¡Aquí no paga nadie!

La publicación de este artículo coincide con el Sorteo de la Lotería de Navidad. Puede que tenga algún tipo de conexión, aunque sólo sea por el deseo que tenemos todos de ganarnos la vida a base de un milagro.

Para introducir el título de este texto, habría que referirse al dramaturgo italiano Dario Fo que publicó una obra panfletaria y bufa (como casi toda la obra de este autor), y que lleva por título «Aquí no paga nadie». Se trata de una crítica, en forma de sátira y de farsa, muy latina, a la sociedad de consumo en el momento en que Italia empezó a desabrocharse de una normalidad institucional.

El hecho es que la semana pasada el Parlamento aprobó una moción para reclamar que los Ayuntamientos tengan la energía más barata (lo mismo podía haber hecho con las tarifas de los móviles de Alcaldes y munícipes, pero no sucedió así). Y esto ocurre en un momento en que, fruto de un sistema perverso de financiación municipal y de muchas alegrías en los tiempos de la recalificación de suelos, los consistorios se encuentran con serias dificultades de Tesorería. ¿La solución?. La transferencia cruzada entre sectores, entre consumidores, entre ciudadanos, en lugar de resolver el problema de fondo que exigiría más análisis y más voluntad política (y que implicaría a más Administraciones, además).

La cuestión es que la energía ha sido un sector que tradicionalmente ha sufrido (y, por lo visto, seguirá sufriendo) las embestidas pertinaces de la intervención y regulación mal entendida. Y lo hace en varios sentidos y con distintas trayectorias, como las «cornás»: aguas arriba, con los intentos de fomentar la generación de energía, como es el caso reciente del carbón que esperemos que la Unión Europea ponga en su sitio. O, en el caso de las energías renovables (cuyo desarrollo es necesario en el marco de la sostenibilidad y eficiencia energética), con un modelo como el que ha dado lugar a excesos y burbujas alrededor de los proyectos en determinados sectores o sobrecostes que no son seguramente un error, sino un ajuste de cuentas con las presiones recibidas.

Todo ello ha dado lugar a que se pase de empresas que desarrollan actividad de generación, distribución, suministro y comercialización (con los procesos de inversión asociados, convertidos en boomerang), a que cobren un papel relevante otro tipo de agentes que exprimen la plusvalía intermedia de los proyectos (y frente al cual, paradójicamente como desde posiciones tan antiempresariales como la actual se perciben bastantes simpatías). Nuevos entrantes, cuyo mapa se puede dibujar alrededor de la producción de energía mediante tecnología solar, y que provienen de otros sectores que han diversificado su actividad, como es la construcción. De hecho, hoy podemos señalar que menos del 50% de la energía producida está representada a través de Unesa, lo que entre otros factores apunta a su necesaria y urgente refundación o reformulación.

En las aguas intermedias también hay intervención y a la evidencia de la distribución de energía también nos podemos remitir, en la medida que, por ejemplo, se deciden inversiones que luego no se quieren contemplar por el sistema retributivo asociado como hemos venido poniendo de manifiesto la semana pasada, generando un limbo regulatorio impropio. Aquí no paga nadie. Y también esto se produce, aguas abajo, en el control y ajuste de las tarifas, de forma que el déficit tarifario, su financiación, su dosificación, la existencia de tarifas diferenciadas por consumidores, etc…, ha sido una herramienta tradicional y habitual en el sector energético (y que muchos apuestan por prolongar). Y esto no quiere decir que no se dé en otros países de Europa, que se da, obviamente; solamente que los debates sobre el mix de generación asociados al coste futuro de la energía en estos países no contemplan tantos ingredientes esquizofrénicos (no a la energía nuclear, protección al carbón, apoyo a las energías renovables, pero eso sí a las más caras, para satisfacer intereses de industrias y Comunidades Autónomas). Difícil combinación que ha llevado a que la planificación energética (la famosa Prospectiva) haya sido un documento largamente demorado (es la sentencia del Estatut del sector energético) y que la Ley de Economía Sostenible haya hecho comprometer la existencia de este documento.

Volviendo al principio del artículo, este fin de año, anuncia un futuro muy incierto para el sector energético y la reclamación generalizada es que la energía sea barata para que se pueda dedicar la renta disponible a otros usos más lúdicos de nuestra ciudadanía consumista, que exige fútbol, pan y toros, menos en Catalunya. Y por decreto. Hay quienes abiertamente y con coherencia lo hacen en pos de una política industrial de costes bajos de la energía para la estructura productiva . Si no, no se entenderían los desencuentros entre la CEOE y la propia Unesa, como asociación integrada en la patronal empresarial.

El hecho es que la voz del sector eléctrico tradicionalmente ha sido presentada a la sociedad con componentes peyorativos pese a la asunción de determinadas figuras (como el bono social) que deberían haber ido a cuenta de los Presupuestos Generales del Estado, incluyendo la articulación de dispositivos para gestionar su concesión desde las propias empresas. También, cuestiones como la modificación de la tarifa nocturna o los sistemas de lectura de contadores que fueron realizados de «aquella manera» y cuyo coste moral recayó también en el sector eléctrico. Los esfuerzos vía patrocinios y vía responsabilidad social corporativa no han ayudado especialmente a mejorar la percepción y reputación del sector: sobre todo porque en el origen está explicar bien a la sociedad el papel de las empresas, de la energía y sus costes. Y detrás, mientras, ese runrún: aquí no paga nadie.

Por eso, con una sobreinversión en generación que necesita ser absorbida (especialmente en el caso del gas y ciclos combinados) y con varias actuaciones regulatorias perturbadoras en ciernes, la batalla está completamente abierta. Todo ello con numerosos riesgos como son la escasa cultura económica, la instalación perenne en precios de la energía ajenos a la realidad, la falta de convicción en los mercados, la liberalización y las reglas claras, la presencia de francotiradores retroprogresivos de muy diversa índole en las inmediaciones de los ámbitos de decisión regulatorios, la gestión de presiones asociadas, la demagogia que lleva a que, incluso desde los representantes políticos, se formulen propuestas voluntaristas en esta línea, con el soniquete del «Aquí no paga nadie» de fácil unción. Para más «inri», hay que añadir el nuevo poder frente a la Administración de entrantes que no pertenecen al sector energético y con intereses intercurrentes de muy difícil conciliación en todo este tablero (y de muy difícil frenada). Y, todo ello, sin política escrita.

En definitiva, se adivina que la voz o voces sectoriales que han venido sorteando con muchas dificultades, un sinnúmero de vicisitudes regulatorias así como los retrasos en el proceso de financiación del déficit tendrán que abordar una situación envenenada, dependiente y, ciertamente, estremecedora para el año que comienza y, lo que es peor, para el futuro de un sector intensivo en inversión que ve alteradas sus reglas y ortodoxias. Algunos, en este marco, son partidarios del cuánto peor, mejor y, por ello, empiezan a aflorar quienes piden un cambio de reglas, incluso una involución que nadie sabe hacia dónde nos puede llevar. El acuerdo por unanimidad del arco parlamentario de electricidad más barata para los Ayuntamientos, además de ser un panfleto, es una metáfora sectorial y de futuro que debería apuntar a la reflexión. Es una posición colectiva en forma de corifeo como finaliza la obra de Dario Fo, «Aquí no paga nadie».

En todo caso, esto ya no es una comedia bufa. Esta voz se apaga.

