Industria consigue el más difícil todavía: no subir las tarifas de la luz y enfadar a todo el mundo

El revuelo ocasionado por la supuesta subida de tarifas eléctricas en estos últimos días tiene un barniz interesado y exagerado, en la medida que la elevación del precio de suministro propuesta sólo recoge el aumento del precio de la energía, pero no recoge el aumento de los costes que deben cubrir las tarifas de acceso o peajes.

El precio del suministro de la energía está compuesto por dos partes, el precio de la energía y las tarifas acceso (peajes). Es preciso tener en cuenta que, en la actualidad, lo que genera el déficit tarifario son las tarifas de acceso y la insuficiencia de las mismas para cubrir todos los costes que en ellas se incurren. Por tanto, era necesario elevar este componente de la tarifa eléctrica para no generar más déficit, de forma que se paguen las tarifas de acceso necesarias para ser suficientes y equilibrar su evolución y, al menos, no superar los límites de déficit tarifario establecidos legalmente.

Esto implica que, con esta propuesta encima de la mesa, el déficit tarifario seguirá aumentando en 2010 muy por encima de lo permitido. De hecho, se duplicará. Es preciso recordar que el Real Decreto Ley 6/2009 establecía como límite de crecimiento para el déficit tarifario un montante máximo de 3.000 millones de euros. La previsión con las liquidaciones conocidas del año es llegar a los 5.523 millones de euros, casi el doble de lo legalmente fijado por esta ley.

En este sentido, según los datos conocidos, la propuesta de modificación de tarifas presentada por el Gobierno a la CNE para la revisión del mes de octubre, no permite reducir el déficit tarifario acumulado durante el ejercicio. Industria, por tanto, no aprovecha los bajos precios del mercado de generación y renuncia a aplicar subidas de tarifa que consigan amortiguar el déficit acumulado este mismo año o el año pasado.

Así, la propuesta de modificación de tarifas que hoy estudiará el Consejo de Administración de la Comisión Nacional de Energía remitida por Industria realmente no produce una elevación de las tarifas. Se limita exclusivamente a absorber la elevación del precio de la energía en el mercado de generación y mantiene estables las denominadas tarifas de acceso (de las que se debería incorporar una partida para reducir el déficit tarifario acumulado). La consecuencia es que el déficit tarifario este año aumentará en 2.523 millones de euros por encima de lo previsto (y de lo que establecía como límite máximo el R.D. Ley 6/2009), alcanzando un total de 5.500 millones de euros.

Del mismo modo, durante el ejercicio 2009 este déficit acumulado también creció por encima de lo previsto, ya que se elevó a 1.022 millones de euros, según las empresas eléctricas (el Gobierno reconoce únicamente 293 millones). Una discrepancia que, por otra parte, ha vuelto a levantar las alarmas en torno a la forma de tratamiento de las partidas que lo componen.

Las consecuencias políticas, sociales y mediáticas de esta decisión, no se han hecho esperar. Por una parte, las empresas eléctricas han anunciado que denunciarán al Gobierno por prevaricación (el delito de prevaricación consiste en el hecho de que la Administración actúe contra una ley a sabiendas de que un comportamiento es contrario a la misma). Las empresas consideran que, el hecho de no aumentar las tarifas de acceso sobrepasando el límite de déficit fijado por el Real Decreto Ley 6/2009 para este año y el pasado, tiene todos los visos de incurrir en esta práctica ilegal.

Por otra parte, los consumidores, a través de sus asociaciones (que han señalado que el precio de la electricidad ha subido un 30 % en los últimos años) también han expresado su disconformidad con esta no subida de tarifas, dado que la tarifa eléctrica mantiene el carácter de precio intervenido. Mientras, los consumidores industriales se benefician de este clima de agitación.

Y, finalmente, esta publicación apuesta porque el colectivo de retroprogresivos de la energía, negacionista además del déficit tarifario, se apresurará a aportar sus «soluciones creativas», antimercado, antiliberalización para la erradicación del déficit tarifario. Se trataría de los mecanismos expropiatorios que circulan en la CNE desde el Informe de Costes y Precios y que de vez en cuando se deslizan por la mesa de operaciones de su Consejo: vuelta a los costes reconocidos, discriminación de precios discrecional por tecnologías, impuestos a determinados tipos de tecnologías, promover la remoción legal de la liquidación de los CTC’s, y todo en ese plan.

Además, en medio de todo, una cierta estrategia de hostigamiento en torno al problema: Industria, con el déficit desbocado, con el revuelo mediático de la impotencia en torno a la subida/no subida de tarifas y la demagogia política alrededor bramando, incluyendo la retirada del Partido Popular de un supuesto pacto energético basado en la idea de congelar la energía, como en la crisis del 73 con Franco. El mejor de los mundos posibles.

¿Puede el Congreso de los Diputados votar contra la ley de gravitación universal?

Ayer el Congreso de los Diputados español, órgano constitucional en el que está representada la soberanía nacional, votó una propuesta de ICV para sacar a la energía nuclear y la energía hidráulica del mercado eléctrico. Moción inverosímil y extravagante que no podía prosperar, pero cuya mera existencia es un termómetro del adanismo del entorno que rodea a la política energética.

La idea de esta moción, siguiendo las tesis del colectivo retroprogresivo de la energía, era evitar la existencia de supuestos «beneficios caídos del cielo» que estas tecnologías se supone que disfrutan. El objetivo, según sus promotores, era que se fijaran retribuciones, intervenidas por un lado, «justas» supuestamente, decididas discrecional y paternalmente por la Administración, en lugar de por el mercado. Todo ello, abstrayéndonos de la particular forma de analizar las cuentas por tecnologías que tienen los defensores de estas tesis, de forma que calculan beneficios presuntos para las mismas.

Todo esto, además, se profiere en una sociedad, en una política y en un país que no ha asumido las consecuencias que implica adoptar un modelo de mercado en el sector eléctrico, que también está definido en el marco de las directivas de la Unión Europea y que cada cierto tiempo intenta el retruécano. En un país que, culturalmente, tiene serias renuncias al funcionamiento competitivo de su economía y que es heredero del franquismo económico, incluso, por sus históricos opositores. En un modelo de mercado de un bien indiferenciable (el kilowatio), lo importante es la eficiencia conjunta para la sociedad y para la economía a través de la competitividad. Los españoles, ciudadanos y empresas, no compran kilowatios hidráulicos, o kilowatios nucleares. Compran kilowatios y su diferenciación interesada y parcial, responde a un ataque deliberado a la libertad de mercado y al funcionamiento eficiente del mismo.

