Sebastián y Nadal: el juego de las siete diferencias

Con un cambio de gobierno en ciernes y desde mediados de legislatura uno de los nombres que emerge en el Partido Popular es el de Álvaro Nadal para la responsabilidad del sector energético. Incluso se afirma que se ha producido una «autopostulación». Secretario Económico del Partido Popular, es un hombre muy cercano a Cristóbal Montoro en el área económica del grupo parlamentario popular en la pasada legislatura, y tiene un papel relevante en el traspaso de poderes entre el ejecutivo saliente y el entrante.

Con independencia de que empieza a existir un «pool» de nombres ya muy nutrido de candidatos para esta responsabilidad (algo que trataremos convenientemente más adelante en Energía Diario), y de que la misma dependerá de la articulación final de las áreas económicas y políticas del gobierno, es razonable detenerse en los asombrosos parecidos político-económicos entre el actual Ministro de Industria, Miguel Sebastián, y Álvaro Nadal. Puede decirse que uno es la imagen especular del otro.

Hay que partir de un hecho incontestable: Miguel Sebastián y Álvaro Nadal coinciden en contar con un perfil formativo y académico extraordinario en el plano teórico, a nivel nacional e internacional. Por ejemplo, Miguel Sebastián además de ser Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad Complutense de Madrid, es Doctor en Economía por la Universidad de Minnesota y también por la Universidad Complutense. De hecho, es Profesor Titular de Fundamentos del Análisis Económico en esta Universidad, actualmente en excedencia.

Mientras, Álvaro Nadal es Licenciado en Derecho y Ciencias Económicas por ICADE, así como Técnico Comercial y Economista del Estado. Amplió estudios en la Universidad de Harvard donde realizó cursos de doctorado desde 1997 hasta 1998. Del mismo modo, es profesor en el Instituto de Empresa en Madrid.

Por tanto, el paralelismo universitario e internacional es asombroso, así como también la ausencia de experiencia en posiciones de responsabilidad empresarial, en el mundo financiero o en la Administración Pública en el momento en que los dos se aproximan al mundo político. También es muy semejante el tono y el perfil en la brillantez expositiva y dialéctica que muestran los dos en sus intervenciones públicas, incluyendo un cierto talante mesiánico.

Por su parte, a Miguel Sebastián se le atribuye una relación muy directa con el Presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. En los círculos más íntimos se le responsabiliza también de la tardanza en reconocer la crisis económica y la demora en la reacción presidencial, así como de puentear en su momento al equipo económico de Pedro Solbes. La relación de Sebastián con Elena Salgado y su equipo tampoco ha sido, precisamente, un lecho de rosas. Igualmente, a Sebastián se le atribuyen medidas impuestas como el Plan E, el cheque bebé o los famosos 400 euros, que finalmente fueron retirados por el Ejecutivo. Sus relaciones con los sectores empresariales también han estado rodeadas de controversia: primero, por su salida del servicio de estudios del BBVA, por las operaciones que se atribuyen para su salida, y segundo, por su vinculación al mundo inmobiliario y constructor, ofreciendo alternativas para reducir la exposición del mismo por los excesos del pasado basados en transferencias interesectoriales y «facilitando» (por ser finos) el acceso a otros sectores, como el energético.

Del mismo modo, las posiciones de Nadal también despiertan inquietudes en los sectores económicos y financieros. De hecho, hoy se critica la espantada con los «hedge found» del propio Nadal, no se sabe si a iniciativa propia o del partido. En el ámbito energético, sus propuestas, cercanas al colectivo retroprogresivo de la energía, asombran a quienes quieren ver en él un perfil internacional y de propensión a modelos más liberales y de mercado por su formación: tasas a la hidráulica y la nuclear, partiendo de un modelo intervencionista sobre la base de los costes por tecnologías para socavar el mercado eléctrico; intervención contradictoria con el modelo de liberalización del sector energético aprobado por el propio Partido Popular y contra las posiciones conocidas del principal «think tank» de esta formación política (FAES) o frente a las posiciones que recientemente pudimos conocer del ex Secretario General de Energía, José Folgado. Incluso, empieza a atribuírsele una propuesta «original» para resolver el déficit tarifario basada en el canje por activos inmobiliarios en los balances de los bancos e instituciones financieras.

¿Han encontrado las diferencias o similitudes? ¿Es Álvaro Nadal el «alter ego» de Miguel Sebastián dentro del Partido Popular?

Termoprogresivos

De hecho, este episodio evidencia otro de los estragos del tristemente famoso Informe de Costes y Precios, que aprobó en su momento el anterior consejo de administración de la Comisión Nacional de Energía como un ejercicio de extralimitación regulatoria que convirtió el regulador independiente en una pieza fácilmente prescindible. El hecho de invocar ese Informe es intentar buscar un asidero institucional de dudosa credibilidad para justificarlo.

En esencia, fruto de la existencia de ese informe, los productores de electricidad mediante tecnología termosolar reclaman la posibilidad de que, con las rentabilidades de unas tecnologías, se financien las primas de otras. Esa es la teoría que alimentan y que incluso uno de los autores del Informe, el exconsejero Jorge Fabra, alimenta en su último artículo en la Revista del Colegio de Economistas de Madrid. Elemento que está incorporado en el programa del Partido Socialista Obrero Español como un Fondo para financiar las renovables.

A esas supuestas diferencias de rentabilidad entre tecnologías, en medios de comunicación más o menos económicos, por parte de este colectivo retroprogresivo, tanto los representantes de productores de energía por tecnología termosolar como Abengoa en su particular cruce de declaraciones, se les denomina, erróneamente, «windfall profits».

Rebobinemos. El Informe de Costes y Precios fue un informe de carácter ideológico elaborado por representantes del colectivo retroprogresivo de la energía con presencia de Consejeros del organismo en la etapa anterior, cuyo objetivo era articular la regulación retributiva de la generación eléctrica por tecnología (es decir, la vuelta al Marco Legal Estable del franquismo), de forma que se extinguiera y finiquitase el mercado eléctrico, convencidos de que la mejor forma de «ordenar el sector» era la intervención, para que las empresas fueran un aparato al servicio de la Administración.

La historia atropellada de cómo se aprobó este «Informe» ya ha sido relatada en este medio, siendo un ejercicio que mezclaba falacias (la necesidad de equilibrar las rentabilidades por tecnologías en una especie de justicia social retributiva) con mentiras (la existencia de tecnologías amortizadas). Informe que fue disfrazado por dos consejeros y que más pronto que tarde debería ser derogado por el organismo regulador.

En definitiva, el objetivo del Informe era trasladar una visión ideológica de la generación de electricidad, combinado con varios supuestos «de pizarra» convenientemente falseados. Dicho informe contiene la idea de que la existencia de diferentes estructuras de costes en la producción de un bien indiferenciado como la electricidad (el kilowatio) son «beneficios caídos del cielo». Para ello, el informe no duda en falsear la contabilidad financiera despreciando amortizaciones y costes de mantenimiento para mostrar números más abultados. De ahí la afirmación proferida que desafía el plan contable de que la energía nuclear y la hidráulica «están amortizadas», pese a los estados contables de las compañías.

Poniendo un ejemplo: imagínense que la tarifa de un servicio público, como el taxi, dependiera del vehículo que haya comprado el profesional correspondiente, y que dicha tarifa fuese diferente según la amortización del vehículo en el que usted se monta para hacer una carrera. La versión más sofisticada sería que se le aplicara un impuesto a los taxis cuyos precios de adquisición fueran más baratos o cuya antigüedad fuera mayor. Añadamos a este modelo que la recaudación de ese impuesto fuese a parar a los nuevos compradores de vehículos cuyo destino fuera el servicio de taxi, a fin de incentivar la renovación de la flota o que se pusieran vehículos híbridos.

Vayamos por partes en esta controversia. En primer lugar, se vuelve a sugerir la idea de que los «windfall profits» son equivalentes a la existencia de diferentes estructuras de costes entre tecnologías. De hecho, cada tecnología (carbón, gas, hidráulica, nuclear,…) tiene unos costes diferentes para la generación de electricidad por muchos motivos. El valor que tiene un mercado consiste en la competencia entre instalaciones y tecnologías, consiguiendo un precio como resultado de la oferta y demanda, además de un funcionamiento eficiente de la producción de electricidad de forma conjunta. Por tanto, la diatriba de los costes por tecnologías es un falso problema en términos globales.

Con la inclusión de la energía hidráulica, como supuestamente beneficiaria de los «windfall profits», se logra una curiosa metáfora que es la idea de que la lluvia que llena los embalses de agua, que posteriormente se desembalsa para ser turbinada y generar electricidad, es un beneficio caído del cielo, en un ejercicio de cierto oportunismo y permite su «anclaje» neurolingüístico. Dicho concepto se hace extensivo a las centrales nucleares.

Pero hay una segunda idea, tan perversa o más, que es el hecho de la necesidad de que unas tecnologías financien a otras mediante transferencias reguladas, en lugar de pensar en la generación de electricidad como conjunto. La combinación de las dos propuestas, además de ser un ejercicio que vulnera los mercados y el funcionamiento de la economía en general, afecta a la inversión, y es, obviamente, una falta de sentido común. La pregunta sería, ¿por qué las instancias públicas han decidido fomentar tecnologías caras con retribuciones elevadas si las hay más baratas y es necesario hacer tanto enjuague?

Y, finalmente, contrariamente a la idea, en teoría regulatoria, falazmente y falsamente lanzada por este colectivo retroprogresivo, los «windfall profits» son beneficios que son inesperados, imprevistos y que se producen fruto de una decisión regulatoria. Son beneficios sorpresivos (igualmente que hay perjuicios sorpresivos) que tienen carácter extraordinario, como, por ejemplo, si se prevé un volumen de potencia instalada de una determinada tecnología con primas abultadas en el Plan de Energías Renovables y luego se multiplica por cinco esa potencia finalmente decidida por los organismos competentes. Esos sí son beneficios caídos del cielo.

Conozca la primera medida energética de la nueva etapa

Está en el ambiente. Los medios económicos y los mercados quieren concreción de lo que va a ser la política económica del nuevo gobierno. Y si no hubiera concreciones, al menos que se emitan señales o signos que sean indicativos de que el nuevo ejecutivo está dispuesto a realizar reformas, una política económica coherente. Todo ello, evidentemente, más allá de los discursos, declaraciones de intenciones, paños calientes y reuniones para tomar un acuerdo.

Hoy escribe en el diario La Vanguardia el siempre recomendable Enric Juliana un comentario titulado «Mariano, échanos algo«. ¿La velocidad de los acontecimientos económicos en esta crisis (muy diferente a la que existía cuando se aprobó la Constitución, articulando un proceso de un mes para un cambio de gobierno) permitirá un armisticio de un mes?

En el ámbito energético también existen estas mismas demandas y necesidades, habida cuenta de que existen problemas abiertos y problemáticas por abordar, que es preciso resolver y abordar con urgencia pero, eso sí, sin precipitación ni ansiedad y sobre todo con conocimiento y de forma integral, evitando las chapuzas regulatorias desbordantes a las que hemos estado acostumbrados. Por ejemplo, precipitación y ansiedad es la que se puede generar en un Ejecutivo recién entrado si una de sus primeras decisiones tiene que ver con la revisión de la tarifa eléctrica, si este Ejecutivo asume con su función tener precios bajos en la energía (contra viento y marea, contra mercados y entorno económico), en lugar de tener una política energética y sin ponerse de los nervios.

