Una especie de insumisión fiscal contra las renovables
Seguidamente, el lunes, por su parte, el rotativo económico Cinco Días publicaba una entrevista con Dominique de Riberolles (Consejero Delegado de CEPSA) que se mostraba contrario a que los aumentos que se prevén en los denominados impuestos especiales se destinaran a cubrir la (importante) parte del león de la factura de las primas a las renovables y su contribución (muy relevante) al engrosamiento del déficit tarifario.
Si tenemos en cuenta que el consumo de gasolinas y gasóleos es fuertemente inelástico (la subida de precios en una proporción no se traduce en una caída de demanda: los usuarios siguen consumiendo igual) y que el Ministerio de Economía y Hacienda ya estudia la subida de esta fiscalidad indirecta, gracias a los márgenes que tiene de equiparación con Europa, parece inevitable que ésta se produzca. Otra cosa es que el Ejecutivo piense que las subidas de impuestos que hay en la cocina se usen con fines alternativos o tengan ese interés. Por tanto, y a la vista de sus declaraciones, no parece que Riberolles se muestre en contra de una elevación de los impuestos que gravan los combustibles, sino de que esas subidas (o creación de nuevas tasas) se destinen a pagar las primas de las renovables.
Como todos los impuestos, desde el punto de vista de la Hacienda Pública, las accisas o impuestos especiales tienen el destino que los poderes públicos establecen en función de las políticas que un Ejecutivo quiere desarrollar. Y, la capacidad de los ciudadanos y agentes económicos para señalar a qué fines se destinan (defensa, infraestructuras, educación, la difusión de la prevención de las enfermedades de transmisión sexual o la promoción del flamenco) es limitada.
¿Por qué esa oposición a que los impuestos especiales a las gasolinas participen del esfuerzo para el cumplimiento de los objetivos medioambientales del país? Nada puede explicar que el Ejecutivo reduzca sus grados de libertad en la solución del déficit tarifario (y su composición) o que presente una propuesta global que contemple la apelación a la fiscalidad. Porque, además, no abordarlo así alimenta la teoría del cuanto peor, mejor, en el caso del déficit tarifario, a través de la indolencia ante todos los fenómenos que se están produciendo en torno a la factura eléctrica y energética.
Una posición contraria expresada en esos términos y con tanta determinación, alimenta una posición de retranqueo fiscal contra las renovables y, a la vez, es coincidente con las posiciones más texanas contra estas energías, con el añadido de que el transporte sigue sin estar sujeto a integrar los costes de sus emisiones, merced a declaraciones bienintencionadas sobre eficiencia, mejoras, … casi zen, además de no haber efectuado una transformación tan relevante como otros sectores energéticos, tanto desde el punto de vista retributivo, como tecnológico, o industrial para conseguir mayores eficiencias.
El Gobierno, por su parte, debe controlar la utilización eficiente desde el punto de vista medioambiental y económico de las primas a estas energías y su inclusión en el sistema eléctrico, de forma que todos los sectores energéticos contribuyan de alguna manera al cumplimiento de los objetivos de nuestro país en energías limpias (el famoso 20-20-20). El coste en la factura del denominado régimen especial en 2009 ascendió a 6.200 millones de euros.
A la vista de los datos que conocíamos la semana pasada, esto no se está haciendo y hay graves problemas abiertos, como la repotenciación de la fotovoltaica que pone en jaque la sostenibilidad del sistema de primas y de la tarifa eléctrica. 1.700 millones de euros de posible fraude y una situación desbordada.
No cabe, por tanto, la estrategia de la avestruz, ni permitir el peloteo intersectorial. Es hora de pedir rigor, determinación y abordar este problema por partes, pero con visión de conjunto.



