El butano y el landismo

Los ojos más comunicativos del cine español después de su papel protagonista en “El Bosque Animado” son los de Alfredo Landa haciendo del bandido Fendetestas o su papel en “Los Santos Inocentes”. En tiempos anteriores, Alfredo Landa era el representante, el epígono del ‘landismo’, una veta cinematográfica patria que venía a remarcar la marca hispánica como hecho diferencial, y que trazaría una ligazón imaginaria con el actual Torrente, una versión mucho más casposa, hilarante y desbordada. El mundo del tardofranquismo, el destape, las promociones de pisos con aluminosis o la eclosión de Benidorm…, todos elementos de una época y de un país que tenía nuevos comportamientos pudientes recogidos en el cine de la época, desde Fin de Semana al Desnudo a Manolo la Nuit.

Esta introducción, en principio tan ajena (salvo que se quisiera hacer una con referencia al sector energético y, en concreto, al butano como forma de energía), no tendría mucho sentido si no existiera un instrumento demoníaco, el denominado término landa, utilizado en la fórmula para determinar el precio del butano, cuyo objetivo no fuera anclar los precios en el pasado conveniente.

La fórmula mediante la que se determina el precio del butano tiene dos componentes: el precio de la materia prima y el denominado término C, en teoría destinado a retribuir la actividad de distribución de este combustible. En la materia prima, desde octubre de 2009, se implantó una fórmula matemática que ‘corrige’ y ‘modera’ el precio de la bombona para evitar lo que los expertos denominan ‘apuntamientos’ o puntas de precios y con el objeto de que el consumidor no los sufra. Además si las subidas no superan el 2% no se efectúan, con lo cual, con una construcción matemática semejante se podría conseguir negar la ley de la gravedad.

Tanto modera esta fórmula el precio de la bombona de butano que ha conseguido que pase casi totalmente inadvertida la subida de precios del petróleo que ha sido constante desde el vertido del Golfo de México hasta el momento actual en que la inestabilidad en Oriente Próximo se ha agudizado con las crisis de Túnez, Egipto y Liba. Y, ¿cuál es la técnica regulatoria sofisticada empleada a tal efecto? Las matemáticas: que el 75 % del precio de referencia se calcule desde que se implantó la norma, hace un año y medio con los precios más bajos conocidos del petróleo. Es decir un cálculo retrospectivo que no se actualiza hasta volverse obsoleto y cada día más obsoleto. Cualquier tiempo pasado fue anterior. El término landa.

Consecuencia: el precio de la materia prima de la bombona es mayor que el precio de la propia bombona. Las empresas cuanto más venden, más pierden, es decir, hay una venta a pérdidas, algo prohibido por cualquier legislación competitiva. En consecuencia, se congela la retribución a los distribuidores, estrangulando a este sector, que teniendo un peso relativamente bajo en el consumo energético del país, es relevante en ciertas zonas o para ciertos colectivos.

Por otra parte, esta fórmula pasó por todo regulador viviente y requiere una urgente revisión dadas las expectativas de precios del petróleo. Urgente revisión que precisa previamente la asunción de que es necesario un aumento de los precios de esta energía. Por su parte, el regulador principal, el Ministerio de Industria y el regulador independiente, la Comisión Nacional de Energía, mantienen un tácito silencio al respecto, que se va a ver desbordado por la realidad que se ha convertido en urgente.

Bien es sabido que desde el propio tardofranquismo, uno de los problemas que no ha sabido aceptar la clase política y el Gobierno administrativo del país, es la asunción de los precios de la energía y las consecuencias del libre mercado, haciendo toda clase de estratagemas para su evitación, incluyendo la ilusión monetaria para los consumidores. Cada vez que surge un problema de estas características surgen los defensores políticos de la energía barata a toda costa. El riesgo, en el caso del butano, es que de tanto no querer subir el precio de la bombona, se acabe por inanición con el sector y que la medicina pase a ser excesiva, generando un problema de dimensiones importantes para empresas y consumidores.

Lo dicho, el regreso al pasado. Por eso sólo aquí sería posible una película como «Los energéticos». Y el landismo.

Golpe en el corazón catalán de la política energética

El alcance de la noticia es mayor del que pudiera parecer a primera vista, por lo que es importante saber qué hay detrás de esta noticia y su secuencia posterior. Primero, porque en la actualidad hay dos grandes e importantes empresas muy influyentes en el sector energético, que son Repsol y Gas Natural Fenosa, claramente relacionadas con Cataluña. Segundo porque el sector institucional y político energético ha estado copado en los últimos años de personas afines al mundo catalán, próximo a las distintas facciones del PSC. Y, tercero, por la fuente, por la buena información que tiene habitualmente el diario Cinco Días en el entorno del partido del Gobierno.

De hecho, desde su publicación se están trazando varias teorías más o menos conspiratorias al respecto, las cuales señalan de una forma u otra al propio PSOE, haciendo bueno el adagio de que no hay mejor astilla que la de la misma madera.

En la primera línea conspiratoria está la posibilidad de que se trate del resultado de una lucha de «familias» dentro del partido del Gobierno por el control del área institucional de la energía o la propia deconstrucción del aparato político actual vinculado a la energía. Por tanto, la línea más directa sería identificar si hay interés en promover la debilidad de la posición del actual ministro de Industria, Miguel Sebastián, por haber permitido colocar en la tarifa gasista los últimos 140 millones de euros de la discordia (en su momento, el nombramiento de Sebastián fue visto como un retroceso para el entorno catalán). Con una lectura un poco atenta se puede advertir que los hechos relativos a Montilla que se contienen en la noticia están bastante amortizados, tanto casi como el propio Ministro Montilla. Y, en segundo lugar, estarían operando los posicionamientos de cara a la salida de Zapatero y una eventual recomposición del Gobierno.

En una línea, quizá más lejana y contextual, se pueden identificar más posibles familias socialistas en liza. Hasta hace no mucho, en el seno del PSOE, la cuestión de la energía había tenido la tradición, de colocar al frente de este sector, lo que podríamos denominar como la conexión vasco-navarra. Ministros como Claudio Aranzadi en su momento o José Manuel Eguiagaray, incluso Carlos Solchaga, son ejemplos de esta corriente. Igualmente, queda un conjunto muy localizado de «retroprogresivos» que tampoco están satisfechos de la línea que sigue el área energética del Gobierno. O, se podrían haber conjurado varios de estos colectivos en una tormenta perfecta.

