La razón del Mal

Rafael Argullol tiene escrita una novela, La razón del Mal (premio Nadal en el año 1993), que reúne en su título, casi dos cuestiones que deberían ser antagónicas: razón y Mal. Su argumento es el de cómo en una ciudad de rasgos netamente occidentales, cosmopolita y próspera, se produce un fenómeno extraño que en un principio se intenta mantener en secreto. Dos testigos de los hechos, que intentan explicar lo inexplicables, empiezan apreciar como algo que parecía menor, se convierte en una amenaza mucho más temible, capaz de transformar las más íntimas convicciones de los ciudadanos, hasta recrear el concepto de descomposición y desintegración de la ciudad.

Podemos encontrar una analogía con este novela, en el hecho de que a causa de dos párrafos incidentales incluidos por la Comisión Nacional de Energía en la propuesta de tarifa integral para el tercer trimestre, desarrollados en un informe tan anómalo (y su esparcimiento público en los medios de comunicación como una verdad, cuando se trata de estimaciones) se encuentre en cuestión el propio funcionamiento de una institución como es el mercado eléctrico, a través del cuestionamiento de las tecnología que participan en él.

Y, no tanto porque se critiquen los precios de nuestro mercado (que, en primer lugar, son semejantes a los de Europa y dependen de la demanda y de las materias primas, como en Europa), sino que se critica como se “benefician” unas tecnologías sobre otras de los precios que fija el propio mercado, algo normal en todo mercado de producción de bienes y servicios homogéneos (el kilowatio). Quiere decirse que la propuesta no va para abaratar precios, sino para expropiar resultados. Toda esta ceremonia, convive con la existencia de los precios más bajos de la energía que en Europa, junto con Francia (anormalmente bajos), fruto de la actitud renuente (y los comportamientos elusivos de las Administraciones de turno) para acometer una revisión tarifa que refleje los precios de la energía.

Podemos hacer un resumen de las causas por las cuales en un país como el nuestro, europeo y occidental, que empezó con un proceso de liberalización que era la envidia de Europa, está llevando hacia propuesta involucionistas e intervencionistas o, desde perspectivas teóricas, académicas-optimizadoras.

Existencia de un importante déficit tarifario acumulado. Este, son ser grave, sería un problemas de partida. Se trataría de un embalsamiento de costes de la energía que, ya se produjo en el tardofranquismo, y que por la debilidad política y el nivel de intervención del Estado, no se abordó a tiempo. Es, eso sí, es el origen de todas la batallas. Este año acabará por encima de los 12.000 millones de euros acumulados, de forma que este año ya la tarifa acoge 900 millones de euros entre amortización del principal. Lo único que hace el ajuste tarifario propuesto por la CNE es asumir la evolución de los precios de la energía en 2008 para dejar el déficit ex ante (la diferencia de ingresos y gastos que se había fijado de partida) en su montante inicial. Lo lógico era hacer un plan, una periodificación temporal del mismo, un esfuerzo conjunto para sacar determinados elementos de la tarifa, revisar la fiscalidad de la electricidad, etc… Buscar una solución presentable. Pero para eso hacen falta gestores, capaces de trazar un plan, de administrarlo y de explicarlo (con convicción para ello). Las soluciones creativas que van apareciendo, a lo que tienden es a ‘meter mano’ por vías torticeras a la tarifa eléctrica y revestirlas de decisiones contra las empresas en beneficio de los consumidores (que pagan a plazos y con intereses el desmán tarifario).

Incapacidad política continuada para trasladar los costes a las tarifas. Heredada de dos hechos. El primero es que durante los gobiernos populares se produjo, con una coyuntura favorable de las materias primas energéticas una disminución de los precios reales de la energía muy elevada. Las ultimas legislaturas socialistas han venido caracterizadas por lo contrario, precios altos de la energía, crecimiento de la demanda, y tarifa fija para no incurrir en costes políticos, por comparación, en el desarrollo de un juego político cainita que hubiera sido necesario para sacar esta cuestión del debate político. Consecuentemente, el segundo hecho es que cualquier coartada que permita evitar esta elevación a los ciudadanos es bien recibida, aunque sea poco ortodoxa y afecte a la estabilidad del sector y a la credibilidad de nuestra economía, en un territorio en que las ideas claras sobre el funcionamiento de la inversión y los mercados financieros es clara y manifiesta.

Existencia de una minoría creativa, intervencionista, optimizadora, procedente del antiguo régimen, cuando no existía mercado. Con la definición minoría creativa, retroprogresiva, nos referimos a un grupo de intelectuales vinculados al sector energético, procedentes de otra época. Con una visión ‘progre’ y no libre del funcionamiento de los mercados y los agentes económicos, enfrentado a los agentes empresariales (excepto a los monopolistas propios o foráneos), con la vuelta a un modelo de intervención, el marco legal estable de la dictadura, la sujeción de las empresas a la inteligentsia, al arbitrismo por tecnologías, la explotación centralizada, el monopolio de redes, la planificación de la economía más dinámica de Europa, el control de rentas, la regulación ‘ad hoc’, los planes quinquenales y la reinstauración del Soviet Supremo (y sus consecuencias contra la inversión y la seguridad de suministro). Un elenco de posiciones nada homologables en el ámbito regulatorio, con ningún país, del continente que sea, pero con algo muy peligroso para la Administración: con influencia, máxime en un momento de cambio de equipo. Y, lo bueno, es que sus trapisondas se notan en el medio plazo y en eso que los mercados (en los que no creen), denominan, confianza y estabilidad.

Existencia de corrientes ocultas que trazan caminos desde el Consejo de Administración de la Comisión Nacional de Energía, regulador independiente, hacia el Ministerio de Industria, regulador principal. Esas corrientes ocultas, también afectan a los propios servicios de la CNE, dónde en el caso del actual y anterior Dirección de Regulación se ha colocado como ‘la fuerza del eje’, desplazando a las áreas sectoriales expertas y concentrando la capacidad de interlocución regulatoria al juego político exterior de sus mayores. Sólo así, se pueden explicar el colaboracionismo con las sintonías con los afanes políticos de cada momento y con el regulador principal.

A esto se une una visión del órgano regulador muy distorsionada, de forma que está permanentemente expuesta, en almoneda y deteriorando su rigor. El hecho es que no tiene nada ver la actuación fuertemente polémica e intervenida de la CNE, con la CMT o con la CNMV (futura Comisión Nacional de Servicios Financieros). Todo ello partiendo de un peligroso relativismo moral en lo que se refiere a independencia, (una independencia parcial es una dependencia) en lo que refiere al concepto, al principio, al conocimiento del funcionamiento de los mecanismos de mercado, al valor de la independencia y a la profesionalidad.

Déficit social de la idea de mercado y de liberalismo, unido a una falta de cultura económica. Un excipiente en que todos los gatos son pardos. Pero esto es algo que no tiene solución, salvo a través de la censura de la Unión Europea, porque parece inconcebible que un organismo pueda aprobar una propuesta que va en contra de los propios criterios de la Comisión Europea y del mercado. El colmo del antiinstitucionalismo.

