«Marxismo» en torno a las subvenciones y la liberalización de las tarifas

En uno de esos diálogos hilarantes que Groucho Marx protagonizaba en sus películas, hablaba con su actriz protagonista Margaret Sullivan y le espetaba ¿Quiere Vd. acostarse conmigo por un millón de dólares? A lo que ella contestaba: “Sí, por supuesto”. Cuando el inefable Groucho volvía a preguntarle ¿Y por seis dólares?. Ella aseveraba “Pero bueno, ¡pero quien se ha creído que soy!”. Y, el punzante como siempre y certero como nunca, decía “Eso ya está claro, ahora sólo falta regatear”. Pues bien, algo semejante pasa con las consabidas subvenciones de la tarifa eléctrica que se realizan actualmente a los grandes consumidores, tal y como se destapado la prensa económica en estos días.

El marginalismo para el que se lo trabaja

En primer lugar, porque ya no se discute que existan o no las mismas. Hemos avanzado algo. Si se discutieran quiere decir que estaríamos nuevamente, hablando del sexo de los angeles y, al menos, eso no es cierto. Lo que se discute ahora es como se pagan, quién las paga, si está bien que se paguen para que haya una “política industrial” basada en la tarifa eléctrica, o no. Nada más y nada menos. A cambio de eso, lo que suele pasar es lo contrario, es que en esta defensa a ultranza de los derechos adquiridos, consolidados de los “trienios” de la tarifa, consiste en atacar un mercado homologable en todos sus términos a los de otros países europeos, porque funciona como todos los mercados fijando el precio según la oferta y la demanda, y por eso se le denomina marginalista. Y, todo ello, bajo la amenaza, la coartada permanente de la “pérdida de competitividad” y del empleo. Contra eso se lanza una tangana en la que todos los gatos son pardos. Pero, casualmente cuando alguno de estos consumidores de electricidad intensiva vende sus productos a otro, no se produce la “regalina”, no se produce la rebaja, no se abandona el marginalismo de sus sucesivos mercados en los que operan. Por ejemplo, la industria naval que compra a las industrias siderúrgicas, acero y éste se rige por los precios internacionales, como ayer se pudo leer en el diario económico Cinco Días con todas las letras, y casi de forma obscena, la electricidad “barata” era moneda de cambio. El marginalismo es para el que se lo trabaja. Eso es obvio.

O por ejemplo, la entrevista al presidente de XStrata en La Razón, en la que afirmaba «en su momento compramos activos muy baratos que hemos reconvertido y que ahora están dando muy buenos rendimientos» o «Nuestra gran diversificación -cobre, carbón, níquel, ferroaleacciones, zinc, plomo, plata- nos permite defendernos mejor». No parece defender que se haga control de las rentabilidades según los costes de adquisición de los activos, ni que haya que controlar rentabilidades por tecnologías ni que haya que vender al coste puro de producción. O sea, marginalismo. Lo normal, lo que pasa en todos los sitios.

Se dice que alguien falta a la verdad cuando lo que dice no es cierto, es incierto, es falso o es falaz. Se dice que alguien falta a la razón cuando lo que afirma no tiene coherencia, no está en sus cabales, no es aplicable en su tiempo y en su momento. El proceso de liberalización de las tarifas energéticas, que como cualquier proceso de liberalización o, mejor dicho incurre en una dinámica cambio-resistencia propia de todas las sociedades, de todos los grupos sociales y de todas las organizaciones. Sobre todo porque, razonablemente, siempre hay “perjudicados” o “beneficiados”. Son perjudicados aquellos que ven empeorada su situación de partida, esté justificada o no, sobre todo si piensan que “cualquier tiempo pasado fue mejor” y siempre hacía buen tiempo, siempre a salvo de la evolución de los precios de la energía en los mercados internacionales. El limbo. Es el Yin y el Yan en este caso del sector energético.

¿Energía subvencionada para ser competitivos?

Lo primero que es sumamente peligroso es difundir la idea de que la electricidad debe estar subvencionada para ser competitivos (un eufemismo) o para que los ciudadanos no sufran los rigores de la realidad de los costes de la energía. Que vivan “desconectados” de la realidad. (¿Por qué no subvencionar el petróleo o el gasoil a los agricultores?. Al fin y al cabo son un sector en repliegue, con una crisis de precios importante. ¿O a los camioneros, o a los pescadores…?. Razones puede haber miles para cada subvención). En este sentido, llega un momento en que parece normal que la electricidad esté subvencionada o endeudada hacia el infinito. No deja del todo tranquilo que las propias actuaciones de los responsables ministeriales, con mala conciencia por subir los precios, que ni siquiera buscan equilibrar el déficit tarifario, aunque bien es cierto que la liberalización de las tarifas industriales ha sido superada con éxito.

Por ello, los representantes de ese antiguo régimen, los ‘retroprogresivos’, encuentran un hueco para justificar su enfrentamiento con la realidad, porque entienden que la mejor política industrial es la que pagan otros. Como en los viejos tiempos en que se amañaban las cosas en el Palacio del Pardo, y en otras instancias del poder, y no se conocían los costes ciertos de las cosas, todo era un ‘pasteleo’ y se configuraba un sistema mutuo de garantías. Quizá el mayor argumento, o el único, para que la tarifa eléctrica para los consumidores no esté liberalizada hasta ahora es que ha sido la última y ha heredado la reminiscencia de incluirse en un ‘pack’ que recuerda a la antigua Junta Superior de Precios.

La segunda derivada, es que en este estado cosas, es que no es de recibo para atesorar una posición de partida, censurar y atentar contra el mercado eléctrico español, acusarlo de no competitivo (siendo uno de los más abiertos de Europa, con más número de operadores, nuevos, entrantes, y de tecnologías, cada una con su papel y con su misión). Decir que es marginalista (como son todos los mercados). Como el mercado del acero, el petróleo, los tomates o los pisos, de todas las materias primas, bienes y servicios. O que no diferencia día o noche (diferencia horarios). Y obviar que ha sido el responsable de resolver una crisis de oferta que tenía nuestro país al principio de esta década gracias a la inversión generada. Pero, en todo caso, en este entorno europeo, ya no vale esto.

Lo peor de todo es que además a esto se sume la Comisión Nacional de Energía, con su informe sobre costes y precios a esta ceremonia de la confusión, buscando quebrar la confianza en una institución como debe ser el mercado, con el argumento saduceo de la diferencia entre costes y precios. Sobre todo porque el regulador debería ser garante de la legalidad existente y del propio mercado, no su fustigador.

Como decía también Groucho Marx, si no les gusta estos principios, no se preocupen,… tengo otros.

0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *