El nombramiento

El anunciado nombramiento de Fabrizio Hernández como Secretario de Estado de Energía resuelve la situación de interinidad que se había planteado tras la dimisión de Pedro Marín y que había cobrado tintes de sainete inacabable. De hecho, hay que valorar el que la filtración de su nombre se haya producido con la plana mayor de Industria y la Secretaria de Estado en viaje a Rusia.

En otro orden de cosas, Industria también ha tenido que reaccionar a la ofensiva del Ministerio de Economía y Hacienda que ya había iniciado sus propias maniobras de zapa, sin llegar a la militarización del área de energía de Industria: cuestiones como el déficit tarifario creciente, la titulización del déficit o los acuerdos para determinadas tecnologías en régimen especial habían puesto al Ministerio de Industria y su Secretaría de Estado bajo observación.

Por otra parte, hay que saludar que el Ministro de Industria haya decidido acudir al sector privado para echar mano de un experto con prestigio y solvencia a nivel internacional (Fabrizio Hernández, reconocido como experto en mercados gasistas, trabaja en una consultora internacional, Nera Economic Consulting).

Por ello, hay que reconocer que el nombramiento de Fabrizio Hernández es una solución imaginativa que rompe con muchos límites y endogamias sectoriales. Con este nombramiento ganan en el sector de la energía, los mercados, la liberalización y, obviamente, pierden todos los colectivos que entienden el sector energético como campo de juego para la intervención: el colectivo de los retroprogresivos con sus diferentes variantes, incluyendo el grupúsculo de sedicentes. Consecuentemente, hay que saludar y agradecer la iniciativa de Miguel Sebastián con este nombramiento y la aceptación por parte de Hernández.

La agenda que espera a Fabrizio Hernández no es sencilla, todos los problemas que hay abiertos en el sector energético hoy son complejos y, probablemente, requieren que se pongan todos encima de la mesa: titulización, déficit galopante, decreto del carbón, problemas para las tecnologías térmicas por la reducción del mercado, impacto de los costes regulados de las tarifas, régimen especial en plena provisionalidad, retribución de la distribución, mix energético, déficit institucional en el sector…

Y, en el plano de las habilidades, también Hernández tendrá que poner a prueba sus competencias profesionales, sus intangibles, su ‘savoir faire’: conocimiento, restablecimiento y normalización de las relaciones sectoriales, persuasión y necesidad de resilencia, resistencia y liderazgo necesario para vencer los atavismos y corrientes ocultas, el peso de cierta tradición, así como identificar poderes disimulados y reguladores en la sombra. Y, al mismo tiempo, plantear y aplicar con determinación las medidas que requiere esta situación con capacidad política, ante la sociedad, ante el propio Ministro de Industria y ante el Gobierno. Ahí es nada.

Competencia busca monopolio

Al parecer, le faltó enunciar la Comisión del Mercado de Valores (seguramente porque un pulso con Julio Segura sería difícil de sostener y el argumento integrador se quiebra) y a la futura y quimérica Comisión Nacional de Competitividad que anunció tras la reunión con los empresarios el presidente José Luis Rodríguez Zapatero. Todo lo que se llame Comisión podría estar bajo las huestes de Berenguer que se autopostula como padre reverendo del nuevo y prometeico engendro (no olvidemos que Berenguer también está en puertas de que venza su mandato al frente de la CNC).

Evidentemente, no es inocuo que vuelva a la carga Luis Berenguer, justo en los momentos que se está ultimando el trámite de la Ley de Economía Sostenible y en la que se prevé la remodelación de los actuales órganos reguladores. Tampoco es de esperar que las opiniones anexionistas de Luis Berenguer tengan mucha trascendencia, porque este afán viene siendo una constante en sus declaraciones (y de hecho en su momento nunca llegó a convencer al anterior Vicepresidente Económico, su amigo y paisano, Pedro Solbes en torno a algo así), porque el propio Ministerio de Economía y Hacienda ya ha consultado a un número importante de expertos y porque la experiencia en términos comparados a nivel internacional sería disparatada y sólo daría lugar a un órgano mastodóntico a mayor gloria de la teoría de la burocracia y la elección colectiva (Buchanan). Y porque los órganos sectoriales, mejor pequeños y especializados, tienen más misiones que la vigilancia en materia de competencia, con independencia de los mecanismos de coordinación que deba existir entre ellos (la ley de Economía Sostenible prevé la coordinación de los distintos presidentes y el de la CNC). Por tanto, podemos concluir que el presidente en su propuesta de la Comisión Nacional de Competencia busca el monopolio de los órganos reguladores.

Hoy, por tanto, el Consejo de la Comisión Nacional de Energía, en su viaje a Mahón y a la isla de Menorca iniciado ayer, y hasta su vuelta a la actividad en Madrid el próximo día 9 de diciembre, incluirá en el «happy meal» de su desayuno esta idea con altavoz de Berenguer, vecino colindante de la calle Barquillo de Madrid. Como la película de Emir Kusturica «Papá está en viaje de negocios«.

Desde el punto de vista del sector energético, hay que decir que no se sabe qué es peor, si la Comisión Nacional de Energía ora intrascendente, ora regida por declamaciones retroprogresivas, ora dedicada al cuestionamiento del mercado eléctrico, con informes sucesivos para reformular la regulación o la Comisión Nacional de Competencia plenipotenciaria y con el cuchillo en la boca, teledirigida también por formas retroprogresivas y sus consejeras procedentes también del sector energético.