Apriorismo y tolerancia ante la falta de seriedad y rigor, abundancia de inexactitudes, desarrollo de supuestos académicos y de laboratorio y, facilidad para hacer la vista gorda ante “defectos” notorios (poco justificables en el regulador independiente), en el uso de la información, con tal de obtener unos resultados que estaban predeterminados, como un partido de segunda división con maletines.

Finalmente, en la coyuntura actual, cabe preguntarse por qué la presidenta del organismo Maite Costa habría participado de esta ‘ceremonia’ que, en el fondo, deteriora nuevamente a la Comisión Nacional de Energía y la sume en un nuevo ‘agujero negro’, semejante al escándalo de la OPA de Endesa o a la manipulación ordenada desde instancias políticas, en la anterior etapa del informe sobre la OPA de Gas Natural a Iberdrola. Ha consumido toda la credibilidad (de existir) en este último envite. Sobre todo porque, de llevarse la propuesta a sus extremos, el propio organismo carece de sentido. La inquietud por los cambios que se estaban produciendo en el Ministerio, la cantidad de corrientes ocultas y ligazones con la Administración y la necesidad de su reposicionamiento podrían ser la explicación a esta última polémica.

La razón del mal.

El debate sobre las tarifas requiere soluciones, no problemas

El indisimulado y largo proceso para la primera subida (y al parecer leve subida de tarifas) nos devuelve a una situación en la que prima el dogmatismo a la necesidad de gestionar los problemas larvados.

Un ejemplo de este paroxismo, es la Comisión Nacional de Energía, que tiene en sus deliberaciones, no tiene un papel en el que se hable de la expresión ‘déficit tarifario’, formula devastadora de la lógica económica y fuente de todos lo problemas. Algo en lo que ya saludablemente había aparecido en los medios de comunicación con cierta fluidez y ya se empezaba a tener conciencia de su montante y de su origen (la evolución de los precios, de la demanda, de los combustibles y la incapacidad política, todo combinado). Entra por ello en el ámbito de los comportamientos paradójicos que el único organismo que no habla de ello en todo este proceso, que no tiene blanco sobre negro, la expresión ‘déficit tarifario’ es la Comisión Nacional de Energía. En esta cuestión, hoy ya se cumple el axioma de que si no se es parte de la solución se es parte del problema.

En cambio, vuelva a poner aspirinas en el agua de las flores del intervencionismo: el control de los costes y su diferencia con los precios, partiendo de la secreta aspiración del control de rentas en la regulación (algo inconcebible), para actuar selectivamente a dos tecnologías (cuya participación en el sistema tiene su momento, su lugar y su papel y no se puede ver de forma aislada por la vuelta velada al Marco Legal Estable). La última nota de prensa, lacónica, busca expresiones cada vez más alambicadas para la justificación de este ‘estudio: divergencia sostenida entre los costes reales y el precio de generación e información a título orientativo. La anterior se desentendía del nivel de precios totales, unicamente preocupada por señalar con el dedo a las tecnologías. En cambio, ni rastro de que propone el organismo regulador para abordar las subidas de tarifas que tienen que venir, ni para resolver el déficit tarifario ¿Cuál es el papel que debe tener el regulador en todo esto? ¿Por qué? ¿Dónde están las soluciones?

Por otra parte, el gobierno y sus representantes, impelido por la polémica de la subida de precios, empieza a proponer soluciones creativas. Dice que diseñará ‘tarifas sociales’ para que determinados colectivos, como a los jubilados, les afecte menos la subida de tarifas. Realmente a lo mejor habrá que definir cual es la política fiscal y de gasto público de nuestro país para poder ayudar a las personas con menores recursos, pero hacerlo a través de la intervención y conversión a precios públicos de un suministro es una solución poco meditada y poco coherente además, con el marco europeo, a la hora de crear subvenciones y subidios de ‘facto’.

En lugar de ello, fíjense si hay margen. Si la electricidad ha conservado el vestigio de ultimo recurso del franquismo, servicio que tiene un carácter social, vean su fiscalidad actual (el IVA al 16 %, existe otro tipo el 7%) y sus impuestos, como el general de la electricidad. Otra vía de ‘redistribuir’ estos costes: la reducción de impuestos directos. ¿A qué es progresista? Y, probablemente, la subida de tarifas que tiene que tener lugar, pueda tener un cierto correlato con las actuaciones más ortodoxas (y más coherentes con el mercado). Estudien, por ejemplo, la propuesta que también salió de la CNE antes de sumirse en el proceso éste de señalar las diferencias entre costes y precios de generación, de que sean los Presupuestos Generales del Estado los que aborden los mecanismos de prima a las energías renovables. O que se revisen el resto de conceptos que se incluyen en la tarifa eléctrica.

Pero lo importante o, mejor dicho, lo preciso, es que se defina el problema, se explique, se gestione, se consensue, se actúe y se resuelva. Con voluntad política y con rigor. Lo que se precisa es un plan serio, fruto de todas esas fases, no un proceso degradante a nivel institucional y político, cuya inclusión en la agenda política en cada momento acabe por peteneras. Cada subida de tarifas puede ser un via crucis penoso. Por ello, es necesario conseguir que salga del debate político. Todos los que participen en esa ocultación formarán parte del problema y, probablemente, les arrastrará en sus consecuencias.

No se gana nada, provocando un debate convulso en la sociedad, no informando, ocultando un problema agrandado por la incapacidad política anterior, como es el del déficit tarifario, no explicando a los ciudadanos las causas de la diferencia existente entre lo que pagan por la energía y lo que cuesta realmente (como todos los bienes en los mercados) y provocando una confusión interesada.

Por que, el resultado es actuaciones políticas bajo el signo del terror de la ‘urna siguiente’, son cuestionamientos delirantes y oportunistas al funcionamiento del mercado, elusión de las cuestiones de fondo, demagogia con muy poco fondo. O directamente, meter la mano en la caja (detracción de derechos de emisión, eliminación de conceptos retributivos,…). Todas ellas, decisiones y soluciones indeseables para todos con consecuencias para la inversión, para la normalización futura del funcionamiento de este sector, para la estabilidad regulatoria y para la credibilidad del sistema

Así evitaríamos, además de todo, el martirio informativo y se pondrían soluciones, no problemas.

Las tarifas: empieza la función

La nueva Administración energética empieza a percibir la importancia del problema que ha recibido en materia de déficit tarifario y, su origen, la tarifa eléctrica y su administración intervenida. Por tanto, parece que empieza una nueva función y ese pistoletazo de salida parece que lo han marcado las declaraciones cruzadas del pasado viernes de los titulares actuales del área de energía. Así, la semana pasada acabó con la aparición de disensiones alrededor de este tema, entre Pedro Marín, Secretario General de Energía y el Ministro de Industria, que afirmó que se tendría en cuenta la propuesta de la CNE (que se estima en una subida de alrededor del 20 %).

