Tras el informe de la CNE, toca gestión, diálogo y capacidad

En primer lugar, ha dejado sin asideros ideológicos, técnicos, financieros, metodológicos, económicos y jurídicos a los partidarios de la solución “facilona”, a saber: “quita” en el déficit tarifario eléctrico acumulado y reconducción del déficit futuro mediante aumento de la carga fiscal de la generación.

En segundo lugar, ha dejado el problema al aire, completamente abierto y visible para el mundo (léase mundo económico, financiero, analistas internacionales, Comisión Europea, etc…): el déficit tarifario tiene su origen en los costes regulados y en su dinámica de crecimiento explosivo (mientras los ingresos por los peajes de acceso crecen un 70%, los costes un 140%). Esto es, se origina por decisiones administrativas o políticas que cargan y presionan sobre el coste del suministro, mientras los responsables de actualizar la tarifa correspondiente en cada momento eran incapaces de asumirlo y trasladarlo a los consumidores, haciendo necesarias nuevas subidas e incentivando el consumo puesto que los precios eran artificialmente bajos.

Para más inri, esa dinámica ha explosionado sobre los precios de la electricidad que, fruto de esta escalada de costes regulados, van ganando posiciones en el ránking en Europa, y por otra parte, ha generado una pinza en términos de déficit público referida a los Presupuestos Generales del Estado. Subidas de precios y recolocación de partidas según su naturaleza son dos imperativos categóricos de difícil escapatoria, con independencia de su dosificación y administración.

En medio de todo este problema, las propuestas que se han ido difundiendo están en consonancia con la línea ‘facilona’ y demagógica anteriormente enunciada, y que ya resultan un clásico del pensamiento (de existir algo así) retroprogresivo: laminar la eficiencia del mercado eléctrico por tecnologías (algo que hoy garantiza, gracias al exceso de capacidad y su competitividad, los precios bajos, al mismo tiempo que los contiene algo y el crecimiento del déficit) y la famosa “quita”, con perversos efectos sobre la seguridad jurídica y los mercados de financiación.

Todas los enunciados retroprogresivos se basan en repetir esas supuestas “soluciones”: por fijación antiempresarial, por carecer del modelo de mercado en su genética, por promover visiones intervencionistas y políticas que permitan la discrecionalidad en el uso de la retribución y de las subvenciones, por visiones proteccionistas industrialistas que niegan la naturaleza como sector económico autónomo al sector energético o por una visión reducida y tardofranquista del sector. En todo caso, lo razonable es que, si siempre repetimos lo mismo, los resultados sean semejantes: más déficit y suministro eléctrico encarecido.

En esta coyuntura, con el problema del déficit tarifario en la mesa de operaciones y con el enfermo anestesiado y abierto en el quirófano, es en la que es más necesario que nunca el buen hacer de los responsables y del Ejecutivo. Se requiere capacidad del equipo económico y de la Administración energética, del ministro, el secretario de Estado de Energía y de su equipo, para realizar microcirugía de precisión, en equipo. Para estudiar con rigor y buscar soluciones gestoras y económicas eficaces, para dialogar con los sectores y subsectores de la energía, en un proceso muy relevante e importante.

Por tanto, a la vista de lo escrito y conocido, de la magnitud del problema, son imposibles actuaciones sorpresivas vía Real Decreto Ley, soluciones solipsistas y de despacho, aunque procedan de nuestro ‘despacho oval’ patrio, la factoría de la Oficina Económica del Presidente, con Álvaro Nadal al frente, instancia que no anda muy fina en lo que a energía se refiere, en general, y en lo que se refiere a la resolución del déficit tarifario en particular.

Y todo ello sobre la base de una evidencia: el informe de la Comisión Nacional de Energía afirma que los precios de la electricidad en el mercado mayorista han sido coherentes con los de los combustibles en los mercados internacionales, incluso situándose en la banda media-baja europea. Esa afirmación que es esclarecedora, a la vez es un dato relevante. Y que, hasta Carmen Monforte recoja este hecho en una crónica es uno de los signos del Apocalipsis. Vivir para ver.

La cabeza caliente y los pies fríos

El informe de la CNE centra el problema en los costes regulados y en la convergencia a un plazo mayor de las cuentas del déficit, aunque las medidas para resolver el déficit tarifario acumulado están muy diluidas en la propuesta finalmente aprobada por este organismo. Hay que tener en cuenta que el informe tenía que responder a la doble paradoja de que España es uno de los países en que su mercado mayorista se sitúa en la banda baja de precios en la generación de electricidad, pero los precios de la electricidad han escalado notablemente merced a los costes regulados. Algo que es muy parecido en lo que se refiere a los precios del aprovisionamiento gasista.

El informe era una papeleta difícil que el Consejo de Administración de la CNE soluciona con un conjunto de propuestas de un marcado ‘low profile’ mediático. Las medidas más relevantes consisten en el aplazamiento de inversiones en activos regulados, fundamentalmente de transporte tanto en el sector gasista como en el eléctrico, revisión del método de cálculo de las mismas, revisión de la tasa de rentabilidad asociada y su vinculación con la demanda, revisión del modelo de retribución de la distribución (aunque su correlación con la demanda y su instrumentación tardía matizan esta propuesta), la fijación de un incremento en los impuestos aplicados a los hidrocarburos, el traslado de los costes impropios de la tarifa a los Presupuestos Generales del Estado, la laminación de las primas a la termosolar, el cambio del sistema de titulización para reducir costes financieros y la elevación del horizonte temporal a la resolución del déficit tarifario hasta 2016.

Por su parte, en este caso, el verso suelto es el voto particular del Presidente del organismo. Insólito, contradictorio con el Consejo, pero por lo menos, Lafuente introduce su voto en las tesis industrialistas que relacionan precio de la energía y competitividad y se centra en señalar que llevar determinadas partidas a los Presupuestos Generales del Estado es crear déficit público sin entrar a valorar dónde deben estar dichas partidas por su naturaleza, cuando lo que debe hacer es colocar cada cosa en su sitio. En segundo lugar, Lafuente construye un voto particular para discrepar ‘amablemente’ (en las formas escritas de su posición) y reclamar mayor fiscalidad y, a la vez, para incorporar la pregunta peronista del partido justicialista de rigor: ¿quién debe pagar el déficit tarifario? Expresada en otros términos, la pregunta es, ¿es justo y necesario que los consumidores paguen ahora por la electricidad consumida del pasado, a precios artificialmente rebajados, cuando nosotros como clase política les hemos ido colocando tarifas-espejismo y, desde estas mismas instancias públicas, hemos ido decidiendo engrosar los costes regulados con el fin de distribuir el capitalismo popular de los últimos años y financiar burbujas?

