¿Cuánto nos costará el PANER?

La propuesta relativa al Plan de Energías Renovables que hemos podido conocer ha arrojado una cifra en primas de 18.500 millones de euros hasta 2020. Pero, además de conocer esa cifra, sujeta a muchas críticas y supuestos cuestionados, la necesidad de que esta generación sea parte del sistema eléctrico en su conjunto y se aborde de forma conjunta, en términos de sostenibilidad económica, técnica y de capacidad, es indudable y necesaria más que nunca, dado el propio efecto de ‘expulsión’ que genera unas previsiones irreales, sobre una capacidad instalada existente, sobre unos costes asociados a la generación y sobre una relación oferta y demanda distorsionada en su percepción.

Al PANER, en principio, se le critican, por tanto, dos cuestiones. La primera, la supuesta rebaja de los objetivos de generación mediante tecnologías de régimen especial sujetas a mecanismos retributivos complementarios (primas) respecto a las ambiciones pretéritas y expresiones de intenciones políticas hechas públicas con anterioridad. El Gobierno, en su momento, estaba dispuesto a elevar por encima del 20% la participación de las renovables en el consumo de electricidad. En esta mayor modestia de objetivos han influido razones de exceso de capacidad general y de coste de estas energías.

De hecho, dichas previsiones y propósitos, se elaboraron en tiempos de importantes crecimientos de la demanda y con una capacidad instalada en situación mucho menos excedentaria que la de hoy. Algo que, además, desplazará a las tecnologías térmicas en el mix de generación. Asimismo, el desmadre en el sistema de primas y de acceso a las mismas de los últimos años ha generado un importante vértigo en la evolución de las tarifas de acceso, hasta tomar la parte principal de la factura en sus distintos componentes y creciendo a ritmos desbordantes.

La segunda crítica que se le efectúa, es que en el PANER se minimiza el coste de las primas, dado que, paradójicamente, se prevé un incremento del precio en el mercado de generación, mientras se prevé la estabilización de los precios del crudo. Los mecanismos de compensación de las primas con respecto al precio del mercado estarían así permanentemente operando, lo que tampoco, previsiblemente, será cierto. Además, existen importantes discrepancias respecto de la fijación de los momentos en que las tecnologías son plenamente competitivas y las ganancias de eficiencia en estas tecnologías.

De esa forma, la magnitud del recorte a la nueva potencia instalada renovable, con ser cierto, estaría infradimensionado. De hecho, para el año 2011, las cifras contenidas en el PANER son inferiores a las que son inminentes que resultan de las liquidaciones en marcha, lo que resulta altamente preocupante, por lo que supone de negación de una realidad económica inminente. Algo que ha llamado la atención y se sitúa como un talón de Aquiles de la propuesta.

Por otra parte, la propia composición de tecnologías, con un aumento relevante de la generación termosolar (con unas primas muy onerosas para la tarifa por MWh, comparativamente con otras tecnologías) y la necesidad de establecer mecanismos de garantía de potencia a la generación renovable, apuntan a una importante elevación de la factura del PANER frente a sus previsiones.

Aunque las dos críticas pueden parecer contradictorias, pueden ser compatibles. Es posible que haya un recorte sobre las previsiones iniciales de nueva capacidad instalada en generación renovable subvencionada y que, al mismo tiempo, el volumen de primas resultante sea mucho mayor y esté calculado de manera irreal. Y, además, también es posible que el recorte a estas tecnologías sea insuficiente, si se reconoce la combinación caída de la demanda, incremento de las primas y evolución de las tarifas, como cierre del círculo, en un escenario en el que finaliza la capacidad de apelar al déficit tarifario (afortunadamente).

Razonablemente, hasta el momento, las reacciones a la propuesta han sido previsibles. Los representantes de las tecnologías renovables han puesto el inciso en el recorte sobre las expectativas. Pero hay dos posiciones más extravagantes. La primera es la de quienes censuran que se haya acabado el recurso al endeudamiento del déficit para cebar la bomba de la generación renovable, sin que los consumidores lo noten y sin aprovechar la capacidad de generación existente. La segunda, es la de quienes opinan que hay que violentar el funcionamiento del mercado incorporando «propuestas redistributivas» entre tecnologías, opción que abandera el consejero de la CNE, Jorge Fabra.

Lo que faltaba.