Por su parte, Miguel Sebastián, refrenó esa franqueza y su consecuente tendencia favorable a la subida de tarifas, señalando que una subida del 20 % sería excesiva y abogando por que la subida que se produjera debe ser razonable. También intervino sobre la cuestión, el Vicepresidente del Gobierno y Ministro de Economía y Hacienda, Pedro Solbes, que de forma ortodoxa, sin aplicarse a adjetivos más imprecisos (razonable, justo, excesivo, etc.…) afirmó la semana pasada que había que acercar las tarifas eléctricas a los costes reales.

Hay una noticia buena y otra mala de todo esto. La buena es que parece que no se discute la necesidad de una subida de tarifas, no se polemiza sobre la existencia de un déficit tarifario, se reconoce la existencia de un mecanismo perverso y perjudicial para la economía, que además es difícil de sostener en el tiempo en un entorno europeo y liberalizado. Por lo tanto, parece que se ha acabado la etapa del sexo de los ángeles. Algo que hasta hace poco parecía imposible, porque la apelación a los dudosos argumentos de responsabilidad política parecía acallar cualquier sombra sobre la posibilidad de que las tarifas recojan la realidad, en lugar de vivir a crédito. Partimos, por tanto, de algo que parece un substrato que conforma un elemento común: hay que acabar con el déficit tarifario y con una tarifa artificiosamente baja que hoy recibe el nuevo equipo ministerial como una losa de proporciones descomunales. De hecho, si la tarifa se hubiera ido actualizando de manera ordenada en cada momento, la subida de precios energéticos que tendría que administrar Sebastián (o en su caso la CNE) para este próximo trimestre sería mucho menor, apenas la diferencia porcentual de lo que ha variado los precios en el mercado de generación en el trimestre pasado, sobre éste (el resto de conceptos de la tarifa eléctrica, no tendría variación al tratarse de actividades reguladas). Por tanto, colegimos, es una herencia envenenada que no se ha sabido gestionar políticamente y, sus decisiones están presididas por argumentos políticos, sus consecuencias en términos de confianza e inversión podrían ser devastadoras.

En ello puede haber influido, desde el volumen acumulado de déficit tarifario que da vértigo, la situación económica, la dificultad para conseguir su financiación sin producir importantes desajustes, la cercanía del calendario de liberalización, la sombra de la Comisión Europea sobre los comportamientos de la Administración en el mercado eléctrico.

La noticia mala es el efecto memoria que se puede percibir en toda esta situación informativa, respecto de atisbar una posible desautorización a los procesos de actualización de las tarifas, a los que ya hemos asistido en la legislatura anterior. En su descarga, hay que reconocer que el papel del nuevo equipo es difícil con una situación de este porte. En este sentido, Miguel Sebastián y el Secretario General de Energía han empezado a sufrir los rigores de estar en la parte pública del escenario político, sometidos a seguimiento y escrutinio permanente por los medios informativos, con dos declaraciones contradictorias en un mismo día, a menos de un mes de sus nombramientos. Lo que está claro es que no es lo mismo, estar en la zona oscura de la Oficina Económica de la pasada legislatura que la exposición y la determinación de una atribución gestora de una Administración. De todas formas, una disfunción así es razonable en los primeros momentos de rodaje al frente de una responsabilidad como esta y, sus consecuencias, seguramente las podremos ver en el futuro. Esperemos que no sean la inhibición de los partidarios de las soluciones más díficiles políticamente, pero más necesarias.

Por ello, es razonable que Marín como Miguel Sebastián, verbalizaran esa contrariedad, criticasen lo hecho anteriormente, en materia tarifaria, tildándolo de que no se había hecho lo suficiente. Esperemos que, en esa formulación tan ambigua, no se trate de la tendencia a los atajos y a la perversión del mercado eléctrico, como fue la detracción de derechos de emisión o de otros postulados que se profieren desde las minorías creativas influyentes de origen intervencionista, versión más estatalista, con reminiscencias a esquemas joseantonianos o bolcheviques (vuelta a un esquema semejante de CTC’s, reversión al marco legal estable por costes medios, fijación de rentabilidades a cada tecnología y en ese plan). En todo caso, puede ser que alguna de estas críticas, no sienten bien en la corriente catalanista defensora de la actuación de Nieto y agraviada tras la reforma del gabinete Zapatero, al desaparecer su influjo en Industria o Fomento.

Unido a esta primera escaramuza infomativa y a todo este proceso de necesidad de ajuste tarifario, está el cambio de papeles en la formulación de la tarifa. A partir del próximo trimestre la Comisión Nacional de Energía será la responsable de su elaboración, lo que de facto puede acabar en un deslizamiento del responsable de lo que tenga que pasar. Por eso, lo razonable es abordar de una forma coordinada y consensuada un programa serio que trate el ajuste tarifario, sin atajos, ni procesos que desvirtúen el funcionamiento del mercado, con un modelo creíble, transparente, que refleje los esfuerzos y aportaciones de todos agentes, de forma que no afecte a la inversión y a la confianza necesaria en nuestra economía y nuestro sistema energético.

La tarifa eléctrica vuelve a colarse en la agenda informativa y puede trastocar a la Administración, en el temor atávico y colectivo a la toma de decisiones impopulares postergadas o enmascaradas. Esto solo acaba de empezar. La opera no termina hasta que no canta la gorda.

La maldición de la distribución

Como saben la organización del sector eléctrico, distingue cuatro actividades. La generación de energía, el transporte, la distribución y la comercialización. La distribución es la actividad consistente en la entrega de energía que procede del transporte de electricidad (que actualmente realiza en régimen de monopolio Red Eléctrica de España). Para ello, las compañías distribuidoras son las encargadas de gestionar la red de distribución: conectan con la red de alta tensión, tienen centros de transformación y llevan la energía hasta los usuarios finales.

La actividad de distribución (una actividad regulada, es decir no sujeta a la existencia de mercado en su organización), ha estado caracterizada por un marco normativo anómalo. Se fijaba una “bolsa global y agregada”, mediante la cual retribuir esta actividad, cuyo montante total que crecía globalmente en función de la demanda y de la inflación. Para distribuir esa bolsa entre las distintas empresas eléctricas se utilizaban unos porcentajes fijos y estáticos para cada empresa distribuidora.

Este procedimiento era perverso: las compañías deseaban, sobre todo, que este aumento de puntos de conexión se le presentara a cualquier compañía de la competencia menos a ella misma. Es decir, todas las compañías se beneficiaban del crecimiento que se le produce a otro competidor al crecer la bolsa conjunta. Además mientras que le crecen los consumidores a una distribuidora a quien le crecen los costes es a ella misma (y no a las restantes, un chollo). Esta fue una situación que ha permanecido aletargada desde tiempo inmemorial. Y, por otro lado, no había responsable de energía y presidente o presidenta de la Comisión Nacional de Energía, que no afirmara que había que cambiara su regulación, resolviendo definitivamente este problema. Atavismos.

