Choque de trenes entre Industria y Hacienda a cuenta de la reforma energética

Mientras Montoro se irrogó la capacidad de fijar impuestos y crear figuras fiscales, cualquiera que sea el objeto tributario y el tipo de gravamen, Soria señaló que la energía le compete a su departamento y, en concreto, a la cartera que dirige. La respuesta de Montoro consistió, por tanto, en echar combustible con su réplica a Soria.

El ministro de Hacienda hizo una defensa excesivamente esquemática de la retribución actual de las renovables en la línea demagógico-justicialista, mientras que Soria planteó revisar esa retribución cuyo coste por unidad de producción no es precisamente proporcional o lineal, apoyado por la reciente sentencia del Tribunal Supremo que acuña el concepto de rentabilidad razonable.

Además, Montoro defendió tasas discriminatorias a la hidráulica y nuclear que obtienen al precio resultante del mercado mayorista, porque dichas tecnologías están supuestamente amortizadas, aunque se olvidó estudiar la contabilidad financiera que soporta esta aseveración tan frecuente, aunque inexacta. Dicha intoxicación alcanza a la Comisión Europea que, sin tampoco mucho escrutinio, la incorpora en un informe que se airea por mor de su oportunidad.

Así, el ministro de Hacienda recogió perfecta y completamente el argumento de gravar especialmente estas dos tecnologías, aunque su gravamen conlleve posibles efectos sobre la seguridad de suministro eléctrico al peligrar su viabilidad, abriendo hueco para las tecnologías más onerosas. Y, todo ello, sucede por el hecho de asumir los criterios retroprogresivos que han sido defendidos indisimuladamente por el mundo termosolar: propuesta de Hacienda de fijar un impuesto a tecnologías de mercado para subsidiar las primas de las tecnologías mejor retribuidas por unidad de producción y nada de recorte. Que continúe la fiesta del crecimiento de los costes regulados (los que se fijan políticamente) de otra forma, aunque sea a costa de desequilibrar el funcionamiento general del sector eléctrico (¿será por eso por lo que Soria señaló que este asunto es de su responsabilidad?). Montoro, confiado y suficiente, además tiene la segunda llave, la de que estas partidas se atenderían a través de los presupuestos tras la reforma fiscal energética. Por tanto juega, en teoría, con dos instrumentos y una ventaja.

Sorprendente encontronazo que pone en evidencia las tensiones internas del Ejecutivo, y la propia debilidad política de Cristóbal Montoro, señalado con el dedo por sus relaciones con el mundo de los negocios y, más concretamente, a través de Ricardo Martínez Rico, hermano de su jefe de Gabinete actual y ex socio del despacho del que fuera titular el ministro, Equipo Económico (Montoro y Asociados), firma que se gestó como despacho de relaciones públicas y lobby. En la actualidad, Martinez Rico mantiene una suculenta retribución por asistir al Consejo de Administración de Abengoa, una firma con intereses especialmente relevantes en la tecnología termosolar y a la que no se le ha resistido ningún Plan de Energías Renovables.

Ante estas circunstancias, el ministro de Hacienda niega lacónicamente el conflicto de intereses existente de facto, mediante el argumento leguyelo de que los ministerios sectoriales son los que tienen los intereses y el ministro de Hacienda quien los grava. Por eso, su departamento reclama reservarse qué impuestos fijar y cómo a la generación, aunque su visión de la neutralidad fiscal (en aplicación de la teoría de la hacienda pública) con la propuesta de las tasas diferenciales a las energías que concurren a mercado se desmorona. El ministro, en todo caso, ya sabe que decir no a si hay conflicto de intereses es un sí de facto.

Soria juega fuerte

Por todo ello, el de ayer fue un directo encontronazo, sin ambages, a través de las declaraciones en los medios de comunicación entre los titulares de las dos carteras. La intervención de José Manuel Soria fue mucho más explícita que de costumbre, por más que el carácter desabrido de Cristóbal Montoro y su uso indiscriminado de argumentaciones demagógicas y de simplificación política procedentes del colectivo retroprogresivo, apelando a la «igualdad» entre tecnologías (¿?) ya se haya vuelto en su contra, hasta quemarse en el incendio.

Conclusiones para lo próximo, para lo venidero y para lo que concierne a esta reforma: el Gobierno tiene en su seno un fuerte conflicto de intereses en la reforma del sector energético de cara a la fijación de nuevas figuras impositivas que tarde o temprano iba a transparentarse. La reforma debe hacerse casi de forma inminente, y la fecha tope es la revisión tarifaria del cuarto trimestre. La reforma que finalmente resulte debe comprender el funcionamiento del sector energético y eléctrico para garantizar un suministro económica y medioambientalmente eficiente y garantizado, sin intoxicarse de otras valoraciones, es decir, garantizar el mercado y un modelo. Es una cuestión que compete al Gobierno, a Industria, a Economía y a Hacienda, en este orden. Montoro debería inhibirse en el debate de esta cuestión por motivos morales y cuasi legales.

Como medio país este verano, el Ejecutivo está en llamas. Hemos llegado a la temperatura a la que arden los gobiernos. Es necesario sofocar el incendio con racionalidad.

Aquí y ahora

El discurso del presidente Rajoy, no dista mucho de sus intervenciones anteriores, sólo que su repetición y esquematicidad, presenta rasgos inequívocos de fatiga de materiales. Su argumentación simple, consistente en hacer una constante alusión al «deber» y a la defensa de su acción política como la «única posible», está orientada a promover planteamientos muy esféricos y cerrados, paternales, sin resquicios, que no permiten un espacio, ni siquiera para la matización.

Son discursos a la par que defensivos, jansenitas, casi calvinistas. Todo ello, en clara alusión a los recortes y gestión de los asuntos relativos a la economía española como el proceso de reordenación del sector financiero, de las cajas de ahorro, o la posibilidad y modalidades de los rescates que formulan desde las autoridades económicas y la Unión Europea.

En esa intervención, dentro de la sucesión de medidas esgrimidas por Rajoy, el presidente no incluyó el problema del déficit tarifario, que tantos ríos de tinta ha generado en los últimos meses a cuenta de las polémicas por las medidas orientadas a su absorción y contención. Y, por tanto, tampoco aludió a las controversias en torno a la forma de resolución conocidas del mismo, que han abocado a que la decisión acabe en su escritorio tras un nada indisimulado conflicto entre Industria, por un lado y la Oficina Económica del Presidente y el Ministerio de Hacienda, por otro.