Es más, trocear el mercado eléctrico, lo único que puede provocar es que la competencia entre tecnologías sea mucho menor y los ciudadanos acaben pagando más cara su energía. Es perjudicial. Ejemplos no nos faltan, desde la fijación de precios en el mercado mayorista para la producción obligatoria mediante la quema de carbón nacional o el desfase entre determinadas primas a ciertas tecnologías renovables y la captura de las mejoras de eficiencia que se producen en las mismas derivadas de sus avances. Todos ellos, mecanismos de precios regulados, al margen del mercado, que encarecen la energía y elevan los precios que pagan los consumidores. Contra eso, los sectores retroprogresivos y los impulsores de iniciativas como ésta, no se pronuncian, sino que la favorecen.

Por eso, los mismos que quieren sacar la hidráulica y la nuclear del mercado son los que defienden la producción obligatoria, a precio regulado y fuertemente oneroso mediante carbón nacional con cargo a la factura alterando el funcionamiento de formación de precios en el mercado mayorista. El mercado puede ofrecer precios bajos del kilowatio en caso de abundancia de generación y de competencia de tecnologías. Sacar tecnologías del mercado, trocearlo, «secarlo» implica restar liquidez del mismo y hacerlo ineficiente (ese objetivo de inutilización del mercado está detrás de estos arcaicos colectivos).

El mundo según estos teóricos está organizado como el modelo productivo del falangismo más rancio. Por una parte, cada modo de producción (tecnología), tiene sus costes propios, y por tanto, debe tener su retribución justa decidida por la autoridad competente, de forma discrecional. Es ahí, donde se unen los planes quinquenales, el Soviet Supremo con el intervencionismo nacionalcatolicista.

¿Por qué nuestros diputados más radicales están preocupados por trasladar una beligerancia tan intensa respecto de las tecnologías hidráulica y nuclear? ¿Por qué nuestros diputados más izquierdistas están decididos a unirse al pasado más autárquico, frente a la Unión Europea? Con el permiso de los respetables diputados, el hecho de que una moción así se vote en el Congreso es una evidencia de que se ha llegado demasiado lejos un debate inverosímil e inexistente en sociedades democráticas y en economías de mercado. Del mismo modo, podrían haber intentado votar contra la Ley de la Gravitación Universal o contra el Principio de Arquímedes.

¿Por qué en la agenda política se ha fijado con semejante contumacia en las tecnologías hidráulica y nuclear en un momento en que la electricidad está muy barata en el mercado de generación, aceptando alzas de precios por acciones intervencionistas? Quizá porque sean un ariete necesario y su objetivo sea sacar las patas por alto y asustar con la mayor, para finalmente calzar magnánimamente con los anunciados nuevos impuestos hidráulicos y nucleares o intentando sofocar el escándalo existente en la Unión Europea a cuenta del carbón nacional que, como es estratégico, hay que quemarlo a toda pastilla.

Veremos.

¿Puede el Congreso de los Diputados votar contra la ley de gravitación universal?

Ayer el Congreso de los Diputados español, órgano constitucional en el que está representada la soberanía nacional, votó una propuesta de ICV para sacar a la energía nuclear y la energía hidráulica del mercado eléctrico. Moción inverosímil y extravagante que no podía prosperar, pero cuya mera existencia es un termómetro del adanismo del entorno que rodea a la política energética.

La idea de esta moción, siguiendo las tesis del colectivo retroprogresivo de la energía, era evitar la existencia de supuestos «beneficios caídos del cielo» que estas tecnologías se supone que disfrutan. El objetivo, según sus promotores, era que se fijaran retribuciones, intervenidas por un lado, «justas» supuestamente, decididas discrecional y paternalmente por la Administración, en lugar de por el mercado. Todo ello, abstrayéndonos de la particular forma de analizar las cuentas por tecnologías que tienen los defensores de estas tesis, de forma que calculan beneficios presuntos para las mismas.

Todo esto, además, se profiere en una sociedad, en una política y en un país que no ha asumido las consecuencias que implica adoptar un modelo de mercado en el sector eléctrico, que también está definido en el marco de las directivas de la Unión Europea y que cada cierto tiempo intenta el retruécano. En un país que, culturalmente, tiene serias renuncias al funcionamiento competitivo de su economía y que es heredero del franquismo económico, incluso, por sus históricos opositores. En un modelo de mercado de un bien indiferenciable (el kilowatio), lo importante es la eficiencia conjunta para la sociedad y para la economía a través de la competitividad. Los españoles, ciudadanos y empresas, no compran kilowatios hidráulicos, o kilowatios nucleares. Compran kilowatios y su diferenciación interesada y parcial, responde a un ataque deliberado a la libertad de mercado y al funcionamiento eficiente del mismo.

Es más, trocear el mercado eléctrico, lo único que puede provocar es que la competencia entre tecnologías sea mucho menor y los ciudadanos acaben pagando más cara su energía. Es perjudicial. Ejemplos no nos faltan, desde la fijación de precios en el mercado mayorista para la producción obligatoria mediante la quema de carbón nacional o el desfase entre determinadas primas a ciertas tecnologías renovables y la captura de las mejoras de eficiencia que se producen en las mismas derivadas de sus avances. Todos ellos, mecanismos de precios regulados, al margen del mercado, que encarecen la energía y elevan los precios que pagan los consumidores. Contra eso, los sectores retroprogresivos y los impulsores de iniciativas como ésta, no se pronuncian, sino que la favorecen.

Por eso, los mismos que quieren sacar la hidráulica y la nuclear del mercado son los que defienden la producción obligatoria, a precio regulado y fuertemente oneroso mediante carbón nacional con cargo a la factura alterando el funcionamiento de formación de precios en el mercado mayorista. El mercado puede ofrecer precios bajos del kilowatio en caso de abundancia de generación y de competencia de tecnologías. Sacar tecnologías del mercado, trocearlo, «secarlo» implica restar liquidez del mismo y hacerlo ineficiente (ese objetivo de inutilización del mercado está detrás de estos arcaicos colectivos).

El mundo según estos teóricos está organizado como el modelo productivo del falangismo más rancio. Por una parte, cada modo de producción (tecnología), tiene sus costes propios, y por tanto, debe tener su retribución justa decidida por la autoridad competente, de forma discrecional. Es ahí, donde se unen los planes quinquenales, el Soviet Supremo con el intervencionismo nacionalcatolicista.

