Montoro y asociados

Una de las cuestiones predichas o anticipadas con el nombramiento de Cristóbal Montoro Romero como ministro de Hacienda era su vinculación al mundo de los negocios en la pasada etapa parlamentaria como responsable económico de los populares. De hecho, en el seno del Partido Popular ha existido una fuerte y constante inquietud relacionada con las peligrosas relaciones latentes en el despacho Montoro y Asociados. Muchos de sus representantes, en privado, así lo reconocían, aunque su estrella ascendente parecía darle cobertura. Este hecho se ha convertido en una cuestión más delicada si cabe en la actualidad, ante la necesidad de hacer fuertes ajustes sectoriales y empresariales, donde hay fuertes daños que distribuir.

El pasado reciente del ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, vuelve y empieza a perfilarle con los pies de barro, cobrándole factura en algunas de las cuestiones que toca. De hecho, se ha desatado una fuerte controversia entre el Ministerio de Industria y el Ministerio de Hacienda a cuenta de la reforma del sector eléctrico con la fijación de nuevos impuestos a la generación, a las tecnologías renovables y el ‘carbon tax’, figuras impositivas previstas para absorber el déficit tarifario.

De hecho, previo al viaje a Rusia de José Manuel Soria, se anticipaba que el impulso a la reforma se trasladaría al día 27 de julio, mientras que ayer a última hora parecía confirmarse que sería aprobada en el Consejo de Ministros de hoy, “por motivos del calendario de las normas fiscales incluidas en dicho proyecto”. Hacienda apretaba esta semana el acelerador para ‘colocar’ el proyecto inicial, casi sin cambios. Algo que tampoco ha sentado bien en Industria.

Pero es más, la fijación de impuestos a la generación en régimen general, a la vez que discriminatorios y devastadores a las tecnologías de generación hidráulica y nuclear, junto con el trato suave a la generación termosolar han despertado todas las sospechas. Eso y el hecho de que esta tecnología va escapándose milagrosamente de todos los recortes que se van anunciando.

La reforma recoge los postulados ideológicos del colectivo retroprogresivo: impuestos a tecnologías hidráulica y nuclear para financiar el jugoso sistema de primas con daños menores para esta tecnología. El proyecto, de hecho, parece casi elaborado a pies juntillas con estos criterios, pese a que esta demanda se atribuye al Camarada Álvaro ‘Kicillof’ Nadal, director de la Oficina Económica del Presidente, quien fuera en su momento segundo de Montoro en labores parlamentarias durante la anterior legislatura.

Por otra parte, este colectivo ideológico del sector energético ha sido “acogido” por Abengoa, la empresa con más intereses en la termosolar y, también, por la principal asociación que representa los intereses de esta industria, que además ha fomentado la conformación de una rótula de intereses entre termosolar y fotovoltaica, las tecnologías que obtienen mayores subsidios del actual sistema de primas. La industria fotovoltaica, con otros problemas fundamentalmente derivados del sistema de financiación y de promoción de los proyectos, está también necesitada de aliados con capacidad de llegada.

Por su parte, Industria es consciente de que al proyecto de reforma fiscal se le ha ido la mano en las figuras impositivas que se ensañan con el régimen general (atención ciclos combinados), en los impuestos específicos a la nuclear e hidráulica y en la tasa a la energía eólica, la que menos primas percibe y menos participa en el mercado. Industria entiende que la propuesta tiene los referentes perdidos con efectos más que peligrosos en las tecnologías más eficientes y base del mix de generación, pudiendo afectar a la seguridad de suministro, a la eficiencia de nuestro mercado mayorista que tiene uno de los precios más bajos de Europa en los mercados mayoristas. Desde el departamento que dirige José Manuel Soria se atisba el riesgo para el suministro en la medida en que la generación en régimen general entraría en pérdidas y cuenta con la advertencia firme del cierre de las instalaciones nucleares y de ciclos combinados que entrarían en pérdidas. Luces rojas. Se empieza a jugar en serio.

El hecho es que la difusión en el momento más delicado de las relaciones entre Ricardo Martínez Rico, uno de los “asociados” del actual ministro de Hacienda en Montoro y Asociados, su despacho de relaciones públicas, con la industria termosolar publicadas en Vozpópuli y el diario El Economista hoy, además de ser objeto de debate en el programa El Gato al Agua de Intereconomía, han hecho mucho daño, abriendo un boquete de proporciones enormes en el proyecto de ley y provocando un fuerte malestar en el Gobierno. Ricardo Martínez Rico fue jefe de gabinete de Montoro en su anterior etapa de Gobierno y secretario de Estado de Presupuestos con el mismo. Su relación con Montoro y los 300.000 euros por las funciones de asesoramiento como consejero de la propia Abengoa están siendo escrutados en un momento muy inoportuno.

De hecho, parece que, por segunda vez, el proyecto de reforma se para ‘in extremis’ y que ahora será el propio Rajoy el que tendrá que intervenir.

Álvaro ’Kicillof’ Nadal

El conflicto abierto en el Gobierno por la definición de la anunciada hoja de ruta para la resolución del problema del déficit tarifario tiene puntos en común con otra cuestión que está empezando a cobrar también en los círculos políticos una enorme actualidad: el problema de los órganos reguladores. Y, el punto en común, el nexo de unión, no es otro que el de Álvaro Nadal, director de la Oficina Económica del Presidente del Gobierno.

Fuentes solventes han confirmado a Energía Diario que las posiciones de Álvaro Nadal están cada vez más radicalizadas y dogmatizadas con respecto a la implantación de la figura más controvertida de la reforma, esto es, los impuestos a la generación hidráulica y nuclear, cuyo empeño personal es cada vez más patente en la imposición de esta medida, tras otros fracasos anteriores en cuestiones de corte económico frente a los departamentos ministeriales.

Dicha obsesión, además, se observa con enorme preocupación en el Ministerio de Hacienda, donde se tiene que dar cuerpo a las nuevas figuras impositivas propuestas en la reforma. Este departamento ha analizado con precisión los estados contables y financieros de las empresas y las instalaciones, frente a las vaguedades y supuestos en los que basan las posiciones dogmáticas favorables a los impuestos discriminatorios a estas tecnologías, para asumir los postulados retroprogresivos. Industria, algo menos fina en lo económico y en lo financiero, observa con distancia la disputa, con la mirada puesta en la urgencia con la que corre el contador del déficit tarifario. De hecho, las posiciones iniciales de Cristóbal Montoro al respecto han ido virando al conocer la realidad de los estados contables y las consecuencias desde el punto de vista de mercado, pese a que el actual Ministro de Hacienda es mentor de Nadal en su época parlamentaria. El hecho es que la racionalidad va erosionando a marchas forzadas las pretensiones de Nadal.