Lo que parece claro es que seguramente no hay un único enfoque posible, pese a esa retórica unificadora del Presidente. Y, siempre cuando hay variedad o diversidad de enfoques, es posible que el resultado de los mismos sea hacerlo bien o hacerlo mal, o que produzca unas consecuencias u otras, o si en la formulación de la misma se cuenta con una visión global o no de sus efectos en la economía española, en la credibilidad de sus instituciones y mercados, de los sectores energéticos, de visión del suministro eléctrico y de los agentes económicos, en este caso, de las empresas y sus accionistas, así como de los mecanismos de financiación.

Además, por otra parte, han pasado ya varias revisiones tarifarias en el año y el problema del déficit tarifario como descompensación entre los costes del suministro eléctrico, de los precios y la tarifa, ha quedado virgen, es decir, sigue sin abordarse con medidas que atajen su crecimiento y que garanticen su absorción. De hecho, sigue la preocupación por la forma en que van aumentando su montante por diferentes vías que inciden en el crecimiento de los costes regulados incluidos en las tarifas de acceso, principalmente por la vía de entrada en funcionamiento de instalaciones con primas autorizadas. Déficit que además cada vez resulta más dificultoso de financiar.

El hecho, es que la reforma de la fiscalidad energética para abordar el déficit tarifario sigue estando de candente actualidad todo el mes de agosto, como se puede comprobar en los medios de comunicación. Y, sobre todo, a la luz de que el Ejecutivo ha dejado, continuando con la metáfora quirúrgica que empleábamos hace unos días, el paciente abierto en canal en el quirófano. El problema del déficit tarifario sigue, por tanto, en la mesa de operaciones, con el bisturí en manos de los galenos, los cirujanos alrededor y con posiciones encontradas de cómo abordar la intervención y qué órganos hay que extirpar, calibrando el estropicio final.

El Ejecutivo, por tanto, se ha ido estos quince-veinte días de vacaciones, sin resolver el problema del déficit tarifario, y a la vez, sin dar a conocer formalmente la hoja de ruta medianamente razonable y creíble. Se ha ido transparentando las fisuras muy importantes en el seno del Ejecutivo a cuenta de la primera fórmula conocida mediante el procedimiento de la filtración: impuesto a la generación en régimen general, impuestos especiales diferenciados a tecnologías hidráulica y nuclear, céntimo verde y reajuste de los componentes de las tarifas de acceso sin concretar. A la par, también se han evidenciado relaciones peligrosas pasadas y presentes, que contaminan fuertemente la solución propuesta inicialmente por el Ministerio de Hacienda y la Oficina Económica del Presidente (que curiosamente, ahora, en un ejercicio de prestidigitación, dicha solución es presentada en los medios de comunicación como procedente ¡del Ministerio de Industria!, desentendiéndose sus padrastros, dado que sus padres intelectuales son retroprogresivos).

Dicha solución, sometida a fuerte escrutinio y cuestionada por su enfoque ideológico y sus muy deficientes bases económico financieras de partida, suponía arrasar el mercado de generación y colocar al régimen general en pérdidas directas, con el fin de efectuar trasferencias de ingresos entre tecnologías por la vía intermedia de los instrumentos fiscales propuestos y con afectación a la seguridad de suministro, dado que habría instalaciones inviables.

Parece que las fuertes distorsiones y consecuencias de este modelo, conocidas, públicas y publicadas, ha dejado el paso a otra alternativa con impuesto homogéneo a la generación, revisión de la retribución renovable en orden a la búsqueda de rentabilidades razonables, céntimo verde, subastas de derechos de emisión, alargamiento del período de absorción del déficit, salida de los componentes indebidos del coste del suministro (es decir asunción en los Presupuestos Generales del Estado) y reajuste de los componentes de la tarifa con descenso de las tarifas de acceso.

Como expresa Jordi Dolader en el especial de energía del diario El Economista, las soluciones al problema del déficit tarifario son más globales, tienen que ver con el cumplimiento y garantía de unos principios que nunca deberían haberse abandonado (Elegibilidad, Aditividad, Suficiencia, Gradualidad, Reciprocidad, Separación de Actividades,….), que a su vez se ven enmarcados en la actual coyuntura, de demanda, consumo y capacidad de generación, modelo de tarifas y costes del suministro. Esta formulación, completamente razonable, en realidad, influye en muchos más elementos como la planificación energética, el funcionamiento del mercado o la conformación y credibilidad de los órganos reguladores independientes.

Dolader, en definitiva, reclama una política energética creíble y definida. Reclama modelo, mercado e instituciones independientes, para contar con un enfoque conjunto, económica y medioambientalmente sostenible para la actividad de suministro de energía eléctrica, además de resolver el problema acumulado, grave, gravísimo y genuino de nuestro país del déficit tarifario y los incentivos políticos a su engrosamiento. Por eso, aquí y ahora, es urgente e importante, abordar de una forma global el problema del déficit tarifario y la regulación por remiendos dirigida a generar jugosos subsidios y escabullirlos en las tarifas hasta que no se ha reventado y hecho imposible seguir con este comportamiento. Por eso Rajoy necesita otro discurso menos vertical y único.

Aquí y ahora

El discurso del presidente Rajoy, no dista mucho de sus intervenciones anteriores, sólo que su repetición y esquematicidad, presenta rasgos inequívocos de fatiga de materiales. Su argumentación simple, consistente en hacer una constante alusión al «deber» y a la defensa de su acción política como la «única posible», está orientada a promover planteamientos muy esféricos y cerrados, paternales, sin resquicios, que no permiten un espacio, ni siquiera para la matización.

Son discursos a la par que defensivos, jansenitas, casi calvinistas. Todo ello, en clara alusión a los recortes y gestión de los asuntos relativos a la economía española como el proceso de reordenación del sector financiero, de las cajas de ahorro, o la posibilidad y modalidades de los rescates que formulan desde las autoridades económicas y la Unión Europea.

En esa intervención, dentro de la sucesión de medidas esgrimidas por Rajoy, el presidente no incluyó el problema del déficit tarifario, que tantos ríos de tinta ha generado en los últimos meses a cuenta de las polémicas por las medidas orientadas a su absorción y contención. Y, por tanto, tampoco aludió a las controversias en torno a la forma de resolución conocidas del mismo, que han abocado a que la decisión acabe en su escritorio tras un nada indisimulado conflicto entre Industria, por un lado y la Oficina Económica del Presidente y el Ministerio de Hacienda, por otro.

Lo que parece claro es que seguramente no hay un único enfoque posible, pese a esa retórica unificadora del Presidente. Y, siempre cuando hay variedad o diversidad de enfoques, es posible que el resultado de los mismos sea hacerlo bien o hacerlo mal, o que produzca unas consecuencias u otras, o si en la formulación de la misma se cuenta con una visión global o no de sus efectos en la economía española, en la credibilidad de sus instituciones y mercados, de los sectores energéticos, de visión del suministro eléctrico y de los agentes económicos, en este caso, de las empresas y sus accionistas, así como de los mecanismos de financiación.