Por su parte, tras los ocho años de gobierno del Partido Popular, la vuelta al gobierno del Partido Socialista hizo que aflorase en el sector energético, la familia «catalana» del PSC de forma que cobrase un total protagonismo, incluso el control, en el sector energético español, de la mano además del tripartito, de infausto recuerdo en Ferraz. Desde el nombramiento como ministro de José Montilla, pasando por el traspaso directo de Joan Clos, cuya sustitución se pactó en el propio Palacio de la Moncloa entre Zapatero y el ex presidente de la Generalitat. Posteriormente, esto devino en la designación de Ignasi Nieto como Secretario General de Energía. Y hay que añadir en este conjunto la presencia de otros personajes como la presidenta de la Comisión Nacional de Energía, Maite Costa o el presidente de Enagás, Antoni Llardén, operador de transporte y gestor del sistema gasista español. Todos ellos puestos neurálgicos del sector energético y gasista, como se puede más o menos comprobar con una lista y una quiniela a la vez.

Los cuestionamientos dentro del Partido Socialista respecto del clan catalán en el sector energético son cada vez más frecuentes y menos indisimulados. En primer lugar, advierten en privado de los comportamientos que definen un «estilo propio» de hacer las cosas…, menos «sofisticado» desde el punto de vista regulatorio, con tendencia a la gestión muy directa de los asuntos e intereses de las empresas radicadas en Cataluña. Al menos antagónico con la ortodoxia más clásica del partido.

En segundo lugar, también advierten que las relaciones entre el Ejecutivo, el Ministerio y la Comisión son demasiado próximas al entorno de Repsol y Gas Natural Fenosa (con especial proximidad y foco en el papel de Antoni Brufau). Desde el apoyo a las operaciones corporativas de hace seis años que tanto coste político supuso al PSOE, al ajuste de las condiciones que la Comisión Nacional de Competencia impuso a la operación Gas Natural-Unión Fenosa, hay un halo de afinidad, cada vez más perceptible.

Ahora, el hecho de que las tarifas de gas aprobadas en diciembre incorporaran un recargo de 150 millones de euros, en contra de un dictamen de la CNE sitúa también en el punto de mira al actual equipo del Ministerio de Industria y a la propia CNE, cuya presidenta hizo un voto particular contra el dictamen de los servicios del organismo respecto del monto citado (amplificado, por cierto, en la edición de Cinco Días hasta los 200 millones de euros). Sea cual fuere la motivación para la publicación de esta noticia en Cinco Días, su ventilación pública es un contratiempo contra las estrategias de Gas Natural Fenosa y su situación financiera: el instrumento, desvelar con escándalo mecanismos de interacción entre empresa y regulador, en cada cuestión regulatoria para conseguir oxígeno y liquidez, tacita a tacita.

Por otra parte, parece que la Generalitat con Artur Mas al frente también ha entrado a fondo en el nacionalismo empresarial del que serían bandera Gas Natural Fenosa y Repsol, con gestos expresos para blindar su accionariado frente a intereses extranjeros. Y ese nacionalismo también se traduce en un apoyo oblicuo a los asuntos regulatorios de interés para el grupo. Por eso, la renovación de la Comisión Nacional de Energía despierta toda clase de conjeturas en torno a la procedencia de los sucesores de los actuales consejeros y de la actual presidenta.

El asunto es que esta noticia se produce / se difunde / se desvela en un momento de cambio en los órganos reguladores en el caso de la energía y ya se están empezando a posicionar alrededor intereses y facciones. Algo se está moviendo y parece que en el asunto y origen del mismo hay mar de fondo. Habrá que estar atentos.

Zapatero vuelve al voluntarismo antropológico con la energía

Se trata, por tanto y de nuevo, de no salir de un modelo de promesa más o menos inminente de mejora de la situación. En todo caso, sus efectos son relativos dado el debate sucesorio abierto en torno a su figura y la relativización de sus opiniones (al menos en el terreno económico). Parece como si hubiera entrado en una línea paralela.

De hecho, en días pasados se anunciaba la subida del IPC hasta un 3,6% en términos interanuales. También en ese momento se produjo un importante revuelo, en la medida que el repunte se achacó a la evolución de los precios de la energía. De forma más o menos virulenta, unos medios concentraban más la responsabilidad de esta subida en los carburantes o la electricidad según hacia dónde se había puesto la mirilla telescópica. Lo que es evidente es que estamos en una evolución de los precios de la energía alcistas para los consumidores, que tiene una lógica y una correlación total con lo que está produciéndose en los mercados internacionales y con los problemas aparcados, derivados de no abordar la subida de precios energéticos.

Lo cierto es que la subida de los precios de los carburantes se está produciendo de manera paulatina en convergencia con los precios del petróleo, el dólar y coste de refino, unido a otras cuestiones como los problemas y vertidos ocurridos en el Golfo de México el pasado verano, y las turbulencias políticas y geoestratégicas en Oriente Próximo. En todo caso, y aunque se estabilice este escenario político y de revueltas, los analistas internacionales prevén un escenario de crecimiento de precios del crudo relevante a medio plazo, con escenarios que alcanzan los 200 dólares, de forma que se produzca un salto desde los precios anteriores a estas turbulencias, hasta llegar al entorno de los 100 dólares, es decir, que parte de la subida de precios, ha venido para quedarse. En todo caso, el sistema de precios de los carburantes refleja casi de manera instantánea los precios en los mercados.

En el caso de la electricidad, el problema es diferente y está sometido a una presión política diferente. De hecho, sin haberse producido una subida tan ostensible como en el caso de los carburantes, el ruido mediático ha sido mucho más intenso. Hasta el momento en que se culmine el proceso de liberalización y el alza del precio de la electricidad se efectúan mediante revisiones trimestrales a través de órdenes ministeriales, en determinados foros se achaca al Gobierno la «responsabilidad» de esta subida de precios y se cargan las tintas políticas cuando se conocen estas cuestiones o aspectos relacionados en la decisión política asociada. Sin embargo, uno de los problemas es que, de acuerdo a las revisiones trimestrales, en algún caso han resultado nulas por la propia presión política, como en el caso del mes de octubre del año pasado con la famosa foto del acuerdo Montoro-Sebastián.

No obstante, sobre el precio de la electricidad confluyen dos cuestiones: por una parte, los precios comparativamente bajos en serie histórica y respecto a otros países en el mercado de generación. Eso no quiere decir que no puedan verse influidos por los precios de materias primas, gas, carbón o petróleo, pero el punto de partida es bajo y fuertemente competitivo. Y, por otra parte, hay que recordar que la subida de los precios de la electricidad integra también lo que son los costes regulados (transporte, distribución, primas y deuda pasada: déficit), cuyo crecimiento será responsable de la evolución de los precios durante este año.

Además, no hay que olvidar que existe un problema embalsado desde el momento en que sus precios solamente podían subir el IPC como máximo, con independencia de las tensiones existentes en los mercados de la energía. Se trata, como saben, del déficit tarifario fruto de haber ido postergando las subidas de la electricidad año tras año por motivos políticos. Una cuestión que si se hubiera abordado en su momento, hoy permitiría reducciones en los precios y que hay que atender en un escenario de crisis económica y tímida recuperación con fuertes amenazas. En todo caso, es una subida de precios de la energía aplazada y latente que debe ser abordada. Por tanto, el escenario es de subida de precios, pese a que las artillerías estén preparadas para dificultar estas decisiones.