Cuidado, siguen ahí

Estas Navidades nos traen la última película de zombis «Bienvenidos a Zombieland», al parecer una revisión cómica del género. Lo cierto es que las películas de zombies siempre tienen varios componentes que pueden constituir un subgénero cinematográfico. El primero y principal es el de unos personajes que viven en un estadio que no es el de la muerte completa y que van llevando el mal y la desolación allá por donde pisan. Son películas, en general, de terror, aunque esta última es una revisión en clave de humor y comedia. Los ‘zombies’ suelen estar agazapados en sus tumbas hasta que hay algo que los despierta y empieza su escalada de sangre, el crujir de dientes y todo eso.

La semana pasada nos encontramos con una nueva trastada de la factoría del Consejo de Administración de la Comisión Nacional de Energía (CNE), en su condición de ‘zombie’, que tiene muchos paralelismos con el mundo de los muertos vivientes.

El hecho de que el Consejo de la CNE viene actuando con la prolongación artificial de su presencia en el organismo de cuatro consejeros desde hace ya más de un año. Cuestión que se ha visto acrecentada por la publicación del Anteproyecto de Ley de Economía Sostenible que ha anunciado una reforma que comporta un cambio completo en el organismo, reduciéndose a cuatro consejeros y un presidente. Dado que no tiene una disposición transitoria, parece que esto supone de facto dinamitar el actual consejo, más allá de los consejeros cesantes.

La trastada, en concreto (y no la única, como veremos) tenía que ver con cómo se había gestado la cuantía que se incluía en las tarifas para la actividad de distribución. Un proceso (el de la retribución a la distribución) que había pasado de forma subrepticia y que incorporaba como una de sus piezas un mecanismo, el Modelo de Red de Referencia, que ha arrojado resultados, primero, con completa ajeneidad a las empresas; segundo, no comprobados con la realidad; y tercero, disonantes con el modelo de decisiones regulatorias de la inversión en el que participan las Comunidades Autónomas. Finalmente, parece que hubo una cierta marcha atrás (volviendo a la provisionalidad de la retribución), tras el fenomenal escándalo que se formó en la última sesión del Consejo Consultivo.

Pero esta no es la única de las actuaciones de los Consejeros que viene revestida de polémica y que sigue este mismo modelo. Podemos recordar cómo en el caso del Real Decreto para la gestión de restricciones por garantía de suministro (el eufemismo con el que se bautizó el decreto para fomentar la quema del carbón nacional, gestionando los stocks pendientes acumulados, aumentando así la emisión de gases contaminantes y dinamitando el mercado eléctrico). Pero bueno, al final parece que desde la Unión Europea han visto la jugada y, por ello, Industria se ha visto forzado a presentar el plan como lo que es, una ayuda de Estado al sector. Por cierto, proceso de comunicación del que desistió el anterior Secretario General de Energía, Ignasi Nieto. En todo caso, resulta paradójico que la CNE (que debe conocer mejor que nadie el sector energético y la competencia en el mismo), hiciera un informe calculadamente crítico, pero mucho más «light» que otros organismos como, por ejemplo, la Comisión Nacional de Competencia. ¿Cómo no va a querer Luis Berenguer, por tanto, apropiarse de la actuación de la CNE en semejante estado?

Pero tampoco es la última, en este acontecer río, el problema del carbón nacional. Sólo hay que ver cómo la CNC no ha tenido ni un solo resquicio de posición pro mercado y proliberalización de la actividad de comercialización eléctrica en lo que se refiere a otro informe que también ha pasado, por debajo de la mesa (en concreto, el Informe que desarrolla el Real Decreto para transposición de la famosa Ley Ómnibus en el sector eléctrico). La pieza que ha elaborado la CNC al respecto tampoco resiste la comparación, inclusive por su claridad. En el caso de la comercialización, las garantías y dificultades que se ponen a la actividad desaniman a cualquiera. Pero no nos engañemos, no hay cultura de comercialización (no la hay de liberalización) y, seguramente, la voz de este sector tan novedoso y necesario para la liberalización final, tiene difícil encontrar un altavoz hoy.

Un inciso, esto no ocurre porque la CNC tenga ahora unas convicciones pro mercado, o al menos, pro empresariales. Sobre todo tras la política de hechos consumados y tierra quemada que viene practicando. De hecho, su presidente señalaba hace poco que la Ley Ómnibus se había bloqueado por la acción de los lobbies de las empresas, desposeyendo de su responsabilidad en estos cuatro años de retraso a la Administración e incurriendo en la satanización tan usual del papel de las empresas y su relación con la Administración en un modelo de participación, que debe ser transparente, abierta y equilibrada. En todo caso, el Informe de la CNC al hilo de este Real Decreto no tiene comparación por su claridad expositiva y la posición del organismo con el de la CNE.

En todo caso, aunque no lo parezca y la actividad de la CNE sea más silente en los últimos tiempos, la capacidad devastadora de los mercados y la liberalización por parte de su Consejo de Administración sigue siendo no despreciable. Es más, tras el anuncio de la voladura del Consejo en su actual configuración, los comportamientos pueden ser más inquietantes y ganar virulencia. Y tengan en cuenta que este último tiempo de la prolongación del partido puede ser especialmente cruento. Están armados y son peligrosos. Cuidado, siguen ahí. Es Zombieland.

Varapalos europeos al decreto de Industria para aumentar la protección al carbón autóctono

Como veníamos anticipando, la propuesta de Real Decreto para impulsar a todo trapo la quema de carbón nacional (y bautizado con el ingenioso nombre de gestión de restricciones por garantía de suministro, en tiempos de abundancia) podía toparse con la posición contraria de las autoridades europeas, en el caso de enterarse de la jugada. Y así ha sido.

En España, fruto de estos años en que las ayudas comunitarias han llegado regular y religiosamente, se ha cultivado una idea particularmente peligrosa: existe una burocracia comunitaria enorme. Pero, a pesar de esa imagen, Europa es mucho más eficiente de lo que parece y tiene mecanismos y antenas mucho más orientadas de lo que se podría suponer a primera vista.

En el caso del carbón nacional, el Gobierno e Industria ya lo han comprobado en sus propias carnes y al parecer el primer encuentro con la propuesta de Real Decreto encima de la mesa ha tenido una oposición frontal en las autoridades comunitarias de competencia y energía. Según fuentes solventes, este encuentro se produjo en días pasados y el jefe de la delegación española fue Antonio Hernández, Director General de Energía y Minas.

El resultado de esta aproximación ha sembrado la preocupación, además de sentar como un jarro de agua fría, en el Ministerio de Industria, que recibió el encargo desde instancias políticas más elevadas. Sobre todo porque el propio Miguel Sebastián ha dejado grados de autonomía muy importantes al área energética en este campo, a sabiendas de que su encaje en la legislación comunitaria es, literalmente, imposible (aunque pronuncie esas declaraciones sobre el carbón en que parece exonerarlo como tecnología de sus consecuencias medioambientales, ¡qué formula tan saducea!). En suma, y en la práctica, se trata de un marrón de difícil digestión para el área energética.