Pero, la situación del proyecto de órganos reguladores, presentado al principio del mandato del actual Gobierno no está corriendo mejor suerte. El proyecto tiene la factura de la Oficina Económica y también tiene frente a sí, cada vez más opiniones. Incluso, fuentes solventes han informado que el Gobierno maneja un documento frontalmente contrario procedente de la Comisión Europea. Los pronunciamientos de expertos de toda clase están sentado como un jarro de agua fría (y como un tiro) con respecto a las pretensiones de seguir adelante con el proyecto. Nadal estaría cada vez más encastillado en sus posiciones, atrapado en sus postulados y excesos verbales pasados y en la necesidad de contar con una mayor cintura política en los mismos.

El hecho es que no está sentando nada bien en los círculos cercanos al responsable de la Oficina Económica que esas posiciones contrarias se vayan acentuando. De hecho, hoy se producirá un encuentro en un importante y prestigioso bufete de abogados en Madrid para abordar el proyecto de órganos reguladores, en el que, entre otros, estará presente por parte de la Oficina Económica del Presidente, María Fernández, y por parte del Ministerio de Economía, el abogado Miguel Temboury, además de representantes de empresas y órganos reguladores.

Las palabras “inseguridad jurídica”, así como las posiciones contrarias a la reforma energética, empiezan de sacar de quicio al propio Nadal, al igual que las posiciones públicas y contrarias con respecto al engendro de los órganos reguladores politizados, jibarizados y sintentizados, puestos al servicio del Gobierno, es decir, completamente dependientes. Máxime en un clima de cuestionamiento de las instituciones económicas españolas (la licencia otorgada al Banco de España por el MOU para desobedecer al Ejecutivo español es el mejor ejemplo), que hace que el proyecto sea especialmente desafortunado, pese a la vehemencia con la que lo defiende.

Y, como elemento paroxístico de lo que es la personalidad y fijación de este asesor de nuestro presidente, empieza a circular, parafraseando el nombre del asesor radical de la presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner, que al director de la Oficina Económica del Presidente del Gobierno Español ya se le llama Alvaro ‘Kicillof’ Nadal. Lo que faltaba.

El fin de un modelo, ¿y por qué no?

Ayer conocíamos las cifras de la evolución del déficit tarifario eléctrico y de la evolución anual del mismo. Nuevamente, la CNE, con la liquidación al mes de mayo arrojaba un déficit tarifario desbocado de 2.553 millones de euros, creciendo un 28% en un mes, y superando los 1.500 millones de euros previstos para el ejercicio.

Dentro de lo que son los distintos capítulos que integra el coste del suministro, el mayor impacto es el de la evolución de los costes regulados. Y, dentro de ellos, la evolución de las primas a las renovables que alcanzaron hasta mayo los 3.873 millones de euros (incluyendo la cogeneración), con un crecimiento del 25% en términos interanuales y un 29,1% más que en abril. Sólo en el mes de mayo la factura fue de 879,4 millones de euros, de los que casi el 40% (347 millones de euros) correspondió a la fotovoltaica, que cubrió apenas el 4% de la demanda eléctrica en mayo.

Estas noticias, nos llegan en el momento en que está abierto el modelo u hoja de ruta para la resolución del problema del déficit tarifario eléctrico que parte de la fijación de tributos, tasas e ingresos fiscales, a cambio de detraer determinados costes del suministro (aún por ver cuáles son), y más en concreto, de determinados costes regulados. La fórmula fiscal, además, fija tributos a la generación de régimen general en mercado y, en concreto, un tributo específico a las tecnologías nuclear e hidráulica que destroza el mercado y afecta a estas instalaciones sobre manera, acabando con la rentabilidad del régimen general.

Además, de los sectores renovables el más penalizado por las tasas es el eólico, cuyo grado de maduración y participación en el mercado es mucho mayor y el volumen de primas que percibe mucho menor. Junto a esto, además, está la fuerte controversia levantada al respecto entre los distintos subsectores que participan en el coste del suministro. Son noticia, deberían hacer reflexionar nuevamente sobre los componentes del coste del suministro y la evolución de los mismos.

Y, en medio de ello, la batalla de los sectores fotovoltaico y termosolar, señala que la fijación de estos impuestos que rebajan la rentabilidad de las instalaciones, tal y como está concebida inicialmente, significaría el fin de un «modelo», tal y como se recoge en la crónica del diario El País de hoy.

Resumamos lo que ha sido este «modelo» desde el punto de vista económico para los no iniciados. De forma macro, el «modelo» se basaba en la inclusión de estos subsidios procedentes de la tarifa dentro del coste del suministro como parte exponencialmente creciente de los costes regulados, cuya decisión provenía de dos elementos, precio (primas) y cantidad (potencia instalada y, su consecuencia ,en términos de producción generada). En lo que se refiere a la cantidad, había mecanismos de cebado de las decisiones, se instrumentaba por tres vías: el aprovechamiento de la conciencia ecologista del buenismo poco matizado, el interés de las Comunidades Autónomas en los ingresos derivados del proceso concesional y, además, la provisión de crédito para convertir esta actividad en un negocio financiero con rentabilidades garantizadas de dos dígitos, cuya distribución de la generosa plusvalía era muy apetecible por todos los participantes.

Todo ello, financiado contra la tarifa eléctrica y conforme se articulaba su crecimiento, se promovía una asimétrica situación. Así, en la factura eléctrica se incorporaban costes ajenos al suministro de electricidad, que sufragaba el consumidor (si a esto le añadíamos la no traslación a precios de dichos costes, el problema está servido en forma de déficit tarifario y de una confrontación inaudita entre tecnologías de generación).

Además, el «modelo» estaba revestido de virtudes beatíficas: se trata de energías verdes, limpias, inacabables, no contaminantes y además, es un modelo de capitalismo popular distribuido, drenando el ahorro de familias y particulares a este desarrollo, de forma que se promovía de forma semejante a lo inmobiliario. Por tanto, se podía alimentar la tentación española que sospecha de todo lo «empresarial», proyectando la idea de que es nefando y que la lógica del beneficio y del mercado (muy por debajo de esos dos dígitos) es perjudicial, si además se podía añadir componentes demagógicos contra las tecnologías más eficientes y contra el mercado.

Mientras, quienes obtenían estas rentabilidades de dos dígitos se presentaban como unos benefactores, altruistas cruzados en la defensa del medioambiente, de forma que podían estar a favor ¡hasta de congelar las tarifas y, por tanto, de culpar al resto del sistema eléctrico del encarecimiento de la luz!. Por su parte, el esfuerzo masivo y general, para contar con un sistema eléctrico eficiente y no contaminante, y con rentabilidades mucho menores, eran penalizados por los partidarios de la distribución discrecional de las subvenciones. Paradójico.

