Hoy es el día de la responsabilidad
Cuando todo el asunto en torno al apagón de Barcelona haya terminado, todos -ciudadanos, medios de comunicación, instituciones- deberíamos haber ganado algo y aprendido de un incidente de la gravedad y magnitud como el que se desató el 23 de julio en la Ciudad Condal. Deberíamos ganar confianza en las instituciones y órganos de regulación y, a la vez, la seguridad de nuestra sociedad de que se aborda con seriedad, rigor, sin cicaterismo, buscando conocer la realidad, con objetividad, como un bien común, compartido y necesario ante situaciones excepcionales como ésta.
El primer paso es que se conozca una versión fiel y objetiva de los hechos, no deliberadamente simplificada, no edulcorada para proporcionar una visión forzadamente equilibrada de las responsabilidades del incidente entre las dos empresas en liza, en la que, o bien no haya damnificados o, por el contrario, lo sean ‘todos por igual’ precipitándolos a la práctica del ‘caldo gordo’ y el oscurantismo. Sería una forma de no determinar quién ha hecho algo y quién no ha hecho algo, cuando se requiere la certera precisión del cirujano en una situación de estas características. Con los mejores técnicos y expertos y la investigación más profunda, rigurosa e independiente.
En segundo lugar, que se fijen las sanciones en proporción al impacto causado sobre los usuarios, a la duración en el tiempo de las distintas incidencias, en proporción directa a las responsabilidades causantes del apagón y sus consecuencias directas e indirectas. Con rigor y severidad, con criterios ponderados y razonables, con ejemplaridad. Pero con las sanciones y las indemnizaciones a los usuarios, que por muy cuantiosas que sean no reflejan el trastorno en una ciudad y hasta qué punto se ha puesto en entredicho el funcionamiento de los sistemas, y hasta el cuestionamiento al modelo de transportista monopolista único recientemente estrenado.
Queda una responsabilidad tan importante o más que todas las anteriores: la de que razonablemente, lo que sucedió el 23 de agosto, no vuelva a pasar. Y, en esa responsabilidad, de por medio están inversiones, cambios regulatorios y la voluntad política de abordarlos, sin secuestrarse en el fango de la tecnocracia. Por lo tanto, se trata de abordarlos con el sentido y el objetivo de corregir y resolver los problemas que han devenido en las causas cercanas y ocultas de este incidente, inversoras, regulatorias, de mantenimiento, de comportamiento de los agentes y de la supervisión seguida.
Los señores consejeros tienen ante sí la responsabilidad de dar una respuesta que no deje dudas, clara, convincente, contundente, transparente, sin atisbo de componenda, con todas las garantías, hacia los 350.000 ciudadanos afectados directamente y también hacia los ciudadanos barceloneses y catalanes en general, que piden explicaciones, respuestas, reacciones, confianza, seguridad futura. Gestionar la indignación, la expectación y la credibilidad política y social está en juego. Que se abran las ventanas, se levanten las alfombras y que el resultado de este importante Consejo de la CNE sea límpido como el cristal. Si no, una justicia parcial sería una injusticia. Detrás está la gente.




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