A la pregunta, ¿quién debe pagar el déficit?, la respuesta es clara: es quien no pagó la factura en su momento, aunque el encarecimiento por su aplazamiento tenga múltiples responsabilidades. Realmente la cuestión es por qué se decidió en ese momento generar ese torrente de costes en la tarifa y no se fue más mirado, y por qué por parte de las mismas instancias en esos mismos instantes se decidió controlar los precios de la energía. Pero, fuera de este mohín, el informe de Lafuente es relativamente comedido.

En todo caso, el presidente se queda atrapado en su razonamiento. De hecho, si Lafuente efectúa el aserto de que el problema han sido los costes regulados (y los mecanismos de decisión que los promovían) y que la electricidad, por otro lado, para los ciudadanos empieza a situarse en la banda alta de precios de Europa por estos costes, la solución no es gravar “lo barato” para seguir dejando margen al crecimiento de los costes derivados de la discrecionalidad. Lo que no se explica, tras la lectura de su voto particular, y con estos matices sobre la posición general, es cómo el Presidente del organismo tenía que sacar las patas por alto y no se podría haber conformado con una explicación de voto, en lugar de una posición contraria de tales proporciones a la vista de la discrepancia. Lafuente es un estilo en sí, quizá está ahí toda la explicación.

Por otra parte, el informe es un gran varapalo a los que aspiraban a que la CNE se pronunciara de forma sucinta o de forma ‘elíptica’ a favor de la palabra “quita”, sea por vía directa o por vía de la imposición o gravamen a la generación eléctrica (o, en concreto, a las tecnologías hidráulica y nuclear). Los partidarios, difusores y promotores de la ‘quita’ hacían inciso de la reacción al Informe de los mercados bursátiles corrigiendo a la baja las cotizaciones de Enagás y Red Eléctrica de España, operadores de transporte y gestores de los sistemas gasista y eléctrico, cuyas inversiones sin demanda se han precipitado sobre las tarifas eléctricas y gasista, en forma de costes regulados, sobre todo porque el informe destapa su impacto y su desconexión respecto a la demanda (o el interés en la inflación de las cifras de la misma) a la hora de maximizar su beneficio. Recordemos que, hasta el momento, gracias a sus resultados encabezaban el Ibex 35.

En línea con estos argumentos de los mercados bursátiles, y volviendo al voto particular de Lafuente, este esgrimía de forma omitida como razón para legitimar la fijación de impuestos a la generación hidráulica y nuclear que los mercados bursátiles y financieros ya habían descontado este correctivo sobre las empresas eléctricas, dado el clima de opinión en España y la insistente campaña a favor de la “quita” desatada por los partidarios de las soluciones fáciles. Se trata de una afirmación discutible que contiene una justificación reprobable, que revela el verdadero propósito del presidente del Organismo.

Y, siguiendo con las reacciones, en Industria no ha sentado nada bien el informe del organismo, dado que esperaba otra cosa según los antecedentes ideológicos en que se movía la Comisión Nacional de Energía. Dos han sido los argumentos de cobertura de esta posición en el departamento que dirige José Manuel Soria: que el informe no debía haberse hecho público y que no comparten algunas de las medidas que propone. En todo caso, hubiera sido más lógico que Industria hubiera mostrado su malestar por el procedimiento empleado para llegar al Informe consistente en una consulta pública desmadrada y desinstitucionalizada en plan Fuenteovejuna.

Rompamos por una vez en todo este proceso, una lanza por la Comisión Nacional de Energía, por el hecho de que se haya hecho público este informe y con esta celeridad, inusual por cierto. En todo caso, si el Gobierno buscaba algún tipo de legitimación de corte retroprogresivo para tomar medidas “fiscales”, esto es, la fantasiosa idea de la quita y la imposición de fiscalidad a la generación, los resultados no han sido los previsibles. En todo caso, hay que reconocer que el informe no ayuda al Gobierno y que ahora no le queda nada donde agarrarse para propalar medidas que formaban parte del imaginario colectivo, incluyendo el de la Oficina Económica del Presidente y su laboratorio de macroeconomía.

Conclusión: el informe pone el foco en los costes regulados, sin ninguna duda, lo que complica más las soluciones fiscales a la generación, al aprovisionamiento o a los mercados mayoristas. Y, en segundo lugar, convicción o tacticismo, el Gobierno, contra todo pronóstico, se queda con la cabeza caliente y los pies fríos a la hora de abordar este problema, sin poder acudir a la chapuza o al atajo. No es poco.

Financiar el déficit tarifario

Como cualquier deuda, el déficit tarifario requiere de financiación. Por tanto, si existe una deuda, alguien tiene que financiarla. En el caso de que un inquilino no pague el alquiler, éste estará siendo financiado por el arrendador o casero. Y si el inquilino solicita un préstamo, entonces es el banco el que financia al inquilino para el pago de su deuda, con sus intereses y sus plazos de devolución. Si además, para la concesión de este préstamo se necesita una garantía o aval, la operación de financiación se ‘complejiza’, de forma que aparecerán terceros que respondan de esta deuda.

Recordemos, por otra parte, cómo se forma el déficit tarifario. Se trata de una deuda que aparece por la diferencia entre los precios aplicados a la electricidad (tarifa eléctrica) y el coste total del suministro. Dicha tarifa está regulada-intervenida, por lo que es evidente que lo que impide su ajuste a la realidad es una intervención pública, una decisión administrativa. Por tanto, ya tenemos el escenario para explicar el proceso de financiación y de titulización de dicha deuda.