Partamos del hecho de que Europa no es partidaria de subvencionar por subvencionar (al modo latino tan en boga). En concreto, en este sector carbonífero español, la posición europea es que las subvenciones sirvan para compensar la diferencia de competitividad con el carbón importado. Ahora, de ninguna de las maneras, estos mecanismos económicos deben estar dirigidos a conseguir una doble financiación garantizada para el reducto minero español, toda vez que estas subvenciones se perciben tanto en tiempos de precios altos del carbón importado como en tiempos donde este precio cae y además la competencia con otras tecnologías agudiza la percepción de su ineficiencia. Un intento de estas características ya se realizó mientras que Ignasi Nieto fue Secretario General de Energía, y de forma discreta y cuca, fue retirado de los ojos de la Unión Europea. Por tanto, se impone una auditoría de las cantidades percibidas y su correlación con la evolución de los precios del carbón en el mercado internacional.

Hay que recordar el camino recorrido. A la vista de los problemas de competitividad de las minas, de la acumulación de stocks de carbón autóctono (la propuesta de real decreto es un procedimiento para intentar gestionar estos stocks, más que otra cosa), en Rodiezmo, sindicatos y empresas mineras reclamaron al Presidente Zapatero más ayudas para el sector. Asesorados por no se sabe quién, la feliz idea es que sea con cargo al sector eléctrico. Para hacer eso, se decide intervenir el mercado eléctrico, seccionarlo, atentar al modelo de liberalización, crear un eufemismo regulatorio sin parangón (las restricciones por garantía de suministro) y la reparación controlada de los efectos sobre las tecnologías (indemnizaciones tasadas) para intentar aminorar el efecto. Todo ello con el retruécano de convertir el carbón autóctono como combustible estratégico, por lo cual no hay que guardarlo sino quemarlo a todo trapo, en otra contradicción in terminis. A la que le unimos el efecto sobre las emisiones de carbono y el efecto invernadero, otra contradicción en tiempos de Copenhague y de un aparatoso discurso sin convicción alguna.

La suma se ha convertido en un desmán de proporciones económicas incalculables, que del sector minero español, cruza al eléctrico, pasa por el medioambiente y acaba en la tarifa que pagan los ciudadanos. Es decir, en la factura que llega a cada uno. Todo ello, por una incompetencia e incapacidad continuada para concluir la reconversión del sector, abordar en serio el desarrollo regional, acabar con un «modus vivendi» anómalo y atajar el clientelismo que siempre surge en rededor de las subvenciones.

Por otra parte, en nuestro país la bola no para de crecer, los pronunciamientos de la Comisión Nacional de Competencia (CNC) y la batalla campal que se prepara en el terreno de la generación eléctrica dejan sin descanso a Industria. Más de 1.200 millones de euros estima la CNC de costes, cuyo puente hacia la tarifa y el consumidor energético es casi directo (por cierto, las asociaciones de consumidores, salvo los grandes consumidores, no han dicho esta boca es mía, seguramente tranquilizados por una acción intervencionista en precios eléctricos).

El efecto bola de nieve se precipita sobre este proyecto, que tiene todos los visos de tener que ser retirado y reelaborado, por lo que es posible que hasta la primavera no se tengan noticias del mismo.

En todo caso, y más allá de la prosodia que necesita refrenarse, cuánto hay que agradecer el hecho de pertenecer a la Unión Europea en la medida que se ponen frenos y racionalidad a la actuación política, que sin política, o estrategia energética, sucumbe al ejercicio de las presiones.

El anteproyecto que no pudo haber sido y no fue

Las reacciones a la Ley de Economía Sostenible cuyo anteproyecto fue presentado por el Ejecutivo el viernes pasado, tras una generación de expectativas desmesuradas y no suficientemente dimensionadas, no se han hecho esperar y, de forma general, son muy negativas. En todo caso, lo que es evidente es que hay un ejercicio de descompensación claro entre el discurso político oficial centrado en las expectativas de la ley: el cambio del modelo productivo (que no llega a lifting semanal), y lo que ha sido su elaboración, en el fondo un rastrillo regulatorio bastante lastimoso, sobre todo desde que se filtraron las demandas de la Moncloa en forma de correo electrónico despistado (mitad limosna, mitad órdenes) para dar consistencia y contenido a algo que ha acabado siendo un engendro de carácter prometeico.

Como reflexión, resulta peligroso el abuso del marco de Lakoff, del ejecutivo con prosodia electoralista: economía sostenible. El problema es que ya ha pasado hace tiempo el momento de la política tangible y explicable. Es decir que la comunicación política debe estar al servicio de la transformación y la reforma, y no convertirse en el objeto de la política, suplantando el ser con el parecer. Evidentemente, no está mal que el ejecutivo, el Gobierno, o el Partido Socialista innoven en comunicación política y marketing, dado que por lo menos ameniza. Lo que está mal es que lo hagan en una situación de crisis de este tipo, con una ansiedad que le llevará a aguantar mal los malos datos de crecimiento y empleo, que quedan hasta que haya alguno decoroso. Y, por lo demás, que estos conejos de la chistera se hagan con las cosas de comer. Y, más todavía, en la medida que la comunicación tiene más destinatarios que los sufridos votantes, muchos más. Tiene que ver con todos los afectos de que haya confianza institucional, económica y empresarial.

El hecho es que este Anteproyecto de Ley emite señales a los sectores económicos, por un lado, a analistas financieros, inversores y a nivel internacional que confirman la frase de Groucho Marx: «más vale estar callado y parecer tonto, que abrir la boca y confirmarlo». Muy peligroso, por tanto, este ejercicio, y no sólo el corto plazo, que ya ha ofrecido su cara más descarnada con esta ley, sino que también en el medio plazo le puede causar efectos muy perniciosos al Ejecutivo. Pocos ejecutivos occidentales han dado una sensación tan alarmante de frivolidad, de superficialidad y de falta de capacidad para abordar problemas esenciales y quedarse en lo decorativo, como éste.

En el ámbito energético, se cumple la crítica general a este Anteproyecto de Ley: se han aglutinado medidas parciales, puntuales, que ya estaban anunciadas, con actuaciones más o menos sincopadas, como la búsqueda de una regulación (estricta) del período de vida útil de las nucleares, reducción del tamaño del Consejo de Administración de la CNE, reducción del consumo energético por decreto y creación de la Conferencia Sectorial de Energía a nivel autonómico. Algunas de ellas son simpáticas o «cool», pero hoy no se justifica que la Ley de Energías Renovables y Eficiencia Energética sucumbiera ante este refrito regulatorio insustancial (y eso que su contenido estaba bastante a la deriva). Hagamos un resumen.

Reducción balsámica de la CNE. Quizá la medida en el papel más razonable, largamente anunciada y que su efectividad real se tiene que traducir en su despolitización y tecnificación. Algo que va más allá de la ley, pero mucho más. Por tanto, el Consejo de Administración de la Comisión Nacional de Energía será reducido a 5 miembros, incluido el presidente o presidenta, con un período de vigencia de 6 años no renovables, es decir máximo. El presidente tendrá que acudir anualmente al Parlamento a dar cuenta de la actividad del organismo. Además, se elimina la posibilidad de recurso de alzada ante el Ministerio de Industria contra las decisiones de la CNE. Lo que es cierto es que a partir de este momento comienza otro proceso de elucubración sobre el presente y futuro de la composición actual del organismo, sustituciones, vacantes y renovación del mismo. Apasionante en todo caso.