Lo cierto es que después de tres años de lluvia fina, el déficit tarifario ya se ha establecido como problema político y regulatorio y, pese a los negacionistas y contrarios al mercado eléctrico, ha tomado cuerpo como cuestión ineludible que afecta a la solvencia de nuestra economía y de nuestros mercados. Siempre quedan reductos de ejercicios políticos «outsider», contrarios al mercado eléctrico o, en otra línea, de corte «peronista» y jerseys de cuello alto, para hacer valoraciones de trazo grueso sobre los resultados o los beneficios empresariales (con independencia de sus tasas de rentabilidad, de cómo se obtengan, en qué mercados o partiendo del supuesto de que los accionistas no pueden ser ciudadanos y que la inversión no puede ser retribuida).
En otro orden de cosas, los analistas señalaban que la subida de los precios de la energía no se estaba propagando al aparato productivo o al resto de ramas de actividad. Por tanto, lo que se está produciendo realmente un ajuste por parte de los consumidores (empresariales y residenciales) y la absorción de esta evolución al alza de precios energéticos.

¿Dónde está la clave desde el punto de vista de la política? En este contexto, en tener convicción y mirar a los ojos a la realidad: percibir que el fenómeno es más estructural que coyuntural, establecer una política de energética completa y entendible, que tenga un discurso coherente e integrado, desarrollar políticas de ahorro y eficiencia en serio, que partan de que los agentes económicos conozcan los precios reales y no los precios políticos. Con esas bases, el debate sobre el mix energético, sobre las primas a las renovables, la necesidad de una moratoria en este tipo de tecnologías o la energía nuclear se podrían efectuar sin trampas. Igualmente se produciría una mayor comprensión pública sobre al ahorro, la eficiencia y el papel de todos los agentes en ella. Como tampoco sería un debate tramposo el grado de alumbrado público español o el «confort» deseado por la sociedad y su forma de pagarlo. Y, en ese marco, la dosificación de medidas no parecerían ocurrencias, ni obtendrían las críticas que se han acumulado esta semana, fruto de caminar siempre entre varias aguas.

El consejero que soñaba con un impuesto a las empresas eléctricas y un bidón de gasolina

Seguramente que para entender determinadas noticias es necesario contar con todos los datos y con una visión retrospectiva y de contexto que les dé sentido. Y, eso es lo que es necesario realizar con la noticia con la que el viernes el rotativo económico Cinco Días abría su portada a cinco columnas. La noticia hablaba de manera suficientemente ambigua con el siguiente titular: «Castilla y León puede imponer a las eléctricas una tasa medioambiental. La CNE da su visto bueno«. La noticia se basaba en un teórico informe de la Comisión Nacional de Energía en el que supuestamente el organismo daba «vía libre» para fijar impuestos a las Comunidades Autónomas a troche y moche, sin aparentes consecuencias ni para los ciudadanos, ni para la factura, ni para la tarifa, ni para los consumidores, ni para el mercado eléctrico.

En el fondo de esta interpretación subsiste una tentación ilusoria a relamerse en torno a la posibilidad de aplicar impuestos que recaigan sobre las empresas: el mejor de los mundos posibles para los partidarios del intervencionismo y de las vías expropiatorias.

La historia de la noticia

El pasado mes de diciembre, cuando las empresas eléctricas decidieron utilizar las vías judiciales frente al decreto del carbón nacional, la Junta de Castilla y León, visiblemente molesta con esta decisión empresarial de ejercicio de derechos, amagó con la fijación de una tasa medioambiental a la generación de energía eléctrica en esa Comunidad. Fruto de esta amenaza, a finales de enero la Junta de Castilla y León remitió a la Comisión Nacional de Energía una consulta al respecto, en tres líneas: la posibilidad de la fijación de esta tasa, la posibilidad de que las empresas pudieran aplicar recargos a los consumidores castellano-leoneses o la posibilidad de que el Ministerio de Industria autorizara estos recargos. Todo ello de acuerdo con lo contemplado en la Ley del Sector Eléctrico.

El pasado jueves, el Consejo de la Comisión Nacional de Energía trataba la consulta en su convocatoria ordinaria. En la nota de prensa, difundida posteriormente se recogía de lo siguiente:

Responder a la consulta planteada por una Comunidad Autónoma sobre la posibilidad de gravar las actividades eléctricas con tributos de carácter autonómico o local de carácter medioambiental.
A este respecto, se señala que creado un tributo de tales características, el artículo 17.4 de la Ley del Sector Eléctrico prevé que «al peaje de acceso se le podrá incluir un suplemento territorial», y el artículo 18.5 de la misma Ley prevé que «a la tarifa de último recurso se le podrá incluir un suplemento territorial». De esta forma, la creación de este tributo podría generar un suplemento sobre el peaje y sobre la tarifa de último recurso, que habría de pagarse en los territorios en los que se cree el mismo.

Por otro lado, al tratarse de un suplemento que se «incluye» en el «peaje» o en la «tarifa de último recurso», pasa a ser un concepto integrante del «peaje» o en la «tarifa de último recurso», los cuales son precios regulados, cuya aprobación, por tanto, tiene que realizarse administrativamente, en los términos que están previstos en la Ley del Sector Eléctrico, y su normativa de desarrollo.

El suplemento territorial debería aparecer desglosado en la facturación al usuario, por imposición del artículo 18.6 de la Ley del Sector Eléctrico, en consideración tanto al principio de transparencia como al de unidad tarifaria que afecta a los peajes y a la tarifa de último recurso.

A día de hoy, todavía no está publicado el mencionado informe en la web del organismo, y no tenemos noticias de que sea un asunto que se vaya a hacer público, dado que, en sí ,no es un Informe, sino una consulta de una Comunidad Autónoma. Por tanto, a la vista de esto: ¿es verdad que la CNE da el visto bueno a la fijación de impuestos o tasas a la generación de electricidad sin consecuencias? ¿Es lo que quería la Comunidad Autónoma (que tras mucho sigilo en la nota de prensa, se desvela en la prensa sepia un día más tarde de tratar el informe en la CNE)? ¿La Junta de Castilla y León desea exponerse a que el recargo se le facture de forma desagregada a los ciudadanos en sus facturas eléctricas?

Así, el viernes el rotativo económico Cinco Días abría su edición a cinco columnas (por encima de los resultados de las empresas y de la crisis de los mercados del crudo por los acontecimientos de Libia) con este asunto, sugiriendo una línea interpretativa que, al día siguiente, refrendaría el consejero de la Comisión Nacional de Energía, el leonés Jaime González en unas declaraciones recogidas por Europa Press. El consejero afirma que un impuesto así no puede afectar a la tarifa, dado que, pese a la Ley, el Ministerio de Industria no lo ha hecho hasta el momento, lo cual es lo mismo que pedir que todo el monte es orégano.