En todo caso, podemos decir que en el ámbito energético, y concretamente en el sector eléctrico renovable, ya existe una primera decisión conocida de lo que es la nueva mayoría popular en el Gobierno Central y en los autonómicos. Una primera medida surgida de este glacis, de este nuevo orden. Y es una medida que va más allá o que incluso se combina con las filtraciones relativas a la posibilidad de elevar la presión fiscal con una tasa a la generación hidráulica y nuclear (que, evidentemente, hay que dejar en el terreno de la filtración, aunque sea una comunión con el programa socialista y procedan del sector más nadalista de la energía). Vamos a ver.

Pues bien, esta primera medida es que la Junta de Extremadura acaba de aprobar las autorizaciones de 65 parques eólicos más, que ya suman 977 MW de nueva potencia. Son 65 parques eólicos más, con lo que ya son 97 los que «pueden entrar» en el registro de preasignaciones, con un potencial instalado de 1.691 megavatios (MW). El flamante nuevo presidente de la Junta, el popular José Antonio Monago, sigue una camino ya habitual en las Comunidades Autónomas en lo que se refiere a las convocatorias de estos concursos. Se podría aducir que, «stricto sensu», esta no es una medida «de Rajoy». Pero lo es en la medida que es auspiciada y/o tolerada. De hecho, el presidente gallego, Núñez Feijóo, fue el primero que inició esta senda.

En todo caso, dicha medida no es en absoluto inocua…. Viene a apuntalar algo que ha sido moneda común en la legislatura anterior: los concursos autonómicos de concesión de nueva potencia eólica, con fundamentos de dudosa legalidad, son una forma de presión fiscal encubierta (pero presentable políticamente al ir en primera instancia incorporada en el proyecto de las empresas) que elevan el coste de los proyectos y que, consecuentemente, afectan a la tarifa eléctrica y al coste del suministro a través de estos innovadores mecanismos fiscales que incorporan para la obtención de recursos para estas Administraciones Autonómicas.

Por otra parte, esta media contradice el propio programa popular cuando afirma «Impulsaremos la armonización, reconocimiento y homologación en todo el territorio nacional de los criterios, requisitos, procedimientos, permisos, tasas e impuestos para la autorización, instalación, operación, ampliación, modificación, mejora o desmantelamiento de instalaciones e infraestructuras energéticas». En consecuencia, los temores a que Rajoy y su Ejecutivo estén condicionados por los barones y las Comunidades Autónomas se refuerzan, sobre todo en un momento en que es preciso revisar el sobrecoste de la estructura administrativa de que nos hemos dotado y su efecto sobre la unidad de mercado.

Todo ello viene también a avalar la idea de un modelo de desarrollo de energías renovables entendido como un maná, basado en la generación de plusvalías para su distribución y la transferencia de rentas entre tecnologías, territorios, administraciones o entre personas físicas o jurídicas. Por ejemplo, con lo que las Comunidades Autónomas detraen de estos concursos, se pueden construir polideportivos infrautilizados o tender nuevas carreteras sin demanda. Y también otro tipo de transferencia de rentas es la que favorecen las redes clientelares locales y cercanas que revenden las concesiones obtenidas en primera instancia, pero que, por su ausencia de experiencia en la operación de estas instalaciones, revenden a posteriori, incluyendo los costes de su intermediación.

Por tanto, es una medida que abunda en una desconexión intelectual deliberada en términos económicos. Decisiones políticas frente a realidad económica. Si aumentan los costes en las instalaciones de generación por la interposición de un agente concesionario que reclama su estipendio, su repercusión acaba alcanzando a la tarifa y, por tanto, a la factura y al ciudadano. Todo eso es finalmente financiado por la tarifa, es decir, por la factura eléctrica que pagan los ciudadanos, sin que nadie haya deseado que se efectúe una relación causa efecto muy nítida. Unos no critican por el espíritu zen renovable, que no repara en lo económico y otros, los más aviesos, por la mayor consciencia de la necesidad de disimulo. Si el desarrollo es renovable, todo está permitido, y bajo esa pátina se pueden realizar todo tipo de fechorías que se trasladan al futuro (déficit tarifario), a los ciudadanos (tarifa) o a la capacidad instalada futura menor, por sus sobrecostes. ¿Qué interés oscuro existe para que no expliquen estas consecuencias y esta relación causa efecto?

En todo caso, podríamos volver en el ámbito energético a la hipocresía, consistente en que la mano derecha no sepa lo que hace la mano izquierda, pero que lo haga, de forma que pudiera ser posible tratar de reducir el déficit tarifario por vía de la intervención en los mercados y la fijación de tasas a ciertas tecnologías, como ya se ha anunciado, y, por otro, que se fijen cupos obligatorios, que se engorden los costes regulados o se aumente el coste vía los concursos de nueva potencia eólica, es decir, vía las decisiones políticas y del aparato administrativo y sus inercias.

No hemos hecho nada.

Cruzar los dedos

Ayer, en lo que se refiere al sector eléctrico, se lanzó un posible «globo sonda» especialmente inquietante, como trataremos de analizar.

En ese contexto, el diario Expansión publicaba que, en el ámbito energético el Partido Popular propondría imponer una tasa a las tecnologías hidráulica y nuclear, lo que significaría, de facto, que el Partido Popular estaría aplicando el programa del Partido Socialista Obrero Español. Programa que, en su edición 2011 en el ámbito energético, era de carácter retroprogresivo y antimercado. De hecho, si consultan los programas electorales en materia de energía, reproducidos íntegramente en nuestro medio, podrán comprobar cómo esta promesa pertenecía al candidato Rubalcaba. Primera pregunta, ¿a quién han elegido los votantes y respecto a qué programa? ¿Había un pacto off the record entre los dos partidos para dar cobertura a esta medida?.

En segundo lugar, también esta propuesta vendría a evidenciar la vacuidad del programa político de los populares en materia fiscal, que prometía mantener los impuestos y no subir la presión impositiva. La imposición de una tasa o de un nuevo gravamen tiene también contenido tributario y supondría un incremento de los impuestos o de la carga fiscal de nuestro país. Con independencia de esto, el hecho es que los impuestos o tasas se incorporan o añaden en los precios y se trasladan a los precios de los mercados. Salvo que, obviamente, se intervengan o se falsifique el funcionamiento del mercado.