Además, por otra parte, han pasado ya varias revisiones tarifarias en el año y el problema del déficit tarifario como descompensación entre los costes del suministro eléctrico, de los precios y la tarifa, ha quedado virgen, es decir, sigue sin abordarse con medidas que atajen su crecimiento y que garanticen su absorción. De hecho, sigue la preocupación por la forma en que van aumentando su montante por diferentes vías que inciden en el crecimiento de los costes regulados incluidos en las tarifas de acceso, principalmente por la vía de entrada en funcionamiento de instalaciones con primas autorizadas. Déficit que además cada vez resulta más dificultoso de financiar.

El hecho, es que la reforma de la fiscalidad energética para abordar el déficit tarifario sigue estando de candente actualidad todo el mes de agosto, como se puede comprobar en los medios de comunicación. Y, sobre todo, a la luz de que el Ejecutivo ha dejado, continuando con la metáfora quirúrgica que empleábamos hace unos días, el paciente abierto en canal en el quirófano. El problema del déficit tarifario sigue, por tanto, en la mesa de operaciones, con el bisturí en manos de los galenos, los cirujanos alrededor y con posiciones encontradas de cómo abordar la intervención y qué órganos hay que extirpar, calibrando el estropicio final.

El Ejecutivo, por tanto, se ha ido estos quince-veinte días de vacaciones, sin resolver el problema del déficit tarifario, y a la vez, sin dar a conocer formalmente la hoja de ruta medianamente razonable y creíble. Se ha ido transparentando las fisuras muy importantes en el seno del Ejecutivo a cuenta de la primera fórmula conocida mediante el procedimiento de la filtración: impuesto a la generación en régimen general, impuestos especiales diferenciados a tecnologías hidráulica y nuclear, céntimo verde y reajuste de los componentes de las tarifas de acceso sin concretar. A la par, también se han evidenciado relaciones peligrosas pasadas y presentes, que contaminan fuertemente la solución propuesta inicialmente por el Ministerio de Hacienda y la Oficina Económica del Presidente (que curiosamente, ahora, en un ejercicio de prestidigitación, dicha solución es presentada en los medios de comunicación como procedente ¡del Ministerio de Industria!, desentendiéndose sus padrastros, dado que sus padres intelectuales son retroprogresivos).

Dicha solución, sometida a fuerte escrutinio y cuestionada por su enfoque ideológico y sus muy deficientes bases económico financieras de partida, suponía arrasar el mercado de generación y colocar al régimen general en pérdidas directas, con el fin de efectuar trasferencias de ingresos entre tecnologías por la vía intermedia de los instrumentos fiscales propuestos y con afectación a la seguridad de suministro, dado que habría instalaciones inviables.

Parece que las fuertes distorsiones y consecuencias de este modelo, conocidas, públicas y publicadas, ha dejado el paso a otra alternativa con impuesto homogéneo a la generación, revisión de la retribución renovable en orden a la búsqueda de rentabilidades razonables, céntimo verde, subastas de derechos de emisión, alargamiento del período de absorción del déficit, salida de los componentes indebidos del coste del suministro (es decir asunción en los Presupuestos Generales del Estado) y reajuste de los componentes de la tarifa con descenso de las tarifas de acceso.

Como expresa Jordi Dolader en el especial de energía del diario El Economista, las soluciones al problema del déficit tarifario son más globales, tienen que ver con el cumplimiento y garantía de unos principios que nunca deberían haberse abandonado (Elegibilidad, Aditividad, Suficiencia, Gradualidad, Reciprocidad, Separación de Actividades,….), que a su vez se ven enmarcados en la actual coyuntura, de demanda, consumo y capacidad de generación, modelo de tarifas y costes del suministro. Esta formulación, completamente razonable, en realidad, influye en muchos más elementos como la planificación energética, el funcionamiento del mercado o la conformación y credibilidad de los órganos reguladores independientes.

Dolader, en definitiva, reclama una política energética creíble y definida. Reclama modelo, mercado e instituciones independientes, para contar con un enfoque conjunto, económica y medioambientalmente sostenible para la actividad de suministro de energía eléctrica, además de resolver el problema acumulado, grave, gravísimo y genuino de nuestro país del déficit tarifario y los incentivos políticos a su engrosamiento. Por eso, aquí y ahora, es urgente e importante, abordar de una forma global el problema del déficit tarifario y la regulación por remiendos dirigida a generar jugosos subsidios y escabullirlos en las tarifas hasta que no se ha reventado y hecho imposible seguir con este comportamiento. Por eso Rajoy necesita otro discurso menos vertical y único.

Homogeneidad y mayor racionalidad

A estos efectos, en primer lugar hay que revisar las tarifas de acceso, y consecuentemente, el sistema de precios y tarifas eléctricas, de forma que se actúe de forma contundente a la hora de absorber el montante déficit tarifario y, a la vez, frenar su crecimiento, hasta ahora sin control debido, fundamentalmente, al galopante incremento de los costes regulados en estos últimos años.

En todo caso, parece que todo este tiempo de prolongación en la solución ha servido para que se adquiera mayor conciencia del papel de este crecimiento de los costes regulados y de los mecanismos que han ido cebando su crecimiento. En realidad, el conocimiento explicito y público de estos mecanismos incrementalistas ha servido de freno para los planes iniciales promovidos por la Oficina Económica del Presidente y por el Ministerio de Hacienda, que han visto como en los últimos días se han evidenciado todas las costuras de la misma, sus bases de partida y sus pretensiones. Además, la mayor difusión del problema del déficit tarifario, su origen y sus características y que se haya puesto blanco sobre negro las consecuencias de la reforma ideada inicialmente han transparentado los efectos en términos de ruptura de mercado, pérdida de eficiencia y afectación de la garantía de suministro, al poner en la picota el régimen general.

A la par, todo eso, y que el Ministerio de Industria haya empezado a mover ficha conforme se iba debilitando el propio Montoro (y asociados) y, que ya, el propio Mariano Rajoy sea conocedor por distintas vías del riesgo de la eventual trapisonda que se estaba preparando, han complicado mucho los planes iniciales.

Por otra parte, las últimas declaraciones de José Manuel Soria, apuntando a que «no hay ninguna tecnología que estará fuera del ajuste» y por otra parte, la atención desde la Unión Europea a esta reforma respecto a la necesidad de «homogeneizar» el esfuerzo por parte de los distintos sectores de generación eléctrica, apuntan a la búsqueda de los mecanismos menos discriminatorios posibles y, que a la vez, cuenten con capacidad recaudatoria efectiva. En todo caso, hay que estar atentos al mayor nivel de exigencia que Industria está ejerciendo sobre Hacienda y Economía de cara a la reforma y como se formule definitivamente.