Primera pregunta, por tanto, ¿quién tiene las manos azules? Y segunda, ¿esta crónica se podría haber titulado «La Junta de Castilla y León podría subir la luz a sus ciudadanos con un nuevo tributo medioambiental»? En ese caso, como en el título de la obra de Stig Larsson, el consejero habría puesto un bidón de gasolina electoral en el camino de la Junta de Castilla y León.

Por tanto, con semejante estado de cosas, hay que exigir que este informe se haga público en la página web del organismo y se conozca la realidad y el alcance de ese pseudopermiso de la CNE a la fijación de impuestos autonómicos sin consecuencias. La CNE no puede dejar un tema de estas características en este grado de ambigüedad. En primer lugar, por transparencia pública como organismo regulador público con responsabilidades sobre el sector eléctrico y los mercados. En segundo lugar, porque puede y debe servir para que las Comunidades Autónomas, en grave situación financiera y tentadas de fijar tributos o tasas a la generación de electricidad, tengan claro el marco en que se mueven. En tercer lugar, porque no hay información que no pueda ser pública o que necesite reserva, no debe ser esta cuestión un asunto reservado. Y, finalmente, en cuarto lugar, y por una cuestión más contingente, porque ya se ha filtrado e interpretado por un Consejero, lo que permite que se hagan los dedos huéspedes.

Lo razonable, en todo caso, es que vuelva la racionalidad. La Junta de Castilla y León deberá ponderar los argumentos jurídicos (y políticos) de una medida de estas características y, una vez concluído (por la vía del acuerdo) el conflicto del carbón nacional (claramente peligrosas para los ciudadanos de esa Comunidad Autónoma y fruto de una reacción vengativa en medio de un calentón), estas propuestas no deberían pasar a mayores.

Regulación yenka

Partamos de la base de que desde este medio siempre hemos promovido la existencia de un modelo de desarrollo de las energías renovables y, en ese sentido, podemos asegurar, siguiendo nuestra línea editorial, que no somos negacionistas.

Esto es relativamente relevante en un momento en que las posturas de las distintas tecnologías tienen un componente dialéctico defensivo en el estilo «federales contra confederados» sumamente peligroso, a falta de una visión común o de una política energética coherente construida sobre el armazón de la política económica global y el funcionamiento de nuestros mercados.

Sólo en ese contexto se pueden analizar las cosas que vienen pasando en la generación de electricidad y sus tecnologías y, en concreto, en las renovables. En ese marco, y en el de una política retributiva insostenible, claramente, con todas las costuras, nos estamos permitiendo comportamientos de «un paso adelante y dos atrás».

Por eso, estar a favor o en contra de las energías renovables (en genérico) no implica, necesariamente, adherirse a un modelo de dispendio o abrazarse sin crítica o sin racionalidad a un maximalismo. Parece, por tanto, que cuestionar la racionalidad de lo acontenido es un problema de dogmas o reglas basadas en la fe y la obediencia. Y, de la misma forma, tampoco es semejante la situación de todas las tecnologías de régimen especial, dado que el volumen de primas que perciben, la magnitud de sus subvenciones en relación a su capacidad, su potencia y su generación es diferente, pese al manto unificador de quienes se cubren para defender las tecnologías más primadas o más privilegiadas.

En este sentido, y sin perder la perspectiva de globalidad de la política energética, medioambiental y económica, derivada de la ilusión retributiva y de los intereses particulares, el desarrollo de las energías renovables debe estar incluido, integrado, mapeado dentro del sistema eléctrico, del coste global del suministro y del precio que pagan los consumidores por la electricidad.

Por tanto, no se puede tratar como un postizo con unos agentes que captan recursos a través de las primas, las subvenciones y que maximizan sus intereses contra el resto de sectores o contra la factura de los ciudadanos, aunque sea por la defensa de una industria propia. O, mejor dicho, es legítimo que los sectores lo intenten pero que la regulación busque un modelo sostenible económica y medioambientalmente, integrado en el modelo tarifario y en los mercados de la electricidad. Esa debe ser la clave de la situación y de las decisiones que se plantean.

Ayer, como se pudo conocer, en lo que se refiere a la energía solar fotovoltaica, se produjo la vuelta atrás en el Senado sobre la norma que limitaba el número de horas sujetas a prima en el caso de la fotovoltaica. Si bien existen dudas sobre el grado de retroactividad de la norma, lo que sí parece que ha sido retroactivo es el comportamiento de los partidos políticos. De hecho, conscientes de que el trámite jurídico sería muy complicado, el sector fotovoltaico y el sector financiero no lo han dado por perdido y han encontrado una vía de servicio para volver a la casilla uno y replantear la decisión del Ejecutivo y del Parlamento.

Se trataba, por parte de los promotores de la enmienda en el Senado, de dejar sin efecto el Real Decreto Ley recientemente aprobado que requería de una Ley para su remoción parcial. Hace menos de quince días que se aprobó el Real Decreto Ley y en el trámite de una Ley ya se promueve un cambio sobre lo aprobado anteriormente (algún día habrá que tratar, algo cada vez más preocupante, los problemas de calidad regulatoria, la frivolidad de abordar los cambios regulatorios y el oportunismo de que cualquier normativa pueda salir por los cerros de Úbeda por inclusión, adición o sustracción en los procesos parlamentarios).

En menos de un mes, estas formaciones políticas han ido deslizándose de una posición crítica hacia una posición contraria a la limitación de horas a la energía solar fotovoltaica, que es una modificación en los parámetros de su sistema retributivo. ¿Se anticipa, por tanto, una minoría del partido del Gobierno en esta cuestión en el Congreso?

Queda por saber qué pasará a partir de ahora con esta Ley y su vuelta al Congreso de los Diputados, para comprobar si el arco parlamentario mantendrá su cambio de opción respecto de esta cuestión. Contra el Decreto Ley o a favor de la enmienda que lo desactiva, se alineó finalmente el Partido Popular y partidos nacionalistas que inicialmente apoyaron al Gobierno en la ratificación del Real Decreto Ley de medidas urgentes del sector eléctrico aprobado en el mes de enero.

La no limitación de horas a la tecnología solar fotovoltaica en la regulación precedente parte de un defecto regulatorio y de una falta de observancia por parte de las autoridades a la hora de advertir que la importante y constante demanda de proyectos fotovoltaicos evidenciaba unos problemas de sobrerretribución. De hecho, los estudios económicos utilizados por la CNE y el Ministerio de Industria avalaban que el modelo retributivo tuviera ese límite de horas, pero la regulación final no lo contempló.

