La batalla jurídica de Garoña empieza ahora

Muchos frentes son previsibles en la batalla jurídica derivada del cierre de Garoña; algunos ya se han manifestado y otros apurarán hasta el 3 de octubre, momento en que los plazos jurídicos vencen. La primera en avisar ha sido la Junta de Castilla y León, quien ya ha acordado presentar recurso ante la Audiencia Nacional. Según se recogía en los medios de comunicación la semana pasada, la Junta alegaría el grave perjuicio económico que ocasiona la medida, que además considera injustificada, injustificable y arbitraria. Además, la medida, a juicio de esta administración regional, adolece de grandes defectos al no contar con las Administraciones concernidas, en este caso, el trámite de audiencia tras la emisión del Informe del Consejo de Seguridad Nuclear.

Paso por paso, los argumentos de la Junta son de mucho peso. En primer lugar, el perjuicio económico y de empleo. El perjuicio económico no sólo tiene que ver con el que lógicamente y legítimamente reclama la Junta. Tiene que ver con el efecto a medio plazo en la tarifa eléctrica de la eventual salida de parte de la producción nuclear, el aumento de la dependencia energética exterior, la sustitución por tecnologías emisoras, contaminantes y más caras. Es decir, de estropicio en el equilibrio de pesos relativos de las tecnologías en el mix de generación, algo que era calificado como modélico y equilibrado y que pasa a descompensarse. Los intentos baldíos de enfrentar renovables a nuclear (es el mix que proponen la Unión Europea y los EEUU) y la defensa en términos de políticos, más que jurídicos y energéticos hacen el resto.

De hecho, conscientes de que esta decisión causa notable perjuicio económico, la maquinaria propagandística y de comunicación política se apresuró a anunciar un plan para la zona que incluía un nuevo Parador Nacional (¿?), un paliativo leve para la destrucción de tejido productivo directo e indirecto y del que nunca más se supo. Al Plan ya se le denomina Plan Fantasma, lo cual ya es indicativo de la convicción que refleja el Gobierno y de lo pronto que se le pasan las actuaciones orquestadas en el plano del márketing. Parece que la comunicación política se topa con sus peores enemigos: la improvisación y el oportunismo.

El segundo argumento tiene que ver con la idea de arbitrariedad e injustificación. Justificación y excusa son cosas diferentes, tengámoslo claro. Cuando se utiliza la lectura integrista del programa electoral socialista en las pasadas elecciones que indicie el cierre de Garoña, estamos hablando de excusa. Y también hablamos de excusas, cuando hablamos del Informe de la Fundación Ideas (del que ya nadie habla, por cierto) en su debilidad económica y su argumentación urgente y apresurada, agónica y agonística. Por tanto, teníamos que haber visto cómo se procuraba dar cuartelillo a la decisión con el Informe de la Fundación Ideas que el intelectual socialista, Jesús Caldera, dirigió o encargó. Por otra parte, hay que tener en cuenta la debilidad de los argumentos dictados de índole político de la Orden Ministerial que sigue, en términos económicos, jurídicos y de derecho administrativo. Además el grado de la norma (una Orden Ministerial) da idea de su fácil revocabilidad, por ello el acento en la palabra irreversible.

Por tanto, la arbitrariedad es palmaria, en la medida que se trata de una decisión presidencial-presidencialista al margen de la legislación, los procedimientos y las instituciones. Y, posiblemente, Zapatero se quemó especialmente en ese empeño personal de hacerla personalista y que se viera. Recordemos múltiples intervenciones en medios de comunicación, con mensajes felinos, en un principio, y algunos no tanto, como el bochornoso espectáculo en «Las mañanas de Cuatro», con afirmaciones erróneas y tergiversaciones de grano gordo.

Pero lo más grave, finalmente, es la resultante de todo: el importante deterioro institucional, la corrosión de los mecanismos de decisión política, el estropicio realizado con un órgano regulador como el Consejo de Seguridad Nuclear. El intervencionismo entiende poco de independencia y mucho de arbitrariedad. A veces la política de partido se apunta a considerar que la política momentánea todo lo puede, por encima del Estado de Derecho y de la gestión de los asuntos públicos.

En círculos jurídicos especializados se aventura poca suerte a la orden de cierre de Garoña. Por otra parte, Nuclenor ha concertado al Uría Menéndez la estrategia jurídica en una batalla que se anticipa sin cuartel. En juego está que la planta opere hasta 2019 (tal y como permite el Consejo de Seguridad Nuclear) e indemnizaciones que incluyen el lucro cesante y que podrían ser de mareo. Y, el pasado sábado, Mariano Rajoy, en su encuentro con los alcaldes, hizo suya la posición de Garoña, con una breve pero eficaz crítica a la decisión de Zapatero. La batalla jurídica ha comenzado y al Gobierno, en pendiente de bajada, con muchos frentes abiertos, empiezan a caérsele los brazos.

Operación retorno y consenso energético

La comparecencia del Presidente del Gobierno para abrir el curso político nos ha devuelto a la realidad de septiembre. Zapatero ha anunciado que volverá a convocar el diálogo social y político para llegar a un consenso sobre el “nuevo modelo energético” y sobre la “educación”.

Quede claro que estas dos propuestas políticas, tomadas en serio y de forma solvente, son positivas per sé, con independencia de las matizaciones y precauciones que se deben realizar respecto de este anuncio. En ese mismo contexto, se ha mezclado la elaboración de la Ley de Economía Sostenible, trasladada a la globalidad del ejercicio 2010, a la vista de los pobres contenidos y de su evidencia pública, para escarnio veraniego del Gobierno (ley que, por otra parte, en modo ómnibus iba a incorporar la Ley de Eficiencia Energética y Energías Renovables, rediviva y también prometida con anterioridad en otro golpe de efecto).

Por eso, con todas estas salvedades, habría que ir a la precisión del anuncio, al detalle y la letra pequeña. Es positivo, indudablemente, que exista consenso, acuerdo político entre gobierno y oposición en lo que se refiere al futuro del sector energético en nuestro país.

En primer lugar, porque habría que tener muy claro el modelo de generación, el de mercado y el de comercialización, sin que la controversia política afecte al funcionamiento del sector energético y a lo que deberían ser sus bases de funcionamiento, presentes y futuras. Eso, junto con la combinación de un sistema institucional serio, fuerte y respetable.

La segunda cuestión a matizar es el concepto de “nuevo modelo energético”, que, unido a lo de “nuevo modelo productivo”, produce algo así como mareo, sobre todo en la medida que se ha acuñado como uno de esos eufemismos de “comunicación política” de los que todo el mundo habla, pero nadie sabe lo que son en realidad.

En la actualidad, seguimos en una situación de caída de la demanda de electricidad, existencia de capacidad de oferta, necesidad de abordar (en serio) Kioto y los compromisos e implicaciones en lo que se refiere a emisiones y al aumento del coste de generación para determinadas tecnologías. Es decir, sostenibilidad ambiental y económica en serio, unidos a un mercado con seguridad jurídica y estabilidad regulatoria.

Y, por todo ello, habrá que bendecir esta propuesta, que lógicamente dista mucho de lo que hemos visto en el principio de verano con Garoña, donde ideología, improvisación y cesarismo se han mezclado a partes iguales, junto con la falta de responsabilidad de gobierno, elementos a los que s eha añadido una forma de excusarse en términos de programa de gobierno y que han producido una decisión institucionalmente perversa (pretendiendo deteriorar de forma inmisericorde al Consejo de Seguridad Nuclear) y peligrosa.

