Instalados en el ‘carpe diem’ regulatorio renovable

No parecía especialmente apenado el Secretario de Estado de Energía, Pedro Marín, por la forma en que el Senado había derogado la cuarta parte del Real Decreto Ley 6/2009. Quién sabe si ese sistema de vasos comunicantes que son las sedes parlamentarias no ha servido para que se produzca una reforma legislativa “sotto voce”. Porque en principio parece que era una iniciativa de Convergencia i Unió (CiU), aunque no se sabe si al final los partidos políticos se unieron a ella por convicción política, por no perder en una votación o por cálculo de mayorías parlamentarias. En un tipo de akelarre de esas características (en una ley que trata de sociedades inmobiliarias que acaba en la modificación de una normativa de energías renovables), se acaba por no saber quién fue el impulsor o con qué motivo se propagó este acuerdo tan “ad libitum” (ese tipo de estratagemas y las enmiendas transaccionales son un arte y un primor en el circo parlamentario, nunca mejor dicho).

El hecho es que, a través de un mecanismo particularmente curioso, se ha producido la aprobación de una Ley que nada tiene que ver con la energía, ni con las renovables, de forma que se coloca de rondón una disposición que vuelve a dar un vuelco en el mecanismo de ordenación de entrada de los proyectos a la retribución renovable y devuelve competencias a las Comunidades Autónomas, que habían visto en el sector energético una fuente de ingresos e influencia.

En todo caso, debería causarnos oprobio a todos y una sensación de fracaso el hecho de que una normativa de la importancia como un Real Decreto Ley, equivalente a una ley salvo en su proceso de promulgación, tenga una duración tan corta (es casi no nata en su aplicación) y, en segundo lugar, que la normativa renovable sea sustituida como los escaparates, por temporadas. De hecho, supone, con menos de seis meses, la cuasi rehabilitación del Real Decreto 661/2007, aunque con matices.

Sobre las reacciones, cabe destacar que, por una parte, la única que ha quedado a salvo del cambio ha sido la energía solar fotovoltaica, que ya estaba bajo el influjo del Real Decreto 1578/2008. En todo caso, la energía solar fotovoltaica lleva su propio proceso de reordenación con su registro de preasignación y sus cupos. Por otra parte, la primera en salir al paso con especial virulencia ha sido la tecnología termosolar, cuyos volúmenes de inversión son enormes y que ha amenazado con reclamar al Estado por su responsabilidad patrimonial por los proyectos en riesgo. No menos afectados están tecnologías como la eólica que tiene abierto su proceso de negociación y ha optado por la prudencia.

Hay que contextualizar nuevamente la medida aprobada por el Senado. Era un secreto a voces que el Real Decreto Ley 6/2009 había provocado un nuevo aluvión de proyectos, que superaba con mucho en cada una de las tecnologías lo previsto en los volúmenes previstos para cada tecnología. De forma que el efecto llamada había colapsado al Ministerio de Industria y, dos, desorbitaría las primas subsiguientes derivadas del Registro de Preasignación, tan efectivo para desmontar la burbuja fotovoltaica. El problema es que se ha encontrado con otras estructuras sectoriales y empresariales y otros mecanismos asociados, con respecto a la energía solar fotovoltaica y el modelo en que se inspiró. Ahora, una vez establecidos compromisos y financiación y con la certeza de un marco retributivo, se vuelve por la vía regulatoria al título de la obra de Jardiel Poncela “Cuatro corazones con freno y marcha atrás”.

En todo caso, el Registro de Preasignación del Real Decreto Ley 6/2009 era otro ejemplo de regulación parcial, poco pensada e improvisada. De hecho, casi se puede tener una plantilla, un modelo de crítica para estas medidas: evidenciar la torpeza de la regulación anterior y regular nuevamente una nueva torpeza adicional, que también provoca consecuencias nocivas para los agentes y para la confianza necesaria para la inversión.

Errores pasados no garantizan aciertos futuros.

Más allá de lo que supone la medida: la derogación del registro de preasignación y todo lo que acarreaba a su paso. Hay que recordar (y este medio así lo recogió) que del Real Decreto Ley 6/2009 lo más discutible era precisamente eso, la forma de implantar el Registro de Preasignación, cuestión que se realizó de espaldas a los sectores renovables. A veces, no hace falta irrogarse como profetas para comprender que las advertencias pasadas sobre regulaciones improvisadas, con en el futuro se vuelven profecías autocumplidas. Pero, ¿quién piensa en el mañana desde el punto de vista regulatorio?

Quedan como cuestiones especialmente peligrosas e inflamables la inseguridad jurídica y regulatoria, que se están poniendo nuevamente de relieve en el sector energético y particularmente el sector renovable. La sensación es de «carpe diem normativo»: a ver quién la cuela en cada una de las etapas regulatorias y retributivas cada vez más fútiles en que se está convirtiendo el episódico momento sectorial en que vivimos. Cualquier ley, desde la ley de las SOCIMI, a la Ley del aborto puede cambiar un Real Decreto Ley, una Ley o lo que se ponga por delante, cuyo contenido completo, era urgente y se requería, por tanto, alterar los mecanismos legislativos habituales (algo lógico con la resolución del déficit tarifario pero menos lógico con una solución que ha evidenciado todas sus costuras).

La reflexión debería ser obligada, primero sobre el futuro de las energías renovables, la capacidad de nuestra economía de integrarlas, la necesidad de estabilizar el marco regultorio, la conformación sectorial (general y por tecnologías) y el papel y disfunciones de los agentes y mecanismos retributivos. Una reflexión con mayor seriedad, rigor y visión de permanencia, necesaria para los mecanismos de inversión asociados.

Por cierto, empiezan a crecer los rumores de que la tan cacareada Ley de Economía Sostenible (que absorbería la Ley de Eficiencia Energética y Energías Renovables) puede ser, nuevamente, Real Decreto ley. ¿A nadie le da pudor?

Negro como el carbón

Negro. El negro es el color que parece que se está poniendo de moda, sobre todo a raíz de la fotografía de la familia Zapatero con los Obama, incluyendo a las dos hijas, retoños de José Luis y Sonsoles, de luto gótico riguroso con la familia del primer presidente negro de la historia de USA (y, negro, mucho más negro, es el espectáculo creado con la foto y con su posterior retirada). Negro también es el carbón, y el carbón nacional, aunque también negro, tiene menos poder calorífico que el carbón procedente de otras partes del mundo, incluyendo los costes necesarios para su transporte. Cuestión que se ha puesto en la agenda política energética con inusitada fuerza.

Las últimas semanas venían presididas por el problema que se había generado en las minas de carbón nacional derivado de la caída de la demanda eléctrica. Algo que había provocado que se hubiera llegado al límite en el almacenamiento del carbón que las centrales térmicas tenían y que amenazaba con parar el sector carbonífero español, por cierto, un sector mucho más pequeño que el existente en los años 80 antes de la reconversión de la minería. En todo caso, aún siendo hoy mucho más pequeño el problema, la voluntad reformista de aquel entonces era más clara, los gobiernos tenían claro que había que romper algo para arreglar el conjunto y buscaban mecanismos compensatorios globales.

Como se puede ver, el problema, si nos situáramos en una sociedad ideal, tenía una solución bastante racional, sobre todo, si alguien lleva gobernando durante cinco años, sabiendo que este problema no es nuevo y, si además, no se viese impelido por las presiones sindicales y empresariales del mundo del carbón. Por ello, con todo, la solución es articular un modelo de desmantelamiento razonable, una reconversión a plazo, con refuerzo del sistema de protección social y del desarrollo regional asociado (hay que recordar que la Unión Europea tiene previsto eliminar las subvenciones al carbón en 2010). Por tanto, es una situación que se podía prever, planificar y gestionar. Ninguna solución debería pasar por “traspasar” el problema a otros sectores económicos (sector eléctrico) o la sociedad general (mayor tarifa, mayor déficit tarifario, menor inversión en generación o deterioro del esfuerzo en energías renovables). Sobre todo porque es importante una visión estratégica y de medio plazo respecto del sector energético.

Bien, pues de eso, nada. Lo que tenemos es una primera alternativa que es la de recuperar selectivamente los pagos por capacidad, la garantía de potencia para las centrales térmicas que quemen carbón nacional. Es decir, hablando en plata: una subvención específica a las centrales térmicas. Subvención menos justificable cuanto mayor sea la diferencia entre su volumen y el cálculo del precio de su propósito por horas (garantizar la actividad). Su cifra tendría que ser teóricamente hasta que el precio de carbón nacional se equipare por productividad al carbón importado. La segunda teoría de la subvención es que se realizara directamente a las empresas extractivas en lugar de a las centrales térmicas. Estas dos medidas, que seguramente serían observadas con todo cuidado por la Unión Europea, tienen fuertes efectos distorsionadores sobre el mercado eléctrico, sobre su eficiencia y sobre la inversión en nueva generación, con efectos devastadores para el resto de tecnologías (en especial para las renovables en el medio plazo).

Hete aquí, cuando aparece una tercera variante mucho más peligrosa y salvaje, propia del “adanismo económico” en que nos encontramos. La posibilidad de “seccionar” el mercado de generación y garantizar la colocación de la térmica producida con carbón nacional a un precio determinado (se habría hablado incluso de fijar un precio del entorno de los 48 euros/MWh). Una propuesta inverosímil en cualquier país occidental y de economía de mercado, además de contraria a las Directivas de la Unión Europea, que es propia del sector retroprogesivo español, cuyo propósito larvado es acabar con el mercado eléctrico (eso sí, con rentas garantizadas a las tecnologías que les vio nacer), que quiere devolver la economía española al pasado del franquismo y al intervencionismo feroz. (Por cierto, bienvenidos todos a la boca del lobo de los que señalaban que en el problema de Garoña, la diatriba era nuclear frente a renovables y el problema no era combustibles fósiles frente a renovables).

Una propuesta que podría haberse tratado perfectamente en Rodiezmo y que podría haber tenido la aquiesciencia política más alta, bajo la cobertura de la polarización y simplificación en que se mueve la dinámica política española actual: el buenismo, la justicia social, el mantenimiento sectorial del empleo o rancias fórmulas del marxismo mal entendido de los años sesenta sobre distribución de la renta. Ideología rayana en la caridad y en el reparto de la pobreza. Todo menos pensar en política energética y de competitividad. Por eso, si para ello hay que cargarse algo mucho más global que es el mercado eléctrico, la eficiencia, la competitividad, la tarifa eléctrica, el déficit tarifario, etc…, daría igual. Lo bueno o lo malo de la economía es que todas estas cuestiones no son tan evidentes como parecen y son sus efectos futuros los que prevalecerán frente al coyunturalismo de vértigo en el que nos movemos.

Partamos pues de varias bases. Nos encontramos en un formato político en que se advierten pocas reformas. Las medidas, a priori, propuestas a primera vista no van a romper nada en concreto, pueden romperlo todo a la vez y la sociedad española no se va a dar cuenta, en la medida que la comunicación política ha decidido el discurso de la adormidera y de una presunta “justicia social” de la pobreza, no de la generación de la riqueza y competitividad. Es decir, mejor intervencionismo, distribución de la renta y justicia social para hoy, aunque eso traiga empobrecimiento para todos mañana. Cortoplacismo rabioso, buenísimo y equipos de comunicación política hacen el resto.

Y queda para el final la cuestión del cambio climático. Quizá nuestro Presidente del Gobierno pueda ser el que más habla de cambio climático, pese a que su política y sus decisiones se enfrenten a sus contradicciones. Con un mal currículum como país en la reducción de emisiones, potenciar artificialmente la generación de electricidad vía trucar el mercado de generación, alterando los mecanismos de asignación de emisiones, volvería a dejar la actuación del Ejecutivo a socaire de sus contradicciones y esperemos que sea a la vista de todos. Al menos para tener más pudor en las declaraciones públicas, porque la política es de ni una mala palabra, ni una buena acción.

Evidentemente, el gobierno lo tiene negro si quiere salvar el carbón afectando al sector eléctrico, la economía, a los ciudadanos (aunque guarde la secreta esperanza de, si es necesario en el medio plazo, intervenir también la tarifa cuando el problema caiga aguas abajo). Negro si no aplica el medio plazo y empieza con las reformas y el pensamiento creativo. Además de que nos van a pillar (porque nos están mirando), es una decisión del todo irracional, consecuencia de la elusión de las obligaciones en la gestión y administración de la “cosa pública”. Y que puede tener unas repercusiones muy perjudiciales al interés general, si no tenemos una Administración que esté a la altura de los problemas.

Negro como una túnica gótica y unas botas Martens.

A vueltas con el carbón nacional

El Presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, inicia un periplo que lo llevará por varias instancias internaciones, entre ellas la ONU y el G-20 en su reunión de Pittsburg. Según hemos podido conocer por la fuentes más o menos oficiosas y oficiales, Zapatero va a volver a defender la lucha contra el cambio climático como un vector político. Por su parte, el flamante recién reelegido presidente de la Unión Europea, José Manuel Durão Barroso también ha insistido en esta cuestión en un artículo publicado hoy titulado “Un mundo al borde del abismo”.

Esta claro que esta retórica ha calado entre la clase política. Y esta retórica viene acompañada de evidencias en el mundo científico sobre el cambio climático. Sigue existiendo un grupo de ‘negacionistas’ del mismo, en la medida que refutar una cosa y la contraria en un mundo wiki es relativamente fácil. Y porque el presente continuo de la comunicación política y de los intelectuales de cada uno de los regímenes o a régimen operan cada uno a su manera. La sociedad sobreinformada es lo que tiene.

El problema aparece cuando esas grandes expresiones de compromiso de lucha contra el cambio climático se tienen que traducir en políticas reales. Es decir, cuando más allá de la retórica de mitin para convencidos y pabellón polideportivo hay que ir a tomar medidas y gestionar la realidad de la “cosa pública”. En algunos momentos se ha intentado plantear la posible contradicción entre la política medioambiental y el crecimiento económico y más en época de crisis, donde existen incentivos a que las economías hagan la “vista gorda” con todas esas cuestiones. Y en el tema de las emisiones de CO2 esa prosodia empieza a ser poco o menos convincente.