Y, finalmente, queda en el aire una lección para Maite Costa (incomparablemente más débil y vulnerable en su papel que Julio Segura) y el Consejo de Administración de la Comisión Nacional de Energía, que en su ausencia, su evanescencia, su intrascendencia y merced a varias decisiones que acabaron con el organismo, ha pasado a ser un órgano perfectamente prescindible y su espacio reclamado desde otras instancias y organismos reguladores. La debilidad y dilución de CMT y CNE pesan como bloques de cemento en los pies.

Se cumple, por tanto, el principio de Arquímedes del poder político «Todo organismo sumergido en el marasmo, experimenta un empuje hacia afuera, del mismo grado que el volumen que desaloja como espacio a cubrir«.

Una noticia buena y otra mala

Es algo parecido a esos chistes de «tengo una noticia buena y otra mala». La buena es que ya hay candidato firme a Secretario de Estado, la mala es que no lo puede decir. Y, todo ello, sucede tras el vapuleo que el diario El País en el artículo La secretaría maldita (medio por otra parte habitualmente contumaz con Miguel Sebastián) le profirió ayer y que, en el fondo, se ponía al frente de la manifestación de quienes opinan (opinamos) que la situación de la Secretaría de Estado de Energía en estas dos legislaturas ha entrado en barrena, sin olvidar las vinculaciones entre este medio y el Vicepresidente Primero.

De hecho, cada vez parece más justificada una «intervención» exterior en el área de energía del Ministerio de Industria (léase, principalmente de la Vicepresidencia Económica que, lentamente, va recuperando el cuadro de mando de la administración y quien, según otras fuentes, tiene el encargo de cerrar el Pacto de Estado de la Energía).

Por otra parte, cabe hacerse la cuenta de la propia situación de incomodidad para el propio Gobierno (con un nuevo ejecutivo que buscaba mayor coordinación y que todos sus Ministros fueran portavoces). ¿Qué pensará Alfredo Pérez Rubalcaba de que se anuncie la existencia de un Secretario de Estado con el otro de cuerpo presente, en candidatura exterior y con mil frentes abiertos en el ámbito interior? ¿Cómo se aireó tanto la renuncia del propio Pedro Marín, hasta hacer insostenible su permanencia?

Queda, por tanto, un conjunto de dudas, más o menos razonables, o más o menos irracionales como, por ejemplo, si este proceso de promoción de la candidatura de Pedro Marín a director general del IRENA es procedente o hay cosas más urgentes en el sector energético.

En todo caso, una buena noticia sería que alguien estuviese centrado y ocupándose de lo importante. Si el candidato «in pectore», anunciado por Sebastián, está informado o no, y las consecuencias de un posible fracaso de la candidatura. O si el nombrado ha pasado ya el cribaje de Economía. Y, por otra parte, señalar que el Ministro de Industria, sobre el que existe el consenso de que su peso político va menguando y cuya separación de la propia estructura orgánica del Ministerio, evidencia que requiere a su alrededor de más oficio.

De todas formas parece que hay que seguir atentos a las noticias que surgen de Industria en torno al nombre del nuevo Secretario de Estado de Energía y si, además, cumple los requisitos para estar a la altura de la situación sectorial, de los problemas y su abordaje conjunto y global. Esa sería una buena noticia. Por eso, a lo mejor lo filtran en Wikileaks.

Atienza, un optimista descolocado

Sucede que, tanto las estimaciones como la confirmación de la demanda realmente producida, hoy cobran especial relevancia y son seguidas con particular interés y expectación. Los sueños de una reactivación de la demanda de energía, de los procesos inversores en nueva capacidad, siguen en el inconsciente freudiano de muchos, necesitados y ansiosos de buenas noticias. Quizás de un hueco, de un espacio de respiración para subidas de precio en los mercados, de anticipar aumentos de consumo o insinuar la necesidad futura de nueva capacidad de generación. Lo cierto es que en el sector energético, por motivos de lógica económica, también se necesitan brotes verdes, por eso, los políticos que han recalado en el sector insinúan que el crecimiento de la demanda energética es un anticipo de la recuperación económica.

En estas que el presidente de Red Eléctrica de España, Luis Atienza Serna anunció en días pasados, con alegría y énfasis, que la demanda de electricidad crecería un 2,5% este año. Predicción que sucede a las predicciones optimistas que nuestro bien amado TSO hizo a principios de ejercicio (con crecimientos de casi dos dígitos sobre 2009) y a las extremadamente pesimistas de mitad de año (con decrecimientos). Por lo tanto, podemos concluir que en 2009 no se han hecho ejercicios prospectivos y de anticipación: en el mes de noviembre, estas cifras ya no son predicción, son otra cosa. Lo cierto y verdad es que REE, tradicionalmente atinaba con sus estimaciones de demanda. Pero, igual de cierto, es que en este año no ha estado fina con las previsiones, que le salían mejor cuando todo era incrementalista e iban las cosas bien. Los modelos matemáticos crujen en los cambios de tendencia y la noche les confunde.