Cadena de favores

Recomendación para el fin semana, para aquéllos que no lo hayan podido ver. Intenten ver “Cadena de favores”, una película en la que un niño imagina un curioso sistema para mejorar el mundo; hacer favores incluso antes de que los devuelvan. Es decir: no devolver favores, sino pagarlos por adelantado, y no necesariamente a quien te los hizo a ti. Para sorpresa de todos, esta desinteresada propuesta causa furor entre la gente. Este fue el modelo de generación de plusvalía en las promociones de energía solar fotovoltaica

Aunque hubiera podido parecer que la cuestión relativa a la modificación de los parámetros que determinan la retribución y las primas a las instalaciones fotovoltaicas podría haber estado resuelta tras el ‘continuum’ de votaciones en las Cámaras, como venimos informando en Energía Diario, esto no es así. Volvemos a estar en una negociación abierta, mejor dicho, reabierta, cuya palanca, cuyo estilete de reapertura son ahora las presiones del grupo parlamentario catalán de CiU, dado que en un primer momento, Industria había cerrado las presiones de las Comunidades Autónomas socialistas con mucho interés en este sector como Castilla La Mancha, Andalucía y Extremadura.

En primer lugar, hay que señalar que el ajuste que introdujo el Real Decreto Ley, primeramente, es muy moderado. Tan moderado, que los estudios de rentabilidad de las instalaciones afectadas aumentan ligeramente la misma aplicando lo establecido por el 14/2010, dado que la limitación de horas en los parámetros implantada es sólo para dos años y el aumento la vida útil en tres, descendiendo los costes variables y su amortización, produciendo mayor efectos generosos en la matemática financiera.

Por otra parte, hay que recordar que los estudios de rentabilidad de esta tecnología tenían previsiones de límites de retribución, aunque finalmente no se aplicaron en el R.D. 661/2007, verdadero origen de todo este desaguisado. En todo caso, parece que es posible que pueda suceder la paradoja de que un supuesto recorte, a largo plazo, suponga una destrucción creativa.

Si a estos pseudoajustes se añade el hecho (reconocido en privado) de la existencia de un número importante de instalaciones que no estaban completamente montadas en el momento de su acta de puesta en funcionamiento –algo que aunque legal y técnicamente no es posible, en la realidad sí ha pasado- y cuya inversión se ha ido efectuando con posterioridad, las rentabilidades aumentan notablemente, dado que se han beneficiado de la caída de los costes de inversión por la mejora en la tecnología. Así, estudios efectuados sobre instalaciones reales elevan y revelan que estas rentabilidades, en esos casos, están por encima del 14%.

Sin contar, además, con el problema de las repotenciaciones, que en muchas Comunidades Autónomas se han tratado como modificaciones menores y que Industria quiere abortar, requiriendo a las Comunidades Autónomas información obligatoria de las mismas en la Orden Ministerial de tarifas para que sean comunicados al Ministerio (las repotenciaciones suponen la instalación de más placas en una instalación o de placas de mayor potencia en sustitución de las antiguas, beneficiándose de las condiciones retributivas que tuvieron en el momento de su acceso a la misma).

En todo caso, a la vista de todo este Patio de Monipodio, estas son rentabilidades a las que hoy, en el sector energético, no se asoma en sus distintas actividades y tecnologías por ninguna vía. Mientras la retórica que rodea a esta negociación es enormemente agresiva y desproporcionada.

Y, lo que vuelve a poner de manifiesto esta situación son los efectos del modelo de promoción y el escandallo (en algún caso, también el escándalo) que han supuesto las promociones de instalaciones de energía solar fotovoltaica en nuestro país, unido a la cantidad de agentes involucrados en sus trámites, configurando una larga cadena de favores, cuyo problema es que no se pueden devolver, en cuanto el retorno de la inversión se alargue en el tiempo o se aplace un poco, aunque sea de forma muy moderada.

Proyectos que han ido a acabar como activo financiero para entidades que adquirieron y financiaron estos proyectos y que incluso se han llegado a ofertar como rentas cuasi vitalicias, retribuidas en la banca privada. Dichos proyectos llegaron a las mismas después de un intenso flujo intermedio de permisos, accesos, etc…, que distribuyó concienzudamente la ganancia del plan, en un negocio que era de rentas seguras y sustanciosas. Ha aparecido, por tanto, un tipo de rentista que está al final de esta cadena y que opera con márgenes de rentabilidad reales muy estrechos y consumidos por esta cadena de favores y su apalancamiento como último eslabón.