¿Por qué nuestros diputados más radicales están preocupados por trasladar una beligerancia tan intensa respecto de las tecnologías hidráulica y nuclear? ¿Por qué nuestros diputados más izquierdistas están decididos a unirse al pasado más autárquico, frente a la Unión Europea? Con el permiso de los respetables diputados, el hecho de que una moción así se vote en el Congreso es una evidencia de que se ha llegado demasiado lejos un debate inverosímil e inexistente en sociedades democráticas y en economías de mercado. Del mismo modo, podrían haber intentado votar contra la Ley de la Gravitación Universal o contra el Principio de Arquímedes.

¿Por qué en la agenda política se ha fijado con semejante contumacia en las tecnologías hidráulica y nuclear en un momento en que la electricidad está muy barata en el mercado de generación, aceptando alzas de precios por acciones intervencionistas? Quizá porque sean un ariete necesario y su objetivo sea sacar las patas por alto y asustar con la mayor, para finalmente calzar magnánimamente con los anunciados nuevos impuestos hidráulicos y nucleares o intentando sofocar el escándalo existente en la Unión Europea a cuenta del carbón nacional que, como es estratégico, hay que quemarlo a toda pastilla.

Veremos.

¿Puede el Congreso de los Diputados votar contra la ley de gravitación universal?

Ayer el Congreso de los Diputados español, órgano constitucional en el que está representada la soberanía nacional, votó una propuesta de ICV para sacar a la energía nuclear y la energía hidráulica del mercado eléctrico. Moción inverosímil y extravagante que no podía prosperar, pero cuya mera existencia es un termómetro del adanismo del entorno que rodea a la política energética.

La idea de esta moción, siguiendo las tesis del colectivo retroprogresivo de la energía, era evitar la existencia de supuestos «beneficios caídos del cielo» que estas tecnologías se supone que disfrutan. El objetivo, según sus promotores, era que se fijaran retribuciones, intervenidas por un lado, «justas» supuestamente, decididas discrecional y paternalmente por la Administración, en lugar de por el mercado. Todo ello, abstrayéndonos de la particular forma de analizar las cuentas por tecnologías que tienen los defensores de estas tesis, de forma que calculan beneficios presuntos para las mismas.

Todo esto, además, se profiere en una sociedad, en una política y en un país que no ha asumido las consecuencias que implica adoptar un modelo de mercado en el sector eléctrico, que también está definido en el marco de las directivas de la Unión Europea y que cada cierto tiempo intenta el retruécano. En un país que, culturalmente, tiene serias renuncias al funcionamiento competitivo de su economía y que es heredero del franquismo económico, incluso, por sus históricos opositores. En un modelo de mercado de un bien indiferenciable (el kilowatio), lo importante es la eficiencia conjunta para la sociedad y para la economía a través de la competitividad. Los españoles, ciudadanos y empresas, no compran kilowatios hidráulicos, o kilowatios nucleares. Compran kilowatios y su diferenciación interesada y parcial, responde a un ataque deliberado a la libertad de mercado y al funcionamiento eficiente del mismo.

Es más, trocear el mercado eléctrico, lo único que puede provocar es que la competencia entre tecnologías sea mucho menor y los ciudadanos acaben pagando más cara su energía. Es perjudicial. Ejemplos no nos faltan, desde la fijación de precios en el mercado mayorista para la producción obligatoria mediante la quema de carbón nacional o el desfase entre determinadas primas a ciertas tecnologías renovables y la captura de las mejoras de eficiencia que se producen en las mismas derivadas de sus avances. Todos ellos, mecanismos de precios regulados, al margen del mercado, que encarecen la energía y elevan los precios que pagan los consumidores. Contra eso, los sectores retroprogresivos y los impulsores de iniciativas como ésta, no se pronuncian, sino que la favorecen.

Por eso, los mismos que quieren sacar la hidráulica y la nuclear del mercado son los que defienden la producción obligatoria, a precio regulado y fuertemente oneroso mediante carbón nacional con cargo a la factura alterando el funcionamiento de formación de precios en el mercado mayorista. El mercado puede ofrecer precios bajos del kilowatio en caso de abundancia de generación y de competencia de tecnologías. Sacar tecnologías del mercado, trocearlo, «secarlo» implica restar liquidez del mismo y hacerlo ineficiente (ese objetivo de inutilización del mercado está detrás de estos arcaicos colectivos).

El mundo según estos teóricos está organizado como el modelo productivo del falangismo más rancio. Por una parte, cada modo de producción (tecnología), tiene sus costes propios, y por tanto, debe tener su retribución justa decidida por la autoridad competente, de forma discrecional. Es ahí, donde se unen los planes quinquenales, el Soviet Supremo con el intervencionismo nacionalcatolicista.

¿Por qué nuestros diputados más radicales están preocupados por trasladar una beligerancia tan intensa respecto de las tecnologías hidráulica y nuclear? ¿Por qué nuestros diputados más izquierdistas están decididos a unirse al pasado más autárquico, frente a la Unión Europea? Con el permiso de los respetables diputados, el hecho de que una moción así se vote en el Congreso es una evidencia de que se ha llegado demasiado lejos un debate inverosímil e inexistente en sociedades democráticas y en economías de mercado. Del mismo modo, podrían haber intentado votar contra la Ley de la Gravitación Universal o contra el Principio de Arquímedes.

¿Por qué en la agenda política se ha fijado con semejante contumacia en las tecnologías hidráulica y nuclear en un momento en que la electricidad está muy barata en el mercado de generación, aceptando alzas de precios por acciones intervencionistas? Quizá porque sean un ariete necesario y su objetivo sea sacar las patas por alto y asustar con la mayor, para finalmente calzar magnánimamente con los anunciados nuevos impuestos hidráulicos y nucleares o intentando sofocar el escándalo existente en la Unión Europea a cuenta del carbón nacional que, como es estratégico, hay que quemarlo a toda pastilla.

Veremos.

«Ppinazo» al sector eléctrico

La noticia del pacto entre Gobierno y Partido Popular para aplazar la subida de la tarifa de la luz del próximo julio sólo puede ser entendida en clave puramente política y nunca económica, en un acuerdo que trastorna la solución que el Real Decreto Ley 6/2009 había establecido al déficit tarifario. Por su parte, los mercados y analistas financieros recibieron esta noticia, sin ningún género de dudas, de manera negativa (al igual que el día anterior) empeorando las perspectivas y valores del sector eléctrico, con tendencia a la baja en sus cotizaciones. (¿Cómo puede ser que los mercados reciban mal la noticia de un «acuerdo» político?) Recordemos que el déficit tarifario es la insuficiencia de la tarifa para sufragar sus costes y que, en su formación, han participado gobiernos de los dos signos políticos, al limitar las subidas de la electricidad a porcentajes asumibles o asimilables al IPC.