Las consecuencias de esta ausencia de mecanismos de mercado y de una regulación tan pertinazmente maquiavélica dónde se traslada es a la inversión. Y, hoy, en nuestro país podemos comprobar el importante avance en nuevos activos de generación de electricidad, frente a la evolución en las redes, tanto de transporte como de distribución que reflejan déficits importantes.

Sucede que, finalmente, se ha aprobado un nuevo procedimiento para la retribución de la actividad de distribución, que retribuirá a cada empresa de distribución de forma independiente, teniendo en cuenta la calidad de suministro proporcionada. Para ello, se establecen los denominados Procedimientos de Operación (P.O), un mecanismo ya existente en la actividad de transporte. Esta nuevo procedimiento a implantar se topa ahora con la Comisión Nacional de Energía, enfangada en un marasmo entre consejeros y los servicios técnicos, que erosiona su relación mutua y que tiene el asunto en suspenso para todos los agentes. Situación en la que no gana nadie, aunque hasta el momento la partida la llevan perdida desde los servicios técnicos, por las ganancias parciales y movimientos tácticos de algún consejero, hasta las empresas que asisten atónitas al despropósito.

El hecho es que hace unas semanas se convocó una reunión entre los responsables de la Dirección Eléctrica y las empresas distribuidoras. La reunión fue desconvocada un día antes por un consejero para incorporar al proceso de negociación a las pequeñas empresas distribuidoras (con fuerte presencia en Catalunya) a todo el proceso. Algo que provocó además un enfrentamiento entre el consejero responsable de la desconvocatoria y el consejero ponente de este tema.

Por otra parte, en este enfrentamiento, hay efectos colaterales para los propios servicios técnicos. La Comisión Nacional de Energía ha acordado realizar una licitación para externalizar en una consultora la realización de estos procedimientos de operación (P.O), demediando los trabajos ya realizados por los equipos internos. Por su parte, personas cercanas a los servicios técnicos expresan su frustración y también apuntan una enorme suspicacia por la ‘contratación externa’ que podría estar diseñada para que ‘ad hoc’, para alguno de los actuales proveedores habituales de informes que tiene la CNE. Según parece el mercado de este tipo de informe relacionado con las redes es muy estrecho.

El Consejo de Administración sigue sin pronunciarse en torno al asunto y el nuevo procedimiento para actualizar el tratamiento de la distribución sigue en la nevera. Lo dicho, a la actividad de distribución le persigue el cenizo.

El déficit tarifario y la falsa moneda

La copla decía, que la falsa moneda de mano en mano va y ninguna se la queda. Y, algo así parece que pasa con el déficit tarifario. Parece que va pasando de mano en mano, de gobierno en gobierno, de administración energética (en la anterior legislatura hubo dos), de legislatura a legislatura y ninguno acomete este problema, produciéndose un efecto acumulación que puede alcanzar niveles sofocantes y que requiere una acción gestora combinada, basada en la propia culminación del proceso de liberalización de las tarifas eléctricas.

El déficit tarifario surgió en un principio como una diferencia en la estimación de las tarifas eléctricas con los costes que arroja el mercado de generación, es decir un deslizamiento en los costes de generación de la energía sobre las previsiones anuales del tope que impone la tarifa. Esto ocurría cuando las tarifas se fijaban de forma anual (ahora se fijan trimestralmente, aunque fijas, fijas, lo que se dice fijas parece que ya son), se determinaban teniendo en cuenta que la Ley del Sector Eléctrico indicaba que las tarifas debían atender a los costes y, con el transcurso de lo que pasaba durante el año, la misma podía resultar deficitaria, lo que quiere decir ser insuficiente para cubrir los costes (no ser aditiva). En los primeros años, estos déficit eran pequeños y su origen era fundamentalmente un error de cálculo motivados por la propia evolución de precios. El déficit tarifario, se financia a 15 años.

Hoy el déficit tarifario se trabaja a conciencia, es decir, es deliberado. O bien se fijan tarifas que se reconocen insuficientes desde el primer momento (en el mismo momento en que se promulga el decreto o la orden ministerial ya se sabe que están generando déficit). O bien, desde hace dos años, se convierte en un déficit ex ante (se calcula ese déficit generado el día que se aprueban y se reconoce a la vez que se fija la tarifa, de una sola tacada. Es como si hubiese un pago al contado por los consumidores y otro pago a plazo –el déficit-). Hay quien sostiene que reconocer el déficit ex ante es incumplir la propia ley en la medida que supone fijar tarifas que no cubren los costes.

Las cifras de déficit que se vienen generando los últimos años son desbordantes. En esto, cada gobierno debe ser responsable de su déficit tarifario, generado con sus decisiones tarifarias. En 2008, previsiblemente acabaremos (de acuerdo a las previsiones más optimistas), con mas de 16.000 millones de euros acumulados, una cifra que multiplica el déficit tarifario con el que este gobierno entró al poder. Bien es cierto que se ha pasado por situaciones en que los costes de generación han sido muy diferentes. Durante los gobiernos del Partido Popular, asistimos a una evolución muy favorable del dólar y a unos precios internacionales de la energía y del petróleo mucho más bajos que los de hoy. Eso, en todo caso, es un tema de mala suerte, o de planificar un mix de energía más barato, o un escenario internacional que no se puede esconder y que hay que responder de forma responsable.

Por ello, eso no quiere decir que la solución, ante un escenario diferente pueda ser la misma, incluso incrementada. Es decir, por su propio volumen y por sus distorsiones presentes y futuras: en primer lugar, el déficit se traslada, se financia a quince años; en segundo lugar el importe del déficit acumulado y financiado se va incrementando de forma acumulativa, la proporción creciente en la tarifa deja menos margen para el propio crecimiento de la misma, aumentan los intereses como costes financieros y, en momentos como el actual, con crisis de liquidez, su colocación se hace más difícil y más cara. Con todo el mayor efecto es el del espejismo de los consumidores que no saben lo que gastan y lo que comprometen al futuro. Pero hay más. Empiezan a definirse atajos regulatorios: se imponen soluciones creativas desde la esfera de los reguladores, que de facto, suponen el no reconocimiento de facto de parte del precio de la energía generada. Por ejemplo, la detracción de los derechos de emisión, la posible reinvención de los Costes de Transición a la Competencia (CTC) o la determinación de precios de la energía para las casaciones de empresas que generan energía y que distribuyen de un mismo grupo por poner algunos ejemplos.

Comienza una nueva legislatura y aunque no se conoce todavía si se producirán cambios en la administración energética, parece que la voluntad para resolver este problema no está encima de la mesa. No es país, o no es el momento, para abordar problemas gestores de este calibre, con la inflación galopando y con la desaceleración económica en la nuca. En los programas políticos de los partidos no figura el abordaje del déficit tarifario para que deje de ser un mal endémico y acumulable. Las declaraciones que leemos de los partidos así lo acreditan. El punto de partida es reconocer el problema y su importancia y, en esa fase, todavía no estamos.

¿Hasta cuando esta patata caliente?

