase por el oprobio de vetar o no una operación. En estos momentos, parece que pasamos a una configuración más o menos maniquea, de defender una función 14 “a todo trapo” como la que se invocó en su momento y que ha sido una “especialidad de la casa”, a que se tenga que reordenar la actividad de la CNE y la composición de su Consejo, hacia verdaderas funciones de inspección y supervisión (en evitación también de extravagantes posicionamientos antimercado surgidos del propio seno de su consejo).

En medio de todo esto, aparecen las operaciones corporativas que hay en ciernes. Por una parte, la operación de compra de Unión Fenosa por parte de Gas Natural. Al mismo tiempo, se conoce la venta de las participaciones que Santander y Unión Fenosa tienen en Cepsa y, la también, y recientemente conocida compra de Gas Mérida por Naturgas. Todas ellas, sujetas al alcance de la sentencia del tribunal europeo relativa a la aplicación de la función 14.

Para terminar de dibujar el escenario, el regulador energético se encuentra en una situación de interinidad en su composición a la hora de abordar estas operaciones, pendiente de que se renueven los puestos de cuatro de los consejeros cuyo mandato ha expirado hace ya meses (además de que se va conociendo que podría verse modificada la composición de su consejo y sus funciones). Supongamos que todo será en aras de un mayor consenso entre partidos y búsqueda del prestigio perdido en los girones de la función 14, hoy difunta.

La caja de resonancia en torno a la energía nuclear

Las amenazas proferidas hacia las instalaciones nucleares y el cúmulo de informaciones en forma de escándalo organizado, y convenientemente aireado, en torno a los incidentes ocurridos en este verano en las plantas españolas, merecen una reflexión, más o menos en profundidad, en la medida que suponen una escapatoria a los intentos de poner encima de la mesa el futuro de la generación nuclear en España, en función de las necesidades de crecimiento de la capacidad de generación eléctrica

Se ha producido una ceremonia de la confusión en que se ha instalado el debate sobre la seguridad nuclear, vertiendo sospechas contínuas sobre estas instalaciones. Este debate, oportunamente, se pone encima de la mesa con tintes de alarma, cada vez que se intenta abrir otro sobre la participación en el mix energético español de la energía nuclear (que es otro eufemismo, una reducción o simplificación de otro de más alcance: como será el mix energético español futuro, para cuándo, cuánto costará, qué precios energéticos tendremos a la luz de ello, cuál será su viabilidad económica y medioambiental y qué dependencia exterior tendrá asociada).

Y, de hecho, no se sabe cómo, siempre que está a punto de abrirse el debate nuclear, aparecen incidentes y sucesos (llámese en cada caso como se establezca en las tipologías homologadas al caso y difúndase como se pueda, parece la consigna) que están relacionados con la energía nuclear y con los temores más atávicos a la vez. Por ejemplo, ¿dónde está el famoso maletín nuclear con material radiactivo, convenientemente “afanado” por unos ladronzuelos en Móstoles que interrumpió los medios de comunicación la pasada primavera? ¿Ya se ha pasado su “efecto” terrorífico, cuando era necesario para aplacar el debate nuclear antes de las elecciones? ¿Se sabe de su paradero?

Incidentes descontextualizados de su gravedad, su importancia o su medida o más o menos episódicos. Expresados también en términos de marasmo que impide la defensa con racionalidad de lo sucedido en cada momento. Por tanto, habrá que hacer analogía entre el aborto del debate nuclear y la alarma social en que se ven sumidas nuestras plantas nucleares cada cierto tiempo, en función del “tempo político”.

Lo cierto, es que como cada vez es más insistente la necesidad de abordar el debate nuclear, más abrupto es la interrupción del debate de fondo (su necesidad futura, la ampliación del período de vida de las centrales nucleares, la sustitución de los anteriores reactores por otros de mayor potencia y tecnologías más avanzadas). Todo ello, son además decisiones que probablemente hay que tomar con prontitud para cuando sea preciso que estén operativos, teniendo en cuenta el tiempo necesario para ejecutar las inversiones necesarias.