Lo que también transparentó Luis Atienza es una cierta ansiedad por dar buenos datos, por proporcionar un brote verde, un atisbo de recuperación. Recogió el «talante optimista», el optimismo antropológico, que tanto caracterizaba al presidente del gobierno hasta hace un mes y que ha cambiado radicalmente, en un movimiento pendular, en los últimos días tras su baño de realidad. El hecho es que cerrar 2010 con un 2,5% de crecimiento, tras la fuerte caída de 2009 no es un dato tampoco especialmente halagüeño, aunque menos es nada. Segunda moraleja: a Luis Atienza le pilla con el pie cambiado el nuevo avatar de Zapatero.

Justo una semana más tarde, en la conferencia-desayuno de Fórum Nueva Energía, Antonio Llardén, presidente de Enagás, TSO del gas (gestor técnico del sistema y operador de transporte), sobrio, con muchos menores aspavientos y mayores signos de moderación y prudencia, anticipó que la demanda de gas todavía caería en 2010 y tendría un leve repunte en 2011. Sin signo de delectación ni recreo en el dato.

Parece claro que los datos de la demanda de energía no son inocuos y habría que tener en cuenta las expectativas e inconsciente colectivo que se genera alrededor de estas predicciones. Lo que es cierto a la vista de estas dos formas de contarlo comprendemos que hay dos modelos diferentes de ver la realidad y de interpretarla.

¿Rentabilidad regulada por radar?

En teoría, la regulación de las energías renovables en la medida que incorpora unos incentivos económicos a su producción (mediante primas, una forma de «subvención» que se sufraga con la factura que pagan los consumidores), tendría que incorporar un radar que captase las señales de que la retribución asignada es excesiva. El hecho es que el radar, sobre todo en determinados sectores, dejó de funcionar hace tiempo lo que, junto a la demora en abordar el problema, el entramado y la resistencia institucional, ha conformado un problema de dimensiones notables. Más de 6.300 millones de euros soportan la tarifa eléctrica por este concepto.

El hecho de que existan ganancias de eficiencia producidas por la evolución de las tecnologías debería verse contrarrestado por un modelo de primas que se fuera ajustando a estas nuevas realidades. Discutir esto puede parecer que es políticamente incorrecto o que cuestiona el modelo de negocio de una industria, la renovable, que empezó siendo «friendly» y que ha acabado absorbida por los procesos de acumulación de plusvalía y sus escándalos. Solo hay que comprobar los tibios pronunciamientos (además de etéreos e inexpresivos) que se han hecho en órganos reguladores a la hora de cuestionar la rentabilidad de los modelos retributivos (ver el último dictamen de la CNE, tan laxo, frente a lo peleonas que son sus facciones con los precios de mercado fuera de su pantalla amiga).

Ese es el problema de fondo que trata de abordar el conjunto de medidas conocidas (la propuesta de Real Decreto que regulará la retribución de la energía solar fotovoltaica y el anuncio de nuevos acuerdos recompuestos con los sectores de la termosolar y el eólico, que se aprobarán a principios de diciembre, tras el revolcón en la Comisión Delegada del Gobierno para Asuntos Económicos). De todas formas, la situación de cada sector no es equiparable, entre otras cosas, por los siguientes elementos: el importe unitario de las primas que recibe, el ajuste a lo previsto en su desarrollo, las ganancias de eficiencia de cada una de las tecnologías que permiten mayores reducciones retributivas, la configuración de cada sector por su atomización y cadena de valor, su modelo financiero, los procesos inspectores, fraude, así como sus fuentes y beneficiarios. Además, no hay que olvidarse de la irrupción de forma sorpresiva, y abundante en términos de cantidad, de la energía termosolar en el mix energético, por decisión del Ministerio de Industria, con sustanciosas primas y saltándose los «puntos» de las costuras previstas del Plan de Energías Renovables.

En todo caso, la integración de todas las energías de generación eléctrica (de régimen general o especial), tendría que haber sido entendida, en todo momento, desde el punto de vista económico, tarifario y de objetivos medioambientales en el marco del conjunto del sector eléctrico, del sistema económico y de la sociedad, algo que no parece tenerse en cuenta en las necesidades particulares que se aprecian en todo este proceso.

Partamos del hecho de que, según lo que se conoce en este conjunto de propuestas, afortunadamente el Gobierno no ha traspasado unas coordenadas que en algunos momentos ha intentado bordear, como es el caso de no adentrarse en el peligroso terreno de la retroactividad que sumiría al sector en un proceso de impredecibles consecuencias en materia de seguridad jurídica (ya hay un torrente de despachos de abogados en marcha con el sector fotovoltaico). Por otra parte, en este contexto, el proceso inspector y de control de las garantías para el acceso a la retribución, sigue sin ofrecer de forma transparente resultados que permitan dimensionar el problema del fraude fotovoltaico, la repotenciación y la permisividad de las Comunidades Autónomas al respecto.

Lo conocido en el primer decreto aprobado (criticado con diferente intensidad por las asociaciones sectoriales y con anuncio de impugnación por parte de ASIF y de la Plataforma Legal Fotovoltaica), habla de una disminución de primas a la energía fotovoltaica que oscila, dependiendo de las instalaciones, entre el 5% y el 45% y que se aplicará a partir del primer proceso de apertura del registro de preasignación tras la aprobación del Real Decreto. De facto, sabremos si de verdad es una «moratoria fotovoltaica» como se viene asegurando, o hay proyectos de esta tecnología dispuestos a entrar a esa retribución, que por otra parte, serán de los agentes más competitivos y que más hayan podado la cadena de valor de los mismos. El hecho es que hasta el momento había «colas» en el Ministerio de Industria, de proyectos fotovoltaicos, como signo y síntoma de que la retribución seguía siendo muy apetecible, habiéndose presentado como un molesto problema de gestión de ventanillas.