La tarifa eléctrica en manos de la política

La primera consecuencia de que hayamos conocido la noticia de que la tarifa eléctrica permanecerá estable para este segundo trimestre es demostrar como se hacen buenos dichos populares como ‘los extremos se tocan’. Y esa relación de extremos es la que podemos encontrar entre el comportamiento político de esta administración en materia de la tarifa eléctrica y la actuación del denominado tardofranquismo para dilatar el impacto de la crisis energética del año 1973.

La tarifa eléctrica recoge entonces todos esos elementos taumatúrgicos que recogían el pan, el pollo o el butano: el control de sus precios, para tener tranquilizada a la población y como elemento que garantice la estabilidad política. Hoy, en el coste del suministro eléctrico no ocurre como en el caso de la gasolina y gasóleo cuando utilizamos el transporte y pagamos el combustible: que recogen la evolución del precio de las materias primas. Se imaginan, por ejemplo, que los combustibles no recogieran el precio del petróleo (como ocurrió en la crisis energética de 1973 con Franco en previo a la tromboflebitis), que el pan no recogiera el precio de la evolución en el mercado de los cereales o que como había pasado hasta hace poco que la vivienda no recogiera el precio del suelo (con el fin de ser “sociales” y todo eso). En este caso, y sólo en este caso, el gobierno, vuelve a un modelo despótico, nos protege (pero por su bien).

En el fondo, esta primera consecuencia incide en el hecho de que es más fácil negar la realidad, politizarla que afrontarla o gestionarla, de la manera más ortodoxa para la economía, los agentes y las empresas. El Gobierno tiene que salir del laberinto y del secuestro mental de la bajada de tarifas reales que ocurrió ente el año 2000 y el 2004. Sencillamente, porque estamos ante otra realidad muy diferente.

El segundo análisis es apreciar como la tarifa eléctrica se ha quedado devorada en manos de la política. Política es que la tarifa quede petrificada por que hay elecciones. En cuatro años, ya saben: autonómicas, municipales, legislativas y europeas: en suma, pocas oportunidades para que la tarifa se adapte a la realidad, a lo que está pasando. Y, luego, una vez conocido el resultado de las elecciones porque el gobierno entrante quiere hacer méritos ante la población. O porque el Secretario General vigente quiere permanecer y también quiere hacer méritos y tener un enfrentamiento político poco oportuno.

O porque las encuestas se desmandan y la crítica arrecia. O porqué… hagan la lista de las posibles situaciones. La política no puede, considerar que todo lo puede, que los votos pueden perturbar la realidad, y por ello no debe superponerse a lo que son movimientos de los mercados y de los comportamientos de los propios agentes, cebados por los precios artificialmente bajos de que disfrutamos.

El tercer análisis tiene que ver con el cambio climático. ¿Cómo diantres se pretende abordar el cambio climático con políticas que incentivan el consumo a base de energía barata? Ya puede el señor Presidente del Gobierno plantear un Ministerio del Cambio Climático, sino hay convicción política de que no se puede hacer una tortilla sin romper huevos no hay manera. Sin tarifas ciertas no hay política contra el cambio climático. El mejor método para enviar señales ciertas en un mercado libre son los precios.

El cuarto, son las consecuencias futuras de estas decisiones. La más obvia, más déficit o más intereses futuros para financiar la deuda que vamos contrayendo los consumidores actuales en perjuicio de nuestros hijos. Sobre todo por lo que es una decisión mantenida que perdura en el tiempo. La más retorcida, la propia de las tentaciones intervencionistas a las que nos hemos visto acostumbrados: regateo en la garantía de potencia (poniendo el riesgo la tan cacareada garantía de suministro) o soluciones bochornosas como la detracción de derechos de emisión, la resurrección de los Costes de Transición a la Competencia (CTC) o la fijación de precios en las casaciones de oferta en el mercado eléctrico. Todo ello, ingeniería y contabilidad creativa que va erosionando la confianza y la calidad regulatoria, para reducir por la via de la expropiación bananera el precio de la electricidad.

La única solución, y es una que sólo se puede hacer al principio de una legislatura es abordar la separación de las tarifas de la política. Que se fijen por un órgano regulador independiente no sujeto a las veleidades de la controversia política. ¿Se imaginan ustedes lo que podrían hacer señores como Ignasi Nieto y los que hablan de ‘responsabilidad política’ (realmente responsabilidad electoral, democracia por votocracia) en el puesto de Jean Claude Trichet, en cuanto vieran un poco oscuro el horizonte económico? ¿Se imaginan a Nieto subiendo los tipos de interés en el Banco Central Europeo (Esta comparación es sólo un supuesto. Hagan, por ello, una abstracción del personaje concreto y de la situación concreta, para no caerse en el vértigo)?

Y, sobre todo, la consecuencia final es que: no sean tontos, sean manirrotos. Aprovéchense ¡alegría! Consuman kilowatios a troche y moche. Sepan leer los mensajes que emite esta Administración. No se dejen engatusar con mensajes bienpensantes para incautos que sufren el oprobio de la propaganda oficial para ciudadanos concienciados con el ahorro y ello medio ambiente. Con la inflación en ristre y con el déficit tarifario creciente, es que señores, la energía es gratis y tiene que seguir barata. El kilowatio es el incienso de nuestra sociedad.

No se corten. O que nos lo expliquen de una santa vez el porqué nos incentivan a consumir.

No es lo mismo

La existencia de un monopolio en un mercado se caracteriza en el ámbito de cualquier sector económico por la consecución de costes superiores y precios más altos a los que se obtendrían de configurar un mercado liberalizado con más operadores. Esto implica que el monopolio produce una serie de ineficiencias en un sistema económico. Esto es algo que constituye una constatación desde el punto de vista de la ciencia económica

Existen situaciones en que es posible, e incluso justificable (aunque cada día menos) la existencia de un monopolio. Es el ejemplo del monopolio natural: aquel que se produce como consecuencia de que el tamaño mínimo eficiente del mercado en el que opera es tan alto, de forma que no existen incentivos a la entrada de otros operadores o bien en el comienzo del desarrollo de una actividad en que la inversión a realizar para su puesta en marcha es muy elevada y no se puede fraccionar. Otro de los criterios es que el monopolio desarrolla una actividad en que los operadores privados no entrarían: la seguridad pública o el Ejército, son dos ejemplos. Con la existencia de mercados cada vez mayores, con un número importante de consumidores, es difícil encontrar situaciones en que es eficiente la conformación o mantenimiento de monopolios.

En otras ocasiones, legalmente puede existir un mercado, pero, de facto, existe un comportamiento monopolístico por parte de los agentes, cuando no existe competencia real. La ineficiencia se muestra en forma de empresas con un tamaño superior al que en otras condiciones sería capaz de actuar otra empresa de forma equivalente, pero con menores costes o de forma más eficiente y competitiva, siendo además capaz de trasladar estos ahorros a los mercados, vía precio y vía inversiones.