Y, con ello, la financiación y el escandallo de la plusvalía generada por los proyectos fotovoltaicos se distribuyó generosamente en orden a todos los que participaban en el proceso: gestores de permisos, promotores, próximos a las estructuras de poder regionales y Comunidades Autónomas. El propietario final del proyecto, que se había apalancado para adquirirlo, se queda al borde del abismo por esta circunstancia si se reduce la retribución (cuando todos los anteriores ya habían hecho caja). Y, consecuentemente, las entidades que habían financiado el proyecto incurren en un riesgo de crédito tan semejante al inmobiliario (que incluso el Banco de España estaría investigando, según nuestras informaciones). En el fondo, el modelo de negocio era y es muy parecido, en definitiva, a un modelo de rentas sin riesgo empresarial.

Por tanto, a falta de referentes y de una guía de conducta, nos quedan comportamientos políticos “modelo yenka”, que nos devuelven al Juego de la Oca y a la casilla uno, caminando sobre el filo en cada proyecto de Ley y en cada tramitación parlamentaria. Y todo ello con una deconstrucción política por momentos, morosa de no tener política energética, económica y medioambientalmente sostenible.

La última reunión del PCUS

Dicha Ley fija la fecha de caducidad para la totalidad del actual Consejo de Administración de la CNE que, como nuestros lectores ya saben, de los miembros que lo integran, casi la mitad había excedido la vigencia de su mandato en dos años, y el resto finiquita su labor el próximo mes de junio, sin posibilidad de ampliación. Lo novedoso es que la LES viene a solucionar una anomalía impropia, una situación poco común de mantener los órganos reguladores sin renovación, en estado «zombie», en una interinidad insana y cuestionamiento permanente, además de por su comportamiento, por su composición, dependencia o por su ubicación en un limbo institucional «sine die«.

Lo primero que es necesario tener en cuenta a la hora de valorar la aparición de este documento, es contextualizar el posicionamiento y actividad del actual Consejo de Administración de la CNE en sus años pretéritos, es decir, acudir a la memoria histórica. Por tanto, hoy no nos podemos abstraer de la ejecutoria de este Consejo de Administración que ha sido fuertemente controvertida, habiéndose hecho fuertes dentro del Consejo las facciones ideológicas y antisistema, antimercado y antiliberalización. Algo así como la subversión permanente de cuestionar el marco regulatorio vigente en lugar de aplicarlo, que es su misión. Lo que es cierto, es que este Consejo de Administración no dejará un buen recuerdo y existe el pensamiento generalizado de que ha contribuido al declive imparable de la institución.

Desde las posiciones en las operaciones corporativas a la publicación del «Informe de Costes y Precios», la polémica y las controversias han perseguido al actual Consejo de Administración. Y cuando acabaron las controversias cayó en la irrelevancia, orillándose del centro de los problemas del sector eléctrico, entre los que destaca el déficit tarifario. Incluso habría que cuestionar el propio posicionamiento en materia de retribución y primas de las energías renovables, o la retribución de los costes regulados (incluidas las primas a las tecnologías fotovoltaicas) especialmente laxa y condescendiente en su momento, en comparación con su aspiración a intervenir en el mercado de generación o volver a modelos de costes reconocidos más o menos encubiertos (es decir, al intervencionismo del marco legal estable y su discrecionalidad).

Después de este planteamiento, debemos preguntarnos si ¿es el momento?, ¿si tiene sentido plantear este documento ahora desde la Comisión Nacional de Energía?. ¿A qué vienen esta reflexión y esta batería de propuestas? ¿Cuáles son las razones que justifican este ejercicio en estos momentos? De hecho, la inhibición e incluso la negación del problema del déficit tarifario en el pasado reciente de este órgano o la gestión que hizo en su momento sobre la colocación del déficit, constituyen un ejemplo de despropósitos.

Finalmente, y para mayor abundamiento, la perversidad de que una formulación de estas características pueda albergar o encerrar nuevamente una reivindicación de argumentos y teorías antimercado, como reverberación del «Informe de Costes y Precios», puede caer en un constante «déjà vu«.

Pero, yendo a lo esencial, en estos momentos, y con una situación de provisionalidad, es difícilmente justificable que el actual Consejo de Administración de la Comisión Nacional de Energía promueva un documento general de revisión del marco regulatorio del sector eléctrico, ni de cualquier otro sector. Sobre todo porque el problema general del sector eléctrico no es regulatorio, sino que es de índole económico y gestor.

Y, por ello, resulta menos concebible que se trate de proyectar hacia el futuro, y de dejar las cosas atadas y bien atadas, para condicionar al Ministerio o a los consejeros que releven al actual equipo. Es una pretensión de pervivencia no justificable. Lo razonable es que el Consejo de Administración asuma su consideración de interinidad, resolviendo las cuestiones ordinarias y aplicando la legislación vigente, puesto que una opinión como la que hoy discuten, ni se le pide, ni se le espera.

Esto recuerda a la anécdota que contaba el periodista Jacobo de Regoyos, corresponsal en la Unión Europea, al hilo de la presentación de su último libro, comenta la anécdota que ocurrió entre los responsables políticos de la antigua Unión Soviética. «¿Cómo es que no fuiste a la última reunión del PCUS?» «Porque no sabía que era la última».

Marín no tiene quien le escriba

Con una ilustración/fotografía que casi reproduce un busto de una figura del Museo de Cera, el pasado viernes se recogía una tribuna en el diario económico Cinco Días firmada por el ex Secretario de Estado de Energía, Pedro Marín, en la que trataba de glosar, no sin triunfalismo, su etapa al frente de la Secretaría de Estado. De hecho el título de la misma era «Tres años de profundos cambios energéticos«.

Sin entrar en el contenido de la tribuna, sorprendente e inaudito, la verdad es que es calificable de obsceno que un ex alto cargo de la Administración hable de su período al frente de una responsabilidad, por mucho que entre sus intereses estén el «aspirantazgo» a un puesto internacional (una campaña que no cesa para autopromocionarse para la Dirección General del IRENA).

De hecho, en su período final, una vez conocida su renuncia a la Secretaría de Estado, gran parte de su tiempo y sus viajes estuvieron dedicados a este menester. Sería razonable que Marín recapacitara sobre la forma de hacer campaña para el puesto al que aspira, puesto que incluso puede ser contraproducente: un artículo así se califica por sí mismo y seguramente no es el camino para llegar al IRENA. Por ello, habría que recomendar al ex Secretario de Estado más ponderación, sobriedad, contención y que procurase encontrar apoyos externos y no endógenos a su candidatura.