Evidentemente, esta decisión pone de manifiesto muchas cuestiones. La primera es la falta de convicción en los modelos y mecanismos de mercado, y en su defecto, la capacidad de la política española para el enjuague. Además, también evidencia la ausencia (ya confirmada) de política energética en el partido del gobierno y también en el partido de la oposición, hoy denominado el «Partido Popular Obrero» o «Partido Populista Obrero Español«, esforzado en no presentar ningún ajuste ni esfuerzo a la sociedad española, tras excesos en los que todos los partidos han participado. Un Partido Popular que no entiende ni siquiera la liberalización que él mismo diseñó, así como el concepto de mercado eléctrico, ni las medidas que tomó. Por eso ha venido el «ppinazo al sector eléctrico», que evidencia la vuelta a las fórmulas del franquismo que aplazaron la asunción de los costes de la energía en la crisis del 73 por parte de la sociedad y del aparato productivo. Luego vendrán los que intentan negar la ley de la gravitación universal, diciendo que qué es eso de que manden los mercados y no la política… ¡Habrase visto!

En el actual contexto político, con un gobierno débil y apesadumbrado por la cantidad de malas noticias de este último mes, encontramos la tendencia a entender la energía como un precio político, el hecho de no entender el papel de la empresa en sistema económico y los mercados y la poca voluntad de Moncloa de hacer algo un poquito doloroso. Y seguramente, en el lado contrario una oposición aquejada de los mismos males anteriores (el frame se lo coloca el Gobierno, sólo hay que ver el seguidismo del portavoz económico del PP en la rueda de prensa con el Ministro de Industria), impelida de hacer méritos ante el electorado como conseguidora de rebajas al ajuste aplazado. Un día, probablemente, tendrán que explicar a sus socios europeos un programa económico basado en ningún ajuste, bajada de impuestos, no a la subida del IVA, no a la bajada de las pensiones, no a la bajada de los sueldos de los funcionarios, no a los recortes y propuestas de rebajas de gasto público incidentales en bisutería de la estructura de la Administración.

En común, han preferido promover una medida que deteriora la confianza y la seguridad, primero en la política española, pero después en la economía, las empresas, los mercados, la certidumbre en la regulación y la perspectiva financiera. Estas decisiones, profundamente demagógicas, son a la vez profundamente irresponsables y por todas ellas también estamos en vigilancia exterior, incluido el primer partido de la oposición. Volvemos a las andadas en cuanto hay un pequeño respiro.

Pero también evidencia el progresivo arrinconamiento del sector eléctrico en lo que se refiere a la vida política y los asuntos públicos. Ha llegado la «tormenta perfecta». Este acuerdo, este Pacto, puede ser la piedra de toque. Con un problema de sobreinversión a sus espaldas, probablemente su concurso en aumentar la potencia instalada no será necesario en los próximos años. Horadado por el Caballo de Troya de los nuevos entrantes (con más predicamento en Moncloa e Industria que las empresas tradicionales), han perdido también la perspectiva de un modelo de mercado competitivo, para, en ocasiones, ansiar nuevos paradigmas, una especie de nuevo modelo de vuelta al Marco Legal Estable, en plan acomodaticio, a la medida de cada mix de generación. A la carta. Una ensoñación que no permitía ver el objetivo más general perseguido desde instancias políticas: reducir la factura y, si era posible, realizar procesos de expropiación encubierta de derechos pasados o revisionismos generalizados inexplicables. Es decir que de ese debate había atisbos claros de que no se iba a salir bien.

Hemos podido comprobar además una fuerte campaña del sector productivo para reclamar energía barata, sea como sea, y la respuesta con la espada de Damocles de la titulización del déficit encima siempre, han sido muy tibias desde el sector. En ese sentido, desde el punto de vista institucional, del Ejecutivo, de la política y del colectivo retroprogresivo de la energía, con presencia en determinados nódulos de decisión y centros de poder donde siguen agazapados, se ha asistido con delectación morbosa a este proceso de encapsulamiento sectorial y al deterioro de su reputación social.

Hoy asistimos, paradójicamente, a una fase de precios muy baratos de la energía en nuestro país, que por mor del aplazamiento de la deuda pasada y de lo que incluye la tarifa, se ha convertido en un verdadero boomerang ingestionable políticamente por el sector, que anda en plena tribulación interna.

El sector debería hacer una reflexión en profundidad de lo sucedido, con mucha mayor perspectiva, con un examen severo de su propia responsabilidad por acción o dejación. Una reflexión que incluye el por qué no haber sabido salir del complejo de sector más político que regulado y de asumir el marco demagógico con argumentos políticos y no empresariales a conveniencia. Más allá del coyunturalismo y del cortoplacismo de responder a las urgencias, de visiones parciales interesadas, o de responder al juego de ser políticamente correcto con los reguladores/supervisores, además de soportar el fastuoso y grave incendio derivado de este Pacto.

Con estos mimbres, los adalides del consenso por lo político, no por lo económico, a la búlgara, es con los que parte el presunto «Pacto de Estado» por la energía que se anunció ayer y que sugiere una revisión e indefinición del modelo. Temblad.

Los consejeros de la CNE empiezan a ir al palco VIP del Bernabéu

Ayer «El Confidencial digital» revelaba que Florentino Pérez había invitado, el pasado domingo 21 de febrero, a los miembros de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) y de la Comisión Nacional de Energía (CNE) al partido entre el Real Madrid y el Villarreal, correspondiente a la 23 jornada de la Liga. Invitación que la mayoría rechazó (invitaciones que están causando un revuelo generalizado en el seno de la CNE y que se repiten jornada tras jornada).

Sin embargo, y como hemos podido confirmar desde Energía Diario, esta no ha sido la única vez que los miembros de ambos organismos han sido invitados, a un palco VIP del Santiago Bernabéu.

La celebración del partido que enfrentó al Real Madrid con el Olympique de Lyon, el pasado miércoles 10 de marzo, fue la ocasión que tuvo Pérez para volver al ataque. Y esta vez, si acudieron muchos de los miembros que lo habían rechazado la primera vez. El partido, era de los de máximo interés, por lo que la convocatoria parece que tuvo más éxito esta vez.

Entre los invitados, y como ha podido contrastar este medio, se encontraban la presidenta del organismo regulador, Maite Costa, así como los consejeros y miembros del consejo de administración, Jaime González, Sebastiá Ruscalleda, José Sierra y Carmen Fernández Rozado.