Fijación del límite de vida útil de las centrales nucleares de forma más estricta. Eso, irónicamente, puede ser de lo más «sostenible» de la Ley con el objetivo de seguir entorpeciendo la prolongación de las centrales nucleares, pese a que cumplan todos los requisitos de seguridad, como en el caso de Garoña. Es decir, generar el ánimo de casi decretar el cierre de instalaciones en perfecto funcionamiento, certificadas en atención al posicionamiento antinuclear. Y todo, en un momento en que se replantea el papel de la energía nuclear en la reducción de emisiones y rebaja de la factura energética en paralelo.

Creación de la Conferencia Sectorial de Energía. Se apunta como objetivo el hecho de coordinación de las políticas en materia de energías renovables. En todo caso, en el ámbito de las energías renovables, se pasa del furor del converso al frío gélido, pasando por la quemadura de tercer grado, con gran facilidad, algo que esta Ley, ni la anteriormente prometida Ley de Energías Renovables, pretendía.

Eficiencia energética por decreto y atención al transporte y la movilidad. De lo que más se ha hablado ha sido del control de las temperaturas de los edificios, de forma que no puedan ser más altas que 21 grados en invierno o 26 grados en verano. Como sugerencia añadida cabría hacerse la fijación del número de bombillas de bajo consumo por metro cuadrado o la regulación del uso de la corbata, bermudas y escotes, para garantizar los objetivos de igualdad de género, conciliados con la eficiencia energética. Poca referencia a los precios de la energía como regulador efectivo del consumo.

Finalmente, el Gobierno asume el compromiso de elaborar una Planificación Energética con equilibrio económico, medioambiental y de suministro. Compromiso que si no existía anteriormente, quiere decir que no teníamos política y todo era rodar por tierra.

En definitiva, lo que teníamos es lo que tenemos: poca cosa, buenas intenciones y termostatos bajo control. Más de lo mismo, con el agravante de que sigue en el cajón la propuesta de Real Decreto para impulsar la generación de electricidad mediante la quema de carbón nacional. Propuesta nada sostenible, ni económica, ni medioambientalmente, ni desde el punto de vista ecológico y de emisiones. O cómo se han calzado las primas a las renovables con la termosolar desbordada, en una inclusión desvinculada de su efecto sobre la generación de electriciad, sin objetivos, ni criterios de costes meditado. O, incluso, cómo se afirma que, a la vista de todos estos desaguisados más el déficit tarifario acumulado, la tarifa no se va a equilibrar en lo que debería subir para hacer coherentes los precios de la electricidad con sus componentes y decisiones políticas.

Insostenible.

Una decisión que no cierra el problema: lo traslada o lo agrava

La publicación del calendario para el desembalsamiento de los proyectos de energías renovables, presentado al amparo del Real Decreto Ley 6/2009 y difundido como mecanismo para «pacificar» el sector renovable, puede resultar un nuevo cierre en falso en el sector. Sobre todo porque probablemente lo abordado con esta calendarización es solamente una cara del problema, y de parte del mismo: únicamente la cuestión momentánea de la promoción de proyectos y sus consecuencias en términos de problemas inquietantes para el sector industrial, impelido razonablemente por la caída de demanda. Problema que se ve descompensado con el medio plazo y por la necesidad de comprender que la integración de todas estas decisiones y de las energías debe contar, además, con la perspectiva industrial, con su integración en el sector eléctrico, en el mercado energético y en el mix de generación.

Sin duda, además todo lo que está sucediendo en el sector energético no son, en ningún caso, hechos aislados, sino que están interrelacionados entre si, y el anuncio de que hay que cambiar la política de primas a las renovables, la gestión de los «stocks» de carbón, el déficit tarifario y los costes de la termosolar, no son decisiones independientes. Ni mucho menos. Por eso, la decisión seguramente debería ser más global, configurando una política energética coherente y sostenible de verdad (una demanda acuciante) por mucho que se quieran presentar intencionadamente como cuestiones diferentes, sujetas cada una a agentes y demandas diferenciadas.

Por ello, es importante, en este caso, el medio plazo, que lamentablemente siempre va en relación con la estabilidad regulatoria, sectorial y, por tanto, inversora, contra el presente perpetuo de la decisión política, cada vez más conducida por la rabiosa actualidad y por decisiones anteriores que condicionan el futuro.

De hecho, no se puede entender esta decisión, sin antes hacer un pequeño itinerario por el final previsto en el R.D. 661/2007. Este Real Decreto preveía un período de un año para finalizar los proyectos en curso a partir de la llegada al 85 % de los niveles de consecución de los objetivos para cada tecnología. Por ello, no está de más señalar la necesidad de la calidad regulatoria y de su gestión efectiva porque, de hecho, este plazo excesivo e indiscriminado por tecnologías del R.D. 661/2007 fue el que provocó la burbuja fotovoltaica de hace un año (y que tanto escandalizó cuando se produjo), al igual que esta nueva actuación regulatoria (el Registro de Preasignación del R.D.-L 6/2009) ha desbordado los volúmenes y primas de la solar térmica en un plis-plas. Un poco de detenimiento no vendría nada mal.

Por su parte, de forma sorpresiva en el Real Decreto Ley 6/2009, se introdujo un mecanismo sustitutivo del anterior que consistía en un plazo de presentación de los proyectos que entraran con fecha antes del 7 de mayo y cumplieran ciertos requisitos gozarían de la retribución del R.D. 661/2007. Todo ello con el interés presunto de evitar las avalanchas que se produjeron en transiciones normativas semejantes anteriores (como decíamos, en el caso fotovoltaico fue paradigmático). Objetivo, controlar la entrada. Consecuencia, que se ha convertido realmente en una espita.

Hay que recordar que los cambios de retribución futuros en las renovables siempre incorporan una expectativa de reducción, dado que el regulador busca conseguir que las mejoras en las tecnologías se traduzcan en reducción de las primas. Luego, el criterio para un inversor es siempre antes, mejor que después.

Por tanto, ante esa expectativa, con este Real Decreto Ley se ha conseguido generar un nuevo «efecto llamada» imprevisible en su administración por Industria. Según informaciones a las que ha tenido acceso Energía Diario, se habrían producido solicitudes de más de 4.000 MW de energía termosolar y de14.000 MW en el caso de la tecnología eólica. La decisión final ha recortado mucho más respecto a la entrada, a la eólica que ha visto autorizados proyectos por un volumen total de 6.000 MW hasta 2012, mientras que la tecnología termosolar, que irrumpe en el panorama de generación español con cierto estrépito y con mucha fuerza, consigue 2.300 MW en total hasta 2013.

En términos acumulados, la eólica se situará en el entorno de los 23.000 MW instalados, con respecto al objetivo de 20.155 MW (algo menos del 15 % por encima), al final el modelo retributivo del R.D. 661/2007. Mientras, la termosolar se sitúa en el 460 % del objetivo de Plan de Energías Renovables (PER), lo cual no deja indiferente a nadie por su impacto en la tarifa, sobre todo por la diferencia de primas que percibe uno y otro: mientras el sector eólico está en el entorno de los 30-38 €/MW, la tecnología termosolar está en el entorno de los 270 €/MWh. Para entendernos: 1.300 MW de solar térmica salen por lo mismo que 20.000 MW eólicos.

Sucintamente, el Ministerio de Industria ha justificado esta desviación concreta con el argumento de la generación de empleo. A nadie se le escapa la presión de la patronal termosolar y de dos Comunidades Autónomas, que se transparentó en toda su crudeza con el intento de abolición del Real Decreto Ley 6/2009 en aquel episodio parlamentario tan rocambolesco, enmienda va, enmienda viene. Además se ha querido presentar meramente como un conflicto empresarial (empresas que invierten en una tecnología o en otra), en una controversia sin diferencias, ni matizaciones, pero en realidad, no equivalente, ni inocua una decisión sobre otra.