Además, un modelo energético o un modelo productivo, no es una cuestión que se cambia de la noche a la mañana, ni a golpe de decreto ley. Y, porque la unión de todas estas propuestas, su totum revolutum nos puede llevar a un debate en el que muchos agentes generen expectativas infinitas o superiores a la realidad. Sobre todo cuando se mezclan con otros problemas unidos a la crisis como es el empleo o el desarrollo industrial. De hecho, también hay que tener en cuenta las posiciones de grupos minoritarios, como Izquierda Unida o ERC dispuestos en la refriega presupuestaria a “darlo todo por el gobierno”, con las debidas contraprestaciones, pero que guardan posturas muy particulares y maximalistas en cuestiones como la nuclear o las renovables.

Por tanto, un nuevo modelo económico o productivo es algo que tiene muchas implicaciones y mucho más serias que la política basada en los eslóganes y que no cree en nada. En realidad, tenemos que ir hacia un modelo energético que evolucione el actual y lo haga sostenible económicamente y medioambientalmente, en términos de inversión y de factura eléctrica. Lo cual, acabará remitiendo ineludiblemente a dos temas claves: la nuclear y las renovables, y su participación de forma combinada en el mix de generación español (no de forma opuesta o sustitutiva, como ha intentado el gobierno ensayar demagógicamente en la defensa de la decisión de Garoña).

Hay que recordar que nuestro país tiene un grado de independencia energética muy bajo. Dicho al revés es muy dependiente, y además poco eficiente energéticamente, por lo que es muy importante tomarse en serio el modelo energético y su evolución. Por tanto, bienvenido sea el consenso en el modelo energético. En la definición de la evolución del modelo, en su diseño futuro económica y medioambientalmente sostenible, en su consolidación, en su funcionamiento, en su institucionalización y reforzamiento. Pero, en serio.

Zapatero debe comparecer en el Parlamento para explicar su decisión de cerrar Garoña

Se puede engañar a alguien una vez, se puede engañar a alguien siempre, pero no se puede engañar a todos siempre. Y, eso es lo que está pasando en el tema de Garoña con la actuación del Presidente del Gobierno, único responsable de la decisión tomada y hecha pública ayer. Por mucho que se haya querido vender la misma como equidistante, de forma que iba a “molestar a todos”, como el árbitro que pita penaltis falsos sucesivos en áreas alternativas de juego, la decisión sobre el cierre de Garoña no es equilibrada, es radical. Es un cierre nada encubierto, claro, manifiesto, postergado, que no cumple con el principio de vida útil de la planta certificada técnicamente, no se atiene a una lectura no dogmática del programa electoral socialista y, que además, ha utilizado falsedades (el número de centrales en operación, el número de centrales con ampliación de vida útil, el número de centrales en construcción…, datos falsos, inciertos y manipulados, de aparición constante en las sucesivas intervenciones de Zapatero, adicionando el componente de estado asistencial supletorio); es una decisión que ha partido de prejuicios y posicionamientos ideológicos y la concesión de prerrogativas a los contrarios a la energía nuclear y a este reactor en particular.

Por ello, cuando un Presidente de Gobierno toma una decisión como ésta tiene que explicarla, argumentarla o, al menos, pasar por el estrado para defender una posición personal con consecuencias para todo el Estado, para la economía y para toda la ciudadanía. Cuando la justifica en el compromiso con los electores especificado en el programa electoral debe explicarla ante los elegidos y votantes que, presuntamente, habían comulgado con el apartado 2.1. del programa electoral. Y no debe ser ni el Ministro de Industria, ni el de Trabajo, que fueron retirados en su momento de la decisión para que se cocinase en la Moncloa, los que hayan tenido que presentarla en público y “dar la cara”.

Cuando un Presidente de Gobierno decide causar un quebranto a los españoles que puede estar en cifras astronómicas (incluyendo indemnizaciones, lucro cesante, energía y fuentes alternativas, subida de la luz, etc), debe dar explicaciones a la sociedad de las razones a esgrimir de una decisión derrochadora, caprichosa y manirrota que, además de tener costes directos, atenta contra la credibilidad, la confianza y la seguridad en nuestra economía, nuestra regulación y nuestras instituciones. Cuando un Presidente del Gobierno se instala en el radicalismo y en la polarización, en medio de una grave crisis económica, debe justificar su postura y puede ser cuestionado de forma pública y exponerse directamente a los resultados de una política tan arriesgada para el país.

Cuando un Presidente de Gobierno no es capaz de dirigir el diálogo social, teme y evita el conflicto social (¡a mí no me hacen una huelga general!) y, por otro lado, decide cerrar una central nuclear en contra de todos los agentes sociales (empresarios, sindicatos y trabajadores) así como contra el gobierno de la Comunidad Autónoma con sus legítimos intereses y posicionamientos, tiene que explicarles directamente y mirándoles a los ojos por qué deteriora y demedia las relaciones con los agentes sociales e institucionales. Por ello, tanto la Junta como el Parlamento regional de Castilla León deben pedir explicaciones directas al Presidente del Gobierno. También debe dar una explicación a los responsables de las Comunidades Autónomas de las instalaciones que tienen que pasar por procesos similares en breve para que sepan cuál va a ser su criterio.

Cuando un Presidente de Gobierno decide, con 3 millones y medio de parados, causar un daño al empleo, deprimir una zona geográfica, hundir el tejido productivo y empresarial, generar paro a cambio de promesas y planes vagos y etéreos, que nunca funcionan (vean el caso de Zorita, como expuso Televisión Española en su Telediario del pasado miércoles), debe dar una explicación a los perjudicados, trabajadores, familias, hombres y mujeres que padecerán las consecuencias de su decisión. Y, lógicamente, a los representantes de los trabajadores, a sindicatos y a empresarios.

Cuando un Presidente del Gobierno falsea información en los medios de comunicación, miente continua y deliberadamente, utiliza los argumentos para confundir a los españoles, debe ser sometido a censura y escrutinio público. No se puede decir que se cierra Garoña porque hay un exceso de oferta de electricidad hoy, porque precisamente los excesos de oferta permiten precios bajos de lo que pagan los ciudadanos en sus recibos. Y porque en 2013 se prevé que se recupere la demanda y, para atenderla, será preciso nuevamente malgastar el dinero en inversiones que podrían haberse evitado con un buen gobierno de los recursos. En energía estas decisiones son siempre de largo plazo y el cortoplacismo político explica poco y, lo que es peor, confunde.

Tampoco un Presidente de Gobierno puede polarizar a la sociedad porque Garoña pertenezca a unas empresas y quiera jugar al viejo estatalismo frentista de los intereses de las empresas, al izquierdismo trasnochado de los años 60, devolviéndonos a la terminología de los patronos, al modelo expropiatorio, intervencionista (versión personal), y al lenguaje de que la rentabilidad es mala en una actividad que suministra energía a la sociedad. Hoy el problema que hay aquí creado es otro, de amplias consecuencias políticas, sociales y económicas a nivel general. Cuando, además, el Gobierno tiene perdida la credibilidad en lo que se refiere a las decisiones económicas, tiene que esforzarse mucho más en que sus afirmaciones no sean frívolas, banales, vacías o dogmáticas, dado que, ya seguramente, esta estrategia no le vale de mucho, habida cuenta de que es de puro sentido común que cerrar una instalación que funciona, la 31ª del mundo según los rankings y echar a la gente a la calle es un dispendio, cualquiera que sea la titularidad del mismo.