Y no es que sea relevante que a los miembros de la CNE les guste el fútbol, sino que la persona que les ha invitado, Florentino Pérez, se encuentra inmerso en plena batalla por forzar la entrada de ACS, compañía de la que es presidente, en el consejo de Iberdrola, de cuyo capital tiene un 12,6%.

Manifiestamente público, y de sobra conocido, es el enfrentamiento que mantiene, desde hace más de un año, con Ignacio Sánchez Galán, presidente de la eléctrica vasca, por ocupar uno de los sillones de su consejo de administración.

ACS considera a Iberdrola como una inversión estratégica del grupo y no descarta ampliar su capital hasta el 20%. Sin embargo, la negativa de Sánchez Galán a que ACS entre en el consejo de la eléctrica, le ha hecho plantearse al presidente de la constructora llevar a los tribunales a Iberdrola.

Es en medio de este embrollo cuando, el también presidente del Real Madrid, ha invitado a la presidenta y varios consejeros de la CNE al palco del Santiago Bernabéu. Una noticia que podría pasar desapercibida, pero que tiene una lectura más profunda.

El partido, que enfrentaba al Real Madrid con el Olympique de Lyon se saldó con un empate (1-1), que dejó fuera de la Liga de Campeones al equipo de Florentino por sexto año consecutivo, para gafe del equipo blanco y malogrando las posibilidades de seguir en la Champion League.

¿Cuál será el resultado final del partido Pérez-Sánchez Galán? De momento, el presidente de ACS utiliza sus mejores armas de seducción y ronronea a los miembros de la CNE con una más que significante presencia en el palco VIP del Bernabéu.

Por cierto, ¿qué bufanda llevaría Maite Costa? ¿La del Madrid o la del Barça?

¡Aquí no paga nadie!

La publicación de este artículo coincide con el Sorteo de la Lotería de Navidad. Puede que tenga algún tipo de conexión, aunque sólo sea por el deseo que tenemos todos de ganarnos la vida a base de un milagro.

Para introducir el título de este texto, habría que referirse al dramaturgo italiano Dario Fo que publicó una obra panfletaria y bufa (como casi toda la obra de este autor), y que lleva por título «Aquí no paga nadie». Se trata de una crítica, en forma de sátira y de farsa, muy latina, a la sociedad de consumo en el momento en que Italia empezó a desabrocharse de una normalidad institucional.

El hecho es que la semana pasada el Parlamento aprobó una moción para reclamar que los Ayuntamientos tengan la energía más barata (lo mismo podía haber hecho con las tarifas de los móviles de Alcaldes y munícipes, pero no sucedió así). Y esto ocurre en un momento en que, fruto de un sistema perverso de financiación municipal y de muchas alegrías en los tiempos de la recalificación de suelos, los consistorios se encuentran con serias dificultades de Tesorería. ¿La solución?. La transferencia cruzada entre sectores, entre consumidores, entre ciudadanos, en lugar de resolver el problema de fondo que exigiría más análisis y más voluntad política (y que implicaría a más Administraciones, además).

La cuestión es que la energía ha sido un sector que tradicionalmente ha sufrido (y, por lo visto, seguirá sufriendo) las embestidas pertinaces de la intervención y regulación mal entendida. Y lo hace en varios sentidos y con distintas trayectorias, como las «cornás»: aguas arriba, con los intentos de fomentar la generación de energía, como es el caso reciente del carbón que esperemos que la Unión Europea ponga en su sitio. O, en el caso de las energías renovables (cuyo desarrollo es necesario en el marco de la sostenibilidad y eficiencia energética), con un modelo como el que ha dado lugar a excesos y burbujas alrededor de los proyectos en determinados sectores o sobrecostes que no son seguramente un error, sino un ajuste de cuentas con las presiones recibidas.

Todo ello ha dado lugar a que se pase de empresas que desarrollan actividad de generación, distribución, suministro y comercialización (con los procesos de inversión asociados, convertidos en boomerang), a que cobren un papel relevante otro tipo de agentes que exprimen la plusvalía intermedia de los proyectos (y frente al cual, paradójicamente como desde posiciones tan antiempresariales como la actual se perciben bastantes simpatías). Nuevos entrantes, cuyo mapa se puede dibujar alrededor de la producción de energía mediante tecnología solar, y que provienen de otros sectores que han diversificado su actividad, como es la construcción. De hecho, hoy podemos señalar que menos del 50% de la energía producida está representada a través de Unesa, lo que entre otros factores apunta a su necesaria y urgente refundación o reformulación.

En las aguas intermedias también hay intervención y a la evidencia de la distribución de energía también nos podemos remitir, en la medida que, por ejemplo, se deciden inversiones que luego no se quieren contemplar por el sistema retributivo asociado como hemos venido poniendo de manifiesto la semana pasada, generando un limbo regulatorio impropio. Aquí no paga nadie. Y también esto se produce, aguas abajo, en el control y ajuste de las tarifas, de forma que el déficit tarifario, su financiación, su dosificación, la existencia de tarifas diferenciadas por consumidores, etc…, ha sido una herramienta tradicional y habitual en el sector energético (y que muchos apuestan por prolongar). Y esto no quiere decir que no se dé en otros países de Europa, que se da, obviamente; solamente que los debates sobre el mix de generación asociados al coste futuro de la energía en estos países no contemplan tantos ingredientes esquizofrénicos (no a la energía nuclear, protección al carbón, apoyo a las energías renovables, pero eso sí a las más caras, para satisfacer intereses de industrias y Comunidades Autónomas). Difícil combinación que ha llevado a que la planificación energética (la famosa Prospectiva) haya sido un documento largamente demorado (es la sentencia del Estatut del sector energético) y que la Ley de Economía Sostenible haya hecho comprometer la existencia de este documento.

Volviendo al principio del artículo, este fin de año, anuncia un futuro muy incierto para el sector energético y la reclamación generalizada es que la energía sea barata para que se pueda dedicar la renta disponible a otros usos más lúdicos de nuestra ciudadanía consumista, que exige fútbol, pan y toros, menos en Catalunya. Y por decreto. Hay quienes abiertamente y con coherencia lo hacen en pos de una política industrial de costes bajos de la energía para la estructura productiva . Si no, no se entenderían los desencuentros entre la CEOE y la propia Unesa, como asociación integrada en la patronal empresarial.