En ese sentido, y con todos estos criterios y admoniciones, cada vez es menos justificable la existencia de los famosos impuestos o tasas de inspiración retroprogresiva a las tecnologías nuclear e hidráulica, sin justificación de un objeto tributario concreto, económico o ambiental, salvo postulados ideológicos más o menos velados o intereses redistributivos entre tecnologías. Por eso, la propuesta que va cobrando mayor entidad es la fijación de una tasa homogénea a la generación de electricidad aplicada a los ingresos totales percibidos, sin distinción de tecnologías, que además no genere distorsiones en el mercado mayorista. Es quizá, con toda probabilidad, la solución más limpia.

Por otra parte, esa homogeneidad no se queda ahí. Es preciso que todos los que participan en el suministro eléctrico, financien el déficit tarifario mientras que éste se esté produciendo, (en el hipotético caso de que se prolongue su pervivencia eso sí, siempre de forma transitoria, acotada y creíble). Algo que además, contribuiría a que los distintos sectores energéticos participasen de una manera equivalente, equilibrada y constructiva a no acrecentar el problema y absorberlo. Hasta ahora, solo se financia a través de los balances de las empresas de generación en régimen general. Ni los perceptores de primas, ni el transporte, ni la distribución, hasta el momento, participaban en este proceso de financiación, hasta su totalización o compensación.

Quizá estos apuntes puedan servir para concretar esta idea de homogeneidad en las alternativas y soluciones que se están barajando para resolver el problema del déficit tarifario. Y, también, para comprender que era necesaria una solución de equilibrio real con visión global del sector, del suministro y del mercado, sin distorsiones y con criterios económicos y de eficiencia.

Homogeneidad y mayor racionalidad

A estos efectos, en primer lugar hay que revisar las tarifas de acceso, y consecuentemente, el sistema de precios y tarifas eléctricas, de forma que se actúe de forma contundente a la hora de absorber el montante déficit tarifario y, a la vez, frenar su crecimiento, hasta ahora sin control debido, fundamentalmente, al galopante incremento de los costes regulados en estos últimos años.

En todo caso, parece que todo este tiempo de prolongación en la solución ha servido para que se adquiera mayor conciencia del papel de este crecimiento de los costes regulados y de los mecanismos que han ido cebando su crecimiento. En realidad, el conocimiento explicito y público de estos mecanismos incrementalistas ha servido de freno para los planes iniciales promovidos por la Oficina Económica del Presidente y por el Ministerio de Hacienda, que han visto como en los últimos días se han evidenciado todas las costuras de la misma, sus bases de partida y sus pretensiones. Además, la mayor difusión del problema del déficit tarifario, su origen y sus características y que se haya puesto blanco sobre negro las consecuencias de la reforma ideada inicialmente han transparentado los efectos en términos de ruptura de mercado, pérdida de eficiencia y afectación de la garantía de suministro, al poner en la picota el régimen general.

A la par, todo eso, y que el Ministerio de Industria haya empezado a mover ficha conforme se iba debilitando el propio Montoro (y asociados) y, que ya, el propio Mariano Rajoy sea conocedor por distintas vías del riesgo de la eventual trapisonda que se estaba preparando, han complicado mucho los planes iniciales.

Por otra parte, las últimas declaraciones de José Manuel Soria, apuntando a que «no hay ninguna tecnología que estará fuera del ajuste» y por otra parte, la atención desde la Unión Europea a esta reforma respecto a la necesidad de «homogeneizar» el esfuerzo por parte de los distintos sectores de generación eléctrica, apuntan a la búsqueda de los mecanismos menos discriminatorios posibles y, que a la vez, cuenten con capacidad recaudatoria efectiva. En todo caso, hay que estar atentos al mayor nivel de exigencia que Industria está ejerciendo sobre Hacienda y Economía de cara a la reforma y como se formule definitivamente.

En ese sentido, y con todos estos criterios y admoniciones, cada vez es menos justificable la existencia de los famosos impuestos o tasas de inspiración retroprogresiva a las tecnologías nuclear e hidráulica, sin justificación de un objeto tributario concreto, económico o ambiental, salvo postulados ideológicos más o menos velados o intereses redistributivos entre tecnologías. Por eso, la propuesta que va cobrando mayor entidad es la fijación de una tasa homogénea a la generación de electricidad aplicada a los ingresos totales percibidos, sin distinción de tecnologías, que además no genere distorsiones en el mercado mayorista. Es quizá, con toda probabilidad, la solución más limpia.

Por otra parte, esa homogeneidad no se queda ahí. Es preciso que todos los que participan en el suministro eléctrico, financien el déficit tarifario mientras que éste se esté produciendo, (en el hipotético caso de que se prolongue su pervivencia eso sí, siempre de forma transitoria, acotada y creíble). Algo que además, contribuiría a que los distintos sectores energéticos participasen de una manera equivalente, equilibrada y constructiva a no acrecentar el problema y absorberlo. Hasta ahora, solo se financia a través de los balances de las empresas de generación en régimen general. Ni los perceptores de primas, ni el transporte, ni la distribución, hasta el momento, participaban en este proceso de financiación, hasta su totalización o compensación.

Quizá estos apuntes puedan servir para concretar esta idea de homogeneidad en las alternativas y soluciones que se están barajando para resolver el problema del déficit tarifario. Y, también, para comprender que era necesaria una solución de equilibrio real con visión global del sector, del suministro y del mercado, sin distorsiones y con criterios económicos y de eficiencia.

Por una reforma energética limpia y que garantice el mercado y la competitividad del sector

Además de conseguir establecer un calendario y un mecanismo creíble para absorber y eliminar el problema del déficit tarifario, esta reforma de carácter fiscal en el sector eléctrico debe responder a un modelo. Quiere decirse que más allá de la aplicación de las nuevas figuras fiscales, comprender los efectos que producen los impuestos en los mercados y en la economía, requiere de más técnica que la mera estimación de lo que sería la aplicación de un tipo impositivo a una base imponible, derivado de un objeto tributario determinado (llámese generación de energía o llámese emisiones de carbono).

Es razonable pensar en una reforma que garantice el funcionamiento del mercado eléctrico y del proceso de liberalización seguido desde finales de los noventa. En primer lugar porque es un proceso que ha derivado en un mercado mayorista en España muy competitivo, que cuenta con los precios más bajos de toda Europa, una fuerte tensión entre tecnologías y que ha sido el eje del modelo inversión-financiación, incluyendo márgenes importantes de capacidad y de garantía de suministro de electricidad efectuado por los agentes privados. En segundo lugar, porque este proceso de liberalización también se deriva de las Directivas Europeas en materia de energía, siendo un proceso que contribuye a fomentar una economía más competitiva y eficiente.