Además, en paralelo, hay un movimiento al que se ha unido, últimamente, el Defensor del Pueblo pidiendo más energía fotovoltaica en el futuro. Es dudoso saber si el Defensor del Pueblo tiene entre su misión constitucional opinar sobre esas cosas. Eso nos llevaría a plantearnos su opinión sobre cuánta nueva potencia solar y de otras tecnologías se necesitaría. Pero si cada MW/h de fotovoltaica tuvo una retribución en 2010 de 470€, habrá que pensarse cuánta, en qué condiciones y si lo paga la tarifa, se puede seguir implantado en el futuro. Eso y la manera de achicar y recortar esa cadena de favores.

¿Quién paga las renovables?

La primera, de utilización frecuente y fácil, se emplea ante el desconocimiento generalizado, como si fuera gratuito y no hubiera ciudadanos y consumidores detrás. La segunda, entra dentro de la sorpresa e indignación cuando hay subidas «controladas y tímidas» de la electricidad y, consecuentemente, aparece la incomprensión del hecho real del déficit tarifario.

Parece como si existiera una corriente negacionista del déficit tarifario, negacionista de las relaciones de oferta y demanda, negacionista de los mercados, negacionista de que el precio de la electricidad es un precio, negacionista de las magnitudes económicas, de la consolidación de todos los costes que consolida la tarifa eléctrica y de la contabilidad. Esa negación de los mercados no tiene parangón con otros países de nuestro entorno occidental, que además de contar con más tradición democrática y de economía de mercado, superaron la existencia de un cuerpo intelectual marxista-trotskista y las simplificaciones ideológicas intervencionistas de 1968 con mayor madurez, al comprender mejor la realidad de los hechos económicos y la globalización. Dicha tendencia se evidencia de la forma más descarnada en el sector de la electricidad y en los medios de comunicación.

Históricamente, además, esta visión tiene raíces y anclaje en el tardofranquismo, otra forma de intervencionismo con ribetes de paternalismo político. España, un país con fuerte dependencia energética, sufre la primera crisis del petróleo en 1973, que decide no «trasladar2 a los ciudadanos, en forma de elevaciones de precios, en un momento de extrema debilidad del régimen de Franco, con el fin de evitar el efecto empobrecimiento de los ciudadanos y, sobre todo, su repercusión política. Por ello, aparece el estado protector. Desde entonces la electricidad, de una forma u otra, indebidamente tiene un carácter de precio intervenido y se convierte en una «caja negra» administrada por las autoridades. De esa convicción, y de un cierto adanismo económico, comulga el debate en el espacio público español, así como en los propios medios de comunicación, incluso de una cierta rebeldía social, política y mediática ante esta coyuntura, así como una negación obstinada de la realidad energética española.

Por ejemplo, hoy para asombro de los más ortodoxos, es frecuente entre nuestros «media económicos» autodefinidos como liberales, el hecho de reclamar que el Ministerio de Industria no suba la tarifa eléctrica, porque todo alimenta en la confrontación contra el Gobierno actual. Incluso existe una concepción fantasiosa de las relaciones causa efecto: por ejemplo, existen tensiones importantes en los mercados energéticos y en el petróleo, pero no se comprenden y aceptan sus consecuencias implícitas en términos de precios, que no se pueden trasladar sin saber misteriosamente por qué. Entre una y la otra, se sitúan los que piden más renovables, incluyendo su sistema de incentivos descomunal y, a la vez, que la electricidad no experimente subida de precios. Es un ejercicio de prestidigitación que es difícil de resolver.

Por otra parte, bien es cierto, que se está produciendo un debate, todavía con sordina, respecto a las energías renovables y de régimen especial y su coste en términos de primas. Sobre todo porque el actual sistema de primas, fruto de una mala regulación, de un mal seguimiento y de una mala supervisión, ha generado fuertes distorsiones en la que los agentes económicos han tratado lógicamente de maximizar sus beneficios y aprovechar sus resquicios. Esto sirve para una confrontación ideológica bochornosa y de componentes paranoides entre dos bandos: los primeros, los que se oponen a las tecnologías renovables «per se»; los segundos, los que defienden un modelo «latino» de subvenciones de amplio espectro, con manguerazo y de distribución de la plusvalía de la energía, incluyendo a las menesterosas Comunidades Autónomas.