Cuando un Presidente de Gobierno decide ningunear a sus ministros y a los órganos de regulación y supervisión y gobernar desde el búnker con los influenciadotes externos y sus “spins doctors” (con mayor o menor fortuna), debe explicar en el Parlamento, el supresor de la soberanía popular que debería haber dirigido previamente el debate sobre el futuro energético. Zapatero tiene, por tanto, que responder a toda la sociedad, no sólo ante el número concreto de votantes ideologizados de mitin y bocadillo, o los de la corriente que le apoya (muchos menos que los votantes totales del PSOE). Arrogarse, por tanto, los once millones de votantes, como favorables a lo de Garoña porque se recogiera, más o menos crípticamente, en el programa electoral es una barbaridad, una apropiación política indebida y utilizar al pueblo para actuar en términos de “El Estado soy yo y mi ideología”.

Cuando un Presidente de Gobierno se presenta como defensor de la causa del medioambiente y, derivado de sus decisiones, aumentan las emisiones contaminantes, la dependencia energética, la factura de los combustibles fósiles (que sí que está demostrado que son perjudiciales para la salud, primera causa de muerte en el mundo según la ONU, frente al pánico inducido, inflamado y artificial pánico antinuclear basado en el terror colectivo y en la manipulación de las masas), hay un problema. Además estas emisiones contaminantes debe ser sufragadas por la sociedad en forma de derechos de emisión. Por tanto, la sociedad tiene que pedir explicaciones a este gasto, a este estipendio, a esta cuenta y explicaciones de por qué la tenemos que pagar más, sin necesidad.

Cuando el secretario general de un partido político aniquila, neutraliza, bloquea las posiciones discrepantes y decide gobernar con su camarilla, debe dar explicaciones a todo el partido al que representa. Cuando decide interpretar el programa torticeramente, de forma que confunde lo que está bien con lo que le conviene o interesa a sus posiciones ideológicas particulares, tiene que comprender la composición de la militancia, en la que empieza a cundir el pánico y sus distintas posturas.

Por ello los grupos parlamentarios deben requerir la presencia del Presidente y no conformarse con menos. Debe ser en sede parlamentaria, debe ser donde reside la soberanía popular, ésa que ha sido utilizada como excusa, como coartada, como instrumento al servicio de sus posiciones ideológicas (la palabra dada e interpretada), aunque ya la sociedad no quiera una solución que es costosa e ineficiente y, realmente por ello, haya sido traicionado su voto. Debe exponerse a la crítica, a la censura de los representantes y debe ser exigido a la evidencia del vacío. Y, en lógica correspondencia, a un ejercicio de defensa pública para lograr convencer a los españoles de que la decisión persigue el bienestar de la sociedad. Cualquier otro criterio es falaz o no es propio de un gobierno.

Afortunadamente, pocos gobernantes en el mundo han actuado por motivos ideológicos en esta crisis, sino por motivos pragmáticos. En eso sí que somos la excepción. Nadie puede estar tranquilo. Ni empresarios con sus empresas, ni trabajadores con sus puestos de trabajo, con un ejercicio de gobierno de estas características que puede abstraerse de los problemas reales de los españoles, de las necesidades de nuestra economía y de los principios que garantizan el funcionamiento de la sociedad: la seguridad jurídica, la estabilidad regulatoria, el respeto a las instituciones, a los mecanismos de mercado, de organización libre de la economía (con buena regulación), la ausencia de arbitrariedad e intervencionismo y la confianza en quienes nos gobiernan porque atienden al bien común. Todo eso ha quebrado ayer.

La decisión sobre Garoña entra en su recta final

Al menos en primera instancia, parece que el plazo para que el Gobierno resuelva sobre la continuidad de Garoña está llegando a su fin. Se habla del próximo Consejo de Ministros como el momento en que podría pasar a ser pública la decisión. Es decir, cabe la posibilidad de que el próximo viernes conozcamos finalmente el desenlace sobre la continuidad de la instalación, una vez que el Consejo de Seguridad Nuclear diera su conformidad inicial y revisara su informe (a petición del Gobierno), por si, eventualmente, el Ejecutivo decidiese reducir la autorización de operación de diez años que otorga el CSN tras sus estudios técnicos.

En todo caso, es momento de hacer balance sobre la situación actual y las últimas novedades, además de incorporar lecturas adicionales a la controversia desde el punto de vista de su repercusión, su alcance y sus transparencias. Sobre todo porque su trasfondo va dejando secuelas importantes en los concernidos y en la sociedad, que asiste atónita a un ejercicio justificativo/defensivo que además es impropio. Hasta el momento, el objetivo ha sido “taponar” el debate nuclear y sustituirlo por los deseos del que manda y, con el tema sin resolver, la decisión sobre Garoña supone romper los cauces que deberían estar articulados por la normativa y la seguridad energética y económica. ¿Por qué?

Lo que está claro es que Garoña es uno de los problemas del Gobierno, y uno de los riesgos latentes en la estrategia de polarización y de radicalización del ejecutivo, en una ideologización de la acción partidista muy peligrosa, en el tobogán político en que se ha instalado el Ejecutivo.

Sobre todo, porque ya se ha transmitido a la opinión pública que todo el problema se ciñe al empeño presidencial, por motivos ideológicos, en el cierre de las centrales nucleares y, más en concreto, en el caso de Garoña. De ahí el Informe de la Fundación Ideas, apresurado y cocinado con rapidez para intentar justificar con argumentos una posición contraria a la continuidad de la operación de la instalación.

Por eso, parece que en el entorno del Presidente empieza a cundir el terror al respecto. Por un lado, enontramos el cambio acelerado de la opinión pública respecto a la energía nuclear y lo rápido que han sido amortizadas las falsedades utilizadas como excusas (ya sean las manipulaciones y tergiversaciones en torno al concepto de “vida útil” o que en el mundo no se construyen nuevas centrales o se aumenta la vida de las mismas, cuando está pasando todo lo contrario). Por otro lado, se ve cómo la sociedad busca excusas en el mundo internacional, empieza a acertar poco, con el desarrollo que Obama viene realizando en esta materia.

Las posiciones contrarias a la continuidad de Garoña (una de las instalaciones con mayor disponibilidad, 31ª del mundo en el ránking de centrales nucleares, con inversiones millonarias recientes en seguridad y actualización y con un número de generaciones semejantes a éste con vida prolongada hasta 60 años) con el apoyo a este deseo de los colectivos ecologistas, que no han acogido el problema del cambio climático como primer problema de la humanidad, además de irrogados en “alter ego” del Consejo de Seguridad Nuclear, enmendando la plana a los técnicos y profesionales de este organismo.

Por otra parte, el resto de declaraciones no son nada tranquilizadoras, sobre todo para los trabajadores que son los que más tienen que perder y en los que más justificado está el activismo en este proceso. La semana pasada la Vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, en cuya mesa acaban todos estos temas “difíciles”, (y podemos señalar, que según nuestras fuentes, el caso Garoña está allí), quiso preparar a los damnificados. Afirmó que el Gobierno no permitirá esten desprotegidos, sea cual sea la decisión al respecto: el presupuesto del Estado, el déficit se ocupará del asunto. Vino a decir “que no falte de ná”. Además de confiar, como se confía en los brotes verdes, en que las tareas de desmontaje darán trabajo durante diez años (¿a quién?, ¿los que desmontan son los mismos que los que operan?, ¿a qué tipo de profesionales y trabajadores?, ¿y el empleo indirecto?, demasiadas dudas). Y que la gente no tema a sustituir el empleo, la inclusión del trabajo, por el “mano sobre mano” subvencionado, el sometimiento al pesebre, la distribución de la riqueza por la administración de la miseria y la pobreza.