Y, en esas tesituras nos encontramos con retroprogresivos que acatan sin chistar, incluso defienden, las rentabilidades de dos dígitos, con tal de esquilmar la parte más empresarial y competitiva del sistema eléctrico para rebanar los supuestos márgenes que se producen en el mercado para seguir cebando ese «modelo». De ahí, la gran paradoja de que, a su juicio sea preciso dañar tecnologías como la hidráulica, la nuclear o la eólica, a favor de que los efectos se suavicen para los inversionistas de rentabilidades de dos dígitos en otras tecnologías.

Y, en todo ello, hay una diferencia clave entre un negocio financiero y una empresa, entendida como conjunto de medios humanos, materiales, tecnológicos y financieros orientados a que de forma organizada provean de bienes, servicios y suministros a una comunidad frente a los negocios puramente financieros y de explotación de la plusvalía generada por actividades sin riesgo empresarial, basadas simplemente en ponerse a esperar sus rentas fijas reguladas. Sorpresivamente, tenemos a media clase económica más centrada en los negocios que en lo empresarial, de forma que la atribución de la plusvalía es más importante que la actividad, lo cual, debería preocuparnos.

En esta lógica, es en la que hay que inscribir la propuesta tributaria y la reforma planteada por Industria, como respuesta a estas presiones, a la falta de conciencia empresarial de nuestra clase política dirigente y a la ausencia de una formulación en serio de un sistema eléctrico eficiente, económica y medioambientalmente sostenible, con un exceso de capacidad sin precedentes. En realidad, la propuesta conocida es una fórmula de conciliar un supuesto modo de intentar resolver el problema, a partir de atender las presiones que recibe (con la salvaguarda de la aversión a lo empresarial y a varias tecnologías) y, por tanto, de venderlo con esta pátina a la opinión pública de forma burda (equilibrado, progresivo y verde, cuando no es ninguna de las tres). En esa trampa, cae el Ministerio de Industria.

La propuesta de cambio de «modelo», es decir del fin del modelo actual, tal y como lo entendemos, es más que lógica, necesaria. ¿No es razonable cambiar la naturaleza de estos subsidios encubiertos en la tarifa para que sean subvenciones y se empleen de una forma mucho más eficiente y rentable socialmente? ¿No es más razonable que el usuario pague el coste real del suministro y se decida a través del Parlamento en los Presupuestos Generales del Estado el volumen dedicado a subvenciones a las tecnologías renovables, en función de la demanda cubierta, de la investigación o del desarrollo de las distintas tecnologías? ¿No es razonable, con este exceso de capacidad, plantearse si es necesario, parar o no el derroche social y de recursos, en nueva capacidad ociosa? ¿No es razonable que el Parlamento decida a quién da o quien recibe estas subvenciones? ¿No es razonable distinguir tecnologías renovables para analizar cuáles deben formar parte del mix por su maduración y cuáles tienen una trayectoria más incipiente, dejándolo a efectos de investigación o piloto?. En todo caso, no se trata de renunciar a todo el desarrollo renovable, sino de racionalizarlo en función del bien común. A lo mejor tampoco está mal que este «modelo» se acabe, tal y como lo entendemos hoy y se resuelvan sus excesos, ¿no?

Se desata la caja de los truenos en el quirófano del Gobierno

El aplazamiento a finales del mes de julio de la reforma en su expresión final, ha dejado abiertas de forma más descarnada las carencias del Ejecutivo en la forma de articulación de esta propuesta consistente, inicialmente, en: la fijación de una tasa a la generación, una tasa a las tecnologías de régimen especial, especialmente lesiva con la energía eólica y una tasa específica a las tecnologías hidráulica y nuclear (admitiendo los controvertidos postulados retroprogresivos, incluyendo sus supuestos económicos sin datos que lo sustenten, ajenos a la normas contables, partiendo de un modelo burdo que se puede dibujar en una servilleta de papel). Además se fijaba una tasa a los hidrocarburos («carbon tax») y, por otra parte, se liquidaban las subastas de los derechos de emisión, cuyo destino natural debería ser el déficit tarifario y la aplicación al coste del suministro.

El modelo, en teoría, por tanto, consistiría en fijar estos impuestos, tasas, gravámenes y tributos y otros mecanismos de obtención de ingresos, con quién sabe qué hecho impositivo (porque la coartada medioambiental era difícil de sostener para su aplicación a ciertas tecnologías, incluso en algún caso hasta en doble imposición o triple combinado con el desdoro autonómico) y, por otra parte, en contrapartida, se trataría de detraer del coste del suministro aquellos costes asociados que no deben estar incluidos en el mismo, ni tampoco en la tarifa (extrapeninsulares, primas, etc… que, se financiarían contra estos ingresos de naturaleza fiscal). En todo caso, de esta segunda parte de la hoja de ruta, la minoración del coste del suministro, no se sabe nada. Con este modelo, con muchas incógnitas y muchos efectos, mondando los costes del suministro hasta llegar al hueso, y adecuando la tarifa, se pretendía llegar a un equilibrio tarifario con los costes y compensar el déficit acumulado.

El modelo expresado en su filosofía tenía su lógica. El problema era su traslación final, los detalles, las extralimitaciones y las figuras impositivas que finalmente adoptaba el Ejecutivo. La propuesta en términos demagógico-políticos se presentaba por José Manuel Soria, con aires de grandilocuencia: es progresiva y participan todos los subsectores eléctricos. En la práctica, el modelo propuesto era castigar mucho más a las tecnologías más maduras, eficientes y al mercado eléctrico (dónde se producía una contrarreforma), lo que permitiría, seguir proporcionando un volumen jugoso de primas, a cambio de una reducción moderada de retribuciones las tecnologías más costosas. Las tesis retroprogresivas hechas realidad, además de cobrarse la pieza de las energía nuclear e hidráulica para castigar al sector empresarial que había financiado el déficit todos estos años.

La Bolsa corroboró estas conclusiones, no estando descontado el mal, como decía Alberto Lafuente en un voto particular. Así, el resultado fue demoledor en los mercados financieros para el sector eléctrico español, para su valor en Bolsa, para sus cuentas de resultados, para sus inversiones futuras, para la generación de flujos de caja y para el empleo del sector, como se comprobó al día siguiente de su filtración. Algo que puede traer graves problemas al Gobierno respecto a las empresas eléctricas, incluyendo operaciones corporativas imprevistas, como el posible cierre de instalaciones nucleares, como puede ser el caso de Garoña. Eso, y por la tendencia a combinar la necesidad de un sistema eléctrico eficiente, con un sistema que genere rentas y transferencias intersectoriales, que distribuir entre otros sectores que viven de la tarifa y de todo lo que se saca de ella.

Además, para complicar más todo y darle más intriga, se ha destapado como el modelo de reforma ha puesto en pie de guerra a los subsectores eléctricos, cada uno por motivos diferentes, y ha recrudecido en esta semana los argumentos, de forma que los ministros Soria y Montoro, tienen el enfermo en el quirófano abierto en canal y con los monitores que señalan que el tiempo de la anestesia se termina.