En un primer momento el déficit tarifario es financiado por las empresas eléctricas en sus balances, hasta que se produce la titulización del mismo. La primera digresión que se puede realizar a esta cuestión es: ¿por qué esta financiación no se realiza o no se ha venido realizando de forma proporcional a los ingresos correspondientes de la tarifa (regulados o no) o por su correlación con las distintas actividades (generación, transporte, distribución o comercialización) o, incluso, por los titulares de los ingresos de las primas renovables? De hecho, dicha financiación se ha concentrado en las empresas titulares de los ingresos derivados de los precios obtenidos en el mercado de generación, con independencia de que el déficit actualmente haya pasado a ser un déficit de las tarifas de acceso.

En segundo lugar, hay que hablar de un proceso de titulización con tres características muy relevantes. La primera es que se realiza a través de la cesión de los derechos a una entidad, FADE, constituida especialmente para la gestión y administración de esta deuda y que se encarga de su colocación. Segundo, que dicha deuda obtuvo una serie de características que la hicieron homologable a la deuda pública (en correspondencia con la naturaleza política y administrativa de la decisión de generar el mismo). Dichas características iban orientadas a que dicha titulización obtuviese unas garantías que permitieran la obtención de dichos recursos en los mercados financieros a menor coste, es decir, a unos menores tipos de interés al tratarse de deuda pública, siendo respaldada por el Estado, por un lado, como una garantía y, por otro, obteniendo una calificación.

Dicha calificación requirió también de un compromiso con las autoridades comunitarias para la extinción del déficit y de su alimentación en un plazo determinado. Ahora, los exégetas de la famosa palabra ‘quita del déficit’ (o ‘sinpa’) dentro de las autoridades institucionales (un poco inconscientes en su verbalidad, eso sí) han sugerido, en varias filtraciones, la amenaza de la retirada de estas garantías públicas para forzar una genuflexión de las empresas a partir de la coacción.

Y en tercer lugar, es preciso hablar del proceso de titulización de esta deuda, que es muy largo y que parte del reconocimiento y certificación de la Comisión Nacional de Energía del mismo. A veces dichos pasos se efectúan con mayor celeridad o no, y eso influye en la agilidad en que se produce esta titulización. El último plazo acumulado y certificado ha tenido una considerable demora en la Comisión Nacional de Energía y, de hecho, ha sido recientemente liberado por el organismo, un poco a regañadientes.

El hecho es que hoy estamos en una situación respecto al déficit tarifario acumulado en la cual de los 24.000 millones de euros de déficit, aproximadamente 12.600 millones están cedidos a FADE y pendientes de amortización/cobro y 9.600 millones de euros quedan pendientes todavía de titulizar en el balance de las compañías eléctricas, aunque parte ya ha iniciado su proceso correspondiente. Es razonable que la marea generada alrededor de la problemática del déficit y sus vías de resolución haya influido en la vacilación de último momento por parte del organismo que preside (hasta su extinción) Alberto Lafuente y que supervisa Antonio Fernández Segura.

Y ahora a desgranar el documento recién aprobado por la Comisión Nacional de Energía en su Consejo de Administración de ayer que, después de todo esto, tiene mucha importancia.

Una quita en el déficit tarifario es un “sinpa”

Irse ‘sin pagar’ de una cafetería o escaparse de un establecimiento sin abonar la cuenta tiene en su versión lingüística de argot el gracioso y ocurrente término de ‘sinpa’. Hacer un ‘sinpa’ es escaparse gamberramente de una tienda sin que los titulares de la misma puedan cobrar lo consumido o gastado por el fugado. Y, a estas alturas del campeonato, es conveniente hablar del término ‘sinpa’ en el caso de la electricidad y del déficit tarifario, en particular cuando se habla de quita, cosa que, por recurrente, no puede ser más extemporánea y no debería dejar de responder.

Ayer se presentó el estudio «La situación económico financiera de la actividad eléctrica en España: 1998-2010» en la sede de Unesa. Por su parte, la Comisión Nacional de Energía (CNE) celebrará dos consejos para estudiar el informe derivado de la consulta solicitada por el Ministerio de Industria, Energía y Turismo a la Comisión Nacional de Energía y resuelta de forma estrambótica con una consulta pública.

Y, empieza a ser recurrente en las comparecencias públicas y ruedas de prensa la alusión recurrente a la palabra “quita” en relación al déficit tarifario o deuda eléctrica. Incluso hay manifestaciones gestuales importantes por parte de los intervinientes en defensa de una solución política consistente en una minoración de dicha deuda por procedimientos políticos o la fijación de una tasa a la generación de energía (un día hablaremos de la fijación de este tipo de impuestos que elevarían el precio de la generación, volviendo al círculo vicioso).

Incluso hay una ofensiva mediática que considera normal esa supuesta ‘solución’, con independencia de sus efectos sobre la solvencia, la credibilidad de la economía, la seguridad jurídica, regulatoria e institucional de nuestro país y su percepción en los mercados financieros y de inversión. Es un ‘sinpa’ del déficit tarifario, una solución a la griega, con todas las consecuencias que se derivan de una posible actuación de esas características de tal grado de inconsciencia.

Algo que es peligrosísimo. Ha empezado a verse con cierta simpatía al movimiento “Yo no pago” ejercido por las Administraciones Públicas en su condición de detentores de la soberanía popular (ese latiguillo de “para eso nos han elegido”). Por ejemplo, el Plan de Proveedores impulsado por el Ministerio de Hacienda es un ‘sinpa’ municipal que castiga a los ortodoxos y a los buenos gestores. Del mismo modo, la quita del déficit tarifario es un ‘sinpa’ que compromete la credibilidad y la capacidad de quien lo promueva.

Imaginemos que un anunciante en un medio de comunicación no pagase sus facturas. O que el Gobierno decidiera no pagar los plazos de la construcción de infraestructuras, las autopistas o del tendido de la red de alta velocidad. O que su arrendatario no pagase el alquiler. O que su empresa no pague su nómina. Son ejemplos de ‘sinpas’ equivalentes al que nos estamos refiriendo con la propuesta de ’quita’ de déficit tarifario promovida desde varias esferas del actual ejecutivo y que ya Industria empieza a ver con preocupación, dada su irrealidad.