En medio de todo esto, las coartadas medioambientales se han visto cuestionadas por el consenso mundial en torno al problema del cambio climático, donde parece haber mayor identidad de criterios a nivel internacional e institucional, incluyendo a la ONU y la Unión Europea. Y, en eso, la energía nuclear cobra mayor vigencia, dado que es una tecnología no emisora de gases efecto invernadero.

En todo caso, quedan muchas más claves en términos de política interna que se seguirán desgranando esta semana. Permanezcan atentos.

Subir la luz, las tarifas de último recurso y la carencia de comercialización

Esta semana la Comisión Nacional de Energía (CNE) estudiará la fijación de las tarifas de acceso a las redes (también denominados “peajes”), cuestión que empieza a tener mayor interés y relevancia en la medida que su determinación permitirá, en mayor o menor medida, abrir el camino al desarrollo de la actividad de comercialización en la electricidad. La primera cuestión a reseñar es, ciertamente, la muy incipiente actividad de comercialización que casi no tiene presencia hoy en la ofertas a las que pueden acogerse los consumidores. Unido a este hecho, en el escenario de crisis económica, se blanden sables políticos (de distinto signo) con la “subida de la luz”, dado que nadie es partidario de dar una mala noticia, por mucho que fuera esperable o reconocible, con independencia de que esta crisis de demanda pueda hacer mucho más suave este cáliz. Pero este cáliz existe y, al menos, se ha decidido abordar con la mayor ortodoxia posible, por lo que hemos visto hasta este momento.

La carencia de una oferta desde la actividad de comercialización tiene su lógica plena en la medida en que aún no se conoce la metodología que finalmente se adoptará para el cálculo de las tarifas de último recurso, pendiente del resultado de las subastas Cesur y, en definitiva, no se conoce el grado de aditividad final que realmente tendrán dichas tarifas. Consecuentemente, es complicado encontrar ofertas para los consumidores si no se conocen todos los términos de la tarifa y, hasta el momento, quedan por despejar un número importante de incógnitas. Evidentemente, es complicado encontrar las ofertas, porque más difícil es formularlas.

Por otra parte, hay que recordar que hasta hace bien poco, se estaba cuestionando de manera estéril el proceso de liberalización, lo que ha dado lugar a que no se tenga conciencia de la importancia que la comercialización puede tener en la continuidad de las reformas del mercado eléctrico, de forma que se consiga una mayor competencia y mejores precios finales para los consumidores. Lo que, en todo caso no cabe, es la introducción de dudas “existenciales”, de suspicacias que, en realidad, parten de no concebir o estar de acuerdo con la liberalización, de no comprender la actividad de comercialización en un mercado competitivo o de pretender que el modelo tarifario sea lo mismo que hemos tenido hasta el momento, pero bautizado de otra manera. Es decir, violentar el proceso, por el planteamiento retroprogresivo de “El Gatopardo”: que todo cambie para que todo permanezca igual, configurando un intervencionismo en precios que impida la competencia y no la potencie.

Si unimos a este estado de cosas, la constatación del escaso grado de conocimiento por parte de la población del problema del déficit tarifario y de la insuficiencia de la tarifa actual para atender todos sus componentes, podemos fijar un escenario poco halagüeño para la comprensión de que las tarifas de último recurso tendrán que subir, mecanismos demagógicos aparte. Un excipiente propicio para mensajes protectores o estatalistas.

Por otra parte, si se dan los pasos regulatorios adecuados, se debe acelerar el hecho de conformar una oferta de comercialización por parte de los operadores que active este mercado. Por tanto, antes hay que pasar el trago del equilibrio de las tarifas con respecto a sus costes, asignatura pendiente, para el que hay calendario y mecanismos de amortiguación, como el “bono social” para cuatro millones de consumidores. En ese escenario, debe ser comprensible una evolución al alza de las tarifas eléctricas (no olvidemos que hasta este momento se han mantenido por debajo de sus costes por motivos políticos) a la par que se desarrolla este mercado.

En todo caso, todo parte de actuar con credibilidad, determinación y convicción en el mercado de la comercialización en el medio plazo. Seguramente es una actividad hasta el momento poco “comprendida”, pero muy necesaria para cerrar el modelo de liberalización en el sector eléctrico. Por eso, es razonable elevar progresivamente las tarifas de acceso y contemplar los márgenes que precisa la actividad de comercialización para que puedan existir ofertas flotantes, como es la prima de riesgo existente en este mercado. Y que, finalmente, después de todo este proceso la subida de la luz deje de ser potestad gubernativa, argumento de política partidista, es decir, que todos entendamos un poco más el funcionamiento de un mercado liberalizado (en generación y distribución), bien regulado y supervisado. Y nos centraremos en cómo hacer un mix energético que resulte sostenible económicamente y medioambientalmente, sin trampas, ni ”gaps” con la realidad. Lo importante es explicarlo bien.

El informe del CSN y la continuidad de Garoña

En muy pocas ocasiones la noticia energética de la semana sucede en fin de semana, o casi en fin de semana, como ha sucedido con el informe del Consejo de Seguridad Nuclear, referido a la renovación de la central de Garoña y primer paso en el proceso decisorio al respecto. En algún caso, se podía haber imaginado el ideal de que el Consejo de Seguridad Nuclear hubiera echado un “capote” a los partidarios del cierre de la instalación, con un informe contrario a la misma.

Pero no, ha dejado la cuestión en el plano político del gobierno y en su decisión, dónde hoy conviven, al parecer, distintas tendencias. Cómo se podía leer en el diario El País, parece que los socialistas se dividen entre los que “quieren cerrar todas las nucleares y los que quieren encender la luz por las mañanas”. Este país se había hecho enormemente pragmático con los años y la ideología tiene hoy sus límites: la seguridad de suministro y la economía, la general y la doméstica. Por ello, la opinión pública empieza a cambiar lentamente sobre la opción nuclear, y si se explicara con transparencia y de forma extensiva los efectos de abandonar la tecnología nuclear, puede ser que otro gallo nos amenizaría el comienzo del día.

Por tanto, la clave está en la potencia de los motivos ideológicos que puedan soportar una decisión arbitaria y el juramento sobre el programa electoral para cerrar una central segura, eficiente y… necesaria. Y, además, cómo es consentido en un momento en que los precios del petróleo nos recuerdan que somos mortales y que, a lo mejor, nos apuntan su tendencia alcista. Hoy se recuerda como Felipe González por motivos económicos (no ideológicos) cortó el desarrollo de nuevas instalaciones nucleares, implantando la famosa y confundida deliberadamente por sus detractores “moratoria nuclear”. Hoy probablemente haya que hacer lo contrario.

Parece que otro de los jugadores en liza es el lobby ‘medioambientalista clásico’, preferentemente el cercano al PSOE y su influencia (y al que se le contrapone el denominado “lobby nuclear”). Así, en toda esta paradoja, tenemos a determinados grupos ecologistas que se encuentran alineados con las fuentes de energía fósil contra la central nuclear, que, por otra parte, no es emisora de CO2. Parece, que las políticas hacen extraños compañeros de cama. Hay que recordar que hoy existen dos argumentos medioambientalistas que no todos los colectivos ecologistas comparten: uno, los que inciden en la lucha contra el CO2 y efecto invernadero y; dos, los que se centran en la lucha contra los nucleares por motivos ideológicos. Por ejemplo, entre ellos, está el el fundador de Greenpeace que considera que las nucleares pueden contribuir a la disminución del efecto invernadero. En todo caso, en España el problema de las emisiones no parece estar resuelto, aunque si oculto por la disminución de emisiones de ha provocado la reducción de actividad de esta crisis. En todo caso el problema, incluso desde la perspectiva medioambiental, no es tan simplificado como se quiere mostrar.