Por ejemplo, el sector fotovoltaico ha evidenciado sin tapujos que el modelo de los últimos años se había configurado en un negocio fundamentalmente financiero, sin empresas energéticas, y que estos proyectos eran colocados por las entidades de crédito, a la vez que la plusvalía de los proyectos se diluía en el proceso de autorizaciones de las instalaciones. Esto se ha visto corroborado por las propias declaraciones del Embajador americano, Alan D. Solomon, que ha hablado por boca de los fondos de inversión y de pensiones americanos, tal y como lo ha enunciado en numerosas declaraciones y entrevistas públicas y privadas. Y la informaciónde que esta tasa afectaría a 200.000 familias y pequeños inversores, nos lleva a perfilarlo, en un esquema semejante al de las preferentes de las Cajas de Ahorro. En todo caso, esta cuestión y el desmadre retributivo de potencia y primas de estos años en el sector fotovoltaico (responsabilidad exclusiva de las Administraciones), contamina cual debe ser el modelo energético y eléctrico español para que sea eficiente, económica y medioambientalmente sostenible, siendo necesario incluir los argumentos de seguridad jurídica y estabilidad regulatoria en todo este problema.

El sector termosolar, por su parte, se frota las manos, tras desarrollar una impresionante campaña de relaciones públicas que ha alcanzado las instituciones europeas, con la jacobina ejecutoria de José Borrell, y los apoyos de Cristina Narbona y Jorge Fabra.

El sector eólico, el que menos primas percibe por unidad de generación, parece revivir los tiempos previos a las invectivas de Ignasi Nieto de cara a la promulgación del R.D. 661/2007 con un fuerte recorte de sus primas, mucho más reducidas que las del resto de sectores de régimen especial.

Las distintas fuentes consultadas señalan como las relaciones entre el Ministerio de Hacienda y el Ministerio de Industria son contradictorias y volubles. Hay quien afirma que Industria, al ver las brutales consecuencias para el mercado, las empresas y el sistema eléctrico, se plantó con las exigencias del Ministerio de Hacienda, de imponer tasas específicas a la nuclear y la hidráulica, en la medida que destrozan el mercado y el sistema de precios de casación, de los más bajos de Europa (Nadal y Montoro son de la escuela de la política en la economía y partidarios de las tesis retroprogresivas). También hay quien opina lo contrario, que las prisas del Ministro Soria por resolver el problema del déficit, le llevaron a proponer una reforma apresurada e insuficientemente refinada. Y hay quien se apunta a la tesis conjunta de que este rifirrafe existe y, se incluye en el mismo, a la Oficina Económica del Presidente. Lo que está claro es que hace falta microcirugía y finura en lugar de carniceros.

Tasa, ecotasa y retasa

Las noticias relativas a la probable «reforma energética» que el Gobierno aprobará para poner fin al problema del desequilibrio entre tarifa y el coste del suministro eléctrico, ofrece varias lecturas una vez anticipados y conocidos los términos de la misma, así como la distribución de las distintas figuras tributarias que introduce. Si en el ámbito sanitario, cuando se efectuó la introducción del copago, un medio de comunicación hablaba de pago, copago y repago, aquí hablamos de tasa, ecotasa y retasa.

Esta reforma se tratará de insertar en el conjunto de medidas integradas en el paquete que el Gobierno aprobará mañana en el Consejo de Ministros, que ayer anticipó el presidente Mariano Rajoy, y que será tratada hoy por la Comisión Delegada del Gobierno para Asuntos Económicos y será tramitada, posteriormente, como Proyecto de Ley.

Dicha reforma se materializa en un conjunto de impuestos y tasas que reconfiguran la imposición en torno a la generación de la electricidad (más allá de la denominada fiscalidad verde o ecológica, dada la utilización de esta terminología en puridad, y conociendo las figuras tributarias que implementa, lo que sería una falsedad aunque se utilice como argumento de comunicación política).

La idea es que la recaudación por estos tributos irá, en todo o en parte, a enjugar la diferencia entre la tarifa eléctrica y el coste del suministro (y, por tanto, evitará la generación de nuevo déficit tarifario) por la vía de que parte de los costes integrados en la tarifa eléctrica, como costes de acceso, pasen a los Presupuestos Generales del Estado y que éstos se compensen supuestamente con estos nuevos ingresos tributarios. Algo que todavía está por ver, hasta conocer los nuevos PGE y los costes que finalmente se trasladan a las cuentas públicas. Esta parte todavía no se conoce.

La reforma, esencialmente, incorpora tres figuras tributarias diferentes. Una primera, que es un impuesto general por facturación del 4% para el régimen ordinario. Por otra parte, existirá otro impuesto de facturación al resto de tecnologías no gestionables, no lineal, fijado en términos de un porcentaje diferente para cada tecnología. También se produce la fijación de una tasa por la emisión de carbono a los hidrocarburos líquidos y gaseosos de 4 céntimos de media, aproximadamente (el céntimo verde).

Y, finalmente, parece que el Gobierno asumirá las tesis de los colectivos retroprogresivos de la energía, fijando tasas especiales por unidad de generación a las tecnologías hidráulica y nuclear que concurren en el mercado eléctrico. Dichos colectivos, para defender esta figura tributaria, vienen aludiendo a la existencia de supuestos «windfall profits», por la supuesta diferencia entre los costes (desprecian los estados contables, las amortizaciones y costes reales) y los ingresos de las mismas derivados de los precios obtenidos en el mercado de generación (¿?), para justificar la aplicación de tasas a las mismas que reviertan al jugoso sistema de primas y, a la vez, acabar con el mercado de la electricidad español, uno de los más eficientes de Europa. El Gobierno, de esta forma, se carga los beneficios que suponen en los precios medios derivados de los excesos de capacidad, en aras de financiar las subvenciones a sectores que se han beneficiado del proceso de crecimiento del déficit y no han participado en su financiación.

Estas figuras tributarias específicas a estas dos tecnologías son una solución política económicamente y medioambientalmente poco justificable para la fijación de estas tasas, dado que estas tecnologías no son emisoras de CO2, y atiende a la demanda de una decisión de corte peronista, que da cobertura a la persecución existente hacia las mismas, motivada por posiciones ideológicas que se aprovechan del puro desconocimiento de lo que significan los beneficios del funcionamiento de un mercado eléctrico de generación que promueva la eficiencia a través de las tensiones competitivas.

Todo ello con independencia de que el Gobierno, al resolver esta cuestión unilateralmente, ha tirado la toalla de hacer una reforma en serio. La «reforma» supone abandonar la necesidad de abordar un diagnóstico correcto del problema del coste del suministro, de su crecimiento y de efectuar un proceso de negociación y diálogo del Ejecutivo con los sectores interesados. Es el reconocimiento de incapacidad político-gestora para abordar un modelo energético consistente, eficiente y competitivo que sea, a la vez, sostenible económica y medioambientalmente. Se trata, además, de una solución sorpresiva y que, además, aprovecha el clima de opinión generado con las medidas recientes y de la cultura antiempresarial española para promover una reforma muy perniciosa para nuestro sistema económico, en general, para las empresas y para el sector.