Por otra parte, con su intervención «autolaudatoria» hace un flaco favor al actual Ministro de Industria y a sus sucesores en su responsabilidad, que tienen un «sudoku» que requiere de habilidades, capacidad gestora y precisión de relojero, además de capacidad política para resolver problemas graves como el déficit tarifario o la política de renovables en su espiral. Una columna de este tipo, con un déficit galopante, la polémica por la subida de tarifas o la de la limitación de horas a la fotovoltaica y otras cuestiones de calado, debe producir, cuanto menos, vértigo en el Paseo de la Castellana.

Marín basa su columna en dos ratios macro del sector energético muy influenciados por el entorno recesivo de la crisis y la mejor hidraulicidad de estos años: emisiones contaminantes e intensidad energética. En eso y en las interconexiones, cuyo desenlace, que no solución, es más que discutible. Además, en contra de lo que afirma el ex Secretario de Estado con una expresión falaz, el déficit de tarifa eléctrico acumulado al final de su mandato fue mucho más alto que el que se encontró a su llegada (se reguló su liquidación pero se incumplió su engrosamiento). Por otra parte, la acumulación sucesiva de problemas en el desarrollo de las energías renovables durante este período incorpora responsabilidades claras desde los puntos de vista regulatorios y de supervisión directa por parte del Ejecutivo.

En este medio, hemos reconocido en su mayor parte las bondades del Real Decreto Ley 6/2009 para atajar el déficit tarifario, pero la realidad de su incumplimiento llevó a que haya tenido que ser remozado en menos de dos años por otro Real Decreto Ley también razonable al mismo efecto, pero incrementalista en las cifras. Del mismo modo, las cifras oscilantes del déficit tarifario que cortocircuitaron en ocasiones el largo proceso de titulización, los problemas del registro de asignación, las repotenciaciones «sotto vocce», el diálogo sectorial y las relaciones con las empresas y los distintos sectores no acabaron, precisamente, en su mejor momento con Marín.

Perlas maximalistas de nuestro ex Secretario de Estado en su artículo: «Nuestra apuesta por un nuevo modelo energético que es, precisamente, el único que garantizará el futuro sostenible del planeta« (sic). Toma ya. Señor Marín, se ha pasado. Tenga cuidado con el «overselling».

Una vela a Dios y otra al diablo

La enmienda aprobada en la Ley de Economía Sostenible relativa a la vida de las centrales nucleares, en realidad, lo que ha hecho es modificar la voluntad de parte del Ejecutivo de Zapatero, incluido el presidente de limitar la vida útil de las centrales nucleares españolas y zanjar por vía legal el mecanismo actual: se revisa el estado de la central por el Consejo de Seguridad Nuclear dos años antes de la decisión correspondiente y se emite informe favorable o no a la prolongación de la vida de la central. En sentido contrario, tampoco ha cambiado la política del Gobierno, si la hubiera, dado que mantiene intactas sus capacidades discrecionales de no atender los criterios técnicos u económicos en estas decisiones.

En concreto, la enmienda, tal y como queda finalmente, recoge «mantener el calendario de operación de las centrales del parque nuclear existente, considerando las solicitudes de renovación y potenciación que presenten los titulares de las centrales y que cumplan con los requisitos de seguridad nuclear y protección radiológica que establezca el órgano regulador, el Consejo de Seguridad Nuclear, y teniendo en cuenta el desarrollo de nuevas tecnologías, la seguridad del suministro eléctrico, los costes de generación eléctrica y las emisiones de gases de efecto invernadero».

Por tanto, en realidad, tanta polémica renovada para que todo permanezca igual. Nada y todo cambia a la vez. Es posible. El caso Lampedusa, la italianización de nuestra política. En suma, no se produce una modificación de la situación regulatoria actual, sino de la voluntad o expectativas, expresadas por determinadas facciones del Partido Socialista Obrero Español y por el propio presidente y sus más afines en el pasado. Dicho posicionamiento se puso de manifiesto con especial virulencia y cerrazón con motivo de la decisión de prolongación o cierre de la central de Garoña y ahora, tras la aprobación de esta Ley, ha vuelto a levantar los demonios familiares. Lo que si se produce es su puesta en apuros o en aprietos, de cara a sostener y no enmendar una política fuertemente ideologizada y dogmática.

Tras la aprobación de la LES, esta polémica, desde el partido del gobierno se trata de dar cobertura a una decisión ideológica y ultramontana sobre su política nuclear para intentar no desmovilizar a su electorado más antinuclear, de forma que los argumentos políticos formados al hilo de esta decisión sobre Garoña se intentaran proyectar imaginariamente a la política nuclear.

Recordemos, aquella mañana de domingo soleada en Galapagar, en la que Zapatero trató de justificar su postura relativa al cierre de la central de Garoña en la Fundación Jaime Vera, con un argumentario político muy rocoso, todo iba viento en popa para los sectores más partidarios al cierre de las centrales nucleares del partido del gobierno. Estaban muy motivados y crecidos con el apoyo del propio Zapatero. Unos días más tarde, tras mucha intriga y misterio, a los que nos tiene acostumbrados Zapatero, se anunciaba la autorización de dos años adicionales por encima de los 40 años, pero inferior a lo que pedían los responsables de la instalación y de lo que recomendaba el Consejo de Seguridad Nuclear con un programa de mantenimiento e inversiones. En suma, para una instalación de este tipo, se producía el cierre en 2013.

Uno de los argumentos que se esgrimían es que el tamaño de la planta era relativamente pequeño respecto al volumen total de suministro eléctrico del país. Pero el problema no es ese. El problema es si nos podíamos permitir desperdiciar una central en buen estado; si su impacto en el mercado de la electricidad dado que abarata precioso; su impacto en reducción de emisiones de efecto invernadero; su efecto sobre el mix energético español, empeorando su grado de diversificación, el valor más importante del mismo. Con su posición llevada a extremos dogmáticos, Zapatero había ideologizado y politizado una decisión técnica relativa a una de las mejores centrales de Europa, convirtiéndola en un «casus belli» político personal y de sus más afines.

Por otra parte, tampoco es cierto que el Partido Socialista Obrero Español tuviera una postura concreta y única respecto al cierre de las centrales nucleares. El debate interno en el seno del PSOE existía e incluso se difundieron informaciones que señalaban a miembros del gobierno partidarios de mantener la capacidad de generación mediante tecnología nuclear. Felipe González también mostró una posición muy clara y evidente con respecto a la continuidad de Garoña y respecto de la energía nuclear. Al final, la crisis, el sentido común y la real politik se ha impuesto y todo el arco parlamentario ha decidido de forma sensata, no asirse a maximalismos o a límites temporales de forma prohibicionista. Y, para más inri, de todo lo prometido como planes de desarrollo de la zona, nunca más se supo.