En cambio, las instalaciones nucleares se ven en una espiral y en un naufragio informativo considerable, apoyado en que, sociológicamente, nuestro país es uno de los más vacunados en la opinión pública contra la energía nuclear. Lo dicen todos los estudios sociológicos y encuestas elaboradas y se conforma como un excipiente propicio en términos políticos. Y, uno de los que más consume energía nuclear importada. Debe ser como eso de tomar sacarina en el café tras un postre copioso. Y, lo que es más curioso es que este posicionamiento se empuja desde instancias políticas en función de posiciones ideologizadas.

En ese cierto chamanismo mediático contra la energía nuclear, estamos muy faltos de referencias de los incidentes ocurridos, número y gravedad y de un debate racional, informado, desapasionado y desideologizado. No se sabe si los incidentes actuales son muchos, si son pocos, comparativamente con lo que ha pasado en el pasado, si ha cambiado la forma de clasificarlos, de comunicarlos, al menos comparativamente con lo que ocurre en las instalaciones de otros países.

Lo que está claro es que con la abundancia de información “minuciosamente minuciosa” que tenemos y su forma de exponerla, no tenemos claro nada en lo que se refiere a la seguridad nuclear. Incapaces de saber lo que ha pasado, su volumen, su trascendencia, su realidad, su control por los operadores y las autoridades de seguridad. Y que la forma de informar no responda a una estrategia contra la propia tecnología. Como decía aquel parlamentario socarrón en referencia a la información de un Ministro en una Comisión, “informen un poco menos, a ver si podemos enterarnos un poco más”

Que se abra el debate nuclear, separándolo del de la seguridad nuclear (algo necesario, importante, imprescindible, pero que se tiene que dejar al funcionamiento de procedimientos eficaces y rigurosos y no a su utilización mediática y política).

Teoría del otoño caliente

Hay quien sostiene la teoría de que la organización de los procesos humanos y empresariales no se corresponde con los períodos del año natural (de enero a diciembre) sino con el comienzo de cada uno de los cursos, ya sea el escolar o el político. Es decir, se trazan los objetivos y se valoran los resultados de septiembre a julio, lo que es una fórmula de cómputo de tiempo semejante a las cosechas o los cursos lectivos. Por eso, en lo tocante al sector energético, este último día de julio puede ser un buen momento para analizar lo que se nos viene encima, en este, ya anticipado por todos, como otoño caliente. Nuevo curso y viejos problemas, algunos al borde de una operación de urgencia con el cuerpo abierto para el transplante.

Tras la última época de este curso lectivo, el que comienza (de septiembre a junio) señala el agolpamiento de temas que tendrán lugar nada más volver de las vacaciones. El hecho es que el último curso político ha estado marcado en el sector energético por las elecciones y la salida del anterior equipo “energético” del Ministerio de Industria, con Joan Clos e Ignasi Nieto al frente y la entrada de Miguel Sebastián como Ministro y Pedro Marín como Secretario General de Energía.

En estos cuatro meses, la actuación del nuevo equipo en el sector energético, la podemos calificar de ‘cautelosa’, tendente a conocer bien el terreno y la situación sectorial. Lo cual es de agradecer a la vista de la actividad desaforada a la que habíamos asistido en el bienio previo a las elecciones, con Clos y Nieto a la cabeza: regulación espasmódica, fuertemente desequilibrada; generadora de inseguridad regulatoria; corrección de errores; estudios económicos inexistentes o de brocha gorda (gordísima), que han traído al presente lodos importantes; otras soluciones arriesgadas; entreguismo al TSO nuestro de cada día; desgraciadas negociaciones con los sectores; y manierismo regulatorio, entre otras cuestiones.

En estos cuatro meses, parece que el nuevo equipo no ha ‘estropeado nada’, pero también parece que no ha arreglado mucho. Y, es más, determinados problemas como el déficit tarifario o la insuficiencia de las tarifas eléctricas se han agrandado con la revisión de las tarifas del tercer trimestre (y la evolución generalizada de los precios de la energía). El grave problema del déficit tarifario, que requiere un trabajo político y económico planificado, serio y coordinado con todos los agentes, será la tarea más ingente que abordará el nuevo curso. De hecho se debería haber avanzado mucho más en este período, sobre todo ante la inminencia para abordar la liberalización tarifaria de gas y electricidad, tras el verano es casi apremiante y su puesta en funcionamiento ya está galopando. En este punto, será necesario no pervertir el concepto de tarifa de último recurso con fines diferentes a los que está pensada.

