Fotovoltaica amenazada de muerte

La esperanza de vida de los sistemas solares se mide por décadas –hay paneles que, después de 40 años, producen al 80% de su potencia original– y, con las horas de sol que hay en España, sólo necesitan una media de dos años para generar la misma energía que empleamos en fabricarlos.

Un panel solar, con la simple exposición al sol, sin ruido ni molestia alguna, convierte en energía útil el 15% de la energía que recibe del astro rey; los combustibles fósiles, por el contrario, apenas convierten el 35% del 0,005% de la energía solar que capturaron las plantas, y eso tras procesos naturales milenarios y procesos industriales de extracción y transformación peligrosos, técnica, geopolítica y ambientalmente.

Sin embargo, el precio que pagamos por la electricidad fotovoltaica conectada a la red no tiene en cuenta esas variables. Los paneles son todavía caros al compararlos con las demás energías; la buena noticia es que falta muy poco para que dejen de serlo, porque la fotovoltaica no tiene por qué competir con ellas en el coste de producción de un kWh, sino en el precio de consumo de ese mismo kWh.

En España, concretamente, ese punto de competitividad sin ayudas –porque nos resultará más rentable producir nuestra propia electricidad que comprársela a la compañía eléctrica– se alcanzará a mediados de la presente década. La curva de aprendizaje lo avala: si en 2004 se instalaron 1.000 MW en todo el mundo, el año pasado se instalaron 7.000 y para 2014 la industria global tendrá una capacidad de fabricación superior a los 50.000 MW anuales.

La curva de aprendizaje fotovoltaica es similar a la de la microelectrónica; de hecho, comparten la materia prima, el Silicio, el segundo elemento más frecuente en el planeta Tierra tras el Hidrógeno. Podemos pensar en lo que ha avanzado la telefonía móvil en muy pocos años para tener una idea de la velocidad del cambio tecnológico.

Por eso se puede afirmar con rotundidad que la fotovoltaica será competitiva en España muy pronto. Es más, al aprovechar una energía tan segura, fiable y gratuita como los rayos solares, las instalaciones ahora primadas pueden haber devuelto a la sociedad todas las ayudas que reciban a inicios de la siguiente década, y seguir enriqueciéndola durante 20 ó 30 años más.

Ahora bien, para que este escenario pueda convertirse en realidad, es necesario mantener el apoyo a la tecnología y modificar otros aspectos del sistema eléctrico para que pueda desarrollarse la generación distribuida, especialmente en el ámbito de la edificación y los entornos urbanos.

La implantación de la fotovoltaica y de otras renovables –que responde a un mandato legal, no al albedrío del mercado– conlleva un nuevo modelo energético que desplaza a tecnologías maduras con intereses muy arraigados. Este nuevo modelo será distribuido en vez de centralizado, tendrá muchos actores –productores y consumidores a la vez–, lo gestionarán redes inteligentes y exigirá a las grandes empresas energéticas un proceso de adaptación para el que muchas no están preparadas.

Uno de los aspectos que deben transformarse urgentemente, porque ya da señales claras de ineficiencia, son los mecanismos de fijación de precios. No tiene sentido guiarse por un mercado marginalista si el grueso de la producción carece de coste de combustible –el sol es gratis, como el viento o el agua– y oferta a precio cero. Igualmente, la operación del sistema debe cambiar, y REE tiene que incrementar su margen de maniobra para poder gestionar un volumen creciente e importante de producción intermitente.

Pero todo esto queda relegado por la imperiosa necesidad de acabar con el déficit de tarifa y de alcanzar un pacto político que nos permita avanzar por el camino de la sostenibilidad energética. Como contribución a ese pacto, desde ASIF ya ofrecimos hace más de seis meses una reducción de nuestra retribución que puede alcanzar el 30% en algún segmento del mercado solar. Nos gustaría escuchar ofertas similares para tecnologías excesivamente retribuidas y totalmente amortizadas, y no esas peticiones públicas y reiteradas –incluso desde la propia familia renovable– de acabar con la fotovoltaica, en función de argumentos a menudo falaces. Sus autores demuestran una escalofriante falta de visión de futuro.

Además de estos problemas estructurales del modelo energético, la crisis económica global está repercutiendo con dureza en España. Evidentemente, nuestra actividad no es independiente del devenir del país y si España, a mediados del 2010, atraviesa momentos muy difíciles, no es de extrañar que el sector de las renovables en general, y de la fotovoltaica en particular, también sufra por dicha crisis.

Lo que nos sorprende, y todavía no hemos salido de nuestro asombro, es que la crisis amenace en llevarse por delante los pilares de nuestro desarrollo. El primero de ellos, sin duda, es la confianza en que el Gobierno cumplirá sus compromisos. Igual que la Unión Europea o el mundo de las finanzas le piden al Gobierno que no falle y haga todos los esfuerzos necesarios para cumplir sus compromisos financieros, ASIF y todo el sector fotovoltaico le piden que respete lo establecido por la Ley; la apuesta a largo plazo por la industria fotovoltaica no debe desperdiciarse.

También le pedimos al Gobierno que termine con la indefinición regulatoria que, una vez más, tiene paralizadas a nuestras empresas. Si en un sector económico, de la noche a la mañana, lo que es impensable pasa a ser percibido no sólo como posible, sino, según algunos, como inevitable, no es extraño que se produzca confusión y paralización. La situación que estamos viviendo, por otro lado, es aún más grave, porque se produce tras un año 2009 de práctica moratoria; apenas tuvimos actividad durante el pasado ejercicio por la transición obligada desde el marco regulatorio establecido por el Real Decreto 661/2007 hasta el marco fijado por el Real Decreto 1578/2008.

Ante este sombrío panorama en el mercado interno, no es extraño que la industria fotovoltaica española mire al exterior: casi un 50% de las empresas ya tienen presencia más allá de nuestras fronteras, porque nuestros empresarios están buscando en el extranjero la actividad que no pueden tener en España. Gracias al empuje de los años anteriores, ahora volvemos a ser una industria exportadora, pero de mayor calado.

Quizás en esa actividad exterior esté el único y relativo consuelo en estos momentos. Pero no podemos olvidar que el otro 50% del sector ni siquiera tiene ese alivio. Por la naturaleza de su actividad, no puede trabajar en otros mercados y no puede aferrarse a ello como tabla de salvación. El desánimo se extiende al constatar que los proyectos empresariales se vienen abajo, por mucho que el discurso político gubernamental siga afirmando que apuesta por la fotovoltaica.

Además de las virtudes que la hermanan con las demás fuentes de energía renovable, la fotovoltaica ya ha demostrado la sencillez y fiabilidad de su tecnología de generación, su capacidad para ser una parte importante del mix eléctrico y su vertiginoso descenso de costes. Todo ello garantiza, a corto plazo, el alcance la paridad de red y la rentabilidad directa del autoconsumo fotovoltaico en numerosas aplicaciones.

Por eso, porque las ventajas de la fotovoltaica son innegables, por muy difícil que sea la coyuntura que atravesamos, el cierre de este comentario sólo puede ser optimista. El afianzamiento definitivo de la fotovoltaica está a punto de llegar, y, sin que pueda caber ninguna duda, llegará. Porque la razón, al final, se impone. Y porque las empresas y la tecnología tienen tal fuerza que superarán todos los obstáculos que les pongan por delante.

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