Por tanto, cualquier tentación de romper ese mercado vía impositiva (utilización de tasas, tributos o impuestos discriminatorios por tecnologías) significa la ruptura de ese mercado, que es la pieza más importante que se quieren cobrar los retroprogresivos, es decir, todos los partidarios de involucionar la liberalización y los contrarios a contar con un sector competitivo en una economía eficiente y de mercado.

Un colectivo, por otra parte, muy poco preocupado por este concepto clave y vital para la economía española, la competitividad, y que centra su foco de atención en la transferencia de rentas entre tecnologías de generación (¿qué es eso y por qué?) partiendo, además, de simulaciones y supuestos falseados de la contabilidad (porque, entre otras cosas, no creen en ella) para acabar implantando retribuciones discrecionales a las tecnologías a su juicio «friendly».

La consecuencia de este modelo sugerido por este colectivo es la vuelta al pasado, al amiguismo, las astillas internas en la relación sector privado-público, frente a los comportamientos empresariales, la instrumentalización de las empresas en función de las decisiones administrativas, el recurso sistemático a la percepción de subsidios, subvenciones y transferencias, el desarrollo espasmódico de la generación conforme a los intereses políticos y la generación de una nueva clase de rentistas sin asunción de riesgos, ya clásica en la economía española. En esas coordenadas es en las que se mueve la primera propuesta difundida y elaborada la Oficina Económica del Presidente-Ministerio de Hacienda, Nadal-Montoro, para absorber el déficit tarifario, con el telón de fondo de los intereses termosolares y su formidable campaña de relaciones institucionales que no ha encontrado obstáculos.

Además, porque sería confundir el rábano con las hojas, incluso con las témporas. La evolución de los costes regulados, en realidad, ha sido la verdadera espoleta del déficit tarifario vía decisiones administrativas y políticas no controladas y que no eran coherentes con la política de precios de la electricidad. Si no se comprende eso, y se ataca al funcionamiento del mercado mayorista para erosionarlo, se pueden hacer verdaderas barbaridades y se puede estropear más que arreglar el problema del déficit tarifario con costes incalculables en términos económicos, de inversión y de seguridad de suministro.

Incluso, porque bajo la forma de una falaz forma de «progresividad energética» (el ministro Montoro debería dejar la progresividad para los impuestos directos evitando los esoterismos) se produce en la palabras de los mejores hacendistas, una parábola del hijo pródigo, que castiga proporcionalmente más a los que más cerca están del mercado y de precios eficientes en términos de paridad con el mismo. No parece, por tanto, que este modelo, con distorsiones y efectos tan graves, deba ser el que condicione y dirija esta reforma del sector eléctrico.

Por tanto, para abordar el problema del déficit tarifario, siendo conscientes de la necesidad de la aportación de las distintas tecnologías de generación, es más razonable optar por mecanismos generales, homogéneos e indiscriminados de contribución en lo que sería una propuesta de impuesto a la generación a partir de los ingresos producidos por la generación cualquiera que sea su tecnología de origen. Otros mecanismos complementarios, como la revisión de los modelos retributivos sobre rentabilidades razonables, o el céntimo verde («carbón tax»), el alargamiento creíble del período de extinción del déficit, entre otras medidas, podrían formar parte de este paquete, evitando en todo caso un modelo de fiscalidad no neutral y, a la vez, con capacidad recaudatoria.

Lo que sí es importante es que el Ministerio de Hacienda hile más fino en sus propuestas fiscales. No es de recibo la proposición de determinadas medidas que distorsionan de esta forma el mercado, que acaban con la seguridad jurídica y que generan efectos impositivos no neutrales e indeseados. Además, sus propuestas se basan en números groseros que ni siquiera cuentan con el mínimo contraste de las cuentas auditadas. Estas propuestas, así formuladas, desacreditan en este departamento, por mucho o por el hecho de que se vean abducidos por los papeles, los posicionamientos ideológicos, intervencionistas y peronistas demagógicos que tanto predicamento tienen en nuestra sociedad, y que al final, sólo tienen como respaldo dibujos simplificados en servilletas. Por eso, también el Ministerio de Industria debe ser parte activa y líder del proceso, con celeridad, determinación, conocimiento y modelo. Tiempo que pasa es tiempo en el que sigue corriendo la caja registradora del déficit y el sistema de generación de rentas sigue corriendo en contra de toda la economía.

Esta propuesta de reforma, por tanto, debe generar credibilidad en nuestra economía, en nuestros sectores económicos, en nuestras instituciones a la hora de resolver problemas que nosotros solos hemos creado, sin distorsionar el mercado mayorista y sin generar nuevos problemas futuros, seguramente más graves, si se erosiona la competitividad en el sector eléctrico y éste se concibe como un instrumento cuyos objetivos se supeditan a otros fines diferentes que conseguir un suministro en régimen de mercado, eficiente, económica y medioambientalmente sostenible.

Por una reforma energética limpia y que garantice el mercado y la competitividad del sector

Además de conseguir establecer un calendario y un mecanismo creíble para absorber y eliminar el problema del déficit tarifario, esta reforma de carácter fiscal en el sector eléctrico debe responder a un modelo. Quiere decirse que más allá de la aplicación de las nuevas figuras fiscales, comprender los efectos que producen los impuestos en los mercados y en la economía, requiere de más técnica que la mera estimación de lo que sería la aplicación de un tipo impositivo a una base imponible, derivado de un objeto tributario determinado (llámese generación de energía o llámese emisiones de carbono).

Es razonable pensar en una reforma que garantice el funcionamiento del mercado eléctrico y del proceso de liberalización seguido desde finales de los noventa. En primer lugar porque es un proceso que ha derivado en un mercado mayorista en España muy competitivo, que cuenta con los precios más bajos de toda Europa, una fuerte tensión entre tecnologías y que ha sido el eje del modelo inversión-financiación, incluyendo márgenes importantes de capacidad y de garantía de suministro de electricidad efectuado por los agentes privados. En segundo lugar, porque este proceso de liberalización también se deriva de las Directivas Europeas en materia de energía, siendo un proceso que contribuye a fomentar una economía más competitiva y eficiente.

Por tanto, cualquier tentación de romper ese mercado vía impositiva (utilización de tasas, tributos o impuestos discriminatorios por tecnologías) significa la ruptura de ese mercado, que es la pieza más importante que se quieren cobrar los retroprogresivos, es decir, todos los partidarios de involucionar la liberalización y los contrarios a contar con un sector competitivo en una economía eficiente y de mercado.

Un colectivo, por otra parte, muy poco preocupado por este concepto clave y vital para la economía española, la competitividad, y que centra su foco de atención en la transferencia de rentas entre tecnologías de generación (¿qué es eso y por qué?) partiendo, además, de simulaciones y supuestos falseados de la contabilidad (porque, entre otras cosas, no creen en ella) para acabar implantando retribuciones discrecionales a las tecnologías a su juicio «friendly».