El desenlace acaba con la idea de la reforma no discriminatoria que vende Soria (es fuertemente discriminatorio, mucho y discrecionalmente, dado que en el régimen general se introduce un gravamen adicional a dos tecnologías, con una nueva doble imposición, por la mera posición ideológica de suponer excedentes presuntos). La reforma, además, puede provocar severos problemas en el seno de la Unión Europea para el Gobierno español por destrozar el mercado de generación, una solución nada neutral y fuertemente intervencionista. Además, la replicación de figuras tributarias por unidad de generación tiene un efecto de traslación fiscal a los precios que es evidente, siendo mucho más razonable, en la generación, (y con mayor capacidad recaudatoria en un momento de caída de demanda) la aplicación de un tributo lineal y proporcional por los ingresos finales totales. Otro de los problemas, y quizá el clave, son los elementos distributivos que ha decidido el Gobierno imponer en los gravámenes para absorber el déficit, que evidencian los compromisos del Ejecutivo, la respuesta política del mismo, para que recaiga fundamentalmente en el sector eléctrico y perjudicar a las empresas. Y, finalmente, anticipa una enorme litigiosidad, incluso en las esferas europeas.

¿Qué se apuestan a que en esta solución, los «asesores energéticos del PSOE», Narbona y Jorge Fabra, están de acuerdo?

¡Una barbaridad!

MOU y el déficit tarifario: Europa entra en juego

El problema del déficit tarifario ha entrado definitivamente en el escenario de nuestras relaciones con la Unión Europea, tal y como se incorpora en el Memorandum of Understanding on Financial-Sector Policy Conditionality (MOU). Por tanto, ahora toca hacer las cosas en serio. Así en las condiciones del clausulado del Memorando se incluye en la número 31 (Regarding structural reforms, the Spanish authorities are committed to implement the country-specific recommendations in the context of the European Semester) como punto seis, la siguiente submedida o subcondición: «complete the electricity and gas interconnections with neighbouring countries, and address the electricity tariff deficit in a comprehensive way«.

En todo caso, haciendo cronología del periplo seguido por el problema del déficit tarifario en las instituciones europeas, hay que señalar que su trayectoria ha cobrado relevancia a partir de la necesidad de su financiación y de las consecuencias que se derivan de su asimilación a la deuda pública en términos de aval del Estado, consecuencia de que se produzca por las decisiones políticas de no incremento de los precios eléctricos de forma coherente con los costes del suministro. En aquellos momentos, con Sebastián en el Ministerio de Industria, la Comisión Europea ya reclamó un calendario fiable y un procedimiento previsible para la extinción del déficit tarifario eléctrico, que se ha ido prorrogando en sucesivos reales decretos ley por la pervivencia de la capacidad política para su resolución. Again.

Posteriormente, volvimos a tener noticia de que la Unión Europea tenía en su carné de baile el problema del déficit tarifario a raíz de su inclusión en el Programa Semestral, con una alusión a los costes de las distintas tecnologías de generación. Alusión, primero sorprendente, y después, poco meditada en la Comisión Europea y que ha traído considerables dolores de cabeza a sus responsables, al comprobar que esta referencia era el producto de una influencia interna, no comprobada suficientemente. En realidad, su origen procedía del acceso de una primera avanzadilla de lobistas españoles sueltos procedentes del sector termosolar en su actividad de defensa del jugoso sistema de subvenciones, primas y reparto de potencia ampliable «sine die» que tantos buenos momentos nos ha deparado.

Dicha polémica fue la antesala de un enfrentamiento, éste ya abierto, en el seno de la Comisión Europea y del que se ha ido dando cuenta en los medios de comunicación en los últimos días. Así, funcionarios europeos asistieron, por un lado, a las explicaciones cruzadas relativas a la evolución de los costes regulados (costes de acceso) dentro del coste del suministro de la electricidad, incluyendo el fortísimo y desmesurado crecimiento de la primas, no recogido por la tarifa eléctrica y el sistema de precios. Frente a estos, por otra parte, estaban los que accedieron por primera vez a los defensores de la abolición del mercado eléctrico (contra las directivas europeas de energía) y de la implantación de un sistema de costes retribuidos a las tecnologías nuclear e hidráulica, que permitiera dejar hueco para que continúen creciendo los costes regulados asociados a la factura en esas tecnologías renovables.

Finalmente, en este último memorando, la cuestión, como se puede leer, se ha resuelto de una forma bastante taxativa a la vez que bastante lacónica, evitando complicaciones de enfoque metodológico. El MOU viene a decir algo así como: «que se arregle ya». Así el Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha recogido en su discurso de esta mañana este imperativo categórico de la resolución del déficit tarifario, además de reflexiones relativas en torno a la competitividad y a la energía. Rajoy anticipa que se hará, que se hará rápidamente y a través de nuevas figuras tributarias: el céntimo verde (o «carbon tax») en función de las emisiones que generan los hidrocarburos y una tasa a los ingresos derivados de la generación, que será indiscriminada por tecnologías, previsiblemente.

La solución al problema se precipita y, por tanto, se aceleran las ceremonias de evitación. Por cierto, muy interesante la aportación de Luis Garicano en el blog Nada es Gratis de Fedea, en cuya postada al MOU, señala «¿Por qué, por qué tiene que venir alguien de fuera a decirnos cosas que sabemos? ¿Por qué este párrafo 31 (y muchos otros) no está ya implementado tras 6 meses de gobierno?».

Épica de escudos humanos

La marcha minera llega a Madrid tras conseguir adhesiones de las localidades que ha atravesado desde sus puntos de partida, como era de esperar. Se trata de un relato épico, básicamente articulado sobre la base de una escaleta de actuaciones estándar que se activan conforme los patronos de las minas ven peligrar el esquema de subvenciones que complementa los ingresos de la venta obligatoria de carbón nacional para la generación eléctrica. Esquema de subvenciones generoso, que además se ve acrecentado por la protección social reforzada de la Seguridad Social a este régimen especial y por las ayudas comarcales para el «desarrollo regional» y que se rebañan para otros fines, porque sólo hay que ver el «desarrollo regional» en el que se emplean y sus resultados, así como el desarrollo de alternativas económicas.

La escaleta es la de siempre: anuncio de reducción de subvenciones por parte de la Autoridad Competente, corte en el pago de las nóminas, movilizaciones en las cuencas mineras, búsqueda de adhesiones entre los alcaldes y autoridades locales, algún herido de diversa consideración en los primeros escarceos (la sangre y su escándalo, algunos que pasaban por allí), diputados y senadores díscolos de los partidos nacionales más o menos cercanos al establishment de la zona, incidentes y disturbios. Siguiente paso en la escalada: marcha minera hasta Madrid. Fotografía de rigor de los líderes sindicales y de Cayo Lara, que no pueden faltar a la cita de esta foto. La ideología pasa por una serie de ceremonias obligatorias, entre las que está la defensa de una actividad que no percibió el momento en que empezó a ser dañina para sí misma.

