Tras el informe de la CNE, toca gestión, diálogo y capacidad

En primer lugar, ha dejado sin asideros ideológicos, técnicos, financieros, metodológicos, económicos y jurídicos a los partidarios de la solución “facilona”, a saber: “quita” en el déficit tarifario eléctrico acumulado y reconducción del déficit futuro mediante aumento de la carga fiscal de la generación.

En segundo lugar, ha dejado el problema al aire, completamente abierto y visible para el mundo (léase mundo económico, financiero, analistas internacionales, Comisión Europea, etc…): el déficit tarifario tiene su origen en los costes regulados y en su dinámica de crecimiento explosivo (mientras los ingresos por los peajes de acceso crecen un 70%, los costes un 140%). Esto es, se origina por decisiones administrativas o políticas que cargan y presionan sobre el coste del suministro, mientras los responsables de actualizar la tarifa correspondiente en cada momento eran incapaces de asumirlo y trasladarlo a los consumidores, haciendo necesarias nuevas subidas e incentivando el consumo puesto que los precios eran artificialmente bajos.

Para más inri, esa dinámica ha explosionado sobre los precios de la electricidad que, fruto de esta escalada de costes regulados, van ganando posiciones en el ránking en Europa, y por otra parte, ha generado una pinza en términos de déficit público referida a los Presupuestos Generales del Estado. Subidas de precios y recolocación de partidas según su naturaleza son dos imperativos categóricos de difícil escapatoria, con independencia de su dosificación y administración.

En medio de todo este problema, las propuestas que se han ido difundiendo están en consonancia con la línea ‘facilona’ y demagógica anteriormente enunciada, y que ya resultan un clásico del pensamiento (de existir algo así) retroprogresivo: laminar la eficiencia del mercado eléctrico por tecnologías (algo que hoy garantiza, gracias al exceso de capacidad y su competitividad, los precios bajos, al mismo tiempo que los contiene algo y el crecimiento del déficit) y la famosa “quita”, con perversos efectos sobre la seguridad jurídica y los mercados de financiación.

Todas los enunciados retroprogresivos se basan en repetir esas supuestas “soluciones”: por fijación antiempresarial, por carecer del modelo de mercado en su genética, por promover visiones intervencionistas y políticas que permitan la discrecionalidad en el uso de la retribución y de las subvenciones, por visiones proteccionistas industrialistas que niegan la naturaleza como sector económico autónomo al sector energético o por una visión reducida y tardofranquista del sector. En todo caso, lo razonable es que, si siempre repetimos lo mismo, los resultados sean semejantes: más déficit y suministro eléctrico encarecido.

En esta coyuntura, con el problema del déficit tarifario en la mesa de operaciones y con el enfermo anestesiado y abierto en el quirófano, es en la que es más necesario que nunca el buen hacer de los responsables y del Ejecutivo. Se requiere capacidad del equipo económico y de la Administración energética, del ministro, el secretario de Estado de Energía y de su equipo, para realizar microcirugía de precisión, en equipo. Para estudiar con rigor y buscar soluciones gestoras y económicas eficaces, para dialogar con los sectores y subsectores de la energía, en un proceso muy relevante e importante.

Por tanto, a la vista de lo escrito y conocido, de la magnitud del problema, son imposibles actuaciones sorpresivas vía Real Decreto Ley, soluciones solipsistas y de despacho, aunque procedan de nuestro ‘despacho oval’ patrio, la factoría de la Oficina Económica del Presidente, con Álvaro Nadal al frente, instancia que no anda muy fina en lo que a energía se refiere, en general, y en lo que se refiere a la resolución del déficit tarifario en particular.

Y todo ello sobre la base de una evidencia: el informe de la Comisión Nacional de Energía afirma que los precios de la electricidad en el mercado mayorista han sido coherentes con los de los combustibles en los mercados internacionales, incluso situándose en la banda media-baja europea. Esa afirmación que es esclarecedora, a la vez es un dato relevante. Y que, hasta Carmen Monforte recoja este hecho en una crónica es uno de los signos del Apocalipsis. Vivir para ver.

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