En todo caso, hacia delante se trasladan muchas preguntas. ¿Cómo se va asumir este sobrecoste y cuáles son las consecuencias futuras del mismo, incluso para las propias energías renovables? ¿Cómo puede ser que el ritmo de aumento de la potencia eólica, estimado en 2.000 MW anuales, se haya reducido a 1.700 MW, siendo la tecnología más competitiva, menos costosa y más cercana a su nivelación con el mercado, sobre todo dada su importancia de cara a los objetivos de 2020 en términos de aportación en el mix energético? ¿Implica esto que los objetivos finales para 2020 se reducen para esta tecnología? ¿Y globalmente? ¿Cómo se ha administrado el criterio de diferimiento temporal en esta calendarización por tecnologías, proyectos, fecha de proyectos, etc…? ¿Qué se va a hacer con los proyectos que forman parte de la derrama, los situados en cola de espera? ¿Qué se va a hacer con proyectos en marcha que no tenían resueltos los trámites de un Decreto y de otro, y que no han entrado en estos cupos anuales? Por otra parte, además de los legítimos intereses promotores, ¿cómo encaja en la factura eléctrica y en la planificación energética? ¿Nos lleva a ajustes más duros en los nuevos desarrollos reglamentarios retributivos posteriores? ¿Cómo se distribuye este «sacrificio»? ¿Cuánto tiempo habrá que esperar para contar con el desarrollo normativo posterior que proporcione la verdadera seguridad jurídica a los proyectos y, lo que es más amplio, al futuro sectorial?

¡Esto no ha hecho más que empezar!

Todas la claves en la decisión de la Comisión Nacional de Energía

El consejo de la Comisión Nacional de Energía (CNE) tiene que dictaminar hoy sobre la propuesta de Real Decreto para priorizar la generación de electricidad mediante la quema de carbón nacional por motivos de «garantía de suministro», remitida desde el Ministerio de Industria y cuyo ponente ha sido el leonés Jaime González, cuestión que ha causado un gran revuelo y más de una suspicacia en el sector. Veremos cuál es el grado de crítica con la propuesta de Real Decreto a la vista de la ruptura que supone con el modelo de mercado y que afecta a uno de los papeles que debe jugar este organismo. En este artículo repasamos cuáles son las claves sobre las que tiene que decidir el Consejo de Administración de este órgano regulador.

Desde el punto de vista de la globalidad, el eje de la decisión estriba en la intervención del mercado eléctrico que supone la propuesta de Real Decreto y si realmente la mejor manera de utilizar una fuente de energía que se considera estratégica es la de quemarla a todo trapo, afectando al mercado eléctrico e incrementando las emisiones de gases efecto invernadero. Sería el caso de la primera regulación «ficcional», consistente en que se «ficciona» la casación del mercado eléctrico, pero se obliga a vender energía generada por carbón nacional por este procedimiento y la energía desplazada por este mecanismo ineficiente se «indemniza».

Además, por encima planea la sombra de la Unión Europea en la consideración de ayuda de estado a este sofisticado mecanismo y cuyo «naming» ha sido pensado concienzudamente para despistar y que cuele a la luz de las normativas europeas (denominado eufemísticamente como «restricciones por garantía de suministro», cuando es el momento de nuestra historia reciente en que tenemos menos problemas de garantía de suministro y disfrutamos de precios más bajos de la electricidad). ¿Será porque se piensa que la policía es de madera?

El problema planteado, en términos globales, se plantea en cómo una decisión de corte político-presidencial, relacionada más con la administración de las presiones por una hipérbole regulatoria y una consideración torcida de lo que son las empresas, se propaga con un despliegue de consecuencias sin precedentes al sector eléctrico, a los mercados de la energía y a los consumidores. En resumen, con el fin de apoyar adicionalmente una tecnología poco competitiva, se introduce mediante un mecanismo «demoníaco» una termita devoradora que provoca unos «rotos» importantes sobre la tarifa, sobre los consumidores, sobre las empresas eléctricas, sobre las inversiones y sobre el déficit tarifario.

Es en este punto donde más escuece el papel que puede tener un perfil como el de Jaime González, dada su vinculación con León y con el propio Presidente del Gobierno, para la dirección del Informe que elaboran los servicios técnicos del organismo y que debe servir de base para la decisión del regulador independiente.

Por tanto, hay que decidir sobre si gastar 4.750 millones de euros en tres años que no estaban previstos. Sobre si reducir el margen que establece el Real Decreto Ley 6/2009 para el déficit tarifario y sobre que estos 4.750 millones supongan la elevación de las tarifas eléctricas y que lo paguen los consumidores, en parte. Porque el resto lo pagan las empresas, o lo absorben en los contratos cuyo tope son el tope de las tarifas, salvo los mecanismos de compensación por lucro cesante.

De hecho, se estima que las tarifas de acceso deberían crecer en el entorno del 18 % por causa de la sinrazón de este Real Decreto. Sobre todo, porque luego vendrán decisiones sucesivas como las próximas tarifas y, políticamente, es complicado trasladar una subida de precios a los consumidores y explicar que se hace para pagar el aumento de las ayudas y protección al carbón nacional. En esto, la política tiene mucho de «si te he visto, no me acuerdo». Y si me acuerdo, miro para otro sitio y argumento por la demagogia que siempre es más fácil que por la economía.

Y, finalmente, aceptada la mayor, parece que hay otros problemas en lo menudo, lo que son los «pequeños detalles» que también son muy grandes y pueden provocar bastantes fracturas. Con pequeños detalles nos referimos a cómo se calcula el precio de la energía que tiene que ser compensada, fundamentalmente la expulsión de la generación mediante gas y mediante carbón importado (de mayor calidad, productividad y más competitivo). Aquí empiezan los problemas serios. En primer lugar, porque las empresas tienen modalidades de contratación específicas, las denominadas take or pay (que quiere decir que te lo quedas o lo pagas igualmente) que afectan tanto a las compras de carbón importado como a las de gas natural. Es decir, están obligadas a pagar el gas y el carbón que no consuman y que han contratado, más el coste de su logística. En suma, una propuesta de Real Decreto, que lo que hace, por una parte, es crear un mecanismo muy dañino, tratar de endosarlo en parte a los consumidores y en parte a las empresas y, por otra parte, ver cómo intenta arreglar algo, sin gastarse mucho, todos los desaguisados que ha provocado, sin conseguirlo por la vía de sus indemnizaciones. Modelo bombero incendiario.

Finalmente, queda la geometría variable de las votaciones en el seno del Consejo de Administración, que puede hacer que esta sea una de las votaciones más imprevisibles del organismo. Por un lado, el sector catalán del Consejo, Maite Costa y Sebastiá Ruscalleda que conocen la posición muy crítica de Gas Natural con respecto al proyecto, tal y como se ha conocido a través de los medios por la difusión de sus alegaciones. Otro segmento identificable es el que forman el propio ponente del proyecto, el leonés Jaime González, y Jorge Fabra, que han venido defendiendo posiciones contra el actual mercado eléctrico y a favor de mecanismos de fijación de precios diferentes al mismo, desde la publicación del Informe de Costes y Precios y subsiguientes. Y, finalmente, el otro bloque identificable tiene que ver con el Partido Popular, que ya ha anunciado su posición contraria a este Real Decreto, por lo que sería esperable un pronunciamiento en este sentido de los consejeros designados por este partido, aunque estén en espera de destino. Y, de por medio, la controversia abierta entre Industria y la CNE. Apasionante.