El hecho es que la voz del sector eléctrico tradicionalmente ha sido presentada a la sociedad con componentes peyorativos pese a la asunción de determinadas figuras (como el bono social) que deberían haber ido a cuenta de los Presupuestos Generales del Estado, incluyendo la articulación de dispositivos para gestionar su concesión desde las propias empresas. También, cuestiones como la modificación de la tarifa nocturna o los sistemas de lectura de contadores que fueron realizados de «aquella manera» y cuyo coste moral recayó también en el sector eléctrico. Los esfuerzos vía patrocinios y vía responsabilidad social corporativa no han ayudado especialmente a mejorar la percepción y reputación del sector: sobre todo porque en el origen está explicar bien a la sociedad el papel de las empresas, de la energía y sus costes. Y detrás, mientras, ese runrún: aquí no paga nadie.

Por eso, con una sobreinversión en generación que necesita ser absorbida (especialmente en el caso del gas y ciclos combinados) y con varias actuaciones regulatorias perturbadoras en ciernes, la batalla está completamente abierta. Todo ello con numerosos riesgos como son la escasa cultura económica, la instalación perenne en precios de la energía ajenos a la realidad, la falta de convicción en los mercados, la liberalización y las reglas claras, la presencia de francotiradores retroprogresivos de muy diversa índole en las inmediaciones de los ámbitos de decisión regulatorios, la gestión de presiones asociadas, la demagogia que lleva a que, incluso desde los representantes políticos, se formulen propuestas voluntaristas en esta línea, con el soniquete del «Aquí no paga nadie» de fácil unción. Para más «inri», hay que añadir el nuevo poder frente a la Administración de entrantes que no pertenecen al sector energético y con intereses intercurrentes de muy difícil conciliación en todo este tablero (y de muy difícil frenada). Y, todo ello, sin política escrita.

En definitiva, se adivina que la voz o voces sectoriales que han venido sorteando con muchas dificultades, un sinnúmero de vicisitudes regulatorias así como los retrasos en el proceso de financiación del déficit tendrán que abordar una situación envenenada, dependiente y, ciertamente, estremecedora para el año que comienza y, lo que es peor, para el futuro de un sector intensivo en inversión que ve alteradas sus reglas y ortodoxias. Algunos, en este marco, son partidarios del cuánto peor, mejor y, por ello, empiezan a aflorar quienes piden un cambio de reglas, incluso una involución que nadie sabe hacia dónde nos puede llevar. El acuerdo por unanimidad del arco parlamentario de electricidad más barata para los Ayuntamientos, además de ser un panfleto, es una metáfora sectorial y de futuro que debería apuntar a la reflexión. Es una posición colectiva en forma de corifeo como finaliza la obra de Dario Fo, «Aquí no paga nadie».

En todo caso, esto ya no es una comedia bufa. Esta voz se apaga.

Cuidado, siguen ahí

Estas Navidades nos traen la última película de zombis «Bienvenidos a Zombieland», al parecer una revisión cómica del género. Lo cierto es que las películas de zombies siempre tienen varios componentes que pueden constituir un subgénero cinematográfico. El primero y principal es el de unos personajes que viven en un estadio que no es el de la muerte completa y que van llevando el mal y la desolación allá por donde pisan. Son películas, en general, de terror, aunque esta última es una revisión en clave de humor y comedia. Los ‘zombies’ suelen estar agazapados en sus tumbas hasta que hay algo que los despierta y empieza su escalada de sangre, el crujir de dientes y todo eso.

La semana pasada nos encontramos con una nueva trastada de la factoría del Consejo de Administración de la Comisión Nacional de Energía (CNE), en su condición de ‘zombie’, que tiene muchos paralelismos con el mundo de los muertos vivientes.

El hecho de que el Consejo de la CNE viene actuando con la prolongación artificial de su presencia en el organismo de cuatro consejeros desde hace ya más de un año. Cuestión que se ha visto acrecentada por la publicación del Anteproyecto de Ley de Economía Sostenible que ha anunciado una reforma que comporta un cambio completo en el organismo, reduciéndose a cuatro consejeros y un presidente. Dado que no tiene una disposición transitoria, parece que esto supone de facto dinamitar el actual consejo, más allá de los consejeros cesantes.

La trastada, en concreto (y no la única, como veremos) tenía que ver con cómo se había gestado la cuantía que se incluía en las tarifas para la actividad de distribución. Un proceso (el de la retribución a la distribución) que había pasado de forma subrepticia y que incorporaba como una de sus piezas un mecanismo, el Modelo de Red de Referencia, que ha arrojado resultados, primero, con completa ajeneidad a las empresas; segundo, no comprobados con la realidad; y tercero, disonantes con el modelo de decisiones regulatorias de la inversión en el que participan las Comunidades Autónomas. Finalmente, parece que hubo una cierta marcha atrás (volviendo a la provisionalidad de la retribución), tras el fenomenal escándalo que se formó en la última sesión del Consejo Consultivo.

Pero esta no es la única de las actuaciones de los Consejeros que viene revestida de polémica y que sigue este mismo modelo. Podemos recordar cómo en el caso del Real Decreto para la gestión de restricciones por garantía de suministro (el eufemismo con el que se bautizó el decreto para fomentar la quema del carbón nacional, gestionando los stocks pendientes acumulados, aumentando así la emisión de gases contaminantes y dinamitando el mercado eléctrico). Pero bueno, al final parece que desde la Unión Europea han visto la jugada y, por ello, Industria se ha visto forzado a presentar el plan como lo que es, una ayuda de Estado al sector. Por cierto, proceso de comunicación del que desistió el anterior Secretario General de Energía, Ignasi Nieto. En todo caso, resulta paradójico que la CNE (que debe conocer mejor que nadie el sector energético y la competencia en el mismo), hiciera un informe calculadamente crítico, pero mucho más «light» que otros organismos como, por ejemplo, la Comisión Nacional de Competencia. ¿Cómo no va a querer Luis Berenguer, por tanto, apropiarse de la actuación de la CNE en semejante estado?

Pero tampoco es la última, en este acontecer río, el problema del carbón nacional. Sólo hay que ver cómo la CNC no ha tenido ni un solo resquicio de posición pro mercado y proliberalización de la actividad de comercialización eléctrica en lo que se refiere a otro informe que también ha pasado, por debajo de la mesa (en concreto, el Informe que desarrolla el Real Decreto para transposición de la famosa Ley Ómnibus en el sector eléctrico). La pieza que ha elaborado la CNC al respecto tampoco resiste la comparación, inclusive por su claridad. En el caso de la comercialización, las garantías y dificultades que se ponen a la actividad desaniman a cualquiera. Pero no nos engañemos, no hay cultura de comercialización (no la hay de liberalización) y, seguramente, la voz de este sector tan novedoso y necesario para la liberalización final, tiene difícil encontrar un altavoz hoy.