Las preguntas, por tanto, que cabe hacerse tras este goteo de información son: ¿Es suficiente o tímido el ahorro planteado con estas medidas y estos acuerdos? ¿Se contempla dentro del marco económico tarifario y del sistema eléctrico? ¿Son estables estas soluciones o son provisionales y perentorias, dado el número importante de normas que se van solapando desde el R.D. 436/2004, R.D. 661/2007, R.D. 1578/2008? Y es que, la caducidad de los modelos regulatorios de las energías renovables es cada vez menor y cada vez más volátil y no solo por el deterioro palpable de la calidad regulatoria y sus enmiendas. En el pasado, se decía que cada Secretario General de Energía tenía que elaborar su propio Real Decreto sobre el sector eléctrico, ahora podemos añadir que, cada vez duran menos los decretos relativos a la retribución de las energías renovables y que cada uno de los últimos responsables de la energía hace su propio Real Decreto al respecto.

El hecho es que el radar dejó de funcionar, se había gripado y estaban pasando los coches a toda pastilla.

La sinécdoque, el déficit de tarifa de todos y su titulización

Se habla del déficit tarifario de las eléctricas y de la titulación del mismo. Incluso, determinados medios de comunicación cuando hablan de las garantías públicas de estos activos financieros se extrañan de que éstas existan o de que sea comparable con la deuda pública. Porque lo es.

Recordemos que el déficit de tarifa es un problema público y nacional o procedente de decisiones políticas continuadas, consistentes en que la tarifa eléctrica (fijada administrativamente) no reconozca los costes que la integran, evitando que los ciudadanos experimentasen alzas en sus recibos coherentes con los costes en que se incurre para su suministro. Decisiones que han ido pasando gobierno a gobierno, en la convicción de que la electricidad era un servicio intervenido, reducto de las prácticas que venían produciéndose en determinados bienes y servicios, dónde el Estado ejercía su tutela.

El planteamiento de las sucesivas Administraciones desde 2002, ha venido siendo que la electricidad admitía elevaciones en sus precios correlacionadas, como máximo, con el IPC cuando se estaban produciendo elevaciones mucho mayores en el coste de la electricidad mucho mayores por distintos motivos.

De hecho, en un primer momento, el déficit estaba en el mercado de generación como consecuencia de la elevación de precios de la electricidad, por la tensión de la oferta y la demanda (fundamentalmente en los tiempos del auge económico) además del crecimiento de los combustibles fósiles y las fuertes sequías que impedían el uso de la energía hidráulica. Por el contrario, hoy el déficit que se está generando está en los costes regulados y en las primas a las renovables incluidas en la tarifa, el pago del déficit tarifario pasado, con un mercado eléctrico cuyos precios siguen deprimidos por la caída de la demanda y el exceso de capacidad de generación.

Junto a esto, la alternativa radical respecto de este problema político ha sido elusiva. Ha consistido en introducir el pánico y la desestabilización sectorial continuada: cuestionar el mercado eléctrico (aunque desde hace un año se registran los precios más bajos de la última década), proponer la vuelta a modelos de costes reconocidos intervenidos por tecnologías (una solución subversiva como la intervención plena de los mercados de generación imponiendo precios de forma discrecional), imaginar «razzias» mediante partidas descontables de la tarifa en las liquidaciones, intentos de resurrección de conceptos vencidos como las liquidaciones de los CTC’s y sugerir renuncias o «quitas» como resultado de la de una turbamulta demagógica: una ceremonia que recordaría un saqueo a los accionistas a modo de pogromo.

Indudablemente, el déficit tarifario (de todos), que es una deuda «pública», daña a las empresas, en lo que se refiere a contar con mayores niveles de deuda reconocida en sus balances, empora el rating, encarece su financiación y penaliza sus resultados. También daña a todos, porque su generación, por procesos de «ilusión tarifaria», ha devenido en resultados débiles en eficiencia energética y en ahorro por parte de los consumidores con pocos incentivos al ahorro, o lo que es peor, con señales erróneas de precio. Y, también, daña a los usuarios actuales que no aprecian los beneficios de la liberalización porque, en definitiva, hay poco margen de flotación de precios eléctricos dado que las deudas a pagar y los costes regulados, dejan poco espacio para el mercado y las mejoras (lo que retroalimenta las teorías de los propios retroprogresivos). Y, finalmente, penaliza a los consumidores futuros porque pagarán los excesos del pasado, con tarifas más altas, que absorban las letras de esta deuda pasada, un problema intergeneracional. En todo caso, es ya urgente e imprescindible, la vía de generación de más déficit, todavía descontrolado, y cerrar la sangría galopante que está creciendo este año por encima de lo previsto y de lo regulado.