Ese tipo de proposiciones demagógicas encajan bien dentro de la escasa convicción existente en nuestro país en el subconsciente sociológico por lo empresarial, que es visto siempre con recelo e intrínsecamente malo. Y, en esa visión, también se pueden inscribir determinadas posiciones mediáticas inspiradas en el buenismo social. Pero, si esa visión social se combina con la existencia de responsables políticos o de la Administración partidarios de este tipo de soluciones, el problema es otro, es la convicción de que los mecanismos empresariales se someten a procesos volitivos derivados de la política de partido.

Que existan ministros o que el propio responsable de la Oficina Económica del Presidente vean determinados sectores empresariales como objeto de un posible latrocinio o de un ‘tour de force’ con ellos es mucho más grave. Que las autoridades institucionales promuevan un ‘sinpa institucional’ o se apunten al “Yo no pago” en el caso del déficit tarifario es escalofriante, en un problema de estas dimensiones (24.000 millones de euros), consecuencias y atención internacional. Por eso, el lenguaje del moroso acaba pervirtiéndose y creyéndose su falacia, tratando de invertir el razonamiento para preguntar “¿Qué aportan las empresas en esto?”, en un ejercicio de cinismo y dado que se observan simpatías por ese movimiento del “Yo no pago”, aunque dicha propuesta suponga una corrosión de la sociedad.

En todo caso, dicha propuesta significa elevar el comportamiento político por encima del derecho, de la regulación y de los mercados. Si un gobierno, un ministro, una Administración o una Comisión Nacional de Energía dan cobertura a un modelo de ‘sinpa’ en el déficit tarifario acumulado (fruto de decisiones e indecisiones políticas para adecuar el precio del suministro a su coste global y a las decisiones de manguerazo y subvención en primas), estaremos ante un comportamiento muy preocupante, peligroso y enfermizo, aunque demagógicamente presentable.

Qué simpático es esto del ‘sinpa’.

Precios de la energía y costes regulados en el déficit tarifario

Dentro de este coste del suministro podemos encontrar dos componentes muy claros: los costes de producción de la energía (que se determinan en el mercado de generación) y los costes regulados o también denominados costes asociados. Estos últimos podrían desglosarse en costes inherentes al sistema como el transporte y distribución, y otros costes asociados, como las primas a las energías en régimen especial o el pago de las anualidades del déficit tarifario. Estos costes asociados se denominan costes de acceso, incluyéndose en las denominadas tarifas de acceso.

Los datos en 2010 certifican que estos costes de acceso alcanzaron la cifra del 48% del coste total del suministro eléctrico. En cifras del año 2010, 12.247 millones de euros corresponden a los costes de producción de energía, incluyendo pagos por capacidad (32,4%), 8.020 millones de euros al transporte y distribución (un 21,2%), 10.252 millones de euros a los costes asociados a las primas del régimen especial y devolución de anualidades del déficit (27,1%) y, completando este escandallo, 7.335 millones de euros son impuestos (impuestos de electricidad e IVA), esto es, un 19,4% del coste total del suministro.

En términos dinámicos, las primas del régimen especial pasaron de 1.246 millones en 2005 a 7.134 millones en 2010 (esto supone un incremento del 473%) y las anualidades del déficit pasarían de 227 millones a 1.833 millones (un 707%) en este mismo período. Por su parte, en estos seis años la retribución del transporte creció por su parte un 52% y la de la distribución un 36%, aunque era la parte más olvidada del modelo retributivo de las actividades energéticas durante mucho tiempo. En conjunto, los costes regulados entre 2005 y 2011 aumentaron un 149%.

Por su parte, el coste total de la energía a precio de mercado de generación bajó un 32%, de 14.806 millones de euros a 10.130 millones de euros. En su conjunto, las estimaciones señalan que si se tienen en cuenta únicamente los costes de producción, transporte y distribución de la electricidad, en este período no hubieran sido necesarias subidas de tarifas por encima del 2%, de no haber crecido el resto de costes regulados.

De estos datos se pueden extraer varias conclusiones. En primer lugar, y sobre el primer componente del coste del suministro, los precios de generación, y teniendo en cuenta el falaz debate sobre el mercado de generación liberalizado y sus precios (de los más bajos de Europa en nuestro país), estos datos desautorizan al colectivo retroprogresivo, inductor de este debate, que buscaría apurar el mercado de generación por la vía de fijarle precios regulados (o aplicar tasas por tecnologías concretas para romper la eficiencia de ese mercado), de forma que se establezcan transferencias a otras tecnologías por la vía de la expropiación.

Por tanto, tras su reconversión en defensores de las energías de régimen especial (y dicho sea de paso, también de los sucesivos decretos del carbón), el objetivo sería que, mediante la fijación de los precios regulados en el régimen general, se consiga aumentar el otro componente del coste del suministro, es decir, los costes regulados.

Otra de las conclusiones es que es indudable que hay que revisar el marco retributivo de las tecnologías en régimen especial, el sistema de primas y de autorizaciones,… en la medida en que los desfases han dado lugar a una sobrerretribución y a la utilización masiva de tecnologías que requieren un apoyo muy relevante en términos financieros y de subvención a su actividad. El Real Decreto que cierra el registro de preasignación, suspendiendo la concesión de nueva potencia renovable es una medida insuficiente pero necesaria en esta escalada de costes regulados. Del mismo modo, un proceso de moratoria semejante a la moratoria nuclear relativa a las concesiones actuales, no puestas en funcionamiento para evitar una escalada de costes del sistema, sería muy necesario y complementario.

También es preciso poner bajo observación la retribución de las actividades en régimen de monopolio de transporte de electricidad, en la medida en que la propia rentabilidad y los resultados económico-financieros de nuestro TSO eléctrico encabezan el IBEX 35 sorprendentemente, así como las inversiones previstas en la planificación energética.