Red Eléctrica: de empresa pública a empresa monopolistica

Al mismo tiempo los monopolios desarrollan una capacidad de condicionamiento a la Administración muy importante, lo que garantiza su propia pervivencia e incluso su tendencia expansiva al crecimiento, es decir a ocupar la actividad, expulsando posibles agente privados. Por ejemplo, aquellas actividades con empresas monopolísticas suelen estar dirigidas y presididas por representantes de su accionista más específico, el Estado. Por tanto, provienen de la política o de la escala de mando de la Administración, en lugar de la gestión privada e incluso alimentan cierta suspicacia hacia quienes tienen un perfil más empresarial. Existe incluso una cierta complicidad internacional entre empresas públicas o empresas monopolísticas, de comprensión y de cercanía, incluso con las administraciones públicas de otros. Por ello, podemos apreciar como los estatalistas y monopolistas, se alinean y se unen entre sí, en una coalición o colisión, como se quiera ver.

Influencia sobre el regulador: monopolio con la reforma de la Ley del Sector Eléctrico y retribución de su actividad de transporte

Un ejemplo paradigmático en nuestro país y dentro del sector energético, es el de Red Eléctrica de España, ex empresa pública, conformada como monopolio a raíz de la modificación de la Ley del Sector Eléctrico en junio de 2007, lo que ha conllevado una relación de influencia adicional en el ámbito regulatorio creciente, espiral, que se retroalmienta, que ha condicionado el recientemente aprobado decreto de retribución de las actividades de transporte, de forma que el regulador principal, en este caso el Ministerio a través de la Secretaría General de Energía, se ha saltado a la torera todas las críticas que le había dirigido la Comisión Nacional de Energía (CNE), excepto el procedimiento de determinación de valores unitarios de los activos. Todo ello, a pesar de que en Red Eléctrica, además de la SEPI, hay accionistas privados y fondos de inversión, pero su comportamiento por su influencia en el regulador y por su propia conformación legal reciente, es monopolística. El mejor de los mundos posibles.

Además, fruto de esta vinculación, Red Eléctrica elabora informes de apoyo a la Secretaria General de Energía contra las empresas que operan en el sector, está dirigida por un ex ministro y, con su carácter expansionista, ha retirado a las distribuidoras de la actividad de transporte en la red de 220 kV en las ciudades, sin contar que lleva detrás de la operación para la integración de Enagás (algo cada vez más indisimulado, aunque ahora haya una cierta parada en esta pretensión, fruto de la época electoral), desde hace tiempo para ocupar toda la actividad de operador de sistema y transporte tanto el mercado eléctrico como en el del gas.

Una situación desigual y asimétrica

Otro paralelismo evidente existe entre estatalismo y monopolio. En el ámbito europeo, la legislación no establece diferencia alguna por el régimen de propiedad de las empresas, ni derivados de su titularidad, ni de su comportamiento en el mercado como monopolístas, a la hora de valorar como operan en los mercados o como intervienen en el ámbito exterior a través de la adquisición de otras empresas de otros países. Así, los monopolios o pseudomonopolios estatales campan por sus anchas, con legislaciones proteccionistas de su actividad en sus países de origen (y en coalición con sus reguladores propios), con menores requerimientos de rentabilidad que los operadores privados y con la salvaguarda de que vía el procedimiento de la ‘acción de oro’, u otros semejantes, son inexpugnables. Es por tanto, una curiosa forma de entender eso de la libertad de circulación de capitales, lo que se convierte en una defensa encubierta del estatalismo. Así, recientemente hemos asistido a la anulación de la ley Rato por el Tribunal de Luxemburgo, una ley que ponía coto a las empresas de titularidad estatal de otros países que quisieran realizar una operación corporativa con empresas españolas privatizadas. Era hora de que alguien del gobierno español y con experiencia europea como Pedro Solbes, lo reforzara.

Por eso, están apareciendo con más insistencia, voces críticas, cada vez más autorizadas, con esta tabla rasa asimétrica y peligrosa, desincentivadora de procesos de liberalización. Hoy, muchos años más tarde la aprobación del Tratado de Roma y de los sucesivos acuerdos de reforma de la Unión, no tiene sentido una mantener una situación asimétrica anacrónica, que perjudica a los países que han realizado procesos de liberalización de sus mercados.

En Francia, EDF es un pseudomonopolio de carácter estatal. Opera absorbiendo un 80 % del mercado eléctrico francés y la titularidad del Ministerio de Economía es también del 70 %. Decía el profesor Barea el pasado sábado en Cinco Días, como el aumento de beneficio de EDF había sido en 2007 del 0,2 % con respecto a 2006 y las ventas crecieron un 1,2%. EDF tiene aproximadamente una potencia instalada de 128.500 MW y 156.500 empleados.

Los ratios de eficiencia de EDF no tienen comparativa con los de su objetivo corporativo Iberdrola. Mientras que en 2007, la compañía ha aumentado sus ventas en un 58,5 % % y su beneficio un 58,5% (principalmente derivado de sus operaciones exteriores) Tiene una capacidad instalada de 42.000 MW aproximadamente y 30.000 empleados. Hagan cuentas.

Consecuencia: los monopolios y empresas estatales se unen en sus comportamientos análogos. Tienen que ser alimentados para garantizar su pervivencia y son engordados a partir de la eficiencia de los operadores privados, vía expulsión de actividad o vía mayor retribución. ¿Y como se alimentan? Gracias a la tesorería generada por sus negocios bien protegidos por sus respectivos gobiernos, que son juez y parte, reguladores y propietarios. Con esa tesorería se pueden comprar empresas privadas y eficientes, para seguir creciendo. Ahí está otra conclusión, para quien se sitúe en el grupo de los colaboracionistas públicos o privados, que los hay.

(Atención, pregunta, ¿se imaginan a un Secretario General de Energía, como el actual, en Francia erosionando vía regulatoria los ingresos de EDF?)

¿Quién manda aquí?

Uno de los principios que generalmente rige al que ejerce el poder y que además no conoce especialmente los mecanismos y respuestas de todos los que reciben sus decisiones (agentes económicos, mercados, entre otros), es desear que estas se apliquen con el mayor grado de ‘disciplina posible’. Es decir, sin que exista discrepancia en su ejecución prusiana y que todos acepten postulados políticos sin que nadie contravenga la voz de mando. La consecuencia es que determinadas lecturas, insisten en que los argumentos y motivaciones políticas, lo pueden todo, por encima de la propia estructura sectorial, razones de mercado y competencia, comportamientos de los operadores, estrategias empresariales, estabilidad jurídica y regulatoria, respeto a la normativa comunitaria, etc… Algo que tiene muy poco que ver con modelos sajones en que los gobiernos se echan a un lado en todas estas cuestiones y dejan actuar a los accionistas.