Por eso, cobra especial importancia todo lo que se escribe sobre el Presidente del Gobierno, su voluntad y lo que sería «su decisión», por lo que tendremos un tiempo de globos sonda, interpretaciones de hechos y palabras y lectura de posos del café. En este punto, nos encontramos como el diario El Mundo, señala que Zapatero se “inclinaría” por el cierre de la instalación y por un plan de empleo para esta comarca burgalesa. Sería esa propuesta la de apuntarse al tiempo de las promesas y al de utilización fácil de la máquina del gasto público (y el déficit público, con sus consecuencias futuras de endeudamiento y de financiación de nuestra economía). Desde el punto de vista de la retórica política se podría haber encontrado con la fórmula mágica: cierre de la central, prolongación de vida útil mínima para dar tiempo al desmontaje de Zorita, anuncio de plan de empleo (que luego necesita tiempo para hacerse realidad, eso sí), posibilidad de que haya corte de cintas y carteles de propaganda. A cambio, incertidumbre.

En todo caso parece mentira que el dilema, la “ecuación sin salida” para Zapatero a la que se refieren otros medios, sea cometer una arbitrariedad: cerrar una central que técnicamente puede proseguir con su actividad de generación de electricidad, con un coste en términos de indemnizaciones alto (amortizaciones pendientes, nuevas inversiones se han venido haciendo estos últimos años, hasta 150 millones de euros y, eso sin contar que el propio CSN recomienda 50 millones más, en contra de la indigencia económica que apoya las teorías retroprogresivas que señalan que “estas instalaciones están totalmente amortizadas”). Además de estos costes directos, sería necesario incurrir en otros costes derivados: el desarrollo de un programa de gasto público para “recuperar la zona” (es decir de montar deprisa y corriendo un Plan B que tarda en fructificar y acertar), el coste de la subida de precios de la electricidad y con los costes de su sustitución en términos de energía fósil (que vuelve a apuntar subidas de precios), en términos de dependencia y emisiones. Y, ello, generando un conflicto político (otro tipo de costes) con la Junta de Castilla y León y con su partido a nivel regional y ver como se salva, a nivel institucional, el posicionamiento unánime del informe del Consejo de Seguridad Nuclear. Por tanto, la ecuación tiene salida, pero muchas son las incógnitas que hacen complejo el polinomio y muchos los costes.

Lo sensato, por tanto, parece que sería, a la vista de un escenario tan complejo, optar por la continuidad de Garoña, frente a las razones ideológicas y de suplantación del debate nuclear previo, nunca celebrado. Más en estos tiempos de crisis económica, en los que hay que dar ejemplo de responsabilidad en la toma de decisiones. En primer lugar, porque no todas las decisiones económicas tienen que ser de gasto público a la espera de los “brotes verdes”; pueden ser de eficiencia y de confianza institucional.

Los economistas sensacionalistas y el informe de la discordia

El pasado viernes el diario Expansión publicaba un artículo titulado “El informe que destruye empleos renovables”. El artículo era una contestación a un informe que había sido elaborado/impulsado por el presidente del Instituto Juan de Mariana, Gabriel Calzada, con el apoyo de la Universidad Rey Juan Carlos titulado «Study of the effects on employment of public aid to renewable energy sources». Bien es cierto que el Informe ha tenido un importante calado internacional, sobre todo en Estados Unidos, lugar donde parece que era el destino original del mismo, con independencia de los daños colaterales que pudiera producir en España su publicación y difusión.

Primera aseveración, igual que hay jueces estrella, hay economistas sensacionalistas y varios temas relacionados con la energía prometen. Sobre todo en este momento en que determinadas afirmaciones simplificadas y empaquetadas en formato libro de aeropuerto van pasando de boca en boca y ganan eso que los expertos en internet llaman viralidad (decíos las cosas los unos a los otros y cread polémica, como si fuera un mandato bíblico). En este caso, le toca a un Informe que tenía, más o menos, como objetivo convertirse en una soflama contra el impulso de las energías renovables, y más concretamente contra las políticas seguidas en España en este campo.

El protagonista de este informe, Gabriel Calzada, estuvo incluso en horarios “prime time” en programas ‘talk-shows’ de la cadena ultraconservadora Fox. Hay que reconocer que, al menos, es curioso que un economista, responsable de un ‘think tank’ español, tenga una presencia en la política norteamericana tan amplía, extensa y repentina, si no estuviera perfectamente orquestado previamente. Se habla, por ello, de que el informe está auspiciado por un lobby muy importante ligado al partido republicano (lo cual no es bueno, ni malo, si al menos fuera algo razonable y equilibrado) y a posiciones cercanas a las empresas petrolíferas (que, por cierto, estarían muy interesadas en que la evolución previsible futura de precios del petróleo fuera más rápida y más intensa, gracias a que se mantenga la dependencia energética en el universo mundo). Por tanto, igual que hay lobbys de renovables, hay lobbys de petróleo y hay que explicar esta polémica, ubicada en USA, en estas claves.

Al parecer el efecto (dañino) ha tenido repercusión, porque las conclusiones de este informe parece que han llegado al entorno del presidente Barack Obama, de forma que las alusiones iniciales de su mandato a nuestro modeloenergético renovable se han desvanecido en la nueva Administración americana, tan impresionable por un informe tan demagógico, como poco solvente. Hay que reconocer que Obama es keynesiano, pero no ‘manirroto’ (como nos quieren hacer creer aquí) y, por tanto, ya ha articulado varias precauciones sobre la política española, con una cierta fama que le precede de generosa y “poco medida”.

El informe, en su sesgadez, cuestiona la política de apoyo a las energías renovables de nuestro país. Y, lo hace, con dos elementos: primero, la existencia de “subvenciones” en el modelo español. Algo que no es cierto: lo que han existido han sido primas de apoyo a estas tecnologías liquidadas contra la tarifa eléctrica pagadas por los usuarios. Alguien tendría que explicar la diferencia entre subvenciones, subsidios cruzados y transferencias a nuestros intelectuales económicos de cabecera. Es decir, la política interna de apoyo a las renovables que se ha articulado, se ha conformado sin precisar acudir a los Presupuestos Generales del Estado, es decir, al erario público, sin detraer recursos públicos. Eso es obvio y lo contrario es una falsedad.

El segundo elemento, recogiendo el mal extensivo a la nueva clase de profesionales de la economía, que desarrollan modelos, abstrayéndose de los datos para demostrar conclusiones previstas desde el principio (prejuicos), realiza una comparación de la intensidad de capital del sector de las energías renovables y su traducción en creación de empleo. Sobre esa cuestión, sobre esta simplificación “se monta” la que se monta, afirmando que cada empleo renovable destruye dos (por comparación de otros sectores y efecto expulsión de la inversión, al que aludiremos después).

También el Informe se olvida de los precios relativos de otras energías, materias primas, sin un buen conocimiento del mercado eléctrico español, además de utilizar en ocasiones datos desfasados en sus estudios. Para ser ultraliberal un análisis de mercados, de precios y de sensibilidad a la evolución del petróleo no estaría de más. Y, por ello, también debería analizar, cómo estas energías están logrando, poco a poco, acercarse a un escenario de competencia en el mercado, es decir, de no necesitar primas y participar con el resto de tecnologías en un entorno competido. Por tanto, el modelo se basa en promocionar una industria de generación cuyo destino es el mercado, reduciendo poco a poco su retribución, en función de ganancias en eficiencia y mejoras tecnológicas.