Y habría que tratar nuevamente lo que sería el objeto tributario del deseo, es decir, si ese objeto tributario es la generación de electricidad de forma discrecional y por determinadas tecnologías, la pregunta es por qué. Ya la Junta de Castilla y León tuvo severos problemas para identificar un objeto tributario para la fijación de un impuesto revanchista frente a las empresas en uno de los lances jurídicos contra el decreto del carbón.

En ese momento, ya se apreció la difícil tesitura de si ese impuesto tendría naturaleza medioambiental (lo que era difícil de justificar por su injerencia en otros mecanismos medioambientales o porque se castigara a tecnologías no emisoras de carbono). Las filtraciones de ayer apuntan al asentimiento al aserto retroprogresivo consistente en que se trata de dos tecnologías ya amortizadas, pese a que la realidad de los balances y la contabilidad financiera contradigan una falsedad que, por mucho repetida, no pasa a ser verdad. Realmente, el objetivo es la discriminación de tecnologías y la ruptura de mercado. Importante riesgo, además de tratarse de un asunto de clara litigiosidad y con posiblidades de embarrar el terreno de juego.

Lo que parece advertirse, a raíz de esa información, es que el Partido Popular no se plantea una política de precios realistas de la energía, evitando a cualquier precio las subidas del precio de la electricidad, manteniendo su naturaleza de precio intervenido como sea. De hecho, Expansión publicaba una comparativa más o menos tramposa que venía a insinuar que los precios de la electricidad habían subido más con el PSOE que con el PP, sin atender a razones de precio del petróleo, materias primas internacionales, evolución de los mercados, coyunturas de oferta y demanda, etc…. Es decir, a pelo. Si este es el rigor del análisis que tendremos a partir de ahora, hay que preocuparse muy seriamente.

Por otra parte, hay que recordar que el recurso al déficit tarifario ha sido lugar común de todos los Gobiernos populares y socialistas de los últimos diez años. Por tanto, la «tecnología» de fijación de precios, intervención y generación de aplazamiento y déficit está creada y procede de una visión política y no económica del problema energético. La pregunta es si los nuevos responsables vendrán a hacer las cosas bien.

Evidentemente, un gobierno no se puede plantear que su objetivo sea garantizar unos precios bajos de la electricidad como último bastión de la intervención pública, sino tener una política energética global, realista y coherente. Reducir la política energética al control de precios es una simplificación de una zafiedad económica insostenible y de una visión de mercado muy reducida.

Del mismo modo, se podrían advertir tres cuestiones más de cumplirse este supuesto anticipo. La primera sería la poca convicción del nuevo equipo energético en el funcionamiento del mercado eléctrico (terreno abonado por las instituciones energéticas españolas, totalmente a la deriva) y, consecuentemente, la poca convicción en cuestiones básicas como son la seguridad jurídica y la estabilidad regulatoria. Esperemos que el aprendizaje relativo a la confianza, los mercados financieros, de capitales y de inversión no se produzca a sangre y fuego nuevamente.

La segunda sería el triunfo en el seno de las huestes populares de las posiciones más populistas y de cobertura ideológica izquierdista y demagógica para posibilitar ajustes en otros terrenos, evitando la impopularidad en la gestión al precio que sea. Estas medidas serían un perfecto ejercicio ejemplificante y muy concentrado sectorialmente de cara a la imagen pública del nuevo gobierno. En este alineamiento de fuerzas, parece que ganarían las posiciones defendidas por Álvaro Nadal, frente a las que ha defendido FAES en sus propuestas. Mala señal.

Y, finalmente, algo muy preocupante es cómo el nuevo equipo enfila un carril de aceleración para formular medidas en el ámbito energético sin una visión global, sin conocimiento suficiente y sin un modelo energético total (algo que va más allá al mix de generación, en contra de lo que se suele afirmar).

Mientras, ajenos a este contexto, aparecen llamamientos por parte de los concernidos desde distintas instancias sectoriales para que el nuevo gobierno efectúe una revisión regulatoria del sector energético con carácter urgente. Crucemos los dedos.

Tecnócratas energéticos

«Los economistas me recordáis a ese niño que cuando somos pequeños nos descubre que los Reyes Magos no existen». Felipe González

Prima de riesgo por encima de los 500 puntos básicos, Italia y Grecia cambian sus gobiernos sobre bases tecnocráticas, evidenciando el fracaso de la política. En España, tertulianos de un signo y otro se muestran contra la «tecnocracia» a la vez que se reivindica el poder de la «política», frente al poder de los «mercados». ¿Qué va a ser esto? En paralelo, se produce una severa crisis de la democracia representativa, a favor de una democracia directa, a través de movimientos extramuros como el de los indignados, en España representados por el 15M.

En España arrecia la crítica a los tecnócratas y a la tecnocracia, como ejercicio defensivo de una estructura política que se ha extendido a la sociedad civil, las empresas y los mercados. Es un ejercicio defensivo dado que lo que evidencian las crisis helena e italiana son los fracasos de la política, sus simulaciones y sus formas. ¿Puede la política, por el hecho de ejercerla unos señores elegidos en las urnas, decidir falsear las cuentas públicas, como en el caso griego? ¿Puede la política, por el hecho de decidirlo al haber sido elegidos, endeudar a un país más de lo que es capaz de soportar su economía? Y cuando esa financiación es negada por los mercados, ¿quién es responsable de lo que ha pasado? Preguntas de este tipo son incómodas y están en el germen de la formidable crisis económica.

Parece que las reglas de oferta y demanda puedan ser sustituidas por las decisiones volitivas de unas élites legitimadas por el ejercicio de las campañas electorales, de la comunicación política y de los errores del adversario. Élites que no han comprendido los efectos de sus decisiones pasadas o que no tenían consciencia de que la restricción económica existe y que la sostenibilidad económica exigía un ejercicio de gobierno político que contemplara las coordenadas económicas en que se mueve la política. Es decir, hay una frontera a la que la política no puede llegar y a la que, además, no debe llegar. Y dicha frontera, en esta situación de crisis económica, debe ser respetada, de forma más exquisita cuando la situación de crisis es más delicada. Imaginemos, por un momento, que por vía política un gobierno o un parlamento derogasen la ley de gravitación universal.