La consecuencia de este modelo sugerido por este colectivo es la vuelta al pasado, al amiguismo, las astillas internas en la relación sector privado-público, frente a los comportamientos empresariales, la instrumentalización de las empresas en función de las decisiones administrativas, el recurso sistemático a la percepción de subsidios, subvenciones y transferencias, el desarrollo espasmódico de la generación conforme a los intereses políticos y la generación de una nueva clase de rentistas sin asunción de riesgos, ya clásica en la economía española. En esas coordenadas es en las que se mueve la primera propuesta difundida y elaborada la Oficina Económica del Presidente-Ministerio de Hacienda, Nadal-Montoro, para absorber el déficit tarifario, con el telón de fondo de los intereses termosolares y su formidable campaña de relaciones institucionales que no ha encontrado obstáculos.

Además, porque sería confundir el rábano con las hojas, incluso con las témporas. La evolución de los costes regulados, en realidad, ha sido la verdadera espoleta del déficit tarifario vía decisiones administrativas y políticas no controladas y que no eran coherentes con la política de precios de la electricidad. Si no se comprende eso, y se ataca al funcionamiento del mercado mayorista para erosionarlo, se pueden hacer verdaderas barbaridades y se puede estropear más que arreglar el problema del déficit tarifario con costes incalculables en términos económicos, de inversión y de seguridad de suministro.

Incluso, porque bajo la forma de una falaz forma de «progresividad energética» (el ministro Montoro debería dejar la progresividad para los impuestos directos evitando los esoterismos) se produce en la palabras de los mejores hacendistas, una parábola del hijo pródigo, que castiga proporcionalmente más a los que más cerca están del mercado y de precios eficientes en términos de paridad con el mismo. No parece, por tanto, que este modelo, con distorsiones y efectos tan graves, deba ser el que condicione y dirija esta reforma del sector eléctrico.

Por tanto, para abordar el problema del déficit tarifario, siendo conscientes de la necesidad de la aportación de las distintas tecnologías de generación, es más razonable optar por mecanismos generales, homogéneos e indiscriminados de contribución en lo que sería una propuesta de impuesto a la generación a partir de los ingresos producidos por la generación cualquiera que sea su tecnología de origen. Otros mecanismos complementarios, como la revisión de los modelos retributivos sobre rentabilidades razonables, o el céntimo verde («carbón tax»), el alargamiento creíble del período de extinción del déficit, entre otras medidas, podrían formar parte de este paquete, evitando en todo caso un modelo de fiscalidad no neutral y, a la vez, con capacidad recaudatoria.

Lo que sí es importante es que el Ministerio de Hacienda hile más fino en sus propuestas fiscales. No es de recibo la proposición de determinadas medidas que distorsionan de esta forma el mercado, que acaban con la seguridad jurídica y que generan efectos impositivos no neutrales e indeseados. Además, sus propuestas se basan en números groseros que ni siquiera cuentan con el mínimo contraste de las cuentas auditadas. Estas propuestas, así formuladas, desacreditan en este departamento, por mucho o por el hecho de que se vean abducidos por los papeles, los posicionamientos ideológicos, intervencionistas y peronistas demagógicos que tanto predicamento tienen en nuestra sociedad, y que al final, sólo tienen como respaldo dibujos simplificados en servilletas. Por eso, también el Ministerio de Industria debe ser parte activa y líder del proceso, con celeridad, determinación, conocimiento y modelo. Tiempo que pasa es tiempo en el que sigue corriendo la caja registradora del déficit y el sistema de generación de rentas sigue corriendo en contra de toda la economía.

Esta propuesta de reforma, por tanto, debe generar credibilidad en nuestra economía, en nuestros sectores económicos, en nuestras instituciones a la hora de resolver problemas que nosotros solos hemos creado, sin distorsionar el mercado mayorista y sin generar nuevos problemas futuros, seguramente más graves, si se erosiona la competitividad en el sector eléctrico y éste se concibe como un instrumento cuyos objetivos se supeditan a otros fines diferentes que conseguir un suministro en régimen de mercado, eficiente, económica y medioambientalmente sostenible.

Un «stop and go» necesario y esperemos que útil

Al igual que McLuhan decía que el medio es el mensaje, en el caso del proyecto de ley que determina las nuevas figuras impositivas para absorber el déficit tarifario, el proceso hasta llegar a ella está siendo también muy relevante e indicativo del escenario en el que se ha desenvuelto, mezcla de ostracismo, cuando no mediante señuelos o entretenimiento. Es significativo, por ello, que un proceso tan importante y delicado se haya realizado durante todos estos meses con abandono y de espaldas al sector eléctrico y a las propias empresas, manteniendo un nivel de interlocución prácticamente inexistente, sobre todo en el plano de lo concreto, de los niveles técnicos, de las pautas, las directrices, los números.

Parece como si la relación directa con los interesados, esto es, con las empresas, haya partido de enormes suspicacias por parte de la Administración, de forma que el conocimiento, la información y el diálogo hayan contado con resistencias que han abocado a una bunkerización cuyo resultado, a la vez, ha sido muy nocivo para el desarrollo de las soluciones más razonables, compartidas e implicadas, conducentes a una propuesta sólida y consistente. A cambio, el riesgo ha sido el de caer en las fauces y maquinaciones de los representantes y defensores del endiablado sistema de subsidios desbocado, a todo trapo, con argumentos de todo tipo, menos de la conformación de un modelo de suministro, de eficiencia y de mercado de la electricidad.

La idea de partida tenía toda su lógica: generar un conjunto de impuestos que conforme una bolsa con la que financiar aquellas cuestiones que pasen de la tarifa a los Presupuestos Generales del Estado. El problema era lo concreto, qué figuras impositivas, con qué naturaleza tributaria, cuál es el objeto tributario, cuáles son sus tipos, qué conceptos salen de la tarifa y cuáles son sus efectos y la redistribución interesada que presenta la propuesta. Todo ello, en términos concretos, muy burdo y muy poco pensado.

Y, este problema, inicialmente, se ha generado y originado en el propio comportamiento del Ministerio de Industria y su falta de liderazgo, que ha reaccionado tarde a la pinza Oficina Económica del Presidente-Ministerio de Hacienda y Administraciones Públicas, donde había calado gracias a una formidable campaña de relaciones públicas (incluyendo algún capicúa feo, como el fantasma del despacho Montoro y Asociados), con una propuesta que se basaba en supuestos de laboratorio, que erosionaba el funcionamiento y la eficiencia del mercado eléctrico, que no contaba con información fiable contable y que se basaba en trasferir rentas entre tecnologías sin ningún criterio, llevando el régimen general a pérdidas, castigando proporcionalmente más a las tecnologías más eficientes y afectando a la seguridad de suministro. En todo caso, el deterioro político del ministro de Hacienda ya opera en sentido contrario al enorme protagonismo que ha tenido en la primera propuesta conocida.

