Hermanos Nadal and Co.
Como punto de partida, Alberto Nadal se encuentra un sector que es resultado de una ausencia de política energética definida e instrumentada con respecto a unos cánones y a la ortodoxia económica. Y se encuentra con una sociedad sin conocimiento y sometida a la caótica ceremonia de la confusión interesada en lo energético.
Alberto Nadal se encuentra así una partida de naipes con las cartas repartidas y con los naipes marcados. Se encuentra, en el caso de la electricidad, con un déficit tarifario descontrolado (y con los mensajes balsámicos irresponsables asociados). Se encuentra con un sistema de costes regulados y primas endiablado y todo un conjunto de mecanismos de disimulo y ocultación que llegan a ser delirantes (la mejor defensa es un buen ataque).
Se encuentra con una ley irresponsable, recién aprobada, que puede ser un severo problema y generadora de otros nuevos desde el punto de vista de seguridad de suministro y de funcionamiento del mercado mayorista. Se encuentra con un diálogo inexistente, de facto, por una autoconvicción de que el monólogo expresado en alto o ante un micrófono es comunicación. Y, en definitiva, se encuentra con que es un ministro bis, el ministro de Energía.
Se encuentra también con una política energética decidida de forma errática en estos años, sobre la base de una sociedad, la española, que ha mantenido dentro de los reductos del franquismo sociológico y cultural el control de precios energéticos y una concepción empresarial y económica propia del falangismo. A la vez, todo ello, en un país que ha recogido la tradición latina de que los arrimados a las Administraciones, y en este caso las energéticas, obtuvieren potencias, licencias, primas sustanciosas aunque fuese necesario elegir las tecnologías más onerosas o superar los objetivos medioambientales internos. Para eso está la comunicación política.
Y, se encuentra con el resultado acumulado de los sucesivos gobiernos, que han ido compatibilizando una cosa sobre la otra, caminando por el alambre del déficit tarifario en la medida en que la situación les permitía no subir los precios de la energía, merced a la intervención, y se podían endeudar, decidir chapuzas y chanchullos que terminaran con sistemas de subsidios cruzados y transferencias encubiertas. Se encuentra con todos los que han procurado soluciones políticas, demagógicas y de utilización de la opinión pública frente a económicas, eficientes y gestoras. Se encuentra con que nadie ha querido hacer reconocimiento de la realidad y con que la fiesta ha terminado.
La segunda parte tiene que ver con el «Dramatis Personae«. Sucede, además, que Alberto Nadal es más que hermano de Álvaro Nadal, jefe de la Oficina Económica del Presidente, el Rasputin económico de Rajoy, concediéndole características míticas en un gobierno sin Vicepresidencia Económica, una carencia cada vez más evidente. Como define este fin de semana Miguel Ángel Noceda en «El País« en su magnífico artículo, que narra cómo los hermanos Nadal se hicieron «liberales univitelinos», alimentando la idea de que tienen telapatía en la forma de articular la capacidad planificadora de su trayectoria vital. De hecho, corre en Madrid la leyenda de que los dos, entre sí, tienen capacidad telepática y telekinesia («poderes»), de que lo que les diferencia son las formas, describiendo a Alberto Nadal como más dialogante y abierto, frente a un talante más dogmático e iluminado de Álvaro Nadal (por cierto, cuyos parecidos con Miguel Sebastián son pasmosos y… crecientes), aunque señalan que son dos formas de la misma esencia.
Por tanto, la mayor aproximación y el mayor esfuerzo que tiene que hacer Alberto Nadal no se refiere al sector energético, a la regulación o la economía de la energía (que ya, de por sí, es muy importante dada su responsabilidad, y seguramente estos días estará encerrado estudiando, lo que es un signo de inteligencia). Alberto tiene que conseguir una independencia y una autonomía de la visión energética de su propio hermano, que ha tenido una participación en las medidas tomadas hasta ahora (pocas y malas) y una responsabilidad tan relevante en las no medidas o en las no tomadas, de este primer año de andadura de los populares y del Gobierno. Para eso, Alberto debe estudiarlo, asumirlo y quererlo, debe comprender la naturaleza de la dialéctica, y que los lazos familiares no se vean erosionados por el abandono del mimetismo de sus juicios y la conciencia de clan.
Porque seguramente, Alberto Nadal, si profundiza en serio en la cuestión energética con el objetivo de resolverla, deberá, además de estudiar economía de la energía y hacienda pública, enfrentarse a Cristóbal Montoro y su propio hermano. Y, por tanto, tendrá que eliminar los condicionantes psicológicos derivados de su alumbramiento, tendrá que abstraerse de los resabios político-parlamentarios fraternales cuando el propio Álvaro advertía a las empresas que deberían visitar más Génova que Moncloa en la pasada legislatura. Deberá pasar por alto, por ejemplo, los rencores intervencionistas de un liberal (en realidad, liberalidades) respecto al mito de las tecnologías amortizadas en los mercados liberalizados. Tendrá que tomarse las cosas en serio, superar las creencias limitantes de las que hablan los neurocientistas respecto a la relación entre política y economía, reconociendo al sector energético como sector económico y empresarial y formular la mejor definición de una política energética sin atajos para conseguir eficiencia, competitividad, sostenibilidad económica, medioambiental y mercado sobre la base de la negociación, la gestión, el diálogo, el conocimiento, la seguridad jurídica y regulatoria.
Finalmente, tendrá que elegir qué comportamiento fraternal mantiene y la evolución de su hermanamiento, para comprobar si se atreve con una política energética que resuelva los posicionamientos energéticos pretéritos de política politizada (a lo que denominan ideología) y el solipsismo de las administraciones energéticas españolas desde el franquismo hasta nuestros días, con la honrosa excepción de la liberalización sectorial finisecular de los noventa.
Desde el clonaje, la hidra, la mitológica serpiente de dos cabezas, Zipi y Zape hasta Caín y Abel, hay un gran trecho. Seguro. Todo un reto de crecimiento personal.



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