La caja de resonancia en torno a la energía nuclear

Las amenazas proferidas hacia las instalaciones nucleares y el cúmulo de informaciones en forma de escándalo organizado, y convenientemente aireado, en torno a los incidentes ocurridos en este verano en las plantas españolas, merecen una reflexión, más o menos en profundidad, en la medida que suponen una escapatoria a los intentos de poner encima de la mesa el futuro de la generación nuclear en España, en función de las necesidades de crecimiento de la capacidad de generación eléctrica

Se ha producido una ceremonia de la confusión en que se ha instalado el debate sobre la seguridad nuclear, vertiendo sospechas contínuas sobre estas instalaciones. Este debate, oportunamente, se pone encima de la mesa con tintes de alarma, cada vez que se intenta abrir otro sobre la participación en el mix energético español de la energía nuclear (que es otro eufemismo, una reducción o simplificación de otro de más alcance: como será el mix energético español futuro, para cuándo, cuánto costará, qué precios energéticos tendremos a la luz de ello, cuál será su viabilidad económica y medioambiental y qué dependencia exterior tendrá asociada).

Y, de hecho, no se sabe cómo, siempre que está a punto de abrirse el debate nuclear, aparecen incidentes y sucesos (llámese en cada caso como se establezca en las tipologías homologadas al caso y difúndase como se pueda, parece la consigna) que están relacionados con la energía nuclear y con los temores más atávicos a la vez. Por ejemplo, ¿dónde está el famoso maletín nuclear con material radiactivo, convenientemente “afanado” por unos ladronzuelos en Móstoles que interrumpió los medios de comunicación la pasada primavera? ¿Ya se ha pasado su “efecto” terrorífico, cuando era necesario para aplacar el debate nuclear antes de las elecciones? ¿Se sabe de su paradero?

Incidentes descontextualizados de su gravedad, su importancia o su medida o más o menos episódicos. Expresados también en términos de marasmo que impide la defensa con racionalidad de lo sucedido en cada momento. Por tanto, habrá que hacer analogía entre el aborto del debate nuclear y la alarma social en que se ven sumidas nuestras plantas nucleares cada cierto tiempo, en función del “tempo político”.

Lo cierto, es que como cada vez es más insistente la necesidad de abordar el debate nuclear, más abrupto es la interrupción del debate de fondo (su necesidad futura, la ampliación del período de vida de las centrales nucleares, la sustitución de los anteriores reactores por otros de mayor potencia y tecnologías más avanzadas). Todo ello, son además decisiones que probablemente hay que tomar con prontitud para cuando sea preciso que estén operativos, teniendo en cuenta el tiempo necesario para ejecutar las inversiones necesarias.

En cambio, las instalaciones nucleares se ven en una espiral y en un naufragio informativo considerable, apoyado en que, sociológicamente, nuestro país es uno de los más vacunados en la opinión pública contra la energía nuclear. Lo dicen todos los estudios sociológicos y encuestas elaboradas y se conforma como un excipiente propicio en términos políticos. Y, uno de los que más consume energía nuclear importada. Debe ser como eso de tomar sacarina en el café tras un postre copioso. Y, lo que es más curioso es que este posicionamiento se empuja desde instancias políticas en función de posiciones ideologizadas.

En ese cierto chamanismo mediático contra la energía nuclear, estamos muy faltos de referencias de los incidentes ocurridos, número y gravedad y de un debate racional, informado, desapasionado y desideologizado. No se sabe si los incidentes actuales son muchos, si son pocos, comparativamente con lo que ha pasado en el pasado, si ha cambiado la forma de clasificarlos, de comunicarlos, al menos comparativamente con lo que ocurre en las instalaciones de otros países.

Lo que está claro es que con la abundancia de información “minuciosamente minuciosa” que tenemos y su forma de exponerla, no tenemos claro nada en lo que se refiere a la seguridad nuclear. Incapaces de saber lo que ha pasado, su volumen, su trascendencia, su realidad, su control por los operadores y las autoridades de seguridad. Y que la forma de informar no responda a una estrategia contra la propia tecnología. Como decía aquel parlamentario socarrón en referencia a la información de un Ministro en una Comisión, “informen un poco menos, a ver si podemos enterarnos un poco más”

Que se abra el debate nuclear, separándolo del de la seguridad nuclear (algo necesario, importante, imprescindible, pero que se tiene que dejar al funcionamiento de procedimientos eficaces y rigurosos y no a su utilización mediática y política).

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