Por último, hay que tener en cuenta que si la financiación del déficit tarifario (en la medida en que los derechos de cobro quedan en los balances de distintos operadores o empresas) se efectuara de forma diferente, esto es, en proporción al titular de los ingresos de cada naturaleza y en función del titular de la insuficiencia tarifaria correspondiente en cada caso (los pagos del transporte por el transportista, las primas a las renovables por el titular/perceptor de las primas, y así sucesivamente), seguramente que la visión del déficit tarifario eléctrico sería mucho más unitaria, homogénea, consciente y colectiva.

Crónica del déficit tarifario

Muchos, y durante mucho tiempo, son los que han alentado una situación de engrosamiento de esta diferencia entre el coste del suministro y el precio de la electricidad (tarifa), en un movimiento a lo ‘savonarola’: «cuanto peor, mejor».

Tras la última medida decretada por el Ejecutivo para contener la inercia en el crecimiento de los costes del suministro, «el cierre de los registros de preasignación de nueva potencia renovable», para sujetar los costes regulados, hemos entrado en una fase de trabajo, de propuestas y de negociación cuyo punto de partida será la propuesta que la Comisión Nacional de Energía está elaborando ‘in artículo mortis’, aunque sea en este formato, a partir de un tan discutible como disparatado proceso abierto de ‘opinión’ pública que ha desinstitucionalizado al organismo que preside Alberto Lafuente, y a la propia estructura orgánica de Consejos Consultivos de la que está dotado.

Mientras, ya nos aproximamos a la revisión tarifaria del segundo trimestre de 2012 y la misma vuelve a ser objeto de un debate político, que va más allá de la economía y de los mercados. Recordemos que la primera revisión tarifaria del año se salvó con un mantenimiento de la tarifa en términos conjuntos, con una bajada del precio de generación en las subastas CESUR, pero sin compensar la elevación galopante, por otra parte, de los costes regulados. Las primeras cifras del nuevo posible déficit tarifario para 2012 siguen siendo escalofriantes.

En todo caso, aunque hay que reconocer avances desde hace cuatro años a esta parte, la discusión alrededor del déficit tarifario se ha centrado más. Con independencia de los ‘hooligans’ demagógicos que todavía existen, empieza a haber conciencia del problema y de las implicaciones económicas y financieras para nuestra economía y para el sector energético. Ya no caben soluciones simplistas (los atajos, la famosa «quita a la griega»), aunque todavía existen quienes apuestan por opciones más políticas que siempre se han sentido tentados por las mismas.

De cara a este debate y para seguir este proceso con el contexto y la visión de fondo definida, desde el lunes iniciamos en Energía Diario, un seriado «Crónica del Déficit Tarifario«, donde abordaremos todas las caras de este problema: qué es, por qué se ha engrosado de esta forma esta deuda, las etapas del mismo y su evolución histórica en estos años, cuáles son las alternativas y posibilidades reales existentes y que se manejan para su solución, qué es y cómo ha sido la evolución del coste de suministro eléctrico y sus componentes, quién y qué fórmulas se han utilizado para la financiación del déficit tarifario acumulado, una atención a las teorías retroprogresivas de origen del déficit y también las teorías de este colectivo para enjugarlo (nunca mejor dicho) a partir de renegar del mercado.

Se trata de un resumen temporal de más de ocho años de comportamientos políticos y económicos, combinados, incentivados regulatoriamente, que se precipita en forma de nudo gordiano sobre el sector eléctrico y sobre la economía española a principios de 2012 (en un escenario particularmente complejo) y que requiere, por ello, un esfuerzo importante económico y gestor, capacidad técnica y política para ofrecer soluciones reales para nuestra economía y para nuestra sociedad de cara a resolverlo sin atajos, con rigor y realismo.

La conciencia y la consciencia son elementos clave para que este proceso se haga de la forma más cuidadosa posible, reflexionando y comprometiéndose sobre las soluciones posibles, sobre el cambio de paradigma que supone resolver el déficit tarifario, en un ejercicio de realismo para nuestra economía, una inmersión en la realidad, sin alimentar espejismos y con atención a los procesos económicos, de financiación y de inversión asociados, volviendo así a la ortodoxia. Tomemos conciencia.

La reforma Nadal-Telefónica de los órganos reguladores en España

La reforma (y achatarramiento) de los órganos reguladores anunciada por la vicepresidenta del Gobierno tras el último Consejo de Ministros no tiene quien le escriba en el seno del Ejecutivo. Ninguna de las áreas ministeriales se atribuye la autoría y, lo que es peor, no hay acuerdo sobre el contenido de la propuesta que es fuertemente criticada. Las fuentes consultadas por este medio en Economía, Hacienda o Industria, o bien se desentienden del texto o han mostrado su frontal disconformidad con el modelo anunciado.

Incluso, esas mismas fuentes esperan que el trámite parlamentario y la oposición ‘sorda’ en el seno de las autoridades económicas del gobierno surta efecto contra la ya denominada «Reforma Nadal», siendo más favorables las áreas ministeriales a un ajuste de la Ley de Economía Sostenible que al modelo propuesto. En todo caso, no parece que la reforma pueda ver la luz a corto plazo y los más optimistas, dado el trámite parlamentario que conlleva el Proyecto de Ley, trasladan su aprobación definitiva para después del verano.

Pero es más, indagando en las estructuras de la Moncloa, fuentes solventes han confirmado que tampoco está detrás del proyecto la Vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, fuertemente avalada por los Abogados del Estado.

Por tanto, ¿quién queda al frente de la propuesta? Todas las fuentes consultadas atribuyen la misma, como decíamos, a Álvaro Nadal, el jefe de la Oficina Económica del Presidente del Gobierno y elefante blanco de la política económica, bajo el influjo de Telefónica, multinacional que ha perseguido un modelo de autoridad regulatoria supervisora en lugar de ‘regulador independiente’ y este modelo le viene como anillo al dedo. El hecho es que el modelo propuesto no es ni esencialmente regulador, ni esencialmente independiente, y casi tampoco es supervisor.