España está registrando una contención en sus emisiones de GEI (carbono fundamentalmente) en la medida que la crisis económica ha frenado el desboque con respecto a los objetivos que se nos había planteado a nuestra economía (otra cosa y muy cuestionable es cómo se llegó al acuerdo de estos objetivos). Pero, medidas como el Plan Nacional de Asignaciones y su distribución por tecnologías en el caso del sector eléctrico, la detracción de derechos de emisión para reducir la factura tarifaria, etc…, han venido a poner en entredicho la coherencia de la política medioambiental y su vinculación con la energía.

Ahora entramos en otra doble contradicción. La primera se deriva de la oposición entre nuclear y renovables articulada en el marco de la comunicación política empleada para justificar el cierre de Garoña. La segunda aparece también en estos momentos con una crisis de demanda eléctrica galopante, con los mecanismos que están encima de la mesa, además de la presión del Ejecutivo para que se consuma más carbón nacional para la producción de energía eléctrica.

Evidentemente consumir más carbón en las centrales térmicas implica saltar los puntos de una política medioambiental. En primer lugar, porque aumentar la producción vía carbón expulsará sin remedio a tecnologías menos emisoras. En segundo lugar, cualquier propuesta en línea con el “regalo de los derechos de emisión” al carbón (es decir, que no se internalice este coste en sus precios) tendría que considerarse per sé como argumento herético. En tercer lugar, la articulación de incentivos tiene un doble problema: la posible consideración de ayuda de Estado y su traslación, en términos de precios, a la tarifa eléctrica. Es decir que lo pague al final el consumidor. Todo un sudoku difícil y complejo, con un agravante, y es que en la Unión Europea nos están viendo.

Por otra parte, la presión de los poderosos sectoriales está llevando a que, habiendo cumplido las eléctricas con las previsiones de compra en términos de toneladas adquiridas, mas las almacenadas a rebosar, sea insuficiente, dado que los precios de producción no son competitivos en el mercado eléctrico. Por tanto, la solución a la vista es de esas que se traducen en un “sistema alambicado de subsidios cruzados”, cuya solución es satanizar a las empresas eléctricas. Incentivo en la generación, que resulte neutro en el precio y que expulse tecnologías no contaminantes, con el fin de mantener los márgenes en el carbón nacional a costa de reducir el de las eléctricas (cuyo margen se ha reducido por la caída de la demanda, con muchas instalaciones que no recuperan los costes a los precios actuales).

Además, hay que tener en cuenta las minas que tienen las propias eléctricas, explotaciones dentro y fuera del país, de forma que se elucubra con la posibilidad de que exista un ejercicio de tensión de las empresas, cuando han aguardado a acumular todo el carbón posible y el precio de la electricidad en el mercado está por los suelos y la demanda eléctrica (cantidad) también. Algún día habrá que estudiar o entrar a analizar quién ha sido el/los responsable/s e instigadores de la teoría de que las eléctricas tengan que ser más que empresas (como el Barça, que es más que un club) o bien que no tengan que funcionar como empresas orientadas a los resultados y la inversión o que sus propietarios no exijan rentabilidad de sus activos, dicho con todo respeto para el que piensa que la crisis la tiene que soportar otro. Incluso, fruto de esta teoría, surge el pensamiento retroprogresivo, que supone que las empresas no tengan que actuar en un mercado bien regulado (ni mucho ni poco), pero libre, y se busque un intervencionismo que recuerda a las teorías de la función de la empresa en el falangismo. Todo está conectado.

Nadie habla de continuar reconvirtiendo la industria del carbón o cómo bajar los precios del carbón, incluso sin subvenciones, u otros mecanismos como la reserva estratégica recién creada e insuficiente (algo que recuerda al extinto SENPA agrario). Es decir, nadie se plantea una actuación estratégica de medio plazo, la asunción de mecanismos de ajuste en los precios del carbón nacional y, por ende, la articulación de la política social y de desarrollo regional coherente con esa problemática. Todo ello, con un efecto muy perverso en cómo configurar el debate sobre el futuro del mix de generación español, incluyendo la partida abierta sobre las renovables, la nuclear, qué hacemos con los nuevos ciclos combinados (incluido El Musel) y los objetivos para 2020.

Mientras, el Presidente sigue llevando en su maletín discursos sobre liderar el cambio climático en el exterior y ardores de orgullo renovable. Veremos.

Montañas de carbón sin quemar y dilemas abiertos

La caída de la demanda de electricidad ha vuelto a poner encima de la mesa nuevos-viejos problemas. Y uno de ellos es el que se deriva de la generación de electricidad en las centrales térmicas que queman carbón nacional. El problema es múltiple y parte del hecho de que se ha reducido la demanda de carbón nacional por parte de las plantas de generación de electricidad. Todo ello en un contexto internacional de fuerte presión a la baja de los precios del carbón. La caída de actividad de las centrales y la reducción de su suministro están en la palestra.

En primer lugar, y como punto de partida, hay que tener en cuenta la existencia de una industria extractiva de carbón, que poco a poco se ha ido reconvirtiendo y redimensionando. Hoy, la minería del carbón, ha reducido considerablemente su peso con respecto a la economía española y con respecto a la generación de electricidad, si tomamos como referencia hace dos décadas. El carbón tuvo también una enorme trascendencia en la configuración de una parte del movimiento sindical español, sobre todo en el norte de España. Por otra parte, el Estado sensible con la realidad de las cuencas mineras ha ido realizando este ajuste de manera paulatina instrumentando mecanismos de ayuda y medidas de sostenimiento de la demanda. De hecho, aunque de forma decreciente, siempre genera una fuerte reacción.

Por otra parte, la diferencia entre carbón nacional e importado estriba, en detrimento del oriundo propio, en dos cuestiones. La primera, el poder calorífico (mayor del foráneo). Y, la segunda, los precios (comparativa más caro el interno). Los precios del carbón importado, incluyendo algo tan costoso como su transporte son más bajos y competitivos. Además, el coste de los derechos de emisión (la energía térmica es una tecnología contaminante), ha agrandado más esta brecha si cabe, dejándola en muchos casos fuera de mercado por rentabilidad. Todo ello hace que la producción de electricidad por esta vía sea costosa y que en la casación de precios de oferta y demanda del mercado eléctrico, los precios resultantes (más baratos en este contexto) impidan que estas centrales participen en el mismo por sus costes.

El Gobierno ha arbitrado una medida coyuntural, que ha sido la creación de una reserva estratégica de carbón gestionada por Hunosa, para almacenar carbón nacional en espera de tiempos mejores y de que se recupere la demanda. Pero, es insuficiente a este fin porque se está llegando al límite de su capacidad. Sobre todo porque la demanda no se recupera y los precios tampoco. Y, segundo, porque además hay un cierto cuestionamiento sobre la naturaleza de esta decisión en la medida que puede ser considerada ayuda de estado.