En el terreno de la energía no estamos mejor. En lo que se refiere al sector eléctrico, en el pasado, se han tomado decisiones tarifarias políticas (por temor también a una política realista de precios de la electricidad y la eventual impopularidad que podrían producir los mismos en la población para los políticos) que inciden en la generación de una deuda (política): el denominado déficit tarifario. Dichas decisiones (políticas) se efectuaron para soslayar los resultados del mercado y de la adicción del resto de costes de suministro.

Dicha política tarifaria se ha visto complementada con una política de alteración del funcionamiento del mercado eléctrico vía regulatoria (como el decreto del carbón) o de reconocimiento de costes regulados (primas) muy generosa, prácticamente descontrolada y en especial a ciertas tecnologías, cuestiones que han ido engrosando este déficit tarifario en mayor medida. Y de esas decisiones políticas vienen después los deseos de no asumir sus consecuencias. Es decir, se ha tratado de un conjunto de decisiones (políticas) retributivas y de capacidad de generación con consecuencias económicas que no encuentran responsable que las soporte. Una vez conformada esta deuda formidable, por estas dos vías, y en estos momentos de difícil financiación internacional, empiezan a surgir voces (políticas) que abogan por medidas peligrosas (también políticas) para abordarlo.

Medidas políticas que, en muchos casos, inciden en la aparición de riesgo regulatorio, de cuestionamiento del mercado eléctrico (tras su intervención política, se abjura del mismo, aunque tiene los precios más bajos de Europa), quiebra de la seguridad jurídica para las inversiones ya realizadas y anticipo de efectos para los accionistas.

Intervencionismo en forma de lo que ya se ha expresado en declaraciones públicas con «fintas» más o menos explícitas. Desde las posiciones del programa electoral del PSOE, inspiradas en el pensamiento retroprogresivo, como la eliminación de la eficiencia del mercado eléctrico a través de su fraccionamiento, de la determinación discrecional de precios con referencia a los supuestos costes por tecnología (abstrayendo incluso amortizaciones financieras de los mismos), o la transferencia de rentas entre tecnologías vía nuevas tasas a la hidráulica y la nuclear, para financiar un desarrollo renovable a cualquier precio y sin matiz. Cierre de centrales nucleares, gravámenes y desarrollo renovable sin criterios económicos y de mercado. Son iniciativas que se mueven en clave puramente política y demagógica y que además dan amparo ideológico a modelos intervencionistas.

Del mismo modo, existen otro tipo de medidas que acarician los responsables (políticos) de uno y otro signo, basadas en la intervención de los mercados, la renuncia o «quita» de ese déficit, en forma de revisión de figuras antiguas como el Protocolo Eléctrico. Estas «ideas» también se palpan en las huestes populares más relacionadas con la energía, con claro perfil político y no tecnocrático, dispuestas a pasar la gorra, con la consciencia de que el sector energético es un buen objeto político de cobertura de un perfil izquierdista para los conservadores, con un bajo coste político, aunque sus costes futuros en términos financieros, de seguridad jurídica, de confianza en la economía, de mercados o de inversión sean impredecibles.

Y la pregunta es, ¿verdad que sería razonable que, tras las próximas elecciones, se abordase la cuestión energética de forma «tecnocrática», respetando el ordenamiento jurídico, el funcionamiento de los mercados, las inversiones realizadas, el modelo empresarial y a los accionistas, con una política de precios realista y sin demagogia? ¿Sería razonable que la energía no se contaminase de posiciones de corte político e ideológico, con una visión económica y medioambientalmente sostenible? Eso es realmente lo que necesita nuestro país y nuestra sociedad. Y, hay que decirlo, eso es profundamente democrático. En energía, necesitamos buenos tecnócratas tras el 20N.

Ofensiva termosolar

Y ese elemento inquietante es quizá el que provoca todas las reacciones contrarias de un signo u otro a este Plan de Energías Renovables, que eleva el compromiso de generación renovable al 20,8% y favorece la incorporación de tecnologías menos maduras y con más necesidad de subvención al mix renovable español. Por su parte, y en sentido contrario, los sectores más proclives a la generación renovable consideran pacato y conservador este objetivo planteado por el Gobierno y lo consideran una oportunidad perdida. ¿Cuánta de la generación renovable potencial se pierde por pagar mucho a las tecnologías más costosas? La limitación económica existe.

De hecho, ya era un secreto a voces la irrupción de la tecnología termosolar en el mix renovable español, superando todas las previsiones legales y económicas tras las primeras decisiones del recién nombrado Ministro, Miguel Sebastián, y su relación con las empresas constructoras, que son quienes más han apostado por esta tecnología. En el anterior Plan de Energías Renovables, esta tecnología tenía una presencia muy testimonial (500MW), que, fruto de decisiones discrecionales de las autoridades energéticas, se ha multiplicado por cinco en potencia autorizada, con fuertes ayudas públicas.

Teniendo en cuenta que sus primas se sitúan en la franja más alta (260-270 € por MWh), su impacto previsible sobre la factura eléctrica, sobre el déficit tarifario y sobre los costes regulados se desbordaron entonces por las propias decisiones administrativas. El hecho de la caída de demanda y de conseguir un mix energético renovable menos costoso es algo incontrovertible, que, según muchos expertos, sugiere la necesidad de una moratoria termosolar en las inversiones aprobadas y aún no puestas en funcionamiento.

Hay que tener en cuenta que esta tecnología, que precisa de importantes inversiones y de una política retributiva muy generosa, tiene un grado de madurez, trayectoria, evolución y ganancia de eficiencia relativamente reducido, por lo que otorgar un estatus más allá de piloto o experimental requiere de mayor reflexión. De hecho, el sistema de primas destinado a esta tecnología es, con mucho, uno de los más costosos en términos de subvención por unidad de energía producida del mix renovable español.