Una reforma de power point

De hecho, la reforma presentada es un calco de la propuesta elaborada por Pricewaterhouse Coopers para Telefónica España fechado el pasado 14 de febrero, en un informe denominado «Modelo organizativo de autoridades nacionales de regulación y competencia en España«. Esta identidad es algo que ha indignado al sector de las telecomunicaciones (excluyendo a Telefónica) y también al resto de sectores afectados por la reforma, además de a los propios responsables de los Ministerios. De hecho, ya es vox populi esta ‘inspiración’ tan casual. Luego están, evidentemente, los propios afectados, responsables de estos organismos, que se me mueven entre la expresión atónita, en el caso de la Comisión Nacional de Energía, y el enfado, en especial, en la Comisión Nacional de Competencia.

El informe trataba de encontrar ‘parecidos razonables’ en reguladores integrados a nivel internacional, de forma que la consultora encontró este modelo integrado en Alemania (aunque hay autoridad de competencia por un lado y reguladores sectoriales integrados por otros), Holanda y Nueva Zelanda (en proyecto), aunque tienen matices. El informe, además, se ventila con que el modelo presentado cumple formalmente y, por el hecho de enunciarlo, con las directivas europeas en términos de «independencia frente al Gobierno y otros entes públicos y privados; derecho de recurso ante organismos independientes, que en última instancia tienen carácter jurisdiccional e imparcialidad y transparencia».

Así, el Informe de Pricewaterhouse Coopers formula una propuesta para crear una Comisión de Supervisión de Mercados, con cámaras sectoriales de entre 7 y 9 consejeros, que coincide con el formato (nueve consejeros) y la exposición de motivos anunciada por la vicepresidenta en su comparecencia de prensa y con la reseña del Consejo de Ministros, y que además, coincidía con lo contenido en forma genérica en el programa electoral de los populares. Se puede leer en el mismo informe los siguientes logros de la propuesta: «A su vez, reducir el número de reguladores, y simplificar su estructura y funcionamiento, mediante la consolidación de los organismos existentes y previstos, racionalizando el coste al máximo posible. Clarificar y reordenar las competencias de los diferentes organismos mediante un modelo integrado que asegure una aplicación coherente y la reducción de la incertidumbre regulatoria. Garantizar su profesionalidad, neutralidad e independencia, minimizando el riesgo de captura del regulador e introduciendo mecanismos de nombramiento de sus miembros con aprobación del Parlamento«. (sic).

Por tanto, a la luz de la propuesta de Pricewaterhouse Coopers para Telefónica que el Gobierno ha asumido en su proyecto, arrobando a todos los sectores productivos concernidos, ¿hay captura o no hay captura del regulador con el nuevo modelo?.

La contrarreforma de los órganos reguladores

El término «contrarreforma» está siendo acuñado como una palabra que define un «frame» de actuación del nuevo Ejecutivo y que se quiere implantar en términos de comunicación política. Se trataría de configurar la idea de que el nuevo gobierno está practicando una política de tierra quemada consistente en el cambio de comportamiento con respecto al anterior gobierno en determinados aspectos de fuerte contenido ideológico (educación, aborto, etc…). Dicho cambio, en términos ideológicos, sería calificado de «involución» por quienes utilizan o están tratando de articular esta fórmula de comunicación política. Es lo que denominan la «revolución conservadora» como ya hemos podido escuchar al líder de la oposición y secretario general del Partido Socialista Obrero Español, Alfredo Pérez Rubalcaba.

En este sentido, y ateniéndonos a lo que hemos podido conocer de la propuesta de modificación de los órganos reguladores, podríamos afirmar que, en este caso, se ha producido esa «contrarreforma» que pretende definir ese «frame» y, ciertamente, se produce una involución, bajo la excusa de abaratar los órganos reguladores y, por tanto, depauperarlos.

Podríamos colegir que el punto de partida, la Ley de Economía Sostenible, había configurado unos órganos reguladores que, sobre el papel, eran muy presentables desde el punto de vista de sus funciones, su contenido y su correlación con sus homólogos en los países europeos. Quizá el excesivo tamaño de sus consejos y una proliferación exagerada de los mismos, en la parte formal, era su mayor defecto. Luego vino la parte factual, el esperpento que se produjo durante el proceso de renovación de sus Consejos de Administración, principalmente en el caso de la Comisión Nacional de Energía (CNE) y en la Comisión Nacional de Competencia (CNC). Bien hay que señalar que en los órganos independientes no creen mucho ni el gobierno saliente ni tampoco el entrante a la luz de su comportamiento.

Quizá en esos momentos fue cuando todo se fue al garete, cuando todo se malogró sin remisión hasta donde estamos hoy. Así, fruto de cómo se materializó la configuración final de estos órganos en el último tramo del último gobierno socialista, parece que todo devenía de natural en un aquelarre necesario, la remoción de unos consejos de Administración y unos organismos que, en las postrimerías de la legislatura socialista, buscaban, como poco, ejercer de oficina de colocaciones futura para una formación política en el tobogán de caída. Pero eso no es excusa para esta solución que supone su lapidación y, lo que es peor, el alejamiento de un modelo más o menos coherente de órganos reguladores independientes, homologable con el exterior.

Por eso ahora, el Partido Popular ha hecho una operación acordeón en dos vías, la primera reducción de todos los órganos reguladores en uno solo, la Comisión de Competencia y Mercados con posibilidad de subsedes y reducción del número de consejeros (algo que se ha enfatizado enormemente: algo huele mal si este es el argumento principal, en la medida de que, a veces, lo barato sale caro). Además los convierten en meros supervisores «ex post» de muy inciertas consecuencias.

Esta voladura se ha realizado bajo la excusa de la reducción de gastos y aprovechando tres cosas: la poca convicción de las autoridades públicas en los órganos reguladores, el desastroso comportamiento que les precede tanto en su configuración (selección de sus miembros), como en la propia actuación de los mismos organismos (véase lo conocido de la CNE y que ha sido público y notorio) y el bajo, por no decir nulo, conocimiento del papel de este tipo de organismos en otros países.

Si se hubiera querido efectuar una reforma pensada, coherente y matizada, podrían haber tenido en cuenta las aportaciones (nada intervencionistas, por cierto) de los autores del blog de Fedea Nada es Gratis expresadas en dos artículos: La reforma de los Organismos de Regulación (I): Los límites a la integración y (II): mejoras en la gobernanza. Ahí, Juan Delgado, Julio García Cobos y Antón García Díaz explican de forma matizada una propuesta muy interesante al respecto, que sugerimos se tenga en cuenta en el trámite parlamentario.