Hay que recordar otros mecanismos que se articularon en su momento para compensar la necesidad de utilizar carbón nacional de cara al proceso de liberalización del mercado eléctrico. Los Costes de Transición a la Competencia (CTCs) eran un instrumento creado específicamente a este fin. Curioso es que los detractores de este instrumento hoy aboguen por aumentar las ayudas al carbón nacional en esta coyuntura, por la vía de la internalización de las pérdidas.

Por otra parte, empiezan en ese entorno a aparecer las suspicacias entre tecnologías de generación, sobre todo por las que se han abaratado relativamente por los costes internacionales o las que entran en el mercado de forma directa como son las renovables y lo hacen al precio medio de casación. Y, todo ello, con un fuerte deterioro de los márgenes como ocurre en las centrales de ciclo combinado (gas). Hoy, los autores materiales e intelectuales del Informe de Costes y Precios, por ejemplo, no aparecen a los precios del mercado eléctrico para señalar las brechas. Los ha desautorizado la realidad.

En todo caso, seguramente habrá que plantearse la resolución de este problema desde distintas ópticas, pero ninguna que entrañe la intervención en el mercado eléctrico, o se fuercen regulatoriamente los procesos de generación (obligando, por ejemplo, a “quemar carbón” como sea) de forma que se adulteren los mecanismos de mercado o se altere el mecanismos de formación precios de forma que se distorsione el funcionamiento eficiente del mismo. Seguramente porque en juego están los precios del carbón nacional, la rentabilidad de las explotaciones, pero también los de la electricidad y que el mercado recoja todas las señales. Absorbiendo ineficiencias o sindicando los problemas ‘a la búlgara’ no llegamos a ningún sitio y menos, si la forma de tratar los problemas: enmascarándolos o mezclándolos. Y en esto es preciso diferenciar: una cosa es la política industrial relativa a la minería y otra la energética. Eso no quiere decir que no se aborde de forma conjunta el desarrollo económico y de actividad en las cuencas mineras, incluso el reforzamiento de la protección social asociada a las consecuencias de este escenario.

Finalmente, en esta descripción, entra un cierto deseo de recuperar el tiempo perdido por esta tecnología, pero el progreso técnico en esta tecnología va más lento que esta crisis sobrevenida y prolongada. Existe una industria extractiva ansiosa de que determinados procesos industriales de generación como las tecnologías de carbón limpio, captura de carbono o procesos híbridos como el de Elcogas avancen a mayor velocidad.

La batalla jurídica de Garoña empieza ahora

Muchos frentes son previsibles en la batalla jurídica derivada del cierre de Garoña; algunos ya se han manifestado y otros apurarán hasta el 3 de octubre, momento en que los plazos jurídicos vencen. La primera en avisar ha sido la Junta de Castilla y León, quien ya ha acordado presentar recurso ante la Audiencia Nacional. Según se recogía en los medios de comunicación la semana pasada, la Junta alegaría el grave perjuicio económico que ocasiona la medida, que además considera injustificada, injustificable y arbitraria. Además, la medida, a juicio de esta administración regional, adolece de grandes defectos al no contar con las Administraciones concernidas, en este caso, el trámite de audiencia tras la emisión del Informe del Consejo de Seguridad Nuclear.

Paso por paso, los argumentos de la Junta son de mucho peso. En primer lugar, el perjuicio económico y de empleo. El perjuicio económico no sólo tiene que ver con el que lógicamente y legítimamente reclama la Junta. Tiene que ver con el efecto a medio plazo en la tarifa eléctrica de la eventual salida de parte de la producción nuclear, el aumento de la dependencia energética exterior, la sustitución por tecnologías emisoras, contaminantes y más caras. Es decir, de estropicio en el equilibrio de pesos relativos de las tecnologías en el mix de generación, algo que era calificado como modélico y equilibrado y que pasa a descompensarse. Los intentos baldíos de enfrentar renovables a nuclear (es el mix que proponen la Unión Europea y los EEUU) y la defensa en términos de políticos, más que jurídicos y energéticos hacen el resto.

De hecho, conscientes de que esta decisión causa notable perjuicio económico, la maquinaria propagandística y de comunicación política se apresuró a anunciar un plan para la zona que incluía un nuevo Parador Nacional (¿?), un paliativo leve para la destrucción de tejido productivo directo e indirecto y del que nunca más se supo. Al Plan ya se le denomina Plan Fantasma, lo cual ya es indicativo de la convicción que refleja el Gobierno y de lo pronto que se le pasan las actuaciones orquestadas en el plano del márketing. Parece que la comunicación política se topa con sus peores enemigos: la improvisación y el oportunismo.

El segundo argumento tiene que ver con la idea de arbitrariedad e injustificación. Justificación y excusa son cosas diferentes, tengámoslo claro. Cuando se utiliza la lectura integrista del programa electoral socialista en las pasadas elecciones que indicie el cierre de Garoña, estamos hablando de excusa. Y también hablamos de excusas, cuando hablamos del Informe de la Fundación Ideas (del que ya nadie habla, por cierto) en su debilidad económica y su argumentación urgente y apresurada, agónica y agonística. Por tanto, teníamos que haber visto cómo se procuraba dar cuartelillo a la decisión con el Informe de la Fundación Ideas que el intelectual socialista, Jesús Caldera, dirigió o encargó. Por otra parte, hay que tener en cuenta la debilidad de los argumentos dictados de índole político de la Orden Ministerial que sigue, en términos económicos, jurídicos y de derecho administrativo. Además el grado de la norma (una Orden Ministerial) da idea de su fácil revocabilidad, por ello el acento en la palabra irreversible.

Por tanto, la arbitrariedad es palmaria, en la medida que se trata de una decisión presidencial-presidencialista al margen de la legislación, los procedimientos y las instituciones. Y, posiblemente, Zapatero se quemó especialmente en ese empeño personal de hacerla personalista y que se viera. Recordemos múltiples intervenciones en medios de comunicación, con mensajes felinos, en un principio, y algunos no tanto, como el bochornoso espectáculo en «Las mañanas de Cuatro», con afirmaciones erróneas y tergiversaciones de grano gordo.

Pero lo más grave, finalmente, es la resultante de todo: el importante deterioro institucional, la corrosión de los mecanismos de decisión política, el estropicio realizado con un órgano regulador como el Consejo de Seguridad Nuclear. El intervencionismo entiende poco de independencia y mucho de arbitrariedad. A veces la política de partido se apunta a considerar que la política momentánea todo lo puede, por encima del Estado de Derecho y de la gestión de los asuntos públicos.

En círculos jurídicos especializados se aventura poca suerte a la orden de cierre de Garoña. Por otra parte, Nuclenor ha concertado al Uría Menéndez la estrategia jurídica en una batalla que se anticipa sin cuartel. En juego está que la planta opere hasta 2019 (tal y como permite el Consejo de Seguridad Nuclear) e indemnizaciones que incluyen el lucro cesante y que podrían ser de mareo. Y, el pasado sábado, Mariano Rajoy, en su encuentro con los alcaldes, hizo suya la posición de Garoña, con una breve pero eficaz crítica a la decisión de Zapatero. La batalla jurídica ha comenzado y al Gobierno, en pendiente de bajada, con muchos frentes abiertos, empiezan a caérsele los brazos.