Los trabajadores mineros aparecen, en este contexto, como escudos humanos de empresas que acaparan las subvenciones. Acampada y ahí, generalmente, ha terminado la cosa, porque los sucesivos Ejecutivos en esa fase se quedaban pillados, incapaces de soportar la presión del Paseo de la Castellana con tiendas de campaña apostadas junto al Ministerio de Industria delante del despacho del ministro, evitando que al mirar por la ventana observaran cómo sus habitantes temporales hacen sus necesidades y lavan las camisetas en medio del Madrid de oficinas y rascacielos. Y, esto prometía ser así hasta 2018, cuando se cumpliese el calendario de extinción de las ayudas al sector según la Unión Europea, por lo que conforme nos fuésemos acercando a esa fecha la presión se redoblaría.

Diferencias. Una, el gobierno, este Gobierno, está más firme que otros ejecutivos en el pasado en esta misma fase en la que nos encontramos, como se puede observar por las declaraciones de sus responsables y también por los primeros signos de apertura a la negociación de los mineros.

Segunda diferencia: la aquiescencia de la sociedad española, salvada la parte emotiva y el recuerdo de Víctor Manuel, en su conjunto es menor, a la vista de que la reclamación en torno a la conservación de estos privilegios por parte de las empresas del sector frente a toda una sociedad que también está sufriendo los embates de la crisis tiene muchas más matizaciones que antaño (sin contar con que cada vez se conoce más que el precio de la electricidad también subirá, en parte, por estas ayudas). ¿Los cinco millones de parados se solucionan con una marcha?

Tercera diferencia: los integrantes de la marcha minera están cada vez menos vinculados con la propia actividad en la mina, de forma que se trata del colectivo más «outsider» de quienes disfrutan de una serie de derechos, con respecto incluso a los propios habitantes de sus comarcas.

Y, la cuarta diferencia y la más importante: en otras reconversiones sectoriales pasadas existía la voluntad y la posibilidad expresada por las propias organizaciones y representaciones sindicales de buscar alternativas a la actividad que se cierra o que no es rentable. Había un sentido de consciencia, de responsabilidad y de futuro. En esta ya no. No hay espacio para la alternativa, dado que supondría la desaparición de una distribución del poder local. Una retórica cerrada en sí misma. Ha pasado, únicamente, a ser la defensa de la subvención por la subvención. Y, claro, de los que la reciben.

Todo el pescado vendido

Sin entrar en otras valoraciones y recomendaciones del Ministerio de Sanidad y Consumo respecto al etiquetado del pescado fresco y su trazabilidad, el argumento consiste en diferenciar los kilovatios según la tecnología de generación de los mismos, del mismo modo que existen distintos tipos de variedades y especies de pescado, como las angulas o la pescadilla, según uno esté aficionado al lujo en el comer o no.

Así, lo hemos podido leer en los últimos artículos del ex Consejero de la Comisión Nacional de Energía, Jorge Fabra y, así también le hemos podido oír decir en televisión. No se trata de ninguna novedad en el pensamiento retroprogresivo, sino una ocurrencia cuestionable para intentar hacer llegar de forma «didáctica» (por demagógica) estas supuestas diferencias y sugerir la intervención administrada de la retribución en lugar de la asignación eficiente por el mercado. Este argumento, por tanto, es público en esta corriente y, evidentemente, no engaña a nadie. El problema es que el ejemplo, para alguien con dos dedos de frente, consigue lo contrario de lo que persigue. En este sentido, todo el pescado está vendido.

Las metáforas siempre tienen un punto de quiebra según lo falaz de su exposición, dado que «parecido» no es lo mismo. Sobre todo en este caso en que lo que ocurre es diferente. Pero, en este caso resulta en exceso evidente que la supuesta similitud es en realidad ¡un opuesto!. Los defectos del supuesto argumento son tan fáciles de encontrar, siendo el ejemplo más desafortunado para señalar diferencias en la similitud o similitud en la diferencia. Por eso parece un despropósito. La primera, por clara, es que el kilovatio es el kilovatio. No hay kilovatios verdes o azules, o no hay kilovatios de menta o de fresa. Ni siquiera hay kilovatios de carne o de pescado. Hay kilovatios.

Y otra cosa es el origen de los mismos o la forma en que se producen. Seguramente, el Sr. Fabra no quiere distinguir el kilovatio por su color, por su sabor o sus propiedades (en primer lugar porque no es capaz: los ciudadanos no tienen cinco enchufes diferentes en su casa o aparatos que funcionen sólo con un tipo concreto de kilovatio). Todo el mundo sabe que el kilovatio es un bien indiferenciado, mientras el pescado sí que es un bien altamente diferenciado, existiendo muchas variedades, productos, demandas, ofertas y precios muy diferentes. Fíjense: hay pescado azul y pescado blanco. Hay boquerones, pescadilla, merluza, atún, jurel, caballa, bonito, fletán, rodaballo, rape…, y muchas más. Y en sus posibles orígenes (marítimo, flota, oceánico o de piscicultura) es también muy variado. Múltiples variedades que van del mar a su mesa, cuyo parecido con el consumo de kilovatios eléctricos idénticos, en que los bienes son, por el contrario, muy parecidos, es nulo.

En realidad, el señor Fabra lo que pretende es diferenciar el kilovatio por el «coste de producirlo» (con independencia de que en dicha formulación según las tecnologías de generación de cómo se elaboran los costes se adopten criterios que son contrarios a la normativa contable, fiscal y financiera española). La idea es que el coste de producirlo siempre está bien y lo que hay que hacer es retribuirlo, incluyendo sus lujos, con un porcentaje adecuado y decidido por autoridad administrativa, preferiblemente en primera persona.

Aquí viene el segundo punto de quiebra: realmente, el precio del pescado no tiene que ver con el sabor objetivamente determinado en una escala por una autoridad culinaria, ni con una valoración subjetiva de los gustos de los mismos o por la calidad del mismo según norma ISO. Tampoco con el coste que efectúa el mar, la madre naturaleza o la piscifactoría para producir cada pez o el proceso de captura y congelado de los pescados. Por tanto, el precio del pescado tiene que ver con la idea económica de escasez y de mercado, y de todos los submercados, es decir, con la diferencia entre oferta y demanda de cada pescado y de cada variedad. Imaginamos que el Sr. Fabra no introduce este supuesto en su metáfora, como es obvio y tal sofisticación intelectual ha escapado a la hora de elaborar el supuesto.