La CNC en su hiperactividad

La gravedad de las actuaciones difundidas sobre la visita de los investigadores de la CNC a la sede de la patronal eléctrica Unesa merece un comentario, como poco. O mejor dicho, dos: uno de contexto y, probablemente, otro para este caso concreto. No hay sector de la economía española que no haya recibido la visita de la Comisión Nacional de Competencia en los últimos tiempos y siempre acompañada de su retransmisión en directo y una política de campanario. Mientras, asistimos a un momento de nuestra historia reciente en el que desde las instancias políticas se está más en contra de la liberalización de los mercados y de la puesta en funcionamiento de reformas estructurales. Son comportamientos paradójicos que pueden tener más cosas en común de lo que parece.

Así, podemos percibir que se ha desatado una suerte de furor y de utilización de la función coercitiva de este organismo sin que parezca que nadie le pueda poner freno, aunque ya, desde el punto de vista judicial, ha recibido un severo varapalo por la tendencia a penetrar en un sector y buscar todos los correos electrónicos a ver si sus operadores pactan entre si para seguir una misma senda. Con esa concreción tan abierta se escribe la sospecha en el estilo ese en el que la policía de tráfico paraba hasta encontrar alguna infracción. Por tanto, habrá que plantearse el porqué de esta hiperactividad, de esta ansiedad, de este protagonismo perseguido y perseguidor.

Además, en esta ejecutoria de difusión de las investigaciones, resulta más importante el hecho de narrar minuto a minuto lo que se está sospechando y los pasos a dar, proporcionando la sombra de la duda sobre el investigado y no sobre el investigador, por muy indiscriminada que sea su actuación y haya motivos para dudar de su proceder, que destaca más que los resultados de las propias investigaciones, así como su rigor, su solidez y solvencia, su equilibrio desde el punto de vista procedimental o su capacidad de resistir el embate de la justicia. Y, claro, narrarlo paso a paso proporciona dosis de publicidad propia y penas de telediario como ha ocurrido con los imputados de la trama Pretoria.

En este marco, parece que esta hiperactividad de la CNC es más un hostigamiento hacia lo empresarial, en la medida que empieza a cundir en determinados ámbitos de la política y la Administración una especie de cacería coincidente con la ruptura del diálogo social en junio. Lo empresarial, fruto de un cierto chavismo político español de nuevo cuño, alimentado por los viejos intervencionistas latentes, ha entrado en nuestro país, merced a la forma de hacer política que estamos viviendo, al buenismo social, a las tapaderas de la crisis por la vía del gasto público y a los escándalos económico-políticos, en el terreno de lo políticamente proscrito.

De esta fijación de la CNC, el sector energético se está llevando una de las peores partes, porque el regulador parece instalado en “sacar las patas” por alto, siendo el martillo neumático del sector. Da igual que se trate del sector petrolero o del eléctrico. Da igual la conformación de los mercados españoles y la calidad de las empresas españolas, pese a la regulación que, precisamente en muchas ocasiones, no está orientada hacia la competencia. Da igual la homologación que hacen en el exterior, el grado de avance en nuestra liberalización o lo que opinen organismos internacionales como la AIE, sobre lo mismo que critica la CNC. Por eso, conocemos ahora la segunda fase de una investigación a las eléctricas cuyas justificaciones esgrimidas son, cuanto menos, tenues y confusas con otros procedimientos.

Por ejemplo, si hablamos del sector eléctrico, la estructura empresarial de este sector ha variado sustancialmente y, como reconocen todos los organismos internacionales, nos encontramos ante un sector plenamente competitivo. Tenemos unos precios eléctricos que están entre los más bajos de toda Europa (y habrá que preguntarse por qué ha pasado esto y por qué el interés de no contarlo por parte de las autoridades políticas, ni las autoridades de competencia). En los últimos años, tras la liberalización, la dinámica de mercado eléctrico ha generado inversión, incorporación de nuevas tecnologías, entre ellas, las renovables y toda esta nueva capacidad ha dado seguridad de suministro, cuando hace años se estuvo en el precipicio de la insuficiencia energética. Se han incorporado nuevos operadores entrantes españoles y extranjeros y se ha producido un cambio de propiedad en las empresas españolas. Todo ello, hasta que la inseguridad jurídica y la regulación discrecional empezó a asomar la patita y empezaron las sombras del intervencionismo.

En efecto, el hecho más grave que ha ocurrido en la ordenación del sector energético español desde el punto de vista competitivo, con toda claridad, es que las tarifas eléctricas sean insuficientes con respecto a los costes totales, es decir, que sean aditivas y permitan la creación de ofertas competitivas entre los operadores de comercialización. Así, por ejemplo, las Tarifas de Último Recurso estaban orientadas a no crecer en exceso y dosificar el déficit tarifario a tres años (aunque ahora venga el Plan Protección Plus del Carbón Nacional a estropear estos planes con la propuesta de Real Decreto para aumentar la cantidad de energía que se genera mediante la quema de carbón autóctono). De hecho, desde más de una instancia política se ha reclamado que las Tarifas de Último Recurso tengan ese “doble valor social y de generación de mercado”, evidenciando en la petición una forma de entender las empresas y los mercados latino-intervencionista.

Sobre todo porque evidencia una cierta esquizofrenia del regulador respecto a lo que finalmente traslada de las Directivas europeas al Boletín Oficial del Estado, en especial en el caso del tema tarifario, que sigue siendo el último resquicio de intervención de precios de un suministro en nuestro país. Y porque no hay voluntad ni capacidad política de hacer efectivo este principio. Por eso, lo paradójico es que sobre todo esto (sumado a las actuaciones que suponen generar restricciones técnicas por insuficiencia de infraestructuras de transporte), la CNC viene a decir poco o nada. Como también actuó en contra de la competencia en los mercados energéticos (creando un monopolio en el aprovisionamiento del gas) en el caso de la compra de Unión Fenosa por parte de Gas Natural, cosa que merece un recuerdo permanente a este equipo.

Por tanto, el diagnóstico del sector en términos de competencia parece que no está siendo lo suficiente «fino» en lo energético y la actuación es más bien de grano gordo. Y otro de los problemas relativos a la competencia en los que está inmerso el sector energético es que la mayor parte de los responsables de dirigir (por decir algo) la política de competencia son de marcado carácter intervencionista. Algo así como poner a la zorra a cuidar a las gallinas.

No sabemos todavía si este proceso masivo, indiscriminado y de amplio espectro tiene que ver más con la intensa actividad antiempresarial de la CNC, que con su vocación promercado y proliberalización. Tampoco sabemos si todo esto tendrá que ver con la necesidad que expresa Luis Berenguer de domeñar a los reguladores sectoriales como son la CNE y la CMT y ponerlos bajo su pupilaje. El hecho es que con esta actuación tan atrabiliaria, seguramente, en el corto/medio plazo actúen en contra del organismo que representa y de la cuestión que se trata de defender y promover: la competencia.