Operación retorno y consenso energético

La comparecencia del Presidente del Gobierno para abrir el curso político nos ha devuelto a la realidad de septiembre. Zapatero ha anunciado que volverá a convocar el diálogo social y político para llegar a un consenso sobre el “nuevo modelo energético” y sobre la “educación”.

Quede claro que estas dos propuestas políticas, tomadas en serio y de forma solvente, son positivas per sé, con independencia de las matizaciones y precauciones que se deben realizar respecto de este anuncio. En ese mismo contexto, se ha mezclado la elaboración de la Ley de Economía Sostenible, trasladada a la globalidad del ejercicio 2010, a la vista de los pobres contenidos y de su evidencia pública, para escarnio veraniego del Gobierno (ley que, por otra parte, en modo ómnibus iba a incorporar la Ley de Eficiencia Energética y Energías Renovables, rediviva y también prometida con anterioridad en otro golpe de efecto).

Por eso, con todas estas salvedades, habría que ir a la precisión del anuncio, al detalle y la letra pequeña. Es positivo, indudablemente, que exista consenso, acuerdo político entre gobierno y oposición en lo que se refiere al futuro del sector energético en nuestro país.

En primer lugar, porque habría que tener muy claro el modelo de generación, el de mercado y el de comercialización, sin que la controversia política afecte al funcionamiento del sector energético y a lo que deberían ser sus bases de funcionamiento, presentes y futuras. Eso, junto con la combinación de un sistema institucional serio, fuerte y respetable.

La segunda cuestión a matizar es el concepto de “nuevo modelo energético”, que, unido a lo de “nuevo modelo productivo”, produce algo así como mareo, sobre todo en la medida que se ha acuñado como uno de esos eufemismos de “comunicación política” de los que todo el mundo habla, pero nadie sabe lo que son en realidad.

En la actualidad, seguimos en una situación de caída de la demanda de electricidad, existencia de capacidad de oferta, necesidad de abordar (en serio) Kioto y los compromisos e implicaciones en lo que se refiere a emisiones y al aumento del coste de generación para determinadas tecnologías. Es decir, sostenibilidad ambiental y económica en serio, unidos a un mercado con seguridad jurídica y estabilidad regulatoria.

Y, por todo ello, habrá que bendecir esta propuesta, que lógicamente dista mucho de lo que hemos visto en el principio de verano con Garoña, donde ideología, improvisación y cesarismo se han mezclado a partes iguales, junto con la falta de responsabilidad de gobierno, elementos a los que s eha añadido una forma de excusarse en términos de programa de gobierno y que han producido una decisión institucionalmente perversa (pretendiendo deteriorar de forma inmisericorde al Consejo de Seguridad Nuclear) y peligrosa.

Además, un modelo energético o un modelo productivo, no es una cuestión que se cambia de la noche a la mañana, ni a golpe de decreto ley. Y, porque la unión de todas estas propuestas, su totum revolutum nos puede llevar a un debate en el que muchos agentes generen expectativas infinitas o superiores a la realidad. Sobre todo cuando se mezclan con otros problemas unidos a la crisis como es el empleo o el desarrollo industrial. De hecho, también hay que tener en cuenta las posiciones de grupos minoritarios, como Izquierda Unida o ERC dispuestos en la refriega presupuestaria a “darlo todo por el gobierno”, con las debidas contraprestaciones, pero que guardan posturas muy particulares y maximalistas en cuestiones como la nuclear o las renovables.

Por tanto, un nuevo modelo económico o productivo es algo que tiene muchas implicaciones y mucho más serias que la política basada en los eslóganes y que no cree en nada. En realidad, tenemos que ir hacia un modelo energético que evolucione el actual y lo haga sostenible económicamente y medioambientalmente, en términos de inversión y de factura eléctrica. Lo cual, acabará remitiendo ineludiblemente a dos temas claves: la nuclear y las renovables, y su participación de forma combinada en el mix de generación español (no de forma opuesta o sustitutiva, como ha intentado el gobierno ensayar demagógicamente en la defensa de la decisión de Garoña).

Hay que recordar que nuestro país tiene un grado de independencia energética muy bajo. Dicho al revés es muy dependiente, y además poco eficiente energéticamente, por lo que es muy importante tomarse en serio el modelo energético y su evolución. Por tanto, bienvenido sea el consenso en el modelo energético. En la definición de la evolución del modelo, en su diseño futuro económica y medioambientalmente sostenible, en su consolidación, en su funcionamiento, en su institucionalización y reforzamiento. Pero, en serio.

Zapatero debe comparecer en el Parlamento para explicar su decisión de cerrar Garoña

Se puede engañar a alguien una vez, se puede engañar a alguien siempre, pero no se puede engañar a todos siempre. Y, eso es lo que está pasando en el tema de Garoña con la actuación del Presidente del Gobierno, único responsable de la decisión tomada y hecha pública ayer. Por mucho que se haya querido vender la misma como equidistante, de forma que iba a “molestar a todos”, como el árbitro que pita penaltis falsos sucesivos en áreas alternativas de juego, la decisión sobre el cierre de Garoña no es equilibrada, es radical. Es un cierre nada encubierto, claro, manifiesto, postergado, que no cumple con el principio de vida útil de la planta certificada técnicamente, no se atiene a una lectura no dogmática del programa electoral socialista y, que además, ha utilizado falsedades (el número de centrales en operación, el número de centrales con ampliación de vida útil, el número de centrales en construcción…, datos falsos, inciertos y manipulados, de aparición constante en las sucesivas intervenciones de Zapatero, adicionando el componente de estado asistencial supletorio); es una decisión que ha partido de prejuicios y posicionamientos ideológicos y la concesión de prerrogativas a los contrarios a la energía nuclear y a este reactor en particular.

Por ello, cuando un Presidente de Gobierno toma una decisión como ésta tiene que explicarla, argumentarla o, al menos, pasar por el estrado para defender una posición personal con consecuencias para todo el Estado, para la economía y para toda la ciudadanía. Cuando la justifica en el compromiso con los electores especificado en el programa electoral debe explicarla ante los elegidos y votantes que, presuntamente, habían comulgado con el apartado 2.1. del programa electoral. Y no debe ser ni el Ministro de Industria, ni el de Trabajo, que fueron retirados en su momento de la decisión para que se cocinase en la Moncloa, los que hayan tenido que presentarla en público y “dar la cara”.

Cuando un Presidente de Gobierno decide causar un quebranto a los españoles que puede estar en cifras astronómicas (incluyendo indemnizaciones, lucro cesante, energía y fuentes alternativas, subida de la luz, etc), debe dar explicaciones a la sociedad de las razones a esgrimir de una decisión derrochadora, caprichosa y manirrota que, además de tener costes directos, atenta contra la credibilidad, la confianza y la seguridad en nuestra economía, nuestra regulación y nuestras instituciones. Cuando un Presidente del Gobierno se instala en el radicalismo y en la polarización, en medio de una grave crisis económica, debe justificar su postura y puede ser cuestionado de forma pública y exponerse directamente a los resultados de una política tan arriesgada para el país.