Así, en el exorcismo despertado con motivo de la presunta o aparcada operación de adquisición de Iberdrola por parte de ACS y EDF, la sensación que cunde es toda la contraria: algo que se ha configurado en la trastienda y que ha suscitado una fuerte oposición. En primer, por todas las reacciones generadas al respecto, incluso de los gobiernos de las Comunidades Autónomas y hoy mismo del propio gobierno escocés. Todos contra la operación, que intrínsecamente conllevaría al troceamiento de Iberdrola y la modificación del proyecto empresarial que ha cambiado las dimensiones y tamaño de la eléctrica española, convirtiéndola además en una de las más eficientes de Europa.

Por eso la pregunta no es baladí. ¿Quién manda aquí? ¿Solbes, que se ha manifestado claramente contra el troceamiento de Iberdrola? ¿La Oficina Económica del Presidente de Gobierno, experta en prestar apoyo logístico a estas operaciones (y, por cierto, que urge su reconfiguración y desmantelamiento como sacristía de cara a la próxima legislatura). Incluso la pregunta es, ¿el gobierno manda?. Existen importantes dudas sobre la respuesta a una pregunta así, en la medida que parece que la propia dinámica bursátil precipitó las primeras escaramuzas de la operación antes de los planes que se estaban tejiendo. Era difícil substraerse a una situación que abarata el coste de lo prevsito, aunque suponga incumplir parte de las condiciones, como era que se trasladase a después del 9 de marzo. Y en medio de todo ¡las elecciones!. ¿Es que nadie se puede quedar quieto?

Pero hete aquí que, aunque se descuenta que si el actual partido en el gobierno ganas las elecciones, la secuencia de la operación ACS y EDF sobre Ibedrola, está más que decidida (también se señala la existencia de un supuesto pacto a la francesa con el Partido Popular, caso de que ganase las elecciones) tampoco eso quiere decir mucho. Porque si uno de los aliados de cualquiera de los dos partidos de cara a la siguiente legislatura, es el PNV, parece que más claro no ha podido expresarse la postura del mismo tanto por parte de Iñigo Urkullu, presidente del partido como de Xavier Albistur, senador y presidente de la Comisión de Industria en el Senado. No al troceamiento de Iberdrola y no al cambio de localización de su sede en el País Vasco, actualmente en Bilbao.

Por ejemplo, si acudimos al referente más cercano en el tiempo, la sucesión de acontecimientos que tuvieron lugar entorno a las sucesivas OPA’s a Endesa, hasta llegar a su solución final. Una operación que cuando se sabe por dónde empezó, pero que llegó un momento en que no se sabía por donde terminar y que tuvo muchas sorpresas en el camino. Demasiadas, lo que evidenciaba más la presión y ansiedad por quien se llevaba el gato al agua, que la existencia de un modelo de sector energético, de competencia o de un proyecto empresarial. Y, desde ese momento nuestras empresas están en la vitrina, expuestas como las de ningún otro país.

Lo que será difícil de explicar a la ciudadanía, es que fruto de la política de los últimos doce años, no se haya sido capaz de mantener una empresa energética española con volumen y dimensiones que compita en el mercado internacional como ocurre en otros sectores como las telecomunicaciones (como reclama el propio Isidre Fainé en el primer número de la nueva revista Actualidad Económica). Siendo operadores mucho más eficiente y menos protegidos por las actuaciones regulatorias (las cosas que se han hecho aquí en el último año serían impensables en Francia o en Italia). Que fruto de estos últimos cuatro años se hayan liquidado las empresas energéticas españolas privatizadas y se entreguen a los aparatos estatales de otros países. Que se haya sido muy laxo en ese comportamiento asimétrico de las autoridades de los países europeos y veamos escapar los buques insignias, e incluso, gracias a la intervención de algunos, se pueda acusar a las autoridades de nuestro país de colaboracionistas en el desmantelamiento de un sector muy competitivo. Desde las oposiciones de los gobiernos populares (tan responsables como el socialista actual) a las operaciones que se propusieron en sus dos legislaturas (y que tuvieron como protagonistas a Gas Natural, Iberdrola y Endesa), al tráfago al que estamos asistiendo, estos últimos cuatro años con todas sus intrigas.

A lo mejor es que lo razonable que vuelva el sentido común. Que manden los accionistas sobre la base de los proyectos empresariales y no las componendas. Que mande la verdadera libertad de mercado y no las cartas marcadas por unas manos invisibles, pero por todos conocidas. Hagan su lista de participantes.

Lo que la superioridad esconde

La omnipresencia de las elecciones generales del 9 de marzo en el ámbito de la energía ha ido dejando también aparcados en la agenda del sector una serie de cuestiones que, por su capacidad de generar polémica en tiempos de estar en juego negocio político, parecen poco propicios. También, obviamente, por la propia posición de los agentes implicados, incluida la Secretaria General de Energía. La posición del regulador principal se expresa evidentemente en lo escrito en los proyectos normativos que presenta a la Comisión Nacional de Energía, en lo que impone directamente a través del Boletín Oficial del Estado como en el caso del Real Decreto Ley de detracción de derechos de emisión o en lo que insinúa a través de los medios de comunicación ‘del régimen’. Por eso trataremos la cuestión de lo que la superioridad esconde en dos apartados: lo conocido pero que está sin resolver y lo desconocido.

Lo que si está claro es que este parón, sobre los proyectos normativos presentados y actualmente en proceso legislativo, nos llevará al mes de mayo casi con toda seguridad. Cualquier previsión o promesa anterior obvia principios básicos de prudencia. Un mero cálculo así lo acredita: precampaña, campaña, elecciones, configuración del nuevo Gobierno (si es del mismo partido, si precisa socios, alianzas o coaliciones y si no es del mismo partido, también puede precisar socios, alianzas y coaliciones). Por tanto, un primer mensaje a enviar a todos aquellos que esperan el alumbramiento reglamentario pertinente con ansiedad es que vivimos tiempos de quietud, de mejor no ‘meneallo’, que la paciencia es una virtud y que en las alforjas de esta Administración y sus comportamientos políticos está el no provocar escándalo en estos instantes (para eso, en el sector energético, está el resto del año).

Biocarburantes

En este sentido, en días pasados varias asociaciones vinculadas al sector de producción de los biocarburantes, se quejaban de la situación de indefinición que el sector tiene, señalando los riesgos para el sector de la misma, con el posible cierre de fábricas, pendientes de que ultime su reglamentación, unido a la importación de combustibles foráneos. Actualmente, esta normativa ha sido devuelta desde la Comisión Nacional de Energía habiendo remitido su informe al Ministerio de Industria, con una propuesta alternativa a la que inicialmente había enviado la Secretaria General de Energía al organismo que preside Maite Costa. La propuesta de la Comisión Nacional de Energía es más neutral con la configuración del mercado de biocarburantes, mientras que la que había remitido Industria parece que incidía especialmente en la promoción del bioetanol, en mayor medida, frente al biodiésel. Lo que está claro, es que no parece que sea tiempo de dirimir dilemas como éste, y máxime, vislumbrando lo que se trasparenta desde el techo de cristal, de forma que se puedan empezar a establecer capicúas entre agentes muy influyentes y voluntad del regulador principal.