Y la teoría que subyace en el pensamiento de Fabra es la ya conocida: para cada tecnología se elabora su coste reconocido (con metodología «sui generis» eso sí) y se le aplica una rentabilidad fijada administrativa, frente a que las tecnologías que generan un bien indiferenciado y único compitan en el mercado y que la lógica del mismo y del beneficio proporcione un precio medio más eficiente para el conjunto de la sociedad. Una manera particular de entender el colectivismo es centrarse en la supuesta necesidad de que se ejerza una distribución de rentas por tecnologías, en lugar de intentar buscar el bien común, general y medio por tensiones competitivas. Pero hay que reconocer lo atractivo de la idea en una sociedad pseudoperonista, con escasos conocimientos de mercado, con una idea pervertida de la justicia, pero que resulta fácil de difundir y de explotar, de forma que regando esta planta se obtienen frutos. Simplemente, esta metáfora del pescado ha sido un ejemplo fallido.

Pero es más, Jorge Fabra con esta propuesta y cuestionamiento del mercado triunfa en el sector renovable, variante devengador de más primas, que necesita una cuadratura del círculo en la coyuntura actual de déficit y ajustes en el precio de la electricidad. Esa ha sido la gran innovación del ex consejero de la CNE para encontrar la forma de congraciarse con la generación renovable en su lucha contra dos tecnologías y contra el mercado, para seguir concediendo subvenciones a troche y moche, sin subir la tarifa: controlar la rentabilidad de las tecnologías baratas, para poder autorizar más potencia de tecnologías más caras con su retribución administrativa.

Así, se trata de encontrar una forma de compatibilizar el incremento de los costes regulados (que ya superan el 50% de lo que en realidad es el coste total del suministro eléctrico) con que las tarifas no suban, de forma que no haya crisis política por el enfado ciudadano. La propuesta de intervenir el mercado es un pleno. Ha encontrado el mecanismo perfecto para seguir esparciendo el dinero del coste del suministro por vía discrecional. Esa es su principal «aportación al debate» y al problema del déficit tarifario. Esa y el hecho de haber dado oficialidad en su paso por la CNE a un opúsculo que contiene esta teoría contra el modelo regulatorio vigente. Opúsculo que elaboró él, con el apoyo de otros consejeros y con una primera aquiescencia tácita y tibia, que nunca llego a ser firme, de forma que lo convirtió en un Informe ariete, que bendijo el Consejo anterior y del que todavía este regulador sicalíptico no se ha desdicho.

Vamos, un fresco.

Retroactividad razonable

«El presente sólo se forma del pasado, y lo que se encuentra en el efecto estaba ya en la causa». Henri Bergson (1859-1941)

La sentencia del Tribunal Supremo respecto a la retroactividad de las medidas que modificaban el esquema retributivo de las plantas fotovoltaicas (con limitación de horas primadas a cambio de ampliación del plazo sujeto a las mismas) es una noticia que puede calificarse de un jarro de agua fría con respecto a los intereses del sector fotovoltaico en vísperas de la próxima reforma del sistema eléctrico (que, por otra parte y con toda seguridad, estará incluso más finamente hilada desde el punto de vista jurídico). El Tribunal Supremo avala las tesis de la rentabilidad razonable y de la posibilidad de que existan determinados tipos de retroactividad «razonable». Veamos.

Hay que reconocer que el desarrollo del sector fotovoltaico en España se ha producido de una forma enormemente disfuncional, habiendo sido cebado por encima de lo previsto, por causas ajenas a los interesados, forma que se basa en actuaciones de la Administración fijando condiciones retributivas, de capacidad y procedimientos de gestión y administración descontrolados. Eran los tiempos de las burbujas y, durante ellas, la finura brilló por su ausencia y, por otro lado, la vista gorda también favoreció su inflado.

Enumeremos. Condiciones retributivas exageradas que, en lenguaje políticamente correcto, promovían el desarrollo de estas tecnologías, incluso en condiciones de descenso de la demanda de electricidad. Por una parte, un modelo de autorizaciones endiablado, en el que estaban presentes numerosos agentes diferentes y que, por otra parte, era enormemente lucrativo para los distintos participantes en la cadena de valor y de favores de los distintos Entes. Repotenciaciones en la sombra por distintas vías para exprimir las condiciones ventajosas, para hacer sacrosanta la prima como inamovible, algunas con enorme picaresca (generación de electricidad por motores de gasoil incluida).

Además, la forma en que se promocionaba y comercializaba este tipo de instalaciones de generación, junto a esta retribución rentista, acompañada de la dilución de su plusvalía en los rodales más cercanos de las Administraciones autonómicas y la necesidad de apalancamiento (posibilitado por la liquidez y la rentabilidad) han dejado un problema endiablado con enorme riesgo financiero, ya que no están presentes en España «empresas propiamente dichas» a efectos de negociación directa (si el Ejecutivo estuviera en disposición y con capacidad de hacerlo) y, por otro lado, en el sector están presentes grandes fondos internacionales con las pensiones de países como Alemania, Inglaterra o Estados Unidos. Por tanto, cualquier ajuste, aunque sea fino en la retribución o en la rentabilidad final (razonable o no), se encuentra con perjudicados (ahí está el arbitraje abierto actualmente en Ginebra) en el último eslabón de la cadena. Y, el volumen alcanzado del problema es de dimensiones importantes, como se han encargado de difundir en estos días las asociaciones sectoriales y los propios fondos de inversión afectados.

Legalmente, el concepto de «retroactividad» no es un concepto tan sencillo como parece o incluso, tal y como se difunde en las simplificaciones para los medios de comunicación. Es un concepto que proviene del derecho tributario y, en el que, además del límite de la rentabilidad razonable (interpretada por el Tribunal Supremo y, en este caso, diluida por los costes de autorización e incrementada por las repotenciaciones a retribuciones más altas) expertos jurídicos señalan la diferencia entre retroactividad propia e impropia. Si bien la retroactividad propia jurídicamente es inadmisible, la impropia es posible jurídicamente.

Así un ejemplo de retroactividad impropia (por ejemplo, la fijación de una tasa a una actividad que se estaba desarrollando) suele ser admisible en el derecho constitucional, dado que si no, los Gobiernos se quedarían atados para siempre de pies y manos hasta que el infinito se quede sin estrellas (otra cosa es la posibilidad de negociación o no previa a su aplicación). De ahí, que la modificación que planteaba el equipo anterior al frente del Ministerio de Industria en su momento consistía en la no afectación de primas devengadas en el pasado, pero sí relativas al cambio de condiciones a futuro. Retroactividad Sebastián, ahora considerada retroactividad razonable.

Si, además, el Ministerio de Industria, a la hora de fijar las condiciones retributivas sectoriales, manejaba informes internos de criterios de rentabilidad en torno al 7% ó el 8% para las tecnologías fotovoltaicas, con un número de horas determinado, el cambio tecnológico y las repotenciaciones (y el despistaje en su control y supervisión) derivaron en que ésta creciera por encima de esta cifra. Por ello, la prima bruta «a pelo», y a todas horas de producción, era el bastión a conservar, como algo inmutable en virtud de una visión particular del concepto de irretroactividad (¿qué es irretroactivo, la rentabilidad teórica o la prima fija?).