Así, la solución de un impuesto a la generación en régimen general, más un impuesto de entre el 20%-30% a las tecnologías hidráulica y nuclear, o el gravamen a la energía eólica, solo es comprensible por la vía de las posiciones ideológicas retroprogresivas y del empecinamiento de determinadas personas del Gobierno obsesionadas con la supuesta rentabilidad de estas tecnologías, calculadas, eso sí, sin conocer los balances ni contabilidad, para que los datos reales no estropeen una posición ideológica. De hecho, el Gobierno tendría que preguntarse qué está haciendo para que la saga de los Fabra, en sus declaraciones en los medios de comunicación, se muestre tan conforme con la propuesta que se ha conocido y cómo dinamita el mercado eléctrico. ¿Qué necesidad hay de deteriorar el mercado y los elementos de competitividad?

En todo caso, este «stop and go», que viene sucediendo en los sucesivos Consejos de Ministros con los aplazamientos a la puesta en circulación del proyecto, evidencia que la propuesta tiene graves defectos y consecuencias peligrosas e indeseadas. Por eso, todavía es posible cambiar y modificar a fondo una propuesta tan desequilibrada (en la idea de que es inaplazable su formulación), de forma que sea el Ministerio de Industria quien coja las riendas del problema y promueva una solución global al problema del déficit tarifario, inclusive, si fuera necesario, prolongando su calendario de absorción, garantizando una visión global de mercado y de modelo de suministro eléctrico, además de conocer con precisión todos los detalles que la componen (impuestos, objeto tributario, aplicación de los mismos y qué conceptos se detraen de la tarifa).

Hay que recordar que, en la actualidad, son las propias empresas y sus accionistas quienes financian el déficit en sus balances, con independencia de la distribución final de las liquidaciones que se efectúan, de los conceptos incluidos en la tarifa y de quiénes lo perciben. Además, habría que destacar la amnesia que ha presidido todo el proceso: tenemos un déficit de más de 24.000 millones de euros, causado por cómo se han ido acrecentando los costes regulados y por la incapacidad política para ir adecuando la tarifa eléctrica a la evolución real del coste del suministro. Tanto es así, que cuando el problema era demasiado voluminoso y la demanda caía, no había otra solución que elevar la tarifa.

Consecuentemente, ahora ya, una visión puramente política, impuesta, no gestionada, no negociada, discrecional, de espaldas al sector eléctrico, cuyo eje no sea el funcionamiento del suministro y del mercado eléctrico globalmente, no solamente debería ser imposible, sino además, que debería ser reprobable. Es el momento de actuar de forma responsable y que su puesta en circulación definitiva se efectúe de forma completa, con seriedad, con visión empresarial, económica, gestora, de mercado y de modelo.

Una campaña ejecutada a la perfección

Ayer, el ministro de Industria, Energía y aTurismo, José Manuel Soria, afirmó en la Cadena Cope que era el Ministerio de Hacienda, junto con la Oficina Económica del Presidente, (aunque a Soria se le olvidara mencionar a ésta última) quienes estaban pilotando la fase final de la propuesta fiscal conducente a la absorción del déficit tarifario, ya que por parte de Industria «estaba prácticamente ultimada», dijo.

Sin embago, y según fuentes solventes, este medio ha podido saber que se está marginando completamente al Ministerio de Industria, Energía y Turismo en todo lo referente a la reforma energética. Algo que está produciendo un fuerte malestar en el ministerio que dirige Soria que, por otra parte, recibe el desdén y la dejación con la que ha seguido el problema y las alternativas de solución del déficit tarifario.

Las mismas fuentes señalan que no es seguro que esta semana sea cuando el Consejo de Ministros apruebe el proyecto de ley con estos mecanismos fiscales que, posteriormente, deba ser remitido al Parlamento, pero viendo el panorama y que la reforma tenía que haber sido aprobada el pasado 29 de junio, cualquier cosa puede suceder. En cualquier caso, Soria volvió a reiterar ayer que estará lista «muy pronto».

Tal y como se ha ido avanzando, la reforma se basaría en la fijación de un impuesto general a la generación de electricidad, la determinación de impuestos específicos añadidos a la generación hidráulica y nuclear (dos tecnologías no emisoras de carbono), así como un grupo de tributos y tasas variables a las tecnologías renovables en régimen especial. La aplicación de dichos impuestos, con las cifras de la contabilidad financiera auditada, sitúa al régimen general en pérdidas y, asimismo, dinamita el mercado mayorista de generación, además de cobrarse la energía nuclear y la inversión futura en estas tecnologías, con resultado de grave afectación a la seguridad de suministro.

Al parecer, las estimaciones que utiliza tanto el Ministerio de Hacienda como la Oficina Económica del Presidente a la hora de calcular los montantes de la recaudación que se obtendría de estas nuevas figuras impositivas específicas en estas tecnologías proceden del grupo retroprogresivo.

De hecho, este colectivo ha sido auspiciado por el lobby termosolar que, según todas las evidencias, dirige esta reforma, con el grupo Abengoa a la cabeza y que, por otra parte, ha auspiciado y promovido estas posiciones ideológicas de indudable valor para este fin, dando cobertura empresarial a estos modelos.

En esta cruzada por defender la potencia concedida a los proyectos termosolares con fuertes subsidios, la empresa sevillana ha sabido granjearse, además, el apoyo de asociaciones fotovoltaicas y el acceso a ciertas instancias europeas, merced al oficio del exministro José Borrell, hombre muy cercano a Cristina Narbona y, por ende, a Jorge Fabra, ex Consejero de la CNE y uno de los defensores de la propuesta de cambiar impuestos por primas y exponente del colectivo retroprogresivo, contrario a la liberalización, al mercado y a las Directivas Europeas.

Este colectivo retroprogresivo ha mantenido una fijación ideológica contra las tecnologías hidráulica y nuclear que viene de muchos años atrás. Este grupo, tradicionalmente contrario a las renovables, ha encontrado en determinadas tecnologías el mejor ariete contra el régimen general y su tradicional enfrentamiento contra las empresas del sector eléctrico.

El objetivo de este colectivo era sacar del mercado mayorista a estas tecnologías, con el fin de acabar con el mismo como mecanismo eficiente de fijación de precios, algo que ha permitido a España contar con los precios más bajos de Europa en generación, con independencia del proceso desmedido de crecimiento de los costes regulados en forma de primas por las tecnologías fotovoltaica y termosolar. No obstante, una de las fórmulas que promueve este colectivo es idéntica a la que maneja el Ejecutivo: la fijación de tasas discrecionales en estas tecnologías, bajo el supuesto de que estarían completamente amortizadas, sin utilizar para justificarlo, los datos de la contabilidad financiera y de costes.