Ahora lo que es difícil es mantener una decisión como la de Garoña, con argumentos forzados y falaces con la Ley de Economía Sostenible recién aprobada. No sería lógico dejar caer la Central de Santa María de Garoña de lo que ahora se ha “reregulado”, una planta en funcionamiento, con incidentes mínimos, con unas importantes inversiones en mantenimiento y actualización de la central y una de las centrales nucleares ejemplares, más eficientes de Europa y con una cultura de seguridad reconocida.

La reverberación de la polémica que se ha producido ahora y los pobres argumentos políticos esgrimidos, propios de marketing electoral en apuros, desatados artificialmente apelando a posiciones pasadas antinucleares, y pretenden salvar la cara de una posición llevada al borde del abismo. Además, intentan trasladar imaginariamente la posibilidad de poner una vela a Dios y otra al diablo, uniendo pragmatismo, flexibilidad y un guiño para sus votantes más antinucleares y a los sectores ecologistas que no están de acuerdo con la capacidad de la energía nuclear para la reducción de emisiones y con las tendencias internacionales en este sentido, incluyendo la Administración Obama.

En suma, un ejercicio de equilibrio y funambulismo político difícilmente «sostenible», nunca mejor dicho. Tarde o temprano las aguas volverán a su cauce y se deberá revisar la decisión de Garoña, con criterios puramente técnicos y económicos. Ya dijimos aquí que se había reabierto el debate nuclear pese al intento de cerrojo o cierre en falso. ¿No sería más fácil, productivo y con menores costes, asumir los cambios de manera proactiva? Así habría realmente una política nuclear: por eso no ha cambiado.

Déficit tarifario: presente y futuro

La cuestión del déficit de tarifa y su titulación es una cuestión muy seria. De hecho, es una cuestión de Estado, que ha tomado alcance europeo e internacional. Según se ha podido saber a posteriori, la visita de Angela Merkel tuvo como precedente varias visitas de las autoridades financieras germanas con el Presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero.

En dichas entrevistas, según fuentes financieras, se abordaron dos cuestiones económicamente interrelacionadas y concernientes con la energía: la primera, la inclusión del déficit tarifario dentro de la deuda pública española, casi como un sumando más; Y, la segunda, los efectos del cambio de regulación de las energías fotovoltaicas (por cierto, también uno de los elementos que engrosan el déficit tarifario, entre otros) por el aumento de riesgos para las entidades financieras alemanas que han financiado estos proyectos.

Por tanto, los 22.000 millones de euros de déficit tarifario acumulados en números redondos, con el necesario aval del Estado (hasta los 25.000 previstos), vienen a engrosar parte de algo muy semejante a lo que es la deuda soberana española. Que el déficit tarifario reúne todas las condiciones para ser considerado como deuda pública está bien recordarlo para aquellos que olvidaron su origen, dado que cualquiera que indaga en la naturaleza económica del citado déficit acaba extrañándose sobremanera de la forma en que se ha ido acumulando hasta las proporciones actuales. Dicha deuda, también tiene un efecto sobre el endeudamiento general, sobre el rating del país y de nuestras empresas.

La forma de abordar esta cuestión en el corto plazo es la colocación de los instrumentos financieros y en el medio largo plazo es la política energética y de precios de la electricidad. Ambos serán los dos ejes futuros de la resolución de este problema. Por eso, agilizar el proceso de colocación del déficit, desarrollar las siguientes emisiones en breve, en momentos favorables en los mercados financieros (al menos para que nos cueste menos), y otorgar credibilidad a la política económica, financiera y energética deben ser objetivos primordiales y parece que se está actuando en este sentido.

De hecho, la cuestión es doble, primero, hay que adquirir consciencia de la naturaleza del déficit tarifario y su consideración asimilada a deuda pública española. Y, segundo, también existe una demanda, consistente en incorporar garantías de que esa deuda no se va a seguir engrosando, instrumentando para ello una política económica, energética y de precios energéticos estable y realista, garantizando el funcionamiento de los mercados de la electricidad. Ortodoxia. Una continuidad de objetivos que debe ser abrazado por todas las fuerzas políticas. Toca por tanto una labor de orfebre a partir de ahora, para aprovechar todos los huecos a la hora de compensar el desfase existente en las tarifas eléctricas.

Para contextualizar el tema del déficit tarifario hay que dibujar el marco de la Deuda Pública. La deuda pública española había tenido hasta el principio de la crisis una tendencia descendente hasta llegar a significar un 35% del PIB. Tras la época de alegría vertiginosa en la formación del déficit público, la inercia llevó a que nos situásemos en un muy breve espacio temporal cerca del 60% (25 puntos más), con nulos resultados sobre la actividad económica. Una teoría kamikaze que ha venido a ser subsanada por la intercesión del eje franco-alemán, es decir, por los que financiaban esa alegría con sus empréstitos. Por tanto, como criterio general, la Alemania prestadora colabora con la resolución de los problemas españoles, con la colocación de la deuda actual, a la vez que pide disciplina y rigor futuros a las autoridades españolas. Esa será la norma y esos son los márgenes de actuación, por otra parte completamente razonables, aunque pese a los valedores de soluciones arriesgadas o que cuestionan el funcionamiento de los mercados financieros.

Así, surgen voces que reclaman comportamientos más castizos también en el sector energético. ¿Y si nosotros, por decisión política o ideológica, nos queremos endeudar, qué? O preguntas al aire que causan pavor ¿pero es que van a poder más los mercados que la política? Pues sí, es así. Pero era así, antes también: sólo que había liquidez. Al igual que no se puede decidir que España tenga litoral en el Pacífico, hay limitaciones que se tienen que adoptar con consciencia de la naturaleza de los hechos económicos y su interconexión. Los mercados tienen información perfecta y no se conforman con retóricas o con argumentos vacíos de marketing político. De ahí, que de poco sirvan las «addendas» al Acuerdo Social y Económico en el marco de la energía, si no se aborda con rigor y sin excentricidades o atajos el problema del déficit tarifario.

Está claro que además de la política económica, también la energética y la de precios eléctricos y respeto a los mercados son cuestiones serias que precisan soluciones comprometidas y estables. Además, como ven, están en observación.

La versión final del Acuerdo Social y Económico en materia energética

I

Al Acuerdo Social y Económico se le han visto demasiadas costuras en su accidentada y apresurada puesta en escena final, urgidos porque las fotos fuesen previas a la visita de la Canciller alemana, Angela Merkel. Desde el episodio que llevó a que los partidos políticos no asistiesen a la firma oficial en el Palacio de la Moncloa, al no haber recibido el texto cerrado por los agentes sociales en la noche en que se concluyó la negociación, hasta la confusión en las invitaciones enviadas por el protocolo de Moncloa. Incluso puede que el empeño en la pretenciosidad de hacer equivalente este Acuerdo a los Pactos de la Moncloa, al final se vuelva contra la parte más vulnerable del mismo, por su inconsistencia: todo aquello que se incorporó como un postizo al acuerdo de pensiones: energía, industria e innovación.