Un inciso, esto no ocurre porque la CNC tenga ahora unas convicciones pro mercado, o al menos, pro empresariales. Sobre todo tras la política de hechos consumados y tierra quemada que viene practicando. De hecho, su presidente señalaba hace poco que la Ley Ómnibus se había bloqueado por la acción de los lobbies de las empresas, desposeyendo de su responsabilidad en estos cuatro años de retraso a la Administración e incurriendo en la satanización tan usual del papel de las empresas y su relación con la Administración en un modelo de participación, que debe ser transparente, abierta y equilibrada. En todo caso, el Informe de la CNC al hilo de este Real Decreto no tiene comparación por su claridad expositiva y la posición del organismo con el de la CNE.

En todo caso, aunque no lo parezca y la actividad de la CNE sea más silente en los últimos tiempos, la capacidad devastadora de los mercados y la liberalización por parte de su Consejo de Administración sigue siendo no despreciable. Es más, tras el anuncio de la voladura del Consejo en su actual configuración, los comportamientos pueden ser más inquietantes y ganar virulencia. Y tengan en cuenta que este último tiempo de la prolongación del partido puede ser especialmente cruento. Están armados y son peligrosos. Cuidado, siguen ahí. Es Zombieland.

Varapalos europeos al decreto de Industria para aumentar la protección al carbón autóctono

Como veníamos anticipando, la propuesta de Real Decreto para impulsar a todo trapo la quema de carbón nacional (y bautizado con el ingenioso nombre de gestión de restricciones por garantía de suministro, en tiempos de abundancia) podía toparse con la posición contraria de las autoridades europeas, en el caso de enterarse de la jugada. Y así ha sido.

En España, fruto de estos años en que las ayudas comunitarias han llegado regular y religiosamente, se ha cultivado una idea particularmente peligrosa: existe una burocracia comunitaria enorme. Pero, a pesar de esa imagen, Europa es mucho más eficiente de lo que parece y tiene mecanismos y antenas mucho más orientadas de lo que se podría suponer a primera vista.

En el caso del carbón nacional, el Gobierno e Industria ya lo han comprobado en sus propias carnes y al parecer el primer encuentro con la propuesta de Real Decreto encima de la mesa ha tenido una oposición frontal en las autoridades comunitarias de competencia y energía. Según fuentes solventes, este encuentro se produjo en días pasados y el jefe de la delegación española fue Antonio Hernández, Director General de Energía y Minas.

El resultado de esta aproximación ha sembrado la preocupación, además de sentar como un jarro de agua fría, en el Ministerio de Industria, que recibió el encargo desde instancias políticas más elevadas. Sobre todo porque el propio Miguel Sebastián ha dejado grados de autonomía muy importantes al área energética en este campo, a sabiendas de que su encaje en la legislación comunitaria es, literalmente, imposible (aunque pronuncie esas declaraciones sobre el carbón en que parece exonerarlo como tecnología de sus consecuencias medioambientales, ¡qué formula tan saducea!). En suma, y en la práctica, se trata de un marrón de difícil digestión para el área energética.

Partamos del hecho de que Europa no es partidaria de subvencionar por subvencionar (al modo latino tan en boga). En concreto, en este sector carbonífero español, la posición europea es que las subvenciones sirvan para compensar la diferencia de competitividad con el carbón importado. Ahora, de ninguna de las maneras, estos mecanismos económicos deben estar dirigidos a conseguir una doble financiación garantizada para el reducto minero español, toda vez que estas subvenciones se perciben tanto en tiempos de precios altos del carbón importado como en tiempos donde este precio cae y además la competencia con otras tecnologías agudiza la percepción de su ineficiencia. Un intento de estas características ya se realizó mientras que Ignasi Nieto fue Secretario General de Energía, y de forma discreta y cuca, fue retirado de los ojos de la Unión Europea. Por tanto, se impone una auditoría de las cantidades percibidas y su correlación con la evolución de los precios del carbón en el mercado internacional.

Hay que recordar el camino recorrido. A la vista de los problemas de competitividad de las minas, de la acumulación de stocks de carbón autóctono (la propuesta de real decreto es un procedimiento para intentar gestionar estos stocks, más que otra cosa), en Rodiezmo, sindicatos y empresas mineras reclamaron al Presidente Zapatero más ayudas para el sector. Asesorados por no se sabe quién, la feliz idea es que sea con cargo al sector eléctrico. Para hacer eso, se decide intervenir el mercado eléctrico, seccionarlo, atentar al modelo de liberalización, crear un eufemismo regulatorio sin parangón (las restricciones por garantía de suministro) y la reparación controlada de los efectos sobre las tecnologías (indemnizaciones tasadas) para intentar aminorar el efecto. Todo ello con el retruécano de convertir el carbón autóctono como combustible estratégico, por lo cual no hay que guardarlo sino quemarlo a todo trapo, en otra contradicción in terminis. A la que le unimos el efecto sobre las emisiones de carbono y el efecto invernadero, otra contradicción en tiempos de Copenhague y de un aparatoso discurso sin convicción alguna.

La suma se ha convertido en un desmán de proporciones económicas incalculables, que del sector minero español, cruza al eléctrico, pasa por el medioambiente y acaba en la tarifa que pagan los ciudadanos. Es decir, en la factura que llega a cada uno. Todo ello, por una incompetencia e incapacidad continuada para concluir la reconversión del sector, abordar en serio el desarrollo regional, acabar con un «modus vivendi» anómalo y atajar el clientelismo que siempre surge en rededor de las subvenciones.

Por otra parte, en nuestro país la bola no para de crecer, los pronunciamientos de la Comisión Nacional de Competencia (CNC) y la batalla campal que se prepara en el terreno de la generación eléctrica dejan sin descanso a Industria. Más de 1.200 millones de euros estima la CNC de costes, cuyo puente hacia la tarifa y el consumidor energético es casi directo (por cierto, las asociaciones de consumidores, salvo los grandes consumidores, no han dicho esta boca es mía, seguramente tranquilizados por una acción intervencionista en precios eléctricos).

El efecto bola de nieve se precipita sobre este proyecto, que tiene todos los visos de tener que ser retirado y reelaborado, por lo que es posible que hasta la primavera no se tengan noticias del mismo.

En todo caso, y más allá de la prosodia que necesita refrenarse, cuánto hay que agradecer el hecho de pertenecer a la Unión Europea en la medida que se ponen frenos y racionalidad a la actuación política, que sin política, o estrategia energética, sucumbe al ejercicio de las presiones.