Por su parte, la elongación del proceso de titulación del déficit, viene generando un estado de tensión en las empresas, en los mercados y en los analistas. A la crisis de la deuda pública, se han sumado episodios sucesivos de distinto cariz entre Ministerio de Industria, Ministerio de Economía, Dirección General de Tesoro, Comisión Nacional del Mercado de Valores y ahora el Banco Central Europeo. De hecho, como en las películas de terror con tensión continuada, desde hace más de un año, ha existido un proceso de generación de expectativas de titulación, que nos ha llevado a que todavía siga en blanco a esta fecha. En todo caso, el hecho de que parece haberse resuelto el último problema pendiente, el de la calificación del Banco Central Europeo es una buena noticia, aunque la actual elevación de la prima de riesgo matiza este desbloqueo, además de la lentitud e hiperprocedimentación que lleva todo el proceso, que aboca a que diciembre se nos haya echado encima y la colocación prometida en las declaraciones y pronunciamientos del Ministerio de Economía, de 3.000 millones de euros, cuenta con un número importante de suspicacias para que se produzca en 2010, a la luz de esta trayectoria, aunque se ha anunciado que hoy se aprueba la emisión en la CNMV.

Conclusiones: la naturaleza de la decisión de generar déficit tarifario es pública y política y supone un perjuicio para las empresas eléctricas, para los ciudadanos, a los consumidores, presentes y futuros. Cuestiona, sin sentido, el propio modelo de liberalización y la demora en su titulización, por cuestiones de procedimiento y otras episódicas, requieren de rápida solución. Y, finalmente, es urgente y apremiante cortar la vía de generación de más déficit (superando lo previsto y normado para este año) y de engrosamiento del problema.

A lo mejor, hablar de déficit como problema de las empresas no es sinécdoque, es de amnesia.

Electricidad en la Onda

El pasado viernes, en su programa «Herrera en la Onda» de Onda Cero, el periodista Carlos Herrera, probablemente uno de los conductores más genuinos y personales de los programas de mañana de la radio española, además de divertido, ocurrente, bien informado y esa misma noche, Premio Ondas, hacía un comentario referido a la demanda de apoyo del PSOE al PP para «arrimar el hombro» en lo que se refiere a un supuesto «tarifazo eléctrico», dando un cierto cuartelillo a la negativa del Partido Popular (por otra parte entendible, dentro de la lógica política, aunque el partido fuera el autor del actual modelo de liberalización y primera persona del singular en lo que respecta a las primeras decisiones de déficit tarifario, y que luego siguieron sucesivos gobiernos).

Lo que es cierto es que «tarifazo» es una expresión contundente, aunque no especialmente afortunada, que fue acompañada de varias imprecisiones, algunas de trazo más grueso, con tintas más cargadas, que pueden alterar el contenido, el mensaje y la propia intención que Herrera manifiesta en su opinión editorial, tradicionalmente liberal en lo económico.

En todo caso, hay que agradecer que Herrera se atreva a intervenir respecto de un tema de estas características, complejo y a la vez poco simpático, y a poner el foco, si es posible, en el sector eléctrico, aunque precise de mayor matización. Herrera, en general, proporciona una visión liberal de la economía, la sociedad, la política (algo que es infrecuente en nuestro país), cuenta además, en su equipo con un grupo importante de diversos y solventes colaboradores y, entre ellos, para las cuestiones de economía el doctor Carlos Rodríguez Braun que, además de liberal, resulta encantador y es «cantador».

Como acabamos de decir, hay que agradecer, al cuatro veces premiado con el Ondas, que se atreva a hablar de la liberalización eléctrica. Herrera habla de oído y no se puede sustraer a una cultura muy enraizada respecto a la electricidad como precio intervenido. El periodista almeriense afirmó en su programa que el Gobierno buscaba dejar a aquellos que no podían pagar una peseta más en una Tarifa de Último Recurso (TUR) y que el resto de consumidores se verían expuestos a un tarifazo, debido a la liberalización de la electricidad. Además, Herrera también señaló que las empresas eléctricas tenían un agujero de 20.000 millones de euros y, finalmente, hizo culpable a la inversión en las renovables «cuyo resultado se verá dentro de 20 años pero que, ahora, llenan de chatarra los campos».

Es pertinente efectuar alguna aclaración y evitar algún «adanismo» en torno a estas opiniones y comentarios. La primera, el tarifazo realmente no existe con la liberalización de los precios eléctricos, más bien todo lo contrario. El hecho es que lo que al parecer está en los planes del Gobierno es sacar de la tarifa de la electricidad, que es un precio público intervenido a los consumidores para que puedan contratar su suministro con una comercializadora de electricidad en un mercado libre. En definitiva, los consumidores pasan de la tarifa reguladai al mercado en un régimen de precios libres.

Otra cosa es que la tarifa actual, pública y regulada, esté falseada para que no se pague el coste completo del suministro y el exceso oculto que no se paga, se fracciona al futuro en forma de déficit tarifario, es decir, de deuda (en un país que se aficionó mucho a la deuda). O lo que es lo mismo, a los consumidores se les «engaña» con la tarifa pública, lo que genera un sentir social perjudicial contra ese proceso de liberalización. Lo cual, es demoníaco porque de ahí viene el «adanismo» de que las subidas del precio de la luz nunca son posibles debido al engaño existente en la tarifa actual. El hecho es que mantener los precios anormalmente bajos hace que los consumidores también aumenten su consumo de electricidad al no tener el dato fiable que cualquier agente necesita para tomar sus decisiones: el precio. En todo caso, la simplificación «que algo suba es malo y que algo baje es bueno» en este caso requiere matizaciones.