Haciendo una lectura política, el acuerdo y su representación pública buscaba una instrumentación para la que existía una convergencia de intereses: un Gobierno que intenta salvarse de la tendencia maléfica de las encuestas y unos sindicatos visiblemente desarbolados tras la fallida huelga general del 29 de septiembre. Gobierno que insiste en mantener la pulsión sindical en su haber como un activo, la sublimación del consenso y diálogo como filosofía. Y, adicionalmente, se percibe que desde las organizaciones sociales se quiere estar en la foto, incluso que se necesita (sólo hay que ver que los sindicatos, tras la firma del acuerdo, no hacen otra cosa que justificarse de por qué han firmado). La solución era que la foto se hiciera a 24 fotogramas por minuto y que durase mucho: se convirtiera en vídeo.

Consecuencia: en este hilo argumental resultaba positivo en ese diálogo social incluir todo lo que fuera posible además de las pensiones, completando con propuestas y texto de claro origen en el marketing político y que de genérico resultaba acartonadamente hueco. Lo importante en ese momento era tener un papel y la posible foto, lo cual había hecho que Moncloa volviera por sus fueros: a caminar por el filo de la navaja.

De hecho, en el caso de la energía, lo incorporado, más que políticamente correcto, era una colección de lugares comunes sin vinculación con la política energética o con los problemas, reformas y medidas precisas. Por eso, con un nivel de inconsciencia que raya la temeridad, se incluyen en el documento del Acuerdo una serie de formulaciones que agreden incluso el funcionamiento de los mercados y de la liberalización del sector eléctrico y que provocan que tenga que ser revisado y modificado.

II

En el ámbito de la energía, la redacción de este texto, sobre el que supuestamente había acuerdo, en sí ya era paradójico en la medida que se avanzaba la pretensión de que los precios de la electricidad se incorporasen al Acuerdo Social y Económico y al negociado de una nueva entidad panaeconómica y pannegociadora: un foro específico tripartito representativo de Gobierno y agentes sociales (sindicatos y empresarios). Una iniciativa que en el ámbito energético casi volvía al concepto vertical de las relaciones laborales/sindicales del franquismo con determinación de precios incluida. En ese marco, es en el que se hace una mención a la revisión de los precios de la electricidad y a la revisión de los mercados minoristas de la energía, cuestión recogida casi literalmente en su versión inicial. Un párrafo completo que finalmente desapareció en la versión definitiva, tras azarosas negociaciones en el seno de la CEOE y la intervención de Eduardo Montes, presidente de UNESA, según narra «Expansión«.

Visto desde afuera, es estrafalario que el precio de un bien, suministro o servicio se trate desde una perspectiva agregada en la negociación colectiva de los agentes sociales situada en el plano político. A nadie se le ocurre una idea de esta índole relativa al precio de las telecomunicaciones que pagan las empresas o sobre el precio de los combustibles. O, que se proponga que las empresas alimentarias bajen los precios de sus productos para que los trabajadores y sus familias completen su nutrición de forma más barata y, por ende, acepten menores salarios. A nadie se le ocurre que un órgano tripartito nacional representativo de los agentes sociales dinamite las relaciones de mercado y el funcionamiento del sistema de precios. Perturbador.

Y, ¿por qué surge esta propuesta? Porque existe un trasfondo, una pretensión oculta, casi un tabú instalado en ciertas capas corporativas de la sociedad: la idea de supeditar el precio de la energía a las expectativas del aparato productivo, incluyendo la intervención pública y la toma de decisiones, si es necesario. Cuestión que se remonta al momento en que la Unión Europea establece el final de los subsidios cruzados en la tarifa de consumidores a grandes empresas y que conlleva un resquemor latente que genera una agitación constante y múltiples reverberaciones.

Evidentemente, tanto desde sectores empresariales como sindicales, hay presiones para que la energía sea «barata» y no se trate como un suministro que se provee en un mercado con oferentes, demandantes y precios. Mientras unos reclaman unos costes de los factores baratos para sus cuentas de resultados, los otros piden que la competitividad se obtenga por esta vía y, así, poder negociar salarios más altos, evitando ajustes. Se trata de una tormenta perfecta y, en el trasfondo, se sustancia un substrato sociológico que se encuentra detrás de muchos nostálgicos, esto es, la conformación de un modelo de industrialización a la vieja usanza basado en contar con un factor económico barato: la electricidad y su subvención encubierta o la intervención directa.

Hay que reconocer, por tanto, que la defensa y cierre de esta cuestión en la CEOE, efectuada por Eduardo Montes, nuevo presidente de UNESA, ha sido ágil y novedosa: en primer lugar, porque reivindica la existencia de los precios de la electricidad y del mercado como en cualquier otro sector, frente a la intervención, bien por vía gubernamental o en compañía de otros (sindicatos, agentes sociales, etc…). Segundo, porque en muy poco tiempo como presidente de UNESA ha comprendido este problema desde el otro lado: su evolución desde su procedencia del sector industrial al sector eléctrico se ha efectuado con profesionalidad.

En todo caso, hay que señalar como negativa la difusión en los medios de comunicación con conocimiento de la economía y los mercados de la resolución de este disparate, puesto que se ha hecho en términos de un pulso entre eléctricas y sindicatos, para restar poder de las segundas a estos últimos. Los precios de la energía o de la electricidad, no son una cuestión de dialéctica de oposición de poder eléctricas-sindicatos, sino de comprensión de los funcionamientos del mercado y sus dinámicas. ¿Existe un país occidental y de economía de mercado donde se haya creado un foro de estas características con esta pretensión?

Y, finalmente, toda esta deriva también es fruto de la desinstitucionalización general sectorial y lo episódico del pacto energético que ha acabado en forma de vodevil. Si recordamos, la idea de un pacto energético comenzó con una foto del Ministro de Industria Miguel Sebastián y el responsable económico del Partido Popular Cristóbal Montoro. En realidad, se trataba de una maniobra política estival, una escaramuza para decidir una no subida de tarifas en el tercer trimestre de 2010. Luego el tiempo ha desvanecido ese pacto: un acuerdo energético entre Gobierno y oposición que, tras muchas idas y vueltas, no llegó nunca a fructificar, ni a concretarse en nada. Posteriormente, y en el territorio también del pacto o, mejor dicho, de la negociación política, esta vez en el ámbito parlamentario, están pendientes de abordar las conclusiones de la Subcomisión de Energía del Congreso en la que están presentes los grupos políticos con representación parlamentaria.

Todo ello ha pretendido ser superado por la tangente en un plis-plas a través de este inane Acuerdo Social y Económico en lo tocante a la energía. De todas formas y en todo caso, menos mal que en lo que se refiere al sector energético, en realidad, ya no dice nada.