Plaga de topillos en el mercado eléctrico

Este verano hemos asistido en los campos de cereal y viñedo de Castilla y León a la proliferación de una plaga: los topillos. Se han hecho casi presentes de forma perenne en los informativos, en lo que los expertos denominan una ‘serpiente de verano’. Sus características: son pequeños, resultan cantidades ingentes, devoran las cosechas y con el esfuerzo de loa agricultores a mordiscos y acaban propagando una enfermedad, la turalemia entre los seres humanos. El que sean pequeños no quiere decir que no sean peligrosísimos: su efecto es la acumulación, el hecho de ser plaga (resistente a los tratamientos) y su permanencia en el tiempo, es decir su acción continuada.

La metáfora de los topillos es aplicable a los ataques continuados al funcionamiento del mercado eléctrico, que parte de una convicción (o mejor dicho, de una no convicción) y es la desconfianza hacia el mismo. Una táctica que por el método del rebosamiento puede acabar con él y, así, volver a escenarios más ‘consensuados’ y tradicionales. En ese marco se inscriben, todas las iniciativas que se han venido dirigiendo para ‘intervenir’ en el mismo. Cada una de ellas son una camada de ‘topillos’ devorando la cosecha, en este caso, lo construido desde el año 1998 en torno al funcionamiento del mercado.

Así tenemos grandes hordas de topillos royendo las bases del mercado eléctrico. En primer lugar, pieza clave en el andamiaje de esta deconstrucción, la política de precios eléctricos y de déficit tarifario desarrollado. Devastador para las posibilidades de competencia en el sector, letal para la configuración de un sector de comercialización básico en un proceso de estas características. Otros episodios más o menos semajantes, ataques de los topillos regulatorios: la fijación de precios en las operaciones bilateralizadas, por ejemplo, fue también una andanada de topillos al mismo corazón del sistema: lo que no se puede conseguir por una política energética coherente, se debe ganar de forma regulatoria a través de la intervención directa.

Otro ejemplo son los vaivenes mantenidos con el tratamiento de los derechos de emisión asignados gratuitamente al sector eléctrico y su descuento de la tarifa. Su tratamiento errático, con fórmulas que evitan su aplicación directa en función de sus ‘otorgamientos’ y de su utilización en la generación, en pos de otras, que incluso reparten los mismos a instalaciones no emisoras, para evitar efectos no ‘deseados’ políticamente. El hecho es que a mediados de septiembre del año 2007, y desde la Secretaria General de Energía, encontramos otro agujero horadado por los topillos del mercado eléctrico: aún no se ha cerrado la liquidación del año 2006, en un ejercicio imposible y poco justificable en cualquier sector económico: la imposibilidad de conocer sus resultados económicos con la fiabilidad y prontitud que se exige de un país avanzado.

Por otro lado, las iniciativas dirigidas a disminuir la seguridad regulatoria, infelizmente consagrada en la reforma del R.D. 436/2004, aunque moderada en sus primeros efectos, a trancas y barrancas, por la propia presión de los agentes económicos. Los cambios de retribuciones en determinados activos regulados (que dieron al traste en bolsa con Red Eléctrica o Enagás) o la configuración del transportista monopolista único, son también otra suerte de huestes de topillos dentro del mercado eléctrico. ¿Y qué podemos decir, de los amagos en el funcionamiento de los mecanismos retributivos de las primas en la energía solar fotovoltaica o de que los agentes se quejen sistemáticamente de eso que llaman ‘memorias económicas’ de las medidas regulatorias y de las sorpresas que producen cuando no existe su concreción cuantificada de forma precisa?. O, por ejemplo, la aprobada en verano, orden ministerial para la gestión de la demanda, configurando los servicios de interrumpibilidad, sin salvar probablemente los problemas que han precipitado el procedimiento abierto en la Unión Europea por las denominadas ‘ayudas de Estado’ en esta materia.

O, si analizamos en el plano institucional, la controvertida ‘presidencialización’ de la Comisión Nacional de Energía, hoy en los tribunales y el propio desdén con respecto a sus decisiones desde el Ministerio de Industria (siempre y cuándo son contradictorias con sus intereses, claro). Como ven, cantidades ingentes de topillos, campando a sus anchas, devorando el funcionamiento de las instituciones. Por no señalar la actuación en las operaciones corporativas del sector, como en la OPA de E.ON, consecuencia de acciones regulatorias precipitadas como un ataque de estos roedores que corroen también la imagen exterior de nuestro país.

Los resultados de los topillos no se han hecho esperar: involución en el número de usuarios ‘liberalizados’ (rompiendo los propios compromisos electorales, esos que deben configurar verdaderamente la ‘responsabilidad política de un partido en el gobierno: el objetivo era acabar con el 50% al final de la legislatura). Según el último informe de la Comisión Nacional de Energía esta cifra sigue disminuyendo. Apenas el 7,11 % en el suministro eléctrico, dos puntos menos que hace un año (9,28 %) en el mes de junio. La Unión Europea abriendo procedimientos de infracción por que nos cazan todas (la ultima será las “nuevas-viejas tarifas” que solo hay que leerse eso escrito negro sobre blanco, de la ‘responsabilidad política’ como origen de la congelación de los precios eléctricos, para llevarse las manos a la cabeza y que nos pillen con las manos en la masa).

La turalemia se extiende en forma de consecuencias para el funcionamiento de los mercados: menos liberalización, menos mercado, más intervención. Más topillos y nada más que topillos.

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