Decíamos la semana pasada, que el accidente de la central nuclear de Fukushima y los denodados esfuerzos de la empresa y autoridades japonesas por su control, han sido apresuradamente utilizados para abordar un debate cuya urgencia era dudosa. El primero es la cuestión del desarrollo de nueva potencia nuclear en nuestro país (algo impensable incluso sin el accidente de Fukushima) por motivos estrictos de demanda y exceso de oferta. Segundo, la puesta en la «pole position» de otras tecnologías de generación en su sustitución y, en el caso de las renovables, con argumentos balsámicos. Lógico que esto ocurra, pero antes de decidir nada al respecto, hay que valorar qué hacemos con el exceso de capacidad existente en el parque de generación español, qué fuentes renovables tienen un desarrollo tecnológico que les permite ser más competitivas y, en conjunto, cuánta nueva capacidad es necesaria en estos momentos.

Por eso, la aparición el pasado domingo, en el Diario El País de un análisis editorial que desliga primas a las renovables del déficit, además de ser profundamente peligroso y falaz, hay que inscribirlo en todo la anterior. Así, mientras en el mismo, se hacía una defensa encendida de las tecnologías renovables (y, en consecuencia, de su vís económica, las primas), también se trataba de inocular una teoría que empieza a circular: desligar las primas a las energías renovables del déficit tarifario, llevando una afirmación a una salida de la autopista sin destino al decir: «Justamente, en España se ha venido produciendo en los últimos tiempos un debate sobre el «excesivo» coste del apoyo a las renovables, relacionándolo erróneamente con el déficit tarifario, que tiene otras causas«, de una forma críptica y misteriosa. Esto es tanto como decir que las primas no están en la tarifa. La pregunta a hacerle al editorialista es, ¿entonces, esto ahora quién lo paga? Imaginemos que le dieran la orden a la CNE de que no liquidase las primas contra la factura y las primas, ¿qué pasaría entonces?

Por eso, todo esfuerzo didáctico para comprender los flujos económicos que conforman la tarifa eléctrica y que finalmente pagan los ciudadanos en sus facturas, es poco. Evidentemente, en el déficit tarifario participan todos los componentes de la tarifa agrupados en sus dos componentes, el precio de la generación de la electricidad y las tarifas de acceso o costes regulados (primas a las renovables, pago de la deuda del déficit, retribución al transporte y distribución y resto de costes).

En la actualidad, con la bajada de los precios de la electricidad en el mercado de generación, estamos en una situación en la que el déficit de tarifa se ha ido concentrando en los costes regulados o tarifas de acceso, fruto fundamentalmente de decisiones políticas y administrativas: las del retraso del pago de la tarifa eléctrica, generadora de aplazamientos e intereses y, las relativas a las primas, generadoras de transferencias y subvenciones.

En estos momentos, estos costes regulados han ido creciendo con el tiempo y tomando proporciones mucho mayores en la tarifa, convirtiéndose en un Leviatán que nadie de la visión estatalista y repartidora de subvenciones cuestiona. Lo que es paradójico es esa comprensión y condescendencia, frente al cuestionamiento de los procesos de mercado, aunque resulten precios mucho más bajos en generación que los resultantes del primado. Incluso las propias asociaciones de consumidores viven presas de esta paradoja en sus críticas a la factura eléctrica, de forma que no hablan jamás de los costes regulados. En todo caso, cada vez que se hace una afirmación en indefinido (lo paga la tarifa o lo paga el sistema) quiere decirse que lo paga la factura, lo pagan los ciudadanos, los consumidores y se incluye en el déficit tarifario. ¿Quién paga, por tanto, las primas a las renovables, incluidas en esas tarifas de acceso?

Coda. Las energías renovables son necesarias en nuestro mix de generación. La pregunta es qué tipo, a qué ritmo, cuándo y a qué precio, con qué desarrollo previsto. Para ello es necesario un debate en el que se transparenten perfectamente sus costes, su financiación, el efecto en la factura que pagan los ciudadanos y la necesidad de nueva potencia en las previsiones de demanda del parque de generación español, para conseguir un mix económica y medioambientalmente sostenible. Sólo así, no estaremos presentes ante un debate trilero, oportunista, demagógico y emotivo, con muchos intereses bastardos, trufándolo, pero hurtando de la realidad a la sociedad.