La segunda cuestión es su sujeción mucho más estrecha al poder político, de forma que ahora la palabra «regulador independiente» ha pasado a un segundo plano en aras de una eficiencia asimilable al cacao del loro. Por tanto, parece que nuevamente, con los órganos reguladores, se ha producido una contrarreforma, que sigue siendo peor que la reforma y que, esta pieza, tan importante en los ordenamientos jurídicos y de los mercados, vuelve a quedar en entredicho. Vamos, que tiene pinta de que se ha vuelto a estropear para ir a peor. ¿A alguien se le ocurre que bajo este modelo la Comisión Nacional de Competencia y Mercados sea responsable de las tarifas eléctricas de forma independiente?

P.D.: ¿Alguien se imagina la opinión de los grupos políticos y parlamentarios catalanes y vascos de esta contrarreforma?

Empieza el fango

Sucede, en el caso del gobierno popular, que ya existe una percepción de que desde su instalación en el gobierno se ha producido un avance en su línea temporal, que supera, con mucho, el número de días corridos desde la toma de posesión del presidente y de sus ministros. La ejecutoria del Gobierno surgido de las urnas el pasado 20 de noviembre está ya a punto de entrar en una nueva fase, diferente, que trata de la administración de los asuntos públicos iniciados con pulcritud y precisión de relojero, artesanía política, gestora y económica.

Tras las primeras medidas, llega el efecto de la inercia. Puestas en marcha las macrorreformas (sin duda, discutibles o no, el gobierno ha emprendido importantes reformas), ahora toca la microcirugía, el ajuste fino. El indiscutible oxígeno de las encuestas a los populares, tras las subidas de impuestos, la reforma financiera (incluyendo medidas tan acertadas como el control de salarios en entidades bancarias que han recibido ayudas públicas), la presentación de la reforma laboral o la moratoria de instalación de nueva potencia renovable, no puede esconder que lo que viene a continuación es la gestión de un nuevo escenario, con mayor complejidad, manifestación de los intereses de los agentes, ajuste a la legalidad vigente y la aparición de problemas que requieren emplearse a fondo, más gestión, más finura, capacidad y conocimiento.

En realidad, hasta el momento, el Ejecutivo ha hecho lo que ha querido hacer, sin oposición real (el Partido Socialista estaba en su diatriba) y con una sociedad abierta en canal y perpleja ante una crisis galopante, capaz de aceptar las medidas y los ajustes con facilidad en estos tiempos malos para la lírica (llamémosle una sociedad político-aceptante). A partir de ahora todo se tornará también en exigencias al Ejecutivo.

Desde la gestión del orden público, a la administración del fin de ETA, pasando por la organización de los servicios públicos, educación y sanidad, empiezan a aparecer cuestiones en la agenda pública que exigen esa atención, esa finura y esa percepción de los detalles que va más allá de lo puramente programático. En el sector energético, todo lo aparecido en torno al déficit tarifario y sus estrambóticas alternativas de resolución empieza a ser objeto de atención por parte de la prensa internacional, los mercados, los agentes financieros y las agencias de calificación de riesgos, por lo que son muy peligrosas soluciones de corte político e intervencionista que primen la demagógica de un problema económico cuyo origen envenenado es puramente político. Nos están mirando, por lo que las soluciones delirantes o extravagantes desde el punto de vista económico, financiero o jurídico (tanto en el ordenamiento español o europeo) cada vez tienen menos cabida. En este sentido, lo que es cierto es que la primera medida, la moratoria de nueva instalación renovable, ha sido un ejemplo de ‘cuidado’ técnico, económico y de garantías jurídicas, intentando meterse en pocos líos.

En la secuencia de los acontecimientos, estos momentos del segundo tiempo son en los que, además, empezarán a transpirarse las fisuras y defectos de construcción del nuevo ejecutivo: la más evidente y que ya obtiene un consenso generalizado es la existencia de tres cabezas económicas (Ministro de Economía, Ministro de Hacienda y Oficina Económica del Presidente, reeditada en modelo Zapatero-Sebastián) con distintos pesos e intereses políticos cada uno de ellos. En el caso que nos ocupa, empezarán a mostrarse también las capacidades, talentos y habilidades de la administración energética, esto es, del ministro de Industria, Energía y Turismo, José Manuel Soria, así como del secretario de Estado de Energía, Fernando Marti Scharfhausen, para abordar los problemas con inteligencia, conocimiento, capacidad, modelo económico, de mercado, de inversión, de financiación, con rigor jurídico y también, evidentemente, con diálogo. O, por el contrario, en este escenario, también es posible que se evidencien posibles carencias, para lo cual debemos estar muy atentos.

Lo importante es que sepan no meterse en charcos, y comprendan que lo que llega es el fango. Empieza a caminarse con menor ligereza. Deben comprender la importancia del momento, la relevancia de los problemas, deben estudiar con rigor y seriedad los mismos y la complejidad de las soluciones sin utilizar vías rápidas y, claro, que no primen soluciones imaginativas o perversas. Y también que los responsables sepan darse cuenta a tiempo de los charcos, salir de ellos de forma airosa, sin primar comportamientos o intereses puramente políticos, basados en dar abrazos a la sociedad, porque la situación no lo permite. En estas lides es donde un buen gobierno, en este momento, se la juega. No en los telediarios.

Chomsky, los «riesgos» del déficit tarifario y la campaña política

Tomemos como ejemplo de esta maniobra el caso que nos ocupa: el Ejecutivo está aireando el problema del déficit tarifario eléctrico y preparando el escenario para posibles soluciones (nada ortodoxas, por otra parte, como la utilización de la palabra quita, la invención de tasas o impuestos, la elusión de la responsabilidad política en la generación del déficit, por incapacidad tarifaria, excesos públicos de determinación retributiva e intervencionismo). Soluciones que tienen un alto coste y un alto riesgo en términos de consecuencias para la seguridad jurídica, estabilidad regulatoria y, en definitiva, para la economía española, los mercados, la inversión futura y su financiación, incluyendo la afectación a la prima de riesgo. Es un problema cuyas caras principales no estarán en la opinión pública.

