Responsable de su propia ventura

No es necesario que se llegue a la situación de otras democracias europeas en las que está institucionalizada la dimisión por plagiar tesis doctorales o mentir en una multa de tráfico, para comprender que tal temeridad tendría consecuencias para quien la ejerce.

Con todo, el informe de la CNMC ha sido un fuerte varapalo para el ministro, puesto que únicamente ha concluido en unas cuantas recomendaciones, comparadas con la artillería verbal del ministro convocando ruedas de prensa, generando una importante zozobra sectorial y en los mercados internacionales.

En todo caso, una actuación de esta magnitud no puede ser salvada ni por su relación directa con el presidente Rajoy, ni por el hecho de haber disfrazado su invectiva de ser un «llanero solitario» contra las todopoderosísimas empresas y los mercados (algo que cuenta con el beneplácito de un amplio sector de la sociedad y que, en términos demagógicos, es muy utilizable en España). Se trata de confundir valentía con temeridad.

Y la pregunta es: ¿qué es lo que puede estar detrás de esta actuación del ministro, sobre el que gravita en el inconsciente español la certificación de que nunca se produciría una inmolación, cualesquiera que fueran los hechos y sus resultados? Por tanto, podemos decir que él ha actuado así merced a cuatro presupuestos personales.

El primero, y básico, el de que se puede actuar con un desparpajo así en un país en el que nunca ocurre nada, porque es fácil caer de pie. Desde la polémica de los concursos eólicos en la Comunidad Canaria que salpicó al propio ministro en su momento y ahora reverdece, hasta el traslado de inmigrantes en avión hacia la península, José Manuel Soria ha estado acostumbrado a una forma de comportarse «poco ortodoxa» y tributaria de intereses espurios, aunque indemne. De la misma forma que nunca ha negado su interés por gobernar la Comunidad Autónoma de Canarias. La percepción de cómo se están gestionando otros escándalos que afectan al partido del Gobierno fortifican este posicionamiento.

El segundo supuesto confortable era anticipar un esquema de sumisión sectorial, es decir, el supuesto del «silencio de los corderos». O, como máximo, una respuesta institucional y protocolaria inscrita en un mecanismo de reclamaciones de baja intensidad. Por tanto, se trataba de estar convencidos de que los agentes económicos no iban a responder a sus actuaciones, invectivas, acusaciones y sospechas. Por eso, la sorpresa ha sido mayúsculas, cuando las empresas han replicado o respondido de tú a tú al ministro, como agentes económicos internacionales cuya financiación se juega en los mercados de capitales. Prueba de ello es que los medios de comunicación que asumen como naturales los principios del franquismo económico (las empresas están al servicio del Estado y la política) han tildado la reacción de las empresas de «guerra». Así, cuando uno se acostumbra a la sumisión del otro, simplemente la réplica ya se vive en términos bélicos.

Además la guerra intestina entre sectores y subsectores de la energía le venía bien al propio Ejecutivo. Así, la actuación de un grupo de asociaciones renovables, instigada por el sector más retroprogresivo de la energía, al ministro le venía que ni pintada para apoyar esta macarrada demagógica justificativa de la intervención. Era una forma de que nadie se metiera con la atrabiliaria acción del Ejecutivo en energía, gracias al envenenamiento entre sectores y agentes de unos contra otros. Es el supuesto de quien parte de que la fijación de la retribución se debe hacer administrativamente, sin mercado y con transferencias organizadas por el Ejecutivo, en lugar de trabajar por un modelo de seguridad jurídica y regulatoria, legítimo para todos los sectores y para inversores.

El tercero ha sido sentirse jaleado por la disfuncionalidad del funcionamiento intestino de los distintos responsables económicos del Gobierno, con la aquiescencia de los hermanos Nadal a la cabeza, con prisas además por resolver el problema eléctrico de forma expedita, partiendo de sus creencias sobre el sector eléctrico; un Ministerio de Economía inhibido, al que no se le permite ejercer su papel en los sectores económicos, confinado a resolver la financiación y los asuntos europeos, mientras que el resto de áreas hacen un «dejádmelo a mí». Por otro lado, un Ministerio de Hacienda radicalizado y una Comisión Delegada del Gobierno para Asuntos Económicos, instrumental, sin pesos ni contrapesos, organizada exclusivamente en términos políticos y con el mecanismo de la teoría del poste de teléfono en las tensiones entre ministerios, evidenciando la inexistencia de mecanismos de coordinación.

Y el cuarto era contar con la supuesta ignorancia sobre estos temas del público al que iba dirigido la difusión de estas sospechas. El ejercicio de transparencia en las cuentas del coste del suministro y de los componentes de la facturas han puesto muy difícil al ministro la continuidad de un mensaje turbio, que calara en una sociedad desconfiada y perpleja ante tanto escándalo. Así, todos estos datos se han hecho públicos de forma muy sencilla, comprensible y esquemática en las campañas publicitarias que se han conocido en los medios durante estos días.

Si incluimos, el hecho de que poco a poco, se viene realizando una costosa acción de pedagogía que iniciamos hace años, además de que se radia de forma instantánea la acción del Gobierno sobre la factura y el déficit tarifario, su origen, alimentación y sobre la composición de la factura eléctrica y los grados de responsabilidad de cada uno, hace que el discurso falaz sea muy poco digerible.

Aupado en estas cuatro seguridades, el ministro perdió los frenos y se despeñó, como poco, en legitimidad y credibilidad. Con todo, realmente, el responsable completo de ese comportamiento es José Manuel Soria. Como decía Cervantes, «Tú eres responsable de tu propia ventura».
En todo caso, Soria está invalidado para proseguir al frente del área energética del Ejecutivo. Una salida decorosa sería la mejor solución.

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