Negro como el carbón
Negro. El negro es el color que parece que se está poniendo de moda, sobre todo a raíz de la fotografía de la familia Zapatero con los Obama, incluyendo a las dos hijas, retoños de José Luis y Sonsoles, de luto gótico riguroso con la familia del primer presidente negro de la historia de USA (y, negro, mucho más negro, es el espectáculo creado con la foto y con su posterior retirada). Negro también es el carbón, y el carbón nacional, aunque también negro, tiene menos poder calorífico que el carbón procedente de otras partes del mundo, incluyendo los costes necesarios para su transporte. Cuestión que se ha puesto en la agenda política energética con inusitada fuerza.
Las últimas semanas venían presididas por el problema que se había generado en las minas de carbón nacional derivado de la caída de la demanda eléctrica. Algo que había provocado que se hubiera llegado al límite en el almacenamiento del carbón que las centrales térmicas tenían y que amenazaba con parar el sector carbonífero español, por cierto, un sector mucho más pequeño que el existente en los años 80 antes de la reconversión de la minería. En todo caso, aún siendo hoy mucho más pequeño el problema, la voluntad reformista de aquel entonces era más clara, los gobiernos tenían claro que había que romper algo para arreglar el conjunto y buscaban mecanismos compensatorios globales.
Como se puede ver, el problema, si nos situáramos en una sociedad ideal, tenía una solución bastante racional, sobre todo, si alguien lleva gobernando durante cinco años, sabiendo que este problema no es nuevo y, si además, no se viese impelido por las presiones sindicales y empresariales del mundo del carbón. Por ello, con todo, la solución es articular un modelo de desmantelamiento razonable, una reconversión a plazo, con refuerzo del sistema de protección social y del desarrollo regional asociado (hay que recordar que la Unión Europea tiene previsto eliminar las subvenciones al carbón en 2010). Por tanto, es una situación que se podía prever, planificar y gestionar. Ninguna solución debería pasar por “traspasar” el problema a otros sectores económicos (sector eléctrico) o la sociedad general (mayor tarifa, mayor déficit tarifario, menor inversión en generación o deterioro del esfuerzo en energías renovables). Sobre todo porque es importante una visión estratégica y de medio plazo respecto del sector energético.
Bien, pues de eso, nada. Lo que tenemos es una primera alternativa que es la de recuperar selectivamente los pagos por capacidad, la garantía de potencia para las centrales térmicas que quemen carbón nacional. Es decir, hablando en plata: una subvención específica a las centrales térmicas. Subvención menos justificable cuanto mayor sea la diferencia entre su volumen y el cálculo del precio de su propósito por horas (garantizar la actividad). Su cifra tendría que ser teóricamente hasta que el precio de carbón nacional se equipare por productividad al carbón importado. La segunda teoría de la subvención es que se realizara directamente a las empresas extractivas en lugar de a las centrales térmicas. Estas dos medidas, que seguramente serían observadas con todo cuidado por la Unión Europea, tienen fuertes efectos distorsionadores sobre el mercado eléctrico, sobre su eficiencia y sobre la inversión en nueva generación, con efectos devastadores para el resto de tecnologías (en especial para las renovables en el medio plazo).
Hete aquí, cuando aparece una tercera variante mucho más peligrosa y salvaje, propia del “adanismo económico” en que nos encontramos. La posibilidad de “seccionar” el mercado de generación y garantizar la colocación de la térmica producida con carbón nacional a un precio determinado (se habría hablado incluso de fijar un precio del entorno de los 48 euros/MWh). Una propuesta inverosímil en cualquier país occidental y de economía de mercado, además de contraria a las Directivas de la Unión Europea, que es propia del sector retroprogesivo español, cuyo propósito larvado es acabar con el mercado eléctrico (eso sí, con rentas garantizadas a las tecnologías que les vio nacer), que quiere devolver la economía española al pasado del franquismo y al intervencionismo feroz. (Por cierto, bienvenidos todos a la boca del lobo de los que señalaban que en el problema de Garoña, la diatriba era nuclear frente a renovables y el problema no era combustibles fósiles frente a renovables).
Una propuesta que podría haberse tratado perfectamente en Rodiezmo y que podría haber tenido la aquiesciencia política más alta, bajo la cobertura de la polarización y simplificación en que se mueve la dinámica política española actual: el buenismo, la justicia social, el mantenimiento sectorial del empleo o rancias fórmulas del marxismo mal entendido de los años sesenta sobre distribución de la renta. Ideología rayana en la caridad y en el reparto de la pobreza. Todo menos pensar en política energética y de competitividad. Por eso, si para ello hay que cargarse algo mucho más global que es el mercado eléctrico, la eficiencia, la competitividad, la tarifa eléctrica, el déficit tarifario, etc…, daría igual. Lo bueno o lo malo de la economía es que todas estas cuestiones no son tan evidentes como parecen y son sus efectos futuros los que prevalecerán frente al coyunturalismo de vértigo en el que nos movemos.
Partamos pues de varias bases. Nos encontramos en un formato político en que se advierten pocas reformas. Las medidas, a priori, propuestas a primera vista no van a romper nada en concreto, pueden romperlo todo a la vez y la sociedad española no se va a dar cuenta, en la medida que la comunicación política ha decidido el discurso de la adormidera y de una presunta “justicia social” de la pobreza, no de la generación de la riqueza y competitividad. Es decir, mejor intervencionismo, distribución de la renta y justicia social para hoy, aunque eso traiga empobrecimiento para todos mañana. Cortoplacismo rabioso, buenísimo y equipos de comunicación política hacen el resto.
Y queda para el final la cuestión del cambio climático. Quizá nuestro Presidente del Gobierno pueda ser el que más habla de cambio climático, pese a que su política y sus decisiones se enfrenten a sus contradicciones. Con un mal currículum como país en la reducción de emisiones, potenciar artificialmente la generación de electricidad vía trucar el mercado de generación, alterando los mecanismos de asignación de emisiones, volvería a dejar la actuación del Ejecutivo a socaire de sus contradicciones y esperemos que sea a la vista de todos. Al menos para tener más pudor en las declaraciones públicas, porque la política es de ni una mala palabra, ni una buena acción.
Evidentemente, el gobierno lo tiene negro si quiere salvar el carbón afectando al sector eléctrico, la economía, a los ciudadanos (aunque guarde la secreta esperanza de, si es necesario en el medio plazo, intervenir también la tarifa cuando el problema caiga aguas abajo). Negro si no aplica el medio plazo y empieza con las reformas y el pensamiento creativo. Además de que nos van a pillar (porque nos están mirando), es una decisión del todo irracional, consecuencia de la elusión de las obligaciones en la gestión y administración de la “cosa pública”. Y que puede tener unas repercusiones muy perjudiciales al interés general, si no tenemos una Administración que esté a la altura de los problemas.
Negro como una túnica gótica y unas botas Martens.


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