Cuando un Presidente de Gobierno no es capaz de dirigir el diálogo social, teme y evita el conflicto social (¡a mí no me hacen una huelga general!) y, por otro lado, decide cerrar una central nuclear en contra de todos los agentes sociales (empresarios, sindicatos y trabajadores) así como contra el gobierno de la Comunidad Autónoma con sus legítimos intereses y posicionamientos, tiene que explicarles directamente y mirándoles a los ojos por qué deteriora y demedia las relaciones con los agentes sociales e institucionales. Por ello, tanto la Junta como el Parlamento regional de Castilla León deben pedir explicaciones directas al Presidente del Gobierno. También debe dar una explicación a los responsables de las Comunidades Autónomas de las instalaciones que tienen que pasar por procesos similares en breve para que sepan cuál va a ser su criterio.

Cuando un Presidente de Gobierno decide, con 3 millones y medio de parados, causar un daño al empleo, deprimir una zona geográfica, hundir el tejido productivo y empresarial, generar paro a cambio de promesas y planes vagos y etéreos, que nunca funcionan (vean el caso de Zorita, como expuso Televisión Española en su Telediario del pasado miércoles), debe dar una explicación a los perjudicados, trabajadores, familias, hombres y mujeres que padecerán las consecuencias de su decisión. Y, lógicamente, a los representantes de los trabajadores, a sindicatos y a empresarios.

Cuando un Presidente del Gobierno falsea información en los medios de comunicación, miente continua y deliberadamente, utiliza los argumentos para confundir a los españoles, debe ser sometido a censura y escrutinio público. No se puede decir que se cierra Garoña porque hay un exceso de oferta de electricidad hoy, porque precisamente los excesos de oferta permiten precios bajos de lo que pagan los ciudadanos en sus recibos. Y porque en 2013 se prevé que se recupere la demanda y, para atenderla, será preciso nuevamente malgastar el dinero en inversiones que podrían haberse evitado con un buen gobierno de los recursos. En energía estas decisiones son siempre de largo plazo y el cortoplacismo político explica poco y, lo que es peor, confunde.

Tampoco un Presidente de Gobierno puede polarizar a la sociedad porque Garoña pertenezca a unas empresas y quiera jugar al viejo estatalismo frentista de los intereses de las empresas, al izquierdismo trasnochado de los años 60, devolviéndonos a la terminología de los patronos, al modelo expropiatorio, intervencionista (versión personal), y al lenguaje de que la rentabilidad es mala en una actividad que suministra energía a la sociedad. Hoy el problema que hay aquí creado es otro, de amplias consecuencias políticas, sociales y económicas a nivel general. Cuando, además, el Gobierno tiene perdida la credibilidad en lo que se refiere a las decisiones económicas, tiene que esforzarse mucho más en que sus afirmaciones no sean frívolas, banales, vacías o dogmáticas, dado que, ya seguramente, esta estrategia no le vale de mucho, habida cuenta de que es de puro sentido común que cerrar una instalación que funciona, la 31ª del mundo según los rankings y echar a la gente a la calle es un dispendio, cualquiera que sea la titularidad del mismo.

Cuando un Presidente de Gobierno decide ningunear a sus ministros y a los órganos de regulación y supervisión y gobernar desde el búnker con los influenciadotes externos y sus “spins doctors” (con mayor o menor fortuna), debe explicar en el Parlamento, el supresor de la soberanía popular que debería haber dirigido previamente el debate sobre el futuro energético. Zapatero tiene, por tanto, que responder a toda la sociedad, no sólo ante el número concreto de votantes ideologizados de mitin y bocadillo, o los de la corriente que le apoya (muchos menos que los votantes totales del PSOE). Arrogarse, por tanto, los once millones de votantes, como favorables a lo de Garoña porque se recogiera, más o menos crípticamente, en el programa electoral es una barbaridad, una apropiación política indebida y utilizar al pueblo para actuar en términos de “El Estado soy yo y mi ideología”.

Cuando un Presidente de Gobierno se presenta como defensor de la causa del medioambiente y, derivado de sus decisiones, aumentan las emisiones contaminantes, la dependencia energética, la factura de los combustibles fósiles (que sí que está demostrado que son perjudiciales para la salud, primera causa de muerte en el mundo según la ONU, frente al pánico inducido, inflamado y artificial pánico antinuclear basado en el terror colectivo y en la manipulación de las masas), hay un problema. Además estas emisiones contaminantes debe ser sufragadas por la sociedad en forma de derechos de emisión. Por tanto, la sociedad tiene que pedir explicaciones a este gasto, a este estipendio, a esta cuenta y explicaciones de por qué la tenemos que pagar más, sin necesidad.

Cuando el secretario general de un partido político aniquila, neutraliza, bloquea las posiciones discrepantes y decide gobernar con su camarilla, debe dar explicaciones a todo el partido al que representa. Cuando decide interpretar el programa torticeramente, de forma que confunde lo que está bien con lo que le conviene o interesa a sus posiciones ideológicas particulares, tiene que comprender la composición de la militancia, en la que empieza a cundir el pánico y sus distintas posturas.

Por ello los grupos parlamentarios deben requerir la presencia del Presidente y no conformarse con menos. Debe ser en sede parlamentaria, debe ser donde reside la soberanía popular, ésa que ha sido utilizada como excusa, como coartada, como instrumento al servicio de sus posiciones ideológicas (la palabra dada e interpretada), aunque ya la sociedad no quiera una solución que es costosa e ineficiente y, realmente por ello, haya sido traicionado su voto. Debe exponerse a la crítica, a la censura de los representantes y debe ser exigido a la evidencia del vacío. Y, en lógica correspondencia, a un ejercicio de defensa pública para lograr convencer a los españoles de que la decisión persigue el bienestar de la sociedad. Cualquier otro criterio es falaz o no es propio de un gobierno.

Afortunadamente, pocos gobernantes en el mundo han actuado por motivos ideológicos en esta crisis, sino por motivos pragmáticos. En eso sí que somos la excepción. Nadie puede estar tranquilo. Ni empresarios con sus empresas, ni trabajadores con sus puestos de trabajo, con un ejercicio de gobierno de estas características que puede abstraerse de los problemas reales de los españoles, de las necesidades de nuestra economía y de los principios que garantizan el funcionamiento de la sociedad: la seguridad jurídica, la estabilidad regulatoria, el respeto a las instituciones, a los mecanismos de mercado, de organización libre de la economía (con buena regulación), la ausencia de arbitrariedad e intervencionismo y la confianza en quienes nos gobiernan porque atienden al bien común. Todo eso ha quebrado ayer.

La decisión sobre Garoña entra en su recta final

Al menos en primera instancia, parece que el plazo para que el Gobierno resuelva sobre la continuidad de Garoña está llegando a su fin. Se habla del próximo Consejo de Ministros como el momento en que podría pasar a ser pública la decisión. Es decir, cabe la posibilidad de que el próximo viernes conozcamos finalmente el desenlace sobre la continuidad de la instalación, una vez que el Consejo de Seguridad Nuclear diera su conformidad inicial y revisara su informe (a petición del Gobierno), por si, eventualmente, el Ejecutivo decidiese reducir la autorización de operación de diez años que otorga el CSN tras sus estudios técnicos.