A partir de ahí, llega a varias conclusiones: la principal es que las renovables son caras, muy caras, comparativamente con el empleo que generan, en la medida que el capital instalado por empleo generado es excesivo comparativamente con otros sectores. Y, por tanto, “destruyen empleo”. El problema es que ese análisis en cualquier tipo de tecnología energética siempre saldrá así, dado que es un sector muy intensivo en capital. Además es un sector necesario en la economía; por lo tanto, le gusté o no al presidente del Instituto Juan de Mariana, será necesaria la existencia de sectores donde haya mucho capital instalado por empleo generado. Aquí y en USA.

En el análisis de si algo es caro o barato falta saber cuál sería la alternativa para que la producción renovable se hiciera con otras tecnologías basadas en combustibles fósiles y su efecto en los mercados de electricidad, estando bien diseñados. Seguramente hubiéramos asistido a precios muchos más altos en los mercados de generación de los que hemos tenido hasta el momento (y eso que ha habido fases de precios muy altos, justo cuando el petróleo estaba especialmente alto).

Segunda cuestión que lastra el Informe del presidente del Juan de Mariana es que es un ‘negacionista’ del cambio climático, por lo que se abstiene de las consideraciones medioambientales en su estudio y de los mercados y coste del carbono. Por tanto, toda la contaminación puede ser bienvenida. Además de utilizar datos parciales, algunos incluso desfasados o aseveraciones como el efecto “crowding out” (expulsión) del empleo realizado en otros sectores.

En todo caso, cabría advertir contra esta tendencia a la elaboración de Informes simplificados sobre temas complejos. Simplificar problemas complejos en aras de sacar conclusiones y prejuicios preestablecidos es un ejercicio peligroso y arriesgado y de consecuencias sobre la economía y el medio ambiente, que exigen más responsabilidad que el entregarse a determinados intereses, más o menos legítimos. Por tanto, los informes podrán tener “audiencia”, pero están inhabilitados para describir una realidad o sacar conclusiones. Y así, se hace un flaco favor al sector energético, a la economía española y a la sociedad.

Por cierto, y en la misma línea. Mañana hablaremos del Informe de la Fundación Ideas, que en sentido contrario, tampoco se queda corto, por lo que parece claro que es necesario reclamar serenidad, equilibrio y sentido común. Así, que en cuanto se haya informado un poco más, dado que tiene un equipo más riguroso que todas estas propuestas espurias que aparecen procedentes en nuestra ejecutoria patria, ¿qué pensará Obama de nuestros “economistas” y de sus informes?

Aquelarres, procesos elusivos y estratagemas contra la liberalización eléctrica

Sería momento de hacer un repaso a los modos de oposición a la última fase del proceso de liberalización pendiente en el sector eléctrico y de cómo se puedan apreciar desde un desconocimiento generalizado (real o intencionado), hasta posiciones y comportamientos como los que van apareciendo tanto en la escena partidista del ámbito político (la posición del principal partido político de la oposición, el Partido Popular, que inició el proceso de liberalización eléctrico en 1998), la intervención de los medios de comunicación o la posición de la Comisión Nacional de Energía conocida ayer a raíz del análisis de la metodología de la tarifa de último recurso.

Un ejemplo de esto último, es el que pudimos escuchar hace dos noches en la tertulia nocturna de la Cadena Ser, uncidos en este proceso de cambio en el sistema de tarifas hacia la liberalización, tan mal explicado. El hecho es que este tema fue incluido en plena tertulia nocturna del programa «Hora 25» y así, tras varios desabarres de la política diaria española, como el ponerse tetas, el avión del Presidente, el famoso caso Gürtel o los rifi-rafes de la campaña electoral, llegamos a la polémica de las tarifas de último recurso y de la posible subida asociada en clave de alarma según la posición del Partido Popular. Y, la forma en que se produjo el debate en las intervenciones de Emilio Contreras y Miguel Ángel Aguilar fue casi en forma de aquelarre.

Desde descalificaciones al proceso de liberalización, insidias referidas al reciente Real Decreto Ley y a la deuda tarifaria contraída en estos años y que debe ser financiada por decisiones políticas anteriores (en una reacción que hace pensar en la de aquél al que le recuerdan una deuda y se hace renuente al pago). Incluso, alguno de los contertulios, en ese afán por demediar el último Real Decreto Ley aprobado por el Gobierno para resolver esta cuestión (y por el Parlamento el jueves pasado, ¡con la abstención del grupo popular!), hizo notar que todavía está esperando la convalidación ¡ya cumplida!, lo que evidencia, primero, el grado de conocimiento del tema en cuestión.

Y, alguno, en concreto, en referencia a la tarifa social, también rebajó ostensiblemente el porcentaje de consumidores beneficiados por la tarifa social (mecanismo para no trasladar la subida a determinados colectivos y que sufragan las propias eléctricas, no el Presupuesto del Estado, siendo una decisión de política fiscal) de forma que 3 millones (posibles beneficiarios), sobre 25 millones de consumidores, se transformó en un error aritmético a la hora de calcular los porcentajes, exagerada y casualmente a la baja, escondiendo que el Gobierno ha buscado en esto un espacio transitorio razonable a tres años, incluyendo mecanismos para evitar que los consumidores más vulnerables se vean afectados por las subidas.

Por su parte, la CNE afirma que hay poco tiempo para la aplicación de las tarifas de último recurso y para gestionar el proceso de cambio de suministrador. Seguramente sea una afirmación correcta, y seguramente haya sido un proceso poco informado, como afirman y señalan las asociaciones de consumidores. Siendo correcta, no tiene por qué ser cierta o, mejor dicho, no tener una parte falaz o saducea a la luz de la coherencia de la actuación pasada o de cómo el organismo no ha salido precisamente a cuerpo limpio defendiendo la liberalización y explicando las consecuencias del déficit de tarifa para los consumidores (más bien tomando posturas pintorescas en todo el proceso). De hecho, a lo que estamos asistiendo es la última fase de reacción a la derrota de las posiciones contrarias a la liberalización.

Pero, por ello, hay que señalar que parte del problema han sido los retrasos y demoras que se han acumulado derivados de las intervenciones mefistofélicas en todo este proceso, inclusive en la resolución del déficit tarifario acumulado, el fracaso de la CNE en la financiación y la necesidad de actuar con responsabilidad económica, gestora y de gobierno en todo el problema. Por ello, si hacen repaso del compartamiento del órgano regulador podrán comprobar que éste se ha comportado como el Tendido 7 de Las Ventas en el proceso de liberalización, aportando más bien poco y removiendo a través de las corrientes ocultas más retroprogresivas el cotarro alrededor del mismo (en lo que se ve y en lo que se ha venido conociendo, incluyendo la secreta ambición y los teje manejes para que se revocase el Real Decreto Ley 6/2009 en el Congreso). Por tanto, es razonable que nos tengamos que acercar al momento de la verdad en la liberalización y hacerlo. Por tanto, hoy sería impropia otra estratagema más para demorar el proceso de liberalización, sobre todo habiendo sido freno y resabio hasta el momento. En fin, ayer tuvo que ser aquello otro aquelarre.