Negociaciones con el sector fotovoltaico

Otro tema que venimos señalando en nuestras páginas es la situación de las negociaciones con la industria fotovoltaica. Como todo el mundo conoce en el sector renovable, el año pasado tras un proceso de negociación arduo y dejando en su alambrada, hecha jirones la seguridad jurídica y la estabilidad regulatoria, se modificó el R.D. 436/2004, mediante el R.D. 661/2007. Ese Real Decreto en el ámbito de la fotovoltaica, empezó a tener modificaciones por ¡corrección de errores!, en el mes de julio. Visto que la evolución y el crecimiento de proyectos de este sector (y de nuevos entrantes) iba mucho más rápido de lo previsto (por que entre otras cosas no había previsto) se activa el mecanismo de parada por la vía más abrupta que tenía el propio Real Decreto y se abre una negociación tres meses más tarde. Negociación que las empresas señalan como estancada, derivado del bajo interés del Ministerio de Industria de continuar con ella. En suma, otro pastel en el horno o en el pudridero, que parece que deberá esperar a este calendario electoral.

Retribución de Red Eléctrica de España

Otro tema que ha sido devuelto por parte de la Comisión Nacional de Energía ha sido la retribución de los activos de transporte de Red Eléctrica de España, cuyas fórmulas y valores se habían reexpedido desde la Secretaria General de Energía al regulador independiente. Al parecer la Comisión abrirá un concurso para que una entidad independiente empiece a calcular los valores de referencia del mismo modo que ocurrió para los activos de transporte gasista. La pregunta es que hará en este caso el actual Secretario General de Energía, poco acostumbrado a que le lleven la contraria y a emplear el BOE y el procedimiento legislativo, según proceda, para llevarse el gato al agua. Por ejemplo, recientemente, en el caso de los activos de transporte gasista, sin modificar su metodología (la crítica de fondo del regulador independiente), remitió la propuesta al Consejo de Estado (la crítica de forma del regulador independiente), sin más cambios para que siguiera su camino.

En próximos días, también hablaremos de lo no conocido hasta ahora, como la Prospectiva Energética 2030, documento desaparecido del mapa y otras insinuaciones regulatorias.

El que espera, desespera.

¿Jaque a Iberdrola?

La difusión por parte del diario económico Cinco Días de la operación de adquisición de un paquete del 3% de Iberdrola por parte de EDF a dos meses de las elecciones (en este territorio mortecino que son la disolución de las Cámaras, ha desatado todas las alarmas mediáticas y políticas. Además, la propia urdimbre que plantea la operación, la vinculación o aquiescencia del gobierno francés (con foto de Sarkozy y Zapatero, siempre según los sutiles mensajes que traslada la versión de este rotativo) en las que además se involucra a Gas Natural y ACS, nos devuelve a lo más granado de las teorías conspirativas, dignas de los mejores tiempos de la Oficina.

La noticia recibió muchos desmentidos ayer incluso por parte del Presidente de la empresa francesa, pero parece claro que las aguas están muy revueltas, que esto no se va a quedar aquí y que la influencia de la actuación regulatoria española es decisiva en hacer atractivo el valor de las eléctricas. Lo que sí parece claro es que el banco francés Natixis declaró un aumento de la participación en Iberdrola hasta el 3,79 % y como ayer se produjo una considerable subida de las acciones de Iberdrola. Primero por la propia recuperación de los mercados bursátiles y segundo todavía se desconoce si hay operadores que están actuando en el mercado para tomar posiciones en la compañía en una acción coordinada. ¿Podemos estar ante movimientos orientados a ‘secar’ el mercado?

En primer lugar, el formato de la operación recuerda mucho a la operación Enel-Acciona para la adquisición de Endesa. También recuerda la teoría/práctica de comprar barato que ha presidido los negocios relacionados con las OPAS promovidas en esta legislatura. Muchos fueron los que en aquel momento ya apuntaron la posibilidad de que entrase Iberdrola en estas quinielas, como segunda parte del episódico proceso que dio lugar al cambio en el accionariado de la entonces primera eléctrica española. Por otra parte, ya circulaba la versión del interés de la alemana E.ON en Iberdrola.

Evidentemente, sin que se sepa hasta el momento que punto está detrás el Gobierno, salvo las insinuaciones a que se refiere Cinco Días, ya ha tenido un papel preparatorio: el trabajo previo hecho por Ignasi Nieto de saqueo a las eléctricas españolas para depauperarlas y ponerlas en almoneda, vía regulación. La erosión de valor a las empresas españolas energéticas, que avanzamos ayer, ha sido una constante en este breve y lacerante año y medio de titularidad al frente de la Secretaria General de Energía.

Como lo es también, a ‘sensu contrario’, la capacidad de ‘engordecer’ los ingresos de los ‘afines’, véase el caso Red Eléctrica, como no ha sufrido en Bolsa y como la regulación supone la mejor garantía del Estado. Es la vuelta a la regulación vía control de rentas, de premiar a los buenos y castigar a los malos, de usar el gobierno y los decretos con discrecionalidad, como elemento simplemente de ejercicio de poder, no de política. Así, la bolsa tiene que descontar en el caso de la energía siempre el efecto ’Secretario General’.

Puede resultar paradójico que las empresas españolas sean puestas en el escaparate simplemente por las propias acciones regulatorias que emanan del Gobierno (lo que, además no ocurre en el resto de países de nuestro entorno que se lo piensan dos veces).

Por ello, si fruto de que tenemos las tarifas más bajas de Europa, de que se toman medidas que no se toman en la Unión Europea de detraer derechos de emisión, se avanza en un modelo de subastas de capacidad crecientes sin horizonte, modelo ni límite, se ‘esquilman’ las empresas y se tienen que malvender, quiere decirse que el responsable político tiene que dar explicaciones sobre hechos de esta gravedad. Se trata de que exista libertad de mercado, de capitales, de propiedad, sin intervención, sin cartas marcadas, sin comportamientos políticos asimétricos, sin acciones regulatorias deliberadas, con estabilidad jurídica, con confianza y credibilidad, con respeto y conocimiento por los comportamientos de los mercados financieros.

No obstante, todos tenemos la obligación de avisar a posibles nuevos entrantes (E.ON, EDF,…) de cómo es el paño, aunque algunos ya lo saben. Para que no se encuentren como Enel con un Gobierno y un Secretario General de Energía que expropia ingresos y actividades, apenas recién llegados. Que entiendan la forma de administrar la discrecionalidad y la inestabilidad regulatoria. Que se den cuenta con que facilidad se utiliza para por la vía de la excepcionalidad del Real Decreto Ley, más propia de las repúblicas bananeras que de un país avanzado, occidental y europeo.

Lejos esos tiempos en que las eléctricas eran uno de esos valores estable, refugio, previsibles en su evolución dada las necesidades de inversión y las actividades que desarrollan. Desde luego, con esta forma de utilización de la regulación, no. Con este Secretario General de Energía, no. Con este gobierno, no.