Barra libre de energía
La noticia surgía a primera hora del viernes. Al parecer el Presidente del Gobierno había ‘instado’ al Ministerio de Industria para que no subiese la tarifa eléctrica. Según afirmó la Vicepresidenta del Gobierno (¿para asuntos económicos?), el Presidente no llegó a consumar la llamada a Clos. La Comisión Delegada del Gobierno para Asuntos Económicos decidió el día anterior, “por unanimidad”, no subir la tarifa, tal y como proponía Industria, de acuerdo con la voluntad del Presidente Zapatero. Analizaremos hoy las consecuencias desde el punto de vista económico y mañana las lecturas desde el punto de vista político y psicológico de esta decisión.
Ya van dos veces en que se repiten hechos similares: recordemos como, tras una cierta controversia en los medios de comunicación en torno a la subida de tarifas para este año, allá por diciembre, todo acabó en un taconazo de la Vicepresidenta del Gobierno que puso en su sitio desde al Ministro de Industria al otro Vicepresidente, Pedro Solbes. Si ahora, cada tres meses, vamos a asistir a un espectáculo de este porte, lo que es evidente es que el final cada vez tiene menos intriga y sobran la mayor parte de los actores: el Secretario General de Energía, el Ministro de Industria, la Comisión Nacional de Energía y el Ministro de Economía.
Desde el punto de vista económico, las consecuencias son claras. Teniendo en cuenta la unanimidad en que los precios de la electricidad no reflejan el coste de la energía, la medida supone continuar en la política de aumento del déficit tarifario. Una forma de decir que lo que no pagan los consumidores de hoy, lo pagarán en forma de “principal más intereses”, los consumidores futuros. Política ‘social’ para hoy, política de endeudamiento para mañana, esa ha sido la decisión de este gobierno en el plano económico.
En primer lugar, por lo que respecta a los consumidores, la única señal que pueden recibir para tomar decisiones de consumo, está alterada y modificada. Piensan, por tanto, que los precios de la electricidad permanecen estables (lo que quiere decir que, en términos reales, realmente se reducen durante el año por el efecto de la inflación), lo que les permite consumir como antes y no adaptar sus comportamientos a esta nueva realidad (con más motivo si los que se encargarán de pagarlo son los consumidores futuros).
No se trata, de que haya que subir el precio de la energía como en el caso del tabaco (que se sube para desincentivar su consumo, por ser perjudicial). Se trata de que los precios de la energía recojan los costes reales y que trasladen las señales y los mensajes a sus usuarios correctos para que no se engañen en su comportamiento. O para que los comportamientos actuales no condicionen comportamientos futuros, como ocurrió en España con la elevación de precios del petróleo de 1973. Pocas políticas de eficiencia energética, reducción del consumo, recorte de emisiones, se pueden articular si el principal indicador para el consumidor y sus decisiones (lo que paga) no traslada información veraz. Además, todos los mensajes actuales sobre consumo responsable y ahorro doméstico, no dejan de ser voluntarismos o posturas ‘pour la galerie’. Sería como el carné por puntos, pero sin quitar puntos.
Otra lectura, tan peligrosa o más si cabe que las dos anteriores, es la posibilidad de que mediante la concatenación de decisiones políticas (la ortodoxia económica en materia de energía se abandonó hace ya tiempo), se pueda por un lado, decidir el precio de la electricidad para el consumidor y se pueda, a la vez, fijar el precio de la energía en el mercado de generación (vía operaciones bilateralizadas, por ejemplo). Las consecuencias para la confianza en nuestro sistema serían devastadoras: los consumidores pueden seguir tirando del contador sin freno, el gobierno fija a las generadoras lo que pueden cobrar y si el volumen del déficit tarifario financiado cada año ofrece unas cuotas tan altas que no entran en los crecimientos de las tarifas anuales, se vuelven a diferir y prolongamos nuevamente su pago. Sólo hay que combinarlo con otra sequía o con una elevación de los precios del petróleo. El mejor de los mundos posibles para un intervencionista, pero ya pueden tentarse la ropa, desde las empresas eléctricas a las entidades financieras.
De todas formas, no lo duden, ‘carpe diem’. Nos invitan a energía a los consumidores. Barra libre. Ya pagarán sus hijos.


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