Por ello, aparecen dos vectores del debate renovable. En primer lugar, aquel que es partidario de diferenciar por tecnologías renovables, ya que la evolución, madurez y eficiencia conseguidas y posibles son diferentes en cada una de ellas, fomentando un desarrollo verde basado en las mejores, fundamentalmente la eólica. Y en segundo lugar, están aquellos que buscan un debate más de grano gordo, en el que no se distingan la participación, coste y eficiencia de cada tecnología de forma que se indiferencie, se ideologice y se polarice el plan de renovables frente al resto, federales contra confederados, el Real Madrid contra el Barcelona. Aplicando las teorías comensalistas del gorrón de Olson, el resultado es que todos los gatos son pardos y de esta forma se puede conseguir una mayor porción de primas en el tumulto. Es una extensión del aforismo según el cual el que no está conmigo está contra mí.

El sector termosolar, por su parte, ha comprendido la gravedad del momento y tiene una visión acertada del escenario: una crisis económica galopante, una caída de demanda eléctrica que se acentúa, mayor competencia entre tecnologías de generación de electricidad, precios bajos de la electricidad en el mercado, una política fiscal restrictiva, un déficit tarifario que se dispara y que puede provocar en el futuro medidas drásticas respecto a los costes de suministro incluidos en la tarifa y, para rematar, un cambio de Ejecutivo a la vista. Es el peor escenario para una tecnología costosa, dependiente de decisiones administrativas, lo que requiere hacer de la necesidad una virtud para que se resuelva esta entente y defender lo conseguido desde la política (y la comunicación política) y no desde la economía.

Así, ayer, el propio presidente de Abengoa (una de las empresas más involucradas en el desarrollo termosolar), Felipe Benjumea, a petición del diario «El País» en un seriado que viene construyendo desde que empezó este período preelectoral con las posiciones de los empresarios de cara al nuevo gobierno surgido de las urnas el próximo 20 de noviembre, hizo una defensa encendida e indisimulada de la energía termosolar en su tribuna, con el argumento de la generación de empleo, aunque sea a muchos euros el kilowatio por trabajador empleado.

Por su parte, los representantes de las tecnologías más maduras en generación de energía renovable, como la eólica, inmersos en una agónica negociación con el Gobierno, siguen con preocupación este proceso para la definición del nuevo marco retributivo de esta tecnología y el efecto expulsión que tiene la energía termosolar por sus cuantiosas primas frente a su producción y generación.

Al mismo tiempo, se ha conocido cómo Abengoa empieza sus acercamientos al Partido Popular para fortificar lo logrado con el gobierno socialista, hoy en liquidación. Recién nombrado, la empresa incorpora al ex Secretario de Estado de Hacienda, Ricardo Martínez Rico (hombre próximo a Cristóbal Montoro) a su Consejo de Administración. La guerra ha comenzado.

Ecologismo, energía nuclear y elecciones

En nuestro país, la forma de ser algo, es estar contra algo. Y, el certificado de homologación ecológico, el marchamo proviene de mostrarse contrario a la generación eléctrica mediante energía nuclear. Así se posicionaba Rubalcaba en días pasados, agitando las bases antinucleares del Partido Socialista Obrero Español y refiriéndose al Partido Popular, con un «les gusta el uranio», por la posición no antinuclear que recoge el programa de los conservadores.

Por tanto, lo primero a tener en cuenta es que si no se tiene ese marchamo antinuclear será muy fácil que cualquiera pueda ser calificado o etiquetado de «no medioambientalista», como alguna vez ha sucedido en este medio y en este país. De hecho, cuando hablamos en nuestro ideario de una política energética económica y medioambientalmente sostenible, se hace un ejercicio de reivindicación más amplio que no el hecho de mostrarse contrario a una tecnología o a favor de otra. Por ejemplo, hoy se puede comprobar cómo existen tendencias internacionales muy relevantes dentro de los propios movimientos ecologistas favorables a combinaciones de los mix energéticos que incluyan energía nuclear, junto a otras fuentes que no emiten carbono o que lo hacen en menor medida. Tendencias y expertos silenciados en nuestro país por la posición oficial medioambientalista.

En este estado de cosas, el hecho es que en España este debate está viciado de partida y, por ejemplo, no se abordan las causas del fracaso en el balance de emisiones de carbono, en la medida que nuestras políticas medioambientales relacionadas con la energía han tratado de efectuar postulados redistributivos de rentabilidades entre tecnologías en el tratamiento de los derechos de emisión, más que otros criterios coherentes con objetivos ecológicos. O bien, la cuestión de la emisión de carbono se escabulle con motivo de la caída de la actividad económica. Del mismo modo, y siendo muy razonable el cumplimiento de objetivos en materia de generación renovable, existe muy poca crítica y autocrítica respecto de los desfases y sobrecostes derivados de los excesos en determinadas tecnologías que han desequilibrado el concepto medioambiental y económicamente sostenible.

Y es pavorosa la tibieza y simplificación con la que se abordan estas dos cuestiones y la ausencia de crítica a estos dos elementos claves de la política medioambiental de nuestro país en el ámbito de la energía. Cualquiera de las críticas afectaría, por tanto, a unas tecnologías respecto a otras y es abundante el cultivo de la sinécdoque, de tomar el todo por la parte, para no ver el problema de forma global. Por ensalmo, habría que cerrar las plantas nucleares y convertir todo el parque en renovable, al precio que sea y como sea.

Es curioso cómo estas tomas de posición se incendian, casualmente, tanto más cuanta más competencia existe entre tecnologías de generación, tanto o más cuanto más exceso de capacidad y tanto más cuanto más se acentúa la caída de la demanda de electricidad. El alineamiento se produce, por tanto, en términos de estás conmigo o estás contra mí. Existen muchos interesados en expulsar del mix de generación a otra tecnología, para que pueda entrar otra en su sustitución, con independencia de que altere la diversificación actualmente existente (y casi ejemplar) o sea necesario el cierre de instalaciones y nuevas inversiones que no nos podemos permitir. Y qué mejor forma para hacer esto, que la política o el dogmatismo.