Porque, con la refundación de la CNC se había comenzado un proceso relativamente esperanzador para mejorar el abordaje institucional de la competencia en los mercados, no las lecturas interesadas o las capturas del rábano por las hojas. Hoy, este proceso está totalmente malogrado y caído en el descrédito, por la participación en una campaña generalizada de satanización y demonización de todo lo empresarial, cuyas consecuencias devastadoras pagaremos en el futuro, dado que hemos retrocedido años en la consideración de la actividad empresarial como motor necesario de la sociedad.

De hecho, ya nadie reconoce que esta es la forma de proteger, promover y defender la competencia y que la actuación de esta CNC no es equiparable con la de otros órganos con las mismas competencias a nivel internacional. Es también genuina en su ejecutoria. Con esta hiperactividad y esta forma de interpretar la acción punitiva contra las empresas y los mercados, y de actuar selectivamente a los guiños, entramos por otro camino a la deslegitimación institucional y en la evidencia de la pobreza de las instituciones que dirigen nuestros sectores económicos.

Así no se defiende la competencia, ni los mercados. Así se les extermina.

Truco o trato en las políticas españolas respecto al cambio climático

La ex Ministra de Medio Ambiente y embajadora ante la OCDE, Cristina Narbona, afirmaba en una entrevista en La Vanguardia publicada ayer, con motivo de la reunión preparatoria (o minicumbre) en Barcelona de la Cumbre de Copenhague que tendrá lugar los próximos cinco días, la necesidad de eliminar las ayudas y subsidios a los combustibles fósiles, incluido el carbón (Cristina Narbona: «Hay que dejar de dar subsidios al carbón»). La ex Ministra, fue inquirida nuevamente por la periodista apelando al problema social de la minería (problema hoy magnificado interesadamente por la incapacidad política de gestión, de regeneración y de reforma: la gran reconversión se hizo en los años 80).

Malos tiempos para realizar unas afirmaciones de ese calado, o buenos, según se vea. El tema del cambio climático está en todos los medios de comunicación con una vigencia enorme. Y, en cambio, nuestro país, en medio de ese “frame” informativo, se halla en el trámite en el que la CNE estudia la viabilidad de implantar un mecanismo que ‘priorice’ el carbón nacional en la generación eléctrica mediante un Real Decreto. Una noticia que puede aguarle perfectamente al presidente Zapatero la Cumbre de Copenhague, donde teóricamente íbamos de lideres de cambio climático y energías renovables, en una política de apariencias, así como la propia Presidencia de turno de la Unión Europea.

En tal caso, y por oposición, miren lo bien que se porta la nueva Ministra de Medio Ambiente, Rural y Marino que no ha dicho esta boca es mía con respecto al tema del carbón. Y, desde la responsable de la Secretaría de Estado de Cambio Climático, Teresa Ribera, se ha apuntado nuevamente la expresión de “la palabra dada” para justificar el estropicio del incremento del apoyo al carbón nacional. Nuestro medioambiente está en buenas manos. Sobre todo, porque cuando a uno sólo le queda el argumento de la palabra dada, es que no le queda ninguno más. Y todo un país tendrá que “pencar” con las consecuencias de mantener a sangre y fuego la palabra dada. Lo que pasa es que con la palabra dada (y dada por otro) no se gestiona, no se gobierna y, como propuesta, el reconocimiento de errores públicos o de promesas nefastas, tampoco estaría nada mal, toda vez que parecemos condenados a sufrir un ultramontanismo del programa que parece de «La venganza de Don Mendo». En todo caso, había otras formas de abordar las promesas, menos costosas y más pensadas.

Cristina Narbona, por tanto, engrosa la nómina de ex Ministros que directamente o de facto, contrarían las indicaciones del Presidente: personas ‘non gratas’ con las políticas presidenciales. Sobre todo para un presidente que no puede soportar bien la existencia de una cierta disidencia y dialéctica política. Miren ustedes el resquemor que a veces se ha disipado por los intersticios de las declaraciones respecto a Miguel Ángel Fernández Ordóñez. O el enfado sordo que guardan con el Comisario de Asuntos Económicos y Monetarios, Joaquín Almunia. Eso sin contar el procedimiento del portazo del ex Vicepresidente Económico, Pedro Solbes, y de los ex Ministros, Jordi Sevilla, Cesar Antonio Molina y Bernat Soria. En el fondo es la lucha de la inteligentsia contra Leire Pajín.

Lo único bueno (y evidentemente, no es que sea bueno para el país, para el sector energético o para el medioambiente), es que el gobierno no da el espectáculo de otras ocasiones y de descoordinación al que ya nos tiene acostumbrados y que le han hecho característico. Han funcionado los guiños y las pleitesías en todo caso y nadie se ha salido del guión, ni de la foto.

Por que lo único que se ha ido de madre es precisamente eso, el marco, el ‘frame’. El que ahora, la realidad hasta diciembre en la Cumbre de Copenhague, nos tenga un día sí y otro también el problema del cambio climático encima de la mesa. Es todo lo que gira alrededor lo que se ha descontrolado. Aquí la incoherencia sólo está en las políticas, casi nada. En lo mollar. En pretender aparecer como los líderes de la lucha contra el cambio climático y tener en el cajón una política medioambiental y energética contradictoria y contraproducente por orden directa del Presidente, mediante el procedimiento del bisagrazo.

La pena del telediario para el Real Decreto de aumento de la producción eléctrica mediante carbón nacional

Por otra parte, a la cuestión del Real Decreto ideado para impulsar la generación de electricidad mediante carbón nacional le está llegando la pena del Telediario, es decir, empieza a extenderse como una mancha de aceite su difusión en los medios más generalistas. Y todo con un tono bastante crítico, por cierto. Sin ir más lejos, el diario El País, le dedica su editorial de hoy Parches y Retrocesos, algo de lo que se han hecho eco todas las emisoras de radio (incluyendo comentarios acerados) y resúmenes en los medios digitales. Hoy, además, los activistas de Greenpeace despliegan pancartas desde la Sagrada Familia para llamar la atención sobre las políticas para evitar el cambio climático. Además, desde el exterior damos fe del seguimiento que se está efectuando desde distintos organismos, expertos y analistas. Nuestra política en el terreno del cambio climático se pasea ahora en el exterior con grilletes imaginarios, en medio de la polémica sobre los esposas reales utilizadas con los presuntos corruptos en nuestro país.

Y lo que ha quedado en entredicho, es la política energética, la construcción del mercado eléctrico y la política medioambiental cada vez más difuminada en el marco del Ministerio que surgió del frío de una reordenación e integración endógena temática “a la francesa”. La utilización de los argumentos ecologistas y la manifestación filistea e hipócrita de la ejecutoria de la política ambiental. Pasada la noche de Halloween en la que los infantes acuden de casa en casa con una pregunta y un dilema a la espera de conseguir la golosina, la pregunta que precede al engaño respecto a la política española en materia de cambio climático es, ¿truco o trato?

Pagos por incapacidad (de competir) y pagos por capacidad

Tal y como se recoge en los medios de comunicación de hoy y del fin de semana, el Ministerio de Industria dispara las ayudas al carbón nacional con la materialización de la propuesta en forma de Real Decreto que se venía larvando desde hace varias semanas y de la que ha venido informando Energía Diario. La propuesta busca aumentar sustancialmente la producción de energía eléctrica mediante la quema de carbón nacional. El mecanismo elegido será que esta energía tenga carácter preferente frente a cualquier otra fuente de energía y el objetivo es que entre el 10 y el 15 % de la energía que se produzca en España proceda del carbón nacional. La medida es una consecuencia de la crisis de demanda eléctrica que se viene registrando unida a la crisis de competitividad del carbón nacional, que además debe mezclarse con carbón importado para poder ser utilizado.

