Se está haciendo cada vez más tarde
El título de este artículo está sacado de una novela del escritor italiano Antonio Tabucchi, “Se está haciendo cada vez más tarde”, con extraordinaria finura, es una novela epistolar, un libro donde un protagonista esencial es el tiempo, incluso dónde los tiempos se vuelven del revés y las personas se extravían.
Una situación de estas característias es la que estamos viviendo en el caso de las “negociaciones” (o lo que sea) entre Industria y el sector eléctrico para resolver el déficit tarifario y completar el proceso de liberalización, por otra parte, una patata caliente, abrasiva, dejada y abandonada a su suerte por las anteriores Administraciones energéticas (que además vivieron los tiempos de bonanza económica pero con poco sentido común).
En este ámbito, los sucesivos aplazamientos que están teniendo lugar en la ronda de reuniones que el Ministro de Industria iba a tener con los altos directivos de las empresas eléctricas y con UNESA, no es una buena noticia, dado que el proceso de liberalización de las tarifas eléctricas se precipita por motivos ya sólo de calendario (por un sucesivo proceso de dejación política que recae sobre el sector eléctrico). Y es que la ausencia de acciones y de un plan completo que aborde los cambios que precisa el sector es un elemento que introduce fuertes incertidumbres, y ha pasado de ser prudente a ser temario. No transmite una visión o un modelo y sobre todo porque se puede acabar abrazando el recurso fácil de la demagogia o la incapacidad gestora.
Hay que tener en cuenta que aquí. el tiempo está jugando en este escenario. El tiempo (y los cambios que operan cuando se dejan pudrir las cosas) es lo que ha provocado por ejemplo que hoy se tenga que colocar en el mercado la deuda tarifaria de ayer y sea imposible, por motivos de los mercado financieros y de una actuación verdaderamente lamentable y desastrosa en el proceso de colocación. El tiempo es quien ha llevado al borde del precipio un proceso manejado con criterios de política de baja estofa: la que no quiere resolver problemas, la que no quiere reformas, la que no los quiere abordar seriamente (sin rigor) y la que los evita hasta que no se puede hacer otra cosa.
Por otra parte, ayer conociamos a través del diario Expansión la intención de Industria de reclamar a las eléctricas miles de millones derivados de los CTC, en un intento de rescate de una figura extinta jurídicamente, pero a la que se trata de insuflar oxigeno por el procedimiento de la respiración artificial, y por eso, casi se narra su vuelta en términos pugilísticos y épicos. Se trata de exhibir un espantajo legal a efectos de esa negociación, apremiada por la inminencia del proceso liberalizatorio y la situación incendiaria de la imposibilidad de colocar el déficit en los mercados financieros (lo que ha convertido a las empresas en prestamistas, dejando en el balance esta morosidad).
Y ahí viene otro de los problemas, la tentación del atajo, de la solución fácil, del decretazo. Las últimas administraciones han estado encaramadas a la chapuza permanente en el sector eléctrico, buscando soluciones oportunistas y atrabiliarias para reducir la factura energética: confirmando el uso político de la tarifa (algo que nadie duda, con la electricidad más barata de Europa y subvencionada, como si fueramos venezolanos). La detracción de derechos de emisión sobrevenida (y por procedimientos más que dudosos) o el chalaneo con la retribución de determinadas actividades, son ejemplos a los que hemos asistido con evidente falta de pudor, además del riesgo de judicialización de los mismos.
En este estado, los retroprogresivos, apostados, están en línea de salida para hacerse con soluciones “imaginativas”. Volver al pasado, marco legal estable y tentetieso. Costes reconocidos, no al mercado, ineficiencia en el sistema. Soluciones de marcado carácter expropiatorio como la vuelta de los CTC’s. Son los que más han aplaudido el fracaso político y del Estado en la figura demoníaca del déficit tarifario. Todo ello, menos asumir que la energía tiene un coste, menos diseñar y negociar una transición digerible, razonable, gestionar la colocación de los activos del déficit tarifario, refinanciar la deuda. Es decir gestión, gestión, gestión y oficio. Es la hora de la seriedad.
Todo ello, provoca que haya una situación semejante a la parábola del hijo pródigo (decidimos en el pasado ser manirrotos, no asumir los precios de la energía, o que unos se los subvencionen a los otros y, hoy, vía votocracia y boletín oficial del Estado, podemos desdecirnos ¿alguien puede estar tranquilo?) y no sería tan grave (que ya lo es), si no fuera porque además lo que se está jugando es la seriedad de nuestra economía, la seguridad jurídica, el respeto a los marcos legales, la inversión futura y riesgos observados de forma oportunista por los ciclos cuatrianuales o menores.
Y es que además, desde la Comisión Europea, nos están mirando, el espectáculo para evitar hacer lo que se debe hacer se puede ofrecer nuevamente (y ya tenemos bastantes reprobaciones en el ámbito energético). No valen las bombillas, las ideas felices o los proyectos al 2050 para resolver el problema que nos quema en las manos y que ha llegado a un estado de excepcionalidad jurídica. Nos están viendo y se está haciendo cada vez más tarde.



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