Y, por eso se apuntan fórmulas paranoides, como el hecho de afirmar que tecnologías como la nuclear y la hidráulica están amortizadas (algo falso, si acudimos a la contabilidad financiera), para después proponer un impuesto (¿por estar amortizadas?, ¿por supuesta ecología contradictoria y discrecional?, ¿por qué? ). Y, después, tras gravar la generación por esta tecnología, se proponga el cierre de las instalaciones nucleares. Y, con lo obtenido de este tributo, tasa o gravamen se constituya un Fondo para financiar un incremento de potencia renovable (la redistribución entre tecnologías ya clásico en los retroprogresivos, en vez del mercado).

Por tanto, la forma de plantear los problemas es muchas veces el propio problema. El ecologismo en nuestro país, a nivel energético, parece un simplismo consistente en estar contra lo nuclear, escabullendo el problema de las emisiones en el ámbito de la distorsión intelectual cognitiva, al tiempo que se promueve la energía renovable al precio que sea y con las primas que sean. Las elecciones han puesto de moda todos los demonios familiares. Y, seguramente, desde el “dogmatismo antialgo” no llegamos a nada.

Dibujos animados

El progreso técnico es un hecho indiscutible y claramente deseable. A lo largo de la historia, el ingenio y la invención han provocado disrupciones importantes en el acontecer del mundo. Julio Verne fue el novelista del progreso técnico y de la ciencia ficción, que un día se transformaría en una realidad. Junto a la idea de progreso técnico, la cultura de la sobreinversión vivida y la ausencia de sentido de lo que significa la restricción económica en los tiempos previos a la crisis se precipitan con toda su crudeza. Vivíamos en ciertas utopías materiales consistentes en la posibilidad de que todo fuera posible y nada tuviese limitaciones que provengan de la realidad. De hecho, podemos convenir que materalismo y socialismo pueden compartir el adjetivo utópico.

Dicha tendencia se ve más acentuada en la construcción de promesas incluidas en los programas electorales. En el sector energético esta característica también se ha visto acentuada en los últimos años, donde posibilismo y buenismo a partes iguales han configurado una nueva mente zen, también alimentada por otro componente: la política como un todo holístico omnipotente.

Promesas que hablan, por ejemplo, de un futuro cien por cien renovable, al coste que sea y, si no, que haya transferencias interesectoriales. Enunciados que señalan que el modelo de generación distribuida de energía sea generalizado y que todas las viviendas generen energía y la evacuen al sistema. Que determinados procesos que están en una fase experimental (a costes de experiencia piloto), sustituyan el parque energético español, como es el caso de la captura de carbono. Y, claro, la pregunta es, con unos mercados internacionales secos de financiación, con una limitación al déficit público (por inversión y por gasto público), con una caída de la demanda y de consumo, ¿cómo se puede hacer esto?

Podemos incluir en ese grupo de promesas, aquellas que se comprometen con las interconexiones transfronterizas, sobre todo porque para bailar un tango son necesarios dos, y si comprobamos hasta el momento cómo ha sido de complejo negociar el exiguo proyecto de interconexión, se podrán dar cuenta de que no es un ejercicio de imaginación, sino de realismo, política, economía, estrategia e intereses. Incluso, la propuesta de cerrar las centrales nucleares sin evaluar su impacto sobre el sistema eléctrico español en términos económicos y de diversificación del mix de generación, forma parte del pensamiento mágico en el que la ideología, lo dogmático o la política se imponen a la gestión. Otro ejemplo: considerar que la extensión del coche eléctrico resolverá problemas de oferta y de demanda de generación de electricidad. O la sustitución del parque de contadores, por otros muy buenos, muy nuevos, muy fiables, muy wi fi y muy todo, con sólo la decisión volitiva del regulador. Dibujos animados.

Por eso, pueden ustedes leer los programas electorales de aquellas fuerzas políticas que no tienen posibilidades de gobierno y comprobarán el contenido de los mismos y en qué medida son tributarios de Un Mundo Feliz, de Aldoux Huxley. Y, en paralelo, lo que es peor, es que en sus formulaciones políticas hacen un ejercicio de escapismo de la realidad actual, con sus problemas, sus condicionantes y sus ejes de coordenadas.

Fantasías animadas de ayer y de hoy. Eso es todo amigos.

¿Existe guerra en las renovables?

Tiene mucho que ver este debate con dos cuestiones. La primera, el proceso abierto de negociación en relación a la retribución de la energía eólica. La segunda, las propuestas electorales, más o menos concretas o inconcretas, de las formaciones políticas en torno a las tecnologías renovables.

Seguramente, para enmarcar este debate e intentar arrojar luz, hay que partir de varios hechos. El primero es el compromiso de nuestro país en materia de generación renovable a nivel europeo y la posibilidad de armonizar el calendario de cumplimiento, concentrándolo al final del mismo (el famoso 20-20-20 en 2020). El segundo, la composición del propio mix renovable, que ha desvirtuado las previsiones iniciales de los Planes de Energías Renovables por presiones empresariales. El mix renovable, fruto de decisiones administrativas de los últimos ejecutivos, claramente se ha descompensado en términos económicos, creciendo exponencialmente su coste para los ciudadanos en la tarifa eléctrica. Es indudable que hoy este coste está desbocado.