El coste directo de la medida se estima en 200 millones de euros, pero hay costes ocultos que no se incluyen en la propuesta, entre otros los que se derivan de la pérdida de eficiencia energética (el carbón nacional es menos competitivo que el carbón importado y la producción de electricidad con carbón es menos eficiente que con otras fuentes, como el gas), las compensaciones por lucro cesante de otras tecnologías (pagos por capacidad a otras tecnologías como fuel y gas por no producir) y los costes en términos de derechos de emisión de carbono. A esto hay que añadir las cantidades que el Gobierno destina anualmente al Plan del Carbón. En total, hasta 2012 se estima que el coste total puede alcanzar los 4.700 millones de euros a cargo, fundamentalmente, de la tarifa.

El efecto tarifa

La medida tendrá un fuerte efecto sobre la tarifa eléctrica, de forma que si se podía aprovechar estos momentos de caída en la demanda para absorber el déficit pasado, el plan falla con todo el equipo. De hecho, según lo publicado, el precio garantizado al carbón estaría un 60 % por encima del que actualmente se está casando en el mercado, algo que tendrán que pagar los consumidores y que reduce el colchón que el modelo de transición a la liberalización plena diseñado en el Real Decreto Ley 6/2009 había dejado. Además se garantiza un crecimiento del 2% en el precio por MWh.

El argumento utilizado para promulgar esta mayor protección es que “el carbón nacional es estratégico” y busca apelar a la seguridad de suministro. La primera teoría sobre la estrategia señala que, si esto es así, lo razonable sería preservar el carbón nacional para momentos en que los precios de la energía y de los combustibles se elevaran de forma que amortiguara el efecto sobre los precios de la energía en ese momento. La segunda teoría (más mundana) es que lo estratégico es seguir produciendo carbón aunque no sea competitivo, aunque haya caído la demanda y los problemas en materia de garantía de suministro no sean tales. De hecho, en esa errática acción política ya se ha incurrido en la contradicción de justificar el cierre de la central nuclear de Garoña (por orden del Presidente y siendo una tecnología no contaminante) por exceso de oferta y el Plan Protección Plus del Carbón Nacional del Presidente del Gobierno por problemas de garantía de suministro. Todo ello, además, en evidente y manifiesta contradicción con el discurso de apoyo a las energías renovables que exhibe públicamente el Presidente.

Porque todos los dedos apuntan como responsable de la medida al propio Presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, cuya presencia en la localidad leonesa de Rodiezmo concitó a los responsables de la minería para salvar los problemas de la caída de la demanda, con una reclamación de 300 millones de euros adicionales en este año para el Plan del Carbón. A cambio de esta petición directa y por obra de la teoría de que “paguen” las empresas, la medida se transformó en una intervención en el mercado eléctrico cuyos costes se elevan a 4.700 millones de euros en tres años. Una multiplicación de costes que suma pagos por incapacidad de competir, por capacidad (para las tecnologías que dejan de producir), por más contaminación y por incapacidad política de gestionar y reformar un sector no competitivo. Solución a todo, en este Plan Zapatero Protección Plus al Carbón Nacional que acaba de llegar a la CNE: vuelta a la prosodia de la solidaridad. Eso es estratégico, al menos para las elecciones.

Secretario

Hace años, el grupo Mocedades interpretaba una canción que incorporaba la relación silenciosa entre una secretaria y su jefe. Esta relación, que acaba en un cierto síndrome de Estocolmo, estaba teñida por la lealtad y la amargura, de forma que concluía la protagonista del relato en yo “sólo fui tu secretaria”, habiendo sido copartícipe de la organización de citas clandestinas y toda clase de enjuagues por lealtad y denuedo.

La palabra “secretario”, en los días pasados, ha vuelto a cobrar vigor con la entrevista que el ex Ministro de Economía y Hacienda y de Industria, Carlos Solchaga, ha protagonizado para Vanity Fair (magnífica entrevista, por cierto, de Ana Cañil que cualquier medio nos hubiera gustado firmar). Solchaga señala que el Presidente del Gobierno trata a sus Ministros como si fueran secretarios: secretario de Sanidad, de Trabajo, de Industria,…

Todo ello sucede simultáneamente en el momento en que se desveló en sede parlamentaria (ya había sido conocido a través de varios medios de comunicación) la existencia de un plan para obligar (o despachar preferentemente) a producir energía eléctrica mediante la quema acelerada de carbón nacional, más contaminante y menos eficiente que el carbón importado y que otras fuentes de energía. Por tanto, esta es la forma de configurar el Plan Protección Plus del Carbón Nacional Español.

La historia que precede a este borrador de Real Decreto ya se ha venido radiando. Rodiezmo, lugar en el que se concitan anualmente los sindicatos de las cuencas mineras, fue donde se alumbró esta propuesta de engendro regulatorio, cuyos costes son mucho más importantes que los propios beneficios para el sector minero español. De una petición del sector minero de aumentar en 300 millones de euros el Plan del Carbón, se ha pasado a influir en el sector eléctrico y en el mercado mayorista, por la vía de las grandes palabras y la demagogia de la comunicación política: sangre, sudor y lágrimas eran palabras que ayer profería el titular de la cartera de Industria. Muchos más costes evidentes y ocultos para desequilibrar el funcionamiento del mercado. En defensa de este Plan, en forma de borrador de Real Decreto, un tono denodado y heroico del que reivindica que, además de economista, puede ser político y utilizar esa misma prosodia.

¿Y cómo ha sido el paso de una petición de mayores ayudas a tener en jaque el sector eléctrico? Al parecer, desde la propia Presidencia del Gobierno y con la influencia de sus asesores energéticos se formuló el que las ayudas al carbón nacional se hicieran con “cargo a las empresas eléctricas” en un modelo en que las empresas son un brazo armado del intervencionismo. Algo que desde el ramo correspondiente se recibe como una mandato y se procura suavizar. Primero, existe una convicción larvada de que las empresas “para eso están”. Segundo, porque la conclusión es que ni hablar de reestructurar el sector minero español. Y, tercero, la debilidad institucional y la obediencia debida han hecho el resto.

La apelación a la seguridad de suministro en tiempos de exceso de capacidad y precios bajos de la energía es poco creíble y poco consistente. La pérdida de eficiencia energética (el carbón nacional y la producción por carbón precisa mucha más energía primaria) opera justo en contra de los propios criterios y políticas del Ministerio de Industria en este sentido. Las consecuencias desde el punto de vista de emisiones de carbono es también perjudicial para el medio ambiente y para la economía del país que tendrá que pagar más derecho de carbono (¡pero como luego se sindican!). Las consecuencias, en términos de falta de credibilidad en política energética y medioambiental e, incluso, a nivel europeo, el hecho de que puedan considerarse ayudas de Estado, son más que latentes.

Y, entonces, ¿cómo es posible todo esto? Por lealtad con un sector minero, mantenido artificialmente y por las vías más alambicadas y rocambolescas. Con sufrimiento, por “motivos estratégicos”, como dice Miguel Sebastián. Como la Secretaria de Mocedades.