En segundo lugar, la tarifa de último recurso es la tarifa que tienen los consumidores que no eligen a un comercializador (porque el Gobierno no les deja). Y es diferente de la tarifa social, que lo que contiene es una «bonificación» de la que se hacen cargo las empresas eléctricas a aquellos consumidores que tienen unas características en su consumo y renta y así lo solicitan (fundamentalmente se congela la evolución de la subida de precios de las tarifas reguladas desde el año pasado).

Tercero, cuando se habla del agujero de las empresas eléctricas (por las propias connotaciones que tiene la palabra agujero junto con tranformarse en una justificación de la ‘subida de precios’), entendemos que Herrera se refiere a la deuda que tienen en sus balances derivada del déficit tarifario y cuya financiación parece que ha entrado en la recta final de su primera titulización. Una deuda, motivada por decisiones políticas de intervención de los precios: la electricidad no podía subir más allá del IPC, cuando la demanda crecía, al igualque los precios de los combustibles fósiles y bajaba por las sequías el uso de la energía hidráulica. Solución: pan y circo y tarifas públicas intervenidas. El exceso con respecto a lo que cuesta la electricidad realmente se ha configurado como un préstamo de las empresas eléctricas a la sociedad y distorsiona el mercado y el papel de los agentes.

El hecho es que las subidas de precios de la electricidad que tenemos que afrontar como sociedad, ahora se producen porque el Gobierno no fue liberal antes. Y, lo que pasa es que afirmaciones de este tipo pueden llevar a posiciones contrarias al discurso liberal que suele mantener el propio Herrera.

Cuarto, y con respecto a las energías renovables, es indudable, que tienen un papel en el mix de generación que es relevante para combatir las consecuencias del cambio climático (sin meternos en procesos discursivos negacionistas) y responder a la evolución de nuestros compromisos medioambientales con la Unión Europea. No son chatarra. Por ejemplo, el sector eólico es casi el 20% de la generación de nuestro país y ha generado desarrollos tecnológicos y un sector muy relevante, siendo un sector maduro que se aproxima a la paridad de mercado.

Eso no quiere decir que en el sector de las renovables, en su diseño retributivo, al final no haya sido una «hidra» insoportable de forma económica en el sistema eléctrico, que no se hayan cometido excesos enormes en la fijación de primas, como en el caso de la fotovoltaica, cupos con volúmenes anormalmente altos en determinadas tecnologías, riego del ungüento de las subvenciones con beneficios y procesos asociados que traspasan el fraude y la cadena de favores. O, por ejemplo, la irrupción voluminosa e imprevista de tecnologías en el mix renovable con primas generosas como la termosolar que, en sí, tampoco es una energía cien por cien renovable y que se paga en la factura eléctrica. Y, en esto, hay que plantearse, echar seguramente un frenazo y racionalizar. En todo ello, habría que analizar los intereses que hay involucrados, inclusive de los gobiernos autonómicos y hasta qué punto nos lo podemos permitir. El hecho es que, en el fondo, Herrera plantea el problema de un mix de generación económicamente y medioambientalmente sostenible, trastabillado por el «fru fru» de las ayudas públicas que se pagan en la tarifa, y sobre eso, sí que es necesario un debate global, no por partes.

En todo caso, oír y escuchar a Carlos Herrera es un ejercicio saludable para la inteligencia y el pulso de la política, la sociedad y la economía. Sólo es preciso estar más en la onda en el caso de la electricidad.

La CNE en la almoneda: no es el fuero, es el huevo.

Esta situación, que no ha causado especial escándalo, en todo caso, ha generado mucha menos polémica que la generada por el hecho de intentar identificar si es carne o pescado la transferencia de las bonificaciones empresariales en las Cuotas de la Seguridad Social (es decir si rompe la denominada Caja Única).

En todo caso, el problema de este acuerdo político, con independencia de la valía de los posibles candidatos que pudieran ser propuestos por esta formación política, es el retorno al modelo de politización que ha llevado al descrédito de la institución, a su pintoresca ejecutoria y a que se desabroche del complejo escenario sectorial, como órgano perfectamente prescindible. No es, por tanto, el fuero, es el huevo.

Por otra parte, en las experiencias internacionales comparadas, de países que creen en la función, papel y funcionamiento de estos órganos independientes, sus Consejos deben ser reducidos, los puestos de los mismos no deben ser renovables, sus mandatos deben ser largos y estar por encima del devenir político, escrutados públicamente en el Parlamento por mayorías cualificadas, y el perfil de sus integrantes debe ser examinado con criterios técnicos y no políticos. Hoy, la distribución de puestos en nuestro país pasa por un complejo ejercicio que es simétrico a la inestabilidad y debilidad de las mayorías parlamentarias en cada legislativa, coherente con la debilidad institucional. Y, este acuerdo secreto, viene a abundar en el mismo problema.

Por el contrario, hoy tenemos la mitad del actual Consejo de Administración de la CNE «zombie», con la duración de su designación extinguida, y demorada durante más de un año y medio. Es decir, que su salida se producirá teóricamente casi con los siguientes salientes, que proféticamente deben abandonar su Consejo en el próximo junio. Además, otro grupo de Consejeros, alojado en su seno, es contrario a la liberalización y al modelo de mercado al que debería defender, con propuestas como el Informe de Costes y Precios. Una desconexión alarmante de los problemas del sector energético, la generación y activación de otros como el fraude de la energía solar fotovoltaica del que nunca más se supo. Y, para más inri, la actuación en determinados procesos corporativos en el sector ha sacrificado, en su papel de obediencia debida, la capacidad de esta institución para la función y servicio al sector energético al que estaba destinada. Y, eso sin entrar en otras polémicas menores y más cotidianas, pero igualmente significativas, que hemos ido conociendo, relativas al «ornato» interno: coches, retribuciones, escala directiva, viajes,….