Si hay algo en lo que existe coincidencia, en lo que se refiere al déficit tarifario y al crecimiento de los costes regulados por primas, es que lo segundo forma parte de lo primero. Y, lo que es peor, que los Ejecutivos no se hacen responsables de sus decisiones pasadas y de sus comportamientos regulatorios espasmódicos y momentáneos. Y lo que ya es mucho, mucho peor, son las soluciones futuras a las mismas, que tienen un alto riesgo de convertirse en chapuzas. Problemas de seguridad jurídica, estabilidad regulatoria, poca reflexión, concentración del problema en la tecnología que pasaba por delante aunque sea más eficiente, sugerencias de modificar el funcionamiento del mercado para hacer transferencias entre tecnologías, etc…

Esto provoca que, en la actualidad, el Ejecutivo haya propuesto pasar a cuchillo a tecnologías con un grado de maduración mayor y menores primas, como es el caso de la eólica. Simplemente, porque su evolución regulatoria y la solidez del sector permiten una negociación no atomizada y porque, además, tocaba. Esta situación en el marco de un proceso agónico de negociación dentro de la legislatura es simplemente una bomba de relojería.

La irrupción de tecnologías en el mix renovable con primas muy elevadas ha descompensado su impacto en la tarifa y ha aumentando los costes regulados (sobre todo en el caso de la tecnología termosolar, cuyo desfase sobre las previsiones iniciales se ha multiplicado casi por cinco en capacidad y primas). El hecho es que, hoy, estas decisiones políticas pasadas van a condicionar el futuro del sector renovable, en primera instancia del sector eléctrico y en segunda, y en consecuencia, de la factura que pagan los ciudadanos y por qué vías. Como se dice en la publicidad de los productos financieros, rentabilidades pasadas no garantizan las futuras.

Por su parte, y en relación con las tecnologías renovables, en el seno del debate político y electoral se efectúan distintos tipos de propuestas. Unas, de corte retroprogresivo: la fijación de impuestos discrecionales a tecnologías como la nuclear y la hidráulica, para financiar el desarrollo renovable (desbaratando el mercado, su eficiencia y los precios menores que en Europa, encareciendo así la electricidad). Combinadas con el mismo, aparecen las propuestas de cierre de determinado tipo de instalaciones (en concreto de las nucleares, según el PSOE, algo que el PP no secunda). Y, por otro lado, aparecen otras propuestas ligadas a la combinación de la política de primas y retributiva a las subastas de derechos o de nueva capacidad. Y, siguen existiendo otras propuestas consistentes en la salida de las primas de la tarifa eléctrica para que se integren en los Presupuestos Generales del Estado en la medida que se trata de una subvención como en otros sectores económicos (algo que produce escalofríos en momentos de control de las cuentas públicas).

Y, para redondearlo todo, está la tozuda realidad, el exceso de capacidad del parque de generación, las caídas de demanda continuadas y acentuadas y la práctica ausencia de necesidad de nueva generación, hasta casi 2020. Frente a esto, la postura del previsible partido ganador de las elecciones es bastante hierática, lo que desata las alarmas sectoriales y genera ansiedad por resolver este debate de forma sobrevenida o con la intención de condicionar al ejecutivo entrante.

En todo caso, es cuestionable la oportunidad del momento para abrir este debate y su pretensión, si unos u otros pretenden conseguir un posicionamiento del próximo ejecutivo antes de las elecciones. Esfuerzo inane e ingenuo. En todo caso, el debate está viciado de partida y lo que sí requiere es que, con una visión gestora y económica global, se analicen los costes regulados dentro de la tarifa eléctrica (incluido el transporte) y la evolución de las necesidades de generación, para configurar un mix energético económica y medioambientalmente sostenible. Lo demás son forofismos.

El equipo de Rajoy lee Energía Diario

El hecho en cuestión fue cuando Mariano Rajoy afirmó que los órganos reguladores habían servido para llenarlos de «amigos» y de los ex altos cargos más cercanos al aparato socialista. Es particularmente significativo que el candidato popular, virtualmente Presidente, haga una alusión tan directa en un debate de este calibre y por iniciativa propia. La refundición de los órganos reguladores va en serio, claramente, tras este anuncio anoche en el debate electoral.

De hecho, hay que reconocer que la reciente renovación de la CNE supuso uno de los cismas más graves entre el Gobierno y el Partido Popular en esta materia y se ha visto acrecentada, posteriormente, por la propia política interna de Alberto Lafuente y las consignas recibidas desde el aparato socialista, actualmente en descomposición acelerada.

La incorporación casi subrepticia de Antonio Fernández Segura, que difundió casi especialmente nuestro medio, es incluso una provocación hacia los populares. Por tanto, parece que no ha pasado inadvertido este nombramiento interno en el organismo. Y sobre todo, en la medida en que Fernández Segura pasó de forma muy polémica por la Secretaría General de Energía.

Así, ayer Rajoy en el debate con Rubalcaba no lo pasó por alto y señaló como se había quejado ante la propia Vicepresidenta del Gobierno, Elena Salgado, por este comportamiento partidista.

Además, con todo este proceso, Rubalcaba se ha comido otro sapo importante, porque en la reorganización del organismo regulador y aspirando al puesto de Director Gerente, también estaba presente María Mondedeu, quien, al menos en el pasado, mantenía relación directa con el propio Rubalcaba y con Javier Solana.

Otra de las candidatas y damnificadas con esta decisión es Carmen Pérez Carballo, ex diputada autónomica por Izquierda Unida en la Comunidad de Madrid y en la actualidad número cuatro por las listas de Izquierda Unida al Congreso, con muchas probabilidades de obtener un escaño según los sondeos y que es, además, Subdirectora Económico-Financiera de la CNE. Por tanto, el tinte político del funcionamiento del organismo está bajo observación y desintegración clara.

Existen, por tanto, muchos caídos en este proceso teledirigido desde las huestes del aparato socialista de la más vieja guardia, ejecutado con una decisión personalista, del presidente Alberto Lafuente y que se ha convertido en otro bumerán en la campaña socialista del candidato Rubalcaba, como se pudo ver anoche.

Y la pregunta es, ¿cómo Rubalcaba va a escuchar, hacer, explicar, si no lo entiende ni él en qué tigre le han subido? ¿Cómo se van a sostener el endeble andamiaje de la actual Comisión Nacional de Energía y su actual presidente tras las elecciones de noviembre?