Este sería el momento de plantearnos con mayor visión y contexto lo que está pasando, porque puede ser que estemos en un bucle. Tendríamos que entrenar más el pensamiento positivo, colectivo y constructivo: cómo hacer para que nuestro país transite a la liberalización del sector eléctrico, de forma que, en el marco de un modelo competitivo y de mercado en generación y comercialización, se transmitan señales de precio para la eficiencia energética y para la inversión. Además de defender el modelo de liberalización que data de 1998 y que el propio partido que lo realizó ahora no lo entiende.

En términos de lectura política, podemos señalar también el interés del pase a navaja al ministro Miguel Sebastián a cuenta de la energía eléctrica y del proceso de liberalización, sobre todo si podemos identificar sus inductores. Tampoco tiene mucho sentido esta batalla que se libra, se alimenta y se suministra entre este colectivo de retroprogresivos contrarios a la liberalización y sus terminaciones, si no es por el hecho de cómo se revuelven de manera oculta ante estas decisiones de política energética.

Por tanto, no es momento de continuar la inflamación a la opinión pública o la utilización de los consumidores con otros fines. Se requiere un análisis serio y riguroso, un trabajo directo para finalizar el proceso de liberalización, de informar a los consumidores y a la sociedad sin descanso sobre la liberalización y sus efectos, sobre el papel de la comercialización, concienciar sobre los costes energéticos y su realidad (y de que no somos venezolanos), no amarrarse al pasado protector, intervencionista e involucionista, promover y aumentar la competencia en la comercialización para que haya oferta y un mercado de este tipo a medio plazo y pensar en un mix de generación razonable a medio plazo que combine requisitos medioambientales y económicos.

Así estaríamos centrados en lo que hay que hacer y reformar, y no perdidos en cuestionamientos y debates trasnochados, modelo años 60, que no conducen a nada, en conductas de los órganos reguladores que no asumen el proceso de liberalización que proviene de nuestro marco legal español y europeo. Todas estas reacciones, más o menos dispersas, se realimentan y tienen un origen común y, claramente, reactivo. Otra vez más, otro aquelarre. Probablemente sea la última trinchera. Que pase pronto.

Del revuelo sobre la comercialización y las nuevas tarifas

Todos los cambios tienen sus procesos de soportes y resistencias, movimientos de ida y de vuelta, en un reflejo de la dialéctica y de comportamiento de los agentes que participan en el cambio. Si nos atenemos al revuelo causado por el siguiente hito en el proceso de la liberalización eléctrica, es decir, por la elección de comercializador por parte de los consumidores y la implantación de las tarifas de último recurso, podemos volver a encontrar movimientos y comportamientos recurrentes.

Sobre todo porque todavía tiene nuevos pasos a la vista, y próximos, y porque el destino de ello debería ser que existiera un conjunto de ofertas competitivas para los consumidores de electricidad, con el techo de una tarifa máxima o de último recurso. Es decir, que pasáramos a un mercado de los kilowatios semejante a las telecomunicaciones, en que uno puede encontrar para el ADSL ofertas más baratas que las que fija de referencia la CMT. Todo con la pequeña salvedad de que todavía no se está pagando la electricidad a sus costes reales.

Una cuestión que requiere su propio análisis es el efecto informativo o desinformativo que existe al respecto, causa y origen del revuelo de estos días. En este sentido, los resultados de la encuesta elaborada por CEACCU vienen a confirmar el desconocimiento de los consumidores españoles de muchas cuestiones.

Para empezar, tendrán que elegir un comercializador, con las implicaciones que ello tiene. Pero también, con el conocimiento del problema del déficit tarifario y la tendencia a las soluciones mágicas: que sean las empresas quienes reduzcan beneficios o que lo pague el gobierno. A cambio hay que reconocer que los procesos informativos, más transparentes que se están dando para otros procesos de transformación de la economía y de la sociedad, como por ejemplo la implantación de la Televisión Digital Terrestre, han sido mucho más generalizados y extensivos (hoy todo el mundo conoce que habrá un apagón de la señal analógica y que tiene que adaptar sus antenas y televisores).

El hecho es que nadie le ha planteado con claridad a los consumidores españoles la cuestión de que, hasta el momento, venían pagando la electricidad a precios menores que los que se derivaban de los costes de su proceso de producción, transporte, distribución y comercialización.

También es de recibo, tener en cuenta el papel esperable de los comercializadores en la electricidad a medio plazo y el de las tarifas de último recurso que necesariamente deben ser topes, sobre el cual tienen que existir reducciones de precios, mejores ofertas, competencia y mercado (que, por cierto, ha sido la manera en que se han abaratado las telecomunicaciones). Estando acostumbrados al pensamiento único y a la tarifa regulada, es por ello difícil de entender por quienes no comprenden que la economía de las sociedades libres y democráticas se organiza en mercados, sobre los cuáles no hay que intervenir.

A cambio de eso, desde los sectores más inmovilistas y retroprogresivos relacionados con la energía, se ha tratado de poner palos en las ruedas (o robar los neumáticos directamente) al proceso de liberalización: cuestionando las dinámicas y los procesos de mercado, saboteando la resolución de los problemas acumulados y el tránsito a un modelo que perfeccione la liberalización en el sector eléctrico. Todo para defender un modelo de tarifas ineficiente desde el punto de vista competitivo, económico, financiero y medioambiental.

Hay que recordar que el mercado es la forma más eficiente de asignación de recursos, frente a la intervención, la planificación u otros mecanismos basados en la retribución en función de costes reconocidos, famosa teoría del Informe de Costes y Precios (y, por ende, de control de rentas) por tecnologías de un bien indiferenciado como es el kilowatio y no visión conjunta del mercado eléctrico que ha permitido una importante expansión de la oferta y capacidad excedentaria en materia de generación (lo que aumenta la competencia y favorece los precios bajos y generales para todos). Como en todos los mercados.

Por tanto, además de la influencia de los modelos tardofranquistas/falangistas (con su sentido particular de la justicia distributiva y su visión enfermiza de las empresas), una suma de errores políticos pasados (tarifas bajas artificialmente) acumulados durante los momentos de nuestro auge económico, en que los españoles consumían mucha más electricidad dado que no conocían los precios reales (y a la vez eran capaces de pagar mucho más por los bienes inmuebles).

Así, sus autoridades políticas habían decidido no trasladar el coste de la energía en un acto de benevolencia, paternalismo o cobardía política continuada. O de ideología (selectiva) dado que, como no se podía intervenir en los precios de lo inmobiliario, se podía intervenir el precio de la energía de forma que los españoles se pudieran gastar su renta disponible en pisos, por ejemplo, como se ha hecho toda la vida de Dios. Esto ha devenido en la existencia de cantidades enormes de déficit tarifario (cantidad no pagada por los consumidores en la tarifa y que o se financiaba después en cómodos plazos, eso sí, crecientes).

Si unimos a esto, la falta de conocimiento económico generalizado, la ausencia de cultura económica, de funcionamiento de los mercados y de la competencia incluso de los teóricos sectores más liberales, junto con una oposición mareada y descentrada (el Partido Popular se une al incendio de la gripe AH1N1 con las amenazas del 30 % en el crecimiento de la tarifa eléctrica en un ejercicio demagógico de interpretación de la realidad), vemos cómo se intenta sacar rédito político o electoral de un proceso que además de inevitable, si se hace bien (como se debe hacer, fuera de partidisimos y de componentes ideológicos), puede ser en el medio plazo beneficioso para el consumidor español y para la economía en general.