Sería, por tanto, deseable, un compromiso político: tomarse en serio lo que pasa ahí, proporcionar estabilidad, trabajar en la seriedad de la institucionalización a estos órganos independientes, cuyo funcionamiento proporciona en primer lugar un sustrato necesario y, después, un plus de reputación al funcionamiento de la economía y los sectores económicos. Y, ese compromiso supone evitar manosear o meter la mano por la vía del pactismo o los intereses particulares, concretos que merodean alrededor de los respaldos políticos y de la «geometría variable» tan oportunista. Es decir, hay cuestiones que requieren un sentido de Estado: en estos momentos, todas aquellas referidas a la economía y al funcionamiento de sectores tan relevante como el energético. Para eso, es necesario, un compromiso político de primer orden, no un chalaneo y una institución que sea independiente y no heterónoma, y que, por tanto, se encuentre en almoneda permanente de quienes conceden y administran sus puestos, por vía del agradecimiento o del favor.

¿Por qué la suspensión del decreto del carbón es un «casus belli»?

Así, la decisión de las autoridades judiciales españolas y comunitarias de dejar en suspenso el decreto del carbón nacional ha puesto en jaque a las autoridades españolas provocando una verdadera riada: el Ministro de Industria, Miguel Sebastián, afirmando que las empresas habrían llegado demasiado lejos ( y apelando a un diálogo que en los momentos de su elaboración no se propició); un secretario de Estado con la carta de dimisión en el maletín; Industria y Moncloa de los nervios, con mensajes amenazantes sotto vocce derivados de su contrariedad; y otras instancias, como la Junta de Castilla y León, que, directamente, se echan al monte con declaraciones de grueso calibre por parte de sus responsables (que hablan directamente de hostilidades que no se olvidarán) y medidas, como la imposición de una tasa a la generación de electricidad, en represalia a las empresas eléctricas por haber efectuado la reclamación de sus derechos ante las instancias judiciales. Todo ello acompañado de tres elementos indisolubles, demagogia antiempresas y sector energético, voracidad fiscal y ambiente preelectoral. Un excipiente propicio que ha unido a Herrera con Zapatero.

En este caso, lo de menos, es meditar mínimamente sobre lo que quiere decir una medida así, en la idea de la ruptura del mercado interior español o el efecto que supone en los costes de generación y su traslación a la factura eléctrica. Lo más importante, lo relevante, es como se ha transparentado que desde el poder político se puede organizar una «vendetta» para amedrentar la reclamación de derechos legítimos de las empresas y, por tanto, utilizando los poderes públicos, tomarse la justicia por su mano en actuaciones que pueden no estar sujetas a derecho, en la medida que están cuestionadas judicialmente. Todo vale.

Como punto de partida, el sistema propuesto para apoyar al sector carbonífero español era una verdadera chapuza, una artimaña para hacer equivalente una directriz política a una restricción técnica, un ejercicio de travestismo regulatorio para el dopaje artificial de una tecnología, que genera distorsiones entre los demás sectores, manipulando el mercado eléctrico, con efectos sobre la factura de la luz y el medio ambiente.

La instrumentación empleada, evidentemente, sólo puede venir de quien administra las restricciones técnicas, en este caso el operador de sistema, radicado en REE. De hecho, desde los sectores más cercanos al carbón se están estudiando alternativas para instrumentar este apoyo a esta fuente autóctona. Con poca reflexión los responsables políticos de la decisión se han amarrado a esta solución, de una forma en exceso fantasiosa, tratando de defender lo indefendible.

Tampoco cabe la tradicional vía de la utilización de los colectivos mineros y su afectación de los puestos de trabajo, toda vez que las ayudas (actuales) al sector son extremadamente generosas y abundantes y suponen una inyección de más de 180.000 euros por minero empleado. A los españoles es necesario explicarles cuál es el coste de mantener la industria del carbón nacional, el montante de las ayudas, su distribución, administración y su utilización (Comunidades Autónomas, Ayuntamientos,…), dado el importante volumen que acumulan y los resultados que ofrecen, toda vez que debe ir dirigido al desarrollo regional de las comarcas mineras de cara a la desaparición de esta actividad en 2013, puesto que los fondos llegan, pero no se utilizan para la filosofía a la que están pensados, en una suerte de fiar a la prolongación de la actividad.

Por eso, en lugar de hacer un ejercicio de autocrítica, de depuración, de gestión, de reforma, se ha optado por sacar las patas por alto, ejerciendo un uso del poder de la Administración más cercano a los Kirchner y Chávez que al de una país occidental en que sus ciudadanos reclaman sus derechos y su administración, por mala praxis y por extralimitarse, sufre un revés judicial. La consecuencia es un ejercicio de revanchismo legal que afecta a la libertad de los ciudadanos, empresas y personas, para reclamar sus derechos ante la justicia.