En todo caso, es momento de hacer balance sobre la situación actual y las últimas novedades, además de incorporar lecturas adicionales a la controversia desde el punto de vista de su repercusión, su alcance y sus transparencias. Sobre todo porque su trasfondo va dejando secuelas importantes en los concernidos y en la sociedad, que asiste atónita a un ejercicio justificativo/defensivo que además es impropio. Hasta el momento, el objetivo ha sido “taponar” el debate nuclear y sustituirlo por los deseos del que manda y, con el tema sin resolver, la decisión sobre Garoña supone romper los cauces que deberían estar articulados por la normativa y la seguridad energética y económica. ¿Por qué?

Lo que está claro es que Garoña es uno de los problemas del Gobierno, y uno de los riesgos latentes en la estrategia de polarización y de radicalización del ejecutivo, en una ideologización de la acción partidista muy peligrosa, en el tobogán político en que se ha instalado el Ejecutivo.

Sobre todo, porque ya se ha transmitido a la opinión pública que todo el problema se ciñe al empeño presidencial, por motivos ideológicos, en el cierre de las centrales nucleares y, más en concreto, en el caso de Garoña. De ahí el Informe de la Fundación Ideas, apresurado y cocinado con rapidez para intentar justificar con argumentos una posición contraria a la continuidad de la operación de la instalación.

Por eso, parece que en el entorno del Presidente empieza a cundir el terror al respecto. Por un lado, enontramos el cambio acelerado de la opinión pública respecto a la energía nuclear y lo rápido que han sido amortizadas las falsedades utilizadas como excusas (ya sean las manipulaciones y tergiversaciones en torno al concepto de “vida útil” o que en el mundo no se construyen nuevas centrales o se aumenta la vida de las mismas, cuando está pasando todo lo contrario). Por otro lado, se ve cómo la sociedad busca excusas en el mundo internacional, empieza a acertar poco, con el desarrollo que Obama viene realizando en esta materia.

Las posiciones contrarias a la continuidad de Garoña (una de las instalaciones con mayor disponibilidad, 31ª del mundo en el ránking de centrales nucleares, con inversiones millonarias recientes en seguridad y actualización y con un número de generaciones semejantes a éste con vida prolongada hasta 60 años) con el apoyo a este deseo de los colectivos ecologistas, que no han acogido el problema del cambio climático como primer problema de la humanidad, además de irrogados en “alter ego” del Consejo de Seguridad Nuclear, enmendando la plana a los técnicos y profesionales de este organismo.

Por otra parte, el resto de declaraciones no son nada tranquilizadoras, sobre todo para los trabajadores que son los que más tienen que perder y en los que más justificado está el activismo en este proceso. La semana pasada la Vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, en cuya mesa acaban todos estos temas “difíciles”, (y podemos señalar, que según nuestras fuentes, el caso Garoña está allí), quiso preparar a los damnificados. Afirmó que el Gobierno no permitirá esten desprotegidos, sea cual sea la decisión al respecto: el presupuesto del Estado, el déficit se ocupará del asunto. Vino a decir “que no falte de ná”. Además de confiar, como se confía en los brotes verdes, en que las tareas de desmontaje darán trabajo durante diez años (¿a quién?, ¿los que desmontan son los mismos que los que operan?, ¿a qué tipo de profesionales y trabajadores?, ¿y el empleo indirecto?, demasiadas dudas). Y que la gente no tema a sustituir el empleo, la inclusión del trabajo, por el “mano sobre mano” subvencionado, el sometimiento al pesebre, la distribución de la riqueza por la administración de la miseria y la pobreza.

En medio de todo esto, las coartadas medioambientales se han visto cuestionadas por el consenso mundial en torno al problema del cambio climático, donde parece haber mayor identidad de criterios a nivel internacional e institucional, incluyendo a la ONU y la Unión Europea. Y, en eso, la energía nuclear cobra mayor vigencia, dado que es una tecnología no emisora de gases efecto invernadero.

En todo caso, quedan muchas más claves en términos de política interna que se seguirán desgranando esta semana. Permanezcan atentos.

Subir la luz, las tarifas de último recurso y la carencia de comercialización

Esta semana la Comisión Nacional de Energía (CNE) estudiará la fijación de las tarifas de acceso a las redes (también denominados “peajes”), cuestión que empieza a tener mayor interés y relevancia en la medida que su determinación permitirá, en mayor o menor medida, abrir el camino al desarrollo de la actividad de comercialización en la electricidad. La primera cuestión a reseñar es, ciertamente, la muy incipiente actividad de comercialización que casi no tiene presencia hoy en la ofertas a las que pueden acogerse los consumidores. Unido a este hecho, en el escenario de crisis económica, se blanden sables políticos (de distinto signo) con la “subida de la luz”, dado que nadie es partidario de dar una mala noticia, por mucho que fuera esperable o reconocible, con independencia de que esta crisis de demanda pueda hacer mucho más suave este cáliz. Pero este cáliz existe y, al menos, se ha decidido abordar con la mayor ortodoxia posible, por lo que hemos visto hasta este momento.

La carencia de una oferta desde la actividad de comercialización tiene su lógica plena en la medida en que aún no se conoce la metodología que finalmente se adoptará para el cálculo de las tarifas de último recurso, pendiente del resultado de las subastas Cesur y, en definitiva, no se conoce el grado de aditividad final que realmente tendrán dichas tarifas. Consecuentemente, es complicado encontrar ofertas para los consumidores si no se conocen todos los términos de la tarifa y, hasta el momento, quedan por despejar un número importante de incógnitas. Evidentemente, es complicado encontrar las ofertas, porque más difícil es formularlas.

Por otra parte, hay que recordar que hasta hace bien poco, se estaba cuestionando de manera estéril el proceso de liberalización, lo que ha dado lugar a que no se tenga conciencia de la importancia que la comercialización puede tener en la continuidad de las reformas del mercado eléctrico, de forma que se consiga una mayor competencia y mejores precios finales para los consumidores. Lo que, en todo caso no cabe, es la introducción de dudas “existenciales”, de suspicacias que, en realidad, parten de no concebir o estar de acuerdo con la liberalización, de no comprender la actividad de comercialización en un mercado competitivo o de pretender que el modelo tarifario sea lo mismo que hemos tenido hasta el momento, pero bautizado de otra manera. Es decir, violentar el proceso, por el planteamiento retroprogresivo de “El Gatopardo”: que todo cambie para que todo permanezca igual, configurando un intervencionismo en precios que impida la competencia y no la potencie.

Si unimos a este estado de cosas, la constatación del escaso grado de conocimiento por parte de la población del problema del déficit tarifario y de la insuficiencia de la tarifa actual para atender todos sus componentes, podemos fijar un escenario poco halagüeño para la comprensión de que las tarifas de último recurso tendrán que subir, mecanismos demagógicos aparte. Un excipiente propicio para mensajes protectores o estatalistas.