El siguiente paso en este flujo es conseguir que estos impuestos se empleen para enjugar el oneroso sistema de primas a las tecnologías más caras para el consumidor. Por tanto, unas tecnologías subsidiarían a otras vía impuestos y se produciría un trasvase de «rentas supuestas» entre tecnologías acabando con la tensión competitiva de los mercados, en pos de una redistribución entre empresas obligada e impositiva.

De hecho, estos son los supuestos de los que parten Hacienda y Moncloa a la hora de determinar este impuesto, gracias a la campaña mediática y demagógica operada en esta línea.

Y es que, según ha podido saber Energía Diario, tanto Hacienda como Moncloa tienen en su poder «papeles» en los que se eliminan amortizaciones, inversiones y gastos de mantenimiento conforme a la normativa contable y financiera a que están obligadas las empresas. Se trata de «papeles» elaborados en origen por los partidarios de introducir fuertes mecanismos fiscales a las tecnologías hidráulica, nuclear y eólica y que, como se ha venido denunciando reiteradamente, desechan la contabilidad financiera, amortizaciones e inversiones auditadas contablemente, partiendo los modelos de simulación que elaboran los representantes retroprogresivos del sector eléctrico, contrarios al mercado mayorista.

Todo queda en casa

Volviendo al papel de Abengoa en la reforma energética, habría que destacar a un hombre clave en esta operación. Se trata de Ricardo Martínez Rico, que fue jefe del Gabinete de Cristóbal Montoro y exsecretario de Estado de Presupuestos y que también ha sido socio del ministro de Hacienda en la firma del despacho de lobby y relaciones institucionales «Montoro y Asociados«.

En la actualidad, Martínez Rico ha pasado de estar presente en el Consejo de una filial del tercer nivel dentro del holding Abengoa, al Consejo de la matriz, con una retribución de 300.000 euros, según publicó el diario El Economista. Una paga extraordinariamente alta para las cifras que se manejan en consejos de empresas semejantes.

Y tampoco habría que olvidar que su hermano Felipe es el actual jefe de Gabinete de Montoro en esta etapa como ministro de Hacienda.

Por tanto, las conclusiones son varias. Uno: la pregunta es, ¿en manos de quién estamos, que la ideología y los prejuicios no les permite ni siquiera aceptar la contabilidad financiera, de forma que una información auditada no estropee una simulación interesada? Dos: esta reforma, así expuesta, puede cargarse el mercado eléctrico, afectando a los precios, a la seguridad de suministro y a la inversión, únicamente por los intereses particulares de una tecnología costosa para el conjunto del país. Así, los intereses generales del suministro para empresas y ciudadanos se supeditan a los intereses empresariales de los representantes de una tecnología concreta. Tres: España sigue siendo un país invadido por los negocios particulares y sus capicúas entre empresa y política.

Y mientras, José Manuel Soria, entre viaje y viaje, a Rusia y a Canarias, repartiendo abrazos. Los mineros poniendo en jaque a Marti Scharfhausen y haciéndole rabiar. Y Rajoy con otro quebradero de cabeza.

Explíquese Sr. González

Por eso, sería razonable que el expresidente, hombre que siempre es escuchado con mucha atención en los medios, que goza de un gran predicamento y de autoridad sobre la política española, explicase su postura al respecto de esta afirmación. Podría haber explicado cuáles son los problemas que se han derivado de la actuación administrativa y política de los sucesivos Gobiernos tras el proceso de liberalización, porque puede parecer que la responsabilidad de la aparición del déficit tarifario es de la propia liberalización. Algo que es una aberración y que además desresponsabiliza a la política de las decisiones tomadas, en forma de crecimiento de los costes y no equilibrio con las tarifas.

Por eso, y por el hecho de que en la actualidad no vivimos en un momento especialmente “pacífico” a la hora de resolver el grave problema del déficit tarifario, también es preciso requerir aclaraciones al expresidente. De hecho, el origen de este déficit tarifario galopante, estrictamente hablando, no se sitúa en la liberalización del sector eléctrico, sino en la incapacidad política de hacer coherentes las tarifas y los precios, a los costes del suministro, y en ser conscientes de las decisiones que conforman los mismos, con visión económica y de mercado.

Y claro, la pregunta que surge es, ¿y por qué no se iba a liberalizar esta actividad? ¿Por qué esta tentación atávica española de criticar o censurar cualquier forma de liberalismo en la economía y la sociedad, con sus correspondientes mecanismos de regulación, supervisión, etc… (en el fondo, donde se sitúan los grandes déficits de los procesos de liberalización)? De hecho, en nuestro país se han liberalizado, sin ningún problema, sectores mucho más complejos que el sector eléctrico. Y, finalmente, estábamos obligados por parte de la Unión Europea a realizar el proceso de liberalización en este sector.

Pero en todo caso, hay que reconocer que el modelo de liberalización del sector eléctrico es una cosa y todas las trapisondas organizadas alrededor de él por los sucesivos gobiernos y administraciones, son otra. Si, por ejemplo, se liberaliza el sector eléctrico, y a partir de ahí, merced a decisiones políticas combinadas de distintas Administraciones, se empiezan a incorporar costes regulados a la actividad del suministro de electricidad (vía subsidios descontrolados a la generación de determinadas tecnologías o decisiones de inversión en activos para transporte… ), es normal que se produzcan alzas en los costes. O se introducen morcillas y cuñas en la regulación para obligar a producir electricidad, mediante determinadas tecnologías a un precio, para garantizar una demanda de una materia prima como el carbón nacional a un precio, entonces también se subvierte el sentido de la liberalización. O si se introducen elementos para perturbar el funcionamiento normal de mercado. O si los precios de la electricidad que se derivan de todas esas decisiones no recogen sus efectos. Es subvertir y pervertir el sentido de la liberalización y, evidentemente, luego no procede esconderse de sus consecuencias.

Por eso, si alguien con un cierto rigor económico analizara este proceso y sus críticas en el seno de nuestro país, se llevaría las manos a la cabeza. Así podemos entender cuáles son los mecanismos que florecen en manos del Ejecutivo para absorber el déficit tarifario, cuyas últimas noticias pasaban por estropear el mercado eléctrico con impuestos y gravámenes con efectos más intensos para las tecnologías más eficientes. Quizá todo esto es una explicación de lo que está pasando.

Porque seguramente, esto, incluida la demonización y perversión del proceso de liberalización con González en sus buenos tiempos, no hubiera pasado.