Hubo un tiempo en el sector energético en que las batallas dialécticas se libraban entre procarboníferos y anticarboníferos. Actualmente también se libra entre los partidarios del mercado y de la liberalización en el sector eléctrico, frente a los retroprogresivos, cuyos postulados ponen en cuestión permanente la competencia. Y, finalmente, podemos acabar en una lucha entre los que creen en un Estado de Derecho o los que piensan que la política y los intereses electorales y partidistas, todo lo pueden y los ciudadanos, las empresas y los mercados, se deben plegar totalmente a sus designios para que nadie les amargue una foto electoral o les exonere de la responsabilidad reformista necesaria.

Por tanto, moraleja, cuidado con reclamar sus derechos ante la Administración, no sea que ganen. Y entonces lleguen las ‘ostialidades’.

Pero… ¿hubo alguna vez 11.000 vírgenes?

El título de este artículo «Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?» se corresponde con el de la novela disparatada de Enrique Jardiel Poncela (genio español del humor de los años 30), en la que hace una visión absurda y desmitificadora del donjuanismo, con un protagonista, seductor, al que se le resiste una dama entre sus conquistas.

Se cuenta que el actual presidente del Gobierno le espetó a Pedro Solbes la siguiente trampa saducea al preguntarle «Pero, Pedro, ¿es que no hay dinero para la política?». Y esto viene a cuento de la afirmación del presidente en Seúl, bien lejos, de que en los próximos diez años se crearían un millón de puestos de trabajo verdes en nuestro país. Zapatero había estado muy prudente desde que se produjo la crisis de gobierno con un honroso silencio, hasta que rompió a hablar, esta vez. Necesitado de buenas noticias, de generar ilusión y expectativas, impelido por las ganas, profirió esta afirmación desbordando a los asistentes. Hay que reconocer que el eslogan elegido es académico desde el punto de vista publicitario y de comunicación política, aparentemente atractivo y que el número (un millón) es suficientemente redondo para que pase a ser la canción del verano. Es pegadizo, todo hay que decirlo.

Se tome como se tome, como un vaticinio, una predicción, un oráculo del presidente o como una atribución futura de una promesa de empleo, sucede que tal afirmación en un momento como el actual es una enorme frivolidad, aunque tenga la ventaja para el que lo profiere de que, casi con toda seguridad, no estará en su cargo actual para corroborarlo dentro de diez años. Primer corolario, prometer es gratis.

Pero sucede que la realidad es más tozuda y debería haber sido orientado el presidente por la prudencia. No está bien airear estos problemas fuera de casa, exponerse a la crítica, al señalamiento de las vergüenzas y mucho menos colocar el problema de las renovables (con tres regulaciones superpuestas con vicios ocultos) en el escaparate, cuando debe ser resuelto a través de la política, la gestión, la negociación y la administración. Dentro del sector eléctrico, y de los propios sectores renovables, se reconoce la gravedad y magnitud del problema abierto actualmente con estas tecnologías, y en general con la situación de las instalaciones de generación de electricidad. A los representantes sectoriales renovables, con estas declaraciones se les somete con fruición a procesos de ilusión colectiva, que posteriormente vienen compensados con manguerazos de agua fría, en una especie de tortura china. Por otra parte, los analistas financieros, que saben de la realidad y de los números, no se creen este tipo de mensajes, lo que ahonda en el descrédito económico del emisor.

Repasemos la situación de las energías en régimen especial. Noviembre de 2010: acuerdo retrocedido con el sector eólico y termosolar, escándalo en el caso del fraude fotovoltaico, cupos fotovoltaicos cubiertos hasta que el infinito se queda sin estrellas, intentonas de negociar efectos retroactivos en el caso de la fotovoltaica para bajar su retribución, repotenciaciones consentidas, connivencia y, ¿algo más?, de las Comunidades Autónomas, petición casi unánime de una moratoria en determinadas tecnologías, primas creciendo de forma galopante e insoportables para la tarifa eléctrica y la factura de los ciudadanos, consolidación de esquemas clientelares de aprovechamiento de las plusvalías que generan esta energías (desde los terrenos a las licencias, conformando un proceso con un riesgo potencial distribuido enorme), una hidra de primas merced a la decisión de Sebastián de quintuplicar la capacidad termosolar a todo trapo superando el Plan de Energías Renovables. Y, en medio de todo, la caída de demanda de electricidad y de los precios de la energía y la coincidencia en la necesidad de aplazar la inversión en nueva capacidad de generación.

Ese es el escenario en que el presidente emite una frase de esa índole y su promesa. Y, del mismo modo, este señor es el mismo que es capaz de pedir que se articulen los mecanismos que sean necesarios para incentivar la quema de carbón nacional para producir energía eléctrica, expulsando del ‘pool’ de generación otras tecnologías, entre ellas las tecnologías verdes o congela la tarifa porque las buenas intenciones nunca vienen solas. Puede ser que todo consista en conseguir más dinero para la política, o al menos para las promesas, que es la versión acomodaticia y de márketing del espacio público en tiempos de la modernidad y de pensamiento líquido.

Parece, por tanto, que estamos ante una novela disparatada de Jardiel Poncela, más allá de un delicioso absurdo literario, se trata de un ejercicio donjuanesco de seducción del votante, mediante la generación de expectativas, a base de prestidigitar ilusiones vanas, para generar confianza, aunque sea por las bravas. A Zapatero, parece que lo primero que se le resiste es el empleo. Después, la prima de riesgo. Y, lo que es peor, lo que se le resiste es la realidad.