Por otra parte, si se dan los pasos regulatorios adecuados, se debe acelerar el hecho de conformar una oferta de comercialización por parte de los operadores que active este mercado. Por tanto, antes hay que pasar el trago del equilibrio de las tarifas con respecto a sus costes, asignatura pendiente, para el que hay calendario y mecanismos de amortiguación, como el “bono social” para cuatro millones de consumidores. En ese escenario, debe ser comprensible una evolución al alza de las tarifas eléctricas (no olvidemos que hasta este momento se han mantenido por debajo de sus costes por motivos políticos) a la par que se desarrolla este mercado.

En todo caso, todo parte de actuar con credibilidad, determinación y convicción en el mercado de la comercialización en el medio plazo. Seguramente es una actividad hasta el momento poco “comprendida”, pero muy necesaria para cerrar el modelo de liberalización en el sector eléctrico. Por eso, es razonable elevar progresivamente las tarifas de acceso y contemplar los márgenes que precisa la actividad de comercialización para que puedan existir ofertas flotantes, como es la prima de riesgo existente en este mercado. Y que, finalmente, después de todo este proceso la subida de la luz deje de ser potestad gubernativa, argumento de política partidista, es decir, que todos entendamos un poco más el funcionamiento de un mercado liberalizado (en generación y distribución), bien regulado y supervisado. Y nos centraremos en cómo hacer un mix energético que resulte sostenible económicamente y medioambientalmente, sin trampas, ni ”gaps” con la realidad. Lo importante es explicarlo bien.

El informe del CSN y la continuidad de Garoña

En muy pocas ocasiones la noticia energética de la semana sucede en fin de semana, o casi en fin de semana, como ha sucedido con el informe del Consejo de Seguridad Nuclear, referido a la renovación de la central de Garoña y primer paso en el proceso decisorio al respecto. En algún caso, se podía haber imaginado el ideal de que el Consejo de Seguridad Nuclear hubiera echado un “capote” a los partidarios del cierre de la instalación, con un informe contrario a la misma.

Pero no, ha dejado la cuestión en el plano político del gobierno y en su decisión, dónde hoy conviven, al parecer, distintas tendencias. Cómo se podía leer en el diario El País, parece que los socialistas se dividen entre los que “quieren cerrar todas las nucleares y los que quieren encender la luz por las mañanas”. Este país se había hecho enormemente pragmático con los años y la ideología tiene hoy sus límites: la seguridad de suministro y la economía, la general y la doméstica. Por ello, la opinión pública empieza a cambiar lentamente sobre la opción nuclear, y si se explicara con transparencia y de forma extensiva los efectos de abandonar la tecnología nuclear, puede ser que otro gallo nos amenizaría el comienzo del día.

Por tanto, la clave está en la potencia de los motivos ideológicos que puedan soportar una decisión arbitaria y el juramento sobre el programa electoral para cerrar una central segura, eficiente y… necesaria. Y, además, cómo es consentido en un momento en que los precios del petróleo nos recuerdan que somos mortales y que, a lo mejor, nos apuntan su tendencia alcista. Hoy se recuerda como Felipe González por motivos económicos (no ideológicos) cortó el desarrollo de nuevas instalaciones nucleares, implantando la famosa y confundida deliberadamente por sus detractores “moratoria nuclear”. Hoy probablemente haya que hacer lo contrario.

Parece que otro de los jugadores en liza es el lobby ‘medioambientalista clásico’, preferentemente el cercano al PSOE y su influencia (y al que se le contrapone el denominado “lobby nuclear”). Así, en toda esta paradoja, tenemos a determinados grupos ecologistas que se encuentran alineados con las fuentes de energía fósil contra la central nuclear, que, por otra parte, no es emisora de CO2. Parece, que las políticas hacen extraños compañeros de cama. Hay que recordar que hoy existen dos argumentos medioambientalistas que no todos los colectivos ecologistas comparten: uno, los que inciden en la lucha contra el CO2 y efecto invernadero y; dos, los que se centran en la lucha contra los nucleares por motivos ideológicos. Por ejemplo, entre ellos, está el el fundador de Greenpeace que considera que las nucleares pueden contribuir a la disminución del efecto invernadero. En todo caso, en España el problema de las emisiones no parece estar resuelto, aunque si oculto por la disminución de emisiones de ha provocado la reducción de actividad de esta crisis. En todo caso el problema, incluso desde la perspectiva medioambiental, no es tan simplificado como se quiere mostrar.

Por eso, cobra especial importancia todo lo que se escribe sobre el Presidente del Gobierno, su voluntad y lo que sería «su decisión», por lo que tendremos un tiempo de globos sonda, interpretaciones de hechos y palabras y lectura de posos del café. En este punto, nos encontramos como el diario El Mundo, señala que Zapatero se “inclinaría” por el cierre de la instalación y por un plan de empleo para esta comarca burgalesa. Sería esa propuesta la de apuntarse al tiempo de las promesas y al de utilización fácil de la máquina del gasto público (y el déficit público, con sus consecuencias futuras de endeudamiento y de financiación de nuestra economía). Desde el punto de vista de la retórica política se podría haber encontrado con la fórmula mágica: cierre de la central, prolongación de vida útil mínima para dar tiempo al desmontaje de Zorita, anuncio de plan de empleo (que luego necesita tiempo para hacerse realidad, eso sí), posibilidad de que haya corte de cintas y carteles de propaganda. A cambio, incertidumbre.

En todo caso parece mentira que el dilema, la “ecuación sin salida” para Zapatero a la que se refieren otros medios, sea cometer una arbitrariedad: cerrar una central que técnicamente puede proseguir con su actividad de generación de electricidad, con un coste en términos de indemnizaciones alto (amortizaciones pendientes, nuevas inversiones se han venido haciendo estos últimos años, hasta 150 millones de euros y, eso sin contar que el propio CSN recomienda 50 millones más, en contra de la indigencia económica que apoya las teorías retroprogresivas que señalan que “estas instalaciones están totalmente amortizadas”). Además de estos costes directos, sería necesario incurrir en otros costes derivados: el desarrollo de un programa de gasto público para “recuperar la zona” (es decir de montar deprisa y corriendo un Plan B que tarda en fructificar y acertar), el coste de la subida de precios de la electricidad y con los costes de su sustitución en términos de energía fósil (que vuelve a apuntar subidas de precios), en términos de dependencia y emisiones. Y, ello, generando un conflicto político (otro tipo de costes) con la Junta de Castilla y León y con su partido a nivel regional y ver como se salva, a nivel institucional, el posicionamiento unánime del informe del Consejo de Seguridad Nuclear. Por tanto, la ecuación tiene salida, pero muchas son las incógnitas que hacen complejo el polinomio y muchos los costes.

Lo sensato, por tanto, parece que sería, a la vista de un escenario tan complejo, optar por la continuidad de Garoña, frente a las razones ideológicas y de suplantación del debate nuclear previo, nunca celebrado. Más en estos tiempos de crisis económica, en los que hay que dar ejemplo de responsabilidad en la toma de decisiones. En primer lugar, porque no todas las decisiones económicas tienen que ser de gasto público a la espera de los “brotes verdes”; pueden ser de eficiencia y de confianza institucional.