El anteproyecto que no pudo haber sido y no fue

Las reacciones a la Ley de Economía Sostenible cuyo anteproyecto fue presentado por el Ejecutivo el viernes pasado, tras una generación de expectativas desmesuradas y no suficientemente dimensionadas, no se han hecho esperar y, de forma general, son muy negativas. En todo caso, lo que es evidente es que hay un ejercicio de descompensación claro entre el discurso político oficial centrado en las expectativas de la ley: el cambio del modelo productivo (que no llega a lifting semanal), y lo que ha sido su elaboración, en el fondo un rastrillo regulatorio bastante lastimoso, sobre todo desde que se filtraron las demandas de la Moncloa en forma de correo electrónico despistado (mitad limosna, mitad órdenes) para dar consistencia y contenido a algo que ha acabado siendo un engendro de carácter prometeico.

Como reflexión, resulta peligroso el abuso del marco de Lakoff, del ejecutivo con prosodia electoralista: economía sostenible. El problema es que ya ha pasado hace tiempo el momento de la política tangible y explicable. Es decir que la comunicación política debe estar al servicio de la transformación y la reforma, y no convertirse en el objeto de la política, suplantando el ser con el parecer. Evidentemente, no está mal que el ejecutivo, el Gobierno, o el Partido Socialista innoven en comunicación política y marketing, dado que por lo menos ameniza. Lo que está mal es que lo hagan en una situación de crisis de este tipo, con una ansiedad que le llevará a aguantar mal los malos datos de crecimiento y empleo, que quedan hasta que haya alguno decoroso. Y, por lo demás, que estos conejos de la chistera se hagan con las cosas de comer. Y, más todavía, en la medida que la comunicación tiene más destinatarios que los sufridos votantes, muchos más. Tiene que ver con todos los afectos de que haya confianza institucional, económica y empresarial.

El hecho es que este Anteproyecto de Ley emite señales a los sectores económicos, por un lado, a analistas financieros, inversores y a nivel internacional que confirman la frase de Groucho Marx: «más vale estar callado y parecer tonto, que abrir la boca y confirmarlo». Muy peligroso, por tanto, este ejercicio, y no sólo el corto plazo, que ya ha ofrecido su cara más descarnada con esta ley, sino que también en el medio plazo le puede causar efectos muy perniciosos al Ejecutivo. Pocos ejecutivos occidentales han dado una sensación tan alarmante de frivolidad, de superficialidad y de falta de capacidad para abordar problemas esenciales y quedarse en lo decorativo, como éste.

En el ámbito energético, se cumple la crítica general a este Anteproyecto de Ley: se han aglutinado medidas parciales, puntuales, que ya estaban anunciadas, con actuaciones más o menos sincopadas, como la búsqueda de una regulación (estricta) del período de vida útil de las nucleares, reducción del tamaño del Consejo de Administración de la CNE, reducción del consumo energético por decreto y creación de la Conferencia Sectorial de Energía a nivel autonómico. Algunas de ellas son simpáticas o «cool», pero hoy no se justifica que la Ley de Energías Renovables y Eficiencia Energética sucumbiera ante este refrito regulatorio insustancial (y eso que su contenido estaba bastante a la deriva). Hagamos un resumen.

Reducción balsámica de la CNE. Quizá la medida en el papel más razonable, largamente anunciada y que su efectividad real se tiene que traducir en su despolitización y tecnificación. Algo que va más allá de la ley, pero mucho más. Por tanto, el Consejo de Administración de la Comisión Nacional de Energía será reducido a 5 miembros, incluido el presidente o presidenta, con un período de vigencia de 6 años no renovables, es decir máximo. El presidente tendrá que acudir anualmente al Parlamento a dar cuenta de la actividad del organismo. Además, se elimina la posibilidad de recurso de alzada ante el Ministerio de Industria contra las decisiones de la CNE. Lo que es cierto es que a partir de este momento comienza otro proceso de elucubración sobre el presente y futuro de la composición actual del organismo, sustituciones, vacantes y renovación del mismo. Apasionante en todo caso.

Fijación del límite de vida útil de las centrales nucleares de forma más estricta. Eso, irónicamente, puede ser de lo más «sostenible» de la Ley con el objetivo de seguir entorpeciendo la prolongación de las centrales nucleares, pese a que cumplan todos los requisitos de seguridad, como en el caso de Garoña. Es decir, generar el ánimo de casi decretar el cierre de instalaciones en perfecto funcionamiento, certificadas en atención al posicionamiento antinuclear. Y todo, en un momento en que se replantea el papel de la energía nuclear en la reducción de emisiones y rebaja de la factura energética en paralelo.

Creación de la Conferencia Sectorial de Energía. Se apunta como objetivo el hecho de coordinación de las políticas en materia de energías renovables. En todo caso, en el ámbito de las energías renovables, se pasa del furor del converso al frío gélido, pasando por la quemadura de tercer grado, con gran facilidad, algo que esta Ley, ni la anteriormente prometida Ley de Energías Renovables, pretendía.

Eficiencia energética por decreto y atención al transporte y la movilidad. De lo que más se ha hablado ha sido del control de las temperaturas de los edificios, de forma que no puedan ser más altas que 21 grados en invierno o 26 grados en verano. Como sugerencia añadida cabría hacerse la fijación del número de bombillas de bajo consumo por metro cuadrado o la regulación del uso de la corbata, bermudas y escotes, para garantizar los objetivos de igualdad de género, conciliados con la eficiencia energética. Poca referencia a los precios de la energía como regulador efectivo del consumo.

Finalmente, el Gobierno asume el compromiso de elaborar una Planificación Energética con equilibrio económico, medioambiental y de suministro. Compromiso que si no existía anteriormente, quiere decir que no teníamos política y todo era rodar por tierra.

En definitiva, lo que teníamos es lo que tenemos: poca cosa, buenas intenciones y termostatos bajo control. Más de lo mismo, con el agravante de que sigue en el cajón la propuesta de Real Decreto para impulsar la generación de electricidad mediante la quema de carbón nacional. Propuesta nada sostenible, ni económica, ni medioambientalmente, ni desde el punto de vista ecológico y de emisiones. O cómo se han calzado las primas a las renovables con la termosolar desbordada, en una inclusión desvinculada de su efecto sobre la generación de electriciad, sin objetivos, ni criterios de costes meditado. O, incluso, cómo se afirma que, a la vista de todos estos desaguisados más el déficit tarifario acumulado, la tarifa no se va a equilibrar en lo que debería subir para hacer coherentes los precios de la electricidad con sus componentes y decisiones políticas.

Insostenible.