En sentido positivo hay que valorar la posición del Ministerio en la supresión de las tarifas industriales que se produjo a principios de julio. En sentido negativo, un paso atrás ha sido la “tarifa social”, que además de enviar el mensaje de que “el Estado subvenciona la energía”, traslada el mensaje de que hay electricidad gratis y de que podemos vivir desacoplados del mundo y sus circunstancias en términos de precios energéticos. Eso sin contar los subterfugios y trampas en que ha caído la propuesta, incluso ciertas chanzas, derivado de que la energía es un suministro, no una subvención y su tarifa un precio. Así, equiparar poca potencia contratada a bajo nivel de renta, es un contrasentido que le ha supuesto un severo coste político al propio Ministro en una de sus primeras decisiones.

En otro orden de cosas, hay que alabar la voluntad de trasladar la filosofía de ahorro energético del nuevo equipo, pero también hay que pasar de los voluntarismos y de las medidas más o menos propagandísticas o estrafalarias a los hechos ciertos: que los consumidores puedan moderar su consumo en función de los precios reales de la energía. En Estados Unidos (dónde la fiscalidad de los combustibles es muy baja), con la subida de los costes de la energía, más de un millón y medio de ciudadanos han dejado su vehículo para ir a trabajar.

Otras cuestiones por conocer serán los planes futuros en materia del parque de generación de electricidad, el debate sobre la energía nuclear (algo que los últimos gobiernos tratan de esquivar, con mayor o menor suerte), cómo queda finalmente la regulación de la energía solar fotovoltaica (cuyo método parece bueno y más razonable que el anterior, pero sus cifras son muy restrictivas), la regulación final de los biocombustibles (otra cuestión aplazada) que debe tener en cuenta, el funcionamiento de los movimientos de oferta y demanda de consumo de carburantes en nuestro país, siendo neutrales con el funcionamiento del mercado. Será necesario resolver un debate serio y responsable, sobre como articular la obligación de aumentar su consumo para alcanzar el objetivo fijado, teniendo en cuenta el parque de vehículos de nuestro país y los propios cuestionamientos de eficiencia económica, energética y medioambiental, los cambios en los sistemas logísticos y de transporte de combustibles, etc, … evitando mezclar razones colaterales espurias.

Mención aparte tiene la situación en la que ha quedado como órgano regulador la Comisión Nacional de Energía, cuestión que el gobierno deberá abordar nada más llegar de las vacaciones. Organismo completamente trastabillado desde que se publicó el Informe sobre Costes y Precios, cuyo objetivo era acabar con el mercado eléctrico (y de paso la seguridad jurídica, la estabilidad regulatoria, el valor de las empresas y la inversión futura) y volver a los sistemas de reconocimiento de costes, ya conocido en su momento con el Marco Legal Estable. El organismo tiene “prolongado” el mandato de cuatro de sus consejeros (los designados en su momento por el Partido Popular) y necesita medidas quirúrgicas profundas, más allá de la sustitución de los salientes. Nunca este organismo había estado cuestionado de forma tan grave y esta vez por sus propias acciones, más que por el ‘ninguneo’ de Industria, más acentuado, si cabe en el penúltimo período antes de las elecciones, con reminiscencias freudianas de “matar a la madre”.

En medio de este panorama, cerramos el mes de julio con el escenario corporativo movido con la operación de adquisición de Unión Fenosa por parte de Gas Natural. La cuestión de las operaciones corporativas es un tema que lleva coleando en el sector energético desde hace años y, lo que parece evidente es que con esta reciente operación no se ha acabado, más bien puede que se reabra.

Para los que les vaya la política de altos vuelos, y con semejante perspectiva, habría que conseguir finalmente recentrar al Ministro de Industria como ministro del ramo en las cuestiones energéticas (e industriales, de comercio exterior, telecomunicaciones y turismo, etc…), frente a las veleidades de opinar y participar en la política económica, evitando caer en la tentación de la macroeconomía.

Por tanto, un otoño caliente, lleno de patatas ardientes, con una crisis (innombrable hasta hace bien poco), galopante. En septiembre todo se precipitará y el método de las patadas hacia delante a la pelota dejará de ser válido. Ya no queda tiempo para los ensayos, si aplicamos el lenguaje del teatro. Sólo sirve el del rugby.