Y, claro, todo este escenario y su actual desenlace impacta en el debate sobre la propuesta de tasas a las renovables para resolver los problemas del déficit y de la insuficiencia tarifaria derivada del crecimiento de los costes regulados en la factura eléctrica. Dicha propuesta ha desatado, lógicamente, un enorme nerviosismo en el sector. Tasa que iría dirigida, en el fondo, a diferenciar los excesos retributivos detectados por tecnología, por retribución a la que se acogía y según momento de entrada en operación de cada instalación con respecto a la cuantificación de ese exceso. Por eso, con esta sentencia, cobra mayor verisimilitud su implantación.

Una conversación posible sobre el déficit tarifario

– Buenos días. Hay que acabar con el déficit tarifario, porque esto se nos descontrola cada día más, la diferencia entre la tarifa eléctrica y el coste del suministro cada vez es mayor y hay que financiarlo como si fuera deuda pública. Vamos ya por los 24.000 millones de euros y no hay respiro. Esto nos come.

– Sí, pero hay que ver quién lo paga, porque es un asunto político que se nos puede volver en contra y con la sensibilidad social que hay a las subidas de precios y con la crisis esto se pone feo para llevar a cabo esta operación. Además el kilowatio sigue nuestro último precio intervenido y nos van a echar la culpa, al Gobierno.

– Sí, y hasta el trimestre pasado la subasta del mercado nos salía bien y podíamos comernos la bajada del precio de la electricidad para pagar las primas y los costes regulados.

– El problema es que los sucesivos gobiernos no subieron la tarifa conforme a las decisiones que ejercían en energía y ahora nos toca a nosotros subir la luz, ¡qué calamidad! ¡Otra vez la herencia!

Lo mejor es crear impuestos a la generación.

– Sí, pero, ¿general o por tecnologías?

Mejor que sea general y así que se reparta para todas, que si no esto se convierte en una jaula de grillos. Nos van a acusar de cualquier cosa si lo aplicamos a una tecnología en concreto…

– Pues yo pienso que mejor selectivo y por tecnologías. Con las renovables se nos fue la mano con la retribución y con la autorización de potencia en fotovoltaica y termosolar y ahora habría que corregir eso. Además hay evoluciones tecnológicas que han abaratado la generación y el «títere» se puede abaratar. Lo mejor es un impuesto y que la instalación de renovable se ralentice hasta el final para cumplir el 20-20-20.

– Pero tú sabes que la mayoría de los titulares de los proyectos se ha gastado la plusvalía de la instalación en las autorizaciones y está todo el mundo «pringado». A algunos hasta les han engañado o les han dejado colgados. Además las instituciones financieras tienen proyectos financiados como si fueran rentas y no les va a hacer gracia que les metamos un recorte por vía tributaria. Se puede liar.

– Buen argumento, ahora con lo de la reforma financiera y la reconversión bancaria esto asusta mucho porque puede haber insolvencias en cadena. Los fotovoltaicos se pueden poner de pies en pared y entonces llamar a los bancos alemanes y americanos para que amenacen con lo gordo y asusten al Gobierno y así cogernos de pies y manos. Algo se ha movido ya.

– El riesgo existe y es real. Aunque eso quiere decir que también hay que pagar ese sobrecoste, sin remedio. Y, claro, ya sabes que venimos de autorizar potencia renovable a troche y moche, poner subvenciones y primas sin control, dejar a las Comunidades Autónomas que hagan su agosto particular con esto y ofrecer sus dádivas a sus redes clientelares.

– Además, las renovables, con burbuja y todo, son «so cool». Si hasta entraron Florentino y Abengoa…. Algo tendrán.

– ¿Y por qué no ponemos el impuesto a la nuclear y a la hidráulica, decimos que estas tecnologías tienen beneficios extraordinarios porque están amortizadas y podemos seguir así con la retribución de la distribución por tecnologías y dando subvenciones, que es lo nuestro, el modelo español de intervencionismo genuino? De paso, nos cargamos el precio medio de mercado e intervenimos el sector.

Los retroprogresivos nos hacen el trabajo sucio, con Narbona y Fabra, que se saben lo de Fukushima como el Padre Nuestro y que ya han convencido a todos de eso de los windfall profits, aprovechando que no hay cultura económica, de mercado y nos da igual cargarnos el sector empresarial y la seguridad jurídica. Luego de rondón, meten la hidráulica en el impuesto y de ahí sacamos la pasta.

– Eso, eso. Nosotros asentimos con que la nuclear y la hidráulica tienen beneficios caídos del cielo y más si nos olvidamos de la contabilidad financiera y del Plan General Contable. ¡Al cuerno las amortizaciones y la inversión en mantenimiento y seguridad! Como además nos acusan de pronucleares, nos vamos al otro lado y les ganamos la partida.

– A ver si nos cargamos el modelo, el mercado y todo se va al garete. El precio de mercado de la electricidad es el más bajo de Europa. La crisis golpea y hay un exceso de capacidad, los ciclos combinados están en mínimos. Además, lo que ha crecido ya son los costes regulados, más del 50% de la tarifa son costes regulados, además de componentes que deberían estar fuera de la factura, como los costes extrapeninsulares, la financiación del déficit, etc…

– Pero si se van fuera de la tarifa tendrían que ir a los Presupuestos y no caben. ¡De ninguna manera!

Habría que sentarse con todas las empresas, sectores y poner una solución eficiente encima de la mesa y negociar a fondo…

– Ni hablar. Y, además de que se nos ha ido el tiempo, hay prisa, eso lo alarga y, para más inri,… no tenemos quien lo haga.

Lo mejor es cuestionar el mercado y decir que hay tecnologías que se lucran y que la sombra de la duda se proyecte sobre las grandes empresas, que una teoría conspiratoria siempre funciona bien si hay que hacer un «trabajito fino». Les echamos la cuenta de los presuntos rendimientos y nos ponemos a ello. Nos ayudará el PSOE.

– Pero el mercado casa precios entre 45 y 60 euros el MWh y las primas a tecnologías como la termosolar y la fotovoltaica llegan a los 270 euros por MWh. ¿Quién se va a creer con esta diferencia esta teoría, o es tomar el todo por la parte? En el mix de generación hay una bomba.

– ¿Y eso quién lo sabe? Además en esto podemos apelar a la seguridad jurídica y la estabilidad regulatoria y el que venga detrás ya se encontrará el desaguisado.

– Sí, porque la seguridad jurídica y la estabilidad regulatoria las dejamos para las primas, todo lo demás es expropiable.

– Pareces Fabra, ¡qué pico tienes!

(Continuará)