Coacción a un gobierno

Ayer tuvo lugar en el Parlamento la convalidación del Real Decreto Ley 6/2009, cuestión que, si no hubiera sido por esa marea interna ideológica que tiene desgraciadamente el sector eléctrico, debería haber pasado de una forma natural por la sede parlamentaria como, en efecto, ocurrió finalmente, tras los intentos de “afear” “in extremis” este acuerdo al Gobierno. Acuerdo que supondrá, en primer lugar, la posibilidad de que se financie la deuda acumulada con las empresas (derivada de la insuficiencia tarifaria, seguida y sostenida en estos últimos años y que deterioraba la situación económica e inversora del sector) y que las compañías asuman varias partidas de la factura eléctrica actual, además del bono social. No contentos con esta “quita”, el colectivo de retroprogesivos (intelectuales vinculados al sector energético, propensos al Antiguo Régimen y contrarios a la liberalización de los mercados) ha venido manifestando su total disconformidad con este acuerdo, por distintas vías indirectas y preferentemente a través de algún medio de comunicación.

Los retroprogresivos (tendido 7 del sector energético, apostados en gran medida en la CNE, órgano convertido en algo inservible y anacrónico), están hoy enfrentados claramente y significativamente al Gobierno y al Ministerio de Industria, a la realidad vigente y a la construcción de los mercados de la energía en toda Europa. Hoy libran sus últimas batallitas contra la liberalización y la regulación europea y son el último reducto del intervencionismo, de la tentación a la expropiación y al chavismo económico en el sector energético. Son contrarios al mercado eléctrico (y, en el fondo, a todos los mercados), con una visión distorsionada de las empresas. Pero esta visión cuenta con un “pequeño defecto de fábrica”: que España es un país con gran dependencia exterior y sin fuentes de energía propia, con lo cual todas las medidas intervencionistas se convierten en toreo de salón o saltan por otro lado. ¿Cómo conciliar esa situación estructural y sofocar los precios de la energía para los consumidores? A través de un intervencionismo, del control de precios por vía administrativa, de la inseguridad jurídica y regulatoria, de la consideración del sector empresarial como “entes” domeñables, derivados de la actuación pública de cada momento. La solución, el franquismo en el que hasta las empresas formaban parte del “aparato”, la autarquía, el Marco Legal Estable, el saqueo a los mercados por mecanismos arbitrarios, más o menos ocurrentes y la oposición a cualquier cosa que recoja el funcionamiento de una economía avanzada y liberalizada con una regulación razonable y eficiente. En eso tuvieron la inestimable colaboración del anterior equipo ministerial, con Clos y Nieto a la cabeza.

Por ello, ayer un medio de comunicación se hacía eco de una noticia expresada de forma muy malévola: la existencia de supuestas presiones de las empresas eléctricas a los grupos parlamentarios popular y del PNV, a efectos de garantizar la aprobación de este Real Decreto Ley, evidenciando, en realidad, la presión que, de facto, se ejercía con una noticia así, difundida en estos términos y a través de aquel medio de comunicación al Grupo Socialista, al Ministerio de Industria y al propio Gobierno.

Todo ello instado por mecanismos habituales en las correas de transmisión, promovido desde instancias retroprogresivas que han ido apareciendo en todas las fases de negociación de este acuerdo y, ahora, en su convalidación parlamentaria. Por eso, siempre que había un acuerdo listo entre Gobierno y empresas para solucionar la pandemia del déficit tarifario, inmediatamente se saboteaba: se conseguía que se filtrara y destazara, utilizando siempre el argumento nefando de lo “empresarial” que tan buen rédito da (el concepto empresarial demonizado en términos de ideología pseudomarxista-pseudofalangista) y de la existencia de trasfondo y actuación de “lobbys” perversos.

Manejo de los hilos, mecanismos propios del trostkismo aprendido en el franquismo (eso sí que es opaco): algo tormentoso, oculto y truculento que, de pronto y casualmente, aparece en escena a través de los medios de comunicación y que busca provocar con la manipulación de los titulares a la opinión pública. Véanlo, es la misma técnica que, de vez en cuando, reverdece en la campaña antinuclear (maletines que se pierden con cargas radiactivas y situaciones propias de películas de James Bond). De todas formas, síganles. Son inconfundibles. Ayer, incluso, seguro que habría esperanzas, en plan ‘hooligan’, a ver si el Ministro de Industria, Miguel Sebastián y el Gobierno doblaban la rodilla y no conseguían convalidar este Real Decreto Ley. Son los últimos estertores e intentonas de este colectivo en el que se mascaba la expectación de la postrera oportunidad para evitar la liberalización y seguir trajinando.

En ese ámbito es en el que hay que colocar la posición de este colectivo a otro Real Decreto Ley, el R.D. 11/2008 (éste sí impresentable) que consistía en la detracción de los derechos de CO2 distribuidos gratuitamente a las eléctricas (y a otros nueve sectores a los que no se les detraía nada), para reducir el montante de la factura eléctrica. Impresentable, porque un Secretario General consiguió que un Parlamento refrendase una actuación, con dudas sobre su legalidad a nivel europeo, por la vía de la disciplina de partido (con abstención de la oposición, recordémoslo).

En todo caso, este Real Decreto Ley convalidado ayer ha transparentado, por fin, la situación de deuda tarifaria generada, entre las tarifas y los costes del transporte, distribución y generación, calculados con unos mercados transparentes y que trasladan perfectamente la situación de oferta y demanda y precios de materias primas (miren ahora, por ejemplo). Deuda tarifaria generada por decisiones políticas erróneas: no subir tarifas eléctricas a los ciudadanos a cambio de crear una deuda a plazo y pagarla más tarde. Deuda que precisaba aval del Estado y un mecanismo de recuperación razonable. Decisiones que se producían, incomprensiblemente, en tiempos de bonanza y expansión que, por dejadez política, falta de convicción en el mercado de responsables políticos anteriores, incluso por la influencia de sectores intervencionistas que generaban una secreta esperanza en alguna actuación mágica detractora que lo extinguiera, hay que afrontar hoy en momentos de crisis.

Por ello, en todo el proceso que desata el Real Decreto, ahora toca que el mecanismo para su titulización y financiación sea completamente transparente, eficiente para los consumidores: es decir, que el coste sea bajo en términos de gastos financieros. Y, por otra parte, que se normalice el funcionamiento del sector hacia una liberalización y la desaparición completa del déficit, en un escenario de seguridad jurídica y estabilidad regulatoria. Tocaría, lógicamente, la promoción de un sector de comercialización y de unas tarifas que permitan generar una fuerte competencia en los mercados.

En este medio hemos señalado, los aciertos y lo que consideramos los errores de este Real Decreto Ley. Y, evidentemente, como nudo gordiano, la resolución del déficit tarifario, su calendarización, extinción y su financiación, es un acierto y una necesidad para nuestro sector energético, en la medida que se ha buscado una alternativa al desastre de las subastas de la CNE, con el necesario respaldo público.

En el campo contrario, la regulación del Registro de Preasignación, que aplica la técnica del electroshock, aplicando los electrodos al sector de las renovables (nunca mejor dicho) para controlar la factura de la electricidad y los costes a soportar en términos de primas. Esperemos que en el desarrollo posterior, se pueda mejorar y afinar esta regulación, realizada ‘ad limitum”. Del mismo modo, la involución hacia el monopolio en la red de transporte gasista a favor de Enagás, en el mismo sentido que la configuración de REE como transportista único, no es tampoco una buena noticia y también es una herencia retroprogresiva.

Por tanto, valoración positiva general y división de opiniones y matices en aspectos particulares de este Real Decreto Ley. Pero de ahí a volver al esperpento del intervencionismo, hay un gran trecho.