Procrastinaciones energéticas
La literatura de gestión y de autoayuda ha acuñado un término nuevo: procastrinación. Término que usted podrá encontrar en las revistas de gestión empresarial y en las ediciones de libros que se pueden comprar en los aeropuertos, destinados a la gestión del convencimiento de los directivos, sobre lo que deben hacer, lo que está bien o mal, o cómo afrontar la vida profesional y personal. Dicha palabra, si usted la consulta en el diccionario español del Word, no sale. En definición de Wikipedia: «es la acción o hábito de postergar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras situaciones más irrelevantes y agradables.»
Wikipedia añade al respecto: «El acto que se pospone puede ser percibido como abrumador, desafiante, inquietante, peligroso, difícil, tedioso o aburrido, es decir, estresante, por lo cual se autojustifica posponerlo a un futuro sine die idealizado, en que lo importante es supeditado a lo urgente.» Se tipifican tres tipos de procrastinación: por evasión, cuando se evita empezar una tarea por miedo al fracaso; por activación, cuando se posterga una tarea hasta que ya no hay más remedio que realizarla y por indecisión, propio de quienes intentan realizar la tarea pero se pierden en pensar la mejor manera de hacerlo sin llegar a tomar una decisión. Según Zygmunt Baumant, sociólogo de la modernidad, es una consecuencia de la sociedad líquida o una característica de la misma.
Aunque es una palabra que tiene una raíz latina, su difusión, vigencia y actualidad se deben en gran parte a la traslación de los gurús de las escuelas de negocios sajonas, creadoras de tendencias de forma que nos llega como importanción del anglicismo «procrastinate», un ejercicio como otro cualquiera de papanatismo cultural. ¡Como si nosotros no fuéramos capaces de procrastinar las reformas que necesita la economía española y nuestra sociedad!
En definitiva, procrastinar es el hecho de aplazar las obligaciones y las responsabilidades hasta llevarlas a un punto de no retorno, de forma que se tengan que abordar de forma urgente y vertiginosa. Por eso, en Navidad y fin de año es un buen momento para identificar las procrastinaciones, los aplazamientos y, en este caso, los del sector energético. Todas esas cuestiones que, además, van a pasar el hito temporal del cambio de año y que el reloj inexorable del tiempo van a seguir ubicando en el apartado de «tareas pendientes».
En primer lugar, claramente hay una procrastinación tarifaria, prolongada años y años que ha ido aplazando el ajuste de los precios de la electricidad a su correspondencia como suma de todos los costes de suministro, demora derivada de los miedos políticos de cada gobierno a abordar este problema y a la instalación de determinados colectivos retroprogresivos ensimismados en su tarea de laminar el proceso de liberalización del sector energético. En este sentido, es procrastinación la elaboración de las tarifas para 2011, que sin haber tenido cambios respecto de las anteriores en lo que se refiere a los costes regulados, sin motivo que lo justificara, se ha hecho con el mismo procedimiento de urgencia (o de último momento que las anteriores).
Por ejemplo, también se está procrastinando, cuando el actual Secretario de Estado de Energía dedica sus esfuerzos a la amable tarea de promover su candidatura para la Dirección General de IRENA por el ancho mundo y deja en un segundo plano cuestiones de índole doméstica y de mayor tediosidad y complejidad en su solución, como el déficit tarifario, su titulización o la retribución de la distribución también tanto tiempo procrastinada.
En el campo de las tecnologías, son procrastinaciones los sucesivos episodios a cuenta de las propuestas para aumentar la producción de energía mediante carbón nacional y las soluciones para aplazar la reconversión de este sector, con efectos sobre otras tecnologías de generación. Y son procrastinación, los acuerdos de mínimos para reducir las primas en ciertas tecnologías renovables como costes regulados de las energías en régimen especial, ante su impacto tarifario.
Otro ejemplo de procrastinación es el proceso para la sustitución del Secretario de Estado de Energía, tras la deconstrucción del inquilino actual instalado en situación de interinidad y que ha sido nuevamente aplazada, al parecer, en primer lugar, por la posible renuncia de su principal candidato Fabrizio Hernández, y después, por el pulso Economía/Industria y la carencia de candidatos solventes a la vista para esta responsabilidad.
Y, por continuar con los ejemplos, la sustitución de los consejeros de la Comisión Nacional de Energía con período de nombramiento vencido, que se está procrastinando y procrastinando, más de un año y medio, en principio y se supone, que hasta que se apruebe la Ley de Economía Sostenible que comparte protagonismo con el tema de la rebelión de las descargas en Internet (¿cuándo se descarga la CNE?).
En todo caso, la procrastinación más grave y continuada es la carencia de política energética definida. El castellano, lenguaje rico, tiene muchas frases y vocablos para invocar a la acción y evitar la tendencia a no enfrentar los problemas con radicalidad (que no con radicalismo) y determinación. Pueden ir sumando, ejemplos de esta sabiduría genuina y propia: «No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy», o la también muy española «coger el toro por los cuernos». En fin, ¿estaremos «procrastinados» en el sector energético?