A tal efecto, el Ejecutivo está articulando conforme a las teorías de Chomsky y su segunda recomendación una campaña de comunicación política. Los vértices de la campaña son tres: aprovechamiento del atavismo antiempresarial español y del precio de la electricidad (azuzado por la crisis, aunque poco objetivado desde el punto de vista económico con respecto a otros precios energéticos), el miedo, aireando de forma inaudita el riesgo de impago de los vencimientos del déficit tarifario titulizado y, por tanto, de la eventual necesidad de ejecutar los avales públicos (derivado de la incapacidad política previa en el ámbito económico y tarifario) y tercero, insinuar la palabra perfidia por la voluntad de requerir el funcionamiento del Estado de Derecho, de las garantías y amparos judiciales, españoles y europeos, tanto de los agentes económicos por denunciar, como de las instancias jurídicas por aplicar la Ley.

Todo ello indica, dado el alcance político de esta campaña, que la operación se orquesta desde la Oficina Económica del Presidente en Moncloa con Álvaro Nadal a la cabeza, y que, probablemente, el ministro recién entrado y el secretario de Estado incorporan pocos grados de libertad en su actuación en las posibles soluciones que esté barajando Moncloa, lo que eleva el temor de soluciones temerarias. Analizaremos en este artículo dos de los riesgos que están en la agenda pública en torno al déficit tarifario y la política de la avestruz que nos ha traído al problema, en lo que se refiere a los precios de la electricidad: el impago de sus vencimientos y la judicialización.

El impago

La primera de las cuestiones se deriva de la amenaza de impago de los vencimientos del déficit tarifario, que incluso insinuó el propio José Manuel Soria en su comida-coloquio-admonición del pasado 16 de febrero (y que podemos leer hoy en el diario Expansión: «El descontrol del déficit tarifario amenaza las cuentas del Gobierno». Para ello se hace una aplicación de las formas «indefinidas del lenguaje», con un argumento saduceo de las siguientes características: si el sistema eléctrico no es capaz de equilibrar el coste del suministro, ¿cómo puede atender los vencimientos de la deuda eléctrica titulizados?

En realidad, habría que intentar introducir los sujetos omitidos de ese argumento de la siguiente forma: por una parte, las tarifas eléctricas, fijadas administrativamente y controladas políticamente se mantienen fijas por decisión del Gobierno y por temor a las consecuencias políticas y, supeditadas, al resto de actuaciones del Ejecutivo. Por otra parte, se quiere mantener el esquema de costes regulados y de costes impropios en la tarifa incluyendo renovables, subvenciones al carbón nacional, transporte y distribución. Por tanto, la solución que emerge es el impago de uno de esos costes, que son los vencimientos de la deuda tarifaria anterior. Expresado así, es más claro, y da cuenta de la catadura de la propuesta y de la mezquindad del globo sonda.

La judicialización

En segundo lugar, trataremos la crítica a la judicialización del problema, por la vía de que las soluciones al déficit tarifario no pueden ir ni contra la normativa española (liberalización aprobada por los populares), ni contra las Directivas Europeas. Preámbulo: uno de los elementos más relevantes de las sociedades occidentales avanzadas es el Estado de Derecho como mecanismo que regula las relaciones humanas y económicas. Impide el abuso de poder, la arbitrariedad y la extralimitación, partiendo de un conjunto de reglas que hemos convenido en cada sociedad. En Teoría del Estado, el pensador Kelsen, identificaba la relación entre Derecho y Estado de una fuerte forma unívoca de forma que el Estado es el Derecho y el Derecho y es el Estado.

A cuenta del «run run» de las posibles chapuzas jurídicas para resolver el problema del déficit tarifario y de la advertencia de un posible conflicto judicial para que la solución pudiera contravenir el ordenamiento jurídico español y europeo, empiezan a extenderse suspicacias con respecto a esa tutela judicial que es mayor cuanto más grandes son las ‘ganas’ de violar el espacio público regulado o la naturaleza de la misma es más grave. En suma, se trata de pervertir los instrumentos normativos previamente acordados por sus representantes políticos, y ahí nos iríamos, seguramente, a cuestiones derivadas y de mayor enjundia, como sería la legitimidad de la representación democrática o la capacidad de la representación de tomar decisiones ilegales por motivos demagógicos.

Lo curioso es que dicha suspicacia en los tiempos que corren parte de la propia Administración o del Gobierno que elabora las leyes y las aprueba. Y con toda seguridad es así en el caso en que nos referimos, teniendo en cuenta que el gobierno en el poder es del mismo signo que el que aprobó la actual liberalización y legislación energética, lo cual resulta más paradójico, habida cuenta del peso importante que un cuerpo como el de Abogados del Estado tiene en este Ejecutivo. De hecho, desde las estructuras políticas se cuestiona la vigilancia judicial y la reclamación de los agentes económicos de sus derechos relativos a las propias leyes aprobadas y aceptadas en las esferas parlamentarias o representativas.

Estas suspicacias pueden ir contra el Tribunal Supremo, en la medida que dictamina que la tarifa debe ser suficiente para atender el coste del suministro (y que no valen los atajos políticos) o contra el Tribunal de Defensa Europeo, en la medida que sostiene una doctrina sobre las denominadas ayudas de Estado. La judicialización de una actividad económica no es algo deseable, el «default» tampoco, renegar del modelo de mercado tampoco y el pensamiento mágico de tratar un problema de la economía española como un problema político, tampoco (no subir las tarifas y sofocar el mismo por vía coactiva o por soluciones iluminadas).

Apuntamos una posibilidad más plausible y valiente, por prudente: estudiar el problema del déficit en su complejidad, determinar los costes que soporta la tarifa que no deben estar incorporados en la misma, garantizar el funcionamiento del mercado de forma liberalizada para asegurar su eficiencia, controlar de forma efectiva los costes regulados y adecuar la evolución de las tarifas al coste total del suministro eléctrico. Y abordar el problema por la vía de la